sábado, 25 de febrero de 2017

Comentario a las lecturas del VIII Domingo del Tiempo Ordinario 26 de febrero de 2017

La palabra proclamada este domingo es una invitación a fiarnos solo de Dios.  
Nos lo recuerda también Isaías: igual que una buena madre nunca se olvida de su criatura, de la misma manera Dios nunca se olvida de nosotros.
 Sólo en Dios descansa nuestra alma, proclamamos en el Salmo 61.
Esa misma confianza debe acompañar nuestra predicación. No estar preocupados del juicio de los hombres.
Propone Jesús la confianza absoluta en Dios. La propuesta de Jesús es una apuesta por la libertad y la alegría de todos y cada uno de nosotros, que confiados en Dios nos sentimos protegidos.

La primera lectura : Is 49,14-15 pertenece al "libro de la Consolación" (c. 40-55) hace referencia directa a ésta, ya que se trata de unos hermosos versos de consuelo que Is dedica a Sión, Jerusalén. Los oráculos que lo componen, forman parte de un todo, que puede repartirse en tres secciones; los vv. 14-26 forman la tercera sección.
Dios refuta las objeciones que Jerusalén le va poniendo:
a)la que se creía olvidada, volverá a estar repleta de hijos (vv. 14-20);
b)la que se creía sola, tendrá el consuelo y la compañía de sus propios hijos (vv. 21-23);
c)la que se creía condenada a cadena perpetua, será liberada (vv. 24-26).
Entonces todo el mundo verá que efectivamente el Señor ha estado de parte del dolorido y oprimido. Mensaje de consuelo y esperanza.
v. 14.-recoge el grito desgarrador de un pueblo desolado, casi sumido en la desesperación. La ciudad "Sión" no es una entidad geográfico-material sino el símbolo de la comunidad israelita que se lamenta porque su "dueño" (=su marido) le ha abandonado. La ciudad ya había quedado estéril y sin hijos (49. 21), ahora se queda también sin compañero. Sión es la viuda que se siente abandonada y solitaria, que "...pasa la noche llorando, le corren las lágrimas por las mejillas..." (Lm 1.). Y en estos momentos de zozobra y oscuridad surgen el lamento, la acusación y la desesperación.
Dios sale al encuentro del hombre desesperado. En el v. 15a el mismo Señor, a través del profeta, responde al pueblo mediante una pregunta retórica: "¿puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas?". La respuesta lógica es un "no" o un "jamás". Y aunque esto ocurriera, hecho no probable, el Señor nunca podría abandonar a sus hijos, a su pueblo (v. 15b). El amor divino es amor de madre: no es interesado, egoísta... Así como el hijo sale de las entrañas (Rehem) maternas, símbolo del amparo y cobijo amoroso y desinteresado, de la misma manera el sentimiento de amor hacia los suyos que brota de las entrañas divinas se llama amor o misericordia (Rehem). Es un sentimiento instintivo, espontáneo..., y siendo así, ¿cómo puede Israel hablar de abandono? Aunque una madre abandone a su hijo, Dios nunca abandonaría a su pueblo.

En el salmo de hoy (Sal 61,2-3.6-7.8-9),  se expresa aquí la más expresa  confianza en el Dios único, verdadero valedor para el salmista, incomprendido y hostilizado por doquier. El título (v. 1) lo atribuye a David, y, en ese supuesto, las circunstancias de la rebelión de Absalón o de Sebá darían pie para esta bella composición poética, en la que se exhorta al pueblo a poner su confianza no en las riquezas ni en los medios terrenos, sino sólo en Dios, fuente de justicia y de poder. En medio de las intrigas y asechanzas, sólo queda la esperanza de la protección de Yahvé. No pocos autores ven en este salmo un marcado sello de acción de gracias, con no pocas concomitancias con los salmos de tipo sapiencial.
