Con
la fiesta del Bautismo del Señor, de este domingo, finaliza el tiempo de Navidad,
un tiempo en el que nos hemos alegrado por el nacimiento de nuestro redentor.
Con esta fiesta terminamos el período de espera, que fue el adviento, y la
celebración de los primeros años de vida del Señor. Recordemos que su bautismo
fue realizado por Juan el Bautista cuando tenía al menos 30 años, después del
cual Jesús salió a predicar y a curar enfermos, a anunciar la buena noticia de
la salvación, tiempo que duró unos tres años porque los mismos evangelios nos
dicen que Jesús celebró tres pascuas con sus discípulos, la última en la que
instituyó la eucaristía.
A
partir del lunes se iniciará el tiempo ordinario donde día a día seguiremos los
pasos del Señor, conoceremos su mensaje y apreciaremos sus milagros. Para esta
fiesta del Bautismo del Señor la liturgia nos propone el capítulo 42 del
Profeta Isaías, el salmo 28, el capítulo 10 de los Hechos de los Apóstoles, y
en este ciclo C meditamos el evangelio según san Lucas en su capítulo tercero.
La primera lectura tomada del libro de Isaías ( Is 42,1-4.6-7), es un texto profético, con el que comienza la
segunda parte del libro de Isaías (40), cuya predicación pertenece a un gran
profeta que no nos quiso legar su nombre, y que se le conoce como discípulo de
Isaías (los especialistas le llaman el Deutero-Isaías,
o Segundo Isaías), es el anuncio de la liberación del destierro de Babilonia,
que después se propuso como símbolo de los tiempos mesiánicos, y los primeros
cristianos acertaron a interpretarlo como programa del profeta Jesús de
Nazaret, que recibe en el bautismo su unción profética.
Este es uno de los Cantos
del Siervo de Yahvé (Isaías 42, 1-7) nos presenta a ese personaje misterioso
del que habla el Deutero-Isaías, que prosiguió las
huellas y la escuela del gran profeta del s. VIII a. C.) como el mediador de
una Alianza nueva. Los especialistas han tratado de identificar al personaje
histórico que motivó este canto del profeta, y muchos hablan de Ciro, el rey de
los persas, que dio la libertad al pueblo en el exilio de Babilonia.
La tradición cristiana
primitiva ha sabido identificar a aquél que puede ser el mediador de una nueva
Alianza de Dios con los hombres y ser luz de las naciones: Jesucristo, el Hijo
encarnado de Dios.
Mirad a mi siervo, a quien sostengo;
mi elegido, a quien prefiero. Para nosotros, los cristianos, el
siervo de Yahvé es Jesús el Cristo de Nazaret, el que fue bautizado en el
Jordán por Juan el Bautista. Él vino a implantar el derecho en la tierra, pero
no quiso hacerlo con las armas, ni con una doctrina intolerante y opresora; no
quiso quebrar la caña cascada, ni apagar el pábilo vacilante. Vino a abrir los
ojos a los ciegos y la prisión a los cautivos; quiso ser alianza de los pueblos
y luz de las naciones. A este siervo de Yahveh, a
este Jesús el Cristo de Nazaret, es al que debemos convertirnos, del que
debemos revestirnos, cuando intentamos vivir como personas bautizadas en su
Espíritu.
El responsorial de hoy es el Salmo 28 (Sal
28,la.2.3ac4.3b.9b-10 En el la Iglesia nos lo
propone como un canto a la voz humana de Jesús; la que imperaba al viento y al
mar: 'tace!', 'obmutesce!' "Increpó al viento y
dijo al mar: «Calla, enmudece!» Y el viento cesó y sobrevino una gran
bonanza".
En el salmo
visualizamos la potencia divina del Señor sobre los seres naturales. Y así son
también las acciones salvadoras que Él obra, no sólo en la historia humana,
sino también en la historia singular de cada persona.
San Agustín
se complace en describir las maravillosas operaciones que la voz de Jesús
realiza también en el corazón humano: voz que "humillaba a los soberbios
mediante la contrición del corazón, ... que arrastraba a unos hacia su amor,
mientras dejaba a otros en su propia malicia, ... que manifestaba la opacidad
de los misterios contenidos en la Sagrada Escritura, ... ". . San Agustín. Enarrationes in psalmos, 28, 3.
