Comentario a las lecturas del
Domingo XXII del Tiempo Ordinario. 28 de agosto de 2016.
“Me parece que la humildad es la verdad. No sé
si soy
humilde, pero sé que veo la verdad en
todas las cosas”.
(Santa Teresita del Niño
Jesús)
En esta época tan utilitarista y materialista, donde cuánto más tienes más
vales, donde ser rico y famoso a toda costa se ha convertido en casi una
obsesión enfermiza, son muy apropiadas las lecturas de hoy.
La primera lectura y el evangelio nos hablan de la humildad.
Reconocer que hemos recibido todo de
Dios, admitir sus limites y deficiencias, eso es la
humildad cristiana. Debemos tener un doble comportamiento: con Dios, acción de
gracias y confianza en su ayuda; con los otros, respeto por sus diferencias y
compartir mutuamente los dones recibidos.
El Salmo Responsorial como el Evangelio, nos
habla de que Dios tiene predilección por los pobres.
La primera
lectura es del libro del Eclesiástico (Eclo 3, 17-18.
20. 28-29).
En ella se presenta una unidad en la que la
humildad (tapeinôs)
y su opuesto, son protagonistas (3,17-29).
El que obra con humildad será amado (v.17),
hallará gracia (v.18) y “glorificará a Dios” (v.20). Por el contrario, a los
que no reconocen sus propias fuerzas, les espera el descarrío y el extravío
(v.24). Teniendo en cuenta que las fuentes de la sabiduría son lo que nos es
“encomendado” (v.22), la escucha atenta de las “parábolas” (v.29) se muestra un
evidente contraste entre el corazón endurecido (kardía sklêrà) (v.26) y el corazón sabio (kardía sinetou) (v.29).
Es probable que el autor esté escribiendo en
conflicto con los pensadores griegos, y a ellos se refiera al aludir a quienes
tienen un corazón endurecido, son orgullosos, el pensamiento los excede. En ese
caso se estaría refiriendo a ellos en contraste con la sabiduría de Israel.
Como se ve, en estos casos el autor no está aludiendo a la humildad como
actitud frente a la vida, sino en cuanto al conocimiento, de allí su contraste
ante los que los sobre pasa. Esta humildad ya era
frecuente en otros textos de la Escritura. La diferencia viene dada por un lado
por la humildad del ser humano ante Dios y por otra la actitud soberbia de no
reconocer los límites.
El texto es el resultado de la composición de dos
textos del capítulo 3 del Sirácida, en sus vv. 17-18.
20 (19-21) que se refieren a la humildad y la mansedumbre/dulzura, combinados
con los vv. 27-28 (30-31) acerca de la sabiduría de la escucha y la miseria del
orgulloso. Los cuatro elementos tienen un denominador común: el de la correcta
relación con la propia persona. Humilde es aquel que no pierde la conciencia de
sus propios límites y posee una mansedumbre-dulzura característica (cf. Mt 11,29
y 26,45); es una persona que no intenta imponerse con agresividad o violencia.
Es sabio quien no presume de saberlo ya todo, consciente de las riquezas que
existen más allá de su persona, poniéndose en atenta actitud de escucha: quien
sabe escuchar accede desde ya a olvidarse de sí mismo. Prestarle atención a los
pobres y necesitados es otra de las maneras de mostrarse atento y abierto,
olvidado de la propia persona.
Por el
contrario, todo aquel que obra impulsado por el deseo de poner en evidencia las
propias riquezas (sean del tipo que sean), enorgulleciéndose, no dejará de
suscitar hostilidad y antipatía. Para lograr vencer las resistencias y
reticencias con las que tropezará no dejará de recurrir a la agresividad y a la
violencia, con su correspondiente cuota de arrogancia. No descubre ninguna
necesidad de escuchar a nadie: ¡ni a Dios ni a los seres humanos, ciego para
las necesidades de los que lo rodean!
El responsorial es el salmo 67 (Sal 67, 4-5ac. 6-7ab. 10-11(R.:
cf. 11b), salmo de alabanza y
reconocimiento de las obras de Dios.