Se suele dividir en tres partes: a) confianza en Dios frente a las asechanzas e hipocresías de los enemigos, vv. 2-5; b) exhortación a confiar en Dios y no en los hombres, vv. 6-10; c) el poder está únicamente en Dios, y no en las riquezas, vv. 11-13. Hoy la liturgia nos presenta las dos primeras.
Las dos primeras estrofas están precedidas de un refrán que repite la misma idea (vv. 2-3 y 6-7): el alma del salmista se siente segura en Yahvé, que es su «roca» y su «alcázar», inaccesible a los enemigos. Una vez declarada la seguridad de su alma y su quietud de espíritu, invita a los demás a refugiarse confiadamente en el que todo lo puede.
Confianza en Dios (vv. 1-5). Antes de protestar por las añagazas de sus enemigos, el salmista declara que su confianza plena está en su Dios, y en Él encuentra reposo, ya que tiene la experiencia de haberle liberado de situaciones más comprometidas. Adherido a Yahvé, se siente como en una roca o alcázar inaccesible, desde la que puede desafiar todos los injustos ataques de sus adversarios; por eso no vacilará un momento, pues tiene el pie en lugar seguro.
Se siente perseguido, y este ataque es sistemático y reiterado, ya que se unen contra él como hombres que juntos fuerzan una pared inclinada en la que se ha abierto ya brecha (v. 4). No concreta el género de hostilidad de que es objeto, pero el contexto insinúa que se trata de asechanzas malévolas y traidoras, quizá porque les da en rostro su virtud. En su proceder doble, salvan las apariencias bendiciéndole con la boca, pero odiándole y maldiciéndole en su corazón (v. 5). Hipócritas redomados, creen engañarle con su aduladora conducta cuando están tramando su ruina.
Exhortación a confiar en Dios y no en los hombres (vv. 6-10). De nuevo se declara la total confianza en el que le otorga protección segura. Llevado de su experiencia al amparo de Dios, invita el poeta al pueblo a mostrarse también confiado contra toda adversidad. Parece que aquí el salmista habla al pueblo, reunido en asamblea, para que exprese sus sentimientos de gratitud al Señor en una generosa efusión de sus corazones, pues siempre encontrarán defensa y asilo en la mano poderosa de Yahvé (v. 9).

La segunda lectura (1 Cor 4,1-5)  es una muestra de lo que pretende San Pablo en esta carta: dar consejos de como presentar con constancia y en toda su integridad el mensaje cristiano. En la fe cristiana el orgullo queda desterrado. Se está al servicio de la fe en favor de la comunidad. Que nadie intente apropiarse el misterio revelado por el Espíritu porque lo destruiría. El evangelio es de todos, sobre todo de aquellos que más lo necesitan.
v. 3:"tribunal humano" lit.: "un día humano", es decir, el día de la justicia humana, el juicio humano opuesto al juicio último, al del día del Señor. Se trataría, pues, en un contexto de cierta ironía, de que un tribunal humano juzgara sobre los asuntos de Dios que está en otro plan. El juicio último del creyente está en manos de Dios. De ahí que la fidelidad al hombre que el cristiano quiere mantener en su vida se medirá por la confianza que ha puesto en Dios que salva.
San Pablo hace constantemente revisión de su fe, pero es bien consciente de las limitaciones de este análisis. Por eso es paciente consigo mismo. En el camino de la fe cristiana, tan negativa es una inhibición indolente como una prisa impaciente.
Es preciso mantener el ritmo que Dios quiere sobre nosotros. Juzgarse a sí mismo y salvarse a sí mismo es igualmente imposible.
