viernes, 12 de julio de 2024

Comentarios a las lecturas del XV Domingo del Tiempo Ordinario 14 de julio de 2024

 

Comentarios a las lecturas del XV Domingo del Tiempo Ordinario  14 de julio de 2024

Las lecturas de hoy, la profética y la evangélica, nos pueden permitir hacer un retrato-robot de la identidad del cristiano a partir de los rasgos fundamentales que  caracterizan la misión apostólica. Porque el cristiano, seguidor de Jesucristo, incluso antes  de llamarse así, era aquél que, desde la fe en Jesucristo como Señor, tomaba un nuevo  camino y se ponía en marcha para anunciar la Buena Noticia del Reino y para irla haciendo  realidad. Dejar el antiguo camino (pecado, idolatría, judaísmo, etc). para tomar con otros el  camino hacia el Reino del Padre.

Hoy como ayer, el Señor nos envía a anunciar su Palabra, a curar y consolar a los enfermos, a anunciar la paz que Él trae, la paz del espíritu y ello, aunque nos cueste indiferencia, incomprensión o persecución por su causa, pero, a pesar de ello, siempre habrá lugares donde evangelizar. ¿Cómo puedes y donde el Señor te llama y envia a evangelizar?. ¿Cómo ser profeta en tu vida cotidiana?.


La primera lectura nos sitúa ante el envió como profeta de Amos (Am. 
7, 12-15 ), “ve y profetiza a mi pueblo de Israel”. texto de Am. 7,10-17 es capital para entender la vocación profética y, más en concreto, sus relaciones con los poderes establecidos: el rey y el sacerdote (cfr. Dt. 17-18). El rey del N. tiene su santuario real en Betel, la ciudad tradicionalmente ligada al patriarca Jacob (=Israel), en ella ofician sacerdotes creados por el fundador del reino, Jeroboam I, y que están al servicio del monarca de turno. Este santuario es como el corazón del reino, y así como el reino tiene sus fronteras también el templo es un espacio acotado y controlado por los sacerdotes al servicio del rey.

-Y en este espacio acotado irrumpe algo nuevo e inesperado: la palabra de Dios traída por un profeta de allende las fronteras. Viene de fuera, sin pedir permiso, como tomando posesión; más aún, hace de Betel como una caja de resonancia para que el mensaje resuene en todo el reino: el país no puede soportar sus palabras.

La amenaza de Amós pone en movimiento el mecanismo de la denuncia: Amasías, representante de la religión institucionalizada, denuncia al portador de la palabra divina ante el rey. Y tras la denuncia, la orden de expulsión: en su patria, Judá, podrá desarrollar su actividad profética, pero no en un territorio ajeno. El tinglado religioso no puede desmontarse ni se puede perder la fuente de ingresos. Así el rey y el gran sacerdote pretenden neutralizar la palabra de Dios como si ésta pudiera depender del permiso y de la tolerancia del rey y del sacerdote.

-En ese momento Amós reacciona con más vigor (v.s. 14-17). Amasías ha informado al rey y ha intentado intimidar al profeta, pero Amós no predica por ganarse el sustento cuotidiano... y así se siente libre para proclamar una sentencia soberana. Por medio de su profeta, la palabra divina penetra, se instala, expulsa, actúa en la historia.

El profeta molestaba a demasiada gente: a la casa real, a los funcionarios políticos, a los comerciantes sin moral, a los sacerdotes adictos a las razones de Estado, a las damas de la alta sociedad, a los magistrados corrompidos y corruptores, etc. Más que en defender el origen carismático de su vocación y misión, Amós pone el acento en demostrar que Dios lo ha investido de autoridad para denunciar ahora y aquí los crímenes de Israel y predecir su castigo. Ante una religión que busca instrumentalizar los conceptos de elección y de pacto, para crear en el pueblo un sentido de seguridad respecto a su futuro, Amós denuncia la infidelidad a la alianza. Si puede llamarse revolucionario, sólo lo será en el sentido de que él busca restablecer el orden querido por Dios; la transformación que preconiza es una conversión. El profeta manifiesta que si se entrega a la tarea de denunciar el orden existente es en virtud de una encomienda divina, directamente opuesta a la pretensión de Amasías: "Vete, escapa a la tierra de Judá y come allí tu pan haciendo de profeta" (v 12).

La insistencia en el tema revela el significado primordial del relato: el mensajero no puede elegir su destino sino que debe ser inexorablemente fiel a quien le envía. «¡Ay de mí si no evangelizara!» (1 Cor 9,16).

El conflicto entre Amós y Amasías es el conflicto entre la autoridad de la palabra de Dios y la autoridad del Estado, que se sirve de la religión. El pastor de Tecua no apela al éxtasis ni a la pertenencia a asociaciones proféticas: la única prueba de autenticidad de su palabra es su entrega total a ella. El profeta tiene el valor y la sabiduría de enfrentarse a Amasías no con oscuros razonamientos, sino sólo con la palabra, con los criterios de fe.

 

El salmo responsorial de hoy (Sal. 84) nos prepara, nos invita y nos hace expresar en actitud orante la necesidad de la intimidad y cercanía del Señor. "Muéstranos, señor, tu misericordia y danos tu salvación".

Este salmo está marcado en su totalidad por el tema del "retorno". La situación que dio origen a este salmo no es otra que el regreso de los deportados de Babilonia. Con base en este acontecimiento histórico, considerado como un acto de perdón de Dios, se le pide una nueva gracia. Luego del entusiasmo por el retorno de las primeras caravanas de prisioneros liberados, se encuentra uno súbitamente ante la decepción de lo "cotidiano": la reconstrucción del Templo tomaba tiempo y los enemigos hostigaban sin cesar a los nuevos repatriados (Esdras 4,4).

El plan del salmo es claro:

La primera estrofa recuerda las intervenciones de Dios en el pasado: seis verbos en pasado que tienen a Dios como autor. Luego dos estrofas que expresan la oración actual, y que se resume en dos peticiones: "Haznos volver". "¿No volverás?".

Finalmente el salmista se recoge para "escuchar" la respuesta de Dios en forma de Oráculo: Sí, Dios promete que va a volver, trayendo sus beneficios.

Desde el punto de vista literario, admiremos el juego danzante de repetición de palabras. Once palabras se repiten: regresar, salvación, amor, verdad, justicia, cólera, dar, tierra, pueblo, decir... paz...

Así comenta San Juan Pablo II este salmo: " 1. El salmo 84, que acabamos de proclamar, es un canto gozoso y lleno de esperanza en el futuro de la salvación. Refleja el momento entusiasmante del regreso de Israel del exilio babilónico a la tierra de sus padres. La vida nacional se reanuda en aquel amado hogar, que había sido apagado y destruido en la conquista de Jerusalén por obra del ejército del rey Nabucodonosor en el año 586 a.C.

En efecto, en el original hebreo del Salmo aparece varias veces el verbo shûb, que indica el regreso de los deportados, pero también significa un "regreso" espiritual, es decir, la "conversión". Por eso, el renacimiento no sólo afecta a la nación, sino también a la comunidad de los fieles, que habían considerado el exilio como un castigo por los pecados cometidos y que veían ahora el regreso y la nueva libertad como una bendición divina por la conversión realizada.

2. El Salmo se puede seguir en su desarrollo de acuerdo con dos etapas fundamentales. La primera está marcada por el tema del "regreso", con todos los matices a los que aludíamos.

Ante todo se celebra el regreso físico de Israel:  "Señor (...), has restaurado la suerte de Jacob" (v. 2); "restáuranos, Dios salvador nuestro (...) ¿No vas a devolvernos la vida?" (vv. 5. 7). Se trata de un valioso don de Dios, el cual se preocupa de liberar a sus hijos de la opresión y se compromete en favor de su prosperidad:  "Amas a todos los seres (...). Con todas las cosas eres indulgente, porque son tuyas, Señor que amas la vida" (Sb 11, 24. 26).

Ahora bien, además de este "regreso", que unifica concretamente a los dispersos, hay otro "regreso" más interior y espiritual. El salmista le da gran espacio, atribuyéndole un relieve especial, que no sólo vale para el antiguo Israel, sino también para los fieles de todos los tiempos.

3. En este "regreso" actúa de forma eficaz el Señor, revelando su amor al perdonar la maldad de su pueblo, al borrar todos sus pecados, al reprimir totalmente su cólera, al frenar el incendio de su ira (cf. Sal 84, 3-4).

Precisamente la liberación del mal, el perdón de las culpas y la purificación de los pecados crean el nuevo pueblo de Dios. Eso se pone de manifiesto a través de una invocación que también ha llegado a formar parte de la liturgia cristiana:  "Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación" (v. 8).

Pero a este "regreso" de Dios que perdona debe corresponder el "regreso", es decir, la conversión del hombre que se arrepiente. En efecto, el Salmo declara que la paz y la salvación se ofrecen "a los que se convierten de corazón" (v. 9). Los que avanzan con decisión por el camino de la santidad reciben los dones de la alegría, la libertad y la paz.

Es sabido que a menudo los términos bíblicos relativos al pecado evocan un equivocarse de camino, no alcanzar la meta, desviarse de la senda recta. La conversión es, precisamente, un "regreso" al buen camino que lleva a la casa del Padre, el cual nos espera para abrazarnos, perdonarnos y hacernos felices (cf. Lc 15, 11-32).

