sábado, 12 de julio de 2025

Comentarios a las lecturas del Domingo XV del Tiempo Ordinario 13 de julio de 2025

 Comentarios a las lecturas del Domingo XV del Tiempo Ordinario 13 de julio de 2025

La primera lectura  (Dt 30,10-14) es la conclusión del texto Dt. 29, 28-30, 14: es la llamada a convertirse, escuchar, guardar los preceptos, amar a Dios... con todo el corazón y con toda el alma (vs. 10). "Moisés habló al pueblo diciendo: escucha la voz del Señor, tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos…"


El Deuteronomio en esta sección se adentra, define la ley como una mediación que hace accesible al Dios distante; sólo que entonces pudiera ella misma revestir su misterio. La predicación afirma que la ley no es "tan misteriosa que te exceda, ni tan distante que te sea inaccesible"; no está en el alto cielo o en Dios mismo, ni a distancias espaciales, que no sea dado recorrer. La ley ha sido "dada" y ha sido "promulgada"; está dentro del pueblo de la alianza, y éste la puede pronunciar con su boca, memorizarla y meterla en su interior.

El carácter tardío de este texto de hoy (una especie de «homilía a los desterrados») se advierte en su preocupación por los que han desobedecido y han ido al destierro. El carácter cultual aparece en la reiteración de la palabra «hoy» (siete veces), en la experiencia de la cercanía de la palabra de Dios («la palabra está cerca de ti»: v 14) y en el enfático llamamiento a la conversión.

La meditación o reflexión sobre el castigo infligido por Dios deben llevar al israelita a la conversión, al cumplimiento del pacto con toda sinceridad. Así Dios se compadecerá de Israel y hará prosperar todas sus empresas.

Los vs. 11-14 se refieren a la comprensión/incomprensión de los mandatos divinos y no hacen más que desarrollar el pensamiento de la introducción: lo oculto de Dios el hombre no puede descubrirlo por sí mismo, pero se hace claro y manifiesto porque la palabra divina lo ha revelado en forma de mandatos y de preceptos (29, 28).

La cercanía de la palabra se expresa con gran elocuencia, con fuerza y cadencia rítmica: «El precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda..., no está en el cielo...; ni está más allá del mar... El mandamiento está a tu alcance, en tu boca y en tu corazón» (11-14), cúmplelo. Todo buen judío sabía el decálogo de memoria y le guardaba en su corazón. Otra cosa es que lo cumplieran en su vida ordinaria.

La ley de la alianza es realmente fácil y está cercana, cuando se la ha hecho algo propio. Sin ese grado de apropiación es carga insoportable. Cuando es expresión de la urgencia de responder al Dios que se ha revelado salvador, la ley viene impulsada desde dentro. Es como la voz de Dios que habla en el interior de la persona. Entonces no hay distancia entre el hombre y la ley; ni es la mera fuerza humana la que se despliega en la tarea de cumplirla, sino la fuerza de Dios que anima al hombre. Las expresiones "en tu corazón", "en tu boca" aluden a ese estar de la ley dentro del hombre. Es Dios mismo el que está en la vida de la persona, el que pronuncia la palabra que toma cuerpo en la ley, y el que da también la fuerza para poder responder con facilidad a esa palabra.

Hoy el responsorial es el salmo 68 (Sal 68,14.17.30-37). Hay en este salmo tres elementos fundamentales: un análisis profundo de sus  desgracias; un refugiarse incesante, pero alternadamente, en Dios; y las quejas.

El salmista es injustamente acusado; está, además, seriamente enfermo, y,  para colmo, una cadena de aflicciones de todo color lo aprieta y asfixia.

La apelación es múltiple,  insistente, casi abrumadora, con variadísimos motivos y formas literarias: imploro tu  bondad, tu favor, tu fidelidad; sácame de este barro, por favor que no me hunda, líbrame de  las aguas profundas, que no me arrastre la corriente, que no me trague el torbellino.  Acércate a mí, respóndeme en seguida, rescátame, necesito consolación pero nadie me la  proporciona (vv. 14-22).

En los ocho últimos versículos la esperanza levanta, , la cabeza; el alma, hasta  ahora en tinieblas, del salmista comienza a amanecer, y la alegría va impregnando la vida. Y, en una reacción final, el salmista, olvidándose  de sí, entrega palabras de aliento a los pobres y humildes; y el salmo manifiesta una  cosmovisión alentadora de salvación universal.

El salmo celebra la victoria sobre el mal. Afirma a todos los que creemos en el poder de Dios que, por confiar en El, podemos vencer el mal.

(vv.19-21). Dios libera a su pueblo y aplasta a sus enemigos. La salvación es la libertad del pecado y de la muerte. El pecado y la muerte aplastarán a quienes se niegan a volverse a Dios. Los atrapará el pecado que amaban y los destruirá la muerte que temían. Cuánto mejor será para los que aman a Dios y temen las consecuencias del pecado.

(vv. 34, 35). Cuando consideramos todo lo que Dios ha hecho por nosotros, debemos sentir una sensación abrumadora de temor reverente cuando nos hincamos ante el Señor en su santuario. Alrededor nuestro hay innumerables señales de su maravilloso poder. El poder ilimitado y la majestad inexplicable nos deja sin aliento en su presencia. Cuán afortunados somos de que Dios nos cuida.

El salmo 68 puede proporcionar mucha consolación a las  personas envueltas en la tribulación.

En la segunda lectura de colosenses (Col 1,15-20 ), Acabados los saludos y la oración  por ellos, ahora San Pablo se vuelca de lleno al tema de su carta: la verdad con respecto a Jesucristo; recordemos que Pablo escribe a cristianos, a verdaderos cristianos, de hecho él resalta el amor verdadero de estos creyentes (v.8). Sin embargo, les habla de la preeminencia de Cristo ¿por qué? San Pablo nos presenta un himno que proclama la grandeza de Cristo en su relación con Dios, con toda la creación y, en especial, con la iglesia, que es su cuerpo. Igualmente destaca su obra reconciliadora. Es probable que este himno esté basado en un texto usado en el culto de la iglesia .

Este “himno cristológico” se recoge probablemente de la liturgia bautismal del siglo primero. San Pablo dice a los cristianos de Colosas, es Cristo, no los astros u otros poderes celestes intermedios. Para los cristianos el único que tiene el poder y la gloria es Cristo, no otro poder del orden que sea,

El himno  exalta la divinidad del Señor y su existencia eterna. Nos enseña que la obra de la creación divina estuvo íntimamente ligada a la manifestación de Cristo preexistente. Dios creó todas las cosas que hay en los cielos y en la tierra, las visibles y también las invisibles por medio del Señor y para Él. El Señor mantiene el orden del universo y es quien gobierna a la Iglesia.

También nos habla de su resurrección, que fue el primero en resucitar, o sea que nosotros también resucitaremos algún día al igual que el lo hizo y esa es nuestra esperanza. El propósito de la muerte de Cristo en la cruz del Calvario fue realizar la pacificación del Comos.  Algo muy importante que nos dice este pasaje es que ”El es la imagen del Dios invisible”.  Una imagen es una expresión exacta y Pablo está explicando en este pasaje que Jesús, el hombre, es la expresión exacta de todo lo que es Dios. También el pasaje nos dice que Jesús es “el primogénito de toda la creación”, lo que  significa que el Señor Jesús se halla, en relación con la creación, como el heredero de la propiedad de su Padre. No forma parte de ella, sino que es más bien el propietario de ella, el heredero. Este pasaje es muy útil para combatir las herejías de los Testigos de Jehová quienes niegan la deidad de Cristo.

San Pablo intenta aclarar determinadas ideas que venían de algunas filosofías orientales que se mezclaron con la fe cristiana: Dios es bueno y santo, por lo tanto no puede cohabitar ni tomar parte en lo carnal. Así concluyeron que Jesús fue un espíritu o un ángel, un ser incorpóreo (fantasma) y que fue una manera más en que el ser humano puede alcanzar la divinidad.

