viernes, 17 de noviembre de 2017

Comentario de las lecturas del XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario 19 de noviembre 2017

La convocatoria por parte del Papa Francisco de la I Jornada Mundial de los Pobres ha sido una generalizada sorpresa que hizo –por ejemplo—adelantar de fecha la tradicional celebración del Día de la Iglesia Diocesana al domingo pasado, el 32 del Tiempo Ordinario. Nos unimos a la convocatoria del Papa Francisco en la I Jornada Mundial de los Pobres bajo el título «No amemos de palabra sino con obras» y nos comprometemos a seguir escuchando el grito de auxilio de los pobres que reclaman nuestra ayuda, tanto en el orden material como espiritual.
El evangelio de los talentos enmarca toda la liturgia de hoy en un clima de valoración general de nuestro ser cristiano, valoración que iniciábamos el domingo pasado y que culminará el domingo próximo, solemnidad de Cristo Rey con el evangelio del juicio final sobre el amor.
Vamos acercándonos al final del Tiempo Ordinario y con ello a la conclusión del año litúrgico. La semana que viene, con la celebración de Jesucristo, Rey del Universo, se concluye, pues, el ciclo A. El Adviento es la espera del tiempo nuevo y, por tanto, lo anterior se relaciona con el final de los tiempos. O, al menos, con nuestro fin individual. La semana pasada, en la parábola de las doncellas se nos pedía mucha atención a la llegada, siempre inesperada, del Señor. Hoy, con el relato de los talentos se establece una advertencia dirigida a los justos, a los habituales en el trato de Jesús. No tanto a los alejados, a los pecadores.

La primera lectura es del libro de los proverbios (Pro 31, 10-13. 19-20. 30-31) El autor del Libro de los Proverbios concluye su libro con un canto a la mujer completa o perfecta casada.
Se nos presenta un  bello poema a la esposa y mujer generosa y hacendosa, fue escrito en una época en la que la mujer y la esposa apenas tenían derechos civiles; la esposa trabajaba para el marido y era del marido.
La madre del rey Lemuel (v. 1) presenta a su hijo el cuadro de una buena ama de casa (vv. 10-31). Es un bello poema alfabético (cada uno de los veintidós versículos empieza con una letra diversa del alfabeto hebreo), sin ningún orden. Es el poema en su conjunto, y no el recorte de versículos, el que produce en el lector un gran impacto. Relato más apto para ser escuchado que comentado. El autor tiene ante los ojos a la mujer de sus sueños.
La presenta como modelo a imitar por los israelitas e ideal de compañera, casi utópica, a alcanzar por el futuro esposo.
-La interrogación del v. 10 no indica pesimismo. Una mujer, como la que nos presenta el poema, es difícil de encontrar, pero no imposible. El valor de la perla radica precisamente en su escasez; y el que la encuentra ha encontrado un gran tesoro.
-Con su trabajo y buena administración mejora la economía de la casa y tiene un papel decisivo en la posición social del marido. Es comedida y certera en sus palabras, solícita con sus empleados y caritativa con los pobres (vv. 11-27). Su marido y sus hijos la felicitan y la alaban (vv. 28-29). Sus mismas obras pregonan su personalidad (v. 31). Una mujer de este calibre sólo puede causar admiración.
-En el v. 30 encontramos el único elemento religioso del poema: el temor de Dios está por encima de la caduca hermosura. Nuestro refranero hablará de sensatez: "Cabello largo y corto el seso", "anillo de oro en jeta de puerco es la mujer hermosa falta de seso" (11. 22). La mujer ideal ha de poseer gran dosis de sensatez y, según Proverbios, debe integrar en su vida el aspecto religioso: deberá estar abierta a la divinidad en el amor (alteridad de la Alianza) y en el temor (saber reconocer su puesto y darse cuenta de la superioridad de la divinidad). Este es el concepto de temor bíblico, que nada tiene que ver con nuestra idea del temor.

