lunes, 6 de febrero de 2017

Comentarios a las lecturas del V Domingo del Tiempo Ordinario 5 de febrero de 2017

Este domingo podemos denominarlo como el domingo de la luz.
En la primera lectura el Profeta Isaías avanza el futuro mensaje de Cristo. Ser luz del mundo es compartir con los hermanos, no oprimir, no perseguir. Siendo así, lo dice el profeta, Dios estará con nosotros. Es una gran promesa.
. El salmo 111 es  un himno de alegría y gozo que describe la felicidad de los que aman al Señor.
En la segunda lectura San Pablo, condensa su doctrina sobre que Dios actúa por medio de nuestra debilidad y que el poder de la fe, sin duda, hace milagros.
El Evangelio de San Mateo nos dice que por mandato de Cristo todos los discípulos tienen una misión primordial y universal, dar sentido a la vida de todos mediante el amor y las buenas obras. Hemos de ser sal y luz del mundo. Tengámoslo en cuenta y escuchemos con mucha atención.

La primera lectura (Is 58,7-10) presenta un texto que pertenece a la parte del libro de Isaías atribuida a un ambiente profético posterior al exilio de Babilonia, conocido como "Trito Isaías" "el tercer Isaías", que está en continuidad de perspectivas con el Deutero Isaías, el segundo Isaías. Bajo la forma judicial del requerimiento utilizada a menudo por los profetas, Dios emplaza a su pueblo al cumplimiento de los preceptos fundamentales en relación al prójimo. El retorno del exilio no siempre ha significado la realización del ideal que se esperaba, y las diferencias e injusticias sociales han vuelto a aparecer en medio del pueblo.
La primera lectura es un texto de los muchos en que a lo largo de la historia de salvación Dios manifiesta qué obras iluminan y le dan gloria.
El pueblo que acaba de volver del exilio de Babilonia, llevaba encima muchas heridas psicológicas y sociales y se preguntaba por qué Dios les había tenido tan abandonados. El profeta denuncia en nombre de Dios los delitos del pueblo. El pueblo se defiende, pues consulta los oráculos del templo y cumple sus deberes religiosos. Pero "¿para qué ayunar, si no haces caso? ¿mortificarnos si tú no te fijas?" (/Is/58/03-10)."
El Señor les responde por boca del profeta: cuando vosotros atendáis a los más pobres y débiles yo estaré en medio de vosotros y seré para vosotros como una luz que os guíe en medio de las tinieblas y la oscuridad. El Señor, nuestro Dios, es un Dios compasivo y misericordioso, y quiere que también nosotros, sus hijos, seamos compasivos y misericordiosos. En este bello texto del profetar Isaías esta idea está muy clara.
A partir de la reflexión sobre el ayuno, se va profundizando en otros aspectos de la vida del creyente: el ayuno que Dios quiere (vs.6-7): es la actitud de abrirse al otro , esto se describe con palabras sinónimas: abrir, hacer saltar, romper, dejar libre, partir, hospedar, vestir... El querer a Dios es un salir de sí mismo, un liberarse del egoísmo humano para ofrecerse, como don, a los demás: ayudando al pobre, liberando al oprimido , partiendo el pan con el hambriento y socorriéndolo en sus diversas necesidades. Ayunar es practicar la justicia y el amor.
"Entonces romperá tu luz como la aurora...": El sufrimiento compartido establece vínculos de solidaridad, crea pueblo. La misericordia transfigura a la persona, le hace compartir una cualidad que pertenece a Dios. Entonces la plegaria será escuchada, porque brotará de un hombre que vive en sintonía con Dios: "Entonces clamarás al Señor y te responderá..." La presencia de Dios en medio del pueblo prometida a los exiliados, sólo se podrá cumplir en una situación de justicia y de solidaridad entre los que han vuelto al país.
-Sólo entonces la luz rompe; el hombre que practica la justicia y el amor se convierte en luz que transforma el mundo . Esa luz que ya amanece se convertirá en pleno resplandor, en luz del mediodía (v.10).