Este apelar a Dios como juez no es sinónimo de una actitud de temor, sino, por el contrario, de una espera confiada en la comprensión y en la bondad del que juzga rectamente. El Dios de nuestra fe es un juez que no sabe de sobornos, pero también es un padre verdaderamente cariñoso y perdonador.
v. 5: La rehabilitación de Dios se coloca en el futuro. En la venida de Cristo en todo su esplendor tendrá lugar el juicio misericordioso de Dios (cf. Rom. 3, 21s; Gál 2, 16ss). Aquí el juicio de Dios y el de la venida de Cristo se identifican. El creyente erradica de sí mismo todo temor coercitivo, y sabe que la justicia de Dios es la garantía de la verdad de su actuar como creyente. Lo que podría apartarle de Dios, lo acerca y mueve a poner en él su confianza.
" Que la gente vea en vosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios… No juzguéis antes de tiempo, dejad que venga el Señor" . No sólo los sacerdotes, sino todos los cristianos, debemos considerarnos servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Debemos hacerlo con fidelidad, con humildad y con amor. No debemos rechazar, ni condenar de antemano a nadie, porque Cristo murió por todos; dejemos que sea Dios mismo el que nos juzgue a todos. Repartamos la gracia y el amor de Dios a todas las personas, sin distinción sexo, clase social y etnia a la que pertenecen. Lo nuestro es hacer el bien y repartir la gracia de Dios; el juicio final se lo dejamos a Dios, que nos juzgará a todos en el momento final y lo hará, como nos ha dicho el profeta Isaías, como una madre que no puede olvidarse nunca del hijo de sus entrañas.

En el evangelio de hoy ( Mt 6,24-34) tenemos  el enunciado general sobre las preocupaciones de esta vida en relación con la premura del reino.
El texto empieza anunciando la disyuntiva: o Dios o el dinero. El considerar "importante" la acumulación de dinero o riqueza es decididamente incompatible con servir a Dios, porque esta acumulación exige la dedicación del corazón del hombre, ocupa todo el hombre, y le hace imposible -por mucho que se lo propusiera- servir al mismo tiempo a Dios.
El texto de hoy está en el contexto del sermón de la montaña. Mateo lo ha situado tras la invitación de Jesús a seguirle para ser "pescador de hombres". En el evangelio de Mateo, el sermón de la montaña tiene por función explicar qué significa eso de ser pescador de hombres.
El texto presenta
* un principio general, justificación del mismo y nueva formulación del principio en términos personales y concretos (v. 24).
* una consecuencia práctica (vs. 25-34). Díptico vida-alimento, cuerpo-vestido (v. 25). Explicación de la primera tabla del díptico (vida-alimento, vs. 26-27). Explicación de la segunda tabla (cuerpo-vestido, vs. 28-30). Doble conclusión que se saca de las explicaciones (vs. 31-33 y v. 34).
La consecuencia práctica gira en torno al verbo "estar agobiado", que se repite en cinco ocasiones (vs. 25, 27, 28, 31 y 34). La consecuencia práctica se formula de manera directa en la doble conclusión, sobre todo en los vs. 31-33.
Y todo ello con un tono personal y exhortativo. Son reflexiones afectuosas del Maestro, que saben a coloquio en familia. El estilo espontáneo, la viveza de las interrogaciones, el aliento de profundo sentido poético y humano hacen de estos versículos una página encantadora e inimitable.
El texto tiene un pretexto: Dios y dinero: dos "amos" con intereses absorbentes y divergentes. Los paganos, es decir, los no judíos, que son todos los que no tienen experiencia del Dios bíblico, andan  agobiados, en el horizonte de su existencia, por la perspectiva de los bienes materiales, comprometidos en su adquisición y acrecentamiento.
El punto central de los vv. 25-35 es la exhortación a buscar sobre todo el Reino de Dios: ésta debe ser la primera preocupación del cristiano, la única preocupación verdaderamente importante. En JC, que vive totalmente orientado hacia el Padre, se nos manifiesta el Reinado de Dios. La gozosa preocupación del discípulo consistirá, por tanto, en orientar su existencia hacia Dios: en esto consiste la justicia del Reino.
