Comentario a
las lecturas del VIII Domingo del
Tiempo Ordinario 26 de febrero de 2017
La palabra
proclamada este domingo es una invitación a fiarnos solo de Dios.
Nos lo
recuerda también Isaías: igual que una buena madre nunca se olvida de su
criatura, de la misma manera Dios nunca se olvida de nosotros.
Sólo en Dios descansa nuestra alma,
proclamamos en el Salmo 61.
Esa misma
confianza debe acompañar nuestra predicación. No estar preocupados del juicio
de los hombres.
Propone Jesús
la confianza absoluta en Dios. La propuesta de Jesús es una apuesta por la
libertad y la alegría de todos y cada uno de nosotros, que confiados en Dios
nos sentimos protegidos.
La primera lectura
: Is 49,14-15 pertenece
al "libro de la Consolación" (c. 40-55) hace referencia directa a
ésta, ya que se trata de unos hermosos versos de consuelo que Is dedica a Sión, Jerusalén. Los oráculos
que lo componen, forman parte de un todo, que puede repartirse en tres
secciones; los vv. 14-26 forman la tercera sección.
Dios refuta
las objeciones que Jerusalén le va poniendo:
a)la que se
creía olvidada, volverá a estar repleta de hijos (vv. 14-20);
b)la que se
creía sola, tendrá el consuelo y la compañía de sus propios hijos (vv. 21-23);
c)la que se
creía condenada a cadena perpetua, será liberada (vv. 24-26).
Entonces todo
el mundo verá que efectivamente el Señor ha estado de parte del dolorido y oprimido.
Mensaje de consuelo y esperanza.
v. 14.-recoge el
grito desgarrador de un pueblo desolado, casi sumido en la desesperación. La
ciudad "Sión" no es una entidad geográfico-material sino el símbolo
de la comunidad israelita que se lamenta porque su "dueño" (=su
marido) le ha abandonado. La ciudad ya había quedado estéril y sin hijos (49.
21), ahora se queda también sin compañero. Sión es la viuda que se siente abandonada
y solitaria, que "...pasa la noche llorando, le corren las lágrimas por
las mejillas..." (Lm 1.). Y en estos momentos de zozobra y oscuridad
surgen el lamento, la acusación y la desesperación.
Dios sale al
encuentro del hombre desesperado. En el v. 15a el mismo Señor, a través del
profeta, responde al pueblo mediante una pregunta retórica: "¿puede una
madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas?".
La respuesta lógica es un "no" o un "jamás". Y aunque esto
ocurriera, hecho no probable, el Señor nunca podría abandonar a sus hijos, a su
pueblo (v. 15b). El amor divino es amor de madre: no es interesado, egoísta...
Así como el hijo sale de las entrañas (Rehem)
maternas, símbolo del amparo y cobijo amoroso y desinteresado, de la misma
manera el sentimiento de amor hacia los suyos que brota de las entrañas divinas
se llama amor o misericordia (Rehem). Es un
sentimiento instintivo, espontáneo..., y siendo así, ¿cómo puede Israel hablar
de abandono? Aunque una madre abandone a su hijo, Dios nunca abandonaría a su
pueblo.
En el
salmo de hoy (Sal 61,2-3.6-7.8-9), se expresa
aquí la más expresa confianza en el Dios
único, verdadero valedor para el salmista, incomprendido y hostilizado por
doquier. El título (v. 1) lo atribuye a David, y, en ese supuesto, las
circunstancias de la rebelión de Absalón o de Sebá
darían pie para esta bella composición poética, en la que se exhorta al pueblo
a poner su confianza no en las riquezas ni en los medios terrenos, sino sólo en
Dios, fuente de justicia y de poder. En medio de las intrigas y asechanzas,
sólo queda la esperanza de la protección de Yahvé. No pocos autores ven en este
salmo un marcado sello de acción de gracias, con no pocas concomitancias con
los salmos de tipo sapiencial.
