martes, 15 de agosto de 2017

Comentario a las lecturas de la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María. 15 de agosto de 2017.


La fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María, se celebra en toda la Iglesia el 15 de agosto. Esta fiesta tiene un doble objetivo: La feliz partida de María de esta vida y la asunción de su cuerpo al cielo. Así lo expresamos en el prefacio de la misa del día : "Porque hoy ha sido llevada al cielo la Virgen Madre de Dios, figura y primicia de la Iglesia, garantía de consuelo y esperanza para tu pueblo, todavía peregrino en la tierra.
Con razón no permitiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro aquella que, de un modo inefable, dio vida en su seno y carne de su carne al autor de toda vida, Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro".
Según la doctrina de la Iglesia católica, que se basa en una tradición acogida también por la Iglesia ortodoxa (si bien por ésta no definida dogmáticamente), María entró en la gloria no sólo con su espíritu, sino íntegramente con toda su persona, como primicia –detrás de Cristo- de la resurrección futura.. Fue establecido como dogma por el Papa Pío XII, el día 1 de noviembre de 1950.
¿En qué se diferencia la Asunción de María de la Ascensión de Cristo? La misma palabra <Asunción> lo sugiere: el verbo asumir significa “hacerse cargo de algo, tomar para sí”. La Virgen fue asunta, fue tomada por Dios, fue atraída por Dios, la Asunción fue obra de Dios, no de la Virgen María; en cambio, Cristo ascendió a los cielos por su propia fuerza y virtud. En definitiva, más allá de frases y metáforas, en esta fiesta de la Asunción de la Virgen, los cristianos debemos alabar a Dios y de darle gracias porque hizo posible que una criatura humana como nosotros –María- fuera directamente a vivir con Él, nada más terminada su vida terrena. Esta es la aspiración de cada uno de nosotros, los cristianos.
Hoy las lecturas nos sitúan ante la batalla entre dos fuerzas antagónicas. San Agustín en su obra «La ciudad de Dios», dice en una ocasión que toda la historia humana, la historia del mundo, es una lucha entre dos amores: el amor de Dios hasta la pérdida de sí mismo, hasta la entrega de sí mismo, y el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, hasta el odio de los demás. Esta misma interpretación de la historia, como lucha entre dos amores, entre el amor y el egoísmo, aparece también en la lectura tomada del Apocalipsis, que acabamos de escuchar. Aquí, estos dos amores, aparecen en dos grandes figuras. Ante todo, está el dragón rojo, fortísimo, con una manifestación impresionante e inquietante de poder sin gracia, sin amor, del egoísmo absoluto, del terror, de la violencia.
 
La primera lectura del libro del Apocalipsis (Ap. 11, 19; 12, 1-6. 10), nos sitúa ante una de las revelaciones de la grandeza y el poder de Dios. En la isla de Patmos, en medio a su destierro, San Juan contempla visiones grandiosas, que luego trasmite a los cristianos de su comunidad, perseguidos por la crueldad del emperador romano y sus secuaces. Como él, también ellos necesitaban el consuelo de aquellas revelaciones que anunciaban la grandeza y el poder del Señor. Era necesario recordarles que sus sufrimientos de entonces eran el precio de la gloria.
En esta ocasión el cielo se abre para mostrar una gran aparición, "una señal grande": Una mujer vestida de sol y coronada de estrellas con la luna bajo sus pies. Es, sin duda, uno de esos numerosos signos en los que tanto abundan los escritos de S. Juan. Por otra parte, como los demás signos, su significado es polivalente. Pero el que hoy nos sugiere la Iglesia es que contemplemos la figura rutilante de Santa María, enfrentada al dragón rojo, segura de su victoria. Para que confiemos en su protección y su ayuda.
 