El responsorial  es el salmo127 (Sal  127, 1-2. 3. 4-5) Este salmo forma parte de los "salmos graduales" que los peregrinos cantaban caminando hacia Jerusalén. La fórmula final es una "bendición" que los sacerdotes pronunciaban sobre los peregrinos, a su llegada: "Que el Señor te bendiga desde Sión, todos los días de tu vida..."
Salmo sapiencial nos presenta temas sapienciales: la fórmula «dichoso», la bendición de hijos numerosos , la «casa», las reflexiones sobre el esfuerzo humano. El esfuerzo humano necesario para producir alimentos se ve en este texto de manera positiva. El tema del trabajo queda introducido por «dichoso». También el tema sapiencial del temor de Yahvé y su camino.
El salmo se compone de una fórmula de bienaventuranza (que continúa en segunda persona) y una bendición (1-4. 5-6). En los vv. 1-3 (el temor de Yahvé y la recompensa de los hijos); nos encontramos con una bienaventuranza expresada mediante el simbolismo vegetal de la vid y del olivo. La vid representa a la esposa, madre fecunda, rodeada de los pimpollos de olivo que son sus hijos, repletos de savia como el árbol. En este cuadro de prosperidad y de paz está también presente el padre satisfecho de los frutos de su trabajo.
El paralelismo explica qué es el temor del Señor: «ir por sus caminos»; este servicio práctico procura las recompensas prometidas en los versículos 2-4, donde se dibuja el cuadro ideal de la vida familiar: prosperidad y larga descendencia. La descripción de las recompensas quiere ser una exhortación a temer al Señor.
 Al final, a la bienaventuranza sigue la bendición vv. 4-6, (las bendiciones divinas que descienden sobre quien teme a Yahvé). La bendición que se ensancha hacia el futuro de la familia, pero también hacia el futuro de todo Israel, a quien se augura salôm, «paz», según el ya conocido juego verbal alusivo de los «cantos de las subidas» con Jerusalén, «ciudad de la paz».
Los versículos 5-6 presentan una bendición de Yahvé que alude al fundamento de la felicidad judía: «la dicha de Jerusalén»; tras esta bendición asoma la idea de solidaridad del individuo con la comunidad.
Es también un salmo de alabanza. Hay en él una loanza doble: a Dios, que reparte sus bendiciones y que vela por nosotros “todos los días de nuestra vida”, y al justo que sigue los caminos del Señor. A través de imágenes sencillas y expresivas, el salmista nos muestra qué dones recibe el que “teme al Señor”. Son aquellos que todo hombre de aquella época podría considerar los mayores bienes: una esposa fecunda, un hogar próspero, hijos sanos y hermosos, salud y una descendencia numerosa. Hoy, tantos siglos después, también podríamos decir que este es el sueño de la mayoría de las personas: formar una familia, gozar de bienestar económico, y vivir una vida larga y pacífica, junto a los seres queridos.

La segunda lectura es de la primera carta del apóstol San Pablo a los tesalonicenses (Tes 5, 1-6). En el texto San Pablo  responde a la curiosidad de los tesalonicenses, que no tienen ninguna necesidad de que les escriba sobre ello porque ya saben que «el día del Señor llegará como el ladrón en la noche» (v 2). Los que lo han de temer, por tanto, son los que viven en la oscuridad, creyendo ingenuamente que pueden conseguir en este mundo la paz y la seguridad. Una y otra son aquí engañosas. De repente, y cuando más seguros se imaginen, sobrevendrá la ruina. Realmente, para los hombres que consideran todo cerrado en este mundo y ni siquiera vislumbran un «más allá» en la noche sin esperanza de aurora, el día del Señor no puede venir sino como un ladrón que les arrebatará todo -poco o mucho- lo que hayan podido reunir.
