viernes, 23 de febrero de 2018

Comentarios a las l ecturas del II Domingo de Cuaresma 25 de febrero 2018

Comentarios a las l ecturas del II Domingo de Cuaresma 25 de febrero 2018

Hoy podríamos decir que el hilo conductor es un tema reiterativo: la montaña y el ascenso. de la primera lectura el monte Moria. Años después David escogió el monte Moria para edificar su palacio y Salomón allí elevó el templo que lleva su nombre. Si se trata del mismo sitio, estaríamos refiriéndonos al espacio que ocupaba el santuario y que hoy lo hace la “domo de la roca” mal llamada mezquita de Omar. Para conseguir una gran explanada donde acotar el templo central de la Fe hebrea, fue necesario levantar unos grandes muros que abarcaban la superficie necesaria para albergar todo el complejo de culto judío.
El otro monte el Tabor, hoy luce con todo su esplendor.
Del ascenso cada uno de nosotros vivimos el ascenso al calvario con nuestras cruces. Revivimos las promesas del tabor a través de la vida litúrgica de la iglesia, que nos permite tener la Fe de Abraham y la vida plena de Cristo: el muerto-resucitado.

La primera lectura del Génesis (Gn, 22, 1-2.9-13.15-18), nos presenta el sacrificio de Isaac. Contemplamos hoy el segundo paso en la historia de las alianzas de Dios con los hombres.
El domingo pasado veíamos cómo establecía Dios, a través de Noé, un pacto con toda la creación, y hoy constatamos que, por medio del pacto con Abrahán ("Juro por mí mismo: Por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa"), Dios establece una alianza con los hombres.
-Gn 22. 1-9 habla del sacrificio de Isaac (vv. 1-14/19) y de la promesa de Dios al patriarca (vv. 15-18).
-Nada podemos decir de la historicidad de este relato. Según muchos autores, esta pieza literaria tuvo una existencia independiente antes de ser incorporada en la gran obra de E, con retoques de J. Legitimaba la sustitución del primogénito humano macho por el de animales (Ex 13. 2/13 ss.): Isaac es sustituido por el carnero enredado por los cuernos (v. 13). Insertado en el ciclo de Abraham, el relato es un test difícil a la fe del patriarca. Dios tienta (Dt 8. 3 ss.; 13. 3 ss...) y, superando esta prueba, Abraham probará su madurez en la fe. Así lo creen las tradiciones judía, islámica y cristiana.
El texto nos presenta un doble plano: el del lector y el de Abraham. Todo es una prueba (v.1); así, el lector puede leer con ventaja sabiendo que Dios no va a permitir el sacrificio, pero no puede transmitir este conocimiento a Abraham y se ha de conformar con sufrir con el personaje central.
Dios quiere ver hasta dónde llega la fidelidad de Abraham y su obediencia, pero no entra en sus planes el que éste sacrifique a su hijo Isaac. Abraham había sido probado por Dios en otras ocasiones; por ejemplo, cuando se le ordenó abandonar su tierra y su parentela, y más tarde, cuando se le anunció que engendraría un hijo de su mujer, Sara, no obstante haber alcanzado ambos una edad avanzada; pero nunca se le había pedido tanto como ahora. Si antes se le exigió renunciar a su pasado, abandonar su tierra y su familia para salir en busca de la tierra prometida, ahora se le exige renunciar a su futuro, y no comprende cómo van a cumplirse las promesas de llegar a ser padre de un pueblo numeroso si ahora ha de sacrificar a su único hijo.
Abrahán, sin hacer cuestión de la palabra de Dios, se dispone a cumplirla hasta las últimas consecuencias. Ha superado la prueba.
Lo que el Señor pide al patriarca es algo muy serio que se recalca en el v. 2: "Coge a tu hijo "único", a tu querido Isaac, vete... y ofrécemelo en sacrificio...". Isaac es algo más que un hijo en la vejez; el fruto tan ansiado de la promesa y, a su vez, el único lazo con el futuro del clan debe ser ofrecido en holocausto. El que cortó con todos los lazos del pasado debe renunciar también al futuro. Abraham obedece al mandato con firmeza; el caminar "juntos" de los vv 6/9 está lleno de silencio doloroso; nada de sentimentalismo. La conversación añade tensión al drama y la respuesta del padre es amorosa pero evasiva: "Dios proveerá".
En el desenlace, la última palabra es la de Dios, que ha visto la lealtad de Abraham. Los vv. 15-19 constituyen la apoteosis de la victoria final.
El episodio del sacrificio de Abrahán es interpretado corrientemente como una muestra de que el Dios de Israel abomina los sacrificios humanos, que era práctica común en muchas religiones antiguas. Con eso, se pone de manifiesto el "valor absoluto" de la vida humana, que no ha de ser sacrificada a nada. Esta es una consideración que hay que hacer resaltar en la predicación de este segundo domingo de Cuaresma. El respeto al mundo natural de que hablábamos el domingo pasado tiene una consecuencia ineludible en el respeto absoluto por el hombre, por toda vida humana, por pequeña o insignificante que pueda parecer. Dios ha establecido una alianza con toda la humanidad, y no hay ningún hombre ni ninguna mujer que quede excluido de ella. Por voluntad del mismo Dios, toda vida humana es sagrada: más aún, es la única realidad verdaderamente sagrada.