Salmo responsorial (Sal 44, 10. 11-12. 16)
R/ De pie a tu derecha está la reina enjoyada con oro de Ofir.
El salmo, en esta segunda parte, glorifica a la reina. En la liturgia de hoy estos versículos son aplicados a María y celebran su belleza y grandeza.
Entre tus predilectas hay hijas de reyes,
la reina a tu derecha, con oro de Ofir.
Escucha, hija, mira, presta oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna,
que prendado está el rey de tu belleza.
El es tu señor, ¡póstrate ante él!
La siguen las doncellas, sus amigas,
que avanzan entre risas y alborozo
al entrar en el palacio real.
María nos precedió en el cielo y nos precederá siempre, como madre del rey que se sienta al lado del trono.
 El salmo 44 es un poema nupcial en dos partes: la primera canta al Rey, el esposo (vv. 2-10); la segunda, a su esposa (vv. 11-18). Según algunos autores, este salmo sería un canto profano para las bodas de un rey israelita, Salomón, Jeroboam II o Ajab. Pero las tradiciones judía y cristiana lo refieren a los desposorios del Rey Mesías con Israel (figura de la Iglesia), y la liturgia, a su vez, amplía la alegoría refiriéndolo a la Virgen María. El poeta se dirige primero al Rey Mesías, vv. 3-10, aplicándole atributos de Yahvé y del Emmanuel; luego, a la reina, vv. 11-17.- Para Nácar-Colunga el título de este salmo es Canto nupcial. Es una composición , en la que se celebran las bodas del rey de Israel con una princesa extranjera. El rey debe gobernar con equidad y defender al pueblo (vv. 2-9), y la reina debe olvidar su patria anterior para adaptarse a su nueva condición (vv. 11ss).
V. 10. Hijas de reyes: alusión a las princesas del séquito que acompañaba y daba esplendor a la reina esposa. De pie a tu derecha está la reina: se introduce la mención de la reina, a la cual en seguida se dirigirá una alocución. Estar a la derecha era un sumo honor en Israel. Enjoyada con oro de Ofir: lit. tela o joyas hechas con ese oro, que era el oro tenido en más aprecio, del cual se proveía en abundancia Salomón.
V. 11. La alocución que ahora empieza va dirigida a la reina; tiene el carácter  de exhortación, consejo o pronóstico, y, en realidad, el pensamiento del poeta sigue centrado en el rey.
Escucha, hija: estas frases exhortativas parecen estar sacadas de los libros sapienciales. Inclina el oído: el sentido técnico de esta expresión es no solamente escuchar prestando atención, sino llevar a la práctica o cumplir lo que se dice. Olvida tu pueblo o nación de donde has venido. La tradición cristiana se complace en ver una asunción a dignidad mayor o a un nuevo estado, incluso de otra naturaleza. La casa, o palacio, en sentido local o amplio de corte, de tu padre, que por la misma necesidad del contexto se ve que es un rey extranjero. Este pedir una adaptación a las nuevas circunstancias no es sólo un prudente consejo humano, sino que avanza hacia un sentido alegórico, determinable en función de la interpretación que se dé al salmo.
VV. 12-13. El nuevo esposo o señor suplirá con creces el afecto paterno. La ciudad de Tiro se postrará ante la reina con dones o regalos. Tiro, una de las más importantes ciudades-estado fenicias, es un ejemplo concreto de los pueblos extraños que honrarán a la nueva reina. San Atanasio ve significada en los tirios la vocación de los gentiles. En tercer lugar, implorarán el favor de la reina los más nobles de su nuevo pueblo adoptivo. De este modo los extranjeros amigos y los súbditos nacionales la agasajarán, como expresión de una totalidad compleja.
VV. 14-16. Se inicia la procesión nupcial con el esplendor de Oriente, que el salmista da por muy bien conocido. Bastan unas frases entrecortadas para suscitar las imágenes y el recuerdo de las ceremonias. Entre alegría y algazara: sin duda, con cantos, danzas, sones de instrumentos y poemas improvisados, como éste del salmista.

