Comentario a
las lecturas en la Solemnidad de San José
esposo de la Virgen María 19 de Marzo de 2016.
El culto a San
José se intensificó extraordinariamente, entre los siglos XIV y XV. Y parece
que es una consecuencia del enorme peso que tuvo la devoción a la Sagrada
Familia en la Edad Media. En siglo XVII se convirtió en fiesta de precepto. En
1870, Pío IX, recientemente beatificado, proclamó a San José patrono de la
Iglesia universal. Y fue el Papa Juan XXIII –también beatificado junto a Pío
Nono—quien introdujo el nombre de San José en el canon romano.
Estamos, pues,
celebrando una fiesta alegre y familiar, auténtico paréntesis, dentro de la
sobriedad de la Cuaresma.
San José
persona importante en la historia de la Salvación. La iniciativa partió de
Dios-Padre, aceptó colaborando, María y se realizó en el tiempo y lugar,
gracias y bajo la protección de José, de la tribu de Judá. Grande y anónimo en
la Galilea de aquel tiempo. Desconocido también para muchos de hoy. José se
convirtió en envoltura protectora, gracias a su ascendiente, el rey David, a
quien había escogido Dios.
En nuestra
Iglesia hoy san José es:
a).- Patrono
de la Iglesia.
El Papa Juan XXIII nombró a San José, patrono de la Iglesia. La Iglesia no vive
para sí misma, nos han dicho los Papas reiteradamente; la Iglesia vive para el
evangelio, para el Reino. Una Iglesia que se preocupara principalmente de
servirse a sí misma no sería la Iglesia de Cristo. Por eso, San José es un buen
patrono de la Iglesia. Porque el patrono no sólo es custodio y protector, sino
que es, sobre todo, modelo de vida y santidad. Todos nosotros somos Iglesia,
todos nosotros formamos la Iglesia; por eso, San José es también patrono, es
decir, custodio, protector y modelo de cada uno de nosotros. Honremos hoy el
patrocinio de San José, haciendo el propósito de vivir para el evangelio, para
el Reino, como hizo San José.
b).- Patrono
de los seminarios. Es patrono de los seminaristas que, en el
seminario, se preparan para el sacerdocio. Hoy queremos que a los seminaristas se
les eduque más de servir que de mandar; para que sean como padres y servidores,. En esto, nos ayudara mucho el patrocinio de San José. En
este día de su fiesta se lo agradecemos sinceramente.
Las lecturas hoy
tienen un carácter mesiánico. En el fragmento del Capítulo Séptimo del Samuel
se habla de la profecía de Natán sobre la herencia de
David, será el origen del Mesías y el Señor Dios cumplirá su promesa. Los
judíos esperaban esa promesa y en tiempos de Jesús presidía los mejores anhelos
del pueblo justo. San Pablo, en su Carta a los Romanos,
narra a los paganos ya convertidos otra promesa fundamental: la hecha por Dios
a Abrahán y que paso de ser un anciano estéril a padre de todos los pueblos.
La primera lectura es del
segundo Libro de Samuel. (II Sam. 7, 4-5a.12a.16)En ella se nos
narra como el rey David recibe la
promesa más preciada que un monarca puede soñar, que su dinastía permanezca
para siempre. De ordinario, por no decir siempre, las casa reales sufren los
avatares de la Historia y terminan desapareciendo. En cambio la casa de David
dura por siempre pues un hijo suyo es el Mesías, el salvador del mundo, Jesús
el hijo de María, esposa de San José. El es el que figura como Padre legal del Jesús, que
recibe su condición de hijo de David, según era costumbre entonces, por la vía
legal de su padre adoptivo. Por eso en las genealogías de Cristo aparece
siempre la figura de San José.
Habiendo
narrado el autor el episodio del traslado del arca desde Quiriat
Jearim a Jerusalén, añade una noticia muy distante,
cronológicamente, de la anterior, pero unida por razón del tema. Lo que en esta
sección se refiere tuvo lugar hacia los últimos años de David, cuando la paz
interior habíase consolidado y en las fronteras del reino imperaba la paz.
Israel había dejado de ser un pueblo seminómada. El rey tenía su palacio; sólo
el arca ocupaba un edificio provisional y endeble. Este estado precario del
arca no podía prolongarse. De sus preocupaciones hizo confidente al profeta Natán.
Es la primera
vez que se menciona este profeta, que tanta influencia ejerció sobre David y
que decidió a favor de Salomón su sucesión en el trono. Fue consejero de
David, de cuya compañía no se apartó nunca. Pero, aunque amigo del rey, defendía
ante todo los derechos de Dios, no vacilando en reprocharle su adulterio
con Betsabé. Tan pronto como David manifestó su
preocupación a Natán, éste inmediatamente por su
cuenta, obrando como hombre privado, los aprobó en conjunto y de manera
provisional, difiriendo su confirmación definitiva hasta saber la voluntad
divina.
