sábado, 8 de septiembre de 2018

Comentario a las Lecturas del XXIII Domingo del Tiempo Ordinario 9 de septiembre

La primera lectura de hoy, el salmo y el evangelio son una proclamación entusiasta de este "programa" de Jesús, de este "proyecto" de Dios.
Este domingo  coincide con el comienzo de un nuevo curso. reuniones, planes, propósitos van siendo realidad en nuestras parroquias, comunidades.... La crisis económica y de la emigración sigue ahí, produciendo muchas carencias y problemas. Hay sordos de conveniencia, no quieren ser molestados; sordos por el miedo, aislados por sus muchas necesidades. Hay, sin duda, mucho pobre en nuestros recorridos habituales y muchos más a las puertas de las Iglesias. Nunca como ahora tenemos que luchar contra todos estos problemas, a favor de la apertura, del final de la sordera, de tanta gente con problemas. A Jesús le preocupaba que el sordo del relato de Marcos no escuchara la Palabra de Redención.
Buscamos en la Palabra del Señor, luz y sanación para nuestra sordera.
La primera lectura está tomada de Isaías (Is. 35, 4-7a). Los caps. 34-35 nos presentan una visión escatológica en dos escenas complementarias:
El  cap. 35 es de gozo y  alegría : "regocijarse", "alegrarse", "gozo y alegría" (vs. 1b. 2; pena y aflicción quedan excluidas (v. 10).
El canto del capítulo 35 se alimenta de la larga historia de la esperanza de Israel y de sus profetas. En él se compendian las promesas en un momento en el que las situaciones históricas en que esas promesas se formularon han casi desaparecido. Pero los destinatarios del mensaje de salvación son los mismos: los oprimidos, los enfermos, el pueblo en el desierto. Gozo y alegría por la presencia del Señor que trae la liberación a los desterrados (vs. 2b.4b).
Las "manos débiles", "rodillas vacilantes", "cobardes de corazón" son todos aquellos que en sus manifestaciones exteriores (=manos/rodillas) y en su interior (=corazón) dudan, tras el destierro del pueblo, del poder divino. Todos ellos verán la manifestación liberadora del Señor; el miedo quedará desterrado y sus convicciones internas y externas adquirirán madurez y firmeza.
Lo menos importante a los ojos humanos como la tierra árida (v.1), los hombres indecisos (vs. 3-4a), los mutilados: ciegos, sordos, cojos y mudos (vs. 5-6a), serán los primeros en participar del gozo y alegría traídos por el Dios liberador.
El texto que se nos presenta, es el mismo que leyó Jesús en la sinagoga de su pueblo. Todos los judíos conocían este texto que anunciaba la liberación de Israel. Estaban ya cansados de tanta opresión. Se anuncia la vuelta de los desterrados con imágenes muy palpables: "se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará". Es la victoria sobre todos los impedimentos físicos y el resurgir de la naturaleza: "han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque; lo reseco un manantial".
Son palabras de esperanza: "Decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará" (Is 35, 4). Y viene en persona. No quiere valerse de intermediarios, quiere venir Él mismo hasta el lugar donde te debates, en tremenda lucha quizás.

El responsorial es el  Salmo 145 ( 145, 7. 8-9a. 9bc- 10). Es un "himno" del reino de Dios. A partir del salmo 145, hasta el último, el 150, tenemos una serie que se llama el "último Hallel", porque cada uno de estos seis salmos comienza y termina por "aleluia". En esta forma el salterio termina en una especie de ramillete de alabanza. Recordemos que la palabra "hallélouia" significa, en hebreo "alabad a Yahveh", "alabad a Dios".
El salmista canta el amor de Dios en una especie de carillón festivo, más sensible en hebreo por la repetición, nueve veces, de una misma construcción gramatical que se llama el participio hímnico, en este caso es la palabra "El Señor".
