viernes, 27 de noviembre de 2020

Comentario a las Lecturas del I Domingo de Adviento 29 de noviembre del 2020

 

Comentario a las Lecturas del I Domingo de Adviento 29 de noviembre del 2020

Primera lectura: Isaías (Is 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7).

Responsorial es el salmo 79 (Sal 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19).

Segunda lectura: Primera carta San Pablo a los Corintios (1 Cor. 1,3-9).

Evangelio: San Marcos (Mc 13, 33-37).

Comenzamos un nuevo ciclo litúrgico (Ciclo B), en este tiempo de Adviento. En este nuevo ciclo litúrgico, cambiamos de evangelista ahora será San Marcos quien nos acompañará.


Al comenzar el ciclo litúrgico, la Iglesia nuestra Madre nos recuerda que este mundo ha de tener un final. Con ello nos va preparando a rememorar la venida a la tierra del Hijo de Dios hecho hombre, su nacimiento en Belén que inicia la Redención. A primera vista pudiera parecer que son dos hechos, el del fin del mundo y el de la Navidad, que no tienen conexión alguna entre sí.

Y, sin embargo, sí que la tienen, pues se trata en ambos casos de la venida del Señor. En efecto, cuando todo termine vendrá de nuevo Jesús hasta nosotros, para juzgar a vivos y muertos. En el tiempo precedente a la venida de Cristo es preciso prepararse con penitencias y ayunos, con la enmienda de la vida, avivando el deseo de su llegada.

Durante esta primer semana las lecturas bíblicas y la predicación son una invitación con las palabras del Evangelio: "Velad y estád preparados, porque no sabéis cuándo llegará el momento". Es importante que, como Iglesia, nos hagamos un propósito que nos permita avanzar en el camino hacia la Navidad. Como resultado de nuestras reflexiones deberemos buscar el perdón de quienes hemos ofendido y darlo a quienes nos hayan ofendido para comenzar el Adviento viviendo en un ambiente de armonía y amor creyente. Desde luego, esto deberá ser extensivo también a los grupos de personas con los que nos relacionamos diariamente, como la familia, el trabajo, los vecinos, etc. Esta semana, en cada comunidad parroquial, encenderemos la primer vela de la Corona de Adviento, color morada, como signo de vigilancia y deseos de conversión.

La necesidad que tenemos de la venida del Señor a nuestro encuentro, para poder ser salvados.

Lo cantamos todos los años al comenzar el Adviento: "rorate, Coeli, desuper et nubes pluant justum" ( destilad, cielos, el rocío y lloved, nubes, al justo).

Las lecturas bíblicas de estos cuatro domingos del Adviento litúrgico se refieren al Adviento espiritual, tiempo de preparación para la llegada del Reino de Dios, de la parusía, tal como lo entendieron los judíos, durante siglos. El color propio de este Adviento espiritual sería el color verde, que significa esperanza. De hecho, el color verde es el color que usamos en la liturgia durante todo el tiempo ordinario, porque, como hemos dicho, toda nuestra vida es preparación y esperanza en nuestra Pascua definitiva, junto a Cristo, que ocurrirá después de nuestra muerte. Nuestro Adviento litúrgico debe ser, también, un recuerdo del largo Adviento judío, que duró siglos, esperando al Mesías.

El Adviento litúrgico, que hoy comienza  durará hasta el día de Navidad. El Adviento litúrgico es el tiempo que la Iglesia quiere que los cristianos lo dediquemos a prepararnos para conmemorar dignamente el aniversario de la venida de nuestro Señor Jesucristo al mundo, acontecimiento que, como sabemos, ocurrió hace ya dos mil diecisiete años. El Adviento litúrgico se refiere, naturalmente, a la preparación litúrgica. El color morado que usamos en las celebraciones de Adviento significa preparación y penitencia, porque queremos llegar a la Navidad con el alma limpia. También es propia de este tiempo la que llamamos “corona de Adviento”, que son las cuatro pequeñas velas de esta corona, que significan la luz de Cristo que debe alumbrar nuestro camino hasta el día de Navidad. Tres de estas velas son de color morado, penitencia, y una de color rosado, alegría propia del tercer domingo, domingo Gaudete, por la alegría que nos proporciona la cercanía de la Navidad. Frente a este Adviento litúrgico está el Adviento espiritual que a nosotros nos dura toda la vida, porque toda la vida es tiempo de preparación para encontrarnos definitivamente con Cristo, cuando Dios nos llame a su lado

