sábado, 11 de abril de 2020

Comentario a las lecturas del Jueves Santo Misa Vespertina de la Cena del Señor 9 de abril 2020


Comentario a las lecturas del Jueves Santo  Misa Vespertina de la Cena del Señor 9 de abril 2020
Las lecturas del día de hoy giran en torno a la celebración de la Cena Pascual que realizaban los judíos, misma que también celebró Jesús, a la cual le dio un nuevo sentido, tal como lo narra San Juan en su evangelio y nos lo recuerda San Pablo.
"Pascua" es una palabra hebrea que la Vulgata traduce por "tránsito" o "paso" del Señor. En realidad, significa exactamente "pasar de largo" o "saltarse" y alude al hecho de que Yahvé pasó de largo o se saltó las puertas de los israelitas que habían sido marcadas con la sangre de un cordero con lo que los primogénitos de Israel se libraron del exterminio. También nosotros, que reconocemos en Cristo al verdadero Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, somos liberados de toda esclavitud, del pecado y de la misma muerte, por la sangre de Cristo. Él es nuestra Pascua. Y el bautismo, por el que participamos de la sangre de Cristo, debe ser para nosotros el principio de la salida, del "éxodo", hacia la libertad de los hijos de Dios y hacia la tierra prometida en la que habite la justicia.
Meditemos con atención los diferentes textos proclamados que  iluminan esta gran celebración.

La primera lectura del libro del Éxodo (Ex 12, 1-8. 11-14) presenta la descripción del ceremonial judío de la comida pascual.
El texto de esta lectura pertenece a la obra denominada "Sacerdotal", redactada después del regreso del destierro babilónico. Relaciona estrechamente los ritos antiquísimos de la celebración de la Pascua con la salida de Egipto. En el texto se subraya un interés especial porque el judío instalado en la Tierra Prometida adopte de nuevo la actitud de disponibilidad que caracterizó a sus antepasados el día de su liberación de Egipto.
La antigua fiesta de pastores adquiere para el redactor sacerdotal un nuevo significado: ya no marca el inicio de la trashumancia de los pastos invernales a los estivales, sino el recuerdo del paso de la esclavitud a la libertad. La sangre de los animales adquiere un significado teológico: memorial de la salvación que Dios ofrece a su pueblo (cf. v 14). El memorial comporta un sentido actualizador: al repetir el gesto de los antepasados de la inmolación de animales, cada generación se hace presente en la acción liberadora de Dios.
 (vv 2-11) Se nos recuerdan el ritual del sacrificio y la comida de la víctima pascual: se separa un animal de ganado menor del resto del rebaño para indicar su consagración. Toda la comunidad participa en la fiesta que se celebra el primer mes del año: es el mes de la primavera llamada Abib o Nisán. El rociar con sangre los dinteles de las puertas es un rito de defensa contra toda clase de desgracias y malos espíritus. El banquete se celebra al anochecer y su preparación es rápida: se asa el animal sobre un fuego improvisado, se comen hierbas del desierto que no necesitan cultivo. Todos estos detalles, así como los del v. 11, nos recuerdan las comidas-sacrificios de los nómadas tras su jornada de trabajo. Por eso el origen de la Pascua parece ser una fiesta de pastores.
El sacrificio de un "cordero o cabrito" remonta a etapas anteriores a la estancia de los hebreos en Egipto: la víctima debe ser "macho" (considerado la fuente de vida), "sin defecto" (a fin de que sea aceptable a Dios), "de un año" (primicia), "lo guardaréis" (la separación del rebaño como señal de santificación). En su origen era un sacrificio de fecundidad y, con la aspersión de las puertas de las casas o de los umbrales de las tiendas con la sangre de la víctima, se alejaba la influencia de los espíritus malignos. También la comida de esta noche con carne salada y el bastón en la mano nos lleva al ambiente de una cena sacrificial de nómadas al final del día, después del camino.
(v. 4) Esta prescripción supone la existencia de una comunidad ni demasiado pequeña ni demasiado amplia, lo suficientemente numerosa para comer juntos un cordero sin que sobre nada. Su cumplimiento obligaba a la formación de pequeños grupos y hacía que todos pudieran sentirse hermanos en ese día. Con frecuencia los rabinos celebraban la Pascua con sus discípulos en cuyo caso presidían la mesa ocupando el lugar del cabeza de familia. Así lo hizo Jesús con los doce discípulos. Las dimensiones ideales de la comunidad eucarística siguen siendo las mismas: de ahí la importancia de las pequeñas comunidades cristianas que aparecen en todas partes. Sin embargo, hay que evitar que la fiesta de la reunión de todos los hijos de Dios se convierta en motivo de dispersión y fomente el sectarismo.
 "... porque es la Pascua": El nombre de esta antigua fiesta no tiene una explicación clara. Parece derivar de los verbos "cojear" o "saltar"; quizás primero referido a una danza cultual, significó después "pasar por encima". Con este sentido figura en este texto: "Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros". Vincula estrechamente la fiesta con los acontecimientos liberadores de Egipto. El texto nos lo subraya una y otra vez: "Esa noche comeréis la carne...", "Yo pasaré esta noche...".
 "Este será un día memorable para vosotros": vv 12-14: explicación de los ritos: en su origen, la Pascua pudo ser una fiesta de Pastores en la que se celebraba la fuerza de la naturaleza que irrumpe en primavera con la nueva vegetación; pero Israel, al adoptarla, le da un nuevo sentido: es el memorial del acontecimiento histórico de la liberación de Egipto. La Pascua evoca el "paso" de Dios que es condena para los egipcios y salvación para los israelitas. Estos ritos arcaicos de la Pascua recibieron una luz nueva desde la fe en Yahvé, el libertador, y sufrieron un cambio radical de sentido: dejaron de ser un culto referido al pasado del ciclo natural para convertirse en el memorial de un hecho histórico en el que Dios se revela.
El pueblo debe conmemorar todos los años estas gestas de Dios en su historia. Por medio de la celebración de la Cena Pascual, el pueblo de Israel conmemoraba el acontecimiento fundante de su identidad como pueblo: la liberación de la esclavitud en Egipto, signo del amor de predilección de Dios.