Así comentó San Juan Pablo  II este salmo:" 1. El salmo 145, que acabamos de escuchar, es un "aleluya", el primero de los cinco con los que termina la colección del Salterio. Ya la tradición litúrgica judía usó este himno como canto de alabanza por la mañana:  alcanza su culmen en la proclamación de la soberanía de Dios sobre la historia humana. En efecto, al final del salmo se declara:  "El Señor reina eternamente" (v. 10).
De ello se sigue una verdad consoladora:  no estamos abandonados a nosotros mismos; las vicisitudes de nuestra vida no se hallan bajo el dominio del caos o del hado; los acontecimientos no representan una mera sucesión de actos sin sentido ni meta. A partir de esta convicción se desarrolla una auténtica profesión de fe en Dios, celebrado con una especie de letanía, en la que se proclaman sus atributos de amor y bondad (cf. vv. 6-9).
2. Dios es creador del cielo y de la tierra; es custodio fiel del pacto que lo vincula a su pueblo. Él es quien hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos. Él es quien abre los ojos a los ciegos, quien endereza a los que ya se doblan, quien ama a los justos, quien guarda a los peregrinos, quien sustenta al huérfano y a la viuda. Él es quien trastorna el camino de los malvados y reina soberano sobre todos los seres y de edad en edad.
Son doce afirmaciones teológicas que, con su número perfecto, quieren expresar la plenitud y la perfección de la acción divina. El Señor no es un soberano alejado de sus criaturas, sino que está comprometido en su historia, como Aquel que propugna la justicia, actuando en favor de los últimos, de las víctimas, de los oprimidos, de los infelices.
3. Así, el hombre se encuentra ante una  opción  radical  entre  dos  posibilidades opuestas:  por un lado, está la tentación de "confiar en los poderosos" (cf. v. 3), adoptando sus criterios inspirados en la maldad, en el egoísmo y en el orgullo. En realidad, se trata de un camino resbaladizo y destinado al fracaso; es "un sendero tortuoso y una senda llena de revueltas" (Pr 2, 15), que tiene como meta la desesperación.
En efecto, el salmista nos recuerda que el hombre es un ser frágil y mortal, como dice el mismo vocablo 'adam, que en hebreo se refiere a la tierra, a la materia, al polvo. El hombre -repite a menudo la Biblia- es como un edificio que se resquebraja (cf. Qo 12, 1-7), como una telaraña que el viento puede romper (cf. Jb 8, 14), como un hilo de hierba verde por la mañana y seco por la tarde (cf. Sal 89, 5-6; 102, 15-16). Cuando la muerte cae sobre él, todos sus planes perecen y él vuelve a convertirse en polvo:  "Exhala el espíritu y vuelve al polvo; ese día perecen sus planes" (Sal 145, 4).
4. Ahora bien, ante el hombre se presenta otra posibilidad, la que pondera el salmista con una bienaventuranza:  "Bienaventurado aquel a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor su Dios" (v. 5). Es el camino de la confianza en el Dios eterno y fiel. El amén, que es el verbo hebreo de la fe, significa precisamente estar fundado en la solidez inquebrantable del Señor, en su eternidad, en su poder infinito. Pero sobre todo significa compartir sus opciones, que la profesión de fe y alabanza, antes descrita, ha puesto de relieve.
Es necesario vivir en la adhesión a la voluntad divina, dar pan a los hambrientos, visitar a los presos, sostener y confortar a los enfermos, defender y acoger a los extranjeros, dedicarse a los pobres y a los miserables. En la práctica, es el mismo espíritu de las Bienaventuranzas; es optar por la propuesta de amor que nos salva desde esta vida y que más tarde será objeto de nuestro examen en el juicio final, con el que se concluirá la historia. Entonces seremos juzgados sobre la decisión de servir a Cristo en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en el enfermo y en el preso. "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40):  esto es lo que dirá entonces el Señor.