Se suele
dividir en tres partes: a) confianza en Dios frente a las asechanzas e
hipocresías de los enemigos, vv. 2-5; b) exhortación a confiar en Dios y no en
los hombres, vv. 6-10; c) el poder está únicamente en Dios, y no en las
riquezas, vv. 11-13. Hoy la liturgia nos presenta las dos primeras.
Las dos
primeras estrofas están precedidas de un refrán que repite la misma idea (vv.
2-3 y 6-7): el alma del salmista se siente segura en Yahvé, que es su «roca» y
su «alcázar», inaccesible a los enemigos. Una vez declarada la seguridad de su
alma y su quietud de espíritu, invita a los demás a refugiarse confiadamente en
el que todo lo puede.
Confianza en
Dios
(vv. 1-5). Antes de protestar por las añagazas de sus enemigos, el salmista
declara que su confianza plena está en su Dios, y en Él encuentra reposo, ya
que tiene la experiencia de haberle liberado de situaciones más comprometidas.
Adherido a Yahvé, se siente como en una roca o alcázar inaccesible, desde la
que puede desafiar todos los injustos ataques de sus adversarios; por eso no
vacilará un momento, pues tiene el pie en lugar seguro.
Se siente
perseguido, y este ataque es sistemático y reiterado, ya que se unen contra él
como hombres que juntos fuerzan una pared inclinada en la que se ha abierto ya
brecha (v. 4). No concreta el género de hostilidad de que es objeto, pero el
contexto insinúa que se trata de asechanzas malévolas y traidoras, quizá porque
les da en rostro su virtud. En su proceder doble, salvan las apariencias
bendiciéndole con la boca, pero odiándole y maldiciéndole en su corazón (v. 5).
Hipócritas redomados, creen engañarle con su aduladora conducta cuando están
tramando su ruina.
Exhortación a
confiar en Dios y no en los hombres (vv. 6-10). De nuevo se declara la
total confianza en el que le otorga protección segura. Llevado de su
experiencia al amparo de Dios, invita el poeta al pueblo a mostrarse también
confiado contra toda adversidad. Parece que aquí el salmista habla al pueblo,
reunido en asamblea, para que exprese sus sentimientos de gratitud al Señor en
una generosa efusión de sus corazones, pues siempre encontrarán defensa y asilo
en la mano poderosa de Yahvé (v. 9).
La segunda
lectura (1 Cor 4,1-5) es una
muestra de lo que pretende San Pablo en esta carta: dar consejos de como presentar
con constancia y en toda su integridad el mensaje cristiano. En la fe cristiana
el orgullo queda desterrado. Se está al servicio de la fe en favor de la
comunidad. Que nadie intente apropiarse el misterio revelado por el Espíritu
porque lo destruiría. El evangelio es de todos, sobre todo de aquellos que más
lo necesitan.
v.
3:"tribunal humano" lit.: "un día humano", es decir, el día
de la justicia humana, el juicio humano opuesto al juicio último, al del día
del Señor. Se trataría, pues, en un contexto de cierta ironía, de que un
tribunal humano juzgara sobre los asuntos de Dios que está en otro plan. El
juicio último del creyente está en manos de Dios. De ahí que la fidelidad al
hombre que el cristiano quiere mantener en su vida se medirá por la confianza
que ha puesto en Dios que salva.
San Pablo hace
constantemente revisión de su fe, pero es bien consciente de las limitaciones
de este análisis. Por eso es paciente consigo mismo. En el camino de la fe
cristiana, tan negativa es una inhibición indolente como una prisa impaciente.
Es preciso
mantener el ritmo que Dios quiere sobre nosotros. Juzgarse a sí mismo y
salvarse a sí mismo es igualmente imposible.
Este apelar a
Dios como juez no es sinónimo de una actitud de temor, sino, por el contrario,
de una espera confiada en la comprensión y en la bondad del que juzga
rectamente. El Dios de nuestra fe es un juez que no sabe de sobornos, pero
también es un padre verdaderamente cariñoso y perdonador.
v. 5: La
rehabilitación de Dios se coloca en el futuro. En la venida de Cristo en todo
su esplendor tendrá lugar el juicio misericordioso de Dios (cf. Rom. 3, 21s; Gál 2, 16ss). Aquí
el juicio de Dios y el de la venida de Cristo se identifican. El creyente
erradica de sí mismo todo temor coercitivo, y sabe que la justicia de Dios es
la garantía de la verdad de su actuar como creyente. Lo que podría apartarle de
Dios, lo acerca y mueve a poner en él su confianza.