Siempre que intentamos explicar la Biblia a partir de una idea o experiencia, siempre que aumentamos, disminuimos o nos basamos en la experiencia (lo que funciona) aparte de la Biblia; se llegará a un error tarde o temprano. Anteponer ideas no bíblicas a la fe nos llevarán, a la larga, a la herejía. La respuesta de Pablo a las filosofías es que Cristo no es un ángel, es Dios encarnado.

San Pablo proclama esta verdad en dos partes:

Del 15-17 Cristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación.

En los vs. 15-17 trata de la creación desde la perspectiva cristológica. Se suele atribuir al Padre, pero aquí se destaca el papel de Cristo. Por un lado es la imagen perfecta del mismo Padre; por otro, modelo de toda la creación. Es la traducción paulina del texto de Génesis; puede decirse con toda justicia que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Cristo. Es muy importante este aspecto. Porque la imagen y semejanza de Dios, así sin más, puede interpretarse de muy diversas maneras, dado que no podemos conocer a Dios directamente. Intentar hacerlo, intentar comprender al hombre imaginando a Dios, ha dado lugar a especulaciones sobre la espiritualidad del ser humano, su grandeza, etc. Todo ello puede ser muy acertado. Pero es más seguro ver a Dios reflejado y revelado en Cristo. Y a partir de esa imagen de Dios comprender la realidad humana. Porque en el Señor podemos entender mejor lo que somos y lo que debemos ser.

Del 18-20 Cristo es la cabeza de la iglesia, el primogénito de los muertos.

La segunda estrofa trata de la redención, expresada sobre todo con la imagen de la reconciliación. Esta forma de hablar tiene presente la realidad del pecado en el mundo y en el hombre. No es una creación sin manchar. Necesita recuperar su novedad inicial. De hecho los hombres no hemos vivido el plan creacional de Dios. Por eso también Cristo nos reconcilia con El.

Lo cual no significa que Dios esté enfadado con el hombre y tenga alguien que volverlo benevolente respecto a nosotros. Se trata de una imagen, una metáfora. Que es el que dos personas están lejanas y se unen. Efectivamente el hombre está lejos de Dios, por culpa suya.

Pero por la acción de Cristo, aceptada por la fe y la incorporación al Cuerpo de Cristo, se acerca a Dios y se llega a hacer hijo suyo.

Esta amistad tiene como objeto principal al hombre. Pero, por medio de él, también el resto de la realidad tiene una relación positiva con Dios, porque la realidad cósmica tiene también relación con el hombre.

El evangelio de San Lucas (Lc 10,25-37 ), que escuchamos este domingo es todo un camino de conducta para los seguidores de Cristo.

San Lucas interrumpe la dinámica de apoteosis paradisíaca del domingo pasado con la introducción de un personaje en actitud hostil. Se trata de un especialista e intérprete de la Ley o Carta Magna judía, conocida con el nombre de Pentateuco. Aunque Lucas indica la intención del personaje, nada dice sin embargo del alcance o los motivos de la misma. El desarrollo siguiente del texto deja bastante claro que el móvil de Lucas no es polémico, sino constructivo.

El centro de atención lo acapara la palabra prójimo. Tres veces aparece el término: en cita de Levítico 19, 18, en labios del letrado y en labios de Jesús. En referencia a la cita de Levítico el letrado quiere saber quién es su prójimo. La contestación de Jesús empieza con una historia (un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó...) y termina con una contrapregunta (¿cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo?). Tenemos, pues, la siguiente secuencia: Amarás al prójimo como a ti mismo (Levítico) - ¿quién es mi prójimo? (letrado) - ¿quién se portó como prójimo? (Jesús). A poco que nos fijemos caeremos en la cuenta que la palabra prójimo no tiene el mismo sentido en toda la secuencia.     Por un lado van Levítico y Letrado; por otro, Jesús.

La historia que Jesús cuenta desempeña una doble función: por un lado, no responder en los términos de la pregunta; por otro lado, preparar la contrapregunta. El significado de este procedimiento parece bastante evidente: el planteamiento del letrado no es adecuado y debe ser sustituido por otro. La pregunta ¿quién es mi prójimo?, debe dejar paso a esta otra: ¿soy yo capaz de hacerme prójimo de los demás?

El origen  de la parábola es la pregunta dirigida a Jesús. Jesús  conoce la Ley y sus preceptos. El breve diálogo no crea enemistades, pero tampoco satisface al interlocutor, que no quiere dar su brazo a torcer y añade otra pregunta. El Señor no es un fanático, que se ciña a obrar estricta y únicamente según mandatos, conoce que el hombre respecto a Dios no está aprisionado en una red de preceptos, que el sentido de la Ley y la recta conciencia propia, es más exigente que el texto (recordará San Pablo, que la letra mata, más el Espíritu da vida, (2 Cor 3,6).

 El culto a Dios, ya bien trazado en la Ley, se confirma. También el amor al prójimo. Y junto a eso, la descripción de quien ayuda al necesitado y de quien no. Los que no se acercan al viajero malherido son, precisamente, los más altos representantes de la religión oficial judía. Y el pecado de omisión tiene varias lecturas, porque tanto el levita como el sacerdote no se acercaron al hombre que yacía porque, tal vez, podría estar muerto y la cercanía a un cadáver volvía impuros –según la Ley—a los sacerdotes judíos y no podían actuar. Pero, obviamente, ese era el pretexto. La cuestión básica fue no prestar ayuda. No sentir compasión por el semejante herido y abandonado.

Comparar a un sacerdote, a un levita, a un letrado, con un samaritano era  peyorativo. Estaban considerados como herejes y alejados del culto ortodoxo a Dios que se centraba en Jerusalén. Sin duda, el interlocutor que inició el dialogo con Jesús tuvo que sentirse menospreciado por la comparación. Pero al mismo tiempo, el letrado en cuestión quería distinguirse con malos modos cuando preguntó por la naturaleza de su prójimo. La respuesta de Jesús es muy adecuada y clara.

 

Para nuestra vida.

 

En la primera lectura nos encontramos con el error más grave que puede cometer el cristiano y es cerrarse a la palabra de Dios, al mensaje bíblico.

Así los cristianos no correspondemos al amor que Dios nos ha profesado a lo largo de la historia. Muchas veces meditamos los signos de los tiempos, pero no nos convertimos a Él. Le tenemos miedo a sus exigencias y preferimos adorar a los baales; sacrificamos nuestra vida en el ara de realidades y motivos intrascendentes, renunciando así a la correspondencia de amor del Dios liberador.

A los contemporáneos de Moisés, les pasaba algo parecido a lo que nos pasa hoy a los que nos consideramos y nos llamamos cristianos practicantes. Conocemos y valoramos, unos un poco más y otros un poco menos, el evangelio de Jesús. Pero, ¿lo cumplimos? Desde luego, a nivel social, político y de calle, no; individualmente cada uno sabrá hasta dónde llega. Si todos los cristianos, además de conocer el evangelio y valorarlo, lo cumpliéramos, el mundo, nuestro mundo, sería muy distinto al que, de hecho, es. Si de verdad todos los que nos llamamos cristianos practicantes viviéramos convertidos al evangelio, nos comportaríamos de una manera distinta a la que nos comportamos en muchas cosas, referidas directamente al dinero, a la política, a las relaciones personales con los demás, preferentemente con las personas menos favorecidas y más necesitadas. Hagamos todos nosotros hoy el propósito de intentarlo, de convertirnos de verdad al evangelio, de tenerlo en nuestro corazón y en nuestra boca, de cumplirlo.

 

El salmo responsorial es una invitación a buscar la vida desde la humildad.  " R. Humildes, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón" En esta estrofa se nos indica la condición necesaria para que Dios nos escuche: la humildad y actué en nuestra vida.

Es un salmo en el que nos ponemos ante la benevolencia del Señor, sabiendo lo débiles que somos y lo fuerte que es el Señor.