4. Así llegamos a la segunda parte del Salmo (cf. vv. 10-14), tan familiar para la tradición cristiana. Allí se describe un mundo nuevo, en el que el amor de Dios y su fidelidad, como si fueran personas, se abrazan; del mismo modo, también la justicia y la paz se besan al encontrarse. La verdad brota como en una primavera renovada, y la justicia, que para la Biblia es también salvación y santidad, mira desde el cielo para iniciar su camino en medio de la humanidad.

Todas las virtudes, antes expulsadas de la tierra a causa del pecado, ahora vuelven a la historia y, al encontrarse, trazan el mapa de un mundo de paz. La misericordia, la verdad, la justicia y la paz se transforman casi en los cuatro puntos cardinales de esta geografía del espíritu. También Isaías canta:  "Destilad, cielos, como rocío de lo alto; derramad, nubes, la victoria. Ábrase la tierra y produzca salvación, y germine juntamente la justicia. Yo, el Señor, lo he creado" (Is 45, 8).

5. Ya en el siglo II con san Ireneo de Lyon, las palabras del salmista se leían como anuncio de la "generación de Cristo en el seno de la Virgen" (Adversus haereses III, 5, 1). En efecto, la venida de Cristo es la fuente de la misericordia, el brotar de la verdad, el florecimiento de la justicia, el esplendor de la paz.

Por eso, la tradición cristiana lee el Salmo, sobre todo en su parte final, en clave navideña. San Agustín lo interpreta así en uno de sus discursos para la Navidad. Dejemos que él concluya nuestra reflexión:  ""La verdad ha brotado de la tierra":  Cristo, el cual dijo:  "Yo soy la verdad" (Jn 14, 6) nació de una Virgen. "La justicia ha mirado desde el cielo":  quien cree en el que nació no se justifica por sí mismo, sino que es justificado por Dios. "La verdad ha brotado de la tierra":  porque "el Verbo se hizo carne" (Jn 1, 14). "Y la justicia ha mirado desde el cielo":  porque "toda dádiva buena y todo don perfecto viene de lo alto" (St 1, 17). "La verdad ha brotado de la tierra", es decir, ha tomado un cuerpo de María. "Y la justicia ha mirado desde el cielo":  porque "nadie puede recibir nada si no se le ha dado del cielo" (Jn 3, 27)" (Discorsi, IV/1, Roma 1984, p. 11). (San Juan Pablo II. Audiencia del miércoles, 25 de septiembre de 2002 ).

 

La segunda lectura de la Carta a los Efesios (Ef. 1, 3-14), El escrito de Pablo que empezamos hoy, conocido como carta a los Efesios, se abre, como de costumbre, con un saludo (v 1s) al que sigue un himno introductorio, probablemente de origen litúrgico, que canta el misterio de Dios oculto desde la eternidad y manifestado ahora (3-14).

Este himno a Cristo, es  una de las cumbres de la literatura paulina. Se expone en él el sentido de Jesucristo en términos totalmente globales y que abarcan toda la historia. Estas líneas intentan nada menos que dar cuenta del plan de Dios respecto al hombre y del puesto y misión de Cristo en ese plan.

En el saludo, las palabras «por designio de Dios» expresan la comprensión que Pablo tiene de sí mismo como cristiano: es lo que es sólo porque Dios lo ha querido así y por obra suya. Esta comprensión de sí mismo en Pablo es fundamental, ya que orienta toda su vida. El pensamiento cristiano, que ve el designio de Dios en la totalidad de la propia vida, manifiesta la insuficiencia de un humanismo que cree que lo que el hombre es y puede llegar a ser está totalmente en su mano.

En la primera estrofa (vv. 3-6) se expone básicamente ese plan en un contexto de acción de gracias. Aparece la predestinación y elección del hombre por parte de Dios. Predestinación a ser hijo de Dios, no a ninguna otra cosa como luego entendieron los calvinistas. El destino a ser hijos es lo primero, aunque aparezca después, en el texto la santidad. Se destaca la libre, absolutamente libre, iniciativa de Dios.

Nada hay, sino su amor, que explique por qué ha puesto en marcha este plan. La segunda estrofa (7-10): la acción del Hijo. La constante repetición de fórmulas referidas a Cristo hacen ver la importancia de su persona. A través de Jesucristo se va realizando el proyecto.

Este himno cristológico   resume la fe de los cristianos de los primeros tiempos en Cristo Jesús. Es una auténtica oración, una contemplación teológica de todo el plan salvífico de Dios. Todo el himno es una alabanza a Dios por habernos bendecido en Cristo. La bendición era un componente esencial de la promesa que Dios le había dado a Abraham (Génesis 12:1-3). Esta bendición nos da la historia del Antiguo Testamento. Esta bendición daba la identidad al pueblo de Israel.

Esta bendición culmina en la persona de Jesús. Jesús es la bendición prometida a Abraham (Gálatas 3:16). Jesús es la única fuente de bendición. En el centro de la bendición resuena el vocablo griego mysterion, un término asociado habitualmente a los verbos de revelación («revelar», «conocer», «manifestar»). En efecto, este es el gran proyecto secreto que el Padre había conservado en sí mismo desde la eternidad (cf. v. 9), y que decidió actuar y revelar «en la plenitud de los tiempos» (cf. v. 10) en Jesucristo, su Hijo.

El nos ha elegido desde toda la eternidad para ser sus hijos en su Hijo, para que vivamos una vida de amor y de acción de gracias, para reproducir en nosotros la imagen de su Hijo querido. Dios tiene un plan desde antes de la fundación del mundo. No es una adaptación agregado después que el hombre pecó. Antes de la creación, sabía que Jesús iba a la cruz.

 “"... Dios nos escogió en Cristo ..." (Efesios 1:4)

Nos predestinó para adopción como hijos…” (Efesios 1:5)

 “… Para la alabanza de su gloría …” (Efesios 1:6)

Cristo es así nuestro Señor y nuestro hermano: el que con su sangre borra nuestro pecado, y nos llena de la gracia y del favor del Padre. Cristo, es la síntesis y el cumplimiento del plan de Dios: en El, todos nosotros y toda la creación somos una sola cosa; El es el centro de todo, y nosotros no podemos menos de girar en su órbita, y vivir en una segura esperanza de la herencia que nos está destinada.

  En nuestro momento histórico es importe tener claro y valorar en todas sus consecuencias esta recapitulación de todo en Cristo. . La cual recapitulación es el punto final del proceso comenzado por la iniciativa divina aún antes de la creación. Es hacer que toda la humanidad reconozca a Cristo como Señor, se someta a El y El a su vez la una con Dios, de forma que Dios sea todo en todas las cosas (I Cor, 15, 27-28). La última estrofa (11, 14), es una especie de aplicación concreta de esta gran construcción. El arco de bóveda abarca toda la historia, apoyándose en cada uno de sus extremos. Cristo no deja fuera a nadie ni a nada. La recapitulación es la manera de llegar a ser hijos. Nadie puede pensar que el plan divino no va con él.

Pero de hecho sucede a menudo que cada vez,  hay más agnósticos. En gran parte es nuestra responsabilidad hacer que esto no suceda, no con imposiciones o predicaciones que todavía alejan a más gente y hacen más increíble este plan, sino con amor a la gente real. Este es el reto que los cristianos tenemos en este momento de nuestra historia.

 

El evangelio de hoy del evangelista San Marcos,  (Mc. 6, 7- 13 ) nos sitúa ante el envío de Jesús: "En aquel tiempo llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos".

Ante el rechazo de Jesús por sus paisanos, San Marcos comentaba el domingo pasado: "Y se extrañaba de aquella falta de fe y recorría las aldeas de alrededor enseñando" (Mc. 6, 6). Acto seguido añade los versículos que leemos hoy. En ellos se conserva el colorido localista de Palestina.

Los vs. 7 y 12 nos remiten a Mc. 3, 13-15. Son su realización. El envío por parejas era una costumbre habitual en el judaísmo. Según la legislación judicial judía, para la validez de un testimonio se requerían al menos dos varones adultos. Los doce, enviados de dos en dos, serán testigos de Jesús, darán testimonio en favor de él en un momento en que los indicios de rechazo de Jesús empiezan a hacer su aparición con fuerza (cfr. Mc. 3, 6; 6, 1-6).

La misión de los doce no es para enseñar (esto es específico de Jesús), sino para proclamar la conversión (v. 12; cfr. 3, 14). El término conversión nos remite a la proclamación programática de Jesús y connota una urgencia, dada la cercanía del La semántica básica del término expresa un cambio radical de mentalidad, un giro copernicano en las categorías mentales, las cuales, a su vez, determinan la actuación del hombre.

Fijémonos en  la insistencia en la pobreza como condición indispensable para la misión: ni pan, ni morral, ni dinero, sino sólo calzado corriente, un bastón y un solo manto (versículos 8-9). Se trata de una pobreza que es fe, libertad y ligereza. Ante todo, libertad y ligereza; un discípulo cargado de equipaje se hace sedentario, conservador, incapaz de captar la novedad de Dios y demasiado hábil para encontrar mil razones utilitarias y considerar irrenunciable la casa donde se ha instalado y de la que no quiere salir (¡demasiadas maletas que hacer y demasiadas seguridades a las que renunciar!). Pero la pobreza es también fe; es la señal de que uno no confía en sí mismo, de que no quiere estar asegurado a todo riesgo.