" Que la
gente vea en vosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios
de Dios… No juzguéis antes de tiempo, dejad que venga el Señor" . No sólo los
sacerdotes, sino todos los cristianos, debemos considerarnos servidores de
Cristo y administradores de los misterios de Dios. Debemos hacerlo con
fidelidad, con humildad y con amor. No debemos rechazar, ni condenar de
antemano a nadie, porque Cristo murió por todos; dejemos que sea Dios mismo el
que nos juzgue a todos. Repartamos la gracia y el amor de Dios a todas las
personas, sin distinción sexo, clase social y etnia a la que pertenecen. Lo
nuestro es hacer el bien y repartir la gracia de Dios; el juicio final se lo
dejamos a Dios, que nos juzgará a todos en el momento final y lo hará, como nos
ha dicho el profeta Isaías, como una madre que no puede olvidarse nunca del
hijo de sus entrañas.
En el evangelio de hoy ( Mt 6,24-34) tenemos el enunciado
general sobre las preocupaciones de esta vida en relación con la premura del
reino.
El texto
empieza anunciando la disyuntiva: o Dios o el dinero. El considerar
"importante" la acumulación de dinero o riqueza es decididamente
incompatible con servir a Dios, porque esta acumulación exige la dedicación del
corazón del hombre, ocupa todo el hombre, y le hace imposible -por mucho que se
lo propusiera- servir al mismo tiempo a Dios.
El texto de
hoy está en el contexto del sermón de la montaña. Mateo lo ha situado tras la
invitación de Jesús a seguirle para ser "pescador de hombres". En el
evangelio de Mateo, el sermón de la montaña tiene por función explicar qué
significa eso de ser pescador de hombres.
El texto
presenta
* un principio
general, justificación del mismo y nueva formulación del principio en términos
personales y concretos (v. 24).
* una consecuencia
práctica (vs. 25-34). Díptico vida-alimento, cuerpo-vestido (v. 25).
Explicación de la primera tabla del díptico (vida-alimento, vs. 26-27).
Explicación de la segunda tabla (cuerpo-vestido, vs. 28-30). Doble conclusión
que se saca de las explicaciones (vs. 31-33 y v. 34).
La
consecuencia práctica gira en torno al verbo "estar agobiado", que se
repite en cinco ocasiones (vs. 25, 27, 28, 31 y 34). La consecuencia práctica
se formula de manera directa en la doble conclusión, sobre todo en los vs.
31-33.
Y todo ello
con un tono personal y exhortativo. Son reflexiones afectuosas del Maestro, que
saben a coloquio en familia. El estilo espontáneo, la viveza de las
interrogaciones, el aliento de profundo sentido poético y humano hacen de estos
versículos una página encantadora e inimitable.
El texto tiene
un pretexto: Dios y dinero: dos "amos" con intereses absorbentes y
divergentes. Los paganos, es decir, los no judíos, que son todos los que no
tienen experiencia del Dios bíblico, andan
agobiados, en el horizonte de su existencia, por la perspectiva de los
bienes materiales, comprometidos en su adquisición y acrecentamiento.
El punto central de los vv. 25-35 es
la exhortación a buscar sobre todo el Reino de Dios: ésta debe ser la primera
preocupación del cristiano, la única preocupación verdaderamente importante. En
JC, que vive totalmente orientado hacia el Padre, se nos manifiesta el Reinado
de Dios. La gozosa preocupación del discípulo consistirá, por tanto, en
orientar su existencia hacia Dios: en esto consiste la justicia del Reino.
El v. 33 será la conclusión y pondrá
de manifiesto la instrucción. Es muy importante no caer bajo el agobio de las
preocupaciones de la vida, ya que el reino y sus contornos se diluirían con
facilidad. No está prohibido trabajar sino hacerlo en la intranquilidad y la
angustia. Dios se preocupa del que cree en lo que es esencial: la opción por el
reino.
