Comentarios a las lecturas
del IV Domingo de Cuaresma 6 de marzo de
2016
En esta Cuaresma abunda el mensaje de
lo que significa la
"misericordia". La palabra misericordia además del significado
de perdón o compasión, tiene también otros significados:
en la parábola del Buen Samaritano se identifica con lo que hoy llamamos
"solidaridad". El origen etimológico de la palabra revela un sentido
más rico y profundo. En hebreo "rahanim"
expresa el apego de un ser a otro. Para la mentalidad semita este apego nace en
el seno materno o útero, es decir en las entrañas. Nosotros diríamos que
significa que una persona está en el corazón de otra: es el cariño, la ternura
que se traduce en compasión y perdón ante el fallo de nuestro prójimo.
Hoy
celebramos el cuarto domingo de Cuaresma, aquel que se denomina Laetare: domingo de fiesta exultante, que nos invita
a vivir contentos. Todas las lecturas nos hablan del amor desbordante de Dios:
esa es la fuente de nuestro gozo.
Las
lecturas de este domingo son una llamada a confiar en la providencia divina.
Siempre dar gracias, siempre esperar, siempre estar tranquilos, serenos,
optimistas. Dios proveerá. Estemos plenamente seguros del Señor, de su inmenso
amor y de su poder infinito.
)
,
scomo el pueblo ha llegado a la
tierra prometida.
Atrás quedaron los largos años de caminar con rumbo perdido por el desierto.
También, en el lejano horizonte del tiempo, se perdió la esclavitud y la
opresión. Ahora ha cesado su vida de judío errante, ahora el pueblo descansará
en la posesión de esa tierra que Dios les ha dado. En la estepa de Jericó, en Guilgal, acamparon los israelitas para celebrar la Pascua,
la primera dentro de los confines de la tierra soñada tanto tiempo. Allí
Dios
les dio el maná cuando no tenían otro medio de alimentarse, de sobrevivir, pero
que cuando ellos, el pueblo, ya podía vivir del fruto de su trabajo, cesó el
maná.
"En aquellos días, el Señor dijo a Josué: Hoy
os he despojado del oprobio de Egipto ". El día
siguiente a la Pascua, ese mismo día, comieron del fruto de la tierra: panes
ázimos y espigas fritas. Cuando comenzaron a comer del fruto de la tierra, cesó
el maná. La confianza en que Dios proveerá, no debe nunca excluir nuestro
trabajo para conseguir lo que necesitamos, nuestra colaboración.
El
responsorial de hoy es el salmo en el proclamamos:
"¡gustad y ved qué bueno es el Señor!".
El verso de este salmo que repetimos, Gustad y ved, no habla
de fe ciega, de conocimiento abstracto o de razonamientos. La bondad del Señor
no solo se sabe o se cree, sino que se gusta, se saborea, se palpa, se ve. La
experiencia de Dios no se limita a nuestra mente, sino que rebasa el campo del
pensamiento y empapa toda nuestra existencia. Dios nos habla a través del
corazón y de los sentidos. Y su sabor es bueno. Su experiencia es dulce
y vivificante. No nos adormece, sino que nos despierta y nos fortalece.
Quien experimenta a Dios en su vida rebosa, y no puede menos que prorrumpir
en alabanzas. Irradia ese amor que lo llena.
El contacto con Dios libera de temores, miedos, angustias. No sólo las
aparta de nosotros: nos libera.
Tantas veces no gozamos de esto porque no somos capaces de salir de nuestro yo, de la ceguera que padecemos y nos quedamos contemplando a un Dios que nos manda cumplir sus mandatos y preceptos y no llegamos a descubrir la vida, el gozo, la felicidad que nos trae a través de ellos y de los acontecimientos de nuestra vida, las gracias que nos da.
Gustad y ved es una invitación personal, pero a la vez
comunitaria, es la experiencia de un pueblo, no es suficiente que haya hombres
y mujeres que gusten y vean lo bueno que es el Señor y las maravillas que hace,
tenemos que tener esa misma experiencia como pueblo, como comunidad y dar
testimonio de ello. Los israelitas en Egipto no tenian
experiencia de pueblo, por eso anduvieron cuarenta años por el desierto y
cuando entraron en la tierra prometida se sabían el pueblo escogido.Tantas veces no gozamos de esto porque no somos capaces de salir de nuestro yo, de la ceguera que padecemos y nos quedamos contemplando a un Dios que nos manda cumplir sus mandatos y preceptos y no llegamos a descubrir la vida, el gozo, la felicidad que nos trae a través de ellos y de los acontecimientos de nuestra vida, las gracias que nos da.