El Salmo de hoy  es el 115 (Sal 115, 10 y 15. 16-17. 18-19). Es una expresión de la voluntad de cómo queremos caminar:
"CAMINARÉ EN LA PRESENCIA DEL SEÑOR, EN EL PAÍS DE LA VIDA".
Así comenta el Papa emérito Benedicto XVI este salmo :  " 2. El Salmo 115, en el original hebreo, forma parte de una sola composición junto al salmo precedente, el 114. Ambos, constituyen una acción de gracias unitaria, dirigida al Señor que libera de la pesadilla de la muerte.
En nuestro texto aparece la memoria de un pasado angustiante: el orante ha mantenido alta la llama de la fe, incluso cuando en sus labios surgía la amargura de la desesperación y de la infelicidad (Cf. Salmo 115,10).
....
El orante salvado de la muerte se siente «siervo» del Señor, hijo de su esclava (ibídem), bella expresión oriental con la que se indica que se ha nacido en la misma casa del dueño. El salmista profesa humildemente con alegría su pertenencia a la casa de Dios, a la familia de las criaturas unidas a él en el amor y en la fidelidad.
4. Con las palabras del orante, el salmo concluye evocando nuevamente el rito de acción de gracias que será celebrado en el contexto del templo (Cf. versículos 17-19). Su oración se situará en el ámbito comunitario. Su vicisitud personal es narrada para que sirva de estímulo para todos a creer y a amar al Señor. En el fondo, por tanto, podemos vislumbrar a todo el pueblo de Dios, mientras da gracias al Señor de la vida, que no abandona al justo en el vientre oscuro del dolor y de la muerte, sino que le guía a la esperanza y a la vida."  (Papa emérito. Benedicto XVI: Comentario en la audiencia general al Salmo 115. Ciudad del Vaticano, miércoles, 25 mayo 2005)


En la segunda lectura Romanos (Rom,8, 31b-34), San Pablo nos fortalece con sus palabras testimoniales.
A mitad de su carta, Pablo, después de haber considerado el proyecto que Dios quiere realizar, es decir, la salvación de todos los hombres, no puede menos que gritar toda su alegría: “Si Dios está de nuestra parte ¿quién estará en contra?” (v. 31b). Continúa después imaginando que los pecadores son conducidos ante el tribunal de Dios para dar cuenta de sus acciones. Saben que son culpables pero, llegado el momento del juicio, se encuentran con la gran sorpresa: nadie se presenta para acusarlos y ningún juez se levanta para condenarlos.
Jesús, por su parte, no puede pronunciar sentencia alguna contra los pecadores: han sido sus mejores amigos y por ellos ha sacrificado su vida (v. 34).
Esta breve lectura contiene una declaración incontestable: el amor de Padre es definitivo y gratuito y no puede ser cancelado por pecado alguno; no hay infidelidad humana que sea más fuerte que este amor.
este capítulo es como un himno que canta la bondad de Dios con la humanidad, precisamente para que no tengamos miedo de creer en ese Dios. Es verdad que se afirma que Dios no le ahorró el sacrificio de su vida a Cristo; pero es para subrayar con mayor vigor que Dios es capaz de darlo todo por nosotros, de renunciar a lo más querido. Podríamos ver aquí que Pablo puede haber hecho una lectura de la ofrenda de Isaac, sin que Cristo haya podido ser liberado de la muerte. Dios, pues, asume esa muerte redentora para que seamos libres. Es Dios quien se ofrece, quien da, no quien pide como en el caso de Abrahán e Isaac. El amor de Dios está por encima de todo lo que nos puede amargar nuestra existencia humana y cristiana. Ni Dios, ni Cristo, muerto y resucitado, pueden condenar a la humanidad porque esa muerte es el camino de la resurrección para El y para nosotros.