Al comenzar este Adviento litúrgico, no olvidemos que toda nuestra vida es un Adviento espiritual en preparación para la muerte. Un tiempo en el que deben predominar las virtudes de penitencia interior, lucha contra el pecado, y esperanza en que la presencia redentora de Cristo nos salvará, siendo la luz y el camino que nos guiará hasta nuestro encuentro definitivo con Dios nuestro Padre. Vigilemos, pues, y oremos durante todo este tiempo y durante toda nuestra vida para que, cuando Dios nos llame, nos encuentre bien preparados, porque no sabemos ni el día, ni la hora en los que va a ocurrir este encuentro. La palabra clave en este tiempo de Adviento que hoy comenzamos es "vigilancia" en espera de la venida del Señor.

Al comenzar la liturgia de este primer domingo del Adviento deseémonos mutuamente la gracia y la paz de Dios nuestro padre y de Jesucristo, el Señor, palabras que oiremos en la segunda lectura.

 

En la primera lectura de Isaías se nos proclamaY, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos, obra de tu mano”. La plegaria de lamentación de Is 63 7-64,11 es una típica plegaria de adviento, llena de esperanza, a pesar de reflejar la desilusión de la comunidad postexílica por el retraso de la manifestación de Dios. Forma parte de la recopilación de Is 56-66 que nace de una desilusión superada y de una esperanza enraizada en la convicción de que la salvación y la justicia de Dios están cerca (temática de fondo del tercer Isaías).

La lectura de hoy, por un lado, pone de relieve el momento crítico en que vive la comunidad: el peligro de los ídolos y las divisiones internas. Y, por otro, manifiesta esta esperanza enraizada e indestructible: en medio de todas las cosas (enraizados en una situación concreta) Señor, eres nuestro padre; "nosotros somos la arcilla y tú el alfarero; somos todos obra de tus manos"

-¿ Dejará Dios que nos perdamos?

En este texto el profeta pone en boca del pueblo un grito de auxilio al Señor Yahvé, su padre y redentor, para que no les deje desamparados y solos. El pueblo reconoce que su pecado es la causa de sus males y, por eso, pide al Señor que, como padre que es, olvide las culpas de sus hijos y les salve: no te excedas en la ira, Señor, no recuerdes siempre nuestra culpa; mira que somos tu pueblo. ¿Qué relación puede tener este texto con el tiempo de Adviento que hoy comenzamos?.

Desde las palabras de esta primera lectura se anuncia la espera del Adviento¡ “Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste, y los montes se derritieron con tu presencia. Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en el. Sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus caminos".

 En este primer domingo de Adviento podemos y debemos decir, con el profeta Isaías, que Dios nos ama y nos gobierna como un padre y un pastor que aman a sus ovejas y las dirige hacia fuentes tranquilas. El profeta Isaías es el cantor de nuestra esperanza en un Dios misericordioso, en un Dios redentor, en un Dios Padre, en un Dios alfarero que quiere hacernos dignos hijos suyos. Pero para que esto pueda ocurrir nosotros debemos dejarnos hacer y rehacer por Dios, como la arcilla se deja formar y transformar por las manos del alfarero. Ninguna preparación mejor que esta podemos hacer en estos cuatro domingos del tiempo litúrgico de Adviento. Pidamos a Dios que nos preparemos para el día de Navidad dejándonos formar y transformar por las manos misericordiosas de un Dios que quiere ser nuestro Padre, nuestro redentor, nuestro pastor supremo y el alfarero de nuestras vidas.

"¿Puedes quedarte insensible ante todo esto, Señor?". Así suplicaba Israel a Dios, y así podemos seguir suplicando en el siglo XXI ante tantas desgracias que se abaten sobre nuestro mundo: armas atómicas que pueden dejar hecha la tierra un desierto, flagrantes injusticias que asolan a países enteros del tercer mundo con el hambre y enfermedades... ¿Por qué continúas obcecando nuestro corazón? ¿Seremos incapaces de romper con estas fuerzas salvajes? ¡Ojalá que rasgases el cielo y bajases...!

El hombre de nuestra sociedad o no siente a Dios o lo ve muy lejano, ajeno a nuestro mundo. Su silencio nos suena a ausencia, a no existencia.