En la segunda lectura de
hoy ( 2 Cor 5,17-21 ) San Pablo
pide a los cristianos de Corinto que se reconcilien con Dios, viviendo como
criaturas nuevas. Sabemos que en la comunidad cristiana de Corinto existían
desavenencias y divisiones dentro de la comunidad cristina, precisamente
porque, en muchos aspectos, seguían viviendo como criaturas carnales. San Pablo
les dice que por el bautismo de Cristo han sido ya hechos criaturas nuevas,
espirituales, y que deben vivir como tales, amándose mutuamente y viviendo como
auténticos hijos de Dios, no como esclavos del pecado y de los ídolos.
San Pablo no escribe a la
iglesia en Corinto como si ésta estuviera recién creada. La comunidad de
Corinto tenia ya varios años de vida. Conforme
pasaban los años, la comunidad había
crecido. La componían todo tipo de personas: recién convertidos, hombres y
mujeres de muchos años como cristianos, algunos que ya habían nacido en una
familia cristiana, gente con grandes recursos económicos, hermanos en pobreza,
libres, esclavos. Esto ocasionó –como suele suceder- fricciones y discusiones
al interior de la comunidad. Había un problema fundamental: los llamados
“entusiastas”.
En Corinto San Pablo tiene que
enfrentarse a personas que comparten su entusiasmo. Aquí tiene que corregir las
consecuencias de su propio mensaje, no con los adversarios, sino con sus
propios seguidores. Para los corintios el Espíritu era un poder celestial
milagroso, que se expresaba hablando en lenguas y con dones extraordinarios y
que ya ahora hace que los seres humanos estén en una vida más allá de lo
cotidiano. Las vivencias extáticas eran consideradas experiencias-cumbre
religiosas. Quiere mostrar a los corintios que una intensa experiencia de la vida
en el Espíritu no es el factor decisivo, pues lo decisivo es cómo la persona
dirige la energía del Espíritu para el bien de los hermanos.
Se sumaban además las
fricciones entre la comunidad y el constante acoso de falsos apóstoles. Corinto
se había convertido en una iglesia que importó actitudes y acciones propias del
mundo, pero lejanas al espíritu cristiano. Lo “viejo” seguía reinando. Eran muy
“espirituales”, consideraban experimentar grandes manifestaciones del Espíritu,
pero sus relaciones no habían sido modificadas. Sí, sus pecados habían sido
perdonados. Eran justificados por la fe y salvos por gracia, pero queda la
pregunta si eran participantes del Reino de Dios o, en lenguaje de Pablo, si ya
se encontraban reconciliados con Dios.
La reconciliación con Dios es profunda
e intima. El Dios bíblico es el que libera al pueblo de Israel de Egipto, el
que denuncia a los falsos pastores, que confronta a ídolos y sacerdotes de
cultos contrarios a la justicia. Si Jesucristo nos enseña a amar al enemigo,
también somos enseñados a no dejarnos dominar por nadie, pues sólo Dios es el
Señor. Si somos impulsados por la misericordia del Nuevo Testamento, también
somos confrontados con el celo de justicia en el Señor. Nuestra vida está regida
por el Dios del Éxodo, se nos invita a ser libres, quitando a todo faraón de
nuestras mentes e historias, para atreverse a contar y crear nuestra propia
historia. Se nos exige no juzgar, pero igualmente somos exhortados a denunciar
el pecado con sinceridad. Pecado que no es una moralina hipócrita (como señalar
los fallos de los demás), sino como lo describe la Biblia: todo aquello que
rompe la unidad con Dios, como lo son injusticias, opresión, imposición,
desprecio; pecado como todo aquello que atenta en contra del prójimo.
El evangelio de este
domingo ( Lc 15,1-3.11-32 ) es la parábola del hijo
pródigo o "Del
Padre misericordioso" porque en realidad es el padre, el auténtico protagonista. El contexto
de la parábola está rodeada de una realidad social y es la de los fariseos y
los escribas que murmuraban entre ellos:
"ese acoge a los pecadores y come
con ellos".
Inmediatamente
después de esta descripción, San Lucas presenta tres parábolas entrelazadas
entre sí por el mismo tema de la misericordia divina: la oveja perdida (Lc 15,4-7), la dracma perdida (Lc
15,8-10), el hijo perdido (Lc 15,11-32). Esta última
parábola es el tema del evangelio de hoy.
