sábado, 26 de noviembre de 2016

Comentario a las Lecturas del I Domingo de Adviento 27 de noviembre 2016.

Hoy empezamos un nuevo año cristiano. Y lo empezamos con una convocatoria que nos resulta conocida y nueva a la vez: somos invitados a celebrar el Adviento, la Navidad y la Epifanía. Desde hoy (27 de noviembre) hasta el final del tiempo de Navidad con la fiesta del Bautismo del Señor (7 de enero), van a ser cinco semanas de "tiempo fuerte" en que celebramos la misma buena noticia: la venida del Señor. Las tres palabras. Adviento, Navidad y Epifanía, o sea, venida, nacimiento y manifestación, apuntan a lo mismo: que Cristo Jesús se hace presente en nuestra historia para darnos su salvación.
En este  Ciclo litúrgico (A) el evangelio propio es el de  S. Mateo. Se trata, sin duda, del escrito evangélico con un mayor protagonismo en la historia de la Iglesia, tanto por el amplio número de comentarios sobre el mismo, como por su mayor utilización en la vida litúrgica de la comunidad cristiana.
El Evangelio de san Mateo está dirigido a probar que Jesucristo es el Mesías anunciado por los profetas y que en Él se cumplió todo lo que los profetas habían anunciado. A Mateo lo pintan con la imagen de un hombre, porque su Evangelio empieza haciendo la lista de los antepasados que Jesús tuvo como hombre.
San Mateo pone de relieve la autoridad del único Maestro, Jesús. Tiene la esperanza de que este Maestro hable por medio de su evangelio. Todas las demás autoridades pierden fuerza donde Jesús se convierte en el Señor.
Las comunidades son, sobre todo, unas comunidades de hermanos y hermanas, regidas por las enseñanzas y autoridad de un único Maestro, Jesús, que es el Mesías judío esperado, pero también el Señor universal para todos los pueblos. El sueño de Mateo: una iglesia que evidencie el único señorío de Jesús, no deja de ser el sueño de muchos cristianos y cristianas hoy., que continuamos caminando en las múltiples y coloridas comunidad cristianas.

La primera lectura de hoy  del capítulo segundo del Libro del Profeta Isaías ( Is 2,1-5 ) , marca el tiempo mesiánico. Una de las formas de representar el tiempo escatológico es presentarlo como un tiempo en el que no hay guerras, donde Dios mismo romperá las armas de la muerte (Os 2, 20; Zac 9, 10; Sal 46, 10). Aquí, las naciones, tras haber recibido las instrucciones de la palabra del Señor, se encargarán de romper lo que pueda ocasionar la guerra. El hombre que trabaja por ser artesano de la paz se acerca a su destino verdadero, es ciudadano de la nueva Jerusalén.
Isaías predica en Jerusalén en tiempos del rey Joatam (alrededor de los años 740-734 a.C.). Es un momento de prosperidad económica, pero que esconde la presencia de la injusticia y de la falsa piedad. El profeta, influenciado por el estilo denunciador de Amós, saca el tema a la luz y llama a la conversión: Jerusalén tendrá que volver a ser la ciudad fiel.
Isaías, hombre de Dios, profeta y poeta al mismo tiempo, sueña en lo que ha de venir: la reunión de todos los pueblos de la tierra, el cese de todas las guerras y contiendas, la transformación de las espadas en arados y de las lanzas en podaderas...
Pero Isaías no se queda sin hacer nada. Los sueños son para convertirlos en realidad, por eso grita en medio del pueblo: "casa de Jacob, vamos, caminemos a la luz del Señor", y la esperanza se hace camino, comienza el éxodo, la salida. No hay advenimiento, venida del Señor, si no hay éxodo, salida del pueblo de Dios.
En este texto, Isaías mira más allá, hacia el futuro, para vislumbrar el destino de la ciudad en los planes de Dios. Jerusalén, y con ella el monte de la casa del Señor, será un centro de irradiación de la Palabra de Dios: "porque de Sión saldrá la ley.."; y un centro de atracción para todos los pueblos: "Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos". Centro ascensional, que con un movimiento vertical atrae hacia arriba, no por el hecho de ser una elevación geográfica, sino por el hecho de la presencia de Dios. Es la contrarréplica a la torre de Babel: ésta era una elevación obra de los hombres, que llevó a la confusión del lenguaje y a la dispersión, aquélla, Jerusalén, ofrecerá a los hombres la palabra de Dios y la unidad.
Nos comenta Aloso- Schökel "Este poema es uno de los más inspirados y profundos del A.T. El monte se vuelve centro y origen de un doble movimiento, propuesto en orden cronológico inverso: movimiento centrífugo de irradiación, ley y palabra; movimiento centrípeto de concurrencia universal... ¿Quién los ha convocado? ¿qué fuerza de gravedad invertida los ha puesto en movimiento, para que converjan y asciendan?... Del centro del mundo ha salido una fuerza misteriosa, no de ejércitos ni de violencia, sino de convicción pacífica e irresistible". (L. Alonso ·Schökel-A)