Hoy el evangelio San Marcos (Mc, 9, 2, 10). Como cada año, el evangelio de este domingo nos describe la transfiguración del Señor, y, como cada año, esta descripción está orientada a preparar nuestros espíritus para una comprensión más profunda del misterio pascual.
La transfiguración de Jesús se sitúa evangélicamente en un momento crucial de su 
ministerio, a saber, después de la confesión mesiánica de Pedro en Cesárea de Filipo.  Incomprendido por el pueblo (que lo desea político) y rechazado por las autoridades (que  no lo quieren politizado), Jesús se dedica en la segunda parte de su vida a revelar su  persona al grupo de sus discípulos para confirmarlos en la fe. En la transfiguración se  descubren las dos facetas básicas de la personalidad de Jesús: una, dolorosa: la marcha  hacia Jerusalén en forma de subida, que para los discípulos es entrega incomprensible a la  muerte; la otra, gloriosa: Jesús muestra en su transfiguración un anticipo de la gloria  futura.
El relato de San Marcos es más breve que el de los otros dos sinópticos, pero contiene como elemento propio (aparte del detalle del "blanco de los vestidos que ningún batanero"- la insistencia en el hecho de que los apóstoles no entendieron del todo qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.
Jesús sube a Jerusalén, a la ciudad que asesina a los profetas. Sólo hace seis días  que anunció su pasión y muerte y que reprendió severamente a Pedro, que trataba de  apartarle de su camino. Ahora toma consigo a los tres discípulos que serán testigos más  tarde de su agonía en Getsemaní, y sube con ellos a la montaña para manifestarles la  gloria que esconde en su humanidad. Es un momento solemne. Aparecen con él Elías y  Moisés, la ley y los profetas. Pedro toma la palabra y dice: "Maestro, ¡Qué bien se está  aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Pero no  sabe lo que dice. La respuesta del cielo no se hace esperar: "Este es mi Hijo amado;  escuchadle". El Padre da testimonio de Cristo. Es el Hijo de Dios, el amado, es el Hijo que  el Padre entrega a la muerte por amor a los hombres. Es el Hijo obediente hasta la muerte y  muerte de cruz. Por eso Cristo desciende de la montaña, y con él sus discípulos. No ha sido  más que un alto en el camino que sube a Jerusalén.

Para nuestra vida
¡Hermosas y sugerentes las enseñanzas  de las lecturas de hoy para nuestra vida!.
En el segundo domingo de Cuaresma se puede encontrar un elemento que une las distintas líneas de las lecturas: la cruz en el horizonte, el anuncio de la muerte salvadora de Jesús.
El sacrificio de Isaac ha sido siempre, en varios sentidos, figura del de Jesucristo. La fidelidad de Abrahán le lleva hasta estar dispuesto a entregar a su hijo, porque él entendía que ése era el camino que Dios le invitaba a seguir; como Jesucristo, en Getsemaní, se dispone a seguir el camino que el Padre le pide, a pesar de toda la angustia de aquel momento; el salmo anuncia que Dios (como hizo con Abrahán) no quiere la muerte sino la vida y se convierte así, al mismo tiempo, en anuncio de la victoria definitiva sobre la muerte.
La segunda lectura recoge el tema con otras imágenes: como Abrahán no dudó en entregar a su hijo, Dios ha amado tanto al mundo que tampoco ha dudado en entregar a su Hijo (cf. d. IV de Cuaresma). La bendición que tenía como mensajero a Abrahán, ahora tendrá como mensajero al propio Dios: será una bendición absoluta.
Y el evangelio de la transfiguración es un anuncio de que la muerte de Jesucristo será gloriosa. La escena se sitúa después de que Pedro confiese (entendiéndolo mal) a Jesucristo como Mesías, y que Jesucristo anuncie la pasión. La transfiguración será entonces una experiencia profunda de Jesucristo, compartida con los discípulos, de que aquel camino de muerte es el camino de Dios: aquel que camina hacia la muerte es el Hijo amado de Dios. Su camino es el único camino que hay que escuchar y seguir.