Hay finalmente un tercer aspecto que no conviene olvidar: la atmósfera "dramática" de la misión. Quizás sea ésta la nota dominante de todo el capítulo. Está la dramaticidad de la repulsa y la dramaticidad de la contradicción. Dos sufrimientos que el discípulo tiene que arrastrar con valentía. La repulsa está ya prevista (versículo 11): la palabra de Dios es eficaz, pero a su modo. El discípulo tiene que proclamar el mensaje y jugárselo todo en él.

Al discípulo se le ha confiado una tarea, pero no se le ha garantizado el resultado. La otra dramaticidad, la de la contradicción, todavía es más interior a la naturaleza misma de la misión. El anuncio del discípulo no es una instrucción teórica, sino una palabra que actúa, en la que se hace presente el poder de Dios, una palabra que compromete y frente a la cual es preciso tomar una postura. Por tanto, es una palabra que sacude, que suscita contradicciones, que parece llevar la división en donde había paz, el desorden en donde había tranquilidad. La misión es, como dice Marcos, una lucha contra el maligno; donde llega la palabra del discípulo, Satanás no tiene más remedio que manifestarse, tienen que salir a la luz el pecado, la injusticia, la ambición; hay que contar con la oposición y con la resistencia. Por eso el discípulo no es únicamente un maestro que enseña, sino un testigo que se compromete en la lucha contra Satanás de parte de la verdad, de la libertad y del amor.

Los doce deben ser ellos mismos signo visible de la conversión que proclaman. En las circunstancias concretas de su momento histórico, los doce no necesitan más bagaje de un bastón, que casi resultaba imprescindible como protección, y unas sandalias, sin las que no se podía caminar por el suelo pedregoso de Palestina. La fuerza y credibilidad de su misión no estriban en los modelos socioeconómicos constituidos. Este es el significado del v. 9. Los vs, 10-11, en cambio, se mueven en otros campos de significación: el de la urgencia de dedicación a la proclamación (v. 10) y el de la gravedad que lleva consigo el rechazo del proclamador o de su proclamación.

La misión de los doce busca provocar una transformación.

El alcance de esta transformación queda puesto de manifiesto en el poder que Jesús les confiere sobre los espíritus inmundos. Esta expresión mitológica engloba todo lo que de inhumano y hostil destruye al hombre. La transformación no se reduce a la sola dimensión espiritual, sino que afecta a la totalidad del hombre. La conversión tiene también una dimensión material como elemento constituyente.

 

Para nuestra vida.

La llamada de Dios a Amós, la llamada de Jesús a los Doce, y el propio ejemplo de San Pablo que habla en la segunda lectura, no son casos excepcionales, propios de un sector de los cristianos (curas y obispos, por ejemplo). Curas y obispos realizan su tarea evangelizadora de un modo más institucional, por así decirlo. Pero la llamada es para todos. En este sentido, el ejemplo de Amós en la primera lectura, es significativo: él no es un profesional de la profecía, vinculado a tal o cual santuario, sino que es un individuo normal, un pastor y campesino que se siente llamado a dar a conocer a su pueblo la llamada de Dios. Y como él, todo cristiano ha sido llamado a esto: a coger el bastón y las sandalias, a ir por el mundo sacando demonios e invitando a cambiar el corazón. Y en cada época y en cada situación deberá verse qué es lo que esto significa.

En nuestra situación, en una sociedad que ya no es cristiana (que es "país de misión"), significa ante todo que la Iglesia no puede sentirse satisfecha teniendo mucha gente enrolada en consejos parroquiales, organizaciones, catequesis... como si el ideal fuera esto: que los cristianos se pasaran muchas horas en el interior de la iglesia, de manera que la iglesia se convierta en una especie de club que encierre y tranquilice a la gente. Las organizaciones de iglesia serán válidas si sirven para esto: para que los cristianos sean en el mundo verdaderos testigos de la fe.

Y significa, en segundo lugar, que la Iglesia como tal debe presentarse ante el mundo como un verdadero testigo transparente del amor de Dios. La iglesia esta llamada a  hacerse solidaria con los anhelos y preocupaciones de los hombres para llevarles la Buena Nueva que Jesucristo le encargó comunicar.

 

En la primera lectura se nos presenta a Amós como profeta es un ejemplo que debe servirnos a todos, cuando predicamos el evangelio. La obligación de todo cristiano es ser fiel al evangelio, guste o no guste a los jefes religiosos o políticos. Aunque esto no haya sido siempre así en la historia de nuestra Iglesia, sí es verdad que así lo hicieron los mártires y muchos de los grandes santos.

Este pastor y campesino del siglo VIII a. C., está en un contexto donde el pueblo escogido se encontraba por entonces, dividido en dos reinos.  Amos era  un pobre hombre del sur, de Judá y ha ido a profetizar al reino del norte. El rey se enoja, evidentemente, y manda que lo expulsen. Un hombre pobre, pastor de oficio y conservador a destajo de los frutos de los sicomoros. Son estos unos árboles corrientes por aquellas tierras. Es un árbol majestuoso, de hoja semejante a la de la morera, pero de fruto muy parecido al higo.

Amós condenó la injusticia social y la violencia del lujo, la depravación religiosa y el formalismo de un culto vacío; anunció por vez primera el castigo del Día de Yahvé y el exilio del Reino del Norte. Habló donde era preciso hablar y en el momento oportuno, que es cuando hablan los profetas y callan los maestros y sacerdotes que viven de su oficio. Por eso sus palabras resultaron insoportables. No es de extrañar que le salga al paso el sumo sacerdote Amasías que, como buen funcionario, debe velar por los intereses del rey de Israel. Amasías denunciaría la predicación del profeta Amós ante Jeroboán II. Amós le responde enérgicamente y le dice que si él predica la palabra de Dios no lo hace por vocación humana o por simple interés, sino porque Dios le ha mandado profetizar contra Israel. Por encima de la voluntad de Amasías y la presión del poder está la autoridad indiscutible de Dios, que le dice “ve y profetiza”. Amós es claro exponente del profetismo, que encarna siempre una fidelidad a la vocación de Señor, no de capricho, ni de ambición. Ser profeta significa sin duda ser persona incómoda. Pero es un signo de fidelidad y una muestra, para quien le escuche, de que Dios no olvida a nadie.

Las palabras de Amós son muy duras y a la vez muy claras. Autoridades religiosas que acotan el lugar sagrado, profetas y funcionarios del templo que viven de él, porque no saben dedicarse a otra cosa, y que tratan de proteger su sustento aunque sea a costa del mensaje evangélico... son muy abundantes. ¡Que cada cual cargue con la vela que le corresponda!.

 

El salmo responsorial de hoy, presenta la realidad humana en su historicidad cotidiana. El pasado, el presente, el porvenir. Así como el pueblo de Israel recordaba los beneficios que Dios le había hecho en el pasado, para tener seguridad de su protección en el futuro, nosotros también, en los días de prueba, debemos recordar las gracias que han marcado nuestra infancia, nuestra juventud, nuestro pasado. Actualizando la primera estrofa del salmo, podemos decir: "Señor, Tú has hecho esto con-migo... Tú me has concedido esto o aquello... Tú me has perdonado...".

La tierra responde al cielo, el cielo responde a la tierra. La afirmación, "la verdad brotará de la tierra, y del cielo penderá la justicia", no es sólo una imagen maravillosa, sino la definición misma de la "religión": religar, establecer relación, entre la tierra y el cielo, entre el hombre y Dios. Los campanarios, los minaretes, y todas las arquitecturas religiosas del mundo, apuntan hacia el cielo como una especie de signo simbólico.

El salmo nos recuerda, el optimismo bíblico. La Biblia es más optimista y moderna, ya que nos habla de una especie de encuentro recíproco: la tierra busca al cielo y el cielo busca a la tierra..."la verdad brotará de la tierra". Ha habido épocas en que se ha querido rebajar al hombre como si fuera totalmente incapaz de descubrir la verdad.

Amor y verdad se encuentran, justicia y paz se abrazan. ¡Qué equilibrio en estos "encuentros", en estos "besos"! Con frecuencia oponemos estas realidades. Insistimos en la caridad y caemos en una especie de subjetivismo que nos hace abandonar verdades fundamentales. O bien, somos en tal forma defensores de la verdad, que olvidamos la caridad más elemental hacia los adversarios con quienes estamos en desacuerdo. Hay que unir "amor y verdad" para no caer ni en el sectarismo, ni en el sentimentalismo bonachón. Tengo miedo de la gente que "posee la verdad" y no tiene amor. Pero temo igualmente a las personas que hablan de "amor" y no tienen el rigor de análisis para descubrir la verdad en situaciones y doctrinas.

Es necesario por otra parte reconciliar la "justicia" y la "paz". El mundo moderno habla mucho de "luchas", de "combates", de "justicia"... Y esto está bien. Pero también hay que construir la "paz", el "diálogo", la "concordia".

Detrás de las palabras de este salmo, avizoramos los conflictos sociales que sacuden nuestro mundo, nuestras familias, nuestras empresas, nuestra Iglesia.