El ejemplo de los pájaros no viene a
resaltar su inactividad, sino su serena actividad,
sin inquietudes ni agobios. Dios colma sobradamente la actividad pequeña y elemental de los pájaros. Si Dios vela con solicitud sobre criaturas tan insignificantes como los pájaros y las flores, aun cuando no hacen nada, qué cuidado no tendrá de esas criaturas más dignas que son los hombres, que colaboran eficazmente en su obra. Cristo libera a la almas de su inquietud (pero no les invita a imitar la despreocupación de los pájaros) con el fin de que puedan consagrarse con una total entrega y fidelidad a la búsqueda del Reino (vv. 31-33). En este punto de su argumentación introduce Cristo una mención del "Padre", dando así a entender que el sentimiento de confianza filial debe tranquilizar la natural inquietud. Y a quienes buscasen tan sólo en una pertenencia material al Reino el sosiego de su inquietud, Mateo les sale al paso añadiendo al texto de Cristo..."y su justicia" (como ya en Mt. 5, 6-10) para subrayar que no se encontrará paliativo a la inquietud sino en la observancia de esa justicia nueva que vienen justamente a definir las bienaventuranzas y el discurso en la montaña.
Dios Padre ¡Cuánto más colmará el
deseo profundo del hombre! Dios solamente rompe el círculo opresor de la
limitación y de la necesidad del hombre. Sólo Dios da continuidad y perpetuidad
a la aspiración más íntima del hombre.
El segundo ejemplo para aclarar la
idea que se quiere exponer es este de los lirios, asimilados a la hierba en el
v. 30. Difícil de expresar de forma tan sencilla la fe de Jesús y de sus
discípulos en Dios creador. Dios lejano, pero inmensamente cercano al hombre.
Dios potente, pero delicado en su amor para cada hombre y cada cosa.
Para llegar a descubrir esta
naturaleza fundamentalmente bienhechora de Dios y encontrar en ella una llamada
a la confianza, es necesaria la fe (cf. 8. 26; 14. 31).
El sentido general y la conclusión a
la que se llega en que lo mismo que los
paganos "buscan" un tipo de vida lo más muelle posible, los creyentes
"buscan" (el mismo verbo) gozosamente el reino. No se trata de una
búsqueda apasionada e inquieta, sino que se tiene la seguridad de que el que
busca encuentra (7. 8), ya que el término de todo es Jesús mismo. Todo esto no
enseña una confianza pasiva en la providencia, ni el desprecio de las
necesidades del cuerpo, como opuestas a las del alma, sino que llama a una
búsqueda de lo esencial y, en consecuencia, a una sosegada simplificación del
tren de vida que llevamos. Son dos concepciones diferentes de la vida, pero
nunca una oposición entre trabajo y ocio. La confianza en Dios da al creyente
una mayor actividad.
Para nuestra vida
En la primera lectura Isaías recoge las quejas del
pueblo. Quejas que quizá se hayan también esbozado en nuestro interior. Palabras
doloridas que brotan de un corazón herido por la angustia y envuelto en la
soledad. Quebranto de quien se ha visto cerca de Dios, y de pronto se ve lejos,
abandonado, perdido, solo. "Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha
olvidado". No es verdad. Él no nos olvida. Él sólo permite que
nosotros, libremente, nos alejemos y le olvidemos. Entonces, cuando uno se da
cuenta de la gran equivocación, cuando uno percibe lo que significa estar sin
Dios, entonces viene la zozobra y la angustia, el escozor de la peor soledad
que pueda afligir al hombre. Y al no encontrar ni paz ni sosiego en nada ni en
nadie, el hombre vuelve sobre sus pasos y acude de nuevo a Dios, a quien se
queja dolorido y humillado.