El responsorial es el salmo  (Sal 111,4-99. Era  parte de las ceremonias en que Israel renovaba su Alianza con Dios. Dos veces al año, el día de Pascua y el día de la Fiesta de los Tabernáculos, Israel se comprometía, una vez más a ser fiel a Dios y a su Ley... Este salmo 111, como el anterior, es un acróstico, ya que cada uno de los 22 versos comienza con una de las 22 letras del alfabeto hebreo: procedimiento nemotécnico para aprenderlo de memoria y al mismo tiempo procedimiento simbólico para significar la totalidad de la Ley.
Relacionando este salmo 111 y el Evangelio de San Mateo (5,14), la Iglesia, en el quinto domingo ordinario del ciclo  "A" nos invita a meditar precisamente sobre la "participación del hombre en la naturaleza divina". Jesús, iluminado por este salmo, dijo a sus discípulos: "Vosotros sois la luz del mundo" después de haber dicho: "Yo soy la luz del mundo".
Ser un justo. Hay que comprender bien este concepto a riesgo de que degenere en cierto orgullo farisaico. El justo es un hombre "de acuerdo" con Dios, que "corresponde" perfectamente al proyecto del creador.... Igualmente el hombre, es justo cuando se asemeja a la idea que Dios tiene de él, cuando se modela según Dios. Así Dios es luz, y nos pude dar y nos da a nuestras vidas el brillo de un día de verano. Señor
Muchas son las bendiciones que Dios acumula sobre el justo: «Su linaje será poderoso en la tierra, en su casa habrá riquezas y abundancia; jamás vacilará, no temerá las malas noticias, su recuerdo será perpetuo». Bendiciones sencillas para el hombre sencillo. Prosperidad en su casa y seguridad en su vida. Las bendiciones de la tierra como anticipo de las del cielo. El justo sabe que la mano de Dios le protege en esta vida, y espera, en confianza y sencillez, que le siga protegiendo para siempre. Justicia de Dios para coronar la justicia del justo.
Clara invitación es la estrofa repetida hoy: « El justo brilla en las tinieblas como una luz»
¿Cómo podemos hacer que nuestra vida sea luminosa, que valga la pena, que ante los demás "brille como una luz en las tinieblas" según decían las palabras del salmo que hemos leído? Isaías, el profeta que escuchábamos en la primera lectura, lo tenía muy claro, y nos lo decía así: "Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo". Y luego repetía: "Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas".
Hoy convendría que pensáramos un poco sobre la respuesta que nos da Isaías para que lo pedido en el salmo sea realidad en nuestra vida. Y con más razón cuando precisamente el encargo que Jesús nos recomienda en el evangelio, en esta continuación del sermón de la montaña, es éste: ser luz, y actuar de modo que la gente, al vernos, den gloria al Padre que está en el cielo.
Es decir, que los demás, los que no comparten nuestra fe, al vernos actuar sientan y reconozcan que nuestra fe vale la pena.
Que nosotros, los creyentes, vivamos de modo que los que no lo son se sientan atraídos a la fe. Que nuestras preocupaciones, nuestros esfuerzos, lo que luchamos por conseguir, y nuestra misma vida cotidiana, muestren que aquello que nos mueve, aquello en lo que creemos, es verdaderamente una luz para la vida de los hombres, es algo que hace la vida mejor, más humana, más feliz.
Así se cumplirá lo repetido: « El justo brilla en las tinieblas como una luz»


En la segunda Lectura  (1 Cor 2,1-5),  San Pablo opone al prestigio de una palabra y de una sabiduría humanas la palabra y la sabiduría que vienen de Dios (2,4.7). A la sabiduría suficiente de la inteligencia humana, que se constituye en regla absoluta, se opone la sabiduría de Dios manifiesta en su propio actuar. Esta sabiduría, encarnada en Jesús, se ha manifestado a los cristianos de Corinto.
vv.1-2: La elocuencia y la sabiduría humanas no le van a la verdad desnuda de la cruz de Cristo. Pablo no quiso presentarse a los corintios hablando con palabras altisonantes y haciendo alarde de elocuencia. Les predicó sencillamentte a JC y a éste crucificado, sin triunfalismos.
v. 3: Pablo se presentó ante los corintios como un hombre, débil y temeroso. Pero su debilidad prestaría el único y el mejor servicio a la presentación de Jesús, evitando el equívoco y mostrando que no era la palabra avasalladora de un hombre culto, sino la fuerza de Dios lo que operaba en la predicación cristiana.
v. 5: Otros fueron a Corinto que deslumbraron con su elocuencia e hicieron discípulos (por ejemplo, Apolo, el brillante alejandrino). Pablo no quiso hacer discípulos suyos, ni deslumbrar a nadie, sino llevar a todos a la luz de Cristo. La fe no es auténtica si se apoya en la sabiduría humana y se rinde apasionadamente como adhesión a un maestro brillante.