Comienza resaltando la llamada a la actitud orante:. "Mi oración se dirige a ti". Se fija en el tiempo indicado para obrar Dios: " Señor, el día de tu favor;

que me escuche tu gran bondad,"

Indica el motivo de porque Dios nos ayuda" por tu gran compasión, vuélvete hacia mí"

Es también una confesión pública de la voluntad salvadora de Dios, su fortaleza es para las persona y también para  Sión.: "Dios salvará a Sión, reconstruirá las ciudades de Judá".

Ante esa fortaleza el salmista se muestra débil: Yo soy un pobre malherido".

La obra de Dios no debe quedar escondida: "proclamaré su grandeza con acción de gracias"

Expresa la seguridad de la respuesta de Dios: " Que el Señor escucha a sus pobres, no desprecia a sus cautivos"

Hagamos  la experiencia, de releer este salmo poniéndolo en boca de los  "pobres" del tercer mundo. Comprenderéis entonces la tentación de violencia revolucionaria  que se fermenta en ciertos corazones. ¿Eres tú uno de aquellos que mediante la oración y  la acción, se comprometen en la verdadera promoción de sus hermanos? "Dios vendrá a  salvar a Sión y a reconstruir las ciudades de Judá... Porque el Señor escucha a los  pobres... "Jesús" en hebreo significa "Dios-salva". Con este salmo podemos orar por la  "salvación" del mundo. La salvación prometida no es un engaño: la hora de Dios vendrá. Vida y felicidad para aquellos que buscan a Dios. La  Resurrección de Cristo es la prenda y garantía : la destrucción de toda fuerza del mal que ha realizado  plenamente en él... Pero nosotros debemos esperar y trabajar avivando un gran deseo con  este salmo.

 

En la segunda lectura San pablo resalta la importancia de Cristo en la vida cristiana, si Cristo es nuestra cabeza, digamos nosotros con palabras de san Pablo, portémonos cada uno de nosotros como cuerpo de Cristo. San Agustín decía a sus fieles que si al besar la cabeza de la imagen de Cristo, le pisaban los pies, como algunos hacían a veces, en realidad estaban pisoteando a los pobres, porque los pies de Cristo son los pobres. Pensar que estamos comportándonos como cuerpo de Cristo, cuando somos inmisericordes con los pobres y necesitados, es hacer una ofensa al Cristo total del que nos habla san Pablo.

Para ser cristiano y llegar al cielo, una sola cosa es necesaria, y es reconocer a Jesús como el Señor de todo. Pero esta verdad no solamente es necesaria para comenzar el camino sino para continuar el camino de fe hasta su término. Lo que Pablo va a decir ahora es el argumento de toda su carta, de la Biblia y de toda la cristiandad: Jesucristo es Dios.

No hay nada más que necesite un creyente para ser perfecto, solo Cristo. No necesitamos experiencias, filosofías, teorías (los colosenses estaban combatiendo este tipo de ataques, la necesidad de tener experiencias “espirituales” y la ayuda de otros ángeles o entidades espirituales conocidas como “emanaciones” por los filósofos griegos). Las Escrituras afirmen esta verdad: todo lo que necesitamos es Cristo, él es suficiente para nuestra salvación y para vivir en la tierra (Santificación).

Es importante mencionar que los colosenses estaban bajo ataques y peligros (también hoy estamos a veces en peligro de distorsiones). A pesar de ser una buena iglesia, de verdaderos creyentes; habían muchas enseñanzas y filosofías “nuevas” y llamativas. Filosofías como el dualismo platónico, que básicamente propone que todo lo carnal y material es malo, mientras que lo espiritual es bueno. Hoy también hay que estar atentos a estas distorsiones.

Uniendo esta idea con la parábola del samaritano de la que se nos habla en el evangelio de hoy, pensemos que los emigrantes y refugiados, y todas las personas necesitadas, son los pies de Cristo. Si besamos la cabeza de Cristo, en nuestras oraciones y devociones, no pisemos sus pies en nuestro comportamiento diario con las personas necesitadas.

Este himno es una de la partes del Nuevo Testamento donde más ampliamente se comenta y expone el significado de Cristo para todos y para todo.

Nosotros hemos sido llamados a esta plenitud en Cristo, y tenemos ya contacto con ella, aunque no sea más que porque somos miembros de ese Cuerpo del que él es la Cabeza. Pero además tenemos acceso a esa plenitud de una manera visible cada vez que participamos en un sacramento, como, por ejemplo, el de la Penitencia, que es un sacramento que no solemos considerar bajo este punto de vista, y sobre todo cuando celebramos la eucaristía, como hacemos los domingos. De este modo, Cristo, que lo ha creado todo, no cesa de recrearnos.

Tanto en la evangelización primera como e la catequesis debemos de preguntarnos cuándo y cómo  llevamos a cabo la tarea de aconsejar y enseñar. Al responder, debemos tener en cuenta que el mismo anuncio de Cristo lleva consigo mostrar al hombre que lo escucha cuál es el camino de su perfección en Cristo. Hablar de Cristo al hombre significa, pues, invitarlo a cambiar de vida, a comportarse de una manera acorde con lo que se le dice de Cristo. De hecho, nuestro texto -al referirse a Cristo- habla también del hombre.

Una lectura atenta basta para verlo.

El hombre, criatura, ya no trabaja solo, por encima de él está Cristo, imagen de Dios invisible y primogénito de toda criatura (v 15).

En él, por él y para él ha sido creado el hombre, el cual subsiste también en él, que es el primero (16s). Desde su pequeñez, el hombre ve en Cristo toda la plenitud deseada (19).

Los hombres, antes enemigos por su mentalidad y sus malas obras, han sido reconciliados por Cristo en su cuerpo de carne y por su muerte, a fin de que aparezcan ante él santos, sin mancha ni reproche (21s).

Ahora bien, Cristo no está lejos, ni en el espacio ni en el tiempo, sino presente. La Iglesia es su cuerpo, y él es entre los gentiles el misterio que Dios ha manifestado a los santos: «Cristo en medio de vosotros, la esperanza de la gloria» (v 27).

Esta sería la buena nueva de Pablo a los gentiles y el gran descubrimiento de éstos. Y un hombre iluminado con tan gran esperanza no puede seguir viviendo como cuando no la tenía. Además, si quiere que Cristo sea para él lo que se le ha anunciado, debe mantenerse en la fe y no desviarse de la esperanza del evangelio (23).

 Conocer a Cristo exige cambio de vida. Está en juego la libertad del hombre que enlaza con la incapacidad de la palabra para mostrar por sí sola que las cosas son realmente como dice.

 

Fijémonos en el evangelio, que escuchamos este domingo. es todo un camino de conducta para los seguidores de Cristo.

Para entender esta parábola se debe saber que en el siglo I judíos y samaritanos se odiaban mortalmente. Los segundos fueron excluidos del culto de Jerusalén, se les echa en cara "que no cumplen ni un mandamiento, ni aun los residuos de un mandamientos, y en la práctica se les trata como a paganos [50,20lsl. De modo que la comparación de Jesús, tras hacer ver la dureza de corazón del sacerdote y del levita, en la obra de misericordia del samaritano expone el amor efectivo y práctico al prójimo. El samaritano recoge a aquel hombre indefenso sin tener en cuenta para nada límites nacionales o religiosos. Su amor no conoce fronteras, y en ello se corresponde con el amor de Dios, al que alude Jesús para fundamentar su precepto de amar al enemigo: amad a vuestros enemigos, Dios lo hace también, hace salir su sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos (Mt 5,44par).

Con su pregunta: ¿Quién es mi prójimo? el escriba quiere saber cómo se debe entender, según Jesús, el precepto veterotestamentario del amor (Lev 19,18), qué límites tiene, a quién se debe tratar como prójimo y a quién no. ¿A quién debo considerar objeto de mi amor? Detrás de esta pregunta late la idea (evidente tanto entonces como hoy) de que el precepto del amor obliga al hombre en una ordenación diríamos concéntrica de importancia: hay una progresión gradual en vistas, por ejemplo, a los connacionales, a los familiares, a los vecinos; los que están ya lejos y los enemigos quedan excluidos, fuera de este círculo.