5. Concluyamos nuestra meditación del salmo 145 con una reflexión que nos ofrece la sucesiva tradición cristiana.
El gran escritor del siglo III Orígenes, cuando llega al versículo 7 del salmo, que dice:  "El Señor da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos", descubre en él una referencia implícita a la Eucaristía:  "Tenemos hambre de Cristo, y él mismo nos dará el pan del cielo. "Danos hoy nuestro pan de cada día". Los que hablan así, tienen hambre. Los que sienten necesidad de pan, tienen hambre". Y esta hambre queda plenamente saciada por el Sacramento eucarístico, en el que el hombre se alimenta con el Cuerpo y la Sangre de Cristo (cf. Orígenes-Jerónimo, 74 omelie sul libro dei Salmi, Milán 1993, pp. 526-527). " (San Juan Pablo II. Audiencia del Miércoles 02 de julio del 2002).

La segunda lectura está  tomada de la carta del Apóstol Santiago (Sant 2, 1-5), La carta se dirige a la comunidad que ya ha desviado el mensaje de Jesús. El autor les avisa la contradicción en que viven: mientras Dios ha puesto como condición del reino el rechazo a las riquezas y al poder (cf. Mt 6, 19-24; Lc 22, 24-30), para enriquecer a los que eligen la pobreza (cf. Mt 5, 3), la comunidad por su parte sigue contando con las riquezas como un valor.
Pero la mayor contradicción está en pretender compaginar la fe en Jesús con la discriminación de clases: la comunidad prefiere a los ricos y menosprecia a los pobres.
Queriendo conciliar Dios y las riquezas, continúa manteniendo las injusticias del mundo, con las que ha debido romper (cf. 1, 27); vive en el engaño (cf. 1, 22s). Prefiere a los ricos, olvida que la riqueza de la comunidad viene de Dios, que se ha hecho cargo de sus pobres (cf. Mc 10, 17-27): vive como si Dios no fuera su único Señor, y como si el mensaje fuera ineficaz por sí mismo. La afrenta a los pobres es afrenta a Dios y a su mensaje.
El texto nos da unos  consejos prácticos que son de máxima actualidad por los acontecimientos de emigración de los países dominados por el EI (Siria, Libia...).
Entre los cristianos a quienes se dirige la carta parecía darse un abuso: la acepción o discriminación de personas por razón de su nivel social (vv. 1-4). Se trataba de una manifiesta incongruencia entre la fe y la conducta. La Ley de Moisés (Dt 1,17; Lv 19,15; Is 5,23; etc.) condenaba la discriminación de personas (vv. 8-11), opuesta también al Evangelio (vv. 5-7), ya que Jesucristo corrigió las interpretaciones restringidas de esa Ley. Se señala que ese modo de comportarse será severamente castigado por Dios en el juicio (vv. 12-13).
La carta recuerda la predilección de la Iglesia por los pobres (v. 5; cfr Mt 5,3; Lc 6,20) e invita a luchar decididamente por la justicia: «Las desigualdades inicuas y las opresiones de todo tipo que afectan hoy a millones de hombres y mujeres están en abierta contradicción con el Evangelio de Cristo y no pueden dejar tranquila la conciencia de ningún cristiano» (Cong. Doctrina de la Fe, Libertatis con­scientia, n. 57). El fundamento se encuentra en la Sagrada Escritura: el amor al prójimo resume la Ley y los mandamientos. Jesucristo llevó este precepto a la plenitud (cfr Mt 22,39-40) y formuló el «mandamiento nuevo» (cfr Jn 13,34). Además, tanto en la Antigua Ley (vv. 10-11) como en la Nueva, «transgredir un mandamiento es quebrantar todos los otros. No se puede honrar a otro sin bendecir a Dios su Creador. No se podría adorar a Dios sin amar a todos los hombres, que son sus creaturas» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2069). Y, como comenta San Agustín, «quien guardare toda la ley, si peca contra un mandamiento, se hace reo de todos, ya que obra contra la caridad, de la que pende la ley entera. Se hace, pues, reo de todos los preceptos cuando peca contra aquella de la que derivan todos» (Epistolae 167, 5,16).