"
Algunos estudiosos consideran el salmo 28 como uno de los textos más antiguos
del Salterio. Es fuerte la imagen que lo sostiene en su desarrollo poético y
orante: en efecto, se trata de la descripción progresiva de una tempestad. Se
indica en el original hebraico con un vocablo, qol, que
significa simultáneamente «voz» y «trueno». Por eso algunos comentaristas
titulan este texto: «el salmo de los siete truenos», a causa del número de
veces que resuena en él ese vocablo. En efecto, se puede decir que el salmista
concibe el trueno como un símbolo de la voz divina que, con su misterio
trascendente e inalcanzable, irrumpe en la realidad creada hasta estremecerla y
asustarla, pero que en su significado más íntimo es palabra de paz y
armonía." (San juan Pablo II. Audiencia general
del Miércoles 13 de junio de 2001).
En la segunda lectura
tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch
10,34-38), escuchamos el testimonio de san Pedro "Me refiero a Jesús el Cristo de Nazaret,
ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y
curando a los oprimidos por el diablo".
Lucas habla
siempre a lectores que, a su juicio, conocen los acontecimientos de la vida y
muerte de Jesús. Se trata siempre de algo que ha acontecido en medio de
vosotros. Son hechos que no se pueden discutir, que se pueden reconstruir
históricamente, pero que deben ser interpretados. De ahí la fórmula de Pedro:
Conocéis lo que aconteció en el país de los judíos. Comienza por el bautismo de
Jesús, la unción por el Espíritu significa que Jesús ha sido elegido para
realizar la salvación. Con Jesús llegó el "fuerte" que despoja al
enemigo. Las enfermedades que Jesús cura tienen una incidencia que va más allá
del cuerpo. Jesús, con su obra, ha abierto el camino de la libertad, es el
salvador.
Esta pericopa forma la primera parte del discurso de Pedro vv.
34-43. La evangelización de los gentiles constituyó un grave problema para las
comunidades cristianas. La intervención de Dios, en el caso de Cornelio, hizo
superar las barreras. La misión a los gentiles no será una victoria de las
ideas o decisiones de Pablo o de Pedro, sino una obligación derivada de la
intervención de Dios.
El plan
literario y teológico de los Hechos depende en gran parte de la concepción de
Lucas según el cual la proclamación del mensaje se inicia en Jerusalén y llega
a toda la tierra. En este caminar misionero el Espíritu tiene la función de
guía. En el episodio de Cornelio, Pedro reconoce el designio de Dios sobre los
gentiles. Pedro comprende que no debe distinguir ya entre alimentos puros e
impuros, tampoco entre gentiles y judíos. Pero proclama la universalidad de la
salvación que realiza Dios en Cristo. Todos los hombres son iguales ante la
salvación de Dios.
Pedro confiesa
abiertamente que ahora comprende lo que dicen las Escrituras, que Dios no hace
distinciones y que el Evangelio no puede detenerse ante las fronteras de ningún
pueblo, raza o nación. La igualdad de los hombres ante Dios era comúnmente
aceptada por los helenistas, esto es, por los cristianos procedentes de la
gentilidad que habían sido mentalizados por la filosofía estoica. Sin embargo,
para Pedro y los cristianos procedentes del judaísmo se trataba de un cambio
radical en su concepción de la historia de salvación. Pero confiesa que el
Evangelio es para todo el mundo, porque Jesús es el Señor de todos los hombres.
Después de
esta introducción, Pedro pasa ahora a predicar el Evangelio de Jesucristo. En
atención a sus oyentes gentiles, Pedro destaca particularmente el poder de
hacer milagros y la fuerza con la que Jesús libera a los oprimidos por el
diablo.
Jesús es el
"ungido", es decir, el Cristo o Mesías. Sobre él descendió el
Espíritu Santo y fue consagrado con toda la plenitud de Dios. Su dignidad
mesiánica está inseparablemente unida a su misión salvadora.
Jesús, con
la fuerza del Espíritu Santo, pasó por el mundo haciendo bien y curando a los
oprimidos. Esta expresión sugiere el título de Salvador (Soter)
y Benefactor (Euergetes), títulos que solían dar los
antiguos a los soberanos después de su apoteosis. Claro que todos estos
"salvadores y benefactores" no entendieron su autoridad como un
servicio que se acercaba al menos al que prestó el Siervo de Yahveh. Los cristianos de la naciente Iglesia, confesando
su fe en Cristo, el Señor, protestaban contra todo culto a los emperadores.
Sólo Jesús vino a servir y no a ser servido, por eso Jesús es el Señor.
Pedro, antes
que Pablo y más allá de cualquier propuesta humana, asume que la iniciativa de
bautizar a los gentiles no proviene de los hombres sino de Dios. Dios, que no
hace distinciones, toma una decisión que señala un cambio decisivo. Desde este
momento nadie puede ser tenido por impuro. Todo hombre puede ser grato a Dios.
