Comentario a las Lecturas
del Domingo XIII del Tiempo Ordinario 26 de junio de 2016
A la luz de la Palabra
proclamada, somos invitados a examinar y actualizar la vocación que hemos
recibido. Como bautizados, retomar el reto que supone la llamada que Jesús nos
hace, comprender el alcance, contenido y proyección de la misión que se
encierra en ella.
En la llamada va implícito
dejar de lado todo aquello que impide actuar con la radical entrega que Jesús
propone. En el seguimiento es fundamental el don de la libertad para llevar a
cabo la misión encomendada. También las lecturas dejan claro de dónde y quien
nos protegerá, de donde viene nuestra fortaleza.
Primera
Lectura : 1 Re 19,16b.19-21 Elías se marchó y encontró a Eliseo… Elías
pasó a su lado y le echó el manto. Entonces Eliseo, dejando los bueyes, corrió
tras Elías y le pidió: Déjame decir adiós a mis padres; luego vuelvo y te sigo.
Elías le dijo: ve y vuelve; ¿quién te lo impide? La disposición de
Eliseo para seguir la vocación de profeta a la que Dios, por medio del profeta
Elías, le llamaba, era una disposición radical, tal como demostró después
durante toda su vida. Renunció a seguir viviendo con sus padres y a todas sus
posesiones materiales, incluidos los bueyes con los que estaba arando. El amor
a los padres era un deber sagrado para todo judío;
algunas frases de Jesús que pueden dar a entender lo contrario, como alguna frase de las que hemos leído en el evangelio de este domingo, debemos entenderlas en un contexto distinto y no deben entenderse literalmente, sino fijándonos en el mensaje que quieren dar, el mensaje de la radicalidad y de anteponer la predicación del reino de Dios y el cumplimiento de su voluntad a todo lo demás. Porque todo lo demás se nos dará por añadidura.
La misión del profeta
pasa de Elías a Eliseo. Este es un pobre labrador, pero en medio de su humildad
siente la llamada del Señor, a través de un mediador: Elías impone su manto
sobre Eliseo para significar que le transfiere la misión profética. Es como una
imposición de manos: el vestido era considerado como parte de la persona que lo
vestía. Por lo tanto, el gesto de Elías significa que Eliseo participa desde
este momento del espíritu de Elías.
El
responsorial de hoy es el salmo 15 (Sal 15,1-2.5-11),Destaca una petición a
Dios y expresa nuestra actitud. "Protégeme, oh Dios, que me refugio en ti".
Esta composición es
una expansión confidencial del alma que encuentra su felicidad en vivir en
compañía de Dios, porque Él es la fuente única de todo bien. De aquí se sigue
la simpatía por todos los que son fieles a su Dios y la aversión hacia los que
se entregan a prácticas idolátricas. Los ídolos, lejos de otorgar la felicidad
a los seguidores, son ocasión de grandes perversiones morales, de prácticas
crueles e inhumanas, llegando hasta el derramamiento de sangre humana en sus
libaciones. Al contrario, el que sigue a Yahvé ha encontrado su porción
selecta. El salmista, consciente de este privilegio, tiene, de día y de noche,
presente en su mente a su Dios y ansía y espera perpetuar esta intimidad
espiritual de vida con su Dios aun por encima de la muerte.
El salmista no quiere tomar parte en
los cultos idolátricos, porque no tiene más que un Dios, Yahvé, que es la parte de su heredad y su copa
(v. 5). La metáfora alude a la distribución de la tierra de Canaán entre las
doce tribus. A la de Leví no se le dio extensión
territorial, porque su parte
o hijuela fue el propio Yahvé. Debía estar dedicada exclusivamente al culto,
por pertenecer de un modo especial a Dios, y por eso las otras tribus debían
atender al sostén material de sus miembros. Yahvé es, pues, la porción y heredad especial de los
levitas y sacerdotes; pero también lo era de Israel, de las almas piadosas. Y
el mismo Israel es la heredad
de Yahvé.
