Comentario a las lecturas de la Solemne Vigilia Pascual 26-27 de marzo de 2016
Durante el
Sábado Santo la iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su
Pasión y Muerte, su descenso a los infiernos, y se abstiene absolutamente del
sacrificio de la Misa, quedando desnudo el altar hasta que, después de la
solemne Vigilia se inauguren los gozos de la Pascua.
La noche de la
Vigilia Pascual es la noche central de la comunidad cristiana. Es noche de vela
ante el tránsito del mundo viejo al nuevo, de la esclavitud a la libertad, de
la desesperación a la esperanza y de la muerte a la vida. Cristo, primogénito
de entre los muertos, es la primicia del reino. Se celebra el fundamento de
nuestra fe, según atestigua san Pablo: “si Cristo no ha resucitado, vana es
nuestra fe”. Ha resucitado y lo proclamamos con el solemne “aleluya”.
San Lucas nos
dice que el nuevo día comienza con los «aromas», llevados por las mujeres al
alba con prontitud y esperanza. Para creer en el Resucitado es necesario salir
de uno mismo hacia los otros, hacia el Otro, con los aromas del afecto, del
encuentro gratuito, de la búsqueda profunda. La búsqueda de los vivientes y de Cristo
vivo exige compañía compartida, camino emprendido, manos llenas de caridad y
esperanza activa.
Tiene la
vigilia un claro carácter bautismal: era el momento del bautismo y es para los
bautizados el momento de renovar las promesa del bautismo. Es como momento de
reiniciar nuestra fe y nuestra condición de cristianos.
El bautismo es
pasar de la oscuridad a la luz, por eso previa al rito bautismal es la
bendición del fuego que produce calor y luz y se proclama la luz de Cristo,
significado en el cirio pascual. Y tras este rito la proclamación solemne de la
Pascua, recordando la historia de la salvación, que luego se hace más explícita
en las lecturas.
[Lecturas del Antiguo Testamento]
Dios hizo un pacto de comunión con
la creación y con Adán y Eva. Esa alianza fue rota y Dios trató siempre de
recomponerla, aunque el pecado haya sido muy grave. Apiadado por el clamor del
pueblo oprimido en Egipto, lo liberó y selló una alianza en el Sinaí, con
Moisés. Por muchos siglos, el Señor Dios siempre buscó que haya reconciliación
entre él y sus hijos. Ese es el mensaje de los profetas.
Dios nos llama
amorosamente a la existencia, pues quiere que vivamos con Él eternamente. Más
por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan quienes
le pertenecen. A pesar de nuestros pecados, Dios jamás ha dejado de amarnos; Él
envió a su propio Hijo para que nos liberara de la esclavitud del pecado mediante su Misterio Pascual. En el Bautismo, simbolizado en el paso del mar Rojo, entra un pueblo pecador y sale un pueblo libre que camina hacia la posesión de los bienes definitivos. Esa salvación será nuestra no sólo en la medida en que depositemos nuestra fe en Cristo, el Enviado del Padre. Abraham nos da ejemplo de cómo debe ser la fe de quien acepte depositar su vida y su confianza totalmente en Dios. Sólo creyéndole a Dios Él podrá cumplir en nosotros sus promesas de salvación. Reconocemos que somos pecadores y frágiles; por eso buscamos al Señor para que sea Él quien nos santifique y nos salve, pues Aquel que no recuerda ya nuestros pecados, es el Único que puede hacer que seamos santos como Él es Santo. Por eso hagamos nuestra la voluntad de Dios; dejémonos conducir por Él; que su Palabra no sólo se pronuncie sobre nosotros, sino que nos transforme porque seamos capaces de escuchar la Palabra de Dios y de ponerla en práctica. Entonces, Dios que nos ama, no por nosotros, sino por Sí mismo y por su Nombre Santo, muchas veces profanado por nosotros ante las naciones, llevará adelante su obra de salvación para levantarse victorioso sobre sus enemigos y rescatarnos del pecado y de la muerte, y llevarnos sanos y salvos a su Reino Celestial. A nuestro Dios y Padre sea dado tono honor y toda gloria ahora y siempre, en Jesucristo, su Hijo nuestro Señor.
La historia de la humanidad que
escucharemos es ese salir constante de Dios para estar con su Pueblo, aunque
este haya pecado.
Primera lectura: Génesis 1,1-2,2
Vio Dios todo lo
que había hecho, y era muy bueno
Salmo 104(103), 1-2a. 5-6. 10. 12-14ab. 24.
35
Segunda lectura: Génesis 22, 1-2.