En el evangelio de hoy
tomado de San Lucas (Lc
3,15-16.21-22) leemos "
Un día en que se bautizó mucha gente, también Jesús el Cristo se bautizó. Y
mientras Jesús el Cristo oraba se abrió el cielo, y el Espíritu Santo bajó
sobre él en forma visible, como una paloma, y se oyó una voz que venía del
cielo:"Tú eres mi Hijo el amado, en ti me complazco."
Después de
los relatos de la infancia y como preparación a la actividad pública de Jesús,
Lucas narra
los acontecimientos que se refieren a Juan Bautista, el bautismo de Jesús, las tentaciones de Jesús; este conjunto sirve como de introducción a la verdadera y propia actividad de Jesús y le da sentido. El evangelista concentra en un cuadro único y completo toda la actividad de Juan: desde el comienzo de la predicación en las orillas del río Jordán (3,3-18) hasta el arresto mandado por Herodes Antipas (3,19-20). Cuando Jesús aparece en la escena en 3,21 para ser bautizado ya no se menciona a Juan. Con esta omisión Lucas clarifica su lectura de la historia salvífica: Juan es la última voz profética de la promesa veterotestamentaria. Ahora el centro de la historia es Jesús, es Él quien da comienzo al tiempo de salvación que se prolongará en el tiempo de la Iglesia.
los acontecimientos que se refieren a Juan Bautista, el bautismo de Jesús, las tentaciones de Jesús; este conjunto sirve como de introducción a la verdadera y propia actividad de Jesús y le da sentido. El evangelista concentra en un cuadro único y completo toda la actividad de Juan: desde el comienzo de la predicación en las orillas del río Jordán (3,3-18) hasta el arresto mandado por Herodes Antipas (3,19-20). Cuando Jesús aparece en la escena en 3,21 para ser bautizado ya no se menciona a Juan. Con esta omisión Lucas clarifica su lectura de la historia salvífica: Juan es la última voz profética de la promesa veterotestamentaria. Ahora el centro de la historia es Jesús, es Él quien da comienzo al tiempo de salvación que se prolongará en el tiempo de la Iglesia.
Comienza la lectura diciéndonos que el pueblo estaba a la
expectativa ante la persona de Juan el Bautista. Esto se debe a que Israel
durante varios años vivió una “ausencia” de profetas en su pueblo, y la llegada
de Juan significó una buena noticia. Por fin había de nuevo un profeta cuya
vida también le acreditaba como tal. Notablemente diferente a los demás, por su
estilo de vida, su forma de hablar y su mensaje, constituía un nuevo paradigma
que difícilmente tendría similitudes a otros. Era tan grande la impresión
causada por este, que muchos comenzaron a señalarlo como el Mesías esperado.
Por aquel tiempo, Juan invitaba a un bautismo que se distinguía
de las acostumbradas abluciones religiosas. Este bautismo se caracteriza por no
ser repetible, y por ser la consumación concreta de un cambio que determina de
modo nuevo y para siempre toda la vida. Está vinculado a un llamamiento
ardiente a una nueva forma de pensar y actuar, está vinculado sobre todo al
anuncio del juicio de Dios y al anuncio de alguien más Grande que ha de venir
después de él. Este bautizará con el Espíritu Santo y con el fuego. Y Juan
reconoce la autoridad y el honor de esta persona, a la que afirma que no es
digno de desatarle la correas de las sandalias.
Jesús quiere ser bautizado, y se mezcla entre la multitud que
espera a las orillas del Jordán. Puesto que el bautismo de Juan comporta un
reconocimiento de la culpa y una petición de perdón para poder empezar de
nuevo, este sí a la plena voluntad de Dios encierra también, en un mundo
marcado por el pecado, una expresión de solidaridad con los hombres, que se han
hecho culpables pero que tienden a la justicia.
San Lucas nos dice que Jesús recibió el bautismo mientras oraba,
es decir, entra en diálogo con el Padre. El Cielo se abre, y el Espíritu Santo
bajó sobre Jesús como una paloma, y se oyó una voz del cielo que se dirige a
Jesús “Tú eres mi hijo querido, mi predilecto”. El Espíritu Santo es
representado “como una paloma”, probablemente, a causa del primer versículo del
Génesis, donde el Espíritu de Dios, según la tradición judía, aleteaba sobre
las aguas “como una paloma”. Este símbolo evocaría entonces la