El v. 33 será la conclusión y pondrá de manifiesto la instrucción. Es muy importante no caer bajo el agobio de las preocupaciones de la vida, ya que el reino y sus contornos se diluirían con facilidad. No está prohibido trabajar sino hacerlo en la intranquilidad y la angustia. Dios se preocupa del que cree en lo que es esencial: la opción por el reino.
El ejemplo de los pájaros no viene a resaltar su inactividad, sino su serena actividad,

sin inquietudes ni agobios. Dios colma sobradamente la actividad pequeña y elemental de los pájaros. Si Dios vela con solicitud sobre criaturas tan insignificantes como los pájaros y las flores, aun cuando no hacen nada, qué cuidado no tendrá de esas criaturas más dignas que son los hombres, que colaboran eficazmente en su obra. Cristo libera a la almas de su inquietud (pero no les invita a imitar la despreocupación de los pájaros) con el fin de que puedan consagrarse con una total entrega y fidelidad a la búsqueda del Reino (vv. 31-33). En este punto de su argumentación introduce Cristo una mención del "Padre", dando así a entender que el sentimiento de confianza filial debe tranquilizar la natural inquietud. Y a quienes buscasen tan sólo en una pertenencia material al Reino el sosiego de su inquietud, Mateo les sale al paso añadiendo al texto de Cristo..."y su justicia" (como ya en Mt. 5, 6-10) para subrayar que no se encontrará paliativo a la inquietud sino en la observancia de esa justicia nueva que vienen justamente a definir las bienaventuranzas y el discurso en la montaña.
Dios Padre ¡Cuánto más colmará el deseo profundo del hombre! Dios solamente rompe el círculo opresor de la limitación y de la necesidad del hombre. Sólo Dios da continuidad y perpetuidad a la aspiración más íntima del hombre.
El segundo ejemplo para aclarar la idea que se quiere exponer es este de los lirios, asimilados a la hierba en el v. 30. Difícil de expresar de forma tan sencilla la fe de Jesús y de sus discípulos en Dios creador. Dios lejano, pero inmensamente cercano al hombre. Dios potente, pero delicado en su amor para cada hombre y cada cosa.
Para llegar a descubrir esta naturaleza fundamentalmente bienhechora de Dios y encontrar en ella una llamada a la confianza, es necesaria la fe (cf. 8. 26; 14. 31).
El sentido general y la conclusión a la que se  llega en que lo mismo que los paganos "buscan" un tipo de vida lo más muelle posible, los creyentes "buscan" (el mismo verbo) gozosamente el reino. No se trata de una búsqueda apasionada e inquieta, sino que se tiene la seguridad de que el que busca encuentra (7. 8), ya que el término de todo es Jesús mismo. Todo esto no enseña una confianza pasiva en la providencia, ni el desprecio de las necesidades del cuerpo, como opuestas a las del alma, sino que llama a una búsqueda de lo esencial y, en consecuencia, a una sosegada simplificación del tren de vida que llevamos. Son dos concepciones diferentes de la vida, pero nunca una oposición entre trabajo y ocio. La confianza en Dios da al creyente una mayor actividad.

Para nuestra vida
En la primera lectura Isaías recoge las quejas del pueblo. Quejas que quizá se hayan también esbozado en nuestro interior. Palabras doloridas que brotan de un corazón herido por la angustia y envuelto en la soledad. Quebranto de quien se ha visto cerca de Dios, y de pronto se ve lejos, abandonado, perdido, solo. "Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado". No es verdad. Él no nos olvida. Él sólo permite que nosotros, libremente, nos alejemos y le olvidemos. Entonces, cuando uno se da cuenta de la gran equivocación, cuando uno percibe lo que significa estar sin Dios, entonces viene la zozobra y la angustia, el escozor de la peor soledad que pueda afligir al hombre. Y al no encontrar ni paz ni sosiego en nada ni en nadie, el hombre vuelve sobre sus pasos y acude de nuevo a Dios, a quien se queja dolorido y humillado.
