Comentario de
las lecturas
del XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario 19 de noviembre 2017
La
convocatoria por parte del Papa Francisco de la I Jornada Mundial de los Pobres
ha sido una generalizada sorpresa que hizo –por ejemplo—adelantar de fecha la
tradicional celebración del Día de la Iglesia Diocesana al domingo pasado, el
32 del Tiempo Ordinario. Nos unimos a la convocatoria del Papa Francisco en la
I Jornada Mundial de los Pobres bajo el título «No amemos de palabra sino con obras» y nos comprometemos a seguir
escuchando el grito de auxilio de los pobres que reclaman nuestra ayuda, tanto
en el orden material como espiritual.
El evangelio
de los talentos enmarca toda la liturgia de hoy en un clima de valoración
general de nuestro ser cristiano, valoración que iniciábamos el domingo pasado
y que culminará el domingo próximo, solemnidad de Cristo Rey con el evangelio
del juicio final sobre el amor.
Vamos
acercándonos al final del Tiempo Ordinario y con ello a la conclusión del año
litúrgico. La semana que viene, con la celebración de Jesucristo, Rey del
Universo, se concluye, pues, el ciclo A. El Adviento es la espera del tiempo
nuevo y, por tanto, lo anterior se relaciona con el final de los tiempos. O, al
menos, con nuestro fin individual. La semana pasada, en la parábola de las
doncellas se nos pedía mucha atención a la llegada, siempre inesperada, del
Señor. Hoy, con el relato de los talentos se establece una advertencia dirigida
a los justos, a los habituales en el trato de Jesús. No tanto a los alejados, a
los pecadores.
La primera lectura es del libro
de los proverbios (Pro 31, 10-13. 19-20. 30-31) El autor del
Libro de los Proverbios concluye su libro con un canto a la mujer completa o perfecta
casada.
Se nos
presenta un bello poema a la esposa y
mujer generosa y hacendosa, fue escrito en una época en la que la mujer y la
esposa apenas tenían derechos civiles; la esposa trabajaba para el marido y era
del marido.
La madre del
rey Lemuel (v. 1) presenta a su hijo el cuadro de una buena ama de casa (vv.
10-31). Es un bello poema alfabético (cada uno de los veintidós versículos
empieza con una letra diversa del alfabeto hebreo), sin ningún orden. Es el
poema en su conjunto, y no el recorte de versículos, el que produce en el
lector un gran impacto. Relato más apto para ser escuchado que comentado. El
autor tiene ante los ojos a la mujer de sus sueños.
La presenta
como modelo a imitar por los israelitas e ideal de compañera, casi utópica, a
alcanzar por el futuro esposo.
-La
interrogación del v. 10 no indica pesimismo. Una mujer, como la que nos
presenta el poema, es difícil de encontrar, pero no imposible. El valor de la
perla radica precisamente en su escasez; y el que la encuentra ha encontrado un
gran tesoro.
-Con su
trabajo y buena administración mejora la economía de la casa y tiene un papel
decisivo en la posición social del marido. Es comedida y certera en sus
palabras, solícita con sus empleados y caritativa con los pobres (vv. 11-27).
Su marido y sus hijos la felicitan y la alaban (vv. 28-29). Sus mismas obras
pregonan su personalidad (v. 31). Una mujer de este calibre sólo puede causar
admiración.
-En el v. 30
encontramos el único elemento religioso del poema: el temor de Dios está por
encima de la caduca hermosura. Nuestro refranero hablará de sensatez:
"Cabello largo y corto el seso", "anillo de oro en jeta de
puerco es la mujer hermosa falta de seso" (11. 22). La mujer ideal ha de
poseer gran dosis de sensatez y, según Proverbios, debe integrar en su vida el
aspecto religioso: deberá estar abierta a la divinidad en el amor (alteridad de
la Alianza) y en el temor (saber reconocer su puesto y darse cuenta de la
superioridad de la divinidad). Este es el concepto de temor bíblico, que nada
tiene que ver con nuestra idea del temor.
