Comentario a las Lecturas del V Domingo de Cuaresma 13 de marzo de 2016
A punto de iniciar la Semana Santa, el
próximo Domingo es Ramos, tres lecturas de
hoy tienen un común denominador: lo nuevo. En la primera el profeta, de
una forma poética, nos narra el nuevo éxodo, la nueva liberación. En la
segunda, San Pablo, se confronta de tal manera con el descubrimiento de Cristo
(algo totalmente nuevo) que todo lo demás lo estima basura. Y, para que no
falte nada en esa triple nota de acorde mayor, el Evangelio nos presenta a un
Jesús que lejos de condenar renueva, recupera la vida de una mujer pecadora.
n este libro,
llamado “libro de la consolación”, Isaías dice a los judíos de su tiempo que
este segundo éxodo no va a ser como el antiguo, cuando salieron de Egipto. Será
algo totalmente nuevo: van a tener agua abundante en el desierto y no serán
atacados por las bestias del campo.
Mirar con
añoranza el pasado, -recordando sólo lo bueno-,
olvidando lo malo que hubo es un hecho
generalizado en la condición humana. Lo contrario que pasa con el mirar
el presente. En él se suele ver sólo lo desagradable, lo negativo, sin
vislumbrar lo mucho bueno que sin duda tiene el tiempo que nos tocó vivir. Y
con esa actitud se fomenta la desilusión, la desesperanza, se impide la
objetividad para juzgar, se origina la impotencia para afrontar el futuro. las
palabras del profeta nos marcan un camino distinto: "No recordéis lo de
antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está
brotando, ¿no lo notáis?" (Is 43, 18-19).
La liberación
de los desterrados no vendrá de Ciro el persa, sino de Dios del éxodo y de los
manantiales. El Dios capaz de sacar agua de la roca y hacer ríos en el
desierto. Así que vale la pena recordar y mirar al pasado, pero éste no agota a
Dios. ¿Cuál es la novedad que anuncia el profeta? La novedad es la gracia que
nos transforma y "nos ayuda para que vivamos siempre de aquel mismo amor
que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo"
(Oración Colecta).
Es un bello poema donde se refleja la
situación moral de los repatriados de la cautividad babilónica, los cuales, de
un lado, están gozosos al ver que se han cumplido las profecías del Señor sobre
el final del exilio, pero al mismo tiempo sufren grandes penalidades y ansían
que la nación recupere su plenitud política y económica, como en los tiempos
antiguos. Los vaticinios proféticos hablaban de una reconstrucción gloriosa,
pero la realidad es mucho más modesta; y, por ello, las almas justas que vivían
de las promesas mesiánicas esperaban el cumplimiento de los anuncios de los
profetas.
El retorno de la cautividad resultó tan insólito, que los que asistían al
espectáculo no creían lo que veían, como si fuera un sueño. El júbilo popular
fue grande al ver llegar las caravanas después del decreto de retorno firmado
por Ciro, conquistador de Babilonia (538 a. C.). Los mismos paganos estaban
admirados del cumplimiento de los antiguos oráculos sobre el retorno de los
exilados. El Señor había cumplido sus promesas. El salmista se suma a esta
admiración por las magnificencias de su Dios; “El Señor hizo por ellos grandes cosas! ¡Grandes cosas hizo el Señor
por nosotros y estamos alegres!”, pero desea que se cumplan
las antiguas promesas de restauración plena.
Con bellas metáforas anuncia la futura transformación de la nación
israelita: “¡Cambia, Señor,
nuestra suerte como los torrentes del Négueb!”, Los
torrentes del Negueb están secos en verano y se
llenan de agua en el otoño con las primeras lluvias impetuosas, así la nación
israelita recuperará su plena vitalidad nacional; y como los que siembran lo
hacen con no pocas penalidades, pero sus trabajos son compensados con la
recolección de las ricas gavillas, así los israelitas ahora trabajan
penosamente en la reconstrucción de la nación, pero al fin verán alegres
coronada su obra y sentirán la íntima satisfacción del “sembrador” que recoge su
mies, que le compensa de los trabajos de siembra. “El sembrador va llorando cuando esparce la semilla, pero vuelve
cantando cuando trae las gavillas”.
. A la comunidad
de Filipos, en el norte de Grecia, habían comenzado a
llegar cristianos judaizantes que perturbaban la paz. Pablo entra en polémica
contra los que él denomina "enemigos de la cruz". Posiblemente
esgrimían títulos de apostolado para justificar su predicación. Pablo adopta
una actitud apologética respecto a su propia persona. Flp
3,1-6 contiene los títulos con los que Pablo se justifica frente a sus
adversarios: hebreo, circuncidado, fariseo, perseguidor de la Iglesia,
irreprensible en la observancia de la Ley. El v. 7 sirve de transición: todo
ello lo estima pérdida por Cristo.
Los vv. 8-14
se centran en el cambio de valores que ha supuesto su encuentro con el Resucitado.