Isaías contempla la reacción divina, escucha asombrado esas palabras que revelan en parte la inabarcable grandeza de la misericordia divina. ¿Puede una madre olvidarse de su hijito?, pregunta Dios enternecido. Pues aunque todas las madres se olvidaran de sus pequeñuelos --hipótesis absurda--, Dios no se olvidaría de su criatura, el hombre y la mujer. Toda la carga de amor, toda la dulzura, todo el cariño de cuantas madres han existido y existirán, todo el cúmulo afectivo de la maternidad es algo nimio en comparación con el amor de Dios. Él sólo está esperando que le llamemos para acudir corriendo a nuestro lado. Él sólo necesita que le pidamos perdón para perdonarnos inmediatamente. Esa es nuestra esperanza y fortaleza: la fidelidad de Dios a su palabra de misericordia.

El salmo 61 es la oración confiada de un hombre cruelmente perseguido; esta oración cuadra muy bien como final de la jornada. Hombres de poca fe, cuando la persecución se avecina, nos sentimos con frecuencia decaídos. Esta oración debería aportarnos la gran lección del abandono en manos de Dios: Pueblo suyo, confiad en él -nos dice el salmista-; aprended de mi experiencia, mis enemigos arremeten contra mí, sólo piensan en derribarme, pero, en realidad, no son más que un soplo; por eso, por muchos que sean sus ataques, mi alma descansa tranquila en Dios.
Nos puede servir de oración de confianza en Dios.
Hay muchas cosas que nos inquietan y nos hacen perder la paz interior, comunitaria y social. Se conmueven nuestros cimientos como si alguien tuviera interés en derribar nuestra tapia ruinosa o la pared que cede. Nunca faltarán en nuestra existencia tales situaciones.
La actitud del corazón creyente ante ellas es proclamar con el salmista: ¡Sólo en Dios descansa mi alma! Paz, descanso, plenitud, encontraremos sólo en Dios.
Brota de esta experiencia fundante nuestra misión en el mundo y nuestro grito de alerta a los hombres, nuestros hermanos: «¡No confiéis en la opresión, no pongáis ilusiones en el robo!» Nuestro anuncio tiene un tema central e insustituible: «De Dios viene la salvación», «¡Sólo él es mi roca firme, mi alcázar, mi refugio, mi esperanza, mi gloria!»
VV. 2-3- El salmista ha encontrado asilo y salvación en el templo. Comienza afirmando enfáticamente esta experiencia religiosa «Sólo en Dios», y subrayándola en tres títulos emparentados: «mi roca», «mi salvación», «mi alcázar».
VV. 6-7. Variación de la estrofa inicial, en diálogo interno.
VV. 8-9. Una nueva confesión pública prepara la invitación. El título «pueblo suyo» ya es un título para la confianza; y la súplica a Dios ha de ser íntima y sincera.
En la segunda lectura, otra vez tiene Pablo que prevenir a la comunidad de Corinto, tan a menudo dividida. Con anterioridad les había reprochado ya el estar excesivamente apegados a la manera de anunciar un predicador una doctrina, sin ir más allá del hombre ni de su manera de presentar lo esencial que debe anunciar; están demasiado apegados a una filosofía, y tienden a engreírse con eso.
Son consejos que son de gran actualidad para nosotros, como, seguidores de Jesús.
Por lo que a él se refiere, presenta lo que ha de ser el Apóstol: servidor de Cristo y administrador de los misterios de Dios.
El único juicio que sobre San Pablo pueda hacerse versará únicamente sobre la fidelidad a su papel. No se trata de juzgarle sobre otros puntos de vista que son absolutamente secundarios.
Solamente ante Dios se siente San Pablo responsable de su manera de actuar. No se fía plenamente de su propia conciencia, sino que se remite al juicio de Dios. Invita a los Corintios a hacer lo mismo, a reservar su juicio y a esperar a lo que el Señor descubra de los hombres, pues es el único que conoce los repliegues de la conciencia humana. Sólo él pondrá al descubierto las intenciones secretas y, en definitiva, Dios será quien dé a cada cual la alabanza que le corresponda.