El Salmo responsorial es el 115(Salmo 115, 12-13.15-16bc.17-18), este es uno de  los salmos de Hallel (salmos 112 al 117), que se cantaban para finalizar la comida de Pascua. El salmo 115 resume perfectamente el sentimiento de Israel en la situación dolorosa de la esclavitud. Horriblemente oprimido ("he sufrido mucho"), obtuvo del Faraón el permiso para salir de la hoguera. Pero de inmediato siente que le pisa los talones el ejército egipcio ("en mi confusión yo decía: ¡el hombre es sólo mentira!"). Experiencia profunda de la duplicidad humana. Morirían aprisionados entre el Mar Rojo a la espalda y los terribles carruajes del Faraón por delante... En ese momento se abre el mar ("mucho le cuesta al Señor ver morir a los suyos"). El salmista pasa de pronto, a la segunda persona: "yo soy, Señor, tu siervo, Tú has roto las cadenas que me ataban. Te ofreceré el sacrificio de alabanza, levantaré la copa de salvación... "
 Esta comida de Pascua, o Seder, se tomaba en cada casa la primera noche de la fiesta. La mesa, en aquella ocasión estaba suntuosamente preparada. En un extremo de la mesa, delante del "dueño de casa", había tres matsoth ("pan de la miseria", sin levadura, porque la "masa de nuestros antepasados no tuvo tiempo de fermentarse cuando tuvieron que salir precipitadamente de la tierra de cautividad"). Sobre la mesa, "hierbas amargas" y lechuga, evocaban las amarguras de la vida de esclavitud... Y "el hueso carnudo, asado, de cordero pascual"...
Ante cada comensal, una "copa de vino". En cuatro sorbos, durante la comida, cada uno debía vaciar su contenido recitando una bendición, testimonio de "felicidad" y de "gratitud" hacia Dios. Durante la comida, el niño más pequeño hace preguntas al "dueño de casa"; este responde mediante el Haggada o sea el relato de la "liberación de Egipto".
La comida dc Pascua era pues un inmenso grito de alegría y de acción de gracias "al Dios salvador", que salva de la desgracia y de la muerte. Esa fue la comida que Jesús vivió, aquella tarde, la última que comió antes de morir y resucitar.
El salmista es un esclavo -hijo de esclava- nacido en casa. Aun así, el Señor de la casa ha tenido a bien romper sus cadenas, sin tener en cuenta la condición de esclavo. ¿Cómo no ofrecer un sacrificio de alabanza? ¿Cómo no cumplir los votos e invocar el nombre del Señor?
El Salmo 115, en el original hebreo, forma parte de una sola composición junto al salmo precedente, el 114. Ambos, constituyen una acción de gracias unitaria, dirigida al Señor que libera de la pesadilla de la muerte.
En nuestro texto aparece la memoria de un pasado angustiante: el orante ha mantenido alta la llama de la fe, incluso cuando en sus labios surgía la amargura de la desesperación y de la infelicidad. Alrededor se elevaba como una cortina helada de odio y de engaño, pues el prójimo se demostraba falso e infiel (Cf. versículo 11). Ahora, sin embargo, la súplica se transforma en gratitud, pues el Señor ha sacado a su fiel del torbellino oscuro de la mentira (Cf. versículo 12).
El texto además de mencionar el rito del sacrificio  hace referencia explícitamente a la asamblea de «de todo el pueblo», ante la cual el orante cumple su voto y testimonia su fe (Cf. versículo 14). En esta circunstancia hará pública su acción de gracias, consciente de que incluso cuando se acerca la muerte, el Señor se inclina sobre él con amor. Dios no es indiferente al drama de su criatura, sino que rompe sus cadenas (Cf. versículo 16).
El orante salvado de la muerte se siente «siervo» del Señor, hijo de su esclava (ibídem), bella expresión oriental con la que se indica que se ha nacido en la misma casa del dueño. El salmista profesa humildemente con alegría su pertenencia a la casa de Dios, a la familia de las criaturas unidas a él en el amor y en la fidelidad.[1]
Con las palabras del orante, el salmo concluye evocando nuevamente el rito de acción de gracias que será celebrado en el contexto del templo (vv. 17-19). Su oración se situará en el ámbito comunitario. Su vicisitud personal es narrada para que sirva de estímulo para todos a creer y a amar al Señor.
El orante se dispone, por tanto, a ofrecer un sacrificio de acción de gracias en el que se beberá el cáliz ritual, la copa de la libación sagrada que es signo de reconocimiento por la liberación (Cf. versículo 13). La Liturgia, por tanto, es la sede privilegiada en la que se puede elevar la alabanza agradecida al Dios salvador.
San Basilio Magno, comenta la pregunta y la respuesta de este Salmo con estas palabras: «"¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación". El salmista ha comprendido los muchos dones recibidos de Dios: del no ser ha sido llevado al ser, ha sido plasmado de la tierra y ha recibido la razón…, ha percibido después la economía de salvación a favor del género humano, reconociendo que el Señor se entregó a sí mismo como redención en lugar nuestro; y busca entre todas las cosas que le pertenecen cuál es el don que puede ser digno del Señor. ¿Qué ofreceré, por tanto, al Señor? No quiere sacrificios ni holocaustos, sino toda mi vida. Por eso dice: "Alzaré la copa de la salvación", llamando cáliz a los sufrimientos en el combate espiritual, a la resistencia ante el pecado hasta la muerte. Es lo que nos enseñó, por otro lado, nuestro salvador en el Evangelio: "Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz"; o cuando les dijo a los discípulos: "¿podéis beber el cáliz que yo he de beber?", refiriéndose claramente a la muerte que aceptaba por la salvación del mundo» (San Basilio Magno. Homilía sobre el Salmo 115PG XXX, 109).