Isaías contempla
la reacción divina, escucha asombrado esas palabras que revelan en parte la
inabarcable grandeza de la misericordia divina. ¿Puede una madre olvidarse de
su hijito?, pregunta Dios enternecido. Pues aunque todas las madres se
olvidaran de sus pequeñuelos --hipótesis absurda--, Dios no se olvidaría de su
criatura, el hombre y la mujer. Toda la carga de amor, toda la dulzura, todo el
cariño de cuantas madres han existido y existirán, todo el cúmulo afectivo de
la maternidad es algo nimio en comparación con el amor de Dios. Él sólo está
esperando que le llamemos para acudir corriendo a nuestro lado. Él sólo
necesita que le pidamos perdón para perdonarnos inmediatamente. Esa es nuestra
esperanza y fortaleza: la fidelidad de Dios a su palabra de misericordia.
El salmo 61 es la oración confiada de un hombre
cruelmente perseguido; esta oración cuadra muy bien como final de la jornada. Hombres de
poca fe, cuando la persecución se avecina, nos sentimos con frecuencia
decaídos. Esta oración debería aportarnos la gran lección del abandono en manos
de Dios: Pueblo suyo,
confiad en él -nos dice el salmista-; aprended de mi experiencia,
mis enemigos arremeten
contra mí, sólo piensan en derribarme, pero, en realidad, no son más que un soplo;
por eso, por muchos que sean sus ataques, mi
alma descansa tranquila en
Dios.
Nos puede
servir de oración de confianza en Dios.
Hay muchas
cosas que nos inquietan y nos hacen perder la paz interior, comunitaria y
social. Se conmueven nuestros cimientos como si alguien tuviera interés en
derribar nuestra tapia ruinosa o la pared que cede. Nunca faltarán en nuestra
existencia tales situaciones.
La actitud del
corazón creyente ante ellas es proclamar con el salmista: ¡Sólo en Dios
descansa mi alma! Paz, descanso, plenitud, encontraremos sólo en Dios.
Brota de esta
experiencia fundante nuestra misión en el mundo y nuestro grito de alerta a los
hombres, nuestros hermanos: «¡No confiéis en la opresión, no pongáis ilusiones
en el robo!» Nuestro anuncio tiene un tema central e insustituible: «De Dios
viene la salvación», «¡Sólo él es mi roca firme, mi alcázar, mi refugio, mi
esperanza, mi gloria!»
VV. 2-3- El
salmista ha encontrado asilo y salvación en el templo. Comienza afirmando
enfáticamente esta experiencia religiosa «Sólo en Dios», y subrayándola en tres
títulos emparentados: «mi roca», «mi salvación», «mi alcázar».
VV. 6-7.
Variación de la estrofa inicial, en diálogo interno.
VV. 8-9. Una
nueva confesión pública prepara la invitación. El título «pueblo suyo» ya es un
título para la confianza; y la súplica a Dios ha de ser íntima y sincera.
En la segunda
lectura, otra vez tiene Pablo que prevenir a la comunidad de Corinto, tan a
menudo dividida. Con anterioridad les había reprochado ya el estar
excesivamente apegados a la manera de anunciar un predicador una doctrina, sin
ir más allá del hombre ni de su manera de presentar lo esencial que debe
anunciar; están demasiado apegados a una filosofía, y tienden a engreírse con
eso.
Son consejos
que son de gran actualidad para nosotros, como, seguidores de Jesús.
Por lo que a
él se refiere, presenta lo que ha de ser el Apóstol: servidor de Cristo y
administrador de los misterios de Dios.
El único
juicio que sobre San Pablo pueda hacerse versará únicamente sobre la fidelidad
a su papel. No se trata de juzgarle sobre otros puntos de vista que son
absolutamente secundarios.
Solamente ante
Dios se siente San Pablo responsable de su manera de actuar. No se fía
plenamente de su propia conciencia, sino que se remite al juicio de Dios.
Invita a los Corintios a hacer lo mismo, a reservar su juicio y a esperar a lo
que el Señor descubra de los hombres, pues es el único que conoce los
repliegues de la conciencia humana. Sólo él pondrá al descubierto las
intenciones secretas y, en definitiva, Dios será quien dé a cada cual la
alabanza que le corresponda.