 
La segunda lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios. (1ª Cor.15, 20-27), nos habla de la certeza de la Resurrección. Entre los corintios había algunos que negaban la resurrección de los muertos. Las antiguas costumbres e ideas pesaban aún en ellos. No es fácil extirpar del todo el error y los vicios. Pero el Apóstol San Pablo les rebate con claridad y vigor. La resurrección es posible pues Cristo ha resucitado, hecho verificado por cuantos les vieron vivo después de haberlo visto muerto en la Cruz. En una ocasión fueron más de quinientos hermanos los que pudieron verle y escucharle. Puesta estas premisas, la conclusión es que también nosotros podemos resucitar, también nosotros resucitaremos. Acude S. Pablo a otro argumento y les recuerda que si por Adán entró la muerte en el mundo, de la misma manera por Cristo ha entrado la vida... Es cierto que la muerte aún no ha sido vencida pues será el último enemigo en caer. Sin embargo, aunque pasemos por la muerte, como Cristo, pasó, el final será la resurrección, la vida eterna-
 
El pasaje del Evangelio de san Lucas elegido para esta fiesta (Lc.1, 39-56).es el episodio de la Visitación de María a Santa Isabel, que se cierra con el sublime canto del Magníficat. Este episodio de la visita de María a Isabel muestra otro aspecto bien típico de Lucas. Todas las palabras y actitudes, sobre todo el cántico de María, forman una gran celebración de alabanza. Lucas evoca el ambiente litúrgico y celebrativo, en el cual Jesús fue formado y en el cual las comunidades tenían que vivir su fe.
 María sale para visitar a Isabel (Vv39-40). Lucas acentúa la prontitud de María en atender las exigencias de la Palabra de Dios. El ángel le habló de que María estaba embarazada e, inmediatamente, María se levanta para verificar lo que el ángel le había anunciado, y sale de casa para ir a ayudar a una persona necesitada. De Nazaret hasta las montañas de Judá son ¡más de 100 kilómetros!.
Saludo de Isabel. (vv.41-44) Isabel representa el Antiguo Testamento que termina. María, el Nuevo que empieza. El Antiguo Testamento acoge el Nuevo con gratitud y confianza, reconociendo en él el don gratuito de Dios que viene a realizar y completar toda la expectativa de la gente. En el encuentro de las dos mujeres se manifiesta el don del Espíritu que hace saltar al niño en el seno de Isabel. La Buena Nueva de Dios revela su presencia en una de las cosas más comunes de la vida humana: dos mujeres de casa visitándose para ayudarse. Visita, alegría, embarazo, niños, ayuda mutua, casa, familia: es aquí donde Lucas quiere que las comunidades (y nosotros todos) perciban y descubran la presencia del Reino. Las palabras de Isabel, hasta hoy, forman parte del salmo más conocido y más rezado en todo el mundo, que es el Ave María.
 El elogio que Isabel hace a María v. 45). "Feliz la que ha creído que se cumplieran las cosas que le fueron dicha de parte del Señor". Es el recado de Lucas a las Comunidades: creer en la Palabra de Dios, pues tiene la fuerza de realizar aquello que ella nos dice. Es Palabra creadora. Engendra vida en el seno de una virgen, en el seno del pueblo pobre y abandonado que la acoge con fe.
El magníficat o cántico de María (vv46-56). Enseña cómo se debe cantar y rezar. Lucas 1,46-50: María empieza proclamando la mutación que ha acontecido en su propia vida bajo la mirada amorosa de Dios, lleno de misericordia. Por esto canta feliz: "Exulto de alegría en Dios, mi Salvador".
(vv. 1,51-53): En seguida después, canta la fidelidad de Dios para con su pueblo y proclama el cambio que el brazo de Yavé estaba realizando a favor de los pobres y de los hambrientos. La expresión “brazo de Dios” recuerda la liberación del Éxodo.
Esta es la fuerza salvadora de Dios que hace acontecer la mutación: dispersa a los orgullosos (1,51), destrona a los poderosos y eleva a los humildes (1,52), manda a los ricos con las manos vacías y llena de bienes a los hambrientos (1,53).
Al final (54-55 recuerda) que todo esto es expresión de la misericordia de Dios para con su pueblo y expresión de su fidelidad a las promesas hechas a Abrahán. La Buena Nueva viene no como recompensa por la observancia de la Ley, sino como expresión de la bondad y de la fidelidad de Dios a las promesas.
 
