viernes, 4 de julio de 2025

Comentarios a las lecturas del Domingo XIV del Tiempo Ordinario 6 de julio de 2025


 

Dios nos llama a ser testigos humildes de la ternura y consuelo de Dios y poseídos de la fuerza del Espíritu que viene en ayuda de la debilidad humana.

Los textos de este domingo están en la clave del camino de Jesús hacia Jerusalén para cumplir su misión mesiánica. El camino de Jesús es el camino de los cristianos. Por eso él, que era el Enviado de Dios, envía a setenta y dos discípulos. Este número tiene su importancia, pues debe ser interpretado como explícita significación de universalidad. Según el modo de pensar de los antiguos setenta y dos eran los pueblos que habitaban la tierra. 

El envío de Jesús es universal, el anuncio de su Reino es para todos, su salvación alcanza a la humanidad entera. Todo cristiano es enviado al mundo para predicar el Evangelio no solo con palabras, sino con los gestos y las actitudes que dan credibilidad: la pobreza, el desinterés, la renuncia, que más que virtudes son signos de la disponibilidad hacia el don de la salvación que Dios ofrece a todos y que debemos traspasar a los demás.

Lo primero que hay que comunicar es la paz. En un mundo crispado, en una sociedad agresiva, en un ambiente violento la oferta de paz es siempre válida y actual. El hombre pacífico es el más valiente, porque crea una convivencia más estable y transforma el interior violento de las personas. La principal tentación del cristiano es abandonar su misión pacificadora, ya que no ve frutos inmediatos ni resultados notorios en la sociedad que tiene otra escala de valores y otra moral.

Las lecturas de hoy nos muestran la diferencia entre los que aceptan el mensaje de Dios y los que lo rechazan. El profeta Isaías ofrece paz, concordia y felicidad para los últimos tiempos. En su profecía de hoy nos presenta a una Jerusalén como centro de un gran acontecimiento pacífico y feliz. San Pablo en el final la Epístola a los Gálatas narra, también, otro final en una concreción de toda su doctrina. El Apóstol solo se enorgullece de la Cruz de Cristo y de su efecto en él mismo y en el resto de los fieles. La comunión de Pablo con Jesús hace que presuma, incluso, de llevar sus marcas. El Evangelio contiene uno de los episodios más interesantes de la narración de la Buena Noticia. Manda a setenta y dos a evangelizar. 

En la primera lectura, del profeta Isaías (Is 66,10-14c). El texto, nos presenta las palabras del profeta que quiere animar a los fieles, verdaderos servidores de Dios a gozar y alegrarse en una Jerusalén renovada. Es una invitación a la alegría, fruto característico de la salvación. Debemos alegrarnos porque es grande la «gloria» (salvación) de Jerusalén, su paz; porque Dios la consuela como una madre a su hijo. La presencia de Yahvé, causa de tanta alegría, tiene repercusiones incluso en el mundo físico.

El autor levanta el corazón del pueblo apelando a Is III proclama ante los escépticos y desilusionados israelitas un mensaje de consuelo y de esperanza. Is. 66, 7-14 habla del renacer de un nuevo pueblo mediante la imagen de un parto inesperado. La tierra de Judá que tenía a sus hijos en el destierro (=muertos) han vuelto (=renacer). El parto ha sido milagroso, el pueblo nace antes de que la madre sienta los espasmos del parto (=sin guerras, sin revoluciones...): vs. 7.8b.

El inesperado y gozoso acontecimiento provoca la sorpresa de todos: "¿quién he oído tal cosa...?" "¿se engendra todo un país en un solo día...?" (v. 8a). El escepticismo aflora entre los que han vuelto de Babilonia y viven la dura realidad de la ciudad en ruinas, corroída por la envidia. ¿Será posible? Y el poeta sale al paso de todas estas objeciones: "abro yo la matriz, ¿y no haré que dé a luz?" (v. 9). ¿No será capaz de completar su obra el Dios que hizo posible la vuelta del destierro? El actuar de Dios en el pasado hace surgir la esperanza en el presente: espera esperanzadora.

Y el poeta se siente tan seguro de esta realidad rebosante de esperanza que invita ya al pueblo al gozo y a la alegría (vs. 10-11). El parto inesperado y milagroso de la nueva ciudad debe transformar los sentimientos de sus hijos: el luto se convierte en alegría, los huesos áridos y calcinados florecen como el prado (v. 14).

Jerusalén madre de ubres abundantes, será capaz de saciar todos los deseos, hasta ahora insatisfechos, de los que volvieron del destierro. Madre no sólo fecunda sino también tierna, femenina (v.13), que lleva a sus hijos en brazos y acaricia a los hambrientos de consuelo y de liberación.

Esta ternura divina es capaz de convertir lo árido, la angustia, la desolación, en verdor, gozo y esperanza.

Con este nuevo re-nacer brota la paz y la abundancia. Paz como culmen del progreso, del desarrollo. El sufrimiento del pueblo debe desembocar en alegría, en resurrección, en progreso (v. 12; cfr. 60,5s. 13: 61,6). Esta es la auténtica esperanza. Quedarse en el dolor y regodearse en el mismo es puro "opio".

La Jerusalén futura, a la que compara a una madre de "ubres abundantes" que da de mamar a sus hijos, los sacia y los consuela. Porque a esa ciudad bienhadada afluirán las riquezas de todas las naciones .

Los hijos e hijas de Jerusalén, las criaturas hoy dispersas y alejadas en el exilio, serán traídos en brazos y devueltos cariñosamente a su madre por los mismos pueblos que ahora los retienen . Y en todo esto experimentarán el favor de Dios, que es en definitiva el que consuela de verdad a su pueblo.

Volverá la alegría al corazón de los justos, y los que habían quedado en los huesos verán que su carne florece como un campo de primavera, después del invierno. La era de la salvación, el día en que se manifieste el Señor a los que le sirven, será el tiempo de la abundancia de todos los bienes: justicia, gozo, consuelo, paz... Siendo la palabra de Dios una gran promesa, la esperanza  sigue siendo la fuerza que impulsa la historia de nuestra salvación.

El responsorial de hoy es el salmo 65 ( Sal 65,1-7.16.20) . Como en muchos salmos de acción de gracias, se trata aquí de una oración ante todo "colectiva". En las siete primeras estrofas aparece el "nosotros": Israel recuerda las maravillas del Éxodo, en particular "el paso del agua", "la Pascua del Mar Rojo y del Jordán: obstáculos superados por la gracia de Dios... Pero ésta es también una oración "individual " De pronto se pasa al «yo" a partir de la estrofa 8: los actos "liberadores" que Dios hizo en la historia de Israel son "significativos" de todas las situaciones de prueba aun individuales en que Dios es siempre el mismo, el que libera.

Desde el punto de vista poético, admiremos las imágenes tan elocuentes:

-la imagen del crisol en que se purifica el metal... de igual manera, el sufrimiento purifica al hombre.

-La imagen de la trampa, del peso sobre las espaldas... El sufrimiento es terrible, capaz de bloquear todo y detener el aliento.

-La imagen de las calamidades del agua, del fuego... ante las cuales el hombre está a menudo desprovisto, y que sin embargo hay que "atravesar"! hay que "¡pasar a través de"!

Esplendida la estrofa del salmo de hoy: "Aclamad al Señor, tierra entera" 

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