“Los justos se
alegran, gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegría”. La confianza
auténtica siempre experimenta a Dios como amor, a pesar de que en ocasiones sea
difícil intuir el recorrido de su acción. Queda claro que “el Señor guarda a
los sencillos» (versículo 6). Por tanto, en la miseria y en el abandono, se puede
contar con él, «padre de los huérfanos y tutor de las viudas” (Salmo 67,6).
Si se violan
los derechos de los pobres, no se cumple sólo un acto políticamente injusto y
moralmente inicuo. Para la Biblia se perpetra también un acto contra Dios, un
delito religioso, pues el Señor es el tutor y el defensor de los oprimidos, de
las viudas, de los huérfanos (Cfr. Salmo 67, 6), es decir, de quienes no tienen
protectores humanos.
El Dios de los
“pobres”, el que ha escrito en su tarjeta de visita: “Padre de los huérfanos y
defensor de las viudas”, pone todo su poder al servicio de quienes ama con
predilección, para disipar a sus enemigos, “como la cera se derrite al fuego”;
en cambio, desde su templo santo, a huérfanos y a viudas da su auxilio”.
Así
comenta San Agustín este salmo y concretamente el texto litúrgico:
“4. [v. 4]. Continúa el salmo:
Y alégrense los justos y se alborocen en la presencia de Dios y disfruten de
alegría. Porque entonces oirán: Venid benditos de mi Padre; recibid el
reino14.
Regocíjense los que se fatigaron, y alborócense en la presencia de Dios.
No será este un regocijo como el de una vana jactancia delante de los
hombres, sino un santo alborozo en presencia de Dios, que contempla sin error
lo que él ha dado. Disfruten con alegría; ya no alegrándose con temor15, como en
este mundo, donde la vida humana sobre la tierra es una tentación16.
5. [vv. 5—6]. A continuación se dirige a
los que dio tan gran esperanza, y a los que viven aquí les habla y exhorta
diciendo: Cantad a Dios, cantad salmos a su nombre. Ya dije en la
exposición del título del salmo, lo que me parecía significar esta expresión.
Canta a Dios el que vive para Dios; y canta salmos a su nombre el que obra para
gloria de Dios. Así cantando, y así salmodiando, es decir, así viviendo y así
obrando: Preparad el camino, dice, al que está sobre el ocaso. Preparad
el camino a Cristo, para que por los pies hermosos de los evangelizadores17, se le abran
los corazones de los creyentes. Es él quien asciende sobre el ocaso, sea porque
ya sólo recibe a aquel que se convirtió a él con una nueva vida, dando muerte a
la vieja y renunciando a este mundo, o sea porque sube del ocaso, cuando al
resucitar, convirtió en victoria la destrucción de su cuerpo. Su nombre es
el Señor. Porque si sus enemigos lo hubieran conocido, nunca habrían
crucificado al Señor de la gloria18.
6. Exultad de gozo en su
presencia. Oh vosotros, a quienes se ha dicho: Cantad a Dios, entonad
salmos a su nombre, preparad el camino al que anda sobre las nubes del ocaso; y
también: Regocijaos en su presencia, como si estuvierais tristes, pero
siempre alegres19. Mientras le
preparáis el camino, mientras vais preparando por dónde puede venir a tomar
posesión de las naciones, vais a sufrir muchas cosas tristes en presencia de
los hombres, pero no os desalentéis, al contrario, regocijaos; no en presencia
de los hombres, sino en la presencia de Dios. Gozosos en la esperanza, y
tolerantes en la tribulación20. Saltad
de gozo en su presencia. Aquellos que os hacen sufrir en presencia de los
hombres, sentirán el sufrimiento en presencia de Dios, Padre de huérfanos,
defensor de viudas. Piensan que están vencidos y desolados aquellos que
muchas veces son separados por la espada de la palabra de Dios, como los padres
de sus hijos, los maridos de sus esposas21; pero estos
abandonados o viudos, tienen la consolación del Padre de los huérfanos y
defensor de las viudas; tienen la consolación de aquél a quien le dicen: Aunque
mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me acogerá22;
y los que perseveraron en el Señor, insistiendo en la oración día y noche23, ante cuya
mirada se turbarán sus enemigos, al ver que de nada les aprovechó, ya que todo
el mundo se va en pos de él24.