La invitación a suspender cualquier juicio no obedece al miedo a la crítica -que a Pablo "le importa muy poco", sino a la convicción de que cualquier juicio «prematuro es inútil», porque el derecho de juzgar corresponde sólo al Señor y porque la libertad del apóstol que actúa responsablemente, sin «remordimientos de conciencia», no puede verse nunca coaccionada ni por su propia valoración ni por la de otros. Pero lo que relativiza todavía más el juicio de los hombres es el sacrificio concreto del apóstol por la Iglesia.
Con antítesis paradójicas, San Pablo contrapone la cruda realidad de la vida del hombre escogido por Dios a las vanas ilusiones de los que, apenas han comenzado a caminar, creen haber llegado ya a la cima de los dones espirituales. A quien ha sufrido por la Iglesia, no le hacen mella las críticas de unos sabios que buscan diferencias.
La lección es clara y está dada sin rodeos diplomáticos. Es también importante. Hoy sigue siendo la misma para nosotros. Juzgar a la Iglesia es una actitud grave, sobre todo si uno se para en lo periférico. Sólo Dios conoce las verdaderas intenciones de los hombres. Hay que dejarle a él el cuidado de hacer justicia.

En este domingo inmediatamente anterior al inicio de la Cuaresma, escuchamos en el evangelio uno de los fragmentos más duros y, al mismo tiempo, más poéticos de todo el sermón de la montaña.
Por un lado, se nos ha dicho que en la actitud cristiana no caben las medias tintas: o servimos a Dios o nos hacemos esclavos del dinero. Por el otro lado, se nos ha exhortado, con frases impregnadas de amor a la naturaleza, a poner toda nuestra confianza en Dios, que, como madre amorosa y solícita, siempre cuida de sus hijos.
Jesús nos pone en guardia para que no caigamos en la aberración, de considerar el dinero como lo más importante. El dinero tiene sólo una importancia relativa. Por encima de él se han de poner los valores del espíritu, la amistad, la honradez, la conciencia, el amor en sus múltiples manifestaciones, Dios en definitiva. Sólo así alcanzaremos la paz y la felicidad.
Hay que trabajar por supuesto, tratar de obtener cuanto necesitamos para llevar una vida digna. Pero siempre eso será un medio y no un fin. Por otra parte, hemos de vivir seguros de que Dios existe y que nos ama, que puede ayudarnos y nos está continuamente ayudando. Vivir confiados en la providencia divina, siempre ocupados pero nunca preocupados. Luchando con toda el alma, pero sin perder jamás la calma.
En el evangelio  Jesús propone  una inversión de orden: Buscad "primero" el Reino de Dios. Sólo se busca lo que se valora como necesario. Jesús propone, en definitiva, una inversión en el orden de los valores, un ordenamiento distinto, una justicia distinta.
No niega ninguna de las búsquedas; sencillamente, las trastoca.
Ya sabemos que sólo se busca lo que se valora como necesario. Jesús propone, en definitiva, una inversión en el orden de los valores, un ordenamiento distinto o, usando su vocabulario, una justicia distinta.
El ordenamiento de la vida basado en el dinero genera en la persona un estado angustioso de agobio que termina por aniquilarla. ¿Y no vale más la persona que todos los dineros juntos? Contempla los pájaros: su lozanía, su libertad, su alegría. ¡Ya lo creo que trabajan! Pero no hay en ellos el más leve asomo de angustia. Contempla una flor.
La propuesta de Jesús es una apuesta por la libertad y la alegría de todos y cada uno de nosotros. Una propuesta que no prejuzga una determinada forma de economía. Las palabras de Jesús no nacen de una determinada forma de economía. Las palabras de Jesús nacen de su descubrimiento de una persona, de su descubrimiento del Padre. Este descubrimiento no ahorra el trabajo, ahorra la angustia y el aniquilamiento personales. El descubrimiento del Padre genera seres adultos, personas hechas y derechas. Esta es la justicia, es decir, el ordenamiento del Reino de Dios.