De la lectura
del texto evangélico se deduce claramente que Jesús no dirige su parábola a los
fariseos y escribas para que estos se fijen en el comportamiento del hijo, sino
para que se fijen en el comportamiento del Padre. Por eso, esta parábola debe
llamarse con propiedad parábola del Padre pródigo, mejor que llamarla parábola
del hijo pródigo. Y no hay duda de que esta parábola refleja mejor aún que
ninguna otra la inmensa misericordia de Dios, como padre, hacia todos sus
hijos, hacia los que siempre se portaron bien –hijo mayor- y hacia los que se
portaron muy mal –hijo menor-. Lo que Jesús quiere decir con esta parábola a
los fariseos y escribas que le criticaban es que él está haciendo con los
pecadores que se acercaban a él exactamente lo que hace Dios con todos
nosotros, justos y pecadores: amarnos pródigamente, es decir, con una
generosidad sin límites.
Fijémonos en la respuesta
final del Padre (Lc15,31-32:). Así como el Padre no presta atención a los
argumentos del hijo menor, así tampoco presta atención a los argumentos del
hijo mayor y dice: " Hijo, tú
siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta
y alegrarse, porque este hermano tuyo había muerto y ha vuelto a la vida, se
había perdido y ¡ha sido hallado!" ¿Será que el mayor tenía realmente
conciencia de estar siempre con el Padre y de encontrar en esta presencia la
causa de su alegría? La expresión del Padre "¡Todo lo mío es tuyo!" incluye también al hijo menor que
volvió. El mayor no tiene derecho a hacer distinción. Si él quiere ser hijo del
Padre, tendrá que aceptarlo así como a él le gustaría que el Padre es. La
parábola no dice cuál fue la respuesta final del hermano mayor. Esto le toca al
hermano mayor, que somos todos nosotros.
La acción salvadora de Dios es fuente de
alegría: “¡Alégraros conmigo!” (Lc
15,6.9) Y de esta experiencia de la gratuidad de Dios nace el sentido de la
fiesta y de la alegría (Lc 15,32). Al final de la
parábola, el Padre manda alegrarse y hacer fiesta. La alegría queda amenazada a
causa del hijo mayor que no quiere entrar. El piensa que tiene derecho a una
alegría sólo con sus amigos y no quiere la alegría con todos los miembros de la
misma familia humana. El representa a los que se consideran justos y observantes
y piensan que no precisan conversión.
Para nuestra vida.
En
este Jubileo se nos convoca a cada fiel, a cada institución, a cada actividad a
que revele que Dios ama al hombre. El Papa une el Jubileo extraordinario que ha
convocado a la práctica las obras de misericordia: Así pues el jubileo no es
algo pasivo _recibir-, sino algo activo -realizar-.
“En
este Año jubilar he querido resaltar que todos podemos vivir la gracia del
Jubileo, precisamente poniendo en práctica las obras de misericordia corporales
y espirituales: vivir las obras de misericordia significa conjugar el verbo
amar como lo hizo Jesús. Y así, todos juntos, contribuimos concretamente a la
gran misión de la Iglesia de comunicar el amor de Dios, que desea extenderse”.
(Papa Francisco).
En
el salmo 33 se nos ha invitado a “gustar y ver qué bueno es el Señor. En el salmo podemos ver y experimentar la cercanía de Dios: un Dios al que podemos
hablar, y que nos responde. Lejos de él esas concepciones de una divinidad
distante, impersonal, neutral y alejada de los asuntos humanos. El Dios de
Israel, el que transmiten los salmos, el Dios de nuestra fe cristiana, es
personal, próximo, dialogante. Nos escucha y nos atiende. Nada de lo que es
humano le resulta indiferente. Por eso, los creyentes tenemos motivos sobrados
para la alegría, para el ánimo y el coraje. Tenemos motivos para “quedar
radiantes” y no avergonzarnos jamás de nuestra fe.
¿Cómo es posible experimentar esta
cercanía, esta intimidad con Dios?.
San Pablo da la explicación: "El que es de Cristo es una criatura nueva:
lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por
medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el servicio de la
reconciliación. Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo
consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado el mensaje
de la reconciliación".