En la segunda lectura (Corintios 11, 23-26) se nos presenta la versión paulina de la institución de la Eucaristía, que coincide con la versión de Lucas y se diferencia más de la de Mateo y Marcos, aunque, naturalmente, las cuatro dan los elementos básicos de la Institución. Este de San Pablo presenta evidentes analogías con el texto del evangelio de Lucas, lo que nos remontaría a una tradición común procedente de la comunidad de Antioquía, de la cual dependerían tanto Pablo como Lucas.
En esta versión, por medio de detalles a primera vista insignificantes, se destaca el valor salvador de la Eucaristía.
Ante las divisiones y escándalos morales surgidos en la comunidad de Corinto, Pablo, poco después de transcurridos 20 años desde la muerte de Jesús, apela a la celebración central del cristianismo: la Eucaristía.
Este fragmento es célebre e históricamente importante porque se traslada al año 50, cuando ya existía un relato oficial, con estilizaciones litúrgicas y autentificación apostólica, de la última cena de Jesús. Nos hallamos, pues, ante la más antigua narración literaria de la Eucaristía, anterior incluso al texto de los Sinópticos.
"Haced esto en memoria mía" es una expresión que nos acerca al memorial de que nos habla la primera lectura. El recuerdo de la última cena es sobre todo actualización del carácter salvífico de la entrega de Jesús en el pan y el vino.
"Hasta que vuelva" nos recuerda que la actitud del cristiano en la Eucaristía es esencialmente itinerante, supone saberse en camino, como israelita con bastón y sandalias la noche de la Pascua.
 La Eucaristía, según San Pablo, es una particular memoria y presencia de la muerte del Señor. El creyente que participa en ella se une al Señor muerto, es decir, al real, histórico, no únicamente imaginado. Por otro lado, como según la teología paulina, la Muerte y la Resurrección de Cristo son algo totalmente unido entre sí, cuando se menciona una, se está implicando la otra. Por eso, al hablar del Señor muerto, también se piensa en el Señor resucitado. Y, por tanto, también el comulgante establece comunidad con el Resucitado, participando de la nueva situación que Cristo ha establecido para sí y para los que se unen a él.
De todas formas no se puede pasar por alto nada, ni la muerte ni la Resurrección. En un momento de la vida se puede insistir más en una o en otra, pero sin olvidar aquel aspecto que no se acentúa en ese momento.