Muchas frases de este relato suenan a ateas. Y es que Israel no sabe descubrir a ese Dios liberador, lo pone en duda y se queja amargamente. Pero esta queja es ya una súplica, un abrirse al Dios Padre. Así lamentándose Israel nos enseña a descubrir a nuestro verdadero Padre.

Al empezar el Adviento, también nosotros confesamos nuestras culpas; y en medio de los negros nubarrones, del denso silencio del que a veces está rodeada nuestra vida,  gritamos con fuerza y esperanza: "Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros, la arcilla, y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano.".

 

En el salmo responsorial (Salmo 79) de hoy, imploramos la necesidad de la ayuda del Señor, sin esa ayuda, caeremos como las hojas del árbol en otoño y nuestras maldades nos arrastrarán como el viento. Por eso, nosotros rezamos hoy en el salmo responsorial: Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. Es el grito que dirigimos a Dios desde la desesperanza, el desánimo o la impotencia. Es posible que incluso le pidamos que venga sobre el mundo su castigo para que reaccione, que baje desde el cielo y derrita los montes para imponer la auténtica justicia, como dice el profeta Isaías.

El salmista lamenta el silencio de Dios. También el hombre de hoy es testigo de ese silencio: Dios calla y los ídolos han sido destruidos. Pero se trata de un silencio diferente. Nos resulta difícil hablar sobre Dios y dirigirnos a él. Pero también es preciso aceptar que el silencio es el estado habitual y definitivo de Dios, incluso en su revelación, como dice certeramente san Juan de la Cruz: «Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída por el hombre».

En el comentario a este salmo 79, San Juan Pablo II decía: "2. En la segunda parte de la oración, llena de preocupación y a la vez de confianza, encontramos otro símbolo muy frecuente en la Biblia, el de la viña. Es una imagen fácil de comprender, porque pertenece al panorama de la tierra prometida y es signo de fecundidad y de alegría.

Como enseña el profeta Isaías en una de sus más elevadas páginas poéticas (cf. Is 5, 1-7), la viña encarna a Israel. Ilustra dos dimensiones fundamentales:  por una parte, dado que ha sido plantada por Dios (cf. Is 5, 2; Sal 79, 9-10), la viña representa el don, la gracia, el amor de Dios; por otra, exige el trabajo diario del campesino, gracias al cual produce uvas que pueden dar vino y, por consiguiente, simboliza la respuesta humana, el compromiso personal y el fruto de obras justas.

3. A través de la imagen de la viña, el Salmo evoca de nuevo las etapas principales de la historia judía:  sus raíces, la experiencia del éxodo de Egipto y el ingreso en la tierra prometida. La viña había alcanzado su máxima extensión en toda la región palestina, y más allá, con el reino de Salomón. En efecto, se extendía desde los montes septentrionales del Líbano, con sus cedros, hasta el mar Mediterráneo y casi hasta el gran río Éufrates (cf. vv. 11-12).

Pero el esplendor de este florecimiento había pasado ya. El Salmo nos recuerda que sobre la viña de Dios se abatió la tempestad, es decir, que Israel sufrió una dura prueba, una cruel invasión que devastó la tierra prometida. Dios mismo derribó, como si fuera un invasor, la cerca que protegía la viña, permitiendo así que la saquearan los viandantes, representados por los jabalíes, animales considerados violentos e impuros, según las antiguas costumbres. A la fuerza del jabalí se asocian todas las alimañas, símbolo de una horda enemiga que lo devasta todo (cf. vv. 13-14).

4. Entonces se dirige a Dios una súplica apremiante para que vuelva a defender a las víctimas, rompiendo su silencio:  "Dios de los Ejércitos, vuélvete:  mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña" (v. 15). Dios seguirá siendo el protector del tronco vital de esta viña sobre la que se ha abatido una tempestad tan violenta, arrojando fuera a todos los que habían intentado talarla y quemarla (cf. vv. 16-17).

En este punto el Salmo se abre a una esperanza con colores mesiánicos. En efecto, en el versículo 18 reza así:  "Que tu mano proteja a tu escogido, al hijo del hombre que tú fortaleciste". Tal vez el pensamiento se dirige, ante todo, al rey davídico que, con la ayuda del Señor, encabezará la revuelta para reconquistar la libertad. Sin embargo, está implícita la confianza en el futuro Mesías, el "hijo del hombre" que cantará el profeta Daniel (cf. Dn 7, 13-14) y que Jesús escogerá como título predilecto para definir su obra y su persona mesiánica. Más aún, los Padres de la Iglesia afirmarán de forma unánime que la viña evocada por el Salmo es una prefiguración profética de Cristo, "la verdadera vid" (Jn 15, 1) y de la Iglesia.