En la primera lectura nos encontramos con la fe ejemplar de Abraham: a Dios no se le discute ni regatea nada. Es verdad que le pide todo su amor y su esperanza; pero Isaac, el hijo de la promesa es más de Dios que suyo; y si Dios le ha dado un hijo en su vejez, puede seguir multiplicando su semilla. 
Las horas que pasarían Abraham y Sara serían realmente terribles. Eso no lo puede pedir ni Dios. Ni necesita pruebas de este tipo… Pero la historia que cuenta el Génesis es no sólo hermosa, sino profunda y paradigmática. Se inspira en la costumbre de ciertas religiones primitivas. Abraham pudo llegar a sentir esa exigencia. El patriarca, camino del monte, es un modelo de obediencia y de fe. Abraham con el cuchillo alzado es un paradigma de la fe.
La escena de Abrahán dispuesto a sacrificar a su propio hijo Isaac, en el monte Moria, la hemos interpretado siempre como una muestra suprema de la fe de Abrahán y de su fidelidad y confianza en Dios. Y, junto a esta actitud está la actuación de Dios que le prometió una larga descendencia por su heroica fidelidad.  "Juro por mí mismo --oráculo del Señor--: Por haber hecho eso, por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistaran las puertas de las ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido."
Aquí se ganó de verdad esa paternidad de todos los creyentes. Si hubiese retenido al hijo, su semilla hubiera terminado agotándose. Al desprenderse de él, se lo devuelven con una bendición que traspasa los siglos, con una promesa de infinitud.
Una de las claves de la escena de Abrahán es la crítica del escritor sagrado a la práctica de los sacrificios humanos que entonces se estilaba en Palestina. Abrahán cree de buena fe que Dios le pide la muerte de su hijo, pero Dios le aclara que no es ésa su voluntad, sino más bien lo contrario: Dios da vida, y quiere que Abrahán sea origen de un pueblo de gentes fieles a esta vida. Y el sacrificio de JC será, en definitiva el momento culminante de esa fidelidad a la vida: Jesucristo dedica toda su existencia a dar vida, amor, solidaridad; y, si tiene que llegar hasta la muerte, no es porque la desee, o porque Dios le mande que muera, sino porque no quiere echarse atrás en este proyecto vital; serán los que quieran destruir ese proyecto, los que van a matarlo.
La vida cristiana nunca será, por tanto, el cumplimiento esforzado de unas leyes que se suponen impuestas por Dios (y menos aún la exigencia a otros del cumplimiento de esas leyes), sino la búsqueda cada uno, del propio camino de entrega fiel de la propia existencia a Dios y a los hombres sabiendo que este camino estará siempre lleno de oscuridad y también de ambigüedades.
¡Cuántas veces Dios nos pide bastante menos que a Abraham y nosotros le damos la callada por respuesta, preferimos nuestras efímeras seguridades terrenales!. O sencillamente nos limitamos a cumplir unas practicas religiosas que nos dan seguridad.
La lección que queda para nosotros, es clara. debemos ser fieles a Dios, en medio de las mayores dificultades, pero Dios no quiere que nuestra fidelidad a él vaya en contra de la vida de ninguna persona inocente. Matar a una persona en nombre de Dios es una ofensa gravísima a Dios. Esta voluntad del Dios de Abraham, es plenamente válida, cuando hoy  grupos islámicos apelan a Ala (el mismo Dios de Abraham), para infringir la muerte.