El evangelio de hoy (Jn 13, 1-15) es una introducción a los discursos de despedida y al relato de la pasión y muerte de Jesús.
En el evangelio de San Juan el relato de la última cena es el momento culminante de la vida de Cristo: nos transcribe el gesto, propio de los criados, de lavar los pies; con valor paradigmático para los discípulos de todos los tiempos. Cristo se presenta como siervo, y la actitud del creyente consiste en aceptar a Cristo siervo, sin ser reacio como Pedro o traidor como Judas.
La solemnidad de esta introducción queda interrumpida un momento para decirnos que nos encontramos "cenando" y que Judas Iscariote será el instrumento del diablo para conducir a Jesús a la muerte.
El texto nos presenta al Jesús joánico, revestido de poder, con plena conciencia, unido totalmente al Padre, un Jesús que mantendrá este tono majestuoso durante todo el relato de la pasión y hasta su muerte en la cruz.
Toda la preparación solemne sirve para decir que Jesús se pone a lavar los pies a los discípulos. Su máxima libertad le lleva a ejercer el servicio más humilde. Juan no habla de la eucaristía en la última cena, pero habla, con este gesto simbólico, del significado de la muerte y resurrección de Jesús: la donación, por amor, de la vida que el Padre le ha dado.


Es típico de San Juan la mala o nula comprensión de lo que Jesús hace y dice. Ahora es Pedro quien expresa esta incomprensión, que sólo podrá superar "después", es decir, cuando Jesús haya "entregado el espíritu". La reacción de Pedro en el v. 9 muestra su adhesión personal a Jesús, pero por ser voluntad del jefe, no por convicción. Al ofrecerse a que le lave las manos y la cabeza, Pedro piensa que el lavado es purificatorio y condición para ser admitido por Jesús. Juzgaba inadmisible la acción como servicio; como rito religioso se presta a ella. Jesús corrige también esta interpretación. El término "limpios" pone esta escena en relación con la de Caná, donde se mencionaban las purificaciones de los judíos. La necesidad de purificación, característica de la religión judía, significaba la precariedad de la relación con Dios, interrumpida por cualquier contaminación legal. Jesús había anunciado allí el fin de las purificaciones y de la Ley misma.
El gesto de Jesús no es el simple modelo a imitar. Los discípulos "deben lavarse también los pies unos a otros", como les ha hecho "el Maestro y Señor". Para que una comunidad se pueda llamar verdaderamente cristiana, debe hacer lo mismo que Jesús: "lavarse mutuamente los pies", es decir, servir, dar la vida hasta el extremo por amor. Porque eso es lo que ha hecho Jesús. Porque así es como lo ha hecho Jesús.
Pedro (y con él los discípulos de los que aparece como portavoz) sigue sin comprender que significa lo que está ocurriendo. Pero más tarde lo comprenderá. Ese "más tarde" evoca de un modo claro la próxima muerte y resurrección de Jesús. De este modo, Juan le dice al lector desde qué ángulo visual ha de entender la historia. Frente a la negativa de Pedro Jesús insiste: quien desee tener parte con él, quien quiera estar en comunión con él y pertenecerle, no tiene más remedio que permitir a Jesús prestarle ese servicio de esclavo; o, dicho sin metáforas: hay que aceptar personalmente la muerte de Jesús como una muerte salvífica.
"Lo comprenderás más tarde". El sentido del gesto es cristológico y pretende anticipar simbólicamente la humillación de la cruz. El significado salvífico de este acto quedará escondido hasta la muerte-resurrección y el consiguiente don del Espíritu.
"No tienes nada que ver conmigo" (literariamente no tendrás parte de mí) es una fórmula semítica: "Parte" en el Antiguo Testamento significa heredad que Dios otorga a su Pueblo y al justo, más adelante pasó a tener un significado escatológico. Si no acepta el escándalo de la cruz, Pedro no podrá participar del reino escatológico que Jesús ha venido a inaugurar.
Finalmente ha llegado "la hora" de Jesús. Hasta ahora Juan nos había ido diciendo que "todavía no había llegado su hora". Ahora sí. Y ahora sabemos en qué consiste esta "hora": en "pasar de este mundo al Padre", en "amar hasta el extremo". Es en la muerte de Jesús, en la donación total de su vida, en el amor hasta el extremo, donde se realiza "la hora" de Jesús: el paso de este mundo al Padre es su muerte y resurrección.
Para comprender todo el episodio hay que partir del hecho de que la acción simbólica del lavatorio de pies alude a la importancia soteriológica de la muerte de Jesús. (...)
Es fundamental el criterio establecido por Jesús y expuesto mediante el gesto simbólico del lavatorio de pies: el amor se demuestra en la propia humillación, en la propia limitación, en el ser y obrar a favor de los demás. Amar significa ayudar al otro para su propia vida, su libertad, autonomía y capacidad vital; proporcionarle el espacio vital humano que necesita. Para nosotros el gesto simbólico del lavatorio de pies ha perdido mucha de su fuerza original. El amor, tal como él lo entendía y practicaba, incluía la renuncia al poder y al dominio así como la disposición a practicar el servicio más humillante. Lavar los pies pertenecía entonces al trabajo sucio. La negativa de Pedro descubre la resistencia interna de una mente privilegiada contra semejantes insinuaciones.
Si se quiere pertenecer a Jesús hay que estar dispuesto a un cambio de conciencia  radical; y eso conlleva que en el fondo sólo el amor opera el auténtico cambio de mente liberador, el fin de toda dominación extraña.
San Juan había comprendido que con Jesús había entrado en el mundo una concepción radicalmente nueva de Dios y del hombre; una concepción que sacudía los cimientos de la sociedad esclavista y de las relaciones de poder porque ponía la fuerza omnipotente del amor en el centro de todo lo divino. El lavatorio de los pies era el símbolo más elocuente para expresar esta nueva concepción, símbolo que también a nosotros nos hace pensar.

