La
Vigilia es, siempre, una gran fiesta de luz y de oración. Hoy, sin embargo,
esta “Misa del Día” nos ha podido parecer una celebración más como las otras
misas de otros días. Las lecturas son muchas menos que en la Vigilia, y
aunque destaca poderosísimamente el bello texto de la Secuencia, pues parece
como si quedaran atrás esos relatos completos de la Pasión, como el Domingo de
Ramos o el Jueves Santo, a las diez lecturas con sus correspondientes salmos de
esta noche.
La
celebración de hoy tiene la importancia
de abrir un tiempo de nuestro quehacer de cristianos: el Tiempo Pascual. Este
tiempo no refleja otra cosa que aquel periodo de cincuenta días en los que
Jesús dio sus últimas enseñanzas a los discípulos. Les preparaba para algo más
definitivo que era la llegada del Espíritu Santo.
Presentamos el
himno propio de Laudes y que tambien es la secuencia
de hoy entre la segunda lectura y el evangelio. En este tiempo de
pascua, es un buen marco de la actitud
orante del cristiano. Actitud en la que nos ayudará la palabra de Dios
proclamada en este tiempo litúrgico.
"Ofrezcan
los cristianos
ofrendas de
alabanza
a gloria de la
Víctima
propicia de la
Pascua.
Cordero sin
pecado
que a las
ovejas salva,
a Dios y a los
culpables
unió con nueva
alianza.
Lucharon vida
y muerte
en singular
batalla,
y, muerto el
que es la Vida,
triunfante se
levanta.
«¿Qué has
visto de camino,
María, en la
mañana?»
«A mi Señor
glorioso,
la tumba
abandonada,
los ángeles
testigos,
sudarios y
mortaja.
¡Resucitó de
veras
mi amor y mi
esperanza!
Venid a
Galilea,
allí el Señor
aguarda;
allí veréis
los suyos
la gloria de
la Pascua.»
Primicia de
los muertos,
sabemos por tu
gracia
que estás
resucitado;
la muerte en
ti no manda.
Rey vencedor,
apiádate
de la miseria
humana
y da a tus
fieles parte
en tu victoria
santa. Amén. Aleluya".
Himno de Laudes. Propio del
tiempo de Pascua.
La primera
lectura del Libro de los Hechos de los apóstoles (Act,
10, 34 a.37-43),
nos narra los acontecimientos más significativos de la vida de Jesús, lo hace
en clave desde la experiencia de la resurrección: "... a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la
fuerza del Espíritu Santo..." (Hch 10, 38) La unción y
el poder son propios del Rey de Israel. Jesús es por ello el nuevo Rey de la
casa de David. En Jesús la unción ha sido diversa a los reyes anteriores y el
final muy distinto. Cuando todo parecía haber terminado, entonces era cuando
todo empezaba. Los apóstoles pensaron la muerte vergonzosa en la cruz, era el
final. Les parecía que este final del crucificado habia
sido el final del proyecto mesiánico de quien se presentó como Hijo y enviado
de Dios. Pero no era así, El crucificado es el vencedor de la muerte, exaltado sobre toda la creación, dueño
y Señor del universo. Rey de reyes, alfa y omega, principio y fin. Jesucristo
ayer y hoy y para siempre, como recordábamos anoche en la vigilia.
¿Qué
hizo Jesús?. "...que pasó haciendo el bien..." (Hch 10, 38). Jesús pasó por los caminos
terrenales llenando de paz y de alegría. Una nueva realidad eterna se inicia
con Él. La muerte y el pecado habían ensombrecido el horizonte del hombre,
sembrando en su corazón la angustia y el temor, la incertidumbre ante el más
allá. Nos llenaba de zozobra la idea de un final definitivo, el hundirnos en
las sombras y el silencio para siempre. Una realidad que ilumina la separación de nuestros seres queridos. Pasamos
del temor pensar que todo terminaba en una fosa, quedando sólo la espera muda y
fría de un cuerpo muerto a la esperanza de sentirnos involucrados en la nueva
realidad del Resucitado.
El
salmo responsorial de hoy nos invita a reconocer el tiempo de gracia en el que
estamos sumergidos (Salmo 117).
R.- ESTE ES EL DÍA QUE ACTUÓ EL SEÑOR: SEA NUESTRA
ALEGRÍA Y NUESTRO GOZO (O, ALELUYA)
"Dad gracias al Señor...” Demos gracias
al Señor porque es bueno, porque es eterna su mise-discordia. Gracias al Padre
bueno que tan a menudo perdona nuestras infidelidades, nuestras faltas y
pecados. Tanto hemos recibido, tanta comprensión y tanto cariño nos ha mostrado
que bien podemos afirmar sin la menor duda que es bueno, que eterna es su
misericordia hacia esta nuestra "eterna" debilidad y malicia.
"La diestra
del Señor es poderosa , la diestra del Señor es excelsa. No he de morir, viviré
para cantar las hazañas del Señor...". Esta exclamación esperanzadora
hemos de hacerla nuestra y afirmar gozosos que también nosotros viviremos para
proclamar el poder imponente del Altísimo, su amor inefable. Y así, aunque el
peso de nuestros pecados nos llene de pesar y de temor, tengamos una gran fe en
Jesús que ha triunfado, y nos hace triunfar a nosotros, sobre la muerte y sobre
el pecado.