En el salmo de hoy (Sal 115), vemos como el salmista, junto con la comunidad, da testimonio de la propia fe al sentirse salvado de la muerte y profesa con alegría que pertenece a la casa de Dios, a la familia de las criaturas unidas a Él en el amor y la fidelidad. Su testimonio es para todos un estímulo para creer y amar al Señor que, al salvarlo del dolor y de la muerte, lo guía hacia la esperanza y la vida.
El salmista es un esclavo -hijo de esclava- nacido en casa. Aun así, el Señor de la casa ha tenido a bien romper sus cadenas, sin tener en cuenta la condición de esclavo. ¿Cómo no ofrecer un sacrificio de alabanza? ¿Cómo no cumplir los votos e invocar el nombre del Señor?
Jesús también fue esclavo nacido de mujer y bajo las cadenas de la ley. El Padre, no obstante, rompió las cadenas de la ley, del pecado y de la muerte. El y nosotros hemos sido llamados a la libertad.
El sacrificio de Jesús, ofrecido en Jerusalén, es la más perfecta acción de gracias a la infinita bondad del Padre. A imitación de Jesús, también los cristianos ofrecemos al Padre un sacrificio de alabanza, de acción de gracias, celebrando el nombre del Señor1, porque El ha roto nuestras cadenas.
A pesar de nuestras maldades y de los desafíos pecaminosos de nuestra vida, Dios Padre adopta con nosotros una perenne e inconmovible actitud de gracia. El no tolera nuestra muerte -«mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles»-, y por eso la ha exterminado con la resurrección de su Hijo Jesús; no soporta nuestra falta de libertad y por eso rompió nuestras cadenas en la muerte de Cristo, hecho esclavo por nosotros.
El, salmista, nos sumerge en la presencia de Dios, buscando siempre caminar por los caminos del Señor y hacer su santa voluntad, caminar en la presencia del Señor, todos los días de nuestra vida, es la máxima ilusión del Ser humano.

En la segunda lectura el testimonio de San Pablo, es de gran valor para nosotros cristianos en el siglo XXI. En todo el cap. 8 San Pablo va desarrollando progresivamente el tema de la vida en el Espíritu. El texto es una canto al amor de Dios. Ningún misterio, ningún desconcierto, ni el dolor ni la muerte, deben hacernos dudar del amor incondicional de Dios. Quien es capaz de morir literalmente por nosotros tiene derecho a nuestra confianza. "El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, ¿cómo no nos dará todo con Él?". Nuestra ley, nuestra ciencia y nuestra fuerza, son una persona: Cristo Crucificado. Él es el contenido de nuestra espiritualidad, de toda nuestra vida.
"Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?". Estas palabras son como un desafío, un reto audaz que San Pablo lanza a la cara de sus enemigos. Un grito  de victoria. "¿Quién nos separará del amor de Cristo?
San Pablo se siente seguro, tranquilo, sereno, decidido, audaz, y feliz. Él sabe que vive entregado a la muerte cada día, todo el día. Pero él dice: "El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios
Toda esta esperanza se fundamenta en el amor incondicional de Dios, que no perdono ni a su propio Hijo. "Nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por el amado". Y Dios entregó su vida por los hombres. El Padre Eterno no escuchó la súplica del Hijo que pedía, con lágrimas y sudor de sangre, que pasara su cáliz y dolorosa pasión.
Él es consciente de las dificultades que hay en su vida (también en muchos cristianos, contemporáneos nuestros), de las persecuciones que sufre, de las calumnias que han propagado contra él, de la incomprensión de los que podían y debían haberle comprendido. Él sabe que hay muchos que desean su muerte, está seguro de que terminará sus días en la cárcel, condenado injustamente a muerte, a una muerte violenta, al martirio.
Ante los constatados hechos del amor de Dios, constatados por San Pablo, ¿cómo podemos permanecer insensibles, cómo podemos caminar de espaldas a Dios, cómo podemos vivir una vida tan mediocre y aburguesada, cómo podemos olvidar a quien tanto nos ama?.

