Comentario a las lecturas del
Domingo XIX del Tiempo Ordinario. 7 de agosto de 2016.
La primera lectura es del libro de la Sabiduría (Sb 18, 6-9). El
fragmento es de la tercera parte del libro de la Sabiduría (caps. 11-12 y
16-19), es un comentario didáctico muy libre a siete de las diez plagas
narradas en el libro del Éxodo, en las que Dios y sus representantes se
enfrentan al Faraón y a los suyos.
Los vs. de esta pericopa forman parte del comentario a la sexta
plaga: muerte de los primogénitos.
" Aquella noche..." es una
fórmula consagrada en el recuerdo israelítico: noche de la acción de Dios y del
futuro del pueblo. Ese "ánimo" que se da a los padres puede referirse
tanto a los patriarcas, informados de la servidumbre y de la salida de Egipto
(cf. Gn 15,13-14), como a los hebreos del Éxodo a
quienes Moisés hizo conocer con anterioridad la noche pascual (cf. Ex
12,21-28). De cualquier manera la promesa de Dios sostiene el ánimo de los que
pasan la prueba de la fe, lo mismo ayer que hoy.
El texto
nos habla del acontecimiento capital de la historia de salvación de Israel, la
Pascua: «Los piadosos herederos de las bendiciones ofrecían sacrificios a
escondidas y, de común acuerdo, se imponían esta ley sagrada: que todos los
santos serían solidarios en los peligros y en los bienes, y empezaron a entonar
los himnos tradicionales» (18,9), anticipando así el canto del Hallel de la pascua judía. Hallel, es un grupo de salmos que se
recitaban la noche de Pascua y en las grandes fiestas (cfr
Sal 113-118), y que recitará Jesús con sus discípulos en la Última Cena . En ella los cristianos estamos llamados a vivir en
plenitud nuestra liberación. Por esta razón la eucaristía es siempre un
encuentro festivo.
Desde este
texto nos queda constancia de que Dios ha decidido intervenir de una forma
definitiva y clara en la historia del hombre, enviando su palabra liberadora
que se compromete en favor de los oprimidos: «Un silencio sereno lo envolvía
todo, y al mediar la noche su carrera, tu palabra todopoderosa se abalanzó, como
paladín inexorable desde el trono real de los cielos al país condenado"
(18,14-15).
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El responsorial es el Salmo 32 (Sal 32, 1
y 12. 18-19. 20 y 22 (R.: 12b)
R. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
El salmo
32, dividido en 22 versículos, tantos cuantas son las letras del alfabeto
hebraico, es un canto de alabanza al Señor del universo y de la historia. Está
impregnado de alegría desde sus primeras palabras: "Aclamad, justos, al
Señor".
VV. 1-3:
Invitación a la alabanza, con acompañamiento musical. Los «buenos» o «justos»
son la comunidad litúrgica del pueblo escogido. Alabanza y acción de gracias se
encuentran con frecuencia unidas.
VV. 10-12:
El plan de Dios frente a los planes humanos: es un plan de salvación, que se
realiza en la elección de un pueblo, y no tiene término.
VV. 16-19:
La salvación: referida a la situación bélica y al peligro mortal del hambre.
VV. 20-22:
Conclusión del himno, añadiendo el tema de la confianza y una breve súplica
final.
El plan de
Dios es un plan de salvación que no pueden frustrar los planes humanos
adversos; que incorpora en su realización las acciones de los hombres,
conocidos por Dios. La confianza, como enlace del hombre con el plan de Dios,
se convierte en factor histórico activo, para encarnarse en la historia de la
salvación. Como el plan de salvación de Dios no tiene límites de espacio o de tiempo, así este salmo queda abierto hacia el desarrollo
futuro y pleno de dicha salvación, queda disponible para expresar la confianza
de cuantos esperan en la misericordia de Dios.-- [L. Alonso Schökel]
El himno concluye con el canto de una antífona que ha entrado en el
final del Te Deum: «Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti» (v 22), que prorrumpe del
corazón de la comunidad, que lo espera todo del Señor, al que invoca como auxilio
y escudo (v 20).