9a. 10-13. 15-18
El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe
Salmo 16(15), 5. 8-11
Tercera lectura: Éxodo 14, 15-15, 1:
Los israelitas en medio del mar a
pie enjuto
Cuarta lectura: Isaías 54, 5-14
Con misericordia eterna te quiere el Señor,
tu redentor
Salmo 30(29), 2. 4-6. 11-12a. 13b
Quinta lectura: Isaías 55, 1-11:
Venid a mí, y viviréis; sellare con vosotros
alianza perpetua
Salmo Is 12, 2-6
Sexta lectura: Baruc 3, 9-15. 32-4,
4
Caminad a la claridad del resplandor
del Señor
Salmo 19(18), 8-11
Séptima lectura: Ezequiel 36, 16-28:
Derramaré sobre vosotros un agua pura, y os
daré un corazón nuevo
Salmo 42(41), 3. 5bcd; 42, 3-4
Epístola: Romanos 6, 3-11 El apóstol Pablo nos recuerda que
fuimos crucificados con Cristo, para resucitar como él.
El Señor Jesús
cargó sobre sí el pecado de la humanidad para hacer morir al pecado de una vez
para siempre; y al resucitar vive ahora para Dios. Ni el pecado, ni la muerte
tienen ya dominio sobre Él. Quien vive íntimamente unido a Jesucristo participa
de su Victoria sobre el pecado y la muerte. Quien vive pecando no puede decir
que en verdad está en comunión de vida con Cristo. Mediante el Bautismo y la fe
nosotros hemos sido incorporados a Cristo para ser sepultados con Él muriendo
al pecado; pero también para resucitar con Él por la gloria del Padre para
llevar una vida nueva. Quienes ya estamos bautizados renovemos nuestro
compromiso de fe en Cristo, y reiniciemos nuestro camino de compromiso con Él
para manifestarnos como hijos de Dios, con una vida que realmente demuestre que
estamos revestidos de Cristo, amando a Dios como a nuestro Padre y amando a
nuestro prójimo como a hermano nuestro. *Vivamos, pues, como criaturas nuevas
en Cristo Jesús.
*Vivamos la vida nueva que nos da el
Bautismo, rompamos la vieja historia de muerte para hacer una nueva historia
con la vida de Cristo resucitado.
Cristo, una vez resucitado de entre
los muertos, ya no muere más
Salmo
118(117), 1-2. 16-17. 22-23. Este canto de acción de gracias celebra una
victoria de Israel, en la que se puso de manifiesto una vez más el amor del
Señor hacia su Pueblo (vs. 1-4) y su invencible poder (vs. 15-16).
En esa liturgia de acción de
gracias, la función principal corresponde al rey, que describe la acción
salvadora de Dios en primera persona del singular (vs. 5-14, 17-18, 21),
mostrando así su condición de representante y portavoz de todo el Pueblo.
La liturgia cristiana
confirió a este Salmo un significado “pascual” , y lo utiliza para cantar la
victoria de Cristo.
Según
testimonio de los tres evangelistas sinópticos, Jesús se aplicó explícitamente
este salmo (Mateo 21,42; Marcos 12,10; Lucas 20,17), para concluir la parábola
de los “viñadores homicidas”: “la piedra que desecharon los constructores, se
convirtió en la ¡piedra angular!”.
Evangelio: Lucas 24, 1-12
¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?
Las lecturas que nos ofrece esta
Vigilia resumen la Historia de la Salvación.
Comienzan con el relato de la
creación porque en la resurrección de Jesús se recrea la humanidad, y con ella
el cielo y la tierra son cielos nuevos tierra nueva, como proclama Ezequiel en
la profecía que recoge esta vigilia. Se nos recuerda la Pascua judía, la salida
hacia la libertad, no más esclavitud, tras pasar Dios por los hogares de los
judíos. En la nueva Pascua, la cristiana, el Dios que pasó por nuestra
historia, como un hombre más, sometido a la tiranía humana, que le llevó a la
muerte aparece libre de los lazos de la muerte, gozando de vida plena y
abriéndonos a nosotros a esa vida.
Es el relato de Lucas. Lucas habla
de mujeres y conocidos que siguen de lejos el momento de la muerte de Jesús. Es
el único evangelista que no ofrece el nombre de las mujeres en el Gólgota. Sí
lo ofrece en el momento de descubrir el sepulcro vacío. El signo de la
resurrección. Las
mujeres, a pesar de ser las únicas de entre los discípulos que han seguido -si
bien «a distancia»- los últimos acontecimientos, siguen ancladas en la
institución de la Ley y van a tributar culto a un muerto, como en toda
religión. Sin saberlo, «el primer día de la semana, de madrugada», cuando el
precepto del reposo ya no estaba en vigor, con la chispa de luz de la pequeña
fe que les quedaba, «fueron al sepulcro llevando los aromas que habían
preparado» (24,1).
Durante la Pascua judía y el día anterior, de
preparativos, el cuerpo de Jesús había reposado en el sepulcro, ajeno
totalmente a los innumerables sacrificios de corderos y a los interminables
ritos pascuales. Pasadas las fiestas, las mujeres van al sepulcro con la
intención de embalsamar a un difunto y se encuentran con que la losa (no
mencionada con anterioridad) que separaba la región de los vivos de la región
de los muertos y confería definitividad a la muerte estaba ya corrida (24,2),
señal de la victoria definitiva de la vida sobre la muerte. De momento, esto
les pasa inadvertido. Entran y no encuentran el cuerpo de Jesús (24,3). Hasta
aquí la experiencia es negativa, en cuanto que contradice sus convicciones.