Una fe teórica que no influya decisivamente en la práctica no es fe verdadera. Una persona corrupta, que practica descaradamente el favoritismo político, o económico, o social, o de cualquier clase que sea, no puede declararse cristiana.

EL evangelio de San Marcos (Mc7, 31-37 nos presenta a Jesús que recorre las regiones limítrofes de Palestina. Es cierto que su misión se centraba en Israel, pero también es verdad que él había venido para salvar a todos los hombres. Por eso en ocasiones alarga su palabra y sus obras hasta la tierra de los paganos.
Entre el texto del domingo pasado y el de hoy Marcos intercala un episodio que se desarrolla en tierra no judía (Mc 7, 24-30). Es un episodio en el que se desvela con la práctica una de las dimensiones del misterio del Reino de Dios, es decir, que el Reino de Dios es una realidad abierta a todos, sean o no miembros del pueblo oficial de Dios.
Desde este presupuesto Marcos retoma la tierra judía. A decir verdad el episodio de hoy carece de localización concreta y todo él se desarrolla de acuerdo a unas coordenadas muy típicas de Marcos: traída anónima del enfermo, curación evitando la presencia de la gente, encargo de no divulgar el hecho, incumplimiento del encargo a causa del asombro. Relato paradójico entre una primera parte de facilitación del habla y una segunda de prohibición del habla. El resultado es el habla asombrada, mezcla del todo era bueno del Génesis 1, 31 y de las imágenes esperanzandoras de Isaías 35, 5-6 (primera lectura de hoy).
El Evangelio, lo mismo que siempre, nos presenta a Jesús  haciendo el bien. Hoy se trata de un sordomudo al que Jesús le cura. El silencio y la soledad de aquel pobrecillo se quebró de pronto. Por sus oídos abiertos ya, penetró el sonido armonioso de la vida. Su corazón, callado hasta entonces, pudo florecer hacia el exterior y comunicar su alegría y su gratitud.
La curación del sordomudo es uno de los pocos episodios exclusivos de Marcos. Jesús sale del círculo exclusivamente judío y se dirige a tierras de "paganos", donde más tarde se desarrollará la primitiva Iglesia: Tiro, Sidón, Decápolis. Así que llega le presentan al enfermo para que lo cure, lo cual nos da a entender que la gran fama de taumaturgo ya había llegado a aquellas tierras.
El comportamiento de Jesús nos resulta raro. Por un lado, al contrario que los curanderos de la época que hacían sus actos con gran ostentación, jesús se retira, en solitario, lejos de la gente. Busca el contacto personal con el enfermo. Y por el otro lado, Jesús rompe con su costumbre de curar de palabra y se vale del contacto físico, la saliva (cf. Mc 8,23 y Jn 9,6) y la oración (cf. Mc 6,41;1 Jn 11,41;17,1).

La plegaria de Jesús "Effetá" (ábrete) es uno de los términos arameos que Marcos transcribe y traduce para sus lectores (cf.14,36), lo cual india antigüedad del relato. Abrir es, en esta ocasión, sinónimo de curar, ya que la mentalidad de la época creía que los órganos paralizados permanecían "cerrados" para ser usados. La palabra de Jesús posee una eficacia creadora, como la de Dios en el Antiguo Testamento, lo que provoca un estupor religioso entre los presentes.
 ¡Effetá! , dijo Jesús, esto es, ábrete. Son palabras que conservan toda la frescura de la vez primera que fueron pronunciadas. Palabras que durante mucho tiempo formaron parte de la liturgia del Bautismo.
Con ellas el sacerdote abría el oído del catecúmeno a las palabras de Dios, le capacitaba para escuchar el mensaje de salvación. Así se vencía la sordera congénita que el hombre tiene para escuchar con fruto el Evangelio. De este modo se rompía el aislamiento que la criatura humana tenía para lo sobrenatural, sordera ante esa armonía de la divina palabra portadora del gozo y la paz, germen de amor y de esperanza, de felicidad y de consuelo.