El responsorial es el salmo127 (Sal 127, 1-2. 3. 4-5) Este salmo
forma parte de los "salmos graduales" que los peregrinos cantaban
caminando hacia Jerusalén. La fórmula final es una "bendición" que
los sacerdotes pronunciaban sobre los peregrinos, a su llegada: "Que el
Señor te bendiga desde Sión, todos los días de tu vida..."
Salmo sapiencial nos presenta temas sapienciales:
la fórmula «dichoso», la bendición de hijos numerosos , la «casa», las
reflexiones sobre el esfuerzo humano. El esfuerzo humano necesario para
producir alimentos se ve en este texto de manera positiva. El tema del trabajo
queda introducido por «dichoso». También el tema sapiencial del temor de Yahvé
y su camino.
El salmo se compone de una fórmula de
bienaventuranza (que continúa en segunda persona) y una bendición (1-4. 5-6). En
los vv. 1-3 (el temor de Yahvé y la recompensa de los hijos); nos encontramos
con una bienaventuranza expresada mediante el simbolismo vegetal de la vid y
del olivo. La vid representa a la esposa, madre fecunda, rodeada de los
pimpollos de olivo que son sus hijos, repletos de savia como el árbol. En este
cuadro de prosperidad y de paz está también presente el padre satisfecho de los
frutos de su trabajo.
El paralelismo explica qué es el temor del
Señor: «ir por sus caminos»; este servicio práctico procura las recompensas
prometidas en los versículos 2-4, donde se dibuja el cuadro ideal de la vida
familiar: prosperidad y larga descendencia. La descripción de las recompensas
quiere ser una exhortación a temer al Señor.
Al final, a la bienaventuranza sigue la
bendición vv. 4-6, (las bendiciones divinas que descienden sobre quien teme a Yahvé). La bendición que se ensancha hacia el futuro de la
familia, pero también hacia el futuro de todo Israel, a quien se augura salôm, «paz», según el ya conocido juego
verbal alusivo de los «cantos de las subidas» con Jerusalén, «ciudad de
la paz».
Los versículos 5-6 presentan una bendición de Yahvé que alude al fundamento de la
felicidad judía: «la dicha de Jerusalén»; tras esta bendición asoma la idea de
solidaridad del individuo con la comunidad.
Es también un salmo de alabanza. Hay en él una loanza
doble: a Dios, que reparte sus bendiciones y que vela por nosotros “todos los
días de nuestra vida”, y al justo que sigue los caminos del Señor. A través de
imágenes sencillas y expresivas, el salmista nos muestra qué dones recibe el que
“teme al Señor”. Son aquellos que todo hombre de aquella época podría
considerar los mayores bienes: una esposa fecunda, un hogar próspero, hijos
sanos y hermosos, salud y una descendencia numerosa. Hoy, tantos siglos
después, también podríamos decir que este es el sueño de la mayoría de las
personas: formar una familia, gozar de bienestar económico, y vivir una vida
larga y pacífica, junto a los seres queridos.
La segunda lectura es de la
primera carta del apóstol San Pablo a los tesalonicenses (Tes
5, 1-6). En
el texto San Pablo
responde a la curiosidad de los
tesalonicenses, que no tienen ninguna necesidad de que les escriba sobre ello
porque ya saben que «el día del Señor llegará como el ladrón en la noche» (v
2). Los que lo han de temer, por tanto, son los que viven en la oscuridad,
creyendo ingenuamente que pueden conseguir en este mundo la paz y la seguridad.
Una y otra son aquí engañosas. De repente, y cuando más seguros se imaginen,
sobrevendrá la ruina. Realmente, para los hombres que consideran todo cerrado
en este mundo y ni siquiera vislumbran un «más allá» en la noche sin esperanza
de aurora, el día del Señor no puede venir sino como un ladrón que les
arrebatará todo -poco o mucho- lo que hayan podido reunir.