Para nuestra vida
Celebrar hoy la fiesta de la Asunción de la Virgen María a los cielos no es conmemorar un privilegio más de María que la aparte más y más de nosotros. Celebrar la Asunción es aunarnos al canto de María: "Dichosa porque me felicitarán de generación en generación porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí".
Celebrar la Asunción de María es celebrar la esperanza. Sí, hermanos, hoy es el día esperanzador en que empieza a cumplirse una de las promesas que el Señor, Jesús, el Hijo de Dios, nos ha hecho a nosotros: "el que cree en mí, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día".
En la fiesta de la Asunción de la Virgen María celebramos lo que aguarda al que cree y espera por la fe: la gloria de Dios. El mayor gozo, por el cual salta también María, es el vernos a nosotros sus hijos por la dirección adecuada: recordando las maravillas del Señor, viviendo según su voluntad, proclamando su santo nombre y abriendo las ventanas de nuestro vivir para que Dios entre por ellas y sea un gran vecino en nuestros corazones.
La Asunción de María no hace más que anticipar nuestra resurrección y nuestra ascensión a los cielos. María, una como nosotros, ha alcanzado lo más alto. Es verdad que María tuvo una misión y un puesto de privilegio: el ser Madre del Hijo de Dios. Y verdad es que María tuvo la libertad de decir Sí o decir No. El verdadero mérito de María nos lo dice Jesús en el Evangelio en aquel pasaje en el cual las mujeres le gritan diciéndole: "bendito el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron", a lo que Jesús responde resaltando la verdadera virtud de María, no su puesto de privilegio como madre suya, sino como creyente: "más bien bendito el que oye la palabra de Dios y la cumple, el que cree en mi y en mi palabra, porque tiene vida eterna".
Las Iglesias Orientales hablan de la Dormición de María como titularidad de la presente fiesta. Es, tal vez, más completa la nomenclatura eclesial de Occidente que habla de asunción: de subida al cielo. Sin embargo, existen lugares en España donde la Dormición se celebra e, incluso, hay bellas imágenes de la Señora muy bella en su sueño… y que, además, procesionan por calles y plazas. La Dormición --el plácido sueño-- como tránsito de esta vida a su presencia eterna en la Gloria de Dios es algo muy bello. En la Liturgia de las Horas, en las Completas, todas las noches, antes de rezar la última antífona que está dedicada a la Virgen, se repite: "El Señor todopoderoso nos conceda una noche tranquila y una muerte santa". El sueño parece una antesala de la muerte cuando los cristianos despegamos del hecho de morir todo lo truculento o desagradable que culturalmente hemos añadido y la fe nos lleva a considerarlo como una Dormición.
 La vida María, desde Nazaret es un canto a la bondad del Señor. Su “sí” fue desde el principio un ponerse manos a la obra y a lo que Dios mandase. Al colocarse al lado de Jesús lo hizo desde la humildad y con el silencio. Bien sabía, María, quién era Dios, qué esperaba Dios y qué tenía que hacer para que Dios cumpliera en Cristo lo profetizado desde antiguo.
Para nosotros habitantes de Europa esta fiesta entraña una expresión de nuestras raíces cristianas y mariologicas. Un fragmento de la preciosidad de la descripción del Apocalipsis, “coronada de doce estrellas” dice el texto, fue captado en 1955 por Arsène Heitz, pintor de Estrasburgo, y aprobada el 8 de diciembre. El piadoso artista consiguió que su proyecto fuera aceptado como bandera emblemática de Europa, precisamente un día muy vinculado con la Virgen. Algunos años me he permitido poner la bandera de la Unión Europea, junto al altar, en el celebraba la misa, es un homenaje a ella. La Fe de la Europa de Puy en Velay, Chartres, La Salette, Lourdes, Fátima y del Pilar, queda reflejada en ella.
El misterio de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo nos invita a hacer una pausa en la agitada vida que llevamos para reflexionar sobre el sentido de nuestra vida aquí en la tierra, sobre nuestro fin último: la Vida Eterna, junto con la Santísima Trinidad, la Santísima Virgen María y los Angeles y Santos del Cielo. El saber que María ya está en el Cielo gloriosa en cuerpo y alma, como se nos ha prometido a aquéllos que hagamos la Voluntad de Dios, nos renueva la esperanza en nuestra futura inmortalidad y felicidad perfecta para siempre.
 