Desde esa realidad del Reino de Dios, Jesús invita a todo hombre en primer lugar a ser persona, a ser él mismo, señor de sí mismo y de sus circunstancias... para poder entonces dar el paso y ser para los demás instrumento de paz y de concordia. Invita a vivir en el cada día y en el cada asunto que valga la pena, desde una filial relación con Dios nuestro Padre. Una fe amorosa que es confianza y libertad, y derivará, si es verdadera, en fraterna relación de ayuda. Esto es imposible hacerlo desde el desasosiego y el agobio por la autosatisfacción.
Y por lo demás, más nos vale andar ocupados y hasta preocupados, porque los frutos del Reino maduren y crezcan, paciente pero perseverantemente: una nueva justicia y una joven esperanza.
"Sobre todo buscad el Reino de Dios y su justicia: todo lo demás se os dará por añadidura".
Si el discípulo vive -como vivió Jesús- orientado hacia Dios, participa también de esta fe y de esta gozosa confianza en el Padre que se refleja en los vv de hoy. Las palabras de Jesús ponen el acento en el hecho de no agobiarse, repetido como un estribillo ("no estéis agobiados por la vida...; ¿quién de vosotros, a fuerza de agobiarse...?; ¿por qué os agobiáis...?; no andéis agobiados pensando...; no os agobiéis por el mañana").
No agobiarse por la comida, la bebida o el vestido no significa vivir en una ingenua despreocupación. Agobiarse por esto significará comprometer toda la vida y las energías de la persona en la adquisición de los bienes materiales, y perseguir esto, como preocupación fundamental de la vida, es propio de paganos (para los oyentes de Jesús, la mención de los paganos debía ser una expresión muy fuerte).
El discípulo está llamado a vivir como hombre de fe en Dios, de quien provienen todos los bienes, especialmente la vida ("¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?"). Y vivir con esta actitud de fe en Dios, que se preocupa incluso de los pájaros del cielo y de la hierba de los prados -sinónimo de algo pasajero- supone orientar la vida cara al Reino y trabajar con paz en el corazón y sin agobios -fruto de la fe en Dios y de la orientación de la vida hacia Él- por la vida de cada día.
"Nadie puede estar al servicio de dos amos". Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero. En la sociedad capitalista en la que nosotros vivimos, el dinero es realmente un Dios al que las personas, las empresas y los Estados desean conquistar. Política y socialmente, el valor de los proyectos y acciones que se proponen se mide, principalmente, en términos económicos. Los cristianos no podemos caer en esta idolatría del dinero. Para nosotros, porque así lo hizo y lo predicó Jesús, el dinero debe ser siempre un medio al servicio moral y social de las personas, no al revés. Necesitamos el dinero, claro, para poder vivir con dignidad. Lo necesitan los niños y los jóvenes para adquirir un desarrollo personal integral, lo necesitan los padres, para sacar adelante a la familia, y los necesitan los abuelos para poder vivir los años de vejez sin agobios y estrecheces. Pero el hecho de que necesitemos dinero para vivir, no quiere decir que tengamos que vivir esclavos del dinero. El dinero debe ser siempre sólo un medio para vivir, no un señor al que servir. Los valores humanos y cristianos son siempre lo primero que debemos buscar y valorar los cristianos. Casi todo, decimos, se puede arreglar con dinero, menos la muerte. Pero la dignidad moral, como el cariño verdadero, no se compra ni se vende con dinero. La pobreza evangélica nos exige a los cristianos vivir con sobriedad y dar con generosidad. Los cristianos tenemos que vivir, también en temas de dinero, preocupándonos de nosotros mismos y también de los demás. Todos somos hijos de Dios, todos somos hermanos; vivamos como tales.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org


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