No ocurre así
con los creyentes, pues, aunque tengan que vivir de momento en las tinieblas,
no pertenecen a ellas. La venida del Señor es el día y, por tanto, no les da
miedo. El Apóstol quiere quitar a los tesalonicenses toda angustia que pueda
paralizarlos para la practica del bien según el
evangelio. A pesar de que les rodea la noche, los creyentes deben vivir
pensando en la aurora que viene. Como no se han adueñado de nada de las
tinieblas, tampoco el día del Señor vendrá como un ladrón a quitarles lo que no
tienen. Entre tanto, es preciso velar y ser sobrio, estar dispuesto a
defenderse de los enemigos que atacan de noche.
San Pablo insiste
en la imprevisibilidad del día del Señor, y para ello utiliza imágenes que nos
son familiares por otros textos del NT (Mt 24. 43 ss.: Dios se comporta, en sus
apariciones al hombre, como un ladrón. Es imprevisible y no se deja controlar
por ninguna máquina programadora. La fe en la "parusía" relativiza la
actitud del cristiano frente a todas las grandes realizaciones históricas. Por
eso, cuando estén diciendo: "paz y seguridad, entonces de improviso les
sobrevendrá la ruina".
El evangelio de San Mateo (Mt
25, 14-30)
presenta la
parábola de los tres empleados, llamada también "de los talentos", sigue
el esquema en tres tiempos:
1)el dueño
confía sus bienes a tres empleados antes de marcharse al extranjero, vv. 14-15;
2)distinto
comportamiento de los tres empleados durante la ausencia del dueño, vv. 16-18;
3)retorno del
dueño y "ajuste de cuentas con ellos", con la recompensa o castigo de
los empleados en relación con su rendimiento, vv. 19-30.
El tercer
momento es el punto culminante de la historia y hace que centremos nuestra
atención en el diálogo entre el dueño y el tercer empleado que representa al
hombre prudente, atento a no arriesgar nada de lo que no es suyo, conservándolo
intacto.
Los dos
primeros empleados son denominados "fieles
y cumplidores" y son recompensados; en cambio, el tercero "negligente y holgazán" y se autocondena cuando intenta justificarse proyectando su
angustia y su miedo en la imagen que se ha forjado del dueño: "...sabía que eres exigente, que siegas donde no
siembras y recoges donde no esparces".
San Mateo
inserta esta parábola de los tres empleados en el discurso escatológico para
denunciar el comportamiento del tercer empleado que, por falta de fe y
confianza en el Señor no se compromete gratuitamente. El miedo es lo contrario
de la fe, como la holgazanería lo es del dar fruto. San Mateo motiva a sus
lectores a que se comprometan seria y generosamente en el tiempo de espera de
la venida del Hijo del hombre. Y los "talentos" no se pueden
identificar con las cualidades o dones naturales que ha recibido cada hombre,
sino con el estatuto de los discípulos que han recibido gratuitamente la
revelación de los "misterios divinos" que ha de fructificar. La fe es
respuesta gratuita a la iniciativa gratuita de Dios.
Todos hemos
recibido talentos. Todos hemos sido lanzados a la aventura de la vida con unos
talentos en nuestras manos, de los que tendremos finalmente que dar cuenta.
Todos tenemos talentos. Escribía ·Rilke: «si tu vida
te parece pobre -podemos decir, si te parece que no tienes talentos- no eches
la culpa a la vida. Échate la culpa a ti mismo, porque no eres lo
suficientemente fuerte para descubrir su riqueza». Todos tenemos talentos.
Todos podemos descubrir que en nuestra vida hay una riqueza escondida y oculta,
si tenemos los ojos abiertos. No es falta de humildad el ser conscientes de
nuestros talentos, porque vivir en la humildad es vivir en la verdad.
Y tampoco
sabemos valorar si Dios ha puesto en nuestras manos uno, dos o cinco talentos.
Al final de la
parábola, es lo mismo haber producido dos o cinco. Los dos servidores reciben
la misma alabanza; ambos entran en el gozo de su Señor. Para Dios es lo mismo
la mujer hacendosa que trabaja en su casa que la que lucha en otros campos
fuera de su hogar; Dios alaba lo mismo al que lucha en las encrucijadas de la
historia de los hombres y al que trabaja, sencilla y anónimamente, en la
oscuridad del día a día, sin dejar huella en la historia de los hombres. Lo que
Dios condena es al que entierra sus talentos -sean uno, dos o cinco- en un
hoyo.