Para nuestra vida
Hoy, Jueves Santo, celebramos en la Eucaristía el núcleo central de nuestra fe. En un mundo tan complejo, en medio de experiencias nada fáciles, personales y colectivas, ante mil posibilidades de error y destrucción, celebramos la memoria del Señor Jesús y afirmamos nuestra fe en El. "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13). Esto es lo que intentamos vivir cada día, en cada momento de relación con los demás, en cada modo de juzgar las situaciones y de actuar en ellas, en cada decisión que tomamos. Este es nuestro culto agradable a Dios como pueblo santo y sacerdotal, y esta vida según el Espíritu de Jesucristo es la que nos construye como Iglesia suya. Es así como nos unimos realmente a su muerte y resurrección, comunión que significamos y celebramos ahora en la participación del Pan y el Vino de la Eucaristía.

La primera lectura nos presenta la cena de Pascua judía, que hasta el día de hoy representa el momento más entrañable de la vida del pueblo judío.
El fragmento de Éx 12,1-13,16 es una larga secuencia litúrgica introducida en el relato del éxodo. Contiene elementos de diversa procedencia y época.
Los vv 1-20 del c.12, de donde procede el texto proclamado, forman parte de la tradición sacerdotal, redactada a partir del exilio; por tanto, de época tardía. Proponen la codificación litúrgica definitiva de la fiesta de Pascua; ya se ha ido fundiendo las fiestas tradicionales de sacrificio de crías de los rebaños y la semana de los panes ácimos en el inicio de la primavera. El texto que nos presenta la liturgia de hoy recoge tan sólo los versículos referentes al sacrificio de los animales.
La antigua fiesta de pastores adquiere para el redactor sacerdotal un nuevo significado: ya no marca el inicio de la trashumancia de los pastos invernales a los estivales, sino el recuerdo del paso de la esclavitud a la libertad. La sangre de los animales adquiere un significado teológico: memorial de la salvación que Dios ofrece a su pueblo (cf. v 14). El memorial comporta un sentido actualizador: al repetir el gesto de los antepasados de la inmolación de animales, cada generación se hace presente en la acción liberadora de Dios.
Ceñidos, con las sandalias puestas y el bastón en la mano... son expresión de la actitud espiritual del pueblo en la Pascua: un pueblo en camino, paso a paso hacia la libertad definitiva.
La comunidad es la familia, más que la ciudad o la nación entera que se reúne en el Templo (mejor dicho: el pueblo de Israel es el conjunto de familias que celebran la misma Pascua). El "paso del Señor" afecta tan intensamente la vida de cada israelita, que debe celebrarse en un ambiente en el que cada uno de ellos -incluso el más pequeño de la casa- se pueda sentir protagonista.
Sin embargo, no es tampoco una cena como las demás, ni un acto de familia en sentido exclusivo. Es un acto que debe reunir unas veinte personas (a veces, reuniendo más de una familia) y que se rodea de una multitud de detalles, que lo convierten en un auténtico acto cultual.
El cordero debe ser macho, sin tara y de un año; es decir: el cordero ideal, porque hay que ofrecerlo a Dios. No es importante sólo el momento en que se come el cordero, sino también el momento en que se inmola, al atardecer de aquel día. La sangre es la vida, y la vida es de Dios. Por ello la sangre es recogida religiosamente. Con aquella sangre se marcan las casas, como signo de que Dios está con nosotros, ante la amenaza de exterminio.
En tiempo de Jesús, el ritual de celebración estaba perfectamente determinado en todos sus detalles. Se sacrificaban en el templo los corderos cuya sangre se derramaba sobre el altar y por la noche, a una hora desacostumbrada para los judíos, se cenaba por familias o pequeños grupos.
El ritual era el siguiente:
a) Tras una primera copa de vino, se bendecía a Dios por la fiesta y por la copa. Se servía sin pan el primer plato: legumbres, hierbas amargas y salsa haroset. Se comía lo servido.
Se sacaba el menú pascual: el cordero sacrificado, pan sin levadura tierno, hierbas amargas y haroset. También una segunda copa de vino.
b) Con esto en la mesa alguien preguntaba: ¿por qué hacemos esto hoy?, y el presidente recitaba la explicación o narración de la salida de Egipto y el significado de cada manjar (Dios pasó por las casas de los israelitas, fuimos liberados de Egipto, los egipcios nos amargaron la vida). Se terminaba la narración con salmos que destacaban la intervención de Dios liberando (Hallel).
Se bebía la segunda copa.
c) Oración del presidente sobre el pan ácimo. Se partía el pan y se tomaba la comida recostados en señal de "no esclavitud". Se servía la tercera copa de bendición (vino mezclado con agua), sobre la que se daba gracias por la comida, pasándola de uno a otro para que todos bebieran.
d) Se servía la cuarta copa y se continuaban los salmos del Hallel y luego una plegaria de alabanza sobre la cuarta copa.
Jesús debió pronunciar la fórmula explicativa del pan en ocasión de la plegaria que se recitaba antes de comenzar el plato principal: sólo en este momento se pronunciaba una oración de acción de gracias sobre el pan, ya que con el primer plato no se comía este producto. Las palabras sobre el vino tuvieron que ser pronunciadas en la acción de gracias que seguía a la comida (copa de bendición).