5. Ciertamente, para que el rostro del Señor brille nuevamente, es necesario que Israel se convierta, con la fidelidad y la oración, volviendo a Dios salvador. Es lo que el salmista expresa, al afirmar:  "No nos alejaremos de ti" (Sal 79, 19)."(San Juan Pablo II en la audiencia general del miércoles, 10 de abril 2002).

 

San Pablo en el fragmento de esta segunda lectura,  nos confirma con sencillez y profundidad esa paternidad de Dios Padre, por revelación de Jesucristo. Hay además un matiz muy importante para estos tiempos: el llamamiento que Pablo de Tarso que hace a los Corintios contiene una invocación a la unidad, por la misma que mantienen Padre e Hijo. Y hemos de tenerlo en cuenta en este primer día del Adviento. Hemos de esperar a Jesús pero todos unidos. Eso no significa un uniformismo a ultranza o un diseño exclusivo del pensamiento de los fieles cristianos. La discrepancia es posible y hasta aconsejable. Pero no en nada de lo que es fundamental y que no es otra cosa que nuestra comunión en la unidad de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Habría además una unidad operativa, útil y no restadora de libertades, que es la posición fraterna de todos aquellos que comparten la comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, pues dicha unidad es fuente de confianza para aquellos hermanos alejados que se acercan a nosotros.

En este primer domingo de Adviento es bueno que también nosotros hoy nos deseemos unos a otros la gracia y la paz de Dios nuestro Padre y de Jesucristo, el Señor. Un Adviento vivido, individual y comunitariamente, en la gracia y en la paz de Dios será siempre un buen Adviento, porque el que vive en la gracia y en la paz de Dios vive en el amor de Dios y amando a los hermanos. Si, como venimos diciendo, el Adviento es tiempo de penitencia y preparación para la Navidad, ninguna penitencia mejor para esto que dejarnos formar y transformar cada día por las manos misericordiosas de Dios, nuestro Padre, nuestro Rey y el Buen Pastor de nuestras almas.

Constatando nuestras debilidades, necesitamos la gracia de Dios, para que el Señor, con su fuerza, restaure nuestra naturaleza caída y menesterosa, y podamos así recibirle con dignidad cristiana, en esta Navidad y siempre. Necesitamos la paz de Dios, una paz que es a su vez gracia y don, no cálculo interesado de nuestros egoísmos y conveniencias particulares. Sí, la paz de los hombres necesita estar siempre defendida con armas y dinero; la paz de Dios, en cambio, brota del corazón y busca siempre el bien del prójimo tanto como el de uno mismo.

 

En el Evangelio de San Marcos, evangelista correspondiente a este ciclo B que hoy iniciamos, se nos exhorta a la vigilancia: " Mirad, vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento”.

Esta invitación a vivir vigilantes, será el hilo conductor del tiempo de Adviento. La vigilancia es un imperativo ético en todas las edades y situaciones de la vida de un ser humano. Cuando desaparece la vigilancia aumenta el riesgo y la posibilidad de corrupción y decadencia, tanto en la vida corporal, como en la vida social y en la vida religiosa. Un creyente  serio y responsable es siempre una persona vigilante, con una vigilancia activa y esperanzada. Se nos pide que vivamos siempre vigilantes y preparados, para que cuando el Señor llegue nos encuentre bien preparados para poder recibirle con dignidad cristiana. No se trata sólo de preparar con dignidad cristiana las fiestas de la Navidad, sino de vivir siempre bien preparados y dispuestos para que cuando venga el Señor a nuestras vidas nos encuentre bien preparados. En este primer domingo del Adviento hagamos el propósito firme de ser siempre personas espiritualmente activas, para que cuando el Señor venga a nuestro encuentro, no nos encuentre dormidos.

San Marcos nos llama a la vigilancia. Es el Señor quien nos la recomienda insistentemente: "Al atardecer, a medianoche, al canto del gallo, al amanecer", las cuatro vigilias en que se dividía la noche. Velad como el vigilante de una obra en construcción, como el jugador que espera que el entrenador le ponga a calentar, o el hombre de negocios la ocasión propicia; como el profeta a la escucha de cualquier signo, como la esposa que espera la llegada del amado, como el guardaespaldas para defender a la persona encomendada. Necesitamos velar para reconocerlo y acogerlo. Es lo propio del Adviento. El Señor está cerca. El Señor viene. Es el tiempo de la preparación de nuestro interior.