Para nuestra vida.
La liturgia hoy
nos invita a considerar que la vida es un talento, un don, que el Señor nos
dio y que debemos hacer fructificar. Este domingo 33 del tiempo ordinario
prepara de un modo inmediato la solemnidad de Cristo Rey del Universo. El día
del Señor, nos dice Pablo en la carta a los Tesalonicenses, llegará como un
ladrón, de modo inesperado y, por ello, debemos vigilar y vivir sabiamente para
no ser sorprendidos (2L). El evangelio compara la vida humana a un don que Dios
nos hace para que lo hagamos rendir.
La
primera lectura, del libro de los Proverbios, alaba la actitud de la mujer
hacendosa y buena administradora del hogar. Este texto nos puede servir
para meditar en profundidad sobre lo importante que es –aun en estos tiempos—
que la vida familiar esté dinámicamente organizada y que el hogar sea un centro
de actividades y de relación. La educación de los hijos adquiere una importancia
mayúscula cuando la familia funciona "todos los días" –y no solo los
fines de semana— en el entorno de la casa común. Es posible, no obstante, que
sea necesario ese trabajo externo realizado por ambos cónyuges y que las
estrecheces físicas de las viviendas no permitan la presencia de los abuelos o
de los tíos mayores. Y sin embargo, deberíamos ser más creativos para recrear
–refundar— el núcleo familiar. El mantenimiento del hogar ya no es patrimonio
exclusivo de las mujeres y si el hombre tiene un trabajo más flexible debería
incidir en el mantenimiento del citado núcleo. Son reflexiones a las que nos
incita ese magnífico texto del Libro de los Proverbios que no deberíamos, hoy,
echar en saco roto.
Dado el cúmulo
de virtudes que debe reunir la mujer ideal, se comprende que sea muy difícil
encontrarla; de ahí la pregunta retórica del comienzo: "Una mujer
hacendosa, ¿quién la hallará?". Cada época y cada cultura tiene su mujer
ideal. Evidentemente aquí se propone el ideal femenino que corresponde a una
cultura patriarcal. Con todo, se señalan valores permanentes que siguen
teniendo importancia para la mujer del mundo actual. La mujer, de espíritu
fuerte, y laboriosa, que sabe ganarse la vida con su trabajo, representa un
ideal válido para nuestra época. Cuando corremos el riesgo de convertir a la
mujer en una señal de prestigio del varón y en un objeto de placer, vale la
pena subrayar con energía que lo más hermoso de la mujer son las virtudes que
tiene y que no siempre son reconocidas por nuestra querida Iglesia.
El salmo 127,
además de alabanza, es un recordatorio. Dios cuida de
nosotros siempre, cada día que pasa. Y nos muestra el camino hacia la “vida
buena”, la que todos anhelamos en lo más profundo de nuestro ser, la que merece
ser vivida. Los antiguos ya indagaron sobre qué debía hacer el hombre que
buscaba una vida sana, dichosa y en paz. Los filósofos clásicos llegaron a la
conclusión de que ésta se podía alcanzar mediante la honradez y la práctica de
las virtudes. También los israelitas creían que mediante el culto a Dios y el
cumplimiento de sus mandatos, que no dejan de ser prácticas cívicas y virtuosas,
podrían conseguirla. Los cristianos, hoy, tenemos un camino aún más claro y
directo: Jesús. Ya no se trata de aprender leyes o de leer muchos libros, sino
de conocer, amar e imitar al que amó generosamente, hasta el extremo, y
aprender a amar como él lo hizo. Ese es nuestro auténtico camino.
También en el salmo 127 recordamos como Dios colma a sus criaturas –a todos los
hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares— de bendiciones. Y las primeras de estas bendiciones son, sin duda,
las familiares. La familia ha sido ese templo doméstico donde se adora a Dios.