Con el tiempo y la malicia del hombre, no curada del todo, los oídos vuelven a entraparse y se produce otra vez la cerrazón para oír al Señor. Y junto con la sordera, la incapacidad para hablar. Se levanta entonces un muro más impenetrable que el anterior, que nos aísla y nos aplasta, nos incomunica y nos deja tristemente solos.
Es preciso en esos momentos clamar a Dios con toda el alma, desde lo más hondo de nuestro ser, sin palabras quizá, con torpeza y balbuceos; pedir a Nuestro Señor Jesucristo que vuelva a tocar nuestros oídos y nuestros labios para que se derrumbe el silencio que nos atormenta y nos destruye. Vayamos al sacerdote con toda humildad y confesemos nuestros pecados, acerquémonos limpios de toda culpa a la Eucaristía y oiremos la voz del Maestro que, apiadado de nuestro mal, nos dice: ¡Effetá!.
A la indicación de Jesús: " El les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. "
Se da la respuesta de las gentes:" Y en el colmo del asombro decían:
-Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos."
La expresión de la gente se inspira en el texto de Isaías que hemos leído como primera lectura (cf. también Is 29,18-23 y Salmo 38,14) y nos recuerda la respuesta de Jesús a los enviados del Bautista (Mt 11,5-6 y Lc 7,22). Por otra parte, tiene resonancias de la primera palabra creadora: "Y vio Dios que era bueno" (Gn 1,31).
Jesús se acerca, ofrece su contacto personal y salutífero a un enfermo bloqueado en su relación comunicativa con los demás (sordo y mudo). La palabra de Jesús crea una nueva situación, comparable a la del pueblo venido del Exilio.

Para nuestra vida.
Como de costumbre, la primera lectura y el evangelio, apoyados por el salmo de meditación, coinciden en el aspecto que la Palabra de Dios nos quiere transmitir hoy. Esta vez, el poder curativo de Dios para con nuestros males.
En la primera lectura, el profeta Isaías consuela a su pueblo, en horas difíciles, y le asegura -con un lenguaje al que estamos más acostumbrados en las semanas del Adviento- que Dios va a infundir fuerza a los cobardes, y la vista a los ciegos, y el oído a los sordos, y el-habla a los mudos, y aguas abundantes al desierto.
¡Cuanta necesidad tenemos de que se cumpla la palabra profética de Isaías!. Recibir  luz a nuestros ojos, sensibilizar nuestros oídos, comunicar agilidad a nuestros miembros, palabras a nuestra lengua. Mantente firme. No flaquees, resiste. Basta con que pongas todo el empeño que te sea posible, seguro de que Dios te ayudará. Él está para llegar, y trae el desquite de tanta miseria. Él te resarcirá, te salvará. Te dará la valentía necesaria para seguir caminando en la noche hacia el Señor de la Luz.
"Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará" (Is 35, 5).  Que nuestra tierra se llene de gozo: "Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque, lo reseco un manantial".
El profeta Isaías: creía y así lo predicaba, que Dios puede hacer lo que nosotros, con nuestras solas fuerzas, no podemos conseguir: que brote agua en los desiertos y estanques en los páramos, que los sordos oigan y que hablen los mudos. La esperanza cristiana puede y debe llegar mucho más allá de donde puede llegar la sola razón teórica. No se trata de ser ingenuos, sino de confiar en que si nosotros ponemos de nuestra parte lo que Dios nos pide, podremos llegar hasta donde los cobardes de corazón y faltos de esperanza no podrán llegar nunca. La persona cristiana debe ser siempre una persona valiente y esforzada; los cobardes de corazón deben saber que hay un Dios que siempre está viniendo a salvarnos. Para eso vino Jesús al mundo, para salvar lo que estaba perdido y para dar vida a lo que estaba muerto.

El salmo amplía todavía más el campo de esta salvación que nos concede Dios, porque habla de los oprimidos y hambrientos, de los cautivos y peregrinos. Y nos invita a elevar a Dios nuestra alabanza agradecida: "Alaba, alma mía, al Señor".