Aquella misma
noche tuvo Natán una revelación profética, en la que
Dios le manifestaba que no sería David quien le levantara una casa, sino él se
la edificaría a David. Como a Abraham (Gen 12:2), le hará famoso en toda la tierra.
No rechaza Dios definitivamente el proyecto de la construcción de un templo"
pero no será David quien lo edifique, sino su sucesor.
A la
generosidad del rey responde Dios con una generosidad divina eficaz, con
promesas trascendentales para David. Yahvé hará que su pueblo no lleve en
adelante vida seminómada, sino que lo afincará definitivamente en Palestina,
donde echará raíces y vivirá en paz y prosperidad, no molestándole, como
hicieron antes, los hijos de la iniquidad.
Dios promete a
David la continuidad del reino entre sus descendientes. Porque
acontecerá que, al cumplirse los años de su peregrinación sobre la tierra y
baje al sepulcro para descansar allí junto a sus padres, suscitará Dios de él
su posteridad (zera: simiente), que
saldrá de sus entrañas y afirmará su reino. "El edificará la casa a mi
nombre y yo, añade Dios, estableceré por siempre el trono de su reino."
La perspectiva
profética, pues, rebasa la persona concreta de Salomón. Entre líneas cabe
vislumbrar en el texto un descendiente de David en el que se realizarán todos
los matices y pormenores contenidos en el oráculo. De ahí que gran número de
exegetas admitan el carácter mesiánico de la profecía, discrepando en señalar
la manera como se refiere a la persona del Mesías. Este oráculo
constituye el primer anillo de la cadena de profecías que anuncian un Mesías
hijo de David. A este texto alude Isaías (9:6) al hablar del nacimiento de un
niño "para dilatar el imperio y para asegurar una paz ilimitada sobre el
trono de David y sobre su reino, para afirmarlo y consolidarlo en el derecho y
la justicia desde ahora para siempre jamás. El Mesías será hijo de David y su
reino será eterno: he aquí el sentido pleno que late bajo el sentido obvio de
las palabras
El responsorial es el SALMO 88 ( en la estrofa repetida
afirmamos que el linaje de Dios es eterno ” SU LINAJE
SERÁ PERPETUO”
El
Salmo 88 canta las misericordias del Señor eternamente y repite la promesa bajo
juramento hecha a David de fundarle una dinastía perpetua y edificarle un trono
que dure por todas las edades.
El Señor nunca
olvida sus promesas. Lo que Dios promete lo mantiene con su ayuda tal como nos
lo describen las estrofas del salmo.
San Pablo
recuerda la figura del Patriarca Abrahán y evoca el Antiguo Testamento para
comprobar que en la vida de Jesús se realizan por transposición y elevación
muchas de las realidades narradas por los viejos hagiógrafos.
También a Abrahán se le promete un hijo. Más aún, se le dice que será padre
de muchos pueblos. Pablo reflexiona sobre la figura de Abrahán y alaba su fe,
porque creyó en Dios contra toda esperanza: padre de Isaac, el hijo de la promesa,
estuvo sin embargo dispuesto a sacrificarlo.
En nuestro caso se refiere a la fe de Abrahán
y a la promesa recibida respecto a su descendencia futura, numerosa como las
estrellas de cielo, a pesar de la incredulidad y esterilidad de Sara. Su fe le
justificó a los ojos de Dios. Esa fe le llevó a esperar contra toda esperanza,
a estar seguro de que sería posible lo anunciado por el Señor, a pesar de la
risa lógica de Sara, vieja ya y estéril desde su juventud. Es cierto que
Abrahán sólo pudo tener un hijo de Sara, Isaac, y otro de la esclava Agar, Ismael. Pero de ellos nacerían dos pueblos numerosos.
Y, sobre todo, estamos lo que por la fe en Cristo somos hijos de Abrahán,
cuantos como él hemos creído en la promesa de Dios.
De entre los
innumerables descendientes de Abrahán, de la copiosa estirpe de David, José fue
el elegido por Dios para la más alta misión en la historia de la salvación,
desposar a la madre de Jesús y hacer en la tierra las veces de padre del Hijo
de Dios. No ambicionaba José tal dignidad. Así nos lo confirma el relato
evangélico, que hemos escuchado este día. Sus recelos en recibir a María,
que se hallaba encinta por obra del Espíritu Santo, no tienen nada que
ver con sospechas respecto de la fidelidad de María, sino con su amor a la
justicia, que le hacía considerarse indigno de acceder al misterio de la gracia
de Dios. Quiso retirarse discretamente, pensando que aquello era cosa de Dios y
no asunto suyo.