La invitación
a suspender cualquier juicio no obedece al miedo a la crítica -que a Pablo
"le importa muy poco", sino a la convicción de que cualquier juicio
«prematuro es inútil», porque el derecho de juzgar corresponde sólo al Señor y
porque la libertad del apóstol que actúa responsablemente, sin «remordimientos
de conciencia», no puede verse nunca coaccionada ni por su propia valoración ni
por la de otros. Pero lo que relativiza todavía más el juicio de los hombres es
el sacrificio concreto del apóstol por la Iglesia.
Con antítesis
paradójicas, San Pablo contrapone la cruda realidad de la vida del hombre
escogido por Dios a las vanas ilusiones de los que, apenas han comenzado a
caminar, creen haber llegado ya a la cima de los dones espirituales. A quien ha
sufrido por la Iglesia, no le hacen mella las críticas de unos sabios que
buscan diferencias.
La lección es
clara y está dada sin rodeos diplomáticos. Es también importante. Hoy sigue
siendo la misma para nosotros. Juzgar a la Iglesia es una actitud grave, sobre
todo si uno se para en lo periférico. Sólo Dios conoce las verdaderas intenciones
de los hombres. Hay que dejarle a él el cuidado de hacer justicia.
En este domingo inmediatamente anterior al inicio
de la Cuaresma, escuchamos en el evangelio uno de los fragmentos más duros y, al mismo
tiempo, más poéticos de todo el sermón de la montaña.
Por un lado,
se nos ha dicho que en la actitud cristiana no caben las medias tintas: o
servimos a Dios o nos hacemos esclavos del dinero. Por el otro lado, se nos ha
exhortado, con frases impregnadas de amor a la naturaleza, a poner toda nuestra
confianza en Dios, que, como madre amorosa y solícita, siempre cuida de sus
hijos.
Jesús nos pone
en guardia para que no caigamos en la aberración, de considerar el dinero como
lo más importante. El dinero tiene sólo una importancia relativa. Por encima de
él se han de poner los valores del espíritu, la amistad, la honradez, la
conciencia, el amor en sus múltiples manifestaciones, Dios en definitiva. Sólo
así alcanzaremos la paz y la felicidad.
Hay que
trabajar por supuesto, tratar de obtener cuanto necesitamos para llevar una
vida digna. Pero siempre eso será un medio y no un fin. Por otra parte, hemos
de vivir seguros de que Dios existe y que nos ama, que puede ayudarnos y nos
está continuamente ayudando. Vivir confiados en la providencia divina, siempre
ocupados pero nunca preocupados. Luchando con toda el alma, pero sin perder
jamás la calma.
En el evangelio Jesús propone una inversión de orden: Buscad
"primero" el Reino de Dios. Sólo se busca lo que se valora como
necesario. Jesús propone, en definitiva, una inversión en el orden de los
valores, un ordenamiento distinto, una justicia distinta.
No niega
ninguna de las búsquedas; sencillamente, las trastoca.
Ya sabemos que
sólo se busca lo que se valora como necesario. Jesús propone, en definitiva,
una inversión en el orden de los valores, un ordenamiento distinto o, usando su
vocabulario, una justicia distinta.
El
ordenamiento de la vida basado en el dinero genera en la persona un estado
angustioso de agobio que termina por aniquilarla. ¿Y no vale más la persona que
todos los dineros juntos? Contempla los pájaros: su lozanía, su libertad, su
alegría. ¡Ya lo creo que trabajan! Pero no hay en ellos el más leve asomo de
angustia. Contempla una flor.
La propuesta
de Jesús es una apuesta por la libertad y la alegría de todos y cada uno de
nosotros. Una propuesta que no prejuzga una determinada forma de economía. Las
palabras de Jesús no nacen de una determinada forma de economía. Las palabras
de Jesús nacen de su descubrimiento de una persona, de su descubrimiento del
Padre. Este descubrimiento no ahorra el trabajo, ahorra la angustia y el
aniquilamiento personales. El descubrimiento del Padre genera seres adultos,
personas hechas y derechas. Esta es la justicia, es decir, el ordenamiento del
Reino de Dios.