El responsorial es el salmo  (Sal 121,1-9) , el mismo de la semana pasada, aunque los versículos que se proclaman hoy son otros, si es el mismo la misma antífona. “Que alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor”. Sin duda está en perfecta relación con la primera lectura que acabamos de escuchar.
Respecto al domingo pasado se añaden los versículos 6-9.
Decíamos de  este salmo el domingo  pasado: " Salmo de "peregrinación" en ritmo gradual, con palabras claves que se repiten. Es era el último salmo que los judíos entonaban en su peregrinación a Jerusalén, cuando la impresionante mole del Templo se hacia visible ante sus ojos. Muestra la alegría desbordante por llegar a la Casa del Señor. Igual tiene que ser para nosotros, hoy. Mostremos nuestra alegría por estar, juntos, en la Casa de Dios.
  Los peregrinos, después de un largo viaje de acercamiento llegan finalmente ante Jerusalén. Uno de ellos exclama de alegría y admiración. La ciudad ¡qué bella es! Se siente la sorpresa de un pueblerino o de un nómada pasmado al mirar las construcciones que forman un todo compacto: casas, calles, palacios, el templo, todo rodeado de murallas y torres sólidas.
El tono principal es de alegría. En forma de "inclusión" al principio y al fin del salmo, la razón profunda de esta alegría: "la Casa del Señor"... Sí, Yahveh vive en esta ciudad. Junto al nombre de la ciudad repetido amorosamente, un conjunto de expresiones poéticas y aliteraciones.
Fijémonos en la expresión: "Invocad la paz sobre Jerusalén" : la palabra "paz" tiene las mismas consonantes de Jerusalén... Cuando no utiliza ni "shalom" ni "Ieruschalaim", dice "allí" adverbio que casualmente tiene dos de las consonantes de Jerusalén. El conjunto, cantado en hebreo, es una pequeña maravilla musical. Es obra de un gran poeta.
En cuanto a un sentido más profundo, es también de perfecta unidad: Jerusalén, la capital, hacia la cual convergen caminos de todas partes, de arquitectura compacta (ciudad construida en la cima de una montaña), ciudad cuyo nombre significa "paz", es también símbolo de unidad de las tribus dispersas... La fe en el único Dios cuya gloria habita en el Templo, es el fundamento de esta comunidad fraternal.
Jerusalén es el corazón del judaísmo, centro de su pensamiento y de sus cantos, a quien los grandes poetas hebreos de todos los tiempos han dedicado sus más inspirados poemas.
En todo tiempo Jerusalén ha sido la capital del mundo judío: en tiempo de David y de los reyes, en tiempo de Esdras y Nehemías después del exilio, en tiempo de los Macabeos y en la época del Nuevo Testamento. Y en los 2000 años de Diáspora, después de su destrucción en el año 70, Jerusalén ha sido siempre el centro espiritual de su vida, la capital de su destino, como lo es actualmente en el moderno estado de Israel.
El salmo 121 canta la emoción de la ida a Jerusalén y las excelencias de la ciudad. Tiene una estructura sencilla que se puede presentar así:
a) Anuncio de la ida a Jerusalén y alegría (vv. 1-2)
b) Elogio de la ciudad: de su templo e instituciones (3-5).
c) Augurios de paz y de felicidad (6-9).
a) Anuncio de la ida a Jerusalén y alegría (vv. 1-2)
            Los versículos de este domingo (6-9), añaden mayor esplendor a la alegría expresada. Bendiciones sobre la ciudad: «Desead la paz... te deseo todo bien» . Los peregrinos pronuncian sus bendiciones sobre la ciudad. Le desean todos los bienes, sobre todo la síntesis de bienes que es la paz. La razón de este deseo, al mismo tiempo garantía de su eficacia, es la casa del Señor de la alianza.