"Escucho... ¿qué dirá el Señor Dios?". Dejemos resonar en nosotros estas palabras, este interrogante. Estemos a la escucha de Dios. Nos quejamos con frecuencia del "silencio de Dios". ¿Dejamos que El nos hable? ¿Aceptamos que El contradiga nuestros puntos de vista y no esté de acuerdo con nosotros? ¿Estamos dispuestos a escucharlo? ¿Estamos dispuestos a construir con El el mundo de paz-amor-verdad-justicia... que nos "pide" hacer?

Dios y el hombre se buscan mutuamente, se miran el uno al otro. Al observar las ojivas que estructuran las bóvedas de nuestras catedrales, se ve justamente este doble movimiento, estas dos búsquedas que se apoyan la una sobre la otra, y no pueden mantenerse la una sin la otra. La gracia y la libertad son necesarias. La gracia, sin la respuesta del hombre, es estéril desgraciadamente. El esfuerzo del hombre sin la gracia está abocado al fracaso. Señor, inclínate hacia mí, mientras me esfuerzo por hacer germinar mi vida.

 

Hoy  hemos escuchado en la segunda lectura, un himno tomado de la carta a los Efesios (cf. Ef 1,3-14), un himno que se repite en la liturgia de las Vísperas de cada una de las cuatro semanas. Este himno es una oración de bendición dirigida a Dios Padre. Su desarrollo delinea las diversas etapas del plan de salvación que se realiza a través de la obra de Cristo.

En el himno las etapas de ese plan se señalan mediante las acciones salvíficas de Dios por Cristo en el Espíritu. Ante todo -este es el primer acto-, el Padre nos elige desde la eternidad para que seamos santos e irreprochables ante él por el amor (cf. v. 4); después nos predestina a ser sus hijos (cf. vv. 5-6); además, nos redime y nos perdona los pecados (cf. vv. 7-8); nos revela plenamente el misterio de la salvación en Cristo (cf. vv. 9-10); y, por último, nos da la herencia eterna (cf. vv. 11-12), ofreciéndonos ya ahora como prenda el don del Espíritu Santo con vistas a la resurrección final (cf. vv. 13-14).

Desde el himno cristológico de efesios demos también nosotros gracias a Dios y alabémosle por habernos dado a su Hijo, como camino, verdad y vida. Toda nuestra vida, como dice el salmo, debe ser un sacrificio de alabanza a Dios. 

De este himno dice San Juan Pablo II " 1. El espléndido himno de «bendición», con el que inicia la carta a los Efesios y que se proclama todos los lunes en la liturgia de Vísperas, será objeto de una serie de meditaciones a lo largo de nuestro itinerario. Por ahora nos limitamos a una mirada de conjunto a este texto solemne y bien estructurado, casi como una majestuosa construcción, destinada a exaltar la admirable obra de Dios, realizada a nuestro favor en Cristo.

Se comienza con un «antes» que precede al tiempo y a la creación: es la eternidad divina, en la que ya se pone en marcha un proyecto que nos supera, una «pre-destinación», es decir, el plan amoroso y gratuito de un destino de salvación y de gloria.

2. En este proyecto trascendente, que abarca la creación y la redención, el cosmos y la historia humana, Dios se propuso de antemano, «según el beneplácito de su voluntad», «recapitular en Cristo todas las cosas», es decir, restablecer en él el orden y el sentido profundo de todas las realidades, tanto las del cielo como las de la tierra (cf. Ef 1,10). Ciertamente, él es «cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo» (Ef 1,22-23), pero también es el principio vital de referencia del universo.

Por tanto, el señorío de Cristo se extiende tanto al cosmos como al horizonte más específico que es la Iglesia. Cristo desempeña una función de «plenitud», de forma que en él se revela el «misterio» (Ef 1,9) oculto desde los siglos y toda la realidad realiza -en su orden específico y en su grado- el plan concebido por el Padre desde toda la eternidad." (San Juan Pablo II. Audiencia general del Miércoles 18 de febrero de 2004).

San Ireneo, reconoce que «no hay más que un solo Dios Padre y un solo Cristo Jesús, Señor nuestro, que ha venido por medio de toda "economía" y que ha recapitulado en sí todas las cosas. En esto de "todas las cosas" queda comprendido también el hombre, esta obra modelada por Dios, y así ha recapitulado también en sí al hombre; de invisible haciéndose visible, de inasible asible, de impasible pasible y de Verbo hombre» (San Irineo. Contra las herejías).

¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? El "misterio" ha quedado revelado. No hay azar. Dios tiene un "plan": Dios ha creado para nosotros el mundo, casa abierta para los hijos de Dios. No vamos a la deriva, caminamos hacia una meta: todos los hombres reunidos en torno a Cristo formando un inmenso Cuerpo, la humanidad regenerada sentada en torno a la mesa familiar, el encuentro definitivo de los hombres con Dios y de los hombres entre sí.

El  himno, para entenderlo es preciso que lo escuchemos como dicho para nosotros, hasta llegar -en cierto modo- a cantarlo nosotros mismos. Sólo con esta actitud, y no por la curiosidad de examinar la "realidad" de que se habla, podremos comprender que Dios nos bendiga con su bendición (3). El mundo y la vida que se cantan en el himno parecen extraños a la vida y al mundo nuestro de aquí. Pero no es así, ya que, aunque apenas se alude, en realidad nos abre a una nueva forma de comprendernos a nosotros mismos, lo que supone una nueva manera de vivir en relación con nosotros y con los demás. No seremos los mismos -para con nosotros y para los demás-, ni nos comportaremos de la misma forma, si nos consideramos todos bendecidos (3), elegidos de antemano para ser santos (4), escogidos en orden a una filiación adoptiva por parte de Dios (5), redimidos, perdonados (7), llenos de gracia por obra del Señor, rebosantes de sabiduría e inteligencia (8). Lo que se ha realizado en Cristo no es sólo para la salvación de unos cuantos; el designio de Dios es «hacer la unidad del universo en Cristo, de lo terrestre y de lo celeste» (10). Y, al final, en nuestro interior, tal vez caeremos de rodillas ante el misterio del hombre, que no es otro sino el de ser el lugar del misterio de Dios, donde llega a hacerse realidad la obra de Dios en Cristo.

Esto no son sólo palabras bonitas, promesas sin garantía. Entre nosotros vive un hombre en quien se ha cumplido ya todo esto: Jesucristo, muerto para resucitar. Tenemos además en nosotros el fermento de la metamorfosis futura: el Espíritu Santo. Tenemos, más o menos arraigado en nosotros, ese espíritu filial de fe y confianza que ilumina a tantos corazones cuando penetran este misterio y entran en este plan.

Cada eucaristía recordamos este proyecto de Dios, participamos en él y esperamos que termine por ser realidad total. Cada día de la semana, cada acontecimiento de nuestra vida, es una etapa en el camino de Dios.

 

El evangelio nos sitúa ante la misión. Los doce habían sido escogidos para que "estuvieran con él y enviarlos a predicar" (3, 14-15). En los capítulos anteriores les hemos visto separarse de la gente y seguir a Jesús, escuchar y aprender, vivir en comunidad con él; ahora (6, 7-13) Marcos nos muestra la otra dimensión del discípulo, la misionera. Las pocas palabras de Marcos (versículos 7-13) son muy densas del significado y constituyen, dentro de su brevedad, una especie de regla misionera.

Para describir la misión de los discípulos usa Marcos las mismas palabras que utiliza a través de todo el evangelio para describir la misión de Jesús: predicaban la conversión, curaban a los enfermos, echaban a los demonios (versículos 12-13). La misión de los discípulos depende totalmente de la de Cristo y encuentra en ella su motivación y su modelo. Cristo supone en el discípulo esta triple conciencia: conciencia del origen divino de su misión ("los envió"), esto es, de una actividad querida por otro y no decidida por nosotros mismos; de un proyecto en que estamos metidos pero sin ser nosotros los directores de escena; la conciencia de salir de si mismo y de ir a otro sitio, a lugares nuevos, continuamente de viaje; la conciencia finalmente de poseer un mensaje nuevo y alegre que comunicar a los demás.

El envío por parejas era una costumbre habitual en el judaísmo. Según la legislación judicial judía, para la validez de un testimonio se requerían al menos dos varones adultos. Los doce, enviados de dos en dos, serán testigos de Jesús, darán testimonio en favor de él en un momento en que los indicios de rechazo de Jesús empiezan a hacer su aparición con fuerza. La misión de los doce no es para enseñar, sino para proclamar la conversión, que  expresa un cambio radical de mentalidad, un giro copernicano en las categorías mentales, las cuales, a su vez, determinan la actuación del hombre. La misión de los doce busca provocar una transformación. Los doce deben ser ellos mismos signo visible de la conversión que proclaman. En las circunstancias concretas de su momento histórico, los doce no necesitan más bagaje que un bastón, que casi resultaba imprescindible como protección, y unas sandalias, sin las que no se podía caminar por el suelo pedregoso de Palestina.