Con el salmo 115 damos gracias a Dios por los beneficios que recibimos de su generosidad.

Para finalizar la comida de Pascua, o Seder,, se cantan los salmos de Hallel, es decir los salmos 112 al 117. El salmo 115 resume perfectamente el sentimiento de Israel en esta situación dolorosa. Horriblemente oprimido ("he sufrido mucho"), obtuvo del Faraón el permiso para salir de la hoguera. Pero de inmediato siente que le pisa los talones el ejército egipcio ("en mi confusión yo decía: ¡el hombre es sólo mentira!"). Experiencia profunda de la duplicidad humana. Morirían aprisionados entre el Mar Rojo a la espalda y los terribles carruajes del Faraón por delante... En ese momento se abre el mar ("mucho le cuesta al Señor ver morir a los suyos"). Con inmensa emoción, el salmista pasa de pronto, a la segunda persona: "yo soy, Señor, tu siervo, Tú has roto las cadenas que me ataban. Te ofreceré el sacrificio de alabanza, levantaré la copa de salvación... " El drama de Israel "desgraciado", oprimido, es el de todo hombre, bajo el peso de su "condición humana". La acción de gracias de Israel "ante el bien que Dios le ha hecho"
La nota dominante en este salmo es la acción de gracias. "¿Cómo podré pagar al Señor todo el bien que me ha hecho?. “Levantaré la copa de la salvación... Ofreceré el sacrificio de alabanza..."
Ese es el sentido de la renovación de votos. No es costumbre anual, sino privilegio diario. Con estas palabras va una oración para que esos votos encarnen cada vez más una fuerte vinculación comunitaria, que nuestra consagración inicial vaya adquiriendo nuevo sentido con el paso de los años, sin olvidar nunca el antiguo.

En la segunda lectura se nos proclama la tradición que Pablo recibió, y es que Jesucristo, durante su Última Cena, realizó el máximo acto de amor por la humanidad, al instituir la Eucaristía. Esto nos ayuda a comprender lo sagrado de nuestra Eucaristía.
La unión con el Señor muerto y resucitado implica compromiso con El. El compromiso es vivible más en lo tocante a la muerte, al menos en algunas circunstancias. O, al menos, es lo que nos puede costar trabajo asumir, porque el compromiso con la Resurrección es más agradable y positivo. Si se tiene, cosa no tan frecuente, ya se vive. En cambio el de la muerte, puede arredrar y no querer comprometerse en toda su significación, por lo que tiene de sufrimiento y entrega.
La Eucaristía aparece en este texto como memorial de la nueva alianza (v. 25), símbolo y presencia de la situación nueva creada por JC. Esta situación se vivencia e intensifica con la celebración de la Cena del Señor. Es la salvación actuada. La razón es la especial comunión que establece quien participa con Él. No es sólo un recuerdo sino una presencia.
El Cuerpo y la Sangre del Señor son Él mismo, pero con una especial relación con su Muerte y todo lo que ella implica de amor a los hombres, entrega y unión con el destino humano, elevación de este destino con la Resurrección. Se recuerda y se vive que la situación de salvación ha costado la Vida del Salvador. Aunque no se dice expresamente "cómo", ciertamente la vida y muerte de Jesús es en favor y en lugar de los hombres (v. 24).
Unión entre los que comen el mismo pan y beben de la misma copa. Es la razón de hablar aquí de la Eucaristía. La unión con Cristo es también unión con los demás, que forman un solo cuerpo con él.
La obra de salvación y unión con Jesucristo comenzada, ya no está llevada a su culminación todavía. La Eucaristía lanza hacia la transformación del mundo y de la historia, hacia la Parusía. No es sólo el recuerdo de un pasado sino el esfuerzo y camino hacia el futuro. SAN AGUSTÍN COMENTA LA SEGUNDA LECTURA