La parábola de Jesús "fuerza" otra concepción: se sitúa al lado del asaltado por los bandidos, y mira con los ojos del molido a palos; al oyente, se le exige un fundamental cambio de perspectiva. La pregunta final se corresponde con el planteamiento: ¿Quién de'estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de salteadores? De modo que Jesús no acepta una pregunta acerca del objeto del amor que aparte de este objeto, una pregunta así ha sido ya convertida en imposible de una vez para siempre. Jesús trata del sujeto (que ama o que, precisamente, rehúsa amar): ¿quién se ha comportado como prójimo? -Para quién soy el prójimo? Y tal pregunta, sometida a tal transformación, pone muy en claro que la exigencia de amar me afecta incondicionalmente; nada tiene que ver con ella el hecho de que el prójimo me parezca merecer o no merecer mi amor. Soy yo quien debo convertirme en prójimo incluso para mi enemigo. Lo cual no me está mandado, sino narrado en la parábola como una posibilidad estimulante y fuente de vida auténtica.

La ética de Jesús no es, radicalmente, una ética imperativa, sino una ética narrativa. La peculiaridad de su exigencia no radica en el contenido, la cosa es clarísima (incluso el precepto del amor a los enemigos se documenta en el antiguo testamento, y fuera del cristianismo), sino en la coordinación complexiva de la palabra y la obra de Jesús con una forma verbal y una estructura que las relacionan dentro de su contexto. Jesús rodea a sus oyentes con historias que pintan y describen lo que exigen, e incluso encarrilan aquello de que hablan. El que oye es atraído, es inducido a identificarse, se contempla a sí mismo, sin intermediarios, en la escena, y se ve confrontado con el papel que te ofrecen; este papel le libera y le acucia hacia una conducta nueva; la narración le da el lugar y el tiempo necesario para ello.

Así la ética narrativa está en situación de preservar la secuencia y el paralelismo de indicativo e imperativo, y no tornarse así "legalista". En la parábola del buen samaritano, por ejemplo, se narra siempre en este sentido como posibilidad real una posibilidad que ha fallado repetidamente. Aquí no hay ni imperativo ni un duro "tú debes". Aquí hay estímulo y atracción. La parábola presupone una posibilidad y le da alas: no pretende mandar amar, sino describir el amor como cosa posible y con ello hacerlo verdaderamente posible.

En último término lo que ocurre en el camino de Jerusalén a Jericó es el gozo del seguimiento al que llama Jesús, es la respuesta a la experiencia de la bondad infinita de Dios, es la fiesta del amor cumplido al prójimo.

El culto a Dios, ya bien trazado en la Ley, se confirma. También el amor al prójimo. Y junto a eso, la descripción de quien ayuda al necesitado y de quien no. Los que no se acercan al viajero malherido son, precisamente, los más altos representantes de la religión oficial judía. Y el pecado de omisión tiene varias lecturas, porque tanto el levita como el sacerdote no se acercaron al hombre que yacía porque, tal vez, podría estar muerto y la cercanía a un cadáver volvía impuros –según la Ley—a los sacerdotes judíos y no podían actuar. Pero, obviamente, ese era el pretexto. La cuestión básica fue no prestar ayuda. No sentir compasión por el semejante herido y abandonado.

El origen de la parábola es  la pregunta de un hombre de leyes  a Jesús.

Ante la pregunta del doctor de la ley -más propia de un examinador, que de uno que humildemente busca a Cristo-, responde Jesús dando un paso de la teoría a la "práctica".

Jesús contesta con una parábola, en la que nosotros nos vemos reflejados..

No es lo importante tanto el conocer como el realizar. Los conocedores de la ley pasan de largo ante la realidad del prójimo; el ignorante, samaritano, se detiene y hace realidad el precepto del amor.

Prójimo no es el que yo busco, es el que se mete de improviso, sin ser llamado, en mi vida. Todos caminamos por la ruta del mundo cargados de bellísimas teorías de paz, amor, justicia; pero la humanidad, el hombre sigue tirado al borde del camino, apaleado y casi muerto. ¿Por qué? Buscamos lo grande, lo llamativo, y el prójimo, ¡es tan pequeño!; queremos dirigir la mirada lejos y el prójimo es tan cercano que le pasamos por alto. No son las teorías las que liberan al hombre, sino las obras. Los teóricos pasan de largo ante lo concreto, que es lo único real, se sumergen en su idealismo y nunca se manchan con la realidad. Lo que salva es vivir y obrar como prójimo, no las teorías sobre la projimidad. El herido es un hombre, sin nombre, sin apellidos, sin pertenencia religiosa o política; y esto basta. Lo único que importa es que nos necesita. "Vete y haz tú lo mismo". No es pensar lo que importa, es hacer.

Demasiadas veces muchos de nosotros, satisfechos con nuestro creciente cumplimiento religioso y bien al tanto de todas las devociones, podemos llegar a ignorar a nuestros hermanos o incluirlos es el lejano apartado de una limosna sugerida. La ayuda directa no la contemplamos ni de lejos e, incluso, nos asusta grandemente. Pero ocurre que muchos de nuestros semejantes van a necesitar en un momento dado una ayuda inmediata, de cercanía física y, probablemente, nosotros se la negaremos.

Meditemos esta parábola, no quedándonos en lo que cuenta y como lo cuenta, sino situándonos nosotros dentro de ella, ¿Que hubiéramos hecho nosotros?.Tal vez sean mejores que nosotros los escribas y los sacerdotes fariseos porque tenían un pretexto legal. Nosotros, generalmente ni eso.

La otra cara de la moneda –muy actual—es olvidar a Dios para dedicarse solo y presuntamente al prójimo. Es posible, claro está, que en la adoración a Dios necesitemos poco tiempo y que nuestro "gran tiempo" debe estar dedicado al prójimo que nos necesite. Pero no se puede cambiar el orden de prioridades porque Dios debe estar por encima de todo. No es pues una cuestión de tiempo, si no de reconocimiento de la prioritaria entrega a Dios. El amor a Dios inunda de paz el amor a nuestros hermanos.

Rafael Pla Calatayud.

rafael@betaniajerusalen.com

viernes, 4 de julio de 2025

Comentarios a las lecturas del Domingo XIV del Tiempo Ordinario 6 de julio de 2025


 

Dios nos llama a ser testigos humildes de la ternura y consuelo de Dios y poseídos de la fuerza del Espíritu que viene en ayuda de la debilidad humana.

Los textos de este domingo están en la clave del camino de Jesús hacia Jerusalén para cumplir su misión mesiánica. El camino de Jesús es el camino de los cristianos. Por eso él, que era el Enviado de Dios, envía a setenta y dos discípulos. Este número tiene su importancia, pues debe ser interpretado como explícita significación de universalidad. Según el modo de pensar de los antiguos setenta y dos eran los pueblos que habitaban la tierra. 

El envío de Jesús es universal, el anuncio de su Reino es para todos, su salvación alcanza a la humanidad entera. Todo cristiano es enviado al mundo para predicar el Evangelio no solo con palabras, sino con los gestos y las actitudes que dan credibilidad: la pobreza, el desinterés, la renuncia, que más que virtudes son signos de la disponibilidad hacia el don de la salvación que Dios ofrece a todos y que debemos traspasar a los demás.

Lo primero que hay que comunicar es la paz. En un mundo crispado, en una sociedad agresiva, en un ambiente violento la oferta de paz es siempre válida y actual. El hombre pacífico es el más valiente, porque crea una convivencia más estable y transforma el interior violento de las personas. La principal tentación del cristiano es abandonar su misión pacificadora, ya que no ve frutos inmediatos ni resultados notorios en la sociedad que tiene otra escala de valores y otra moral.

Las lecturas de hoy nos muestran la diferencia entre los que aceptan el mensaje de Dios y los que lo rechazan. El profeta Isaías ofrece paz, concordia y felicidad para los últimos tiempos. En su profecía de hoy nos presenta a una Jerusalén como centro de un gran acontecimiento pacífico y feliz. San Pablo en el final la Epístola a los Gálatas narra, también, otro final en una concreción de toda su doctrina. El Apóstol solo se enorgullece de la Cruz de Cristo y de su efecto en él mismo y en el resto de los fieles. La comunión de Pablo con Jesús hace que presuma, incluso, de llevar sus marcas. El Evangelio contiene uno de los episodios más interesantes de la narración de la Buena Noticia. Manda a setenta y dos a evangelizar. 