Pero sobre todo son las mujeres
quienes escuchan la noticia, la gran noticia, que comunican los dos hombres de
vestidos refulgentes. No busquéis entre los muertos al que vive. ¡Ha
resucitado! Ellas la comunicarán a los apóstoles. Son las primeras testigos del
triunfo del Crucificado: apóstoles de los apóstoles. Fueron testigos que se
expusieron al desprecio de ellos, juzgaban deliraban.
Proclamamos hoy el final feliz de
los duros acontecimientos que celebramos en los dos días previos.
Jesús, tras proclamar el amor como
lo esencial de la vida, habiendo amado a los suyos hasta el máximo, jueves
santo, abandonado de éstos, condenado por otros acabó su vida en la cruz,
viernes santo. Mantuvo su amor a los hombres y la fidelidad al Padre hasta el
último momento. Ese amor, más fuerte que la muerte, le llevó a la resurrección.
Al triunfar el amor triunfa el ser humano en la plenitud de su ser. Jesús vive
definitivamente en el ámbito del amor pleno. Y lo derrama entre nosotros,
porque su resurrección no le aparta de nuestra historia.
Para nuestra vida.
En esta noche caemos en la cuenta de que, nuestro paso por este mundo
además de ser un paseo (como decía Juan XXIII) es una oportunidad que Dios nos
da para optar por Él o por el sin sentido, por Él o por el diablo. Dios, movido
siempre por la misericordia de su ser Padre desea y quiere el júbilo ahora y en
el después de nuestra vida. ¿Por qué algunos sólo piensan, o pensamos, que sólo
vale el hoy y damos la espalda al mañana que nos aguarda?
-Bendita sea esta noche en la que se proclama que, entre todas las criaturas, es el ser humano
lo más importante.
-Bendita sea esta noche en la que, en medio de este desierto que es el vivir, se nos recuerda
que existe una tierra prometida, un final feliz, una ciudad con un nombre: el
cielo
-Bendita sea esta noche en la que, el Señor, establece un pacto definitivo con la humanidad. Ya
no irá a su deriva y, lo que es peor, no marchará desbocada hacia el
precipicio: Jesucristo ha sido el freno a tanta injusticia, dominio de la
muerte y rivalidad entre hermanos.
-Bendita sea esta noche en que, la luz, nos hace pensar y soñar en un cielo nuevo. No cesarán
los llantos pero, más allá del sollozo, Dios saldrá a nuestro encuentro.
Posiblemente seguirán los mismos problemas de ayer pero, con la resurrección
como horizonte, seremos más fuertes para llevar la cruz sobre nuestro hombro.
Después de haber escuchado la Historia de la Salvación llegamos a
entender que todo estaba pergeñado desde antiguo. Que los profetas no se
equivocaron. Que, el Bautista, acertó de lleno cuando se sintió poco y nada al
lado del que iba a dinamitar, con su Resurrección, todos los sepulcros cerrados
de la humanidad.
Dios, desde el principio de la Creación, se involucró de lleno para
alcanzarnos un Paraíso definitivo y, con su Hijo Jesús, muerto para y por
nosotros en plena juventud, nos lo posibilita de nuevo: ¡Marcharemos a una vida
totalmente nueva! ¡Resucitaremos! ¡Volveremos a vernos! ¡Disfrutaremos de una
eternidad, sin más necesidad para ser felices, que el estar frente a Dios!
¿Qué hacer nosotros? San Pablo nos lo dice: morir al pecado y abrirnos a la
vida. Desterrar de nosotros la muerte, lo que nos degrada como seres humanos,
lo que nos separa de Cristo, lo que no está de acuerdo con el Evangelio, vivir
para Dios: Vosotros consideraros muertos al pecado y vivos para Dios. Para el
Dios autor de la Vida, que le dio a Cristo la vida plena. Y, como las mujeres,
proclamar el acontecimiento central de la historia y de nuestra vida.
El salmo 118
nos invita a una acción de gracias activa.
Demos gracias
a nuestro Dios y Padre, pues a pesar de que nosotros somos los responsables de
la muerte de Cristo, ha tenido misericordia de nosotros.
La muerte del
Señor se ha convertido para nosotros en fuente de perdón, de reconciliación y
de salvación eterna. Dios sea bendito por siempre.
Por eso,
quienes hemos sido hechos beneficiarios de la Salvación, que Dios ofrece a la
humanidad entera, proclamemos al mundo entero esta Buena Noticia de Salvación,
para que todos vuelvan al Señor y se salven, y podamos así, ya desde ahora,
llevar una vida santa y agradable a Dios, iniciando desde este vida nuestro
camino en el Reino de Dios, hasta lograr, por gracia del mismo Dios, su
posesión definitiva.
No olvidemos que, sólo la misericordia de Dios y luego la nuestra, es
capaz de darnos vida abundante y con nosotros ofrecerla luego a los demás.
Que así sea y podamos desearnos con sinceridad unos a otros:
¡Felices Pascuas!-
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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