7. [v. 7]. De hecho, el Señor, con estos
huérfanos y viudas, es decir, con los abandonados por la sociedad de toda
esperanza terrena, construye para sí un templo, del que dice a continuación: El
Señor está en su lugar santo. Cuál sea este su lugar, lo aclara al decir: Dios,
que hace morar en su casa a los de un mismo sentir; es decir, a los que son
unánimes y están animados de un mismo sentimiento: este es el lugar santo del
Señor. Después de haber dicho: El Señor está en su lugar santo, como si
le preguntáramos en qué lugar, ya que él está íntegro en todas partes, y no lo
contiene ningún espacio corporal, añade a renglón seguido: no lo busquemos
fuera de nosotros; sino más bien en la casa de los que tienen un mismo pensar,
y así merezcamos que él también se digne habitar en nosotros. Este es el lugar
santo del Señor, que muchos hombres buscan tener, para ser escuchados en su oración.
Sean ellos mismos el lugar que buscan; y lo que dicen en sus corazones, es
decir, en estos sus aposentos, se sientan contritos25, habitando
en la casa de un mismo sentir, para ser morada del Señor de la casa grande,
y sean con ellos escuchados en su oración. Porque la casa es grande, y en ella
no sólo hay vasos de oro y plata, sino también de madera y arcilla; unos para
usos honorables, y otros para usos viles. Pero quienes se hayan purificado de
ser vasos viles26, estarán en
la casa de la unanimidad, y serán el lugar santo del Señor. Y así como en
una casa grande de un hombre, el dueño no descana en
cualquier lugar, sino en alguno retirado y más honorable, así tampoco Dios
habita en todos los que están en su casa (no habita, ciertamente en los vasos
de uso vil). Su templo santo son aquéllos a quienes hace habitar de un modo
unánime, o con unas mismas costumbres en su casa. Lo que en griego se dice ?trópoi?, en latín se puede interpretar como
"modos" (modi) o
"costumbres" (mores). Además el griego no tiene: El que
hace habitar (Qui inhabitare
facit), sino solamente: Habitare facit ("hace habitar"). El Señor, pues,
está en su lugar santo. ¿Qué lugar es este? El mismo Dios se lo
construye. Dios, en efecto, hace habitar en su casa a los de unas mismas
costumbres: este es su lugar santo.
8. Y para evidenciar que se edifica este
lugar por su gracia, y no por los méritos anteriores de aquellos para quienes
lo edifica, mira lo que sigue diciendo: Libera a los cautivos con su
fortaleza. Efectivamente, rompe las pesadas cadenas de los pecados, que les
impedían caminar por el camino de sus preceptos; los libera con su fortaleza,
de la que carecían antes de poseer su gracia. Igualmente a los que lo
irritan y que habitan en los sepulcros: es decir, a los completamente
muertos, y dedicados a las obras muertas. Éstos irritan porque oponen
resistencia a la justicia; los prisioneros tal vez quieren caminar y no pueden;
suplican a Dios que se lo conceda, y le dicen: Sácame de mis angustias27.
Y cuando Dios les ha escuchado, le dan gracias diciendo: Rompiste mis
ataduras28.
En cambio, los provocadores de la ira de Dios, que habitan en los sepulcros,
son de aquella clase de personas, a las que se refiere la Escritura en otro
lugar, diciendo: La alabanza de un muerto se desvanece como la de uno que no
existe29.
De ahí se deduce esta afirmación: El pecador, cuando llega al fondo de
la maldad, se hace despectivo30.
Porque una cosa es desear la justicia, y otra hacerle resistencia; una cosa
es querer librarse del mal, y otra distinta el defenderlo en lugar de
confesarlo: a unos y a otros la gracia de Cristo los libra con su fortaleza.
¿Con qué fortaleza, sino con aquélla que les hace luchar contra el pecado hasta
derramar su sangre? De una y de otra clase de personas se consiguen hombres
idóneos para que se edifique la casa santa de Dios: unos los liberados de sus
ataduras, y los otros los que han sido resucitados. Por ejemplo, aquella mujer,
a quien Satanás tuvo cautiva durante dieciocho años31, a una orden
suya se le soltaron las ataduras, y lo mismo, con una
voz venció la muerte de Lázaro32. El que hizo
cosas tales en los cuerpos, puede hacer maravillas mayores en las costumbres, y
lograr habitar en la casa de los que son unánimes, librando con su fortaleza
a los encarcelados, lo mismo que a los que provocaban su ira, y que habitan en
los sepulcros.” (San Agustín, Sermón al pueblo. comentario al salmo 67).