San Pablo no es un hombre que abogue por la superioridad de lo irracional, por la primacía del corazón en contra de la razón. Sus palabras se comprenden teniendo en cuenta las desviaciones gnósticas que se dieron en el seno de la comunidad de Corinto. Lo único que desea es salir al paso de estas desviaciones y de la pretensión de la sabiduría humana de llegar a desentrañar el misterio inaccesible de Dios.
San Agustín comenta esta lectura y nos dice: "Dice el Apóstol: También yo, hermanos, cuando vine a vosotros no lo hice presumiendo de mi palabra, o de mi sabiduría al anunciaros el misterio de Dios. Suyas son también estas otras palabras: ¿Acaso os dije estando entre vosotros que conocía alguna otra cosa a excepción de Jesucristo, y éste crucificado? (1 Cor 2,1-2). Aunque sólo supiera esto, nada le quedaba por saber. Gran cosa es el conocimiento de Cristo crucificado, pero ante los ojos de los pequeños lo presentó como un tesoro encubierto. A Cristo crucificado, dijo. ¡Cuántas cosas encierra en su interior este tesoro! Después, en otro lugar, ante el temor de que algunos se apartasen de Cristo seducidos por una filosofía vana y falaz, puso en Cristo el tesoro de la sabiduría y de la ciencia. Tened cuidado, dice, de que nadie os seduzca con filosofías y vanas falacias conformes a los elementos del mundo, pero no a Cristo, en quien están escondidos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col 2,8.3). Cristo crucificado: tal es el tesoro escondido de la sabiduría y de la ciencia.
No os dejéis engañar, pues, bajo el pretexto de la sabiduría. Juntaos ante la envoltura y orad para que se os desenvuelva. ¡Necio filósofo de este mundo, eso que buscas es nada! ¿De qué aprovecha el que tengas mucha sed, si pasas y pisas la fuente? Desprecias la humildad, porque no llegas a percibir la majestad. En efecto, si le hubiesen conocido, nunca hubiesen crucificado al rey de la gloria (1 Cor 2,8). A Jesucristo crucificado, dijo. Estando en medio de vosotros dije no conocer otra cosa a excepción de Jesucristo y éste crucificado; es decir, su humildad, de la que se mofan los soberbios, para que se cumplan en ellos estas palabras: Increpaste a los soberbios; malditos quienes se apartan de tus preceptos (Sal 118,21). Y ¿cuál es su precepto, sino que creamos en él y nos amemos mutuamente? ¿Creer en quién? En Cristo crucificado.
Escuche la sabiduría lo que no quiere oír la soberbia. Su precepto es que creamos en él. ¿En quién? En Cristo crucificado. Éste es su mandato: que creamos en Cristo crucificado. Éste es, sin duda; pero el hombre soberbio, erguida su cerviz, hinchada su garganta, con lengua orgullosa y carrillos inflados se mofa de Cristo crucificado. Malditos, pues, quienes se apartan de tus preceptos. ¿Por qué se mofan, sino porque ven solamente el andrajoso vestido exterior y no el tesoro que esconde dentro? Ve la carne, el hombre, la cruz y la muerte, cosas todas que desprecia. Detente, no pases adelante, no muestres desprecio, no insultes. Espera, considera atentamente; quizá dentro se esconda algo que te causará sumo agrado. Puede que encuentres lo que ni el ojo vio ni el oído oyó, ni subió al corazón del hombre (1 Cor 2,9). El ojo ve la carne; pero debajo de la carne está lo que el ojo no ve. Tu oído oye la voz, pero allí hay algo que el oído no oyó. Asciende hasta tu corazón, pero desde pensamientos terrenos, un hombre crucificado y muerto, pero allí hay algo que no llega al corazón del hombre. Suben a vuestro corazón los pensamientos de siempre. Subió al corazón de Moisés (el deseo) de visitar a sus hermanos (Éx 2,1 I). Es fruto de la condición humana.." ( San Agustín. Sermón 160,3-4).