De las lecturas fijémonos especialmente en el salmo y en el evangelio.
El salmo 44 literalmente es un epitalamio en honor de un rey de Judá que se desposa con una princesa extranjera. La primera parte del salmo (vv. 2-10) canta la belleza y cualidades del joven esposo; la segunda (vv. 11-18) es una exhortación a la nueva princesa para que ame al rey, se sienta feliz por el matrimonio que le ha tocado en suerte y olvide, ante tanta dicha, toda su vida anterior.
Cuando Israel ya no tuvo reyes, aplicó este antiguo salmo al desposorio del pueblo elegido con Yahvé, su nuevo y único Rey. La Iglesia cristiana, en esta misma línea y desde muy antiguo, usó este canto nupcial para cantar las bodas de Cristo con su Iglesia y también para describir la vocación de María y de las vírgenes cristianas, personalización la más acabada del amor nupcial de la Iglesia hacia Cristo.
 El salmo,  nos ha de servir de poema de amor en honor de Cristo, nuestro esposo. En su primera parte -aquella que, en su sentido original, estaba consagrada al esposo-, cantaremos, con las palabras del salmo, la belleza y la victoria pascual de Cristo y el amor con que el Padre lo ama: Eres el más bello de los hombres; los pueblos se te rinden, se acobardan los enemigos del rey (la muerte y el pecado); el Señor, tu Dios, te ha ungido.
La segunda parte del salmo -la que en el texto original se dedicaba a la esposa- la hemos de escuchar como una exhortación a la fidelidad y al amor de Cristo, el esposo verdadero de la Iglesia, dirigida a la Iglesia y a cada uno de nosotros: Olvidemos nuestro pueblo y la casa paterna; a cambio de nuestros padres (los bienes que habremos dejado) tendremos hijos, que serán príncipes, es decir, que serán bienes imperecederos.

" Muchos Padres de la Iglesia, como es sabido, han interpretado el retrato de la reina aplicándolo a María, desde la exhortación inicial: «Escucha, hija, mira, inclina el oído...» (v. 11). Así sucedió, por ejemplo, en la Homilía sobre la Madre de Dios de Crisipo de Jerusalén, un monje capadocio de los fundadores del monasterio de San Eutimio, en Palestina, que, después de su ordenación sacerdotal, fue guardián de la santa cruz en la basílica de la Anástasis en Jerusalén.
«A ti se dirige mi discurso -dice, hablando a María-, a ti que debes convertirte en esposa del gran rey; mi discurso se dirige a ti, que estás a punto de concebir al Verbo de Dios, del modo que él conoce. (...) "Escucha, hija, mira, inclina el oído". En efecto, se cumple el gozoso anuncio de la redención del mundo. Inclina el oído y lo que vas a escuchar te elevará el corazón. (...) "Olvida tu pueblo y la casa paterna": no prestes atención a tu parentesco terreno, pues tú te transformarás en una reina celestial. Y escucha -dice- cuánto te ama el Creador y Señor de todo. En efecto, dice, "prendado está el rey de tu belleza": el Padre mismo te tomará por esposa; el Espíritu dispondrá todas las condiciones que sean necesarias para este desposorio. (...) No creas que vas a dar a luz a un niño humano, "porque él es tu Señor y tú lo adorarás". Tu Creador se ha hecho hijo tuyo; lo concebirás y, juntamente con los demás, lo adorarás como a tu Señor» (Testi mariani del primo millennio, I, Roma 1998, pp. 605-606).[San Juan Pablo II. Audiencia general Miércoles 6 de octubre de 2004]