 Mirad, vigilad, velad: son tres palabras y una misma actitud. Mirar es ver con detenimiento y profundidad. Mirar es fijar los ojos con interés y con alguna esperanza. Mirar es dejarse sorprender. Miremos de verdad a las personas, a las cosas, a los acontecimientos, a la vida.

La vigilancia es fruto de la fe, de la esperanza y del amor. Vigilamos cuando esperamos, vigilamos cuando creemos, vigilamos cuando confiamos, vigilamos cuando amamos. No dejemos de velar.

*Velad, porque Dios es sorprendente. El viene siempre, pero no sabemos cuándo, cómo y por dónde. Velad para no dormir, dejando pasar la ocasión del encuentro.

* Velad para reconocer y acoger a Dios, siempre que quiera presentarse.

*Velad, pero cumpliendo cada uno su tarea.

*Velad, porque la vigilancia es hija de la esperanza.

*Velad, porque vivimos en un adviento continuado.

En este domingo se nos recuerda el horizonte último de la historia, que se identifica con la venida del Hijo del Hombre. Ahí se inscribe nuestra vida, se subraya la importancia de lo que está en juego y constituye una llamada a la seriedad. De aquí la recomendación a velar: con frecuencia nos dormimos, nada es automático, es necesaria una verdadera elección. 

Una cierta tensión atraviesa los textos de hoy y de todo el Adviento: "a ti, Señor, levanto mi alma; en ti, Dios mío, confío; los que esperan en ti no quedan defraudados" (entrada). "Aviva en tus fieles el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras" (colecta). "Cuando venga de nuevo podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar" (prefacio). Una cierta tensión, una sana tirantez debería ser también la tónica de nuestra vida.

Como  cristianos no debemos dejarnos atrapar en las mallas sinuosas del ambiente desencantado, regalón o "pasota" que nos rodea. y debemos extraer continuamente razones de vivir y esperar a la fuente inagotable de la fe.

Dejamos este poema de Pedro Casaldàliga, que nos puede ayudar a caminar en este tiempo de Adviento.

"Hay que nacer de nuevo, hermanos Nicodemos"

"De esperanza en esperanza, de pesebre en pesebre, todavía hay Navidad"

"Sube a nacer conmigo, dice el poeta Neruda.
Baja a nacer conmigo,
dice el Dios de Jesús.
Hay que nacer de nuevo,
hermanos Nicodemos
y hay que nacer subiendo desde abajo.

De esperanza en esperanza,
de pesebre en pesebre,
todavía hay Navidad.
Desconcertados por el viento del desierto
que no sabemos de dónde viene
ni adónde va.
Encharcados en sangre y en codicia,
prohibidos de vivir con dignidad,
sólo este Niño puede salvarnos.

De esperanza en esperanza,
de pesebre en pesebre,
de Navidad en Navidad.
Siempre de noche naciendo de nuevo,
Nicodemos.

“Desde las periferias existenciales;”
con la fe de María y los silencios de José
y todo el Misterio del Niño,
hay Navidad.

Con los pobres de la tierra,
confesamos que Él nos ha amado hasta el extremo
de entregarnos su propio Hijo,
hecho Dios venido a menos,
en una Kénosis[1] total.
Y es Navidad.
Y es Tiempo Nuevo.

Y la consigna es que todo es Gracia,
todo es Pascua, todo es Reino."

(Pedro Casaldàliga)[2]

Rafael Pla Calatayud.

rafael@betaniajerusalen.com

 

 



[1] En la teología cristiana, la kénosis (del griego κένωσις: «vaciamiento»)​ es el vaciamiento de la propia voluntad para llegar a ser completamente receptivo a la voluntad de Dios.

[2] Pere Casaldáliga (Balsareny, Barcelona: 16 de febrero de 1928- 8 de agosto de 2020, Batatais, Estado de São Paulo, Brasil). Fue  un religioso, escritor y poeta español, que permaneció gran parte de su vida en Brasil. Estuvo  siempre vinculado a la teología de la liberación y fue  siempre un defensor de los derechos de los menos favorecidos.

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