En el evangelio  (Mt 5,13-16), la expresión  "Vosotros sois" conecta la primera frase de hoy con la última del domingo pasado (dichosos vosotros cuando os insultan) y, a través de ésta, con los pobres, los sufridos, los que lloran, etc. Vosotros se refiere, pues, a todos los que el domingo pasado eran declarados dichosos por Jesús. Todos estos, con su existencia difícil y desde su existencia, son la sal de la tierra.
Esta  conexión en la redacción del texto del domingo pasado y la metáfora de la sal quitan al proyecto al que Jesús llama cualquier ribete de apariencia, prepotencia o apologética. La sal sazona, conserva los alimentos desde su estar, sin más, en ellos.
"Pero si la sal se vuelve tonta", continúa la metáfora original. El v.13 es una invitación a
los dichosos del domingo pasado a seguir abiertos a Dios, a seguir ilusionados y esperanzados, a no desfallecer. Ellos son demasiado importantes.
"Vosotros sois la luz del mundo" (v.14). Una nueva metáfora a la que siguen dos imágenes subordinadas que explican su sentido: la del poblado en lo alto de un monte y la de la lamparilla colgada en el interior de las casas (en tiempos de Jesús, se sobreentiende). El poblado en lo alto del monte es punto de referencia para el caminante, la lamparilla en la casa posibilita los quehaceres y la reunión familiar. Es importante anotar esto porque da al proyecto de Jesús su justa perspectiva. El poblado y la lamparilla están sin más. Es el caminante o los moradores de la casa quienes aprecian su valor. Así pasa con los que Jesús declara bienaventurados. No tienen pretensiones de iluminar, no dicen: nosotros os ofrecemos la solución. Sencillamente están.
"Vosotros sois" conecta redaccionalmente la primera frase de hoy con la última del domingo pasado (dichosos vosotros cuando os insultan) y, a través de ésta, con los pobres, los sufridos, los que lloran, etc. Vosotros se refiere, pues, a todos los que el domingo pasado eran declarados dichosos por Jesús. Todos estos, con su existencia difícil y desde su existencia, son la sal de la tierra. La conexión redaccional del texto del domingo pasado y la metáfora misma de la sal quitan al proyecto al que Jesús llama cualquier ribete de apariencia, prepotencia o apologética. La sal sazona, conserva los alimentos desde su estar, sin más, en ellos.
"Pero si la sal se vuelve tonta", continúa la metáfora original. Sal tonta. ¡Qué imagen más gráfica! El v.13 es una invitación a los dichosos del domingo pasado a seguir abiertos a Dios, a seguir ilusionados y esperanzados, a no desfallecer. Ellos son demasiado importantes. Otra sorpresa de la enseñanza del Jesús de Mateo. ¡Y van ya unas cuantas! Recuerda las del domingo pasado.
"Vosotros sois la luz del mundo" (v.14). Una nueva metáfora a la que siguen dos imágenes subordinadas que explican su sentido: la del poblado en lo alto de un monte y la de la lamparilla colgada en el interior de las casas (en tiempos de Jesús, se sobreentiende). El poblado en lo alto del monte es punto de referencia para el caminante, la lamparilla en la casa posibilita los quehaceres y la reunión familiar. Es importante anotar esto porque da al proyecto de Jesús su justa perspectiva. El poblado y la lamparilla están sin más. Es el caminante o los moradores de la casa quienes aprecian su valor. Así pasa con los que Jesús declara bienaventurados. No tienen pretensiones de iluminar, no dicen: nosotros os ofrecemos la solución. Sencillamente están. El testimonio del Evangelio que dan los discípulos y las obras que realizan de acuerdo con este Evangelio -cuyo primer anuncio son las bienaventuranzas- deben ser luz para todos, para que los hombres conozcan quién es Dios y le den gloria.