Es lo que nosotros hoy llamamos
la Iglesia doméstica.
Este salmo 127
enseña a orar a Dios desde el seno de la familia. Es una gracia de Dios comer
juntos, sentarse a la mesa en compañía de hermanos, tomar en unidad el fruto
común de nuestro trabajo, sentirse en familia y charlar y comentar y comer y
beber todos juntos en la alegre intimidad del grupo unido. Comer juntos es
bendición de Dios. El comedor común nos une quizá tanto como la capilla. Somos
cuerpo y alma, y si aprendemos a rezar juntos y a comer juntos, tendremos ya
medio camino andado hacia el necesario arte de vivir juntos. La buena comida es
bendición bíblica a la mesa del justo. ¿No han comparado el cielo a un banquete
personas que sabían lo que decían? Si el cielo es un banquete, cada comida es
un ensayo para el cielo. Que la bendición del salmo descienda sobre todas
nuestras comidas en común al rezar y dar gracias.
El salmo también profundiza en la felicidad humana. ¿Quién puede conseguir
esta felicidad, anunciada en el salmo? ¿Quién es el que teme al Señor y sigue
sus caminos? En lenguaje de hoy, no podemos comprender que debamos tener miedo
de un Dios que es amor. Pero esa falta de temor tampoco nos ha de llevar al
olvido y al descuido. Dios nos ama, pero también nos enseña. Nos muestra, a
través de la Iglesia y especialmente a través de su Hijo, Jesús, cuál es el
camino para alcanzar una vida digna, llena de bondad. Lo que hemos de temer es
olvidarnos de él, ignorarlo, vivir a sus espaldas. ¡Ay de nosotros si apartamos
a Dios de nuestra vida! Caeremos en la oscuridad y en el desconcierto, y
comenzaremos a vagar a la deriva. Perderemos la paz, la armonía familiar, y
hasta los bienes materiales, tarde o temprano.
Así en la
estrofa hemos afirmado: " dichosos los que temen al señor".
En la Primera Carta a los Tesalonicenses San Pablo
incide en esa realidad escatológica de la que la Escritura habla en todos estos
domingos previos al Adviento. Esta primera carta de san Pablo a los
cristianos de Tesalónica estaba dirigida a unos cristianos que andaban
despistados e inquietos sobre la segunda venida de Jesús, sobre la llegada del
Reino de Dios, que creían inminente. No es esta la situación en la que vivimos
los cristianos de hoy, San Pablo con sus
contemporáneos es muy preciso. Dice: "Sabéis perfectamente que el
Día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Cuando estén diciendo:
"Paz y seguridad", entonces, de improviso, les sobrevendrá la ruina,
como los dolores de parto a la que está encinta, y no podrán escapar".
Pero tiene, en efecto, un cántico a la Esperanza surgido de la fe en Cristo y
por ello añade: "vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que
ese día no os sorprenda como un ladrón, porque todos sois hijos de la luz e
hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas". Su epilogo
es concluyente: "Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos
vigilantes y despejados". La Escritura, pues, nos anima a esa
vigilancia activa y alegre, no angustiosa y apesadumbrada, porque el Señor será
muy generoso con quienes se esfuerzan en el camino, en la medida de las fuerzas
de cada uno.
Pablo insiste
en que la llegada del día del Señor nadie sabe cuándo será. Por ello utiliza
imágenes que nos son familiares. Dios se comporta, en sus apariciones al
hombre, como un ladrón. Es imprevisible y no se deja controlar por ninguna
máquina programadora. La fe en la "parusía" relativiza la actitud del
cristiano frente a todas las grandes realizaciones históricas. Por eso, cuando
estén diciendo: "paz y seguridad, entonces de improviso les sobrevendrá la
ruina". En una palabra, los cristianos, aun alegrándose de las victorias
humanas sobre sus múltiples alienaciones, nunca juzgarán definitiva una época
histórica, sino que siempre adoptarán frente a ella una actitud crítica y de
espera. Hay que vivir la vida de forma positiva, valorando el presente, sin
añorar demasiado el pasado y con la ilusión de conseguir metas que están a
nuestro alcance.