La segunda lectura  es de la Carta del Apóstol San Pablo a los romanos (Rom 13,11-14 ).
La carta debió ser escrita por Pablo en Corinto durante el invierno del 57-58, a punto de partir para Jerusalén, desde donde espera ir a Roma y de allí a España.
El texto pertenece a la segunda parte de la carta de San Pablo a los fieles de Roma. En la primera parte (1, 18-11, 36) les ha dicho lo que ya son los cristianos, ahora les dice lo que deben de ser. Pues la fe cristiana no es un estado o situación establecida de una vez por todas, sino una vida y un proceso en permanente evolución para responder día a día a las sorprendentes llamadas de un Dios que siempre está viniendo. Tampoco el Evangelio es simplemente el anuncio de lo que ya ha sucedido, es también promesa pendiente de lo que aún ha de suceder y el imperativo de un deber que es preciso cumplir. El motivo poderoso que impulsa la vida de fe es la venida inminente del Señor.
La expectación de Pablo y de los primeros cristianos, que vivían en vilo esperando esa venida del Señor, parece para nosotros agua pasada. Diríase que el Señor se ha retardado, diríase que nosotros nos hemos dormido cansados de tanto esperar. Sin embargo, lo cierto es que vivimos en el principio del fin. Pues nada puede ocurrir ya verdaderamente decisivo después de la muerte y resurrección de Jesús; todo lo demás, con ser importante en gran manera, son consecuencias de este suceso de salvación. A gran manera, son consecuencias de este suceso de salvación. A nivel individual, lo decisivo de nuestras vidas es la incorporación a Cristo y a su pascua por el bautismo y la fe . De ahí se sigue, la urgencia de vivir atentos a los siglos de los tiempos y los días para responder al Señor que viene y nos llama.
Creer en Jesús conlleva una actitud, una toma de postura bien definida: vivir en esta vida teniendo presente que pensar con los criterios de la sociedad injusta es no darse cuenta del "tiempo" en que vivimos, del tiempo de la salvación, del tiempo de Jesús. Aquí, las "actividades de las tinieblas" hacen referencia no sólo a la vida a veces desenfrenada de los paganos (hay que pensar en Nerón yendo por las tabernas nocturnas de Roma: Suetonio, Nero, XXVI), sino al mismo ser pagano que es tinieblas. El creyente que vive a lo pagano es una contradicción en vida. Para mantener la fe hoy, y para darle nuevo aliento, es preciso caer en la cuenta de que ser cristiano implica una serie de exigencias de tipo espiritual y también moral.
El "momento" parece indicar los últimos días, la era escatológica, inaugurada por Cristo, que se contrapone al tiempo anterior. Se trata del tiempo de la Iglesia. La conciencia que el cristiano tiene de la importancia de este tiempo debe influir poderosamente en su actuar como hijo de la luz.
La Biblia no concibe a Dios en abstracto como podían hacerlo Platón o Aristóteles, sino que lo percibe y lo entiende en el marco de sus intervenciones acá en la tierra, que convierte la historia del mundo en historia de salvación, puesto que parte de ésta se da en la historia. Frente a los ciclos cósmicos de eterno reposo de las cosas, en la Biblia domina la concepción de que los jalones son acontecimientos únicos que no se repiten. La humanidad se enriquece poco a poco acumulando experiencia y, así, se hace posible el progreso y una marcha hacia la plenitud final que no es la vuelta al principio.
El "día-de-Yahvé", cuya fecha es desconocida, será comienzo de una nueva era de justicia y felicidad, de nuevos cielos y nueva tierra. De los textos no se puede sacar una satisfacción de la curiosidad sobre el momento final, sino únicamente la conciencia de las exigencias espirituales que comporta el tiempo en que vive. Jesús, que vive en el tiempo histórico (6 a.C al 30 d.C.), divide la historia en antes y después e inaugura el tiempo del cumplimiento, el tiempo de la Iglesia. Los últimos tiempos están sólo inaugurados, pero todavía no se palpan todos sus frutos. Es el "ya" pero "todavía no" en el que la conversión a Dios se realiza a través del seguimiento de Jesús. La venida del Hijo del Hombre, de la que el cristiano está en espera continua, define a Cristo como el alfa y omega de la historia humana.