 I Cor 11, 23-26: Comed el vínculo que os une, bebed vuestro precio

Cristo nuestro Señor que en su pasión ofreció por nosotros lo que había tomado de nosotros en su nacimiento, constituido príncipe de los sacerdotes para siempre, ordenó que se ofreciera el sacrificio que estáis viendo, el de su cuerpo y sangre. En efecto, de su cuerpo, herido por la lanza, brotó sangre y agua, mediante la cual borró los pecados del mundo. Recordando esta gracia, al hacer realidad la liberación de vuestros pecados, puesto que es Dios quien la realiza en vosotros, acercaos con temor y temblor a participar de este altar. Reconoced en el pan lo que colgó del madero, y en el cáliz lo que manó del costado. En su múltiple variedad, aquellos antiguos sacrificios del pueblo de Dios figuraban a este único sacrificio futuro. Cristo mismo es, a la vez, cordero por la inocencia y sencillez de su alma, y cabrito por su carne, semejante a la carne de pecado. Todo lo anunciado de muchas y variadas formas en los sacrificios del antiguo Testamento se refiere a este único sacrificio que ha revelado el Nuevo.

Recibid, pues, y comed el cuerpo de Cristo, transformados ya vosotros mismos en miembros de Cristo, en el cuerpo de Cristo; recibid y bebed la sangre de Cristo. No os desvinculéis, comed el vínculo que os une; no os estiméis en poco, bebed vuestro precio. A la manera como se transforma en vosotros cualquier cosa que coméis o bebéis, transformaos también vosotros en el cuerpo de Cristo viviendo en actitud obediente y piadosa. Cuando se acercaba ya el momento de su pasión y estaba celebrando la pascua con sus discípulos, él bendijo el pan que tenía en sus manos y dijo: Esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros (1 Cor 11,24). Igualmente les dio el cáliz bendecido, diciendo: Ésta es mi sangre de la nueva alianza, que será derramada por muchos para el perdón de los pecados (Mt 26,28). Estas cosas las leíais en el evangelio o las escuchabais, pero ignorabais que esta eucaristía era el Hijo; ahora, en cambio, rociado vuestro corazón con la conciencia limpia y lavado vuestro cuerpo con el agua pura, acercaos a él y seréis iluminados y vuestros rostros no se avergonzarán (Sal 33,6). Si recibís santamente este sacramento que pertenece a la nueva alianza y os da motivo para esperar la herencia eterna, si guardáis el mandamiento nuevo de amaros unos a otros, tendréis vida en vosotros, pues recibís aquella carne de la que dice la Vida misma: El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo (Jn 6,52) y quien no coma mi carne y beba mi sangre, no tendrá vida en sí.

Teniendo, pues, vida en él, seréis una carne con él. En efecto, este sacramento no ofrece el cuerpo de Cristo de forma que conlleve el estar separados de él. El Apóstol recuerda que esto se halla predicho ya en la Sagrada Escritura: Serán dos en una misma carne. Misterio grande es este, dice, pero yo lo aplico a Cristo y a la Iglesia (Ef 5,31-32). En otro lugar dice también respecto a esta Eucaristía: Siendo muchos, somos un único pan, un único cuerpo (1 Cor 10,17). Comenzáis, pues, a recibir lo que ya habéis comenzado a ser, si no lo recibís indignamente, para no comer y beber vuestra propia condenación. Dice así. Quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese el hombre a sí mismo, y luego coma del pan y beba del cáliz, pues quien come y bebe indignamente, come y bebe su condenación (1 Cor 11,27-29).