La segunda lectura es de la carta a
los Hebreos (Hb12, 18-19. 22~24a) recoge una serie de reflexiones en las
que el autor quiere exhortar a una vida coherente con todo lo que ha señalado
anteriormente. Destaca aquí la urgencia de una vida
“santa” y en paz (12,14), y presentará en 12,14-29 la santidad, continuara en
el cap 13,1-19 reflexionando sobre la vida en paz con
el prójimo.
En la reflexión se contrastan dos actitudes en “el monte” (vv. 18-24). En
el texto se cita la segunda, esto es- la experiencia salvífica en el monte Sión
(vv.22-24) donde alude a la “Jerusalén del cielo” (cf. 11,10.16). Ciertamente
el contraste viene dado en el Sinaí, como
“emblema” de Israel, y la “Jerusalén
celestial” como imagen de la Iglesia; es la ciudad esperada por los patriarcas
(11,10), la ciudad de descanso del pueblo definitivo (10,16.19). El clima del
Sinaí es de angustia, negativo (e impersonal, ni el pueblo ni Dios aparecen),
no hay relaciones humanas, no hubo alianza, de aquí que no hay nada que lamentar
en que esa etapa haya sido superada. En la experiencia reseñada, en cambio,
todo es encuentro, hay personas, hay Dios, hay fiesta. Dios no es el terrible,
sino el cercano, hay reunión pacífica y fraterna (y sororal, acotemos). El
clima de fiesta (v.22; cf. Dt 7,10) es de alabanza,
asamblea, adoración, de “nueva alianza”. Alianza de una sangre que habla mejor
que la del justo Abel (cuya sangre es un clamor que Dios escucha, Gen 4,10).
Teniendo en cuenta las maravillas del AT el autor las toma para destacar la
superioridad excelente de las cosas nuevas; una liturgia donde miles de ángeles
participan (v.22),
El
monte Sión, sobre el que está edificado Jerusalén, es para el pueblo de Israel,
y también lo es para los cristianos (Apocalipsis) la figura de la ciudad
celestial. Este párrafo dice con imágenes imponentes todo lo que descubre la
persona que se convierte a Cristo y entra en la Iglesia. Con el bautismo entra
en la familia de Dios, de los santos y de los ángeles. Tiene acceso a ese
centro misterioso donde se decide el destino del mundo, y encuentra a Jesús
mismo.
En
la conversión, uno puede tener la experiencia de esto y casi tocar con las
manos estas verdades, pero no debe olvidarlo cuando, después, sobrevengan el
cansancio, la desilusión y las pruebas. En el mundo actual es urgente que los
cristianos sean testigos ante los hombres de la existencia de ese mundo
distinto (nuevo), diverso y joven, bello y pacífico en el que Cristo nos
introdujo con su muerte y su resurrección.
Jesús
es el que posibilita el acceso a ese mundo nuevo. Para expresar esta novedad,
la lengua griega tiene dos adjetivos: uno con que indica un nuevo género de
vida y otro que expresa la juventud del ser.
La
Nueva Alianza fundamentada en Cristo es a la vez un género nuevo de vida y una
formidable irradiación de juventud. El creyente en este Mediador tiene que
llenar de “verdad” y de “vida” estas palabras
El evangelio es de San Lucas (Lc.
14, 1. 7-14). En el texto se describe una de las frecuentes comidas de Jesús,
propias de Lucas. El texto luego de presentar el marco
narrativo (la comida en casa de uno de los jefes de los fariseos) omite el
primer debate sobre el sábado y empieza una serie de temas sobre las comidas.
En primer lugar una intervención al notar que los invitados eligen los
primeros lugares (v.7) que finaliza con
un frecuente dicho errante (v.11; cf. 18,14; Mt 23,12; cf. Sgo
4,6.10; 1 Pe 5,6). Luego se señala un nuevo dicho (v.12), esta vez dirigido a
quien lo había invitado finalizado con una “bienaventuranza” (v.14).