El evangelio de San Mateo (Mt 24,37-44), presenta el final del evangelio, con el siguiente desarrollo: el versículo inicial establece una comparación entre la venida del Hijo del Hombre y la época de Noé. Los versículos siguientes 38-41 explican el sentido de esa comparación. Por último, los versículos 42-44 extraen la consecuencia.
Un verbo domina en él: venir. Venida del Hijo del Hombre, del diluvio, de un ladrón. De estas venidas, dos, la del diluvio y la del ladrón, sirven de referencia aclaratoria de la tercera, la del Hijo del Hombre, expresión cuyos orígenes literarios controlables se remontan al singular libro de Daniel.
Las tres venidas tienen un dato en común: su imprevisibilidad y, consiguientemente, el desconocimiento del momento exacto de las mismas. A la luz de este dato, el interés del texto se centra en despertar en los oyentes una actitud vigilante a fin de que no les coja desprevenidos la venida del Hijo del Hombre.
 La alusión a los días de Noé antes del diluvio se hace para explicarnos cómo la venida del Señor será repentina y sin previo aviso. A diferencia de lo ocurrido cuando la destrucción de Jerusalén, no hay señales claras que determinen el momento del fin del mundo. Por eso los hombres harán su vida como si tal cosa y serán sorprendidos como lo fueron en tiempos del diluvio.
La venida del Hijo del Hombre, la parusía, sorprenderá a los hombres en medio de sus faenas y diversiones. No todos serán elegidos y congregados de los cuatro vientos de la tierra por los ángeles (v. 31). Uno será tomado y otro dejado. Los hombres, que han crecido juntos, como la cizaña y el trigo, serán separados en aquel día del juicio. Para los justos será un juicio de salvación (cfr. Lc 21. 28); para los impíos, de condenación.
 La incertidumbre del fin es una advertencia para que vivamos vigilantes en todo momento, pues cualquiera puede ser el decisivo. Vigilar es estar abierto por la esperanza hacia el futuro del Señor que viene, es también estar dispuesto a reconocerle en los pobres y necesitados y a cumplir en cada caso el mandamiento del amor. Es también orar. Sólo el que vigila está preparado para el encuentro con Dios en Cristo. La expresión "vuestro señor" no es original de Jesús, sino del evangelista.
La breve parábola del dueño de la casa que no puede dormir despreocupado porque no conoce la hora en que el ladrón puede robarle, señala claramente cuál debe ser la actitud del cristiano. Así que la espera de la venida del Señor, que vendrá repentinamente como un ladrón que no anuncia la hora de su visita, lejos de ser una buena excusa para evadirse de todos los problemas, es una severa advertencia para vivir atentos la hora de nuestra responsabilidad. Los cristianos deben demostrar que esperan al Señor preparando los caminos de su advenimiento, deben ser los más activos de los hombres en la construcción del mundo. Nuestra sociedad parece cada vez más estúpida e insensible a la verdad y a la justicia. Sin embargo, la justicia vendrá en su día. ¿No es hora ya de despertar del sueño?
El texto pretende que nos percatemos  de que la historia (la particular y la general) tiene un sentido. Vivir sabiendo que tiene sentido: he aquí el significado de la invitación del texto de hoy. Conciencia de perspectiva, percepción del horizonte. ¡Que existen! ¡Porque existen! He aquí la vigilancia y la preparación de las que el texto de hoy nos habla. No habla de la muerte ni del estado de gracia en el momento de la muerte. Nos habla de que él Hijo del Hombre es el sentido mismo de la historia, que no es otro que Dios. El estar preparado es ser consciente de ese sentido, estar abierto a las inquietudes de la trascendencia. Estar en vela es mirar el horizonte de la historia , en la que estamos inmersos. El texto de hoy es todo lo contrario de una escuela de terrores y de miedos. Dicho más llanamente: es una invitación a la perspectiva y al optimismo. Invitación tanto más necesaria cuanto que con más frecuencia de lo deseable, nos encerramos dentro de las cuatro paredes de un universo impremeditado y sin sentido.
Expresamente nos dice que hay que estar en vela en la historia y particularmente en este tiempo de Adviento, para no desaprovecharlo y atender a nuestra más profunda conversión.

Para nuestra vida.
En este Adviento, la llamada es clara: se trata de ver la realidad a través de Cristo, que nos interpela y nos urge a la responsabilidad y al amor. Así es como los cristianos nos preparamos a salir al encuentro del Salvador, y así preparamos esta nueva Navidad. Iluminados por el misterio de Cristo y llamados a su encuentro en la eternidad, volvemos a la convivencia en un mundo en el que los hombres, nuestros hermanos, viven las más de las veces inconscientes de la necesidad que tienen de Cristo. Es preciso, es urgente que seamos luz para ellos.
Las lecturas de este domingo son una llamada a renovar nuestra fe y nuestra responsabilidad ante el misterio salvífico de Cristo.