En la primera lectura, del profeta Isaías (Is 66,10-14c). El texto, nos presenta las palabras del profeta que quiere animar a los fieles, verdaderos servidores de Dios a gozar y alegrarse en una Jerusalén renovada. Es una invitación a la alegría, fruto característico de la salvación. Debemos alegrarnos porque es grande la «gloria» (salvación) de Jerusalén, su paz; porque Dios la consuela como una madre a su hijo. La presencia de Yahvé, causa de tanta alegría, tiene repercusiones incluso en el mundo físico.

El autor levanta el corazón del pueblo apelando a Is III proclama ante los escépticos y desilusionados israelitas un mensaje de consuelo y de esperanza. Is. 66, 7-14 habla del renacer de un nuevo pueblo mediante la imagen de un parto inesperado. La tierra de Judá que tenía a sus hijos en el destierro (=muertos) han vuelto (=renacer). El parto ha sido milagroso, el pueblo nace antes de que la madre sienta los espasmos del parto (=sin guerras, sin revoluciones...): vs. 7.8b.

El inesperado y gozoso acontecimiento provoca la sorpresa de todos: "¿quién he oído tal cosa...?" "¿se engendra todo un país en un solo día...?" (v. 8a). El escepticismo aflora entre los que han vuelto de Babilonia y viven la dura realidad de la ciudad en ruinas, corroída por la envidia. ¿Será posible? Y el poeta sale al paso de todas estas objeciones: "abro yo la matriz, ¿y no haré que dé a luz?" (v. 9). ¿No será capaz de completar su obra el Dios que hizo posible la vuelta del destierro? El actuar de Dios en el pasado hace surgir la esperanza en el presente: espera esperanzadora.

Y el poeta se siente tan seguro de esta realidad rebosante de esperanza que invita ya al pueblo al gozo y a la alegría (vs. 10-11). El parto inesperado y milagroso de la nueva ciudad debe transformar los sentimientos de sus hijos: el luto se convierte en alegría, los huesos áridos y calcinados florecen como el prado (v. 14).

Jerusalén madre de ubres abundantes, será capaz de saciar todos los deseos, hasta ahora insatisfechos, de los que volvieron del destierro. Madre no sólo fecunda sino también tierna, femenina (v.13), que lleva a sus hijos en brazos y acaricia a los hambrientos de consuelo y de liberación.

Esta ternura divina es capaz de convertir lo árido, la angustia, la desolación, en verdor, gozo y esperanza.

Con este nuevo re-nacer brota la paz y la abundancia. Paz como culmen del progreso, del desarrollo. El sufrimiento del pueblo debe desembocar en alegría, en resurrección, en progreso (v. 12; cfr. 60,5s. 13: 61,6). Esta es la auténtica esperanza. Quedarse en el dolor y regodearse en el mismo es puro "opio".

La Jerusalén futura, a la que compara a una madre de "ubres abundantes" que da de mamar a sus hijos, los sacia y los consuela. Porque a esa ciudad bienhadada afluirán las riquezas de todas las naciones .

Los hijos e hijas de Jerusalén, las criaturas hoy dispersas y alejadas en el exilio, serán traídos en brazos y devueltos cariñosamente a su madre por los mismos pueblos que ahora los retienen . Y en todo esto experimentarán el favor de Dios, que es en definitiva el que consuela de verdad a su pueblo.

Volverá la alegría al corazón de los justos, y los que habían quedado en los huesos verán que su carne florece como un campo de primavera, después del invierno. La era de la salvación, el día en que se manifieste el Señor a los que le sirven, será el tiempo de la abundancia de todos los bienes: justicia, gozo, consuelo, paz... Siendo la palabra de Dios una gran promesa, la esperanza  sigue siendo la fuerza que impulsa la historia de nuestra salvación.

El responsorial de hoy es el salmo 65 ( Sal 65,1-7.16.20) . Como en muchos salmos de acción de gracias, se trata aquí de una oración ante todo "colectiva". En las siete primeras estrofas aparece el "nosotros": Israel recuerda las maravillas del Éxodo, en particular "el paso del agua", "la Pascua del Mar Rojo y del Jordán: obstáculos superados por la gracia de Dios... Pero ésta es también una oración "individual " De pronto se pasa al «yo" a partir de la estrofa 8: los actos "liberadores" que Dios hizo en la historia de Israel son "significativos" de todas las situaciones de prueba aun individuales en que Dios es siempre el mismo, el que libera.

Desde el punto de vista poético, admiremos las imágenes tan elocuentes:

-la imagen del crisol en que se purifica el metal... de igual manera, el sufrimiento purifica al hombre.

-La imagen de la trampa, del peso sobre las espaldas... El sufrimiento es terrible, capaz de bloquear todo y detener el aliento.

-La imagen de las calamidades del agua, del fuego... ante las cuales el hombre está a menudo desprovisto, y que sin embargo hay que "atravesar"! hay que "¡pasar a través de"!

Esplendida la estrofa del salmo de hoy: "Aclamad al Señor, tierra entera" 

domingo, 29 de junio de 2025

Comentario de las lecturas de los Santos Pedro y Pablo, apóstoles. 29 Junio 2025

 Comentario de las lecturas de los  Santos Pedro y Pablo, apóstoles. 29 Junio 2025

Un domingo más del tiempo ordinario sigue sin ser del todo ordinario. La liturgia nos presenta la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, apóstoles. Por distintos caminos, llegaron a la misma meta. Uno, apóstol, traidor y arrepentido; el otro, perseguidor y convertido después del encuentro con Cristo. Los caminos del Señor son misteriosos. A través de sus vidas y sus sacrificios aprendemos el valor de la fe y el testimonio valiente de Cristo. Lo dejaron todo por seguir a Jesús, y perseveraron en su misión. Con persecuciones.


Cada uno de nosotros, como Pedro y como Pablo, somos distintos y debemos vivir nuestra fe, una misma fe, de acuerdo con nuestro propio carácter, con nuestras propias convicciones, con nuestra propia manera de sentir y de amar a Dios y al prójimo. La fe cristiana, evidentemente, es una y única, pero la vivencia y la expresión de esa fe será siempre personal e intransferible, aunque nuestra profesión de fe se haga dentro de una misma Iglesia y dentro de una misma comunidad cristiana. Cada uno con su misión personal.

Con una persecución comienzan las lecturas este domingo, en los Hechos de los Apóstoles. El relato del encarcelamiento y milagrosa liberación de Pedro nos da pie para pensar en las diversas maneras en que Dios ha intervenido e interviene en nuestras vidas.

A Pedro, el ángel le abrió las puertas, y le permitió seguir con su misión, a pesar de todo. Para los cristianos perseguidos en la época en que escribe su Evangelio Lucas, es un gran estímulo. Se puede ser fiel en las pruebas, como lo fue Pedro y como lo fueron todos los Apóstoles.

Además, también se nos dice que Dios no abandona nunca a quien se juega la vida por el Evangelio. Pedro comprende que “el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos.” Ese ángel, por otra parte, cumplió un prodigio más extraordinario en el martirio de Pedro y Pablo: liberó a los dos apóstoles del temor de ofrecer la vida por Cristo. Es éste el prodigio que Dios quiere realizar en cada auténtico discípulo: liberarlo de las cadenas que lo tienen prisionero y le impiden correr a lo largo del camino trazado por Jesús.

Esa aceptación de su destino la narra Pablo en la segunda lectura de hoy. “El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo.” Toda una vida llena de aventuras, algunas buenas, muchas dolorosas, incluso peligrosas para la vida del apóstol. Ese ansia perseguidor se vuelca en la predicación del Evangelio después del encuentro con Cristo, camino de Damasco. Contra todo y contra todos. En el resumen final del texto, su adhesión ejemplar al evangelio nos viene propuesta para invitarnos a llevar una vida más coherente con la fe que profesamos. A pesar de las dificultades. Que fueron, lo sabemos, muchísimas.