Las diferentes actitudes de Jesús en las comidas –particularmente la
importancia que Lucas les da- muestran elementos que deben destacarse de modo
importante. Tenemos comidas con “publicanos
y pecadores”, en las que lo habitual es la “murmuración” de los testigos, y comidas en casas de fariseos que
parecen seguir en cierto modo el esquema del género literario de los simposios
(Plutarco). Esto es una comida a la que un personaje importante es invitado y
–a partir de algo fuera de lo común que este hace- se desencadena un debate
entre los asistentes. En este caso, lo que Jesús –el invitado- hace, es curar
en sábado ( esto no aparece en el texto litúrgico).
Pero luego de este pequeño diálogo sobre el sábado, encontramos las escenas
mencionadas.
Es bueno destacar que en el mundo antiguo habitualmente no se come sino con
quien
es “como uno”. El esquema visible del “honor” hacía imposible que uno
compartiera la mesa con alguien con menor honor ya que eso manifiesta pública y
visiblemente que uno se reconoce públicamente como des-honroso. Jesús es
invitado porque para los fariseos se trata de alguien de un honor semejante (y
por eso escandaliza cuando come con personas de menor honor, como es el caso de
los publicanos). Sin embargo, hay algunas ocasiones en las que un banquete
incluye gente de los más diversos grados de honor. Es el caso –por ejemplo- de
un homenaje a un benefactor, en el que todo el pueblo participa. Sin embargo,
los lugares en la mesa son indicio visible y evidente de las diferencias de
honor de esos mismos participantes. Junto al agasajado se sientan los
principales, y a medida que se van alejando, el honor es menor, terminando con
clientes y esclavos. Un indicio de esto es que en la mesa no comen todos lo
mismo, y mientras junto al homenajeado se sirven los mejores manjares, en la
otra punta la comida es vulgar. Elegir los primeros lugares es –precisamente-
una manifestación pública y visible del honor con que una persona se
auto-comprende. En este sentido, ir a ubicarse al último lugar es a su vez una
manifestación también visible del lugar que uno mismo se asigna. Es estigmatizante, y a su vez es una manifestación pública del
honor que uno se asigna ante los demás.
Jesús es invitado a casa de un “jefe” (arjontes) de los fariseos. Los
“jefes” suelen ser adversarios de Jesús (23,13.35; 24,20; Hch
3,17; 4,5.8.26; 13,27) pero en este caso parece referir simplemente a un líder
del grupo. Pero ya sabemos que estos quieren ponerle una trampa a Jesús en lo
que diga (11,53-54) y que se “las dan de justos delante de los hombres”
(16,15), por tanto que esta invitación a comer sea un sábado deja abonado el
terreno del conflicto.
En este caso Jesús presenta una parábola (aunque no lo sea precisamente), y
se trata de una boda. Precisamente una fiesta a la que el pueblo entero está
invitado. Es una característica parábola de actitudes contrapuestas (“no te
pongas en el primer lugar” / “ve a sentarte en el último puesto”) que parece
inspirarse en textos sapienciales (Pr 25,6-7; Sir 3,17-20), a lo que se añade la
valorización cultural del “honor”. Ver que “buscan el primer lugar” (prôtoklisias) es
algo que Mt 23,6 había señalado y Lucas en su paralelo de 11,43 había omitido,
quizás para reservarlo a este momento. El honor (v.10) y la vergüenza (v.9)
muestran esta diferencia contrapuesta. Sin embargo, la escena que parecería una
estrategia precisamente para visibilizar el honor ante todo el mundo, finaliza
con un dicho de Jesús que invita a otra lectura.