La segunda lectura es de la carta a
los Hebreos (Hb 11, 1-2. 8-19). El texto forma parte de la
epístola dirigida a unas comunidades que viven en medio de un mundo hostil. A
muchos cristianos les parecía que el evangelio era una utopía poco menos que
irrealizable y empezaban a desfallecer ante las persecuciones, algunos
abandonaban incluso la iglesia (cfr. 10,25). Por eso el autor les exhorta a la
perseverancia y a la fidelidad. Recurre, para conseguir el efecto deseado, a
los ejemplos bíblicos, sobre todo al ejemplo de Abrahán. No pretende dar una
definición de la fe, sino destacar aquellos rasgos fundamentales que obtuvo la
fe en los grandes creyentes y que convenía recordar a los que vacilaban: la
firmeza en la esperanza, que anticipa los bienes futuros, y el convencimiento
de lo que aún está por ver y por venir. La fe, como respuesta a la palabra de
Dios que tiene el carácter de promesa, es inseparable de la esperanza.
Lo mismo
que los hebreos del siglo I, Abraham conoció la emigración, la ruptura respecto
al medio familiar y nacional (v. 8) y la inseguridad de las "personas
desplazadas". Pero en esas pruebas encontró motivo para ejercer un acto de
fe en la promesa de Dios. Tanto él como sus hijos vivieron también como nómadas
(v. 19).
El
creyente, en efecto, es un peregrino; está en el mundo pero no se vincula a él,
porque ya ha gustado los bienes invisibles. Así, el
periplo de Abraham no le lleva tan solo a una ciudad terrestre (esa Jerusalén
en que los primeros cristianos deseaban penetrar), ni a una tierra prometida
material, sino a la ciudad invisible (v. 10) que constituye la vida con Dios.
La fe enseña a no darse por satisfecho con los bienes tangibles ni con esperanzas
inmediatas: se verifica en la espera, el alejamiento del final del camino, la
inmaterialidad del fin perseguido.
Finalmente,
Abraham sufrió los efectos de la esterilidad de Sara y la falta de descendencia
(cf. Gén 15, 1-6) (v. 11). Esta prueba fue para él la
más angustiosa porque el patriarca se acercaba a la muerte (vv. 12-13) sin
haber recibido la prenda de la promesa. Aquí se hace realidad la última calidad
de la fe: aceptar la muerte sabiendo que no podrá hacer fracasar el designio de
Dios.
La fe de Abraham
ofreciendo su hijo Isaac es, a los ojos del autor, una fe en la resurrección.
El patriarca ha podido llevar a su hijo a la muerte -ese hijo que debía ser el
origen de la descendencia-, porque ha puesto en manos de Dios la necesidad de
resucitarle. Abraham afronta la muerte, pues, en la misma actitud que Cristo:
con una entrega total de su futuro a disposición de Dios y una confianza
absoluta en la abundancia de la vida de Yahvé.
Más que el
sufrimiento, es la muerte el signo por excelencia de la fe y de la entrega de
uno mismo a Dios. Abraham creyó en un "por encima de la muerte",
creyó le sería concedida una posteridad, incluso en un cuerpo ya apagado,
porque le había sido prometida. Esta fe constituye lo esencial de la actitud de
Cristo ante la cruz. También se entregó a su Padre y a la realización de su
voluntad de salvación, pero tuvo que medir -y en eso consistió su agonía- el
fracaso total de su empresa: para congregar a toda la humanidad, se encuentra
aislado pero confiado en un por encima de la muerte que su resurrección iba a
poner de manifiesto.
Aleluya
Mt 24, 42a y 44
Mt 24, 42a y 44
Estad en vela y preparados, porque a la hora que menos pensáis viene el
Hijo del hombre.
El evangelio según san Lucas (Lc. 12, 32-48). El v.32 de Lucas es propio de este evangelista “o temas, pequeño rebaño,
porque ha tenido a bien vuestro Padre a darles el Reino”. En la perícopa anterior se habló de la confianza en Dios, el cual
conoce nuestras necesidades y está pendiente de ellas, con tal de que nuestro
esfuerzo esté centrado en lo único que cuenta, que es el Reino de Dios.
El “rebaño” es una imagen clásicamente bíblica para designar a Israel,
pueblo de Dios, que es su pastor. Actualmente, este rebaño es pequeño, débil
insignificante, circunstancia que podría aumentar sus temores, pero ellos están
protegidos por una seguridad que supera todas las deficiencias humanas.
La segunda parte del texto de Lucas (12,35-48) es
una unidad de carácter literario construida desde el punto de vista de la idea
del juicio. Contiene una serie de pasajes y frases de Jesús que miran hacia la
parusía, la nueva venida de Cristo.