Los consejos de Jesús al  envío de los apóstoles nos habla de la pobreza. La pobreza no debemos entenderla como miseria y falta de lo necesario para vivir, sino como sobriedad y austeridad en nuestros gastos. Además de ser pobres en este sentido, la pobreza cristiana debe tener siempre una dimensión social; así lo predicaba siempre san Agustín con su palabra y con su ejemplo: en los monasterios agustinianos no había diferencia alguna económica entre los monjes, porque todo era de todos y lo que les sobraba lo daban a los pobres. San Agustín decía a sus fieles que lo que no necesitaban, los bienes superfluos, se lo dieran a los pobres, porque los bienes superfluos de los ricos son los bienes necesarios de los pobres.  

"Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja". Es evidente que los tiempos han cambiado, pero el mensaje que nos transmiten estas palabras del evangelio sigue siendo válido para nosotros, nos recuerdan el valor de puro medio que tienen los bienes materiales y como no debemos estar apegados a ellos.

"Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban". La predicación cristiana debe tener siempre estas dos dimensiones: predicar el evangelio, la Palabra de Dios, y hacer el bien a las personas a las que se predica. Así lo hacía Cristo y así lo hicieron todos los verdaderos profetas cristianos. Hablar es necesario, pero no es suficiente; las palabras deben estar siempre corroboradas con las obras. Si uno habla y habla, y lo que dice es verdad, pero sus acciones son contrarias a sus palabras, automáticamente está perdiendo credibilidad.

¿Cómo es nuestro predicar y nuestro testimonio?. Si los cristianos del siglo XXI, además de predicar el evangelio lo cumpliéramos de verdad, el mundo nos vería como veían a los cristianos de los primeros siglos, con admiración y respeto. Las palabras hoy día están bastante devaluadas, porque nuestros gobernantes están acostumbrados a decirnos unas cosas y a hacer otras, y los grandes medios de comunicación son más servidores de quienes les pagan que de la verdad. En cambio, los más grandes santos de nuestro calendario cristiano fueron personas que sobresalieron tanto por sus hechos como por sus palabras. Hagamos nosotros lo mismo, si queremos ser cristianos de verdad hoy.

Rafael Pla Calatayud.

rafael@betaniajerusalen.com

 

sábado, 29 de junio de 2024

Comentario a las Lecturas del XIII Domingo del Tiempo Ordinario 30 de junio 2024

En la primera lectura (Sb. 1,13-15; 2, 23-25 ), se nos habla del designio salvador de Dios"Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes" (Sb 1, 13).

El libro de la Sabiduría, probablemente el último de los del Antiguo Testamento, fue escrito el siglo primero o segundo antes de Jesucristo, en el ambiente de la diáspora, es decir, en aquellos grupos de judíos que vivían lejos de Israel, en ciudades paganas. Seguramente fue escrito en Alejandría de Egipto, una ciudad en la que residía una numerosa colonia judía, que tenía que convivir y confrontarse con la mayoría helénica que le rodeaba.

El libro quiere ser una afirmación de la fe de Israel para sostener a los creyentes en medio de la variedad de sistemas religiosos y filosóficos en los que se hallaban inmersos, y en medio del clima relativista de costumbres y criterios morales, que hacían que los israelitas fieles fueran a menudo mal vistos y a veces incluso perseguidos. Pero al mismo tiempo esta afirmación de fe es explicitada en diálogo con el mundo helénico: el libro, en efecto, asume y utiliza categorías de la cultura helénica circundante.

El autor del libro de la Sabiduría dirige su escrito a judíos que vivían en la diáspora (posiblemente en Alejandría) y que, al contacto con la nueva cultura griega, se reían de la fe de sus mayores (en el libro se les denomina "impíos"). El autor no tiene miedo alguno en asimilar esta cultura y realizar una "transculturalización". A la luz de la dicotomía griega alma-cuerpo (inmortal-mortal), profundiza en los conceptos tradicionales de vida y muerte, obteniendo una concepción que sonaba como revolucionaria a sus compatriotas.

El doble fragmento que hoy leemos (son dos breves fragmentos unidos: 1,13-15 y 2,23-25) presenta un elemento fundamental de la afirmaci6n de fe frente al materialismo ambiental: Dios es el Dios de la vida, y llama a los hombres a vivir esta misma vida suya. El primer fragmento (hasta "inmortal") hace la afirmación general: Dios ha creado el mundo y al hombre para la vida, y todo lo que Dios es ("la justicia") conduce a la vida por siempre.

-1, 13-15 sirve de conclusión a todo el cap, 1, en el que los gobernantes de la tierra son invitados a buscar la justicia, a Dios. Los que así obran no encontrarán la muerte, sino la sabiduría y la vida.

- la segunda parte de nuestra lectura (2, 23-24), resalta  que el hombre no es un ser para la muerte; sino un ser para la vida eterna. Esto es lo querido por Dios.

El autor no habla de un paraíso perdido. No niega que exista la muerte, pero contempla las cosas en el conjunto de la creación y ve que todas las cosas tiene una finalidad y un objetivo.

 

El salmo de hoy ( Sal 29, 2 y 4. 5 6. 11 y 12a y 13b) es un salmo de petición y acción de gracias.

Este es un salmo de "todah", de "jubilosa acción de gracias", de "eucaristía". El verbo "dar gracias" aparece tres veces, y es la palabra final del salmo. El vocabulario de alegría es abundante: "fiesta" (2 veces), "exaltar", "gritos de alegría", "felicidad", "danza", "vestido de fiesta".

El "ropaje midráshico", es decir la "situación concreta evocada" es esta: un enfermo importante, en peligro de muerte, ha sido curado... Esta situación evoca la experiencia de Israel, que después de la agonía del exilio reencuentra la alegría de la alabanza. El pueblo de Israel consideró esta liberación como una especie de "Resurrección": "me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa".

Así comenta San Juan Pablo II: Dios disipa la gran pesadilla, el miedo a la muerte . Meditación sobre el Salmo 29 " Este himno de gratitud posee una gran fineza literaria y se basa en una serie de contrastes que expresan de manera simbólica la liberación obtenida gracias al Señor.

De este modo, al descenso «a la fosa» se le opone la salida «del abismo» (versículo 4); a su «cólera» que «dura un instante» le sustituye «su bondad de por vida» (versículo 6); al «lloro» del atardecer le sigue el «júbilo» de la mañana (ibídem); al «luto» le sigue la «danza», al «sayal» luctuoso el «vestido de fiesta» (versículo 12).

Pasada, por tanto, la noche de la muerte, surge la aurora del nuevo día. Por este motivo, la tradición cristiana ha visto este Salmo como un canto pascual. Lo atestigua la cita de apertura que la edición del texto litúrgico de las Vísperas toma de una gran escritor monástico del siglo IV, Juan Casiano: «Cristo da gracias al padre por su resurrección gloriosa».

2. El que ora se dirige en varias ocasiones al «Señor» --al menos ocho veces--, ya sea para anunciar que le alabará (Cf. versículos 2 y 13), ya sea para recordar el grito que le ha dirigido en tiempos de prueba (Cf. versículos 3 y 9) y su intervención liberadora (Cf. versículos 2, 3, 4, 8, 12), ya sea para invocar nuevamente su misericordia (Cf. versículo 11). En otro pasaje, el orante invita a los fieles a elevar himnos al Señor para darle gracias (Cf. versículo 5).

Las sensaciones oscilan constantemente entre el recuerdo terrible de la pesadilla pasada y la alegría de la liberación. Ciertamente, el peligro que ha quedado atrás es grave y todavía provoca escalofríos; el recuerdo del sufrimiento pasado es todavía claro y vivo; hace muy poco tiempo que se ha enjugado el llanto de los ojos. Pero ya ha salido la aurora del nuevo día; a la muerte le ha seguido la perspectiva de la vida que continúa.

3. El Salmo demuestra de este modo que no tenemos que rendirnos ante la oscuridad de la desesperación, cuando parece que todo está perdido. Pero tampoco hay que caer en la ilusión de salvarnos solos, por nuestras propias fuerzas. El salmista, de hecho, está tentado por la soberbia y la autosuficiencia: «Yo pensaba muy seguro: "no vacilaré jamás"» (versículo 7).

Los Padres de la Iglesia también reflexionaron sobre esta tentación que se presenta en tiempos de bienestar, y descubrieron en la prueba un llamamiento divino a la humildad. Es lo que dice, por ejemplo, Fulgencio, obispo de Ruspe (467-532), en su «Carta 3», dirigida a la religiosa Proba, en la que comenta este pasaje del Salmo con estas palabras: «El salmista confesaba que en ocasiones se enorgullecía de estar sano, como si fuera mérito suyo, y que así descubría el peligro de una enfermedad gravísima. De hecho, dice: ¡"Yo pensaba muy seguro: 'no vacilaré jamás'"! Y, dado que al decir esto, había sido abandonado del apoyo de la gracia divina, y turbado, cayó en su enfermedad, siguió diciendo: "Tu bondad, Señor, me aseguraba el honor y la fuerza; pero escondiste tu rostro, y quedé desconcertado". Para mostrar que la ayuda de la gracia divina, aunque ya se cuente con ella, tiene que ser de todos modos invocada humildemente sin interrupción, añade: "A ti, Señor, llamo, suplico a mi Dios". Nadie pide ayuda si no reconoce su necesidad, ni cree que puede conservar lo que posee confiando sólo en sus propias fuerzas» (Fulgencio de Ruspe, «Las Cartas» --«Le lettere»--, Roma 1999, p. 113).

