jueves, 3 de marzo de 2016

Comentarios a las lecturas del IV Domingo de Cuaresma. 6 de marzo de 2016.

Comentarios a las lecturas del  IV Domingo de Cuaresma 6 de marzo de 2016

En esta Cuaresma abunda el mensaje de lo que significa la  "misericordia". La palabra misericordia además del significado de  perdón o  compasión, tiene también otros significados: en la parábola del Buen Samaritano se identifica con lo que hoy llamamos "solidaridad". El origen etimológico de la palabra revela un sentido más rico y profundo. En hebreo "rahanim" expresa el apego de un ser a otro. Para la mentalidad semita este apego nace en el seno materno o útero, es decir en las entrañas. Nosotros diríamos que significa que una persona está en el corazón de otra: es el cariño, la ternura que se traduce en compasión y perdón ante el fallo de nuestro prójimo.
Hoy celebramos el cuarto domingo de Cuaresma, aquel que se denomina Laetare: domingo de fiesta exultante, que nos invita a vivir contentos. Todas las lecturas nos hablan del amor desbordante de Dios: esa es la fuente de nuestro gozo.
Las lecturas de este domingo son una llamada a confiar en la providencia divina. Siempre dar gracias, siempre esperar, siempre estar tranquilos, serenos, optimistas. Dios proveerá. Estemos plenamente seguros del Señor, de su inmenso amor y de su poder infinito.

En la primera lectura  (Jos 5,9a.10-12) , se nos recuerda como el pueblo ha llegado a la tierra prometida. Atrás quedaron los largos años de caminar con rumbo perdido por el desierto. También, en el lejano horizonte del tiempo, se perdió la esclavitud y la opresión. Ahora ha cesado su vida de judío errante, ahora el pueblo descansará en la posesión de esa tierra que Dios les ha dado. En la estepa de Jericó, en Guilgal, acamparon los israelitas para celebrar la Pascua, la primera dentro de los confines de la tierra soñada tanto tiempo. Allí
Dios les dio el maná cuando no tenían otro medio de alimentarse, de sobrevivir, pero que cuando ellos, el pueblo, ya podía vivir del fruto de su trabajo, cesó el maná.
"En aquellos días, el Señor dijo a Josué: Hoy os he despojado del oprobio de Egipto ". El día siguiente a la Pascua, ese mismo día, comieron del fruto de la tierra: panes ázimos y espigas fritas. Cuando comenzaron a comer del fruto de la tierra, cesó el maná. La confianza en que Dios proveerá, no debe nunca excluir nuestro trabajo para conseguir lo que necesitamos, nuestra colaboración.

El responsorial de hoy es el salmo 33 (Sal 33,2-7) en el proclamamos: "¡gustad y ved qué bueno es el Señor!".
El verso de este salmo que repetimos, Gustad y ved, no habla de fe ciega, de conocimiento abstracto o de razonamientos. La bondad del Señor no solo se sabe o se cree, sino que se gusta, se saborea, se palpa, se ve. La experiencia de Dios no se limita a nuestra mente, sino que rebasa el campo del pensamiento y empapa toda nuestra existencia. Dios nos habla a través del corazón y de los sentidos. Y su sabor es bueno. Su experiencia es dulce y vivificante. No nos adormece, sino que nos despierta y nos fortalece.
Quien experimenta a Dios en su vida rebosa, y no puede menos que prorrumpir en alabanzas. Irradia ese amor que lo llena.
El contacto con Dios libera de temores, miedos, angustias. No sólo las aparta de nosotros: nos libera.
Tantas veces no gozamos de esto porque no somos capaces de salir de nuestro yo, de la ceguera que padecemos y nos quedamos contemplando a un Dios que nos manda cumplir sus mandatos y preceptos y no llegamos a  descubrir la vida, el gozo, la felicidad que nos trae a través de ellos y de los acontecimientos de nuestra vida, las gracias que nos da.
  Gustad y ved es una invitación personal, pero a la vez comunitaria, es la experiencia de un pueblo, no es suficiente que haya hombres y mujeres que gusten y vean lo bueno que es el Señor y las maravillas que hace, tenemos que tener esa misma experiencia como pueblo, como comunidad y dar testimonio de ello. Los israelitas en Egipto no tenian experiencia de pueblo, por eso anduvieron cuarenta años por el desierto y cuando entraron en la tierra prometida se sabían el pueblo escogido.   A lo largo de la Palabra de Dios se nos hace constantemente esta invitación:       -Desde la creación (gustad y ved el poder y el amor de Dios)       -Desde el paraíso y la desobediencia (gustad y ved la alianza que hace con el hombre)       -En toda la historia de salvación, pasando por Abraham, Moisés, todos los profetas, los salmos y como culmen la venida de Jesús que nos revela el rostro del Padre que viene a darnos el acceso a los bienes del cielo y la participación del Espíritu Santo.