Las palabras
de San Pablo tienen plena actualidad para nosotros. Nosotros sabemos hoy que la
mejor manera de prepararnos para nuestro encuentro definitivo con el Señor es
vivir cada día, cada momento de nuestra vida, como hijos de la luz, estando
vigilantes y viviendo sobriamente, trabajando los dones, los talentos, que Dios
nos ha dado. Si vivimos cada día como hijos de la luz, como hijos de Dios,
siguiendo fielmente a nuestro señor Jesucristo, en cualquier momento en el que
nos llegue el final, nos encontrará preparados.
Hoy en el evangelio se nos presenta la parábola de
los talentos. La
Iglesia nos ofrece en este domingo una enseñanza más de Jesucristo sobre el
Reino de los Cielos. Si la pasada semana nos recordaba que es un Reino siempre
actual que reclama del hombre un interés permanente, como el de las vírgenes
prudentes que aguardaban siempre dispuestas al Esposo, ahora nos hace ver que
es además interés por un Reino a la medida de cada uno. Los hombres, como
servidores del gran Rey, Señor del mundo, nos vemos dotados de diversos
talentos según nuestra capacidad. Dios, Señor de cielos y tierra y justo juez,
retribuye a cada individuo –depositario de sus dones– en función de su empeño
por corresponder a lo que de Él ha recibido.
Recibimos del Señor unos dones personales que
debemos hacer crecer y trasladar a nuestros hermanos. No nos vale
conservar igual lo que recibimos, porque eso significaría que no hemos
trabajado suficiente. Si cada uno guardamos para nosotros solo lo que hemos
recibido gratuitamente de Dios, defraudaremos al Señor, porque la mies es mucha
y los operarios pocos. Pero, además, todo ello se inscribe con el universo de
nuestra relación personal con el Señor Jesús. No podemos defraudarle, porque Él
nos sacó de la Tiniebla, nos hizo amigos suyos, nos enseñó que éramos hijos de
Dios y nos mostró a los prójimos que sufrían y necesitaban ayuda. Ante ello no
es posible cerrarse a todo y esperar una salvación justita, como los aprobados
"por los pelos" de los malos estudiantes. Pero, al final, lo terrible
no es la buena o mala evolución de nuestro trabajo. Lo peor es que Jesús nos
echa de su lado, no quiere saber nada de nosotros. Le hemos defraudado.
Cuando el
Señor dice a su empleado inútil que si hubiera puesto el dinero en el banco se
habrían, al menos, obtenido intereses, lo que nos está mostrando a nosotros es
que con, simplemente, no enterrar nuestra vida sencilla, nuestro testimonio y
dar en el exterior el limitado ejemplo que supone una actitud "poco
heroica", ya habría sido suficiente. Pero, si por el contrario, por miedo
al mundo, al que dirán, enterramos nuestra substancia de cristianos, habremos
cometido un grave pecado, susceptible de la dura condena del Maestro Bueno, de
Nuestro Señor Jesús. Hemos de meditar en profundidad este tema los que,
precisamente, solemos estar cerca del Templo y cerca de la Palabra. Imaginemos
que al final de nuestra vida escucháramos de Jesús lo siguiente: "Y a
ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el
rechinar de dientes". Es muy doloroso, ¿verdad? Sin embargo, es
posible. Hemos de buscar el mayor desarrollo de nuestro trabajo como Hijos de
dios y hermanos de todos. Es cierto, por otro lado, que no se trata de una
carrera obsesiva para obtiene premios de calidad y prestigio. El Señor lo
explica claramente cuando en la parábola va a referirse de la misma forma a los
dos siervos que han sacado rendimiento a su capital, aunque exista una enorme
diferencia entre ambas ganancias. En la vida de este mundo no sería así.
"Tanto tienes, tanto vales", "tanto ganas, tanto vales"
podría decirse, asimismo. No es así. Lo que importa es el esfuerzo y la
rectitud, no el resultado concreto.