Esta metáfora de la luz nos remite a las palabras "Luz de luz", de  san Juan en el prólogo de su evangelio, refiriéndose al Verbo, a la Palabra, al Hijo de Dios. Luz verdadera que ilumina a todo hombre. El mismo Jesús proclamará ante todos los judíos: "Yo soy la luz del mundo. El que me sigue, añade, no andará en tinieblas, sino que habrá pasado de la muerte a la vida..." Las tinieblas como símbolo de la muerte, la luz como expresión gozosa de la vida. Por eso al Infierno se le llama el abismo de las tinieblas, mientras que el Cielo es la mansión de la luz, la región iluminada no por el sol sino por el mismo Dios, luz esplendente que sólo los bienaventurados pueden llegar a contemplar, extasiados y felices para siempre.
Es una luz que se transmite a cuantos han llegado a la vida eterna y de la que también participan los justos en la tierra, aunque de forma diversa. Así María, es contemplada en el apocalipsis, como la mujer revestida con el sol, coronada de estrellas, emergiendo fulgurante en el azul profundo del ancho cielo, con la luna bajo sus pies. Los demás bienaventurados lucirán, dice la Escritura, como antorchas en el cielo... Aquí, en la tierra, esa luz divina irradia también en quienes creen y aman a Cristo. Por eso san Pablo recuerda a los cristianos que son luminarias que lucen en medio de esta oscura tierra. Focos luminosos que iluminan lo bueno de este mundo malo. Desde el Bautismo, cuando se nos entregó un cirio encendido, el cristiano es un hijo de la luz, un hombre iluminado que ha de encender y caldear cuanto le rodea, perpetuando así la presencia del que es Luz de todas las gentes.
"Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo". La luz iluminará nuestras buenas obras y ellas servirán para entender que es Dios quien nos ayuda a acometerlas, hasta el punto que podemos ser, indignamente, reflejo del mismo Dios.

Para nuestra vida
Nuestra identidad cristiana consiste en hacer visible en nuestra vida la fuerza transformadora del evangelio; demostrando que el amor nuevo -del que Cristo ha dado ejemplo- es posible. Jesús, pues, está hablando del deber misionero de su comunidad.
El evangelio nos da una respuesta a través de dos símbolos sobre cuyo significado no hace falta hacer muchas reflexiones. El cristiano está llamado, en primer lugar, a ser sal de la tierra. Con la sal damos sabor a las comidas. De lo que se desprende que el cristiano está llamado a dar sabor a la vida...
Pero hay algo importante: la sal sólo sirve si está fuera del salero. (...) Isaías nos dice cómo debemos salir del «salero»
Y si la sal era importante, la luz todavía lo es más. Sin luz la vida seria imposible. La luz es la que nos permite ver las cosas en su realidad y andar por el camino correcto. En cambio, si vamos a oscuras, lo más normal es que nos caigamos o causemos destrozos. La luz tiene una gran fuerza simbólica: en todos los tiempos y culturas el ser humano ha buscado la luz de la verdad, ha buscado poner luz a los interrogantes más profundos de la existencia. La fe en Jesús Resucitado es la luz que puede dar respuestas a todas las inquietudes del hombre. 
La luz alumbra cuando se destierra la opresión, la injusticia... y se edifica el amor, la justicia, la fraternidad... En la medida en que los hombres vean que los que se dicen creyentes proyectan la luz de la liberación total, en esa misma medida darán gloria al Padre. La liberación de todo mal es el signo de la presencia de Dios entre los hombres.

La primera lectura es un no rotundo a la falsa piedad. Es una advertencia muy necesaria, ya que tendemos a establecer una dicotomía entre religión y vida.
El ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas..., dejar libres a los oprimidos..., partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte en tu propia carne. Entonces romperá tu luz como la aurora..., te abrirá camino la justicia, detrás de ti irá la gloria del Señor" (58,5-8). Y se repite la idea: "...cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tiniebla, tu oscuridad se volverá mediodía" (10).