En la segunda lectura de hoy ( 2 Cor 5,17-21 ) San Pablo pide a los cristianos de Corinto que se reconcilien con Dios, viviendo como criaturas nuevas. Sabemos que en la comunidad cristiana de Corinto existían desavenencias y divisiones dentro de la comunidad cristina, precisamente porque, en muchos aspectos, seguían viviendo como criaturas carnales. San Pablo les dice que por el bautismo de Cristo han sido ya hechos criaturas nuevas, espirituales, y que deben vivir como tales, amándose mutuamente y viviendo como auténticos hijos de Dios, no como esclavos del pecado y de los ídolos.
San Pablo no escribe a la iglesia en Corinto como si ésta estuviera recién creada. La comunidad de  Corinto tenia ya varios años de vida. Conforme pasaban los años, la comunidad  había crecido. La componían todo tipo de personas: recién convertidos, hombres y mujeres de muchos años como cristianos, algunos que ya habían nacido en una familia cristiana, gente con grandes recursos económicos, hermanos en pobreza, libres, esclavos. Esto ocasionó –como suele suceder- fricciones y discusiones al interior de la comunidad. Había un problema fundamental: los llamados “entusiastas”.
En Corinto San Pablo tiene que enfrentarse a personas que comparten su entusiasmo. Aquí tiene que corregir las consecuencias de su propio mensaje, no con los adversarios, sino con sus propios seguidores. Para los corintios el Espíritu era un poder celestial milagroso, que se expresaba hablando en lenguas y con dones extraordinarios y que ya ahora hace que los seres humanos estén en una vida más allá de lo cotidiano. Las vivencias extáticas eran consideradas experiencias-cumbre religiosas. Quiere mostrar a los corintios que una intensa experiencia de la vida en el Espíritu no es el factor decisivo, pues lo decisivo es cómo la persona dirige la energía del Espíritu para el bien de los hermanos.
Se sumaban además las fricciones entre la comunidad y el constante acoso de falsos apóstoles. Corinto se había convertido en una iglesia que importó actitudes y acciones propias del mundo, pero lejanas al espíritu cristiano. Lo “viejo” seguía reinando. Eran muy “espirituales”, consideraban experimentar grandes manifestaciones del Espíritu, pero sus relaciones no habían sido modificadas. Sí, sus pecados habían sido perdonados. Eran justificados por la fe y salvos por gracia, pero queda la pregunta si eran participantes del Reino de Dios o, en lenguaje de Pablo, si ya se encontraban reconciliados con Dios.
La reconciliación con Dios es profunda e intima. El Dios bíblico es el que libera al pueblo de Israel de Egipto, el que denuncia a los falsos pastores, que confronta a ídolos y sacerdotes de cultos contrarios a la justicia. Si Jesucristo nos enseña a amar al enemigo, también somos enseñados a no dejarnos dominar por nadie, pues sólo Dios es el Señor. Si somos impulsados por la misericordia del Nuevo Testamento, también somos confrontados con el celo de justicia en el Señor. Nuestra vida está regida por el Dios del Éxodo, se nos invita a ser libres, quitando a todo faraón de nuestras mentes e historias, para atreverse a contar y crear nuestra propia historia. Se nos exige no juzgar, pero igualmente somos exhortados a denunciar el pecado con sinceridad. Pecado que no es una moralina hipócrita (como señalar los fallos de los demás), sino como lo describe la Biblia: todo aquello que rompe la unidad con Dios, como lo son injusticias, opresión, imposición, desprecio; pecado como todo aquello que atenta en contra del prójimo.