La primera lectura (Isaías 2,1-5), nos presenta un sueño  del profeta Isaías. Profeta es el que ve más allá y el que ve más adentro. Profeta es el que capta el sentido de las cosas y los acontecimientos. Profeta es el que conoce lo que hay en el hombre y lo que está llamado a ser; el que se hace transparente a todo; el que escucha la voz del Espíritu.
Isaías tuvo una visión, tuvo un sueño. Sueña que todas las naciones se dejarán instruir por el Dios de la verdad y la misericordia, que caminarán por las sendas del derecho y la justicia, que se aprobarán las leyes de la solidaridad. Sueña que un día todos los hombres se darán las manos y se sentarán a la mesa de la fraternidad, y las armas se guardarán en los museos de la historia o se reconvertirán en instrumentos para el desarrollo; sueña que todos los hombres se declararán objetores de conciencia y que «nadie se adiestrará para la guerra».
Isaías  hace un espléndido anuncio "al final de los días", que fue ya, y es hoy y será mañana. es para "Judá y Jerusalén", para la Iglesia y cada comunidad cristiana. Aunque la oscuridad envuelva el mundo, siempre habrá una luz puesta sobre el monte; siempre habrá montes de esperanza; Cristo será el mejor, el más hermoso y luminoso de los montes; siempre habrá hombres y "pueblos numerosos", que busquen y suban a esas montañas luminosas, para saciarse de palabra, de justicia y de paz.
"El Señor reúne a todos los pueblos en la paz eterna del reino de Dios". No obstante la ignorancia y las aberraciones de los hombres, en los planes divinos el designio de salvación se extiende a toda la humanidad. Todos tenemos total necesidad de Cristo Redentor y de la revelación plena del amor de Dios. En esta primera lectura, el profeta Isaías contempla en lontananza el día del Señor y presenta el carácter universal de toda la salvación. El pueblo de la Alianza (el Antiguo y Nuevo Israel) ha sido elegido por Dios para poseer y transmitir la fe y la salvación a todos los pueblos. Dios obra en favor del mundo a través de la Iglesia, ya que el primer pueblo de la Alianza fue infiel.
De ahí la responsabilidad de todo cristiano de no poner obstáculos a la misión salvadora y redentora de Cristo. A todos nos incumbe siempre una actitud misionera, en la medida de nuestras posibilidades, según los diversos estados en que vivimos nuestra vocación.

El salmo responsorial  de este domingo nos  ayuda a expresar la alegría de sentirnos cerca de la casa del Señor. Cuando en sus peregrinaciones anuales los israelitas llegaban a Jerusalén, sus rostros quedaban iluminados contemplando la ciudad santa. Allí, en santa asamblea, se congregaba el pueblo, como en los tiempos del desierto en torno a la tienda; allí resonaban las alabanzas al nombre del Señor; allí era posible a los israelitas en litigio encontrar justicia, pues en las puertas del palacio real estaban los tribunales de justicia; allí resonaba sin cesar el tradicional «shalom» entre los hermanos de un mismo pueblo. ¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor»!
Lo que para Israel representaba Jerusalén, para nosotros, cristianos, lo representa el domingo. En este día, nos reunimos, y el nuevo Israel aparece como ciudad bien compacta en las asambleas dominicales; en este día, según la costumbre del nuevo Israel, celebramos el nombre del Señor; este día nos aporta la esperanza escatológica y es, para quienes frecuentemente sufrimos, prenda de que se nos hará justicia definitiva; en este día del Señor, intercambiamos todos los cristianos nuestro «shalom» al celebrar la eucaristía...
Que nuestro entusiasmo, al llegar el domingo, no sea, pues, menor que el de Israel cuando se acercaba a Jerusalén: ¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor»!