Del relato del Evangelio, ¿cómo no escuchar la voz de quien tanto nos amó?, ¿cómo no atender las palabras de quien murió por salvarnos?. Jesús se retira con los más íntimos a la montaña, al Tabor, alta colina que destaca en las planicies de Galilea, atalaya desde la que se divisa a lo lejos el reflejo azul del lago de Genesaret y el valle de Yiztreel. El lugar, invita a los visitantes a la contemplación: Allí el espíritu se eleva y Dios parece estar más cerca. Es lugar propicio para la oración, para comunicarse con el Creador, esplendido en la altura, visible casi en la grandeza majestuosa de los hondos abismos y de las escarpadas rocas.
La grandiosidad de la cima del Tabor se llenó con la luz que Cristo irradiaba. Toda la gloria que se ocultaba tras los velos de la humanidad se dejó ver por unos instantes. Fue tanto el resplandor de aquella transformación que los apóstoles quedaron extasiados, como fuera de sí, sin saber con certeza lo que pasaba. Un gozo inefable les colmaba por dentro, y a Pedro sólo se le ocurre decir que allí se estaba muy bien, y que lo mejor era hacer tres tiendas. Y no moverse de aquel lugar. Estaban en la antesala del Cielo, recibían una primicia de la visión beatífica. El recuerdo de aquello es siempre un estímulo para los momentos oscuros, cuando la esperanza haya muerto y necesitemos que florezca de nuevo.
Moisés y Elías acompañaban a Jesús glorioso y hablaban acerca de su pasión, muerte y resurrección. La escena narrada, con sus luces y sombras hace entrever el duro combate que había de librar Jesús , y también su gran victoria sobre la muerte y el dolor, su definitivo triunfo que alcanzaría a quienes siguieran sus pisos... La voz del Padre resuena desde la nube: "Este es mi Hijo amado, escuchadle. El Amado, el Unigénito", la impronta radiante del Padre Eterno.
El Padre  nos reitera el camino de cuaresmal: salir de nuestros egoísmos y abrirnos al servicio de los demás, renunciando a todo tipo de indiferencia ante los sufrimientos ajenos, al contrario, trabajando por quitar lágrimas.
Con razón se admiraba San Juan del gran amor que Dios tiene al mundo, cuando por él entregó a su mismo Hijo, aun sabiendo que lo clavarían en la Cruz. Pero aquella fue la inmolación que nos trajo la salvación y remisión de nuestros pecados.
Oír su doctrina luminosa, escenificada en el Tabor, hacerla vida de nuestra vida. Subir a la montaña escarpada de nuestros deberes de cada día, grandes o pequeños; escalar con ilusión los caminos tortuosos de cada día de nuestra vida, con la esperanza cierta de llegar a la cumbre y contemplar extasiados la gloria del Señor.
La Transfiguración del Señor fue un momento esplendido, de felicidad plena, pero ¡que pronto llegó la nube!, y los  apóstoles tuvieron que bajar a la áspera y complicada vida de cada día. ¿Es que la visión del Cristo transfigurado no les sirvió para nada a los apóstoles? Sí, y mucho, pero en clave de esperanza. Jesús acababa de anunciarles la inminencia de su muerte y del duro camino que les aguardaba en la subida hacia Jerusalén. Pedro –siempre tan espontáneo y hasta temerario- le criticó entonces a Jesús duramente. Jesús le dijo entonces a Pedro que hablaba como Satanás, porque pretendía suprimir el dolor del camino de su vida. El Tabor definitivo, la resurrección gloriosa, llegaría a su tiempo, paro antes tendrían aún que subir al monte del Calvario. Y en esa historia estamos nosotros, creyentes del siglo XXI.
Hoy, con el evangelio en la mano, podríamos preguntarnos si en algún momento (ante los amigos, enemigos, cercanos o lejanos) hemos dado firme testimonio de nuestra fe. O si, tal vez, por miedo al rechazo preferimos esconder la fe.

Ante estas lecturas, debemos seguir en actitud catecumenal, la cual nos pide en primer lugar que escuchemos a la Palabra de Dios ("Catecúmeno" = "Oyente"), y luego, que mantengamos la esperanza en la vida con Cristo. Estas son las virtudes que los cristianos debemos despertar especialmente en la Cuaresma. ¿Acaso no dice la voz del Padre, en la transfiguración de Cristo, que tenemos que escuchar al Hijo, al escogido? ¿No nos dirigimos también nosotros hacia un término humanamente inasequible - la gloria - puro don de Dios? ¿Cómo podremos transmitir mejor esta preciosa experiencia a nuestros sucesores?.
Para suscitar y vivir esta experiencia del misterio , es preciso crear en nuestras familias espacios de oración, dejar hablar al silencio, introducir a los niños y a los jóvenes en el lenguaje de los símbolos, acoger la alegría de la fe... Habremos de celebrar unidos la liturgia como revelación del misterio de Dios, comenzando por valorar más el silencio en el templo, llegar a él sin prisas, dejando atrás los personalismos y las distracciones; y cuando celebremos o cuando recemos en nuestras casas, mirar con asombro, escuchar y cantar con atención, para que al percibir lo divino que hay en Cristo, presente ahora entre nosotros, nos lleve a decir como Pedro, que ya se creía estar en el cielo: "Maestro ¡Qué bien se está aquí! (Mc 9, 5).
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org


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