Desde esa
realidad del Reino de Dios, Jesús invita a todo hombre en primer lugar a ser
persona, a ser él mismo, señor de sí mismo y de sus circunstancias... para
poder entonces dar el paso y ser para los demás instrumento de paz y de
concordia. Invita a vivir en el cada día y en el cada asunto que valga la pena,
desde una filial relación con Dios nuestro Padre. Una fe amorosa que es
confianza y libertad, y derivará, si es verdadera, en fraterna relación de
ayuda. Esto es imposible hacerlo desde el desasosiego y el agobio por la
autosatisfacción.
Y por lo
demás, más nos vale andar ocupados y hasta preocupados, porque los frutos del
Reino maduren y crezcan, paciente pero perseverantemente: una nueva justicia y
una joven esperanza.
"Sobre
todo buscad el Reino de Dios y su justicia: todo lo demás se os dará por
añadidura".
Si el
discípulo vive -como vivió Jesús- orientado hacia Dios, participa también de
esta fe y de esta gozosa confianza en el Padre que se refleja en los vv de hoy. Las palabras de Jesús ponen el acento en el
hecho de no agobiarse, repetido como un estribillo ("no estéis agobiados
por la vida...; ¿quién de vosotros, a fuerza de agobiarse...?; ¿por qué os
agobiáis...?; no andéis agobiados pensando...; no os agobiéis por el
mañana").
No agobiarse
por la comida, la bebida o el vestido no significa vivir en una ingenua
despreocupación. Agobiarse por esto significará comprometer toda la vida y las
energías de la persona en la adquisición de los bienes materiales, y perseguir
esto, como preocupación fundamental de la vida, es propio de paganos (para los
oyentes de Jesús, la mención de los paganos debía ser una expresión muy
fuerte).
El discípulo
está llamado a vivir como hombre de fe en Dios, de quien provienen todos los
bienes, especialmente la vida ("¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse,
podrá añadir una hora al tiempo de su vida?"). Y vivir con esta actitud de
fe en Dios, que se preocupa incluso de los pájaros del cielo y de la hierba de
los prados -sinónimo de algo pasajero- supone orientar la vida cara al Reino y
trabajar con paz en el corazón y sin agobios -fruto de la fe en Dios y de la
orientación de la vida hacia Él- por la vida de cada día.
"Nadie
puede estar al servicio de dos amos". Porque despreciará a uno y querrá al
otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No
podéis servir a Dios y al dinero. En la sociedad capitalista en la que nosotros
vivimos, el dinero es realmente un Dios al que las personas, las empresas y los
Estados desean conquistar. Política y socialmente, el valor de los proyectos y
acciones que se proponen se mide, principalmente, en términos económicos. Los
cristianos no podemos caer en esta idolatría del dinero. Para nosotros, porque
así lo hizo y lo predicó Jesús, el dinero debe ser siempre un medio al servicio
moral y social de las personas, no al revés. Necesitamos el dinero, claro, para
poder vivir con dignidad. Lo necesitan los niños y los jóvenes para adquirir un
desarrollo personal integral, lo necesitan los padres, para sacar adelante a la
familia, y los necesitan los abuelos para poder vivir los años de vejez sin
agobios y estrecheces. Pero el hecho de que necesitemos dinero para vivir, no
quiere decir que tengamos que vivir esclavos del dinero. El dinero debe ser
siempre sólo un medio para vivir, no un señor al que servir. Los valores
humanos y cristianos son siempre lo primero que debemos buscar y valorar los
cristianos. Casi todo, decimos, se puede arreglar con dinero, menos la muerte.
Pero la dignidad moral, como el cariño verdadero, no se compra ni se vende con
dinero. La pobreza evangélica nos exige a los cristianos vivir con sobriedad y
dar con generosidad. Los cristianos tenemos que vivir, también en temas de
dinero, preocupándonos de nosotros mismos y también de los demás. Todos somos
hijos de Dios, todos somos hermanos; vivamos como tales.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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