No ocurre así con los creyentes, pues, aunque tengan que vivir de momento en las tinieblas, no pertenecen a ellas. La venida del Señor es el día y, por tanto, no les da miedo. El Apóstol quiere quitar a los tesalonicenses toda angustia que pueda paralizarlos para la practica del bien según el evangelio. A pesar de que les rodea la noche, los creyentes deben vivir pensando en la aurora que viene. Como no se han adueñado de nada de las tinieblas, tampoco el día del Señor vendrá como un ladrón a quitarles lo que no tienen. Entre tanto, es preciso velar y ser sobrio, estar dispuesto a defenderse de los enemigos que atacan de noche.
San Pablo insiste en la imprevisibilidad del día del Señor, y para ello utiliza imágenes que nos son familiares por otros textos del NT (Mt 24. 43 ss.: Dios se comporta, en sus apariciones al hombre, como un ladrón. Es imprevisible y no se deja controlar por ninguna máquina programadora. La fe en la "parusía" relativiza la actitud del cristiano frente a todas las grandes realizaciones históricas. Por eso, cuando estén diciendo: "paz y seguridad, entonces de improviso les sobrevendrá la ruina".

El evangelio de San Mateo (Mt 25, 14-30) presenta la parábola de los tres empleados, llamada también "de los talentos", sigue el esquema  en tres tiempos:
1)el dueño confía sus bienes a tres empleados antes de marcharse al extranjero, vv. 14-15;
2)distinto comportamiento de los tres empleados durante la ausencia del dueño, vv. 16-18;
3)retorno del dueño y "ajuste de cuentas con ellos", con la recompensa o castigo de los empleados en relación con su rendimiento, vv. 19-30.
El tercer momento es el punto culminante de la historia y hace que centremos nuestra atención en el diálogo entre el dueño y el tercer empleado que representa al hombre prudente, atento a no arriesgar nada de lo que no es suyo, conservándolo intacto.
Los dos primeros empleados son denominados "fieles y cumplidores" y son recompensados; en cambio, el tercero "negligente y holgazán" y se autocondena cuando intenta justificarse proyectando su angustia y su miedo en la imagen que se ha forjado del dueño: "...sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces".
San Mateo inserta esta parábola de los tres empleados en el discurso escatológico para denunciar el comportamiento del tercer empleado que, por falta de fe y confianza en el Señor no se compromete gratuitamente. El miedo es lo contrario de la fe, como la holgazanería lo es del dar fruto. San Mateo motiva a sus lectores a que se comprometan seria y generosamente en el tiempo de espera de la venida del Hijo del hombre. Y los "talentos" no se pueden identificar con las cualidades o dones naturales que ha recibido cada hombre, sino con el estatuto de los discípulos que han recibido gratuitamente la revelación de los "misterios divinos" que ha de fructificar. La fe es respuesta gratuita a la iniciativa gratuita de Dios.
Todos hemos recibido talentos. Todos hemos sido lanzados a la aventura de la vida con unos talentos en nuestras manos, de los que tendremos finalmente que dar cuenta. Todos tenemos talentos. Escribía ·Rilke: «si tu vida te parece pobre -podemos decir, si te parece que no tienes talentos- no eches la culpa a la vida. Échate la culpa a ti mismo, porque no eres lo suficientemente fuerte para descubrir su riqueza». Todos tenemos talentos. Todos podemos descubrir que en nuestra vida hay una riqueza escondida y oculta, si tenemos los ojos abiertos. No es falta de humildad el ser conscientes de nuestros talentos, porque vivir en la humildad es vivir en la verdad.
Y tampoco sabemos valorar si Dios ha puesto en nuestras manos uno, dos o cinco talentos.