Pablo se entretiene presentando su experiencia vocacional en clave atlética. Su
vocación marca una trayectoria interior de "mi justicia" a la
"fe de Cristo" que le proporciona la "justicia que viene de
Dios".
San Pablo nos
da su testimonio personal: Dios no nos salva por el simple cumplimiento de los
preceptos de la ley de Moisés, sino por la ley de Cristo, que es la ley del
amor a Dios y al prójimo. Este descubrimiento transformó totalmente su vida:
"Todo lo
estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia
mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que
viene de Dios y se apoya en la fe".
Si antes se
glorió de ser un hijo de la Ley y de su propia justicia, ahora todo esto le
parece basura.
Para Pablo no
hay otra justicia que la que viene de Dios como una gracia para todos los
creyentes. En esta justicia está la salvación y no en las obras de la Ley. San
Pablo señala los puntos principales de
su doctrina: El hombre se justifica al recibir la justicia que viene de Dios,
abriéndose por la fe a esta justicia.
Pablo espera
recibir, como fruto de esta justificación por la fe, un
"conocimiento" de Cristo. No se trata aquí de un conocimiento
meramente teórico, sino de una experiencia profunda y de una comunión de vida
con el Señor resucitado. Muerte y resurrección son momentos inseparables tanto
en la vida de Cristo como en la de sus discípulos. El encuentro con Cristo en
el camino de Damasco y el camino operado en la vida de Pablo, es ciertamente ya
un premio; sobre todo es premio el haber sido elegido y tomado por el Señor
para su servicio. De todo esto tiene Pablo clara conciencia y es para él como
una prenda de lo que todavía confía en alcanzar.
Pero mientras
tanto lo verdaderamente importante es seguir adelante en la carrera. El
corredor que vuelve atrás su mirada para ver sus éxitos o fracasos no está en
lo que hace; el corredor debe tener los ojos puestos en la meta; así Pablo
tiene los ojos puestos en Cristo y los oídos a Dios que le llama desde lo alto.
El amor de Cristo le urge y Pablo corre como un atleta.
Jesucristo, el
Señor resucitado ya ha alcanzado a Pablo; por eso ahora Pablo, en respuesta al
Señor, tiene que procurar dar alcance a Cristo.
En todo el
párrafo aparece un Pablo seducido totalmente por Cristo, en cuya comparación
nada importa. Es uno de los momentos en que más claramente aparece la seducción
que Cristo ha tenido sobre Pablo, en todos los planos de la existencia de
Apóstol. Es un ejemplo de lo que debe significar Cristo para todo cristiano. No
sólo para Pablo de Tarso.
En el se nos presenta a los letrados y los fariseos
que tratan de comprometer a Jesús. Así ponen a la mujer adúltera en medio
del corro acusándola ante Jesús y todos los presentes. Si perdona, va contra la
ley judía; si aprueba la condena de muerte, se contradice a sí mismo y va
contra la autoridad romana, la única capaz de condenar a muerte. Jesús les dice
que comience a tirar la primera piedra el que de ellos se encuentre sin pecado.
Jesús, se
inclina en silencio hacia el suelo. Cuando le insisten para que se pronuncie,
se incorpora e invita a que quien no tenga pecado tire la primera piedra. Luego
vuelve a inclinarse y continúa escribiendo con el dedo en la tierra. No sabemos
qué es lo que escribía. Quizá lo único que pretendía era dar tiempo para
suscitar la reflexión y hacerles caer en su incongruencia. Jesús les invita al
examen personal de conciencia para que reconozcan también la hipocresía social
que condena a la mujer. Desenmascarados, van saliendo de uno en uno, hasta dejar sola a la adúltera frente a
Jesús.
Es muy hermosa
la escena y es muy notable la posición general de Jesús. Desde su pretendido
ensimismamiento hasta el desenlace final que purifica los pecados de la mujer.
Cuando todos se habían ido y quedó Jesús con sus discípulos y la mujer en medio
del corro. Jesús se levantó de nuevo para pronunciar ahora una palabra de
misericordia. No disculpa ciertamente la acción que ha cometido esta mujer,
pero hace valer para ella la gracia y no el rigor de la justicia. Jesús consigue que una adúltera no sea condenada
por otros pecadores.
El texto es
perfectamente inteligible en clave de hijo mayor e hijo menor de la parábola de
Lucas del domingo pasado. Tanto uno como otro tienen algo en que cambiar, los
que cumplen la Ley de Dios y los que no la cumplen. Más aún, los que la cumplen
no tienen ningún derecho a recriminar ni a condenar a los que no la cumplen. La
palabra y la mirada tierna y misericordiosa de Jesús es la que salva y levanta
a la mujer pecadora de su postración.
Para nuestra vida.
Ya desde la primera lectura se nos invita a
descubrir y esperar algo nuevo. Es una
llamada a esperar lo nuevos que nos ofrece Dios.