4. Después de haber confesado la tentación de soberbia experimentada en tiempos de prosperidad, el salmista recuerda la prueba que le siguió, diciendo al Señor: «escondiste tu rostro, y quedé desconcertado» (versículo 8).

Quien ora recuerda entonces la manera en que imploró al Señor: (Cf. versículos 9-11): gritó, pidió ayuda, suplicó que le preservara de la muerte, ofreciendo como argumento el hecho de que la muerte no ofrece ninguna ventaja a Dios, pues los muertos no son capaces de alabar a Dios, no tienen ya ningún motivo para proclamar la fidelidad de Dios, pues han sido abandonados por Él.

Podemos encontrar este mismo argumento en el Salmo 87, en el que el orante, ante la muerte, le pregunta a Dios: « ¿Se anuncia en el sepulcro tu misericordia, o tu fidelidad en el reino de la muerte?» (Salmo 87, 12). Del mismo modo, el rey Ezequías, gravemente enfermo y después curado, decía a Dios: «El Seol no te alaba ni la Muerte te glorifica..., El que vive, el que vive, ése te alaba» (Isaías 38, 18-19).

El Antiguo Testamento expresaba de este modo el intenso deseo humano de una victoria de Dios sobre la muerte y hacía referencia a los numerosos casos en los que fue alcanzada esta victoria: personas amenazadas de morir de hambre en el desierto, prisioneros que escaparon a la pena de muerte, enfermos curados, marineros salvados de naufragio (Cf. Salmo 106, 4-32). Ahora bien, se trataba de victorias que no eran definitivas. Tarde o temprano, la muerte lograba imponerse.

La aspiración a la victoria se ha mantenido siempre a pesar de todo y se convirtió al final en una esperanza de resurrección. Es la satisfacción de que esta aspiración poderosa ha sido plenamente asegurada con la resurrección de Cristo, por la que nunca daremos suficientemente gracias a Dios." (San Juan Pablo II. Audiencia general, miércoles, 11 mayo 2004).

 

La segunda lectura  (2 Cor. 8, 7-9.13-15), cita un término curioso y muy interesante, es la palabra nivelar. Se aplica en la vida espiritual y a la vida material.

Los capítulos 8 y 9 de la segunda carta a los Corintios están dedicados a exhortar a la generosidad en la colecta a favor de la comunidad de Jerusalén. Vale la pena leer los dos capítulos enteros para situarla tanto histórica como teológicamente, y leer también el anuncio que de ella se hace en 1Co 16,1-3. La ayuda a la comunidad de Jerusalén, que vivía en situación de estrechez, fue uno de los signos de comunión cristiana que las comunidades procedentes del paganismo realizaron con la Iglesia madre (cf. también Hechos 11,29-30 y Rm 15,26).

De los versículos que leemos hoy a propósito de este tema, destacan sobre todo dos aspectos. El primero, la facilidad con que Pablo refiere toda realidad que afecte a la vida de los creyentes (aunque sea algo tan poco "espiritual" como una colecta) a los fundamentos de la fe: la colecta imita el estilo de Jesucristo, que se vació a sí mismo; y es que, de hecho, cualquier cosa que el creyente haga tiene que ser una realización de este estilo. El segundo aspecto se refiere al criterio económico que debe regir la vida de los creyentes, y que (como todo lo que hace la comunidad cristiana) tiene que ser modelo para el mundo: la búsqueda de la igualdad.

Así la segunda carta a los corintios nos habla hoy de un tema nuevo: la colecta por la Iglesia de Jerusalén, que se hallaba en situación de estrechez. Pablo se dedicaba en esta época a recoger dinero para aquella comunidad, y ahora escribe a los de Corinto para decirles que pronto vendrán unos enviados suyos a recoger su aportación: en el texto de hoy les exhorta a ser generosos.

Posee Pablo un estilo de exhortación en el que une cualquier detalle -grande o pequeño- de la vida cristiana con las raíces más profundas de esta misma vida. También aquí, en el caso de la colecta, pone como modelo de toda la encarnación-redención de Jesucristo, en un esquema parecido al del himno de Fil 2, 5-11; en la carta a los filipenses, sin embargo Jesucristo era presentado como modelo de humildad y rebajamiento, mientras que aquí lo es de generosidad.

Este breve y denso versículo, en efecto, presenta a Jesucristo dejando la riqueza de su condición divina, como acto de generosidad, para hacerse pobre como los hombres (solidario, diríamos ahora) y así hacer posible que los hombres se enriquezcan, que reciban los frutos de su rebajamiento.

Y ya en otro nivel, el apóstol propone a los corintios el ideal de la igualdad entre los cristianos: si en cierto momento unos tienen más que los demás, deben dar de eso que tienen de más; y, cuando sea necesario, a la inversa. El ejemplo es lo que hizo Dios con el maná, según la cita de Ex 16, 18: Dios mismo aseguraba la igualdad dentro de su pueblo, y a ejemplo de Dios deben actuar ahora los corintios.

" Ya que sobresalís en todo... distinguíos también ahora por vuestra generosidad. Bien sabéis lo generoso que ha sido nuestro señor Jesucristo; siendo rico... se hizo pobre". Esta apelación al corazón de los corintios tiene para Pablo especial relevancia dadas las graves dificultades que se crearon entre él y su querida comunidad, por una parte y, por otra, para disipar las dudas que surgieron acerca de su persona y su misión entre los paganos proclamando la liberación de las exigencias judías para pertenecer a la Iglesia y participar en la salvación: circuncisión y prácticas musaicas. Esta comunidad estaba enriquecida por muchos dones del Espíritu, ciertamente. Pero era necesario expresarlo a través de la generosidad en el compartir los bienes materiales. Es la razón profunda que mueve y empuja la comunión de bienes en la Iglesia. Y el modelo más profundo: Jesús. Quiso compartir con los pobres libremente, despojándose temporalmente de su rango de riqueza suma por ser Dios. Esta referencia disipa cualquier duda o dificultad en el compartir de los bienes. Por eso la comunión entre los cristianos es cristocéntrica y realista a la vez. Porque Jesús fue realmente pobre siendo realmente rico. Es un ideal, una utopía, pero posible desde la realidad humana de Jesús.

 

En el evangelio de hoy  (Mc 5, 21-43), prima la fe y la humildad.


En la perspectiva de un Reino de Dios abierto a todos, Marcos introducía el domingo pasado el tema de la fe en Jesús. El texto de hoy nos sitúa de nuevo en la orilla judía del lago de Genesaret, en medio de la habitual aglomeración de gente en torno a Jesús. El hilo narrativo lo configura el desplazamiento hasta la casa de Jairo, un encargado del orden en la sinagoga, cuya hija está mortalmente enferma. Entre partida de la orilla y llegada a la casa, Marcos intercala en los vs. 25-34 un episodio con una mujer. Se trata de la misma técnica narrativa que encontrábamos hace tres domingos en Mc. 3, 20-35. el episodio le sirve a Marcos para profundizar en el tema de la fe en Jesús.

Así el evangelio de hoy acopla dos milagros en una única narración. El leccionario prevé una lectura abreviada, pero debe ser recomendable leer el texto entero. De hecho, los tres sinópticos engarzan las dos curaciones en una relación seguida y no sin intención. Veámoslo: a) la mujer lleva doce años enferma (¡toda una vida!); la niña muere justamente a los doce años; b) la mujer va perdiendo la vida poco a poco (recordemos que la sangre es vida); la niña la pierde de golpe; c) la mujer actúa a escondidas (porque el flujo de sangre la convertía en "impura" y tocar a alguien era contagiarle su impureza) y con una mezcolanza de fe y de magia; el padre de la niña se presenta a Jesús y le pide su intervención; d) la mujer, al sentirse descubierta, tiembla atemorizada, pero Jesús la tranquiliza y le dice que es su fe la que la ha salvado y no el simple contacto físico; el padre de la niña es exhortado a tener fe y a no temer ni a la misma muerte.

Nos encontramos con Jesús que regresa a la otra orilla del lago de Galilea, lugar de vocación (1,16-20; 2,13-17) y enseñanza (3,9; 4,1).     

El fragmento que hoy proclamamos pertenece a la segunda sección de la primera parte del evangelio de Marcos: Jesús el Mesías que se manifiesta en las palabras y en los gestos.

El pasaje de este domingo nos ofrece un ejemplo del carácter histórico de los Evangelios. El nítido retrato de Jairo y su petición angustiosa de ayuda, el episodio de la mujer que se encuentran de camino a su casa, la actitud escéptica de los mensajeros hacia Jesús, la tenacidad de Cristo, el clima de la gente que llora a la niña muerta, el mandato de Jesús referido en la lengua original aramea, la conmovedora solicitud de Jesús de que se dé algo de comer a la niña resucitada. Todo hace pensar en un relato que remite a un testigo ocular del hecho.

Jesús nos muestra que está a favor de la vida. La enfermedad y la muerte nos interpelan y nos plantean no pocos interrogantes: ¿por qué sufrimos? ¿Por qué tenemos que morir?. Jesús no nos dio una explicación científica o filosófica sobre el sentido del mal o del dolor. Simplemente nos demuestra que se conmueve ante el sufrimiento humano y lo combate. No le da igual, sino que es solidario y trata de ayudar. Traspasa la frontera y va en busca de los excluidos.