Al final de la parábola, es lo mismo haber producido dos o cinco. Los dos servidores reciben la misma alabanza; ambos entran en el gozo de su Señor. Para Dios es lo mismo la mujer hacendosa que trabaja en su casa que la que lucha en otros campos fuera de su hogar; Dios alaba lo mismo al que lucha en las encrucijadas de la historia de los hombres y al que trabaja, sencilla y anónimamente, en la oscuridad del día a día, sin dejar huella en la historia de los hombres. Lo que Dios condena es al que entierra sus talentos -sean uno, dos o cinco- en un hoyo.

Para nuestra vida.
La liturgia hoy nos invita a considerar que la vida es un talento, un don, que el Señor nos dio y que debemos hacer fructificar. Este domingo 33 del tiempo ordinario prepara de un modo inmediato la solemnidad de Cristo Rey del Universo. El día del Señor, nos dice Pablo en la carta a los Tesalonicenses, llegará como un ladrón, de modo inesperado y, por ello, debemos vigilar y vivir sabiamente para no ser sorprendidos (2L). El evangelio compara la vida humana a un don que Dios nos hace para que lo hagamos rendir.

  La primera lectura, del libro de los Proverbios, alaba la actitud de la mujer hacendosa y buena administradora del hogar. Este texto nos puede servir para meditar en profundidad sobre lo importante que es –aun en estos tiempos— que la vida familiar esté dinámicamente organizada y que el hogar sea un centro de actividades y de relación. La educación de los hijos adquiere una importancia mayúscula cuando la familia funciona "todos los días" –y no solo los fines de semana— en el entorno de la casa común. Es posible, no obstante, que sea necesario ese trabajo externo realizado por ambos cónyuges y que las estrecheces físicas de las viviendas no permitan la presencia de los abuelos o de los tíos mayores. Y sin embargo, deberíamos ser más creativos para recrear –refundar— el núcleo familiar. El mantenimiento del hogar ya no es patrimonio exclusivo de las mujeres y si el hombre tiene un trabajo más flexible debería incidir en el mantenimiento del citado núcleo. Son reflexiones a las que nos incita ese magnífico texto del Libro de los Proverbios que no deberíamos, hoy, echar en saco roto.
Dado el cúmulo de virtudes que debe reunir la mujer ideal, se comprende que sea muy difícil encontrarla; de ahí la pregunta retórica del comienzo: "Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará?". Cada época y cada cultura tiene su mujer ideal. Evidentemente aquí se propone el ideal femenino que corresponde a una cultura patriarcal. Con todo, se señalan valores permanentes que siguen teniendo importancia para la mujer del mundo actual. La mujer, de espíritu fuerte, y laboriosa, que sabe ganarse la vida con su trabajo, representa un ideal válido para nuestra época. Cuando corremos el riesgo de convertir a la mujer en una señal de prestigio del varón y en un objeto de placer, vale la pena subrayar con energía que lo más hermoso de la mujer son las virtudes que tiene y que no siempre son reconocidas por nuestra querida Iglesia.

El salmo 127, además de alabanza, es un recordatorio. Dios cuida de nosotros siempre, cada día que pasa. Y nos muestra el camino hacia la “vida buena”, la que todos anhelamos en lo más profundo de nuestro ser, la que merece ser vivida. Los antiguos ya indagaron sobre qué debía hacer el hombre que buscaba una vida sana, dichosa y en paz. Los filósofos clásicos llegaron a la conclusión de que ésta se podía alcanzar mediante la honradez y la práctica de las virtudes. También los israelitas creían que mediante el culto a Dios y el cumplimiento de sus mandatos, que no dejan de ser prácticas cívicas y virtuosas, podrían conseguirla. Los cristianos, hoy, tenemos un camino aún más claro y directo: Jesús. Ya no se trata de aprender leyes o de leer muchos libros, sino de conocer, amar e imitar al que amó generosamente, hasta el extremo, y aprender a amar como él lo hizo. Ese es nuestro auténtico camino.