Primera Lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (12,1-11).

La primera lectura muestra qué importante era Pedro para la vida de la primera comunidad, reunida en oración insistente e incesante por él. Muestra asimismo que la suerte del primero de los apóstoles le vincula fuerte y particularmente al destino mismo de Jesús, su Maestro y Señor. De hecho, según la tradición, tras haber predicado el evangelio a los judíos de la diáspora en el Ponto, en Bitinia, Capadocia y Asia, Pedro selló su amor por Jesús y sus ovejas, muriendo como mártir en Roma, siendo crucificado cabeza abajo porque no se consideraba digno de morir como había muerto su Señor. Eusebio nos transmite esta tradición en su Historia Eclesiástica (III.1.1-3), refiriendo este testimonio de Orígenes: «[…] (Pedro) venido, hacia el fin de su vida, a Roma, allí fue crucificado cabeza abajo por haber pedido él mismo sufrir de este modo el martirio».

Así comenta Benedicto XVI este texto de los Hechos de los apóstoles.

La oración de la Iglesia por Pedro encarcelado (Hch 12, 1-17)

" Queridos hermanos y hermanas:

Hoy quiero reflexionar sobre el último episodio de la vida de san Pedro narrado en los Hechos de los Apóstoles: su encarcelamiento por orden de Herodes Agripa y su liberación por la intervención prodigiosa del ángel del Señor, en la víspera de su proceso en Jerusalén (cf. Hch 12, 1-17).

El relato está marcado, una vez más, por la oración de la Iglesia. De hecho, san Lucas escribe: «Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él» (Hch 12, 5). Y, después de salir milagrosamente de la cárcel, con ocasión de su visita a la casa de María, la madre de Juan llamado Marcos, se afirma que «había muchos reunidos en oración» (Hch 12, 12). Entre estas dos importantes anotaciones que explican la actitud de la comunidad cristiana frente al peligro y a la persecución, se narra la detención y la liberación de Pedro, que comprende toda la noche. La fuerza de la oración incesante de la Iglesia se eleva a Dios y el Señor escucha y realiza una liberación inimaginable e inesperada, enviando a su ángel.

El relato alude a los grandes elementos de la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto, la Pascua judía. Como sucedió en aquel acontecimiento fundamental, también aquí realiza la acción principal el ángel del Señor que libera a Pedro. Y las acciones mismas del Apóstol —al que se le pide que se levante de prisa, que se ponga el cinturón y que se envuelva en el manto— reproducen las del pueblo elegido en la noche de la liberación por intervención de Dios, cuando fue invitado a comer deprisa el cordero con la cintura ceñida, las sandalias en los pies y un bastón en la mano, listo para salir del país (cf. Ex 12, 11). Así Pedro puede exclamar: «Ahora sé realmente que el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes» (Hch 12, 11). Pero el ángel no sólo recuerda al de la liberación de Israel de Egipto, sino también al de la Resurrección de Cristo. De hecho, los Hechos de los Apóstoles narran: «De repente se presentó el ángel del Señor y se iluminó la celda. Tocando a Pedro en el costado, lo despertó» (Hch 12, 7). La luz que llena la celda de la prisión, la acción misma de despertar al Apóstol, remiten a la luz liberadora de la Pascua del Señor que vence las tinieblas de la noche y del mal. Por último, la invitación: «Envuélvete en el manto y sígueme» (Hch 12, 8), hace resonar en el corazón las palabras de la llamada inicial de Jesús (cf. Mc 1, 17), repetida después de la Resurrección junto al lago de Tiberíades, donde el Señor dice dos veces a Pedro: «Sígueme» (Jn 21, 19.22). Es una invitación apremiante al seguimiento: sólo saliendo de sí mismos para ponerse en camino con el Señor y hacer su voluntad, se vive la verdadera libertad.

Quiero subrayar también otro aspecto de la actitud de Pedro en la cárcel: de hecho, notamos que, mientras la comunidad cristiana ora con insistencia por él, Pedro «estaba durmiendo» (Hch 12, 6). En una situación tan crítica y de serio peligro, es una actitud que puede parecer extraña, pero que en cambio denota tranquilidad y confianza; se fía de Dios, sabe que está rodeado por la solidaridad y la oración de los suyos, y se abandona totalmente en las manos del Señor. Así debe ser nuestra oración: asidua, solidaria con los demás, plenamente confiada en Dios, que nos conoce en lo más íntimo y cuida de nosotros de manera que —dice Jesús— «hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo» (Mt 10, 30-31). Pedro vive la noche de la prisión y de la liberación de la cárcel como un momento de su seguimiento del Señor, que vence las tinieblas de la noche y libra de la esclavitud de las cadenas y del peligro de muerte. Su liberación es prodigiosa, marcada por varios pasos descritos esmeradamente: guiado por el ángel, a pesar de la vigilancia de los guardias, atraviesa la primera y la segunda guardia, hasta el portón de hierro que daba a la ciudad, el cual se abre solo ante ellos (cf. Hch 12, 10). Pedro y el ángel del Señor avanzan juntos un tramo del camino hasta que, vuelto en sí, el Apóstol se da cuenta de que el Señor lo ha liberado realmente y, después de reflexionar, se dirige a la casa de María, la madre de Marcos, donde muchos de los discípulos se hallan reunidos en oración; una vez más la respuesta de la comunidad a la dificultad y al peligro es ponerse en manos de Dios, intensificar la relación con él.

Aquí me parece útil recordar otra situación no fácil que vivió la comunidad cristiana de los orígenes. Nos habla de ella Santiago en su Carta. Es una comunidad en crisis, en dificultad, no tanto por las persecuciones, cuanto porque en su seno existen celos y disputas (cf. St 3, 14-16). Y el Apóstol se pregunta el porqué de esta situación. Encuentra dos motivos principales: el primero es el dejarse dominar por las pasiones, por la dictadura de sus deseos de placer, de su egoísmo (cf. St 4, 1-2a); el segundo es la falta de oración —«no pedís» (St 4, 2b)— o la presencia de una oración que no se puede definir como tal –«pedís y no recibís, porque pedís mal, con la intención de satisfacer vuestras pasiones» (St 4, 3). Esta situación cambiaría, según Santiago, si la comunidad unida hablara con Dios, si orara realmente de modo asiduo y unánime. Incluso hablar sobre Dios, de hecho, corre el riesgo de perder su fuerza interior y el testimonio se desvirtúa si no están animados, sostenidos y acompañados por la oración, por la continuidad de un diálogo vivo con el Señor. Una advertencia importante también para nosotros y para nuestras comunidades, sea para las pequeñas, como la familia, sea para las más grandes, como la parroquia, la diócesis o la Iglesia entera. Y me hace pensar que oraban en esta comunidad de Santiago, pero oraban mal, sólo por sus propias pasiones. Debemos aprender siempre de nuevo a orar bien, orar realmente, orientarse hacia Dios y no hacia el propio bien.

La comunidad, en cambio, que acompaña a Pedro mientras se halla en la cárcel, es una comunidad que ora verdaderamente, durante toda la noche, unida. Y es una alegría incontenible la que invade el corazón de todos cuando el Apóstol llama inesperadamente a la puerta. Son la alegría y el asombro ante la acción de Dios que escucha. Así, la Iglesia eleva su oración por Pedro; y a la Iglesia vuelve él para narrar «cómo el Señor lo sacó de la cárcel» (Hch 12, 17). En aquella Iglesia en la que está puesto como roca (cf. Mt 16, 18), Pedro narra su «Pascua» de liberación: experimenta que en seguir a Jesús está la verdadera libertad, que nos envuelve la luz deslumbrante de la Resurrección y por esto se puede testimoniar hasta el martirio que el Señor es el Resucitado y «realmente el Señor ha mandado a su ángel para librarlo de las manos de Herodes» (cf. Hch 12, 11). El martirio que sufrirá después en Roma lo unirá definitivamente a Cristo, que le había dicho: cuando seas viejo, otro te llevará adonde no quieras, para indicar con qué muerte iba a dar gloria a Dios (cf. Jn 21, 18-19).