El evangelio de este domingo ( Lc 15,1-3.11-32 ) es la parábola del hijo pródigo o "Del Padre misericordioso" porque en realidad es el padre,  el auténtico protagonista. El contexto de la parábola está rodeada de una realidad social y es la de los fariseos y los escribas que  murmuraban entre ellos: "ese acoge a los pecadores y come con ellos".
Inmediatamente después de esta descripción, San Lucas presenta tres parábolas entrelazadas entre sí por el mismo tema de la misericordia divina: la oveja perdida (Lc 15,4-7), la dracma perdida (Lc 15,8-10), el hijo perdido (Lc 15,11-32). Esta última parábola es el tema del evangelio de hoy.




De la lectura del texto evangélico se deduce claramente que Jesús no dirige su parábola a los fariseos y escribas para que estos se fijen en el comportamiento del hijo, sino para que se fijen en el comportamiento del Padre. Por eso, esta parábola debe llamarse con propiedad parábola del Padre pródigo, mejor que llamarla parábola del hijo pródigo. Y no hay duda de que esta parábola refleja mejor aún que ninguna otra la inmensa misericordia de Dios, como padre, hacia todos sus hijos, hacia los que siempre se portaron bien –hijo mayor- y hacia los que se portaron muy mal –hijo menor-. Lo que Jesús quiere decir con esta parábola a los fariseos y escribas que le criticaban es que él está haciendo con los pecadores que se acercaban a él exactamente lo que hace Dios con todos nosotros, justos y pecadores: amarnos pródigamente, es decir, con una generosidad sin límites.
  Fijémonos en la respuesta final del Padre (Lc15,31-32:). Así como el Padre no presta atención a los argumentos del hijo menor, así tampoco presta atención a los argumentos del hijo mayor y dice: " Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ¡ha sido hallado!" ¿Será que el mayor tenía realmente conciencia de estar siempre con el Padre y de encontrar en esta presencia la causa de su alegría? La expresión del Padre "¡Todo lo mío es tuyo!" incluye también al hijo menor que volvió. El mayor no tiene derecho a hacer distinción. Si él quiere ser hijo del Padre, tendrá que aceptarlo así como a él le gustaría que el Padre es. La parábola no dice cuál fue la respuesta final del hermano mayor. Esto le toca al hermano mayor, que somos todos nosotros.
  La acción salvadora de Dios es fuente de alegría: “¡Alégraros conmigo!” (Lc 15,6.9) Y de esta experiencia de la gratuidad de Dios nace el sentido de la fiesta y de la alegría (Lc 15,32). Al final de la parábola, el Padre manda alegrarse y hacer fiesta. La alegría queda amenazada a causa del hijo mayor que no quiere entrar. El piensa que tiene derecho a una alegría sólo con sus amigos y no quiere la alegría con todos los miembros de la misma familia humana. El representa a los que se consideran justos y observantes y piensan que no precisan conversión.
Para nuestra vida.
En este Jubileo se nos convoca a cada fiel, a cada institución, a cada actividad a que revele que Dios ama al hombre. El Papa une el Jubileo extraordinario que ha convocado a la práctica las obras de misericordia: Así pues el jubileo no es algo pasivo _recibir-, sino algo activo -realizar-.
“En este Año jubilar he querido resaltar que todos podemos vivir la gracia del Jubileo, precisamente poniendo en práctica las obras de misericordia corporales y espirituales: vivir las obras de misericordia significa conjugar el verbo amar como lo hizo Jesús. Y así, todos juntos, contribuimos concretamente a la gran misión de la Iglesia de comunicar el amor de Dios, que desea extenderse”. (Papa Francisco).