También en el  salmo 127 recordamos como Dios colma a sus criaturas –a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares— de bendiciones. Y las primeras de estas bendiciones son, sin duda, las familiares. La familia ha sido ese templo doméstico donde se adora a Dios. Es lo que nosotros hoy llamamos la Iglesia doméstica.
Este salmo 127 enseña a orar a Dios desde el seno de la familia. Es una gracia de Dios comer juntos, sentarse a la mesa en compañía de hermanos, tomar en unidad el fruto común de nuestro trabajo, sentirse en familia y charlar y comentar y comer y beber todos juntos en la alegre intimidad del grupo unido. Comer juntos es bendición de Dios. El comedor común nos une quizá tanto como la capilla. Somos cuerpo y alma, y si aprendemos a rezar juntos y a comer juntos, tendremos ya medio camino andado hacia el necesario arte de vivir juntos. La buena comida es bendición bíblica a la mesa del justo. ¿No han comparado el cielo a un banquete personas que sabían lo que decían? Si el cielo es un banquete, cada comida es un ensayo para el cielo. Que la bendición del salmo descienda sobre todas nuestras comidas en común al rezar y dar gracias.
El salmo también profundiza en la felicidad humana. ¿Quién puede conseguir esta felicidad, anunciada en el salmo? ¿Quién es el que teme al Señor y sigue sus caminos? En lenguaje de hoy, no podemos comprender que debamos tener miedo de un Dios que es amor. Pero esa falta de temor tampoco nos ha de llevar al olvido y al descuido. Dios nos ama, pero también nos enseña. Nos muestra, a través de la Iglesia y especialmente a través de su Hijo, Jesús, cuál es el camino para alcanzar una vida digna, llena de bondad. Lo que hemos de temer es olvidarnos de él, ignorarlo, vivir a sus espaldas. ¡Ay de nosotros si apartamos a Dios de nuestra vida! Caeremos en la oscuridad y en el desconcierto, y comenzaremos a vagar a la deriva. Perderemos la paz, la armonía familiar, y hasta los bienes materiales, tarde o temprano.
Así en la estrofa hemos afirmado: " dichosos los que temen al señor".

En la Primera Carta a los Tesalonicenses San Pablo incide en esa realidad escatológica de la que la Escritura habla en todos estos domingos previos al Adviento. Esta primera carta de san Pablo a los cristianos de Tesalónica estaba dirigida a unos cristianos que andaban despistados e inquietos sobre la segunda venida de Jesús, sobre la llegada del Reino de Dios, que creían inminente. No es esta la situación en la que vivimos los cristianos de hoy, San Pablo con sus contemporáneos es muy preciso. Dice: "Sabéis perfectamente que el Día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Cuando estén diciendo: "Paz y seguridad", entonces, de improviso, les sobrevendrá la ruina, como los dolores de parto a la que está encinta, y no podrán escapar". Pero tiene, en efecto, un cántico a la Esperanza surgido de la fe en Cristo y por ello añade: "vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón, porque todos sois hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas". Su epilogo es concluyente: "Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados". La Escritura, pues, nos anima a esa vigilancia activa y alegre, no angustiosa y apesadumbrada, porque el Señor será muy generoso con quienes se esfuerzan en el camino, en la medida de las fuerzas de cada uno.
Pablo insiste en que la llegada del día del Señor nadie sabe cuándo será. Por ello utiliza imágenes que nos son familiares. Dios se comporta, en sus apariciones al hombre, como un ladrón. Es imprevisible y no se deja controlar por ninguna máquina programadora. La fe en la "parusía" relativiza la actitud del cristiano frente a todas las grandes realizaciones históricas. Por eso, cuando estén diciendo: "paz y seguridad, entonces de improviso les sobrevendrá la ruina". En una palabra, los cristianos, aun alegrándose de las victorias humanas sobre sus múltiples alienaciones, nunca juzgarán definitiva una época histórica, sino que siempre adoptarán frente a ella una actitud crítica y de espera. Hay que vivir la vida de forma positiva, valorando el presente, sin añorar demasiado el pasado y con la ilusión de conseguir metas que están a nuestro alcance.