“Pues
todo el que se ensalce, será humillado y el que se humille, será ensalzado”
(v.11). Evidentemente encontramos aquí también una escena contrastante como la
de la parábola; sin embargo, lo que llama la atención en este caso es la doble
voz pasiva (será humillado / será ensalzado). Como es frecuente en la Biblia
–especialmente en el período post-exílico, la voz
pasiva es un modo frecuente de aludir a Dios sin nombrarlo (obviamente es algo
que se da cuando no es visible quién es el hacedor del verbo). En este caso lo
que se afirma es que Dios ensalzará y Dios humillará. Y esto nos cambia el
enfoque de la escena. No se trata de ser exaltado / humillado por el que nos ha
invitado a la cena, sino por Dios mismo. Esto indica que para Jesús Dios ve
nuestra realidad con otros ojos distintos a aquellos con los que la sociedad ve
a las personas. Los que son tenidos por valiosos (honor significa “valor” para
el mundo antiguo; lo que una persona vale para la sociedad) no necesariamente
son valorados por Dios. Mientras la sociedad contemporánea veía a determinadas
personas (por su oficio, por su familia, por su trayectoria, por ejemplo) con
un honor que los ponía por encima o por debajo de los demás, Jesús nos dice que
Dios no lo ve así; la voz pasiva nos indica que Dios lo ve precisamente a la
inversa. La sociedad de su tiempo valoraba que una persona se mostrara ante
todos como importante, mientras que rechazaba a los que se mostraban humildes;
es interesante notar que la “humildad” era habitualmente tenida por defecto, no
como virtud por los moralistas griegos;; como algo propio
de los esclavos, por ejemplo. El término es propiamente cristiano (recordar que
el término, en la primera lectura no se refiere a la humildad como virtud sino
en referencia a lo intelectual, al aprendizaje). La inversión de los valores en
la dinámica del reino es algo habitual en Lucas: (1,48.52; 3,5; 10,15; 14,11;
18,14; Hch 2,33; 5,31).
En un segundo momento se dirige al que lo había invitado, el jefe de los
fariseos. La sociedad antigua era sumamente fastuosa en sus acontecimientos
públicos: el homenaje a un benefactor debe ser bien visible por todos: un
banquete fastuoso, una estatua o un templo dedicado a una divinidad en su
honor; todo debía hacerse a la vista de todos. Pero precisamente por eso,
también a la vista de todos debía manifestarse la gratitud por los beneficios
recibidos. Si uno era convidado a un banquete importante, debía dar otro
banquete a su vez, y éste debía ser más suntuoso, con más invitados, para
manifestar la gratitud con aquel que nos ha convocado. No ser suficientemente agradecido
era sumamente grave. Jesús, entonces, propone una nueva actitud, nuevamente
contracultural. “Cuando des… no invites” (el mismo esquema que en v.8). Lucas
varía indistintamente las palabras [cena (v.12), boda (v.8), comida (v.12),
recepción (v.13)], y aquí se refiere a una “recepción” (doxê), como la que Leví ofreció a Jesús (5,29). Los cuatro invitados
habituales contrastan ahora con cuatro inesperados: pobres, lisiados, cojos,
ciegos (los mismos cuatro –por otra parte- que se repetirán en la parábola que
viene a continuación (v.21; cf. 7,22 sin “lisiados”); son grupos excluidos del
sacerdocio (Lev 21,17-21) y del banquete
escatológico:
La referencia en primer lugar a los pobres parece ser inclusiva, y puede
leerse: “invita a los pobres, como por ejemplo, a los lisiados, cojos,
ciegos...). El contraste –evidentemente- está dado entre los que pueden y los
que no pueden “invitar a su vez”, es el modo de ser “compasivos, como es
compasivo el Padre” (6,36), como en la escena anterior, Jesús invita a medir
con “la medida del reino”..
Pero esto destaca a su vez otros elementos: por un lado, una renuncia no
sólo a lo visible y exterior, sino también un reconocimiento de una igualdad
explícita que viene dada por la comunión de mesa. Pero esto incluye una renuncia
al honor al que se tiene derecho y en el que se manifiesta –siempre
visiblemente- la valía que la sociedad reconoce a determinada persona o
colectivo. Invitar a los que no tienen honor no es –solamente- un gesto de
“caridad”, es una estigmatización social, un aceptar ser –ante todos- de bajo
honor en la mesa compartida. Por otro lado, la gratuidad, que es algo propio de
la lógica del reino. Éste no se guía con el “do ut des” (te doy y me das)
propio de cierta religiosidad, y la lógica mercantil, sino del simple dar, como
donación de sí.
Una nueva “voz pasiva” que refiere a Dios concluye la unidad: “(Dios) te
recompensará en la resurrección de los justos”. El “banquete” es expresión
escatológica (cf. 13,29) y alude, por lo tanto, a la resurrección, la cual –por
otra parte- era particularmente creída por los fariseos (cf. Hch 23,6).