El jefe de la sinagoga, Jairo, tiene que pasar de la lectura legalista de la sinagoga hacia el espacio trasgresor, profético y liberador de Jesús de Nazaret. El gesto de Jesús es siempre sorprendente. Este es un gesto de escándalo porque se supone que un varón desconocido no toca en público a una mujer y además, desde los conceptos de pureza ritual, no se toca un cadáver. Jesús al tocarla asume la condición de la hija del jefe de la sinagoga. Sólo con ese compromiso podemos decirles a los grupos y a las personas enfermas, postradas o vulnerables: ¡Levántate! .

La mujer acude a Jesús como a último y único remedio a sus trastornos corporales. Pero lo hace anónimamente, mágicamente. La propia situación multitudinaria parece aconsejar un acercamiento así. En estas circunstancias resuena firme la pregunta de Jesús. "¿Quién me ha tocado el manto?" Con esta pregunta Marcos parece querer indicarnos que el ámbito de la fe en Jesús no es el del anonimato, sino el de la intercomunicación personal. La mujer, en efecto, se ve impelida a salir del anonimato. Viene con temor y temblor, y se prosterna ante Jesús.

Jesús de Nazaret se deja tocar por una mujer no judía e impura. Es un escándalo, pero deja bien claro que el hombre está por encima de la ley. Lo que le importa es el sufrimiento de esta mujer y su fe. Por eso es capaz de trasgredir la ley para favorecer la misericordia. Estamos convencidos que el núcleo de nuestra acción pastoral debe ser construir puentes que lleven a la inclusión y a la reconciliación. Ricos y pobres, el lado judío y gentil de todos los lugares, todos necesitamos ser curados de nuestras incredulidades, dudas, temores y prejuicios.

En este contexto no puede interpretarse el temor y temblor desde planteamientos psicológicos. Representan más bien la reacción humana a la manifestación o epifanía divina. Se pone con ello de manifiesto que la mujer no había actuado por magia, sino por fe: ella había creído sencillamente en Jesús, había visto en él al enviado de Dios. Esto es lo que Marcos quiere resaltar y así lo sigue haciendo en la continuación del relato, ahora ya con Jairo.

También éste se ha prosternado ante Jesús reconociendo en él soberanía y majestad. El propio Jesús le invita a tener fe en él.

A partir de este momento el relato se hace íntimo, personal.

(v. 37) El Maestro toma consigo únicamente a los tres discípulos que serían también los testigos de su transfiguración (9, 2) y de su agonía en Getsemaní (14, 33).

Jesús entra en la casa transmitiendo seguridad y dominio de la situación; el evangelista conserva las palabras en arameo, dándoles, por tanto, un fuerte valor simbólico; Jesús actúa con gran sencillez (habla como si aquello no tuviera importancia: "La niña no está muerta...";

(v. 38) Se trata de las plañideras que lloran por oficio y que para eso han sido contratadas. Esto explica que se rían después al oír a Jesús que la niña estaba dormida.

 Se limita a dar la mano a la niña y a decir una palabra nada retórica...), signo de su fuerza y su poder. Y todo el conjunto se convierte en afirmación de la fuerza salvadora de Jesús que libera al hombre sin ninguna barrera, y llama a la confianza en esta liberación. La resurrección de la niña acontece por el poder de la palabra de Jesús que Marcos ha conservado en original arameo. Jesús se manifiesta como señor de la vida y de la muerte.

Con la exclusión de gentío y plañideras se pone de nuevo de manifiesto que el ámbito de la fe en Jesús no puede ser otro que el de la relación personalizada. Es en un ámbito así en el que lo insospechado puede hacerse realidad.

El relato termina con el sorprendente encargo, característico en el Evangelio de Marcos, de no divulgar el hecho.

Para nuestra vida.

El mensaje de hoy es, por una parte, la existencia de la enfermedad y la muerte en nuestra historia, y por otra, más importante, el anuncio del proyecto de Dios, que es proyecto de vida, y del poder liberador de Jesús que cura a la mujer enferma y resucita a la niña.

En la primera lectura se nos recuerda que Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser. La muerte es una cuestión siempre abierta. La fe de Israel, expresada en la narración del paraíso, es que Dios no quiere la muerte sino la vida; que el hombre no está destinado a la muerte, sino que su destino original -es decir, en el designio de Dios, que es el verdadero origen del hombre- es la vida plena: por algo ha sido creado a imagen y semejanza de Dios.

Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes; todo lo creó para que subsistiera.. Dios creó al hombre incorruptible, le hizo imagen de su misma naturaleza. La justicia es inmortal! Estas afirmaciones remiten y recuerdan las primeras páginas del Génesis donde se manifiesta el auténtico proyecto de Dios. El Dios verdadero es un Dios vivo y que crea para proyectar su vida y su ser feliz. Es una convicción profunda que recorre la Escritura. Esta revelación sale al encuentro de la preocupación más profunda del hombre: después de esta vida ¿qué nos espera? El autor de la Sabiduría contesta: la vida y la inmortalidad. Ésta será la respuesta de Jesús cuando le planteen la misma pregunta: los hombres serán como ángeles de Dios y están destinados a la resurrección. La firme esperanza de la humanidad, apoyada en la revelación de Dios, es saberse destinada a la vida sin fin en la inmortalidad y en la felicidad. Es una verdad segura y que necesitan los hombres de nuestro tiempo más que nunca.

El deseo íntimo de Dios es la salvación de todos. Su proyecto primordial no podía ser más ventajoso para el hombre: Dios creó al hombre incorruptible, lo hizo imagen de su misma naturaleza. El hombre se parecía a su Creador como un hijo se parece a su padre. En su corazón existía la misma sed de amar y de ser amado. Su inteligencia se complacía y descansaba tan sólo en la verdad.

El Príncipe de las tinieblas. el envidioso, el soberbio, el ángel de la Luz, el que viéndose tan hermoso y fuerte se atrevió a luchar contra Dios, a rebelarse a los planes divinos. Vio cómo Dios amaba al hombre y se llenó de tristeza. Su astucia y su odio se desplegaron como sucias alas de vampiro. Y vino la tentación, la caída, las trágicas consecuencias de la desobediencia a la voluntad de Dios.

  Después de la triste experiencia de Adán, Dios nos ha regenerado y nos ha llamado de nuevo a la unión estrecha con Él, a la amistad que satisface plenamente el alma. Y cuando le somos fieles, sentimos en nuestro espíritu una alegría que se desborda, una paz sublime.

Es una lección de sana humildad que nos reconozcamos formando parte de esta tierra y de este universo perecederos. Que reconozcamos que la inmortalidad es un don gratuito, que va más allá de todas las posibilidades y las fuerzas del universo del que formamos parte.

Las ansias de vida inscritas en nuestro corazón tienen su origen en aquel que nos ha creado y apuntan hacia el don gratuito e inesperado que nos da en Jesucristo, el Señor.

Hoy el panorama cultural y antropológico es muy diverso al vivido por el autor del libro de la Sabiduría: la nueva antropología rechaza abiertamente la distinción griega de alma y cuerpo; y habla de un más allá -cuando lo hace- en un sentido muy diverso del tradicional.

-Existen los nuevos "Epicuro" para quienes cuando la muerte es, el hombre ya no es, y mientras el hombre es, la muerte aún no es. Existen otros, como Bloch, que afirman: cuando la muerte es, el hombre aún no es, y cuando el hombre es, la muerte ya no es; pero se quedan en una concepción puramente inmanentista.

-Otros abrimos las puertas a un futuro trascendente como hizo el autor de la Sabiduría. El mensaje siempre es válido, pero lo que debe cambiar en el lenguaje del teólogo y del predicador son las formas culturales. No se puede predicar siendo ajeno a nuestra cultura, haciendo hincapié en concepciones antropológicas trasnochadas. El autor de Sabiduría fue un revolucionario de su tiempo; también lo debemos ser nosotros.

En la lectura se respira optimismo ante la creación y el hombre. Optimismo fundado en la bondad y poder de Dios. Esta actitud puede ser una respuesta a los que preguntan si puede el hombre llegar a ser feliz, cuando sabe que su vida es un caminar hacia la muerte. El autor del libro de la Sabiduría responde diciendo que Dios no es responsable de esta situación. Es el hombre quien con su pecado ha roto la armonía del mundo. Dios quiere que el hombre viva y sea feliz. El hombre puede superar el miedo a la muerte amando la justicia. En ella encontrará la bondad de las cosas que debemos hacer llegar hasta Dios.

 

El salmo nos invita a la alegría agradecida y esperanzada. "Te ensalzaré, Señor, porque me has librado".  Para recitarla cuando nos sentimos librados de una pena (la enfermedad, la enfermedad de una persona amada, una desgracia que nos oprimía...). Para recitarla en el momento de la muerte de un amigo creyente. Para cantarla con el Señor celebrando su Pascua. Para reconocer que por mucho que suframos -y hay personas y familias que sufren mucho-, por mucho que nos sintamos abandonados de Dios -y Jesús mismo se sintió abandonado: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?-, "su cólera dura un instante; su bondad, de por vida; sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa".