Las palabras de San Pablo tienen plena actualidad para nosotros. Nosotros sabemos hoy que la mejor manera de prepararnos para nuestro encuentro definitivo con el Señor es vivir cada día, cada momento de nuestra vida, como hijos de la luz, estando vigilantes y viviendo sobriamente, trabajando los dones, los talentos, que Dios nos ha dado. Si vivimos cada día como hijos de la luz, como hijos de Dios, siguiendo fielmente a nuestro señor Jesucristo, en cualquier momento en el que nos llegue el final, nos encontrará preparados.

Hoy en el evangelio se nos presenta la parábola de los talentos. La Iglesia nos ofrece en este domingo una enseñanza más de Jesucristo sobre el Reino de los Cielos. Si la pasada semana nos recordaba que es un Reino siempre actual que reclama del hombre un interés permanente, como el de las vírgenes prudentes que aguardaban siempre dispuestas al Esposo, ahora nos hace ver que es además interés por un Reino a la medida de cada uno. Los hombres, como servidores del gran Rey, Señor del mundo, nos vemos dotados de diversos talentos según nuestra capacidad. Dios, Señor de cielos y tierra y justo juez, retribuye a cada individuo –depositario de sus dones– en función de su empeño por corresponder a lo que de Él ha recibido.
Recibimos del Señor unos dones personales que debemos hacer crecer y trasladar a nuestros hermanos. No nos vale conservar igual lo que recibimos, porque eso significaría que no hemos trabajado suficiente. Si cada uno guardamos para nosotros solo lo que hemos recibido gratuitamente de Dios, defraudaremos al Señor, porque la mies es mucha y los operarios pocos. Pero, además, todo ello se inscribe con el universo de nuestra relación personal con el Señor Jesús. No podemos defraudarle, porque Él nos sacó de la Tiniebla, nos hizo amigos suyos, nos enseñó que éramos hijos de Dios y nos mostró a los prójimos que sufrían y necesitaban ayuda. Ante ello no es posible cerrarse a todo y esperar una salvación justita, como los aprobados "por los pelos" de los malos estudiantes. Pero, al final, lo terrible no es la buena o mala evolución de nuestro trabajo. Lo peor es que Jesús nos echa de su lado, no quiere saber nada de nosotros. Le hemos defraudado.
Cuando el Señor dice a su empleado inútil que si hubiera puesto el dinero en el banco se habrían, al menos, obtenido intereses, lo que nos está mostrando a nosotros es que con, simplemente, no enterrar nuestra vida sencilla, nuestro testimonio y dar en el exterior el limitado ejemplo que supone una actitud "poco heroica", ya habría sido suficiente. Pero, si por el contrario, por miedo al mundo, al que dirán, enterramos nuestra substancia de cristianos, habremos cometido un grave pecado, susceptible de la dura condena del Maestro Bueno, de Nuestro Señor Jesús. Hemos de meditar en profundidad este tema los que, precisamente, solemos estar cerca del Templo y cerca de la Palabra. Imaginemos que al final de nuestra vida escucháramos de Jesús lo siguiente: "Y a ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes". Es muy doloroso, ¿verdad? Sin embargo, es posible. Hemos de buscar el mayor desarrollo de nuestro trabajo como Hijos de dios y hermanos de todos. Es cierto, por otro lado, que no se trata de una carrera obsesiva para obtiene premios de calidad y prestigio. El Señor lo explica claramente cuando en la parábola va a referirse de la misma forma a los dos siervos que han sacado rendimiento a su capital, aunque exista una enorme diferencia entre ambas ganancias. En la vida de este mundo no sería así. "Tanto tienes, tanto vales", "tanto ganas, tanto vales" podría decirse, asimismo. No es así. Lo que importa es el esfuerzo y la rectitud, no el resultado concreto.