Pero el Señor
le había elegido. Y José, tan pronto como el ángel le aclaró la situación y le
invitó a participar en el designio de Dios, obedeció incondicionalmente. Desde
ese instante José asumirá su misión de esposo de María, la madre, y padre del
hijo de María e Hijo de Dios. Al servicio de María, a entera disposición de
Jesús, la Palabra de Dios hecha carne, dedicará toda su vida. Y nada más
sabemos de la vida de José, sino esta absoluta consagración al niño y a la
madre. Por ellos trabajará en Nazaret hasta el nacimiento del hijo. Por ellos y
con ellos peregrinará a Belén, para que se cumpla la promesa de Dios. Por ellos
se desplazará a Egipto, para ponerlos a salvo de la persecución. Por ellos
regresará, obediente a la voz de Dios, a Nazaret. Y con ellos vivirá,
compartiendo sus penas y alegrías, hasta que le llegue la hora de rendir
cuentas como padre al Padre.
Para nuestra vida.
San José, a
tono con la Cuaresma, nos transmite sobriedad y profundidad, sencillez y
silencio, oración y austeridad.
El Papa
Benedicto XVI, un 18 de diciembre de 2005, llegó a decir “dejémonos invadir por
el silencio de San José”. Estamos tan acostumbrados a vivir asediados por el
ruido que, aunque nos parezca mentira, nos resultaría imposible ya vivir sin
él. Pero ¿qué ocurre? El ruido nos impide escuchar o percibir las grandes
verdades de la vida; el paso de Dios por las calles en las que caminamos; el
soplo del Espíritu que habla suavemente en toda persona que desee vivir como
Dios manda. Al festejar a San José, y junto con Él su silencio, llegamos a la
conclusión de que su disponibilidad y obediencia o la ausencia de sus palabras
en el Evangelio es, todo ello, un gran tesoro para nuestra Iglesia.
-Nos enseña
San José a ser grandes desde la pequeñez (como María).
-Nos invita
San José a confiar en el Creador aunque aparentemente las cosas nos vayan en
contra.
-Nos induce
San José a ponernos en camino apoyados en el cayado de la esperanza.
Es un modelo de sencillez y de
humildad, porque "sabe estar". Supo estar en su lugar, aunque
no le resultara nada fácil. Sabe ser el prometido de María; sabe ser el padre
nutricio del Hijo de Dios; sabe estar de manera callada y sencilla; esto algo
que más admiramos de san José. Él vivió al lado de María, la Virgen y con Ella
supo afrontar las pruebas, los sufrimientos y las dificultades de la vida. Dios
le confía los primeros misterios de la salvación, los misterios de la nueva
alianza. San José es el único patriarca del nuevo testamento; a este gran patriarca
Dios le confía los primeros misterios; le confía la custodia de su Hijo.
En el libro de Samuel otorga a David un puesto de
privilegio, dado que en su descendencia estaba vaticinado que surgiría el
Salvador de Israel.
En el
acontecimiento que narra el texto sagrado, el rey David, conquistador de la
ciudad santa, Jerusalén, y señor de los reinos del Norte y del Sur,
Israel-Judá, quiere agradecer a Yhavé sus dones
dedicándole con especial amor un templo digno y noble en el corazón de la
ciudad santa.
Su deseo era
bueno, pero no conseguirá dar alcance a tamaña obra, construir el templo. Será
su hijo Salomón quien logrará realizarla.
¡Pero qué bien
valoró Dios los nobles propósitos de David!
Nosotros, a su
imagen, en nuestra más profunda intimidad hoy, ¿qué lugar dejamos a los planes
de Dios?.
El salmo nos recuerda que lo que Dios nos da jamás
nos lo retira.
Nosotros podemos disminuir el don de Dios o perderlo a causa de nuestras
rebeldías a Él. Sin embargo Dios se manifestará con nosotros siempre como un
Dios lleno de misericordia. Por eso procuremos no sólo llamarnos hijos de Dios,
sino serlo en verdad. Que Él nos fortalezca con la presencia de su Espíritu
Santo, de tal forma que, aceptando en nosotros el amor de Dios, seamos en
verdad un signo de Él en el mundo hasta que, consolidados en la Verdad
alcancemos en nosotros el cumplimiento de las promesas divinas: ser, en Cristo,
hijos de Dios eternamente.
El evangelio de hoy nos invita a contemplar a San José practicando
algo que es fácil es decir y difícil vivir: la vida anónima, discreta y
silenciosa.
. Tendemos a constituirnos en el centro de cuanto nos rodea, nos molesta el más
mínimo menosprecio, somos hipersensibles a los agravios comparativos. El
evangelio hoy nos invita a descubrir el valor manifiesto de vivir oculto.
Sólo desde el
silencio, con el silencio y en el silencio podremos llegar a comprender, vivir
y sentir la presencia del Señor tal y cómo José la abrigó en propias carnes. Su
silencio, el silencio de San José, es para nosotros modelo, de nuestra respuesta de fe.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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