Más que un conjunto complejo de doctrinas, más que una moral perfeccionada, la fe cristiana es un "sentido" dado a la existencia. Cualquier persona, así sea de poca cultura, tiene conciencia de que la humanidad está "herida, enferma". Cuando todo va bien, cuando estamos saludables, tenemos la tentación de decir como el salmista: "¡Cuando estaba dichoso me decía: jamás nada me turbará!" Esta es la gran tentación del hombre moderno: creer que ha dominado las fuerzas nocivas. Luego, el riesgo de alejarse de Dios: "¡No necesito de El! ¡me bastan mis propias fuerzas!" Sin embargo, basta poca cosa, basta que Dios "oculte su rostro" y todo está perdido: sin Dios, el hombre es poca cosa... ¡Es evidente!

Pero creemos en la Resurrección... Creemos que Dios envió a su Hijo, para curar la humanidad herida por el pecado... Creemos que nuestra limitación no es absoluta, sino que desemboca en el espíritu mismo de Dios... ¡Creemos que la muerte se transforma en vida, y nuestro duelo y decrepitudes en danza! "Este es el sentido de la vida humana. ¡Vamos, no hacia la muerte, sino hacia la plenitud de vida en Dios!

"Al atardecer nos visita el llanto, por la mañana, el júbilo".

Admirable fórmula poética para definir la actitud existencial del cristiano. Realista, pues mira de frente el mal del mundo y su propio mal, el pecado. Optimista, pues no se desalienta jamás y comienza de nuevo cada mañana.

Las "lágrimas de la tarde", lágrimas preciosas que corren cuando, al mirar la jornada... observamos lo que no ha estado bien, nuestras faltas, nuestras fealdades, nuestras negligencias... y todo lo que el mundo circundante ha añadido al peso de la condición humana... ¡La "revisión de vida" es ante todo una mirada realista! El hombre prudente, en todas las civilizaciones es aquél que es capaz de examinar su jornada lealmente, y dar un juicio de responsabilidad, sin culpabilización excesiva, pero igualmente sin falsas apariencias. Cuánto fango en nuestros caminos, en una jornada humana.

Estas "lágrimas de la tarde" preparan mañanas felices, días nuevos de fidelidad, de trabajo, de amor, de valor, de servicio. Quien se ha juzgado sin engaño, puede iniciar la marcha de nuevo, con "gritos de alegría". ¡Pascua, es eso también!

 

En la segunda lectura San Pablo introduce otra novedad: el criterio de la igualdad. Tiene gran importancia para nuestra sociedad y para nosotros cristianos que vivimos en una sociedad de grandes desniveles.

La abundancia de unos en simultáneo con la carencia de otros es detrimento para todos. A la larga todos pierden cuando unos ganan a costa de otros. La igualdad de los hombres es criterio novedoso que introduce el Evangelio, cuyo fundamento último es en definitiva la dignidad “crística” del hombre. Esta “igualdad” de la que habla San Pablo es novedad del cristianismo.

También el marxismo habla de igualdad. ¿es pensable Carlos Marx en una cultura no cristiana? Quizás sólo en una cultura cristiana pueda surgir el anhelo marxista de la igualdad, la utopía de un reino de justicia y verdad terrenal. El problema es erradicar el fundamento mismo que es trascendente: Jesucristo, ya que sin Jesucristo no puede subsistir el valor, del cual el Señor es “último fundamento”.

El Papa Benedicto XVI decía en Aparecida, Brasil, en el contexto de la Inauguración de la Asamblea del CELAM, el 13 de mayo de 2007: “La utopía de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal, no sería un progreso, sino un retroceso. En realidad sería una involución hacia un momento histórico anclado en el pasado.” Y esto es así porque es el Evangelio el que propugna la vida, es Cristo el fundamento último de la justicia, de la dignidad humana y de todos los derechos humanos. El Dios que nos revela Jesucristo es el que se ocupa y se hace cargo de la vida del hombre y quiere que las cosas coincidan con lo que son y esto es novedad del Evangelio en la historia de la humanidad y para este momento de nuestra historia.

El Papa Francisco en su reciente encíclica “Laudato si” trata de sensibilizar al mundo entero sobre la injusticia que permite que millones de personas pasen hambre. Ha denunciado que la crisis ecológica es una manifestación externa de la crisis ética, cultural y espiritual de la modernidad. Invita a todos, no sólo a los católicos, a una "valiente revolución cultural". Critica con fuerza a los "poderes económicos" y llama con fuerza a una "conversión ecológica", a un "cambio radical en el comportamiento de la humanidad" --con un estilo de vida más sobrio, simple, solidario, menos acelerado y consumista--, así como a un cambio del sistema mundial, "insostenible desde diversos puntos de vista". El Papa Francisco nos dice que hay que escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres: "Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos siglos. Nadie pretende volver a la época de las cavernas, pero sí es indispensable aminorar la marcha para mirar la realidad de otra manera, recoger los avances positivos y sostenibles y, a la vez, recuperar los valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno megalómano". La alternativa para hacer efectivo el “principio de igualdad” paulino implica no el despojar a unos para beneficiar a otros, sino un genuino interés en el bien común y en la dignidad de todos. Es decir, se trata de igualar, pero igualar por arriba con justicia para que todos los hombres puedan vivir con dignidad.

San Pablo pide a los Corintios que sean generosos, como Jesús: nos viene a buscar allí donde estamos (el dominio de la muerte) y nos enriquece con su pobreza; sometiéndose a la muerte nos abre a una vida plena; nos devuelve a la imagen original (el Dios inmortal), borrada por el pecado. El texto nos invita también a hablar de una manera muy realista y muy humana de la comunicación de bienes. Y no sólo a escala doméstica; también a escala mundial: entre los países de la abundancia y los países del hambre. Al fin y al cabo Jesús nos ha enriquecido a todos con su pobreza.

San Pablo se nos muestra muy humano y sensato. Los bienes de la tierra son para todos: practiquemos, pues, la ley de los vasos comunicantes. Una exhortación especialmente apremiante en nuestra situación mundial. ¿Qué podemos hacer? A los cristianos, el ejemplo de Jesucristo no nos puede dejar tranquilos. Si él nos ha enriquecido con su pobreza (asumiendo la pobreza humana, hasta la muerte y muerte en cruz), no podemos ser insensibles a la miseria extrema de aquellos hermanos por los cuales también ha muerto el Señor.

 

En el evangelio, nos encontramos como el domingo pasado, ante una catequesis sobre la fe. La fe salva a aquella mujer de su enfermedad. Ya antes le había llevado a transgredir la ley (atravesar una barrera religioso-legal) y acercarse a Jesús hasta tocarle. Jairo es conducido por la fe a atravesar la barrera definitiva: "Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?", le dicen las plañideras escandalosas; es decir, ante el muro de la muerte no hay nada que hacer. Pero Jesús le dice: "No temas; basta que tengas fe". Los representantes de la muerte se ríen de él. Jairo, acompañado de Jesús, atraviesa el muro y recupera a la hija con vida.

Jairo era un hombre importante en medio de su pueblo. Y, sin embargo, se acerca al joven rabino de Nazaret, ese mismo que muchos capitostes de Israel rechazaban. Su situación de dolor, su preocupación de padre por la hija que se le muere le ayuda a superar prejuicios y cualquier orgullo de casta. A menudo es preciso el sufrimiento para domeñar nuestra soberbia y derribar esa latente convicción de que somos mejores que los demás.

Jesús atiende de inmediato su petición y marcha con él a su casa para curar a la niña. Podemos afirmar que un hombre humilde es siempre atendido por el Señor. Un corazón contrito y humillado Dios no lo rechaza, dice el salmo Miserere. Y así es, en efecto. La omnipotencia divina, su misma justicia, parece quedar desarmada ante el pobrecito que se sabe sin nada y acude confiado a quien todo lo tiene. Sin duda que el camino de la humildad, del reconocimiento sencillo de la personal indigencia es el más fácil y andadero para llegarnos, una y otra vez, hasta Dios.

La mujer hemorroísa también escoge ese mismo sendero de humildad. Se esconde entre la multitud, se considera indigna de que Jesús la tocara, o la mirara a ella, impura según la ley mosaica. Oculta en el tropel de la gente consigue por fin alargar su mano y rozar con sus dedos trémulos la túnica del Señor. El milagro se produce, Jesús vuelve a mirar con la ternura en sus ojos a un alma sencilla y humilde.

Junto a su profunda humildad, destaca en los personajes evangélicos de hoy, una gran fe, una confianza inquebrantable en el poder y en la bondad de Dios. Jairo no ceja en su empeño, a pesar de que la niña estaba muerta y de que la gente se ríe de Jesús porque dice que se ha dormido. La hemorroísa sabe que todos apretujan a Jesús en su afán de estar cerca de Él. Pero ella sabe también que cuando llegue a tocar el borde de la túnica que viste el Maestro quedará sana de su enfermedad vergonzosa. Y así ocurrió. Y así ocurrirá siempre que nos acerquemos hasta Jesús llenos de humildad y de compunción por nuestras faltas y pecados, confiando en su poder sin límites y en su bondad infinita.

Urge que nosotros toquemos esas realidades y asumamos sin miedo y con valentía esas condiciones. Jesucristo nos da ejemplo de lo que tenemos que hacer nosotros. Dios quiere que colaboremos a que todos puedan gozar una vida digna.

 

Rafael Pla Calatayud.

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