 
El evangelio nos presenta la visita de maría a su prima Isabel. En esta visita el evangelista nos presenta la oración del Magnificat  una nueva forma  de contemplar a Dios y un nuevo modo de contemplar el mundo y la historia. Dios es visto como Señor, omnipotente, santo, y al mismo tiempo como «mi Salvador»; como excelso, trascendente, y al mismo tiempo como lleno de premura y de amor por sus criaturas. Del mundo se pone en evidencia la triste división en poderosos y humildes, ricos y pobres, saciados y hambrientos, pero se anuncia también el derrocamiento que Dios ha decidido obrar en Cristo entre estas categorías: «Ha derribado a los poderosos...».
El cántico de María es una especie de preludio al Evangelio. Las bienaventuranzas evangélicas se contienen ahí como en un germen y en un primer esbozo: «Bienaventurados los pobres, bienaventurados los que tienen hambre...».
En este canto María se considera parte de los anawim, de los “pobres de Dios”, de aquéllos que ”temen a Dios”, poniendo en Él toda su confianza y esperanza y que en el plano humano no gozan de ningún derecho o prestigio. La espiritualidad de los anawinpuede ser sintetizada por las palabras del salmo 37,79: “Está delante de Dios en silencio y espera en Él”, porque “aquéllos que esperan en el Señor poseerán la tierra”.
 En el Salmo 86,6, el orante, dirigiéndose a Dios, dice: “Da a tu siervo tu fuerza”: aquí el término “siervo” expresa el estar sometido, como también el sentimiento de pertenencia a Dios, de sentirse seguro junto a Él.
 Los pobres, en el sentido estrictamente bíblico, son aquéllos que ponen en Dios una confianza incondicionada; por esto han de ser considerados como la parte mejor, cualitativa, del pueblo de Israel.
 Los orgullosos, por el contrario, son los que ponen toda su confianza en sí mismos.
 Ahora, según el Magnificat, los pobres tienen muchísimos motivos para alegrarse, porque Dios glorifica a los anawim (Sal 149,4) y desprecia a los orgullosos. Una imagen del N. T. que traduce muy bien el comportamiento del pobre del A. T. , es la del publicano que con humildad se golpea el pecho, mientras el fariseo complaciéndose de sus méritos se consuma en el orgullo (Lc 18,9-14). En definitiva María celebra todo lo que Dios ha obrado en ella y cuanto obra en el creyente. Gozo y gratitud caracterizan este himno de salvación, que reconoce grande a Dios, pero que también hace grande a quien lo canta.
En el Magnificat María nos habla también de sí, de su glorificación ante todas las generaciones futuras:
«Ha puesto sus ojos en la humildad de su sierva. Por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada. Porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí».
 De esta glorificación de María nosotros mismos somos testigos «oculares». ¿Qué criatura humana ha sido más amada e invocada, en la alegría, en el dolor y en el llanto, qué nombre ha aflorado con más frecuencia que el suyo en labios de los hombres? ¿Y esto no es gloria? ¿A qué criatura, después de Cristo, han elevado los hombres más oraciones, más himnos, más catedrales? ¿Qué rostro, más que el suyo, han buscado reproducir en el arte? «Todas las generaciones me llamarán bienaventurada», dijo de sí María en el Magnificat (o mejor, había dicho de ella el Espíritu Santo); y ahí están veinte siglos para demostrar que no se ha equivocado.
 
Rafael Pla Calatayud
rafael@sacravirginitas.org

No hay comentarios:

Publicar un comentario