No es de cristianos
vivir de recuerdos, pasarse la vida suspirando por lo que pasó, encerrado en un
pasado que ya no existe. Hay que mirar con ilusión nuestra propia época,
tratando de mejorarla, luchando para que haya más justicia, más amor, más paz.
Es lo que Dios pone en nuestras manos, el talento que ahora tenemos que
negociar hasta conseguir el máximo rendimiento. El pasado no es más que eso,
pasado. Lo que realmente nos pertenece es el presente, de esto es de lo que
tenemos que responder ante Dios. Lo pasado ya no tiene remedio, mientras que lo
que ocurre ahora es susceptible de hacerse bien. Es señal de vejez el mirar
atrás. De esa vejez caduca y decadente que afecta no sólo al cuerpo, sino
también al espíritu. Esa es la peor forma de llegar a viejo, ese vivir del
pasado, ese sentirse desfasado en el presente, ese no mirar con esperanza y con
serenidad al futuro.
La salida de
Egipto con el camino por el desierto, simboliza nuestra vida del pecado. En cambio el perdón divino nos
da una vida nueva que irrumpe impetuosa en
nuestra actitud de anhelo del pasado. Estamos llamados a vivir la nueva
criatura, la creada según Dios, en justicia y santidad .
Sólo en la
medida en que estemos dispuestos a recibir la presencia de Dios en nuestra
vida, será posible olvidarse de lo que queda atrás y lanzarse a lo que está por
delante, como nos recuerda San Pablo en la Carta a los Filipenses. Las
liberaciones históricas del pasado son garantía de la intervención presente. La
liberación presente continúa y profundiza las del pasado.
La segunda lectura nos recuerda la novedad de la
" ley de Cristo" , la ley del amor, ¿cambia y transforma realmente
nuestra vida? Sólo si esto es así, podremos también nosotros decir con el salmo
responsorial: “el Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”.
No olvidemos
que siendo la "justificación" una gracia de Dios, no quedamos
reducidos a una situación de mera pasividad. Pues el hecho de haber sido
agraciados con la justicia que viene de Dios es el fundamento de un imperativo
ético y la condición de su posible cumplimiento: Radicalmente justificados por
la gracia de Dios, podemos y debemos hacer obras de justicia verdadera hasta
alcanzar la plena salvación. De ahí que San Pablo haga suyo el consejo que hace
a los Filipenses: "Trabajar con temor y temblor en la propia
salvación". San Pablo tiene conciencia de que aún está en camino para
conseguir la meta y el ideal de todo cristiano. En ese camino nos encontramos
nosotros mientas peregrinamos en este mundo.
Conocer a
Cristo, ganar a Cristo, existir en Cristo, comulgar en sus padecimientos, morir
su muerte, conocer y participar la fuerza de su resurrección: esto es la vida
cristiana. Hay distintos niveles y grados. ¡Pero qué profundidades se pueden
conseguir en este bucear en Cristo! Pablo se propone como ejemplo: él fue
alcanzado por Cristo cuando corría en otra dirección; ahora es él quien
pretende alcanzar a Cristo, "corriendo hacia la meta, lanzándose hacia
adelante". Como el atleta, siempre en tensión progresiva. La vida cristiana
es esencialmente camino, carrera y progreso. Una exigencia atlética: liberarse
de peso excesivo y cargas inútiles: todo es estorbo y "basura", en
comparación con el premio.
El evangelio es una gran lección para cuantos nos
erigimos a veces en jueces de los demás. Con qué facilidad sometemos la
conducta ajena a nuestro propio juicio. Olvidamos que el Señor nos ha dicho que
no juzguemos y no seremos juzgados, y que con la misma medida con que midamos a
los demás, seremos nosotros medidos. Nos resulta más fácil ser fiscales que no
defensores, tendemos a resaltar las circunstancias agravantes y a olvidar las
atenuantes.
Hoy día
seguimos condenando, somos jueces implacables de los demás. Los males, decimos,
son muchos, pero los culpables son los otros, o las estructuras... No queremos
reconocer que todos somos corresponsables, por acción o por omisión, del mal y
de la injusticia que sufre nuestro mundo. Esto se llama hipocresía. Trasladamos
a la conducta del prójimo nuestra propia malicia y hacemos realidad aquello de
que se cree el ladrón que todos son de su condición. La llamada del Señor -en
este tiempo de conversión- es a
rectificar, a ser benévolos a la hora de juzgar; dentro de lo posible
abstengámonos de hacerlo, dejemos que sea Dios quien emita su justo juicio y
seamos misericordiosos para que el Señor lo sea con nosotros, que falta nos
hace.
No olvidemos
que sólo el Señor es capaz de reconstruir a la persona por dentro para
convertirla en nueva criatura. Sólo Jesús puede cambiar la orientación de
nuestra vida para que podamos cantar con el salmo de hoy que "El Señor ha estado grande con nosotros y
estamos alegres".
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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