El salmo 145: nos presenta la obra del Señor. "El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos. Hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos. El Señor sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados". Esta es la Gran Noticia: Dios está a favor de los débiles, de los pobres y necesitados. En aquella época los pobres eran los huérfanos y las viudas, que no tenían ninguna pensión para mantenerse.
 ¿Quiénes son hoy día los pobres y oprimidos?... Pensemos en los inmigrantes que llegan en cayucos desde Libia y otros lugares huyendo del  yihadismo y después son "repartidos" por diversos lugares de Europa o devueltos a sus lugares de origen. Pensemos en los 70 muertos en un camión frigorífico tras huir de la guerra en Siria. Pensemos en las mujeres y niños explotados. Pensemos en los ancianos que viven solos. Pensemos en las mujeres y los hombres víctimas de la "violencia de género". Pensemos en los enfermos físicos y mentales. Pensemos en los niños de familias desestructuradas que tienen de todo menos lo que necesitan de verdad. ¡Hay tantos pobres y oprimidos a nuestro alrededor! Sin embargo, Dios ha elegido a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que le aman.
En esta obra del Señor nosotros estamos llamados a ser instrumentos y albar al Señor por lo que hace.

La segunda lectura es de la Carta del Apóstol Santiago La carta de Santiago quiere un cristianismo de hecho. Tanto el comportamiento concreto de cada cristiano como las determinadas situaciones en el interior de la comunidad deben conformarse a las exigencias del mensaje. La fe no puede andar a su aire, debe legitimarse con una vida coherente.
El domingo anterior recordaba la coherencia entre la palabra y la vida. Hoy desde un caso concreto advierte de los peligros que la amenazan. Desde él no se quiere describir la situación de la comunidad. Se trata de un estilo polémico y en la polémica se toma un caso límite para expresar con claridad lo que se quiere decir.
Hay oposición entre el comportamiento de Dios y el del mundo. El estilo de los cristianos es inclinarse hacia el pobre, el débil, mientras el mundo se inclina hacia el prestigio social y el dinero. El cristiano no puede mezclar la fe y el favoritismo personal. Mientras se siga la lógica del mundo los débiles serán marginados, pero Dios está con ellos y las promesas que les han hecho empiezan a cumplirse en Cristo.
La palabra de Dios nos debe orientar como comunidad hacia opciones sociales que sean coherentes para hacer creíble el anuncio de la buena nueva. La situación descrita no puede existir donde se proclame la predilección de Dios por los pobres. La acepción de personas anula la credibilidad del anuncio en el que "ya no cuenta ser judío o gentil, esclavo o libre", Ga 3, 28. El servilismo ante los poderosos demuestra la propia incoherencia.
Para una aplicación concreta a las situaciones actuales hay que recordar que los ricos equivalen a los "influyentes". Ante Dios no podemos presentar méritos. El reino de Dios no se compra. Hemos sido llamados.
El texto que se nos ha proclamado, es un clásico de la doctrina de la Iglesia sobre la mala práctica en la acepción de personas y que nos pone da de bruces sobre uno de los principales cometidos de la Iglesia: su opción por los pobres. Desagraciadamente el uso de las apariencias para juzgar a nuestros semejantes es, como se ve, un tema muy antiguo en el proceder de la humanidad. Apreciamos a los ricos, que llevan anillo, a los elegantes que llevan ropas que admiramos; y buscamos estar a bien con aquellos que en algo nos pueden beneficiar. Por el contrario, huimos de quienes nada nos pueden dar, de las gentes que parece que nada tienen, de la pobreza real, que siempre es sucia y deshilachada por el propio efecto de la carencia de medios y bienes.
 La acepción de personas, o favoritismos, es ya criticada repetidamente en el AT (cf. Lv 19,15; Dt 10,17; Mal 2,9; Salmo 82,2) como actitud contraria a la santidad y a la misericordia divinas que afectan por igual a toda la humanidad. El autor de la carta pone un ejemplo tomado de las asambleas litúrgicas de la época: el rico suele ser acomodado mejor que el pobre. Los ricos son frecuentemente criticados en los textos proféticos, que optan decididamente en favor de los pobres (cf. Am 4,1; Jr 5,26-31; Ez 22,6-13; Zac 7,10; etc.) y lo mismo hace el NT (cf: Mt 5,3;1 Co 1,26-28; Ap 2,9). Dios opta en favor de los pobres.