Queridos hermanos y hermanas, el episodio de la liberación de Pedro narrado por san Lucas nos dice que la Iglesia, cada uno de nosotros, atraviesa la noche de la prueba, pero lo que nos sostiene es la vigilancia incesante de la oración. También yo, desde el primer momento de mi elección a Sucesor de san Pedro, siempre me he sentido sostenido por vuestra oración, por la oración de la Iglesia, sobre todo en los momentos más difíciles. Lo agradezco de corazón. Con la oración constante y confiada el Señor nos libra de las cadenas, nos guía para atravesar cualquier noche de prisión que pueda atenazar nuestro corazón, nos da la serenidad del corazón para afrontar las dificultades de la vida, incluso el rechazo, la oposición y la persecución. El episodio de Pedro muestra esta fuerza de la oración. Y el Apóstol, aunque esté en cadenas, se siente tranquilo, con la certeza de que nunca está solo: la comunidad está orando por él, el Señor está cerca de él; más aún, sabe que «la fuerza de Cristo se manifiesta plenamente en la debilidad» (2 Co 12, 9). La oración constante y unánime es un instrumento valioso también para superar las pruebas que puedan surgir en el camino de la vida, porque estar unidos a Dios es lo que nos permite estar también profundamente unidos los unos a los otros. Gracias."  (Benedicto XVI. Audiencia general. Plaza de san Pedro. Miércoles 9 de mayo de 2012)

 

Salmo

Sal 33,2-3.4-5.6-7.8-9

El Señor me libró de todas mis ansias

¿Hay algo, hay alguien capaz de liberar al hombre de todas sus angustias?
¡Cuántas amarguras bajo hábitos serenos mientras entonan laudes!

Mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren. Como siempre, la humildad es el único refugio del santo y del pecador

Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él. Algunos ratos, algunos días, algunas épocas. Pero la vida es dura y a veces, desconcertante.

El Salmo 33 es un canto a la fidelidad y bondad de Dios, un recordatorio de que Él escucha las oraciones de sus hijos y los protege de todo mal. El salmista invita a una respuesta activa de alabanza y confianza, reconociendo que Dios es digno de toda honra y gloria. La experiencia personal del salmista se convierte en un testimonio para otros, animándolos a buscar a Dios y a encontrar en Él refugio y esperanza. Este salmo resalta la importancia de la humildad, la confianza y la alabanza en la vida del creyente.

Es un himno de alabanza y confianza en Dios. El salmista invita a todos a bendecir al Señor y a proclamar su grandeza, destacando la bondad y fidelidad de Dios para con aquellos que confían en Él. Se enfatiza que Dios escucha a los necesitados y los libra de sus angustias, ofreciendo consuelo y esperanza. 

(vv. 2-3). El salmista comienza invitando a la bendición y alabanza continua de Dios, enfatizando que su boca siempre estará llena de alabanzas. 

(vv.  4-5) Se anima a otros a unirse a la proclamación de la grandeza del Señor, destacando que los humildes encontrarán alegría en su bondad. 

(vv. 6-7) Se relata una experiencia personal de liberación y consuelo, donde Dios escucha al afligido y lo rescata de sus temores. 

(vv. 8-9) Se enfatiza la importancia de gustar y ver la bondad del Señor, animando a todos a confiar en su protección y fidelidad. 

 

Segunda Lectura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo (4,6-8.17-18).

En la segunda lectura, Pablo, que siente próximo el final de su vida, afirma que las circunstancias que vive, negativas y preocupantes desde la perspectiva humana, son, sin embargo, una conclusión normal de su propia misión, y que la sangre de su martirio no será una derrota sino una libación entregada por el sacrificio espiritual de los fieles a los que ha comunicado el Evangelio. (2Tim 4,6). Está por eso seguro de haber cumplido su misión y de haber conservado la fe en Cristo. Además, el hecho de que en el proceso hubiera sido ayudado a responder y a prevalecer sobre sus adversarios, le ayuda ahora a esperar, con espíritu firme, la salvación que anhela y que no es la temporal, sino aquella que le introduce definitivamente en la vida eterna.

Los versículos 2 Timoteo 4, 6-8 y 17-18 hablan sobre el final de la vida de Pablo, su preparación para la muerte y su confianza en la recompensa celestial. Pablo se compara a sí mismo como un sacrificio que está a punto de ser ofrecido y a un corredor que ha terminado su carrera, manteniendo la fe hasta el final. Él espera la corona de justicia que le será otorgada por el Señor, y también a todos los que aman su venida. En cuanto a sus dificultades, menciona que en su primera defensa nadie estuvo a su lado, pero que el Señor lo fortaleció para llevar a cabo su ministerio y librarlo de situaciones peligrosas. Finalmente, expresa su fe en que el Señor lo preservará para su reino celestial. 

 (vv. 6-8). Pablo habla de su inminente partida, comparándose con una libación (sacrificio) y un corredor que ha llegado a la meta. Describe haber peleado la buena batalla, terminado la carrera y guardado la fe. Afirma que le espera la corona de justicia, que será otorgada por el Señor a todos los que aman su venida.

(vv. 17-18). Pablo relata que en su defensa inicial, nadie lo apoyó, pero que el Señor lo asistió, dándole fuerzas para predicar y ser librado de situaciones peligrosas. Finalmente, expresa su confianza en que el Señor lo librará de todo mal y lo preservará para su reino celestial.

 

Evangelio del hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (Mt 16,13-19).

En el evangelio, escuchamos el conocido relato de la confesión de Pedro y la entrega de las llaves del reino. Pedro reconoce la verdadera identidad de Jesús como Mesías, Hijo de Dios vivo, y a su vez Jesús confiere una nueva identidad a Pedro, la piedra sobre la que edifica su Iglesia, una piedra frágil por ser humano, pero victoriosa frente a las fuerzas del infierno, porque Jesucristo está con él. Dos mil años después, la Iglesia sigue teniendo un sucesor de Pedro, el papa León, principio de comunión para todos los cristianos. En su Señor, Jesucristo, podemos seguir confiando.

El texto narra la confesión de Pedro, donde reconoce a Jesús como el Cristo, el Hijo del Dios viviente, y la promesa de Jesús de construir su iglesia sobre Pedro, a quien le dará las llaves del reino de los cielos y la autoridad para atar y desatar en la tierra, que tendrá efecto en el cielo. 

Jesús pregunta a sus discípulos quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre. 

Los discípulos mencionan diferentes opiniones (Juan el Bautista, Elías, etc.). 

Jesús pregunta: "¿Y vosotros, quién decís que soy yo?" 

Pedro responde: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo." 

Jesús bendice a Pedro y le revela que su confesión no proviene de revelación humana, sino de Dios. 

Jesús anuncia que sobre esta roca (Pedro) edificará su iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. 

A Pedro se le dan las llaves del reino de los cielos, con la autoridad de atar y desatar en la tierra, lo cual tendrá efecto en el cielo. 

 

Para nuestra vida.

Las lecturas de hoy con el Evangelio nos presentan una pregunta nuclear de la fe cristiana. Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Podemos olvidarnos ahora del texto y del contexto evangélico, y preguntarnos a nosotros mismos: ¿Quién es para mí, Jesús de Nazaret? Olvidémonos de lo que dice la gente y de respuestas que hemos aprendido hace más o menos tiempo en la catequesis. Entremos en el fondo de nuestro corazón y, a solas con nosotros mismos, repitamos sosegada y profundamente, la pregunta: “¿Quién es para mí Jesús de Nazaret, hasta qué punto mi fe en Él condiciona y dirige toda mi conducta?” Ojalá que, de la respuesta, sincera que demos, pueda decirse que no nos la ha revelado nadie de carne y hueso, sino el Padre que está en el cielo Sería el mejor homenaje que, en esta fiesta, podríamos ofrecer a San Pedro y a San Pablo.