"Este es el día en que actuó el Señor" Han pasado los
días tristes de la Pasión, están lejos ya los momentos amargos del Getsemaní y
de la flagelación.. Este es el día en que actuó el Señor, el día en que rompió
para siempre las cadenas de la muerte, cuando removió la losa de granito que
tapaba la tumba, cuando arrancó de las garras de Satanás a su víctima -el
hombre-, el pecado y la muerte ya no tendrán poder sobre el ser humano,
criatura preferida del creador: "Y
creó Dios al hombre a su imagen y semejanza. Hombre y mujer los creó".
La segunda
lectura (Colosenses, 3,1-4), nos proclama la nueva
realidad de los creyentes por y desde la Resurrección de Cristo: "Ya
que habéis resucitado con Cristo...” Cristo ha resucitado. Un
hecho histórico que se mantiene en vigencia en su autenticidad, a pesar de los
múltiples ataques que ha venido recibiendo a lo largo de todos los siglos. Ya
desde el principio, cuando apenas si se había realizado el prodigio inefable de
la victoria de Cristo sobre la muerte. Cuando los soldados comunican la
noticia, surge pronto la mentira y la falsificación de la noticia.
Cristo
ha resucitado. Y nosotros, los que creemos en Él y le amamos, también hemos
resucitado. Hemos despertado del sueño de la muerte que es la vida humana
dominada por el pecado, hemos comenzado, aunque parcialmente aún, la grandiosa
aventura de vivir la vida misma de Dios, la vida que dura siempre. Y por eso
hemos de vivir proyectados hacia lo alto, peregrinos en la tierra, pero
aspirando a las cumbres del cielo.
"Porque habéis muerto…" La tierra ha
de ser para nosotros, el lugar donde estamos llamados a vivir la realidad de
los cielos nuevos... Parece una paradoja, una contradicción, un absurdo. San
Pablo nos habla de haber resucitado y a renglón seguido nos dice que hemos
muerto. Y añade que nuestra vida está en Cristo escondida en Dios. Y cuando
aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también nosotros apareceremos,
juntamente con Él, en la gloria.
El
Evangelio de hoy (Juan, 20, 1-9 )
es un esplendido relato en el conjunto de los relatos evangélicos. El apóstol
Juan, protagonista del relato de hoy, lo guardaba en su memoria, ya que sería
escrito muchos años, muchos años después, por él mismo, según la
tradición.
Pedro y Juan han escuchado a María Magdalena y salen corriendo hacia el
sepulcro. Llega Juan antes. Corría más, era más joven. Pero no entra, tal vez
por algún tipo de temor, o más probablemente por respeto a la jerarquía ya
declarada y admitida de Pedro. Describe el evangelista la escena y la posición
–vendas y sudario—de los elementos que había en la gruta.
“Y vio y creyó”. Esa es la cuestión nuclear : la Resurrección como
ingrediente total del afianzamiento de la fe en Cristo, como Hijo de Dios es lo
que nos expresa Juan en su evangelio de hoy.
Para
nuestra vida.
Como se dice, "la vida
continua". Y podemos comprobar que después del triunfo de Jesucristo, la
vida de un cristiano no siempre está marcada por la experiencia del resucitado. Pero para el que cree en Cristo
la muerte no es más que un mal sueño, una pesadilla, unas lágrimas y suspiros,
quizás, que dan paso a la esperanza y a la paz.
La primera lectura sitúa la
escena de los discípulos mucho tiempo
después de la Resurrección. El Espíritu ya ha llegado y Pedro sale a predicar. Eso todavía no era posible en la
mañana del primer día de la Semana, del Domingo en que resucitó el Señor, la
primera lectura de hoy marca el final importante de este Tiempo Pascual que
iniciamos hoy. La muerte en Cruz de Jesús, sirvió, por supuesto, para la
redención de nuestras culpas, pero sin la Resurrección la fuerza de la
Redención no se hubiera visto. Guardemos una alegre reverencia ante estos
grandes misterios que se nos han presentado en estos días. Se nos invita a
contemplar las escenas narradas con los
ojos del corazón, y abrirnos más de par en par a la fe en el Señor Jesús.
Meditemos sobre ellas y
esperemos: la gloria de Jesús un día llegará a nosotros mismos, a nuestros
cuerpos el día de la Resurrección de todos, pero mientras tanto la vida de
resucitados esta llamada a hacerse presente en nuestro caminar y además a dar
testimonio de la misma.
Un anuncio inunda este tiempo
pascual: "Jesús ha resucitado, y
con Él resucitaremos todos". Así
lo creemos y así es. Si no lo fuera, nuestra fe sería algo vacío,
nuestra vida tremendamente desgraciada, algo sin sentido. Pero no, Cristo ha
resucitado y ha sido ensalzado hasta la diestra del Padre, donde está para
interceder por nosotros. Por eso hay que alegrarse hasta cantar de gozo en este
tiempo pascual, dejar cauce libre a la alegría.
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