Para nuestra vida
Las lecturas
de este domingo hacen un gran elogio de dos virtudes cristianas y
humanas sumamente importantes: la humildad y el amor generoso. Cualquier persona
que practique y viva estas dos virtudes cristianas es un santo cristiano. La
humildad religiosa en primer lugar: saber situarnos ante Dios. Dios es nuestro
Padre y nuestro único Señor; nosotros somos hijos de Dios, siervos y empleados
de Dios. Todo lo que tenemos y somos, nuestro ser y nuestro obrar, es de Dios.
Reconocer la soberanía única de Dios sobre nuestras vidas y sobre nuestras
cosas, y actuar en consecuencia, eso es humildad. Somos brazos de Dios y boca
de Dios.
A través de
nosotros Dios quiere llegar a los demás, con nuestros brazos, con nuestros
pies, con nuestras palabras y obras Dios quiere construir entre nosotros su
Reino. Humildad religiosa es aceptar que Dios es Dios y que nosotros somos sus
humildes siervos. También la humildad social es muy importante: saber situarnos
ante los demás. Los demás son nuestro prójimo, nuestros hermanos, hijos de
nuestro mismo Padre,
Es muy útil la
enseñanza de la primera lectura (Eclesiastico). Con
gran facilidad podemos llegar a
envanecernos e inflarnos tanto, que terminamos por invadirlo todo (Cf. 1Cor 1,31),
sofocándolo todo y terminando por sofocarnos a nosotros mismos, no permitiéndole
a Dios que nos impregne de su Espíritu de sabiduría.
Ella nos
permitirá ponernos en plena armonía con Dios, que nos responderá con las
efusiones de su gracia y descubriremos que puede que también los demás
reaccionen hacia nosotros con idénticas muestras de benevolencia y apertura,
colmándonos con una paz que el orgulloso jamás experimentará.
El salmo de hoy nos sitúa en la actitud de
alabanza.
Invitación a la alabanza y motivos. La bondad de Dios se manifiesta en la
protección del humilde e indefenso, y en la providencia amorosa sobre el
pueblo. Dios mira con verdadera piedad paternal a los pobres y humildes. Lo
proclama la experiencia secular de Israel. El Señor Dios merece la alabanza.
Cristo ratificará de forma solemne esa imagen de Dios: pobre, humilde, por los
pobres y humildes de la tierra.
Es una
magnifica reflexión para cada uno de nosotros, en nuestras relaciones sociales,
especialmente con los que consideramos inferiores a nosotros.ratamos
como ios nos trata y trata a cualquier persona?
En la segunda lectura la reflexión está centrada
en el actuar y hablar de Dios. Dios habló en un tiempo… por los profetas…, en los
últimos tiempos habló en el Hijo. Dios habló es la afirmación fundamental. En
el Hijo, la novedad transcendental. El Acontecimiento Cristo, Palabra de Dios,
el tema de la obra.
Dios habló y Dios habla: Dios
continúa hablando. El autor recurre al entonces de la Antigua Alianza para, por
contraste, presentar la hondura y transcendencia de la Nueva Alianza. La comparación
de una con otra atraviesa toda la carta.
Dios habló en el Sinaí a Moisés. Fue
una teofanía tremenda. Dios habló en el Sinaí. En un monte. Monte alto y
apartado. Una masa de tierra tangible. Dios habló sobre la tierra. El lugar era
terreno, de este mundo. Dios habló desde el monte. Habló con voz de trueno, de
forma espantosa. Los hombres no «podían» oír aquella voz. Pidieron que Dios no
les hablara, que les hablara Moisés. En realidad el pueblo no tuvo acceso a
Dios. Aun siendo un monte tangible no se podía tocar. Había amenaza de muerte
sobre el que osara acercarse a él. El pueblo no vio a Dios ni entendió sus
palabras. Necesitaron del intérprete Moisés. La manifestación terrena del Dios
Santo se mostró insoportable. Así fue el «hablar» de Dios entonces.