El salmista expresa la alegría de
sentirse privilegiado de poder tener
como heredad suya
al propio Yahvé, el cual garantiza su lote,
es decir, su íntimo bienestar y felicidad. Realmente ha sido afortunado en la
distribución, pues las cuerdas cayeron para él en parajes amenos (v. 6). Ahora
el símil está calcado en la costumbre de medir con cuerdas las diversas partes
para determinar la hijuela de cada miembro de la familia. Él ha sido
afortunado, pues su parcela cayó en la parte más feraz del terreno.
Agradecido, el salmista quiere bendecir a Yahvé, que le aconseja y le hace ver que
su verdadero bien está en el propio Yahvé, que le ha cabido en suerte; su
conciencia le instruye de
noche, cuando medita secretamente en el lecho sobre la elección divina
sobre él. En las horas tranquilas de la noche es cuando el salmista oye la voz
de Dios reflejada en su conciencia.
Consecuencia de esta meditación
profunda y secreta sobre su suerte privilegiada es su entrega sin reservas a
Yahvé, al que tiene siempre
ante su mente; y precisamente en esta su vinculación constante a su Dios está
su seguridad inconmovible: no
vacilaré (v. 8). Yahvé está siempre a su derecha, protegiéndole
contra todo peligro.
En los vv. 9-11 expresa el sentimiento de seguridad
bajo la protección de Yahvé, esta hace que el justo este lleno de una alegría
que penetra todo su ser: el corazón,
las entrañas y la
carne. Esta
triplicidad de términos resalta la gran alegría que embarga al salmista al
sentirse bajo la protección divina. Con Él descansa
sereno, porque podrá hacer frente a todos los peligros.
Movido de esta confianza, el salmista
espera que su Dios no le dejará ir al seol, o región subterránea
donde están los difuntos. Espera que su Dios protector le libre del peligro de
muerte, de ver la fosa.
Esta expresión equivale a morir, ser relegado al sepulcro. Así, fosa y seol son dos
términos paralelos para designar la muerte.
El salmista expresa su esperanza de
librarse de la muerte por intervención divina, que le enseñará el sendero de la vida
(v. 11); es decir, le permitirá vivir en plenitud junto a Él, saciándole de gozo en su presencia y de
alegría a su diestra. En sus ansias de felicidad, el salmista
aspira a convivir para siempre
con su Dios.
La
segunda lectura esta tomada de la carta a los gálatas
(Gál 4,31-5,1.13-18).
La primera frase que leemos viene a ser como
un resumen del mensaje de la carta. Cristo no sólo nos ha liberado de la
esclavitud de la Ley y del pecado, sino que nos quiere libres, nos ha colocado
en un estado de libertad.
Algunos gálatas querían volver al yugo de la
Ley, a la esclavitud.
La mayor parte de los
versículos corresponden al l cap. 5 que constituye la conclusión de la carta. Los
versículos comienzan enunciando el resultado de la actuación de Cristo: liberación
para vivir en libertad.
Liberación se
contrapone a sometimiento y libertad a esclavitud.
En el contexto global
de la carta se establecen los siguientes procesos:
* ley - sometimiento -
esclavitud;
* fe - liberación -
libertad.
La ley, va acorralando
al hombre en un cerco asfixiante de
remordimientos y complejos de culpabilidad que terminan por destruirlo.
Liberación de la ley quiere decir liberación de todo ese proceso aniquilador
que la ley desencadena.
Esta es la liberación
aportada por Cristo; su resultado es la pura alegría de vivir sin cercos
asfixiantes. Libertad frente a la ley, libertad de la autodestrucción provocada
por la ley. Esta es la llamada que Dios hace al cristiano (v. 13a).
Esta libertad está
expuesta a profundos malentendidos y abusos (v.13b). Es el propio hombre en cuanto es carnal, es decir,
en cuanto es legalista, en cuanto es egoísta.
Deseos de la carne,
egoísmo y ley reflejan la misma e idéntica condición humana (cfr. vs. 13, 16 y
18). La expresión "deseos de la carne" no tiene un sentido de
concupiscencia sexual.