El texto nos
ofrece una exhortación a la vigilancia con unas parábolas. La parábola sobre el
dueño y el empleado (Lc 12,36-38), la parábola sobre el dueño de la casa y el ladrón (Lc 12,39-40) y la del propietario y del administrador (Lc 12,41-47).
La parábola
del dueño de la casa y del ladrón nos situa en
nuestro hoy, cuando mucha gente vive preocupada con el fin del mundo. Por las
calles de las ciudades, a veces se ve escrito sobre los muros: ¡Jesús volverá!
Hubo gente que, angustiada por la proximidad del fin del mundo, llegó a cometer
suicidio. Pero el tiempo pasa y ¡el fin no llega! Muchas veces la afirmación
“¡Jesús volverá!” es usada para meter miedo en las personas y obligarlas a
atender una determinada iglesia. De tanto esperar y especular alrededor de la
venida de Jesús, mucha gente deja de percibir su presencia en medio de
nosotros, en las cosas más comunes de la vida, en los hechos de la vida diaria.
Pues lo que importa no es saber la hora del fin del mundo, sino tener una
mirada capaz de percibir la venida de Jesús ya presente en medio de nosotros en
la persona del pobre y en tantos otros modos y acontecimientos de la vida de
cada día.
En el v.
41, nos encontramos con la pregunta enigmática de Pedro. “Señor, ¿dices esta
parábola para nosotros o para todos?" No se ve bien el porqué de esta
pregunta de Pedro. El evoca otro episodio, en el cual Jesús responde a una
pregunta similar, diciendo: “A vosotros os he dado conocer el misterio del
Reino de Dios, pero a los otros todo les es dado a conocer en parábolas” (Lc 8,9-10).
Jesús en la
respuesta a Pedro, formula otra pregunta en forma de parábola: La parábola del
dueño y del administrador. “¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a
quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su
ración conveniente?” Inmediatamente después, Jesús mismo en la parábola da la
respuesta: el buen administrador es aquel que cumple su misión de siervo, que nunca
usa los bienes recibidos para su propio provecho, y que está siempre vigilante
y atento. La respuesta dada a Pedro, vale también para cada uno de nosotros. Y
allí toma mucho sentido la advertencia final: “a quien se le dio mucho, se le
reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más.”.
Para nuestra vida
La primera lectura del libro de la
Sabiduría nos ha hablado de la noche en que los israelitas se disponían a salir
de Egipto. Los egipcios habían decretado hacer morir a los primogénitos varones
de los hebreos (cfr Ex 1,15-22). Para eludir la
muerte, Moisés, recién nacido, es expuesto (v. 5) sobre las aguas del Nilo en
una canastilla y salvado providencialmente por la hija del faraón (Ex 2,1-10).
Con la ley del talión como fondo, el crimen de los egipcios debía ser castigado
con la muerte de sus propios primogénitos, «a media noche» (Ex 12,29), y
también, después, con la ruina de los perseguidores, bajo las aguas del Mar
Rojo (Ex 14,26-29).
En esta noche pascual
ocurren dos acontecimientos contrapuestos: los primogénitos de los egipcios son
heridos, lo que obliga al faraón a dejar partir inmediatamente a los hebreos,
que obtienen así el cumplimiento de la liberación prometida a los padres (cfr Gn 15,13-14) y a Moisés (Ex
11,4-7). Pero esa misma noche, antes de partir los hebreos, «los hijos santos
de los buenos» (v. 9) celebran a escondidas en sus casas la cena pascual con
carácter festivo y sacrificial asumiendo todos el compromiso de compartir «los
bienes y peligros»; de este modo actúan como pueblo consagrado al Señor y
«entonan los cantos de alabanza de los padres» (v. 9). Reconocer y
agasajar al Dios liberador implica necesaria- mente sentirse unido con todos
los miembros de la comunidad "en los peligros y los bienes" (v.9).
¡Celebrar el banquete es compartir todo con todos! ¡Casi nada! Sólo así se
puede ser hijo o primogénito de Dios.
Sólo con
esta actitud podremos llamarnos "santos" o cristianos. El reino de
Dios "ya es", pero "todavía no". Un silencio sereno
envuelve nuestra existencia cristiana a la espera no de un juicio histórico
sino escatológico. El primero sólo es anticipo y prueba del segundo. Y este
silencio sereno nos invita a modificar nuestras vidas, a ser auténticos
cristianos.