Recordemos que los santos están ahí no para que los contemplemos en los altares, sino para enseñarnos a vivir la vida, la vida de cada día, en cristiano, para que aprendamos a decirle al Señor, como le dijo Pedro: “Tú sabes que te amo”, aunque no lo parezca en determinadas ocasiones, y para que no regateemos esfuerzos cuando la misión que, desde el vientre de nuestra madre se nos dio, nos pida algo más de lo que estamos dispuestos a dar.

Los santos están ahí para estimularnos, ayudarnos y demostrarnos que para los hombres es difícil, pero para Dios nada es imposible.  Y los santos de hoy, Pedro y Pablo, son dos grandes hombres a cuya sombra nos conviene estar para que, como al tullido de la Puerta hermosa en Jerusalén, Pedro nos libere de nuestra parálisis; y Pablo nos empuje, si es necesario con toda la energía de su carácter indomable, para andar con Él por el camino recto hacia el Cielo.

Salmo  (Sal 33,2-3.4-5.6-7.8-9).

 El  salmo de hoy se encuentra en la primera parte del salterio, dedicado a las súplicas a Dios, formada por los libros: 1º: salmos 1-40 2º: salmos 41-71 2º: salmos 41-71 Y 3º: salmos 72-88 Salmo 33: El Señor, salvación de los justos. Lectio ¿Qué lugar ocupa este salmo en el salterio? Dentro del primer libro, el salmo 33 se encuentra en la introducción (salmos 33-36) de la Segunda Colección de David (salmos 33-71) de redacción más antigua que la Primera Colección.

El salmo 33 (34) es un salmo alfabético de carácter sapiencial con elementos de acción de gracias. La enseñanza propuesta no es una doctrina teórica sino la formulación de una experiencia espiritual. Aunque el título del salmo hace referencia a 1Sm 21, 10-15, al tiempo del reinado de Saúl, la composición se puede situar en la época del exilio o tiempo posterior. Su estructura es la siguiente:

(vv. 2-11) un “pobre del Señor” (un anawin) alaba y da gracias al Señor que lo ha salvado de una gran tribulación y angustia. A esta alabanza anima a los humildes, a los fieles. Quien alaba y teme al Señor nunca se verá defraudado, será salvado y protegido, no le faltará de nada.

(vv. 12-22) es una reflexión sapiencial sobre la retribución de un sabio anciano: “Venid, hijos, escuchadme…” Lo que enseña es el temor del Señor. Temer al Señor equivale a buscarlo y es sinónimo también de fidelidad. Este temor incluye la observancia de los mandamientos y es fuente de bendiciones y prosperidad. Quien lo guarda experimentará la cercanía de Dios, quien lo rechaza su propia maldad recaerá sobre él.

( v. 23) es un añadido litúrgico. No parecía bien terminar el salmo con una amenaza. San Juan aplica el versículo 21 de este salmo a Cristo muerto en la cruz (Jn 19, 36), reconociendo la protección del Padre sobre el cuerpo ya muerto de su Hijo. Esta protección no es tardía, antes bien prueba que la protección de Dios supera la muerte. Lectio ¿Qué dice el texto?

La segunda lectura presenta a San Pablo que  considera la proximidad del final de su vida, San Pablo manifiesta que la muerte es una ofrenda a Dios, semejante a las libaciones que se hacían sobre los sacrificios. Presenta la existencia cristiana como un deporte sobre­natural, como una competición contem­plada y juzgada por Dios mismo. La visión esperanzada de la vida eterna no está reservada al Apóstol, sino que se extiende a todos los fieles cristianos: «Nosotros que conocemos los gozos eternos de la patria celestial, debemos darnos prisa para acercarnos a ella» (S. Gregorio Magno, Homiliae in Evangelia 1,3).

El evangelio de hoy narra  un episodio que tiene lugar en la región pagana de Cesarea de Filipo. Jesús se interesa por saber qué se dice entre la gente sobre su persona. Después de conocer las diversas opiniones que hay en el pueblo, se dirige directamente a sus discípulos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Jesús no les pregunta qué es lo que piensan sobre el sermón de la montaña o sobre su actuación curadora en los pueblos de Galilea. Para seguir a Jesús, lo decisivo es la adhesión a su persona. Por eso, quiere saber qué es lo que captan en él. Simón toma la palabra en nombre de todos y responde de manera solemne: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús no es un profeta más entre otros. Es el último Enviado de Dios a su pueblo elegido. Más aún, es el Hijo del Dios vivo. Entonces Jesús, después de felicitarle porque esta confesión sólo puede provenir del Padre, le dice: “Ahora yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Las palabras son muy precisas. La Iglesia no es de Pedro sino de Jesús. Quien edifica la Iglesia no es Pedro, sino Jesús. Pedro es sencillamente “la piedra” sobre la cual se asienta “la casa” que está construyendo Jesús. La imagen sugiere que la tarea de Pedro es dar estabilidad y consistencia a la Iglesia: cuidar que Jesús la pueda construir, sin que sus seguidores introduzcan desviaciones o reduccionismos.

El Papa Francisco sabía muy bien que su tarea no es “hacer las veces de Cristo”, sino cuidar que los cristianos de hoy se encuentren con Cristo. Esta es su mayor preocupación. Ya desde el comienzo de su servicio de sucesor de Pedro decía así: “La Iglesia ha de llevar a Jesús. Este es el centro de la Iglesia. Si alguna vez sucediera que la Iglesia no lleva a Jesús, sería una Iglesia muerta”. Por eso, al hacer público su programa de una nueva etapa evangelizadora, Francisco propone dos grandes objetivos. En primer lugar, encontrarnos con Jesús, pues “él puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestras comunidades... Jesucristo puede también romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo”. En segundo lugar, considera decisivo “volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio” pues, siempre que lo intentamos, brotan nuevos caminos, métodos creativos, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual”. Sería lamentable que la invitación del Papa a impulsar la renovación de la Iglesia no llegara hasta los cristianos de nuestras comunidades.

  Jesús convoca a sus apóstoles y los consulta, les pregunta ¿Quién es Él? Varios de ellos responden pero, el que acertadamente da una respuesta válida es Pedro.

  Pedro, siempre valiente y varias veces apresurado no deja de decir la verdad, esa verdad que le es revelada por el Espíritu Santo. Y justamente le contesta a Jesús, tu eres el Mesías el Hijo de Dios Mío. Esta respuesta por la identidad de Jesús, hace que el mismo Maestro haga un comentario sobre la identidad de Pedro, tu eres Pedro, y allí le habla de su misión, que va ser una Roca, una roca firme sobre la cual Jesús va a construir su Iglesia. Por eso para nosotros los Jóvenes Católicos, esté texto es muy importante porque es fundacional. Aquí Jesús habla de su obra, de su querida obra por la cual dará en la Cruz su Vida.

  Para todos nosotros entonces, es importante reflexionar sobre este texto de evangelio porque en primer lugar nos deja una pregunta ¿Quién es Jesús para nosotros? Y no vale responder con alguna respuesta así, digamos, hecha con una fórmula que otros hayan dicho, aquí la pregunta es personal. ¿Quién es Jesús para mí? Es simplemente un nombre, es simplemente un amigo? Es valioso para mí? Y por supuesto si seguimos avanzando nos vamos a preguntar qué relación, como está la relación con Jesucristo, es el centro de mi vida? Me ayuda a crecer, a avanzar, me sostiene en mis penas, en mis alegrías, en mis proyectos, en fin.

 

  Después en último lugar, pero no menos importante, preguntarnos por la Iglesia., la Iglesia Joven de la cual cada uno de nosotros forma parte. Como es mi relación con ella, participo definitivamente, me dedico también a anunciar la palabra de Dios, esa palabra viva que es un signo en el mundo de anuncios para aquellos que quizás no creen o que se han alejado de esta querida Fe Católica que hemos recibido de los apóstoles.

 

Rafael Pla Calatayud.

rafael@betaniajerusalen.com