Lo que sucedió en Corinto se repite en
nuestros días. Ser cristiano no es sólo el saberse perdonado y limpio de
pecados, eL tener la esperanza de la vida en Dios,
aceptar un código doctrinal o llevar una vida devota. Ser cristiano, en
estricto espíritu paulino, es la transformación integral de la vida; es amarse
y amar al otro en el mismo grado. El cristiano es el que sigue a Cristo, aquél
que mandó amar a los enemigos, no juzgar sino acompañar al que flaquea, ser
amigo de aquellos que son rechazados por la mayoría. Ya no es sólo hablar del
que es justificado y perdonado. Debemos hablar de los que van más allá y son
reconciliados con Dios. Cuando Cristo es el centro de la existencia, entonces
todo lo viejo debe ser abandonado. Esto no significa evitar aprender de las
experiencias (buenas o malas) o pretender que las malas decisiones y errores no
existieron. Poner lo viejo atrás es atreverse a ir hacia lo nuevo, permitir que
Dios nos transforme en nuevas criaturas. Requerimos ser transformados para
dejar atrás lo viejo, amar a aquellos que consideramos enemigos, amar y
conciliar sin juzgar, ser amigo de aquellos que están en la periferia
(¡cualquier periferia!).
Apliquémonos a nosotros mismos estos
consejos de san Pablo y vivamos como personas espirituales, dirigidos y
gobernados por el espíritu de Cristo, por el amor cristiano, no por nuestras
pasiones y esclavitudes corporales.
Desde
el evangelio se nos presenta la práctica real y concreta de la misericordia de
Dios . El padre del "hijo pródigo" fue
ciertamente misericordioso, porque llevaba a su hijo en el corazón, en sus
entrañas más profundas. Demostró que le quería porque formaba parte de su ser.
Por eso recibió a su hijo con los brazos abiertos, sin reprocharle nada. Le
había perdonado incluso antes de que su hijo se lo pidiera. Así actúa Dios con
nosotros. La seguridad que tenía el hijo menor en el amor pródigo de su padre
es lo que le animó a volver a la casa paterna.
El
"hijo que no era pródigo", sin embargo no supo, o mejor, no quiso ser
misericordioso, quizá porque le faltaban entrañas o porque su corazón era duro
como una piedra. Es verdad que a todos nos cuesta perdonar a los que nos
ofenden, máxime cuando nos hacen un daño terrible... Misericordia es también
ponerse en lugar del otro. Es decir y sentir que "lo que a ti te pasa a mí
me importa”. Eso es solidaridad, ponerse en lugar del otro y sentir en propia
carne el dolor del hermano. Porque misericordia engloba dos términos:
"miseria" y "corazón".
La
parábola destaca, en primer lugar, la
maldad que supone el pecado. Es pedir la herencia que tanto costó ganar al
padre y malgastarla en vicios, derrochar de mala manera la heredad de los
mayores, en el caso de un cristiano es perder en un momento la vida de la
gracia, que se nos dio gracias al sacrificio redentor de Jesucristo. Como
resultado, la soledad y la tristeza, el remordimiento y el desasosiego… Todo
ello simbolizado en el servicio de guardar cerdos, que era para un judío algo
abominable, máxime cuando tenía que comer lo mismo que comían aquellos
animales, impuros según la Ley. El pecado, en efecto, sumerge al hombre en una
situación penosa y sucia, lo hunde en un lodazal de miseria espiritual .
Reconocer
el pecado es la primera condición para salir de esa triste situación. Si
perdemos el sentido profundo del pecado, estamos perdidos. Difícilmente se sale
de una situación, cuya gravedad no se comprende ni se acepta. Por eso hemos de
pararnos a pensar en lo que supone el pecado, tratar de penetrar en su malicia
y en sus nefastas consecuencias. Eso es lo que hizo el hijo pródigo. Y luego
acordarnos de la bondad de Dios nuestro Padre. Pensar que el Señor es compasivo
y misericordioso, pronto al perdón y al olvido de nuestros pecados. Él nos ama
tanto que tiene más deseos de perdonarnos, que nosotros de ser perdonados.
Al
final, el Padre abraza al hijo perdido, le recibe lleno de amor, le corta las
palabras de arrepentimiento. Para el padre todo volverá a ser igual que antes;
ese que ha llegado no será un jornalero como pretende, será su hijo querido,
que se había perdido y que ha vuelto a la casa paterna. Todo termina con aires
de fiesta, con una llamada al arrepentimiento y a la esperanza.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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