Demasiadas veces, convertimos la fe sólo en religión y, quedándonos en ésta, separando la fe con nuestro actuar. Es un hecho fácilmente constatable en nuestra vida personal. Y, socialmente. Lo cierto es que el acceso a Dios ("Aquí estoy") es posible únicamente por el amor que se traduce en obras a favor del necesitado. La iluminación tiene lugar cuando el hombre no vive encerrado en sí mismo. Lo importante es "sentir" las necesidades y remediarlas. Quizá los creyentes hablamos mucho, hacemos declaraciones sobre derechos, pero el problema -queramos o no- es nuestra actuación social (sin triunfalismos ridículos y optando por una real eficacia, sin romanticismos). La verdadera religiosidad requiere proyección en la vida. En el proceso de conversión entran las actitudes descritas por el profeta: compartir el pan, la hospitalidad, la apertura a los necesitados, desterrar toda opresión, desterrar la maledicencia.
Esta llamada a la religión interior y al mismo tiempo de compromiso comunitario, la hace el autor razonando  y exhortando. A pesar de todo, el legalismo cundió hasta convertirse en el tan  criticado fariseísmo de los tiempos de Cristo. Después de dos milenios de cristianismo, la cizaña del "fariseísmo" sigue, demasiadas veces sin extirparse, en el nuevo pueblo de Dios, que es la Iglesia.
Otro aspecto importante , y ya anunciado en nuestra reflexión,  es este:  la voluntad de Dios es que tenemos que querer salvarnos como comunidad, no pensando únicamente en nosotros mismos.
Así dando un paso hasta el presente, ya Isaías nos previene y nos ilumina respecto a que nuestra Iglesia es necesariamente una Iglesia misionera, que debe tener siempre las puertas y los brazos abiertos para acoger a los que no pueden defenderse por sí mismos. Ratificando este mensaje  mantenido durante siglos, Cristo, no vivió para sí, sino que pensó, actuó y vivió siempre  

En la segunda lectura San Pablo, hombre de fe, no se apoya en la sabiduría humana, sino en el conocimiento de Cristo crucificado. Lo que resulta manifiesto, a través de la pobreza humana del apóstol, es el poder de Dios.
Resulta primordial el conocimiento de Cristo crucificado. En el fondo la fe es la transmisión de una vivencia personal y comunitaria. Es real que nuestra fuerza -la única fuerza- es la fe vivida y vivida profundamente y apoyada en la cruz de Cristo, fuente de salvación. Ésta da libertad, seguridad e independencia para testimoniar, frente a las situaciones más adversas, sin perder la esperanza ni ser víctimas de la decepción.
En el comentario a esta lectura, ya citado, aconseja San Agustín: " Si nos es posible, no busquemos algo que pueda subir a nuestro corazón, sino algo a donde pueda subir nuestro corazón. En efecto, merecerá ser glorificado con Cristo como rey quien haya aprendido a poner su gloria en el crucificado. El Apóstol no sólo vio adónde subir, sino también el por dónde. Muchos hubo que vieron el adónde, pero no el por dónde; amaron la patria excelsa, pero desconocieron el camino de la humildad. Precisamente porque el Apóstol conocía el adónde y el por dónde, a ciencia y conciencia dijo: Lejos de mí el gloriarme, a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Podía haber dicho: «En la sabiduría de nuestro Señor Jesucristo», y hubiese dicho verdad. O también: «En la majestad», y hubiese dicho verdad. O igualmente: «En el poder», siendo también verdad; pero dijo: En la cruz.
Donde el filósofo del mundo encontró motivo para ruborizarse, allí encontró el Apóstol un tesoro; debido a que no despreció la vil cáscara, llegó al precioso fruto. Lejos de mí -dijo- el gloriarme, a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Gran peso soportaste sin buscar ninguna otra cosa, y así mostraste cuán grande era lo que se ocultaba dentro. ¿Quién fue tu ayuda? Por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo (Gál 6,14). ¿Cuándo iba a estar crucificado el mundo para ti, si no hubiese sido crucificado por ti el autor del mundo? Por tanto, quien se gloríe, que se gloríe en el Señor (1 Cor 1,31). ¿En qué Señor? En Cristo crucificado. Donde está la humildad, está también la majestad; donde la debilidad, allí el poder; donde la muerte, allí también la vida. Si quieres llegar a la segunda parte, no desprecies la primera." ( San Agustín. Sermón 160,3-4).