El hombre de
la parábola de los talentos representa a Jesús, los siervos son los discípulos
y los talentos son el patrimonio que el Señor les confía: su Palabra, la
Eucaristía, la fe en el Padre celeste, su perdón… en resumen, sus más preciosos
bienes. Mientras en el lenguaje común el término “talento” indica una cualidad
individual – por ejemplo en la música, en el deporte, etcétera –, en la
parábola los talentos representan los bienes del Señor, que Él nos confía para
que los hagamos fructificar. El pozo cavado en el terreno por el “servidor malo
y perezoso” indica el temor del riesgo que bloquea la creatividad y la fecundidad
del amor.
Observemos que
el señor de la parábola, en esta ocasión, concede el mismo premio a los dos
servidores que hicieron rendir sus talentos. No se fija, en efecto, en cuánto
consiguió cada uno. El primero obtuvo cinco talentos como fruto de su esfuerzo,
el segundo solamente dos. Aunque el primero logró más del doble que el segundo
ambos escuchan: Muy bien, siervo bueno y fiel; puesto que has sido fiel en lo
poco, yo te confiaré lo mucho: entra en el gozo de tu señor. No menciona el señor
para nada la eficacia material. Sólo tiene en cuenta que los dos han trabajado
bien a la medida de los talentos recibidos y, por eso, los dos doblaron su
capital.
¡Cuántas veces
la satisfacción personal no es a la medida de la honradez, de la rectitud, de
la justicia! Y, ¡con cuánta frecuencia buscamos ante todo sentirnos satisfechos
de nosotros mismos! Valdrá la pena un examen de conciencia detallado sobre la
realidad objetiva de nuestra conducta. Debemos, por tanto, observar el
resultado de nuestras acciones. Ver si hay progresos en nuestra vida,
contemplada en la presencia de Dios, sin caer en comparaciones con la vida de
otros. Si, en definitiva, mejoramos, no por amor propio, sino por amor a Dios.
Jesús no nos
pide que conservemos su gracia en una caja fuerte, sino que quiere que la
usemos para provecho de los demás. Y nosotros ¿qué hemos hecho con ellos? ¿A
quién hemos “contagiado” con nuestra fe? ¿A cuántas personas hemos alentado con
nuestra esperanza? ¿Cuánto amor hemos compartido con nuestro prójimo? Cualquier
ambiente, también el más lejano y árido, puede convertirse en un lugar donde
hacer fructificar los talentos. Esta parábola nos empuja a no esconder nuestra
fe y nuestra pertenencia a Cristo, a no sepultar la Palabra del Evangelio, sino
a hacerla circular en nuestra vida, en las relaciones, en las situaciones
concretas, como fuerza que pone en crisis, que purifica, que renueva. El Señor
no da a todos las mismas cosas y de la misma manera: nos conoce personalmente y
nos confía aquello que es justo para nosotros y que está a nuestro alcance.
Nuestra
pregunta hoy es: ¿en verdad estoy dando rendimiento a las cualidades que tengo?
Hay mucho que hacer en la sociedad, en la Iglesia: ¿aporto yo mi colaboración,
o bien me inhibo, dejando que los demás trabajen? Mi salud, mi vida, mis
habilidades, las he recibido como bienes a administrar. No importa si son diez
o dos talentos: ¿los estoy trabajando, o me he refugiado en la pereza y la
satisfacción? Al final del tiempo -que no sé si será breve o largo- se me
pedirá cuenta. ¿Me voy a presentar con las manos vacías? ¿Se podrá decir que mi
vida, sea larga o breve, ha sido plena, que me he "realizado" según
el plan que Dios tenía sobre mí?
Todos tenemos
algún talento con el cual servir a la comunidad. Dios coloca en todos nosotros
la misma inmensa confianza ¡No lo defraudemos! ¡No nos dejemos engañar por el
miedo, sino intercambiemos confianza con confianza! Pidámosle ayudarnos a ser
“servidores buenos y fieles”, para participar “de la alegría de nuestro Señor”.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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