El salmo 32 recuerda la intervención divina,
portadora de salvación para su Pueblo, y la respuesta agradecida que engendra
en el hombre.
Atrás quedan las acciones del pasado, pero la experiencia que generaron no ha
enmudecido. En definitiva, tras los numerosos motivos de este salmo, palpita
una convicción, un axioma teológico: la solicitud de Yahwéh.
Al conjuro de esta convicción lo antiguo adquiere una luz más intensa. La
creación, la historia de las naciones, la íntima historia personal y el valor
de las potencias opositoras desfilan en esta oración, que termina exponiendo la
esperanza de los «justos». Queremos recurrir a la solicitud divina tan patente
y latente simultáneamente.
En esa
historia la alabanza es expresión de la confianza ilimitada en el poder
liberador de Dios, porque su «plan subsiste por siempre y los proyectos de su
corazón de edad en edad». Tenemos la certeza de que nuestro servicio a la causa
del progresivo reinado de Dios tiene futuro y no es una ilusoria utopía. La
certeza no nace de nuestro prestigio social, de nuestras obras o empresas, de
nuestras cualidades humanas, de nuestro número o de nuestras técnicas: «No
vence el rey por su gran ejército, no escapa el soldado por su mucha fuerza...
ni por su gran ejército se salva». La certeza brota de la seguridad de que Dios
ha puesto sus ojos en nuestra pobre comunidad, reanimándonos en nuestra
escasez, alegrándonos en nuestras penas, auxiliándonos en las situaciones
desesperadas: « Dichoso el
pueblo que el Señor se escogió como heredad ».
El texto de la segunda lectura (carta a los
hebreos) es una exaltación de los grandes hombres de fe a lo largo de la
historia de la salvación. Caminaron por las sendas de Dios, poniendo en
él su confianza.
El justo
vive por la fe y por la fe son recordados los antiguos.
Por la fe,
ofreció Abel a Dios un sacrificio más excelente que Caín.
Por la fe, Henoc, fue trasladado a Dios.
Por la fe,
Noé, advertido por Dios, construyó un arca.
Por la fe,
Abraham salió de su casa, dejó su tierra, su parentela y siguió el rastro de
Dios.
Por la fe,
Sara, ya agotada, de Isaac, tuvo hijos numerosos como las estrellas del cielo.
Y en la
cumbre de la fe de Abraham, coger el asno, la leña, el cuchillo y el fuego y
subir con Isaac al monte Moria. Se fió de que Dios podría devolverle a la vida
a su único hijo, garante de la promesa de una descendencia.
Seguirá el
autor de la carta a los hebreos con otros ejemplos de hombres de fe: Isaac,
Jacob, Moisés, Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas...
Todos ellos
murieron en la fe, "sin haber conseguido el objeto de las promesas".
Los
cristianos, por el bautismo, participamos, en virtud de la muerte y
resurrección de Cristo, en una vida nueva, Esta vida nueva la orientamos desde
la fe, la esperanza y el amor.
En este
camino, no exento de dificultades, tenemos la ayuda y el ejemplo de los
hermanos, sobretodo cuando asoma la tentación del
abandono. Hay que ser valientes. Recuerda el autor de la carta a los hebreos
que se han pasado momentos difíciles de persecución y ha habido que soportar un
"duro y doloroso combate" (10, 32). No hay que perder ahora la
esperanza en la recompensa. Aguantar un poco más; el que ha de venir, vendrá
sin tardanza.
Dios no se
avergüenza de ellos; con orgullo, él mismo se llama Dios suyo y les tiene
preparada una morada.
Eran
"hombres de los que no eran digno el mundo" (v38).
En el evangelio seguimos el tema de la semana
pasada. El gran regalo del Padre es el Reino de Dios. ¿Qué hay
más importante que él?
Aquellos
que acogen el reino se caracterizan por su desprendimiento. Hay que confiar en
el Señor y poner cada cosa en su sitio.
¡Cuántas
preocupaciones por las cosas materiales! Fijaos en los cuervos, Dios los
alimenta; fijaos en los lirios, ni Salomón en toda su gloria se vistió como
ellos... "Buscad más bien el Reino, y esas cosas se os darán por
añadidura" (Lc 12, 31).
Haz del
reino tu tesoro, pon en él tu corazón y lo demás no te importe: "Vended
vuestros bienes y dad limosna".