En el evangelio se nos exhorta al testimonio. Las dos parábolas de la sal y de la luz que leemos en el evangelio de hoy enlazan directamente con el inicio del sermón del monte (las bienaventuranzas) que fue proclamado el domingo pasado, y se dirigen a los mismos oyentes: a los discípulos. Las bienaventuranzas terminan diciendo: "Vosotros sois dichosos cuando...", y el texto de hoy comienza: vosotros sois..." Las bienaventuranzas nos definían al discípulo de Jesús; este par de parábolas -que expresan el pensamiento de Jesús con imágenes muy familiares a los oyentes- indican cuál es la misión de los discípulos en el mundo, ante los hombres.
El valor de la sal y de la luz lo medimos siempre por el valor que tienen cuando lo relacionamos con otras cosas. La sal es buena o mala según el bien o el mal que hace a los alimentos; la luz es buena o mala según el bien o el mal que nos proporciona. Sin sal, el alimento está soso, sin sabor; sin luz, la oscuridad nos impide hacer muchas cosas.
La primera imagen es la de la sal. Los discípulos -y todos los seguidores de Cristo- son la sal de la tierra, de los hombres.
* Los discípulos son sal, es decir, sazonan y evitan la corrupción, y esto con carácter absoluto (=la sal). Los discípulos de Jesús son necesarios e insustituibles en nuestro mundo. Cuando la sal se pierde, aún se puede usar en la limpieza pública. Pero inevitablemente los transeúntes la pisan. Si los discípulos no son sal no sirven para nada (invitación imperativa).
*Los discípulos de Jesús son luz que ilumina a los hombres y no hay más luz que ellos. Invitación imperativa a serlo porque para esto están. De ellos depende que los demás hombres den gloria al Padre, es decir, descubran que Dios es Padre. Y esto sólo lo descubrirán si los discípulos viven y son hermanos. En esta fraternidad consisten las buenas obras a que Jesús se refiere. ¿Tenemos los discípulos de Jesús una identidad entre los hombres? la respuesta nos la da el texto sin dudas de ninguna clase.
Si Cristo nos dice que somos sal de la tierra y luz del mundo es porque sabe que, si lo seguimos a él, ayudaremos a las personas a ser más valiosas para ellas mismas y para los demás. Vivir para los demás es ayudar a los demás a pensar mejor, a hablar mejor, a actuar más de acuerdo con la vida de Jesús. No podemos entender nuestra vocación cristiana sólo pensando en nosotros mismos, sin salir de nosotros mismos. El cristiano tiene vocación de comunidad, vocación de fraternidad, vocación de comunión con todas las personas del mundo. Así lo hizo, así vivió Cristo, por los demás y para los demás. Fijándose siempre en los miembros más débiles de la comunidad, porque estos son los que más protección y ayuda necesitan. Por defender a los débiles, le criticaron y le hicieron la vida imposible los más fuertes, por defender a los pecadores le criticaron y persiguieron los que se consideraban santos, por defender a los más pobres e impotentes le persiguieron los más ricos y poderosos. También nosotros debemos saber que tendremos que sufrir en este mundo si, imitando a Jesús, defendemos y protegemos a los más débiles y menos poderosos de la sociedad en la que vivimos. Después de todo, eso es lo que nos dicen las Bienaventuranzas, tal como comentamos el domingo pasado. Por otra parte, vivir para los demás no es olvidarse de uno mismo, sino todo lo contrario, enriquecer nuestro yo personal. Tanto más somos, cuanto más nos damos a los demás.
Son los demás quienes descubren el talante del cristiano, sus buenas obras, y desde ese descubrimiento concluyen la existencia de un Dios Padre. Son los demás quienes descubren su importancia o valor. No son ellos quienes se dan importancia o valor. Son los demás quienes, gracias a ellos, llegan a la conclusión de que existe Dios y que Dios es Padre. Este es el significado de la expresión "dar gloria a vuestro Padre". "Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo".
El texto evangélico de hoy es exigente. No se trata de tener Fe y que nadie lo sepa, que a nadie se la comuniquéis. Si se guarda en lo más profundo de nuestro espíritu, la olvidamos, la perdemos. Un terreno que no se cultiva se pierde invadido por las zarzas.
Al final de nuestra vida nos juzgarán por nuestro amor y ese amor se vislumbra cuando somos "sal y luz"..
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org

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