Los favoritismos se dan en nuestras comunidades y en nuestros despachos parroquiales a causa de la clase social, la preparación cultural, la práctica religiosa, la colaboración a la parroquia, la simpatía personal ... Y el autor de la carta nos llama, sencillamente, inconsecuentes.

El evangelio de hoy dice que Jesús,  recorrió el territorio de Tiro y Sidón y atravesó la Decápolis. Jesús no rehúsa hacer un milagro allí también, pues el anuncio de su salvación es universal, sin distinciones.
Este evangelio quiere darnos, pues, a entender que debemos tomar conciencia de que la fe es un bien mesiánico. Mas, al relatar esta curación, Marcos quiere hacer suyo el tema del Antiguo Testamento que relaciona mutismo y falta de fe. El evangelista subraya repetidas veces que la multitud tiene oídos y no oye, y tiene ojos y no ve (Mc 4, 10-12, repetido en 8, 18). Por otra parte, toda la "sección de los panes" (Mc 6, 30-8, 26) es la sección de la no inteligencia (Mc 6, 52; 7, 7, 18; 8, 17, 21).
Ahora bien: para curar al sordomudo, Cristo le lleva fuera de la multitud (Mc 7, 33), como para subrayar que el mutismo es característica de la multitud y que es necesario apartarse de su manera de juzgar las cosas para abrirse a la fe.
La característica de los últimos tiempos es la de situarnos en un clima de relaciones filiales con Dios, capacitarnos para oír su palabra, corresponderle y hablar de El a los demás. El cristiano que vive estos últimos tiempos se convierte así, en cierto modo, en profeta, especialista de la Palabra, familiar de Dios. Para ello debe poder escuchar esa Palabra y proclamarla: para hacerlo necesita los oídos y los labios de la fe.
El texto presenta a Jesús como una especie de taumaturgo o mago que realiza curaciones. Pero Jesús no es eso: mira al cielo antes de ayudar a aquel pobre hombre. Realiza la curación en nombre de Dios y movido por el poder de la oración. Le dice con fuerza: ¡Ábrete! Le pide que se abra a la fe. También nosotros necesitamos abrir nuestros ojos y nuestro corazón a Dios y a los hermanos. Necesitamos poner en práctica la compasión y la misericordia. Ábrete a los que necesitan tu amistad, ábrete al que necesita tu cariño, ábrete al que necesita que alguien le escuche, ábrete a ese hermano que te resulta tan pesado, ábrete al enfermo que espera tu visita en el hospital, ábrete a aquél que no te saluda, ábrete a aquél que está llorando con lágrimas de desaliento y soledad. También te dice: escucha los gemidos del triste, escucha los lamentos de aquél que la vida trata injustamente, escucha a aquél que ya no puede ni hablar, pero te está diciendo todo con sus gestos. No seas mudo ni sordo, deja que el Señor abra tu boca y tus oídos.
La vocación del cristiano es la de estar abierto a la Palabra -escucharla y cumplirla- y a la confesión de fe. El rito del Effetá es, todavía hoy en el ritual del bautismo, un gesto que nos recuerda esta vocación fundamental. El ministro la hace actualmente al final del bautismo de los párvulos, indicando todo el proceso catequético que se espera para aquel nuevo bautizado.
"Nadie sabe el propio nombre si no es llamado por alguien". Por eso es necesario que los niños bautizados sean llamados como cristianos. La catequesis de los niños, la atención a su desarrollo religioso, la enseñanza sistemática de la fe cristiana en las escuelas, toda la actividad evangelizadora y catequética de la Iglesia, son la continuación del gesto de Jesús. La Iglesia es responsable de hacer esto.

Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com

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