Lo recibís dignamente si os guardáis del fermento de las doctrinas perversas, de forma que seáis panes ácimos de sinceridad y de verdad (1 Cor 5,8); o si conserváis aquel fermento de la caridad que oculta la mujer en tres medidas de harina hasta que fermente toda la masa (Lc 13,21). Esta mujer es la sabiduría de Dios, aparecida en carne mortal gracias a una virgen, que sembró su evangelio en toda la tierra, que restauró después del diluvio a partir de los tres hijos de Noé cual si fuesen las tres medidas dichas hasta que fermentase la totalidad. Ésta es la totalidad que en griego se dice «holon», donde estaréis si guardáis el vinculo de la paz «según la totalidad», que en griego recibe el nombre de «catholon», de donde viene el nombre de católica. (San Agustín. Sermón 228 B, 2-5)[2]

En el evangelio vemos como Jesús también  celebró, como los otros judíos, la comida del cordero en la noche de Pascua.
El evangelio de Juan inicia la narración de la cena con gran solemnidad, como si todo el evangelio hubiera sido su preparación: "Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre".
Pero él le dio un nuevo sentido a la celebración de la Pascua. Quiso dar a sus discípulos una muestra del amor inmenso que les tenía y de servicio, al lavarles los pies.
San Juan describe a los discípulos como formando un círculo, en medio del cual se encuentra el Señor preocupándose por los pies de aquéllos. Mientras no nos se sintamos implicados en el lavatorio de los pies... no acabaremos de comprender el mensaje y, por tanto, lo que Jesús hace (v. 8). San Juan  ha preparado este relato para que cada uno tomemos su sitio en esta reunión (es notorio que Juan, al contar la última cena, no hace alusión a la eucaristía, sino que desarrolla el gesto del lavatorio de los pies de sus discípulos). Es más: quien hace suyas la resistencia de Pedro y las palabras que éste pronuncia, tendrá la posibilidad de escuchar la respuesta de Jesús.
Se puso a lavarles los pies (un quehacer propio de los esclavos en aquel tiempo). En el momento en que Jesús se levanta de su sitio y se quita el manto, en ese momento culmina el abandono del puesto que tiene en la gloria del Padre y toma figura de siervo (Flp. 2,7). Inclinado a los pies de Pedro, ocupado con los cansados y sucios pies de sus discípulos, se encuentra Jesús en el punto álgido de su camino, en el punto cero, es decir, en el justo intermedio entre la subida al Padre y el descenso al mundo de los hombres, de los esclavos.
En el lavatorio de la última cena sobresalen dos puntos.
*El primero es la abnegación, la humillación radical de Jesús al lavar los pies a los discípulos: lo contrario de lo que hacían los rabbís.
*El segundo es la disposición de Jesús a afrontar la lucha que se avecina: en lugar de evadir "su hora", se despoja del manto y se ciñe la toalla, se dispone no al combate físico, sino a la lucha espiritual de su acción, de su sacrificio. Jesús, héroe del espíritu, se ciñe para la llegada de "su hora".
La vida entera de Jesús está resumida en este gesto: sus palabras, sus milagros, su amistad con los pecadores, su llamada a la conversión, su defensa de la verdadera vida humana, su simplicidad y su dureza, su muerte, toda su vida es vida de comunión con los hombres, de servicio. "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo". El gesto de arrodillarse ante los discípulos tiene la cruz en el horizonte.
"Se quita el manto", símbolo de la muerte, cuando será despojado de los vestidos, de los amigos e incluso de la vida, en la última y suprema manifestación de su amor.
"Y se pone a lavarles los pies a los discípulos" para purificarlos. Este gesto tiene resonancia en todo el evangelio: la purificación del leproso, la liberación del endemoniado, la curación del ciego, la resurrección del joven, la libertad vivida y comunicada. La vida entera de Jesús, su muerte y resurrección han sido la purificación del hombre, la recuperación de nuestra vida, la liberación de nuestras esclavitudes, el nuevo florecimiento de la paz, la alegría, la esperanza, la libertad.
¿Comprendéis lo que os he hecho...?” La pregunta va mucho más allá del lavatorio de los pies; hace relación al todo, o sea, a todo por lo cual Jesús se ha colocado en el último lugar (Lc 14, 8) entre los hombres. Juan hace que Jesús se dirija al oyente del evangelio y no sólo desde la sala de la última cena, sino desde la mesa del reino eterno, a la que, después de su "vaciamiento" ha de volver resucitado, exaltado, para sentarse a la derecha del Padre (v. 12). “¿Comprendéis lo que os he hecho?” Esta es la pregunta dirigida a todos "en la víspera de su pasión", también a ti y a mi, creyentes del siglo XXI.
Aceptar a Cristo supone asumir sus propias actitudes y reproducirlas en la vida cotidiana (v 15).
Abramos el corazón al mensaje del Evangelio  de San Juan para poder  amar hasta el extremo.

Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalén.com



[1] .- Papa emérito Benedicto XVI: «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?»Comentario en la audiencia general (miércoles, 25 mayo 2005) al Salmo 115.

[2] https://www.augustinus.it/spagnolo/discorsi/discorso_301_testo.htm

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