La segunda lectura (Romanos 13,11-14), nos urge a una vida renovada:  "Comportaos así, reconociendo el momento en que vivís; pues ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe.". Quienes por la fe ya hemos conocido el misterio de Cristo no podemos caer en la inconsciencia de vivir en la irresponsabilidad de los hijos de las tinieblas. Tenemos ansias del encuentro definitivo de Cristo. Nuestra vida presente es una marcha hacia el futuro.
Por eso para el cristiano que espera ese encuentro y que ha hecho suyas las aspiraciones de los hombres de su tiempo, el sentido de la historia de la humanidad es el sentido de su misma historia, que solo tiene valor a la luz de Cristo. Apartarse de ahí es caminar en las tinieblas.
El texto es una invitación a la conversión activa, a salir del mundo viejo y caminar hacia lo nuevo. Pablo, además, anuncia algo muy importante: que nuestra salvación está cerca.
"Daos cuenta del momento en que vivís": Pablo exhorta a la comunidad cristiana de Roma a darse cuenta de que está viviendo ya en los tiempos definitivos, en los tiempos finales. El cristiano se sitúa siempre en este tiempo decisivo y, por tanto, vive en la tensión de la exigencia de ser un testimonio coherente de la fe. Este tiempo ha empezado con la muerte y la resurrección de Cristo; en El Dios ha pronunciado la palabra definitiva sobre el hombre y su historia.
-"Ya es hora de espabilarse": Pablo recurre a las imágenes de la apocalíptica para describir este tiempo definitivo: es el inicio del día, que reclama al hombre la decisión dificultosa de dejar el sueño y emprender la lucha diaria. Día y noche, oscuridad y luz, son imágenes de la opción clave entre el bien y el mal que el hombre ha de realizar. La referencia a la oscuridad queda completada con la descripción de algunos vicios.
-"Vestíos del Señor Jesucristo": El hombre a quien el día sorprende durmiendo aún va sin vestir y no se encuentra preparado para la lucha. El cristiano por el bautismo se ha revestido de Cristo y no tiene que abandonar ese vestido si quiere estar a punto para el tiempo decisivo.

En el evangelio de San Mateo 24,37-44,  Jesús compara la venida del Hijo del Hombre a lo que sucedió cuando el diluvio. Pero la venida del Hijo del Hombre no será un diluvio devastador, sino una lluvia pacífica y fecunda. Lo que pasa es que no avisa. Y la gente ni está preparada ni se da cuenta. Los grandes acontecimientos no suelen anunciarse al son de trompetas. El ladrón tampoco avisa, ni la muerte, ni los cambios culturales, ni las reformas religiosas. Cuando nos damos cuenta, están ahí.
Pues de eso se trata, de darse cuenta. No es que hayamos de vivir temerosos, como si en cualquier esquina nos alcanzara la goma-2 asesina o la navaja ladrona. Temerosos no, porque es falta de fe; pero tampoco inconscientes o dormidos. La consigna es «vigilad». Vigilad porque el Hijo del Hombre viene en cada momento; porque la verdad y la justicia necesitan ser defendidas en cada instante; porque la solidaridad, como el amor, no descansa; porque la libertad hay que ejercitarla en cada hora. Vigilad, para que no os perdáis la gracia del encuentro.
La gente, como en tiempos de Noé, come, bebe, se casa, trabaja, se divierte, pero está insatisfecha y vacía y no se da cuenta de nada. La gente no ve más allá de su cartera o del plato de comida.
" estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor". No sabemos el día ni la hora. Solo la fe vigilante y la fidelidad permanente pueden hacer nuestras vidas dignas de salvación eterna. La realidad cotidiana con su monotonía exasperante nos adormece. A nuestro alrededor hay acontecimientos difíciles: guerras, violencias, injusticias, etc. A todo nos acostumbramos. Existe quien responde y quien se calla, quien se esfuerza y quien se abandona.
San Juan Crisóstomo llama aquí a la vigilancia esperanzada:
" En medio de la oscuridad no puedes distinguir al amigo del enemigo. No distinguimos de noche los metales preciosos de las meras piedras. Del mismo modo, el avaro y el licencioso no distinguen la verdad y el valor de la virtud.
«Así como el que camina de noche va muerto de miedo, de igual modo los pecadores andan continuamente atormentados por el miedo de perder sus bienes y por el remordimiento de su conciencia.
«Ea, pues, dejemos una vida tan penosa. Ya sabéis que después de tantas calamidades viene la muerte... Creen los pecadores ser ricos, y no lo son. Creen vivir entre delicias, y no gozan de ellas... Nosotros vivamos sobrios y vigilantes, como quiere Cristo. “Andemos decentemente y como de día” (Rom 13,13). Abramos las puertas para que aquella Luz nos ilumine con sus rayos y gocemos siempre de la benignidad de nuestro Señor Jesucristo»  (Comentario al Evang. Juan, hom. 5).

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