Toda la
presentación del evangelio gira alrededor de la llegada del Hijo del Hombre y
el fin del mundo. Era una problemática que ya había en las comunidades
cristianas de los primeros siglos. Mucha gente de las comunidades decían que el fin del mundo estaba cerca y que Jesús
volvería después. Algunas comunidades de Tesalónica en Grecia, apoyando la
predicación de Pablo, decían: “¡Jesús volverá!” (1 Tes
4,13-18; 2 Tes 2,2). Por esto, había personas que
habían dejado de trabajar, porque pensaban que la venida fuera cosa de pocos
días o semanas. Trabajar ¿para qué, si Jesús iba a volver? (cf
2Ts 3,11). Pablo responde que no era tan simple como se lo imaginaban. Y a los
que no trabajaban decía. “Quien no trabaja, ¡no tiene derecho a comer!” Otros
se quedaban mirando al cielo, aguardando el retorno de Jesús sobre las nubes (cf He 1,11). Otros se quejaban de la demora (2Pd 3,4-9). En
general, los cristianos vivían en la expectativa de la venida inminente de
Jesús. Jesús venía a realizar el Juicio Final para terminar con la historia
injusta de este mundo de aquí abajo e inaugurar la nueva fase de la historia,
la fase definitiva del Nuevo Cielo y de la Nueva Tierra. Pensaban que esto
acontecería dentro de una o de dos generaciones. Mucha gente seguiría con vida
cuando Jesús iba a aparecer glorioso en el cielo. Otros, cansados de esperar,
decían: “¡No volverá nunca!” (2 Pd 3,4).
Hasta hoy,
la venida final de Jesús no ha ocurrido. ¿Cómo entender esta tardanza? Supone
que ya no percibimos que Jesús volvió, que está en medio de nosotros: “Y he
aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo." (Mt
28,20). El ya está con nosotros, a nuestro lado, en la lucha por la justicia,
por la paz y por la vida. La plenitud no ha llegado todavía, pero una muestra o
garantía del Reino ya está en medio de nosotros. Por esto, aguardamos con firme
esperanza la plena liberación de la humanidad y de la naturaleza (Rm 8,22-25). Y en cuanto esperamos y luchamos, decimos con
certeza: “¡El ya está en medio de nosotros!” (Mt 25,40).
Ha resonado
en el evangelio una llamada a la vigilancia. Hay que estar preparados para
cuando venga el Señor: vestidos y con las lámpara
encendidas. Dichoso quien esté así; el mismo Señor lo sentará a su mesa y le
servirá. ¿No se arrodilló el Señor delante de los apóstoles y les lavó los
pies?
Hay que
estar preparado en todo momento: venga entrada la noche o de madrugada, ya que
"a la hora menos pensada, viene el Hijo del Hombre".
El
administrador fiel, que cuida de que no le falte de nada a los criados, estará
al frente de la casa del señor; el que se aprovecha de la ausencia del señor y
abusa de su poder, tendrá el castigo de los administradores infieles.
La fe que nos recordaba la segunda lectura, vuelve a resonar aquí,
porque si creemos en Dios y en sus promesas, seremos capaces de poner nuestro
corazón en el tesoro del Reino de Dios.
El Reino, que sabemos que viene, aunque no cuándo llega a su
plenitud, se va construyendo en la medida que vamos despegando nuestros
corazón de las ataduras de las cosas y lo vamos apegando al Señor.
Dichosos aquellos que, cuando el Señor venga, estén con la cintura
ceñida y las lámparas encendidas, es decir, estén preparados. El mismo Señor
los sentará a su mesa y les servirá.
El Reino de Dios es como el tesoro escondido en el campo. El que lo
encuentra, vende todo lo que tiene y compra el campo. Aprendamos la lección.
Los creyentes convocados a la Eucaristía, tenemos en ella, el gran anticipo de la veracidad del
Reinado de Dios: el Señor nos sienta a su mesa, nos sirve, y se da él mismo
como alimento. Servicio y ejemplo que motivan y hacen fortalecer nuestra fe.
El que, sabiendo
sus obligaciones, no cumple, tendrá más castigo que el que no las cumple porque
no sabe, y ahí estamos incluidos los creyentes.
Dos preguntas podemos hacernos: ¿Soy un buen administrador/a de la
misión que recibí?. ¿Cómo hago para estar vigilante siempre?.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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