En cambio, el hablar de Dios AHORA
es diverso. No es un monte tangible, terreno. Es la Ciudad del Dios vivo, la
Jerusalén celestial, la Asamblea de… Es algo divino. Y con ser divino es al
mismo tiempo, bajo otro aspecto, tangible. ¡Tenemos acceso a Dios! Estamos ya
dentro. No está castigada con la muerte la entrada a tan sagrado recinto. Todo
lo contrario,
la Muerte amenaza al que se queda fuera. La Voz de Dios, su
Hijo, es audible. No espanta, atrae; no aterra, consuela; no hiere, sana; no
mata, salva. La Voz del Hijo nos hace hijos; como la voz del siervo Moisés hacía siervos. Jesús no es un mediador; es
el Mediador. Y la alianza es la eterna Alianza. La Voz de Dios se ha hecho
carne nuestra. Jesús no se avergüenza de llamarnos hermanos. No lo rodea
niebla y fuego, sino luz y Espíritu. Por eso, ¡hay que oír su voz!.
Todo esto es el
gran regalos de Dios.
El evangelio nos presenta las reflexiones de
Jesús, con ocasión de la invitación a una comida. Estas son dos: la primera se refiere a la tendencia
casi instintiva que nos empuja a ocupar los primeros puestos en los banquetes,
y, la segunda, a la gratuidad que debe regir dichos convites.
Todos buscan
ocupar los puestos de honor. Esta actitud tiene como resultado alejar al ser
humano de sí mismo (lo ‘aliena’), alejándolo al mismo tiempo de Dios, que
habita en las profundidades de su corazón. No se atiende a la propia realidad
más profunda sino que se termina por depender de las apreciaciones de los
demás. Esto lleva a ‘desperfectos’ en todos los campos (pensemos, para citar un
ejemplo, en algún artista que sólo trabajara buscando el éxito), pero sobre
todo produce ‘desperfectos’ graves en la vida espiritual.
Hasta se puede
llegar a abandonar la fe si esta no asegura los primeros puestos, convirtiendo
a la fe en un trampolín para ponerse en evidencia, para ocupar puestos de
importancia (aunque fuera sólo a los propios ojos y en secreto), para ser
admirados por los demás (baste recordar las enseñanzas de Jesús sobre los
fariseos de todos los tiempos que usualmente se hallan entre las personas más
‘religiosas’), pero al proceder de esta forma se destruye la esencia misma de
la fe.
En ese contexto
Jesús expresa el conocido dicho, “todo el que se exalta será
humillado, y el que se humilla será exaltado”, que nos permite
captar el núcleo de la enseñanza evangélica. En presencia de Dios todo ser
humano se encuentra situado en el lugar justo y adecuado, y la mano del Señor
realiza la elevación de los humildes y la humillación de los soberbios (Ver Sal
113,7 y 1 Pe 5,5-6), tal como lo canta María. Pero es necesario advertir que la
humildad es
una virtud muy difícil de ser vivida y que además corre el riesgo, si no es
correctamente entendida, de suscitar actitudes contrahechas y hasta perversas,
generando búsqueda de méritos y terminando por propiciar comportamientos que
justamente son los que Jesús condena. Es mejor hablar dehumillación-abajamiento, ya
que sólo si aceptamos las humillaciones que provienen de nosotros mismos, de
los demás y de Dios, podremos descubrir nuestra propia indigencia y,
aceptándola, llegar a atisbar, con verdad, lo que significa la humildad
evangélica.
La segunda
reflexión!-, la hace Jesús, dirigiéndose a quien lo recibe, le recomienda:” Cuando
des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus
parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y
quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y
ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la
resurrección de los justos”.
El mensaje es claro,
si queremos ser sus discípulos, debemos expulsar de nuestras vidas la perversa
lógica del ‘intercambio’, de la ‘reciprocidad’, del ‘doy-para-que-me-den’ (Cf. Lc 6,30. 35). La vida de Jesús se desarrolló de acuerdo a
dicha ‘lógica-ilógica’, tal y como lo cantan las Bienaventuranzas y el
Magníficat y tal como, lleno
de la alegría del Espíritu Santo, exclamó en una ocasión Jesús: te bendigo Padre porque has
ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has revelado a los
pequeños (Lc 10,21). Por algo Jesús
concluye sus recomendaciones con una de sus bienaventuranzas: ¡Feliz de ti, porque ellos no
tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los
justos”.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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