El auténtico y recto
ejercicio de la libertad acontece en el mutuo servicio del amor (vs. 13c-14).
La realidad de la libertad se da en la vinculación amorosa a los otros.
Libertad es ponerse a disposición y dejar disponer de sí. Los deseos de la
carne, es decir, el egoísmo, el servirse a sí mismo, llevan a morderse y
devorarse mutuamente (v. 15); llevan a la misma destrucción a la que conduce la
ley. Homo homini lupus. El amor auténtico, en cambio,
es liberación del propio yo y se desarrolla sirviendo a los demás.
Para perseverar en la
libertad del amor es necesaria la guía y
la fuerza del Espíritu (vs. 16-18). Este Espíritu no es un poder dado con la
existencia, sino el poder de Cristo mismo venido con Cristo sobre la
existencia; es la presencia poderosa de Cristo que irrumpe en nosotros y se
interioriza en nuestra intimidad. Para que este Espíritu se imponga a la
carne es necesario abrimos a él. Es
entonces cuando dejamos de estar bajo el dominio de la ley y empezamos a ser
libres.
El mensaje es claro, hay
que dejarse guiar por el Espíritu, que es el principio de filiación y, por
tanto, de fraternidad, y no dejarse llevar por la carne, que significa todo
aquello que hay en el hombre que se opone a Dios. La lucha entre Espíritu y
carne no es entre "espíritu" y "cuerpo", sino entre lo que
Dios quiere y lo que va contra ese querer, que a veces son cosas muy
"espirituales". El que se deja conducir por el Espíritu no se
enorgullecerá de haber cumplido la Ley o de ir contra ella. Será libre, será
hijo de Dios.
El evangelio de san
Lucas ( Lc 9,51-62) nos presenta a Jesús
consciente de que se acercaba el momento de la manifestación de su mesianismo
ante Israel y ante el mundo entero: la hora de su inmolación como víctima
expiatoria en favor de los hombres. Por eso no duda ni por un momento en
dirigirse hacia Jerusalén. Allí tendría lugar la última escena del drama, allí
derramaría su propia sangre, hasta la última gota. Su decisión anima a sus
discípulos, que le siguen hacia el lugar de su muerte.
Santiago y Juan,
discípulos suyos, le preguntaron: Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del
cielo que acabe con ellos? Jesús se volvió y les regañó. En varios pasajes de
la Biblia podemos leer frases en las que judíos piadosos le piden a Yahvé que
extermine a sus enemigos y que acabe con ellos. La intención primera, claro
está, es que los enemigos se conviertan e Israel pueda ser el auténtico trono y
reino de Dios. Hoy, en este relato evangélico, según san Lucas, los hijos del
Zebedeo, Santiago y Juan, le piden a su Maestro que les permita mandar fuego
del cielo contra los Samaritanos por no haberles permitido a ellos alojarse en
su territorio, por el simple hecho de que se dirigían hacia la ciudad enemiga
de Samaria, Jerusalén. Jesús les regaña y no accede a su petición.
La vocación en el
seguimiento de Jesús exige radicalidad: “el que echa mano al arado y sigue
mirando atrás no vale para el Reino de Dios”. No es necesario
pensar que los que hemos sido llamados a la vocación religiosa tengamos que ser
necesariamente mejores personas que los demás. Es verdad que el seguimiento de
la vocación religiosa exige radicalidad, es decir, exige renunciar a muchas
satisfacciones y exigencias que se encuentran en la vida familiar, al desapego
del dinero y de otras ambiciones del mundo, pero también es verdad que las
personas que hemos seguido la vocación religiosa tenemos ciertas ventajas,
espirituales y sociales, que no se encuentran en la vida familiar, tal como hoy
se vive generalmente. Los casos de los que hoy nos habla el evangelio son de
personas que no se atrevieron a aceptar la radicalidad del seguimiento que
Jesús les exigía.