En  el salmo 33 se nos ha invitado a “gustar y ver qué bueno es el Señor. En el salmo podemos ver y experimentar la  cercanía de Dios: un Dios al que podemos hablar, y que nos responde. Lejos de él esas concepciones de una divinidad distante, impersonal, neutral y alejada de los asuntos humanos. El Dios de Israel, el que transmiten los salmos, el Dios de nuestra fe cristiana, es personal, próximo, dialogante. Nos escucha y nos atiende. Nada de lo que es humano le resulta indiferente. Por eso, los creyentes tenemos motivos sobrados para la alegría, para el ánimo y el coraje. Tenemos motivos para “quedar radiantes” y no avergonzarnos jamás de nuestra fe.
¿Cómo es posible experimentar esta cercanía, esta intimidad  con Dios?.
San Pablo da la explicación: "El que es de Cristo es una criatura nueva: lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el servicio de la reconciliación. Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado el mensaje de la reconciliación".
Lo que sucedió en Corinto se repite en nuestros días. Ser cristiano no es sólo el saberse perdonado y limpio de pecados, eL tener la esperanza de la vida en Dios, aceptar un código doctrinal o llevar una vida devota. Ser cristiano, en estricto espíritu paulino, es la transformación integral de la vida; es amarse y amar al otro en el mismo grado. El cristiano es el que sigue a Cristo, aquél que mandó amar a los enemigos, no juzgar sino acompañar al que flaquea, ser amigo de aquellos que son rechazados por la mayoría. Ya no es sólo hablar del que es justificado y perdonado. Debemos hablar de los que van más allá y son reconciliados con Dios. Cuando Cristo es el centro de la existencia, entonces todo lo viejo debe ser abandonado. Esto no significa evitar aprender de las experiencias (buenas o malas) o pretender que las malas decisiones y errores no existieron. Poner lo viejo atrás es atreverse a ir hacia lo nuevo, permitir que Dios nos transforme en nuevas criaturas. Requerimos ser transformados para dejar atrás lo viejo, amar a aquellos que consideramos enemigos, amar y conciliar sin juzgar, ser amigo de aquellos que están en la periferia (¡cualquier periferia!).
Apliquémonos a nosotros mismos estos consejos de san Pablo y vivamos como personas espirituales, dirigidos y gobernados por el espíritu de Cristo, por el amor cristiano, no por nuestras pasiones y esclavitudes corporales.

Desde el evangelio se nos presenta la práctica real y concreta de la misericordia de Dios . El padre del "hijo pródigo" fue ciertamente misericordioso, porque llevaba a su hijo en el corazón, en sus entrañas más profundas. Demostró que le quería porque formaba parte de su ser. Por eso recibió a su hijo con los brazos abiertos, sin reprocharle nada. Le había perdonado incluso antes de que su hijo se lo pidiera. Así actúa Dios con nosotros. La seguridad que tenía el hijo menor en el amor pródigo de su padre es lo que le animó a volver a la casa paterna.
El "hijo que no era pródigo", sin embargo no supo, o mejor, no quiso ser misericordioso, quizá porque le faltaban entrañas o porque su corazón era duro como una piedra. Es verdad que a todos nos cuesta perdonar a los que nos ofenden, máxime cuando nos hacen un daño terrible... Misericordia es también ponerse en lugar del otro. Es decir y sentir que "lo que a ti te pasa a mí me importa”. Eso es solidaridad, ponerse en lugar del otro y sentir en propia carne el dolor del hermano. Porque misericordia engloba dos términos: "miseria" y "corazón".
La parábola  destaca, en primer lugar, la maldad que supone el pecado. Es pedir la herencia que tanto costó ganar al padre y malgastarla en vicios, derrochar de mala manera la heredad de los mayores, en el caso de un cristiano es perder en un momento la vida de la gracia, que se nos dio gracias al sacrificio redentor de Jesucristo. Como resultado, la soledad y la tristeza, el remordimiento y el desasosiego… Todo ello simbolizado en el servicio de guardar cerdos, que era para un judío algo abominable, máxime cuando tenía que comer lo mismo que comían aquellos animales, impuros según la Ley. El pecado, en efecto, sumerge al hombre en una situación penosa y sucia, lo hunde en un lodazal de miseria espiritual .
Reconocer el pecado es la primera condición para salir de esa triste situación. Si perdemos el sentido profundo del pecado, estamos perdidos. Difícilmente se sale de una situación, cuya gravedad no se comprende ni se acepta. Por eso hemos de pararnos a pensar en lo que supone el pecado, tratar de penetrar en su malicia y en sus nefastas consecuencias. Eso es lo que hizo el hijo pródigo. Y luego acordarnos de la bondad de Dios nuestro Padre. Pensar que el Señor es compasivo y misericordioso, pronto al perdón y al olvido de nuestros pecados. Él nos ama tanto que tiene más deseos de perdonarnos, que nosotros de ser perdonados.
Al final, el Padre abraza al hijo perdido, le recibe lleno de amor, le corta las palabras de arrepentimiento. Para el padre todo volverá a ser igual que antes; ese que ha llegado no será un jornalero como pretende, será su hijo querido, que se había perdido y que ha vuelto a la casa paterna. Todo termina con aires de fiesta, con una llamada al arrepentimiento y a la esperanza.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org

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