El hombre de la parábola de los talentos representa a Jesús, los siervos son los discípulos y los talentos son el patrimonio que el Señor les confía: su Palabra, la Eucaristía, la fe en el Padre celeste, su perdón… en resumen, sus más preciosos bienes. Mientras en el lenguaje común el término “talento” indica una cualidad individual – por ejemplo en la música, en el deporte, etcétera –, en la parábola los talentos representan los bienes del Señor, que Él nos confía para que los hagamos fructificar. El pozo cavado en el terreno por el “servidor malo y perezoso” indica el temor del riesgo que bloquea la creatividad y la fecundidad del amor.
Observemos que el señor de la parábola, en esta ocasión, concede el mismo premio a los dos servidores que hicieron rendir sus talentos. No se fija, en efecto, en cuánto consiguió cada uno. El primero obtuvo cinco talentos como fruto de su esfuerzo, el segundo solamente dos. Aunque el primero logró más del doble que el segundo ambos escuchan: Muy bien, siervo bueno y fiel; puesto que has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en el gozo de tu señor. No menciona el señor para nada la eficacia material. Sólo tiene en cuenta que los dos han trabajado bien a la medida de los talentos recibidos y, por eso, los dos doblaron su capital.
¡Cuántas veces la satisfacción personal no es a la medida de la honradez, de la rectitud, de la justicia! Y, ¡con cuánta frecuencia buscamos ante todo sentirnos satisfechos de nosotros mismos! Valdrá la pena un examen de conciencia detallado sobre la realidad objetiva de nuestra conducta. Debemos, por tanto, observar el resultado de nuestras acciones. Ver si hay progresos en nuestra vida, contemplada en la presencia de Dios, sin caer en comparaciones con la vida de otros. Si, en definitiva, mejoramos, no por amor propio, sino por amor a Dios.
Jesús no nos pide que conservemos su gracia en una caja fuerte, sino que quiere que la usemos para provecho de los demás. Y nosotros ¿qué hemos hecho con ellos? ¿A quién hemos “contagiado” con nuestra fe? ¿A cuántas personas hemos alentado con nuestra esperanza? ¿Cuánto amor hemos compartido con nuestro prójimo? Cualquier ambiente, también el más lejano y árido, puede convertirse en un lugar donde hacer fructificar los talentos. Esta parábola nos empuja a no esconder nuestra fe y nuestra pertenencia a Cristo, a no sepultar la Palabra del Evangelio, sino a hacerla circular en nuestra vida, en las relaciones, en las situaciones concretas, como fuerza que pone en crisis, que purifica, que renueva. El Señor no da a todos las mismas cosas y de la misma manera: nos conoce personalmente y nos confía aquello que es justo para nosotros y que está a nuestro alcance.
Nuestra pregunta hoy es: ¿en verdad estoy dando rendimiento a las cualidades que tengo? Hay mucho que hacer en la sociedad, en la Iglesia: ¿aporto yo mi colaboración, o bien me inhibo, dejando que los demás trabajen? Mi salud, mi vida, mis habilidades, las he recibido como bienes a administrar. No importa si son diez o dos talentos: ¿los estoy trabajando, o me he refugiado en la pereza y la satisfacción? Al final del tiempo -que no sé si será breve o largo- se me pedirá cuenta. ¿Me voy a presentar con las manos vacías? ¿Se podrá decir que mi vida, sea larga o breve, ha sido plena, que me he "realizado" según el plan que Dios tenía sobre mí?
Todos tenemos algún talento con el cual servir a la comunidad. Dios coloca en todos nosotros la misma inmensa confianza ¡No lo defraudemos! ¡No nos dejemos engañar por el miedo, sino intercambiemos confianza con confianza! Pidámosle ayudarnos a ser “servidores buenos y fieles”, para participar “de la alegría de nuestro Señor”.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org

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