Para nuestra vida
En la primera lectura vemos como Dios se acerca al hombre
cuando éste trabaja en lo cotidiano de cada día. El trabajo es el
lugar de encuentro más adecuado entre Dios y el hombre.
El trabajo es
parte de la naturaleza del hombre, con todas sus grandezas y con toda su
miseria. Y en ese lugar, Dios se hace presente.
El salmo nos presenta una esplendida manifestación de la de la confianza ciega en Dios. El salmista se acoge
a la protección divina como única fuente de felicidad. Por eso lo proclama como
Señor único, pues sólo en Él encuentra su dicha. Llevado de esta su vinculación
a Dios, sólo le interesan los que están en buenas relaciones con Él, como los
santos; en éstos tiene su complacencia, y son en realidad, a su estimación, los
verdaderos príncipes y señores de la tierra.
La segunda lectura nos presenta los problemas de los gálatas
que han vuelto a encerrarse en preocupaciones religiosas estériles pues lo que cada uno
quiere únicamente es evitar los reproches de Dios, y eso tiene mucho de
egoísmo. El celo por la ley o la posesión del Espíritu mal entendida conducen
al orgullo, a la enemistad y a la envidia, conducen a devorarse mutuamente.
Dios llamó a los
gálatas, por medio de la predicación de Pablo, a ser libres, a salir del mundo
antiguo de la Ley y del pecado, para vivir en la nueva creación de Dios. Pero
la libertad puede ser mal entendida si no se tiene en cuenta el amor, del cual
nace. Precisamente porque es fruto del amor, la libertad verdadera lleva al
servicio de los hermanos, lleva a "amar al prójimo como a ti mismo".
Este es el criterio perpetuo para saber si vivimos de verdad la libertad que
Cristo nos ha ganado y nos ha dado.
La reflexión paulina
nos sirve para nuestra vida cristiana. El que tiene el Espíritu de Cristo no se
preocupa por no pecar, sino por amar. Lo que a Dios le importa es que salgamos
de nuestros pequeños problemas para que nos anime su Espíritu. Es lo que dice
ahora Pablo. El creyente realmente libre es el que se considera
"esclavo" de Cristo. Esa es la manera de "tener fe" en la
vida diaria: solucionar todo pensando que soy de Cristo y estoy al servicio de
mis hermanos. De ahí nacen alegría y paz. Espíritu y carne no son dos partes
del hombre, sino sólo dos orientaciones divergentes de toda persona.
En el evangelio contemplamos a unos discípulos que
perdieron el miedo a quienes acechaban al Maestro y nos enseñaron con su
actitud cuál ha de ser la nuestra en los momentos de la prueba. El evangelista narra
luego el paso de Jesús hacia la Ciudad Santa. Por el camino irían ocurriendo
diversos sucesos que darían pie al Maestro para enseñar a sus discípulos. La
luz divina resplandece en sus palabras e ilumina aquellos senderos con la paz,
la comprensión y el aliento. Otras veces sus palabras son de reproche. En esta
ocasión los hijos del Trueno querían arrasar aquel poblado samaritano con fuego
venido de lo alto. Jesús se apena y les recrimina porque todavía no han
entendido cuál es el espíritu que ha de animar a un seguidor suyo.
El Evangelio nos
interpela, ante la cólera y la indignación en nuestro interior, los deseos de
justicia implacable, los sentimientos del odio y el rencor, el afán de venganza
En los diálogos que se
nos presentan de Jesús con gentes que quieren seguirle, parece muy radical en
su planteamientos al no dejar que uno entierre a su padre o que otro ni
siquiera pueda despedirse de su familia. Ese radicalismo podría parecer que
estaba en contra de la libertad personal de cada uno. No es así. La
"petición fuerte" sorprende y trae, sin duda, un camino de reflexión.
Y ahí es donde todo se hace grande, porque una misión que ni siquiera permite seguir
unos legítimos compromisos familiares da idea de su enorme dimensión. Y,
también, obliga al análisis personal, porque no se puede aceptar nada que lleve
una petición tan importantes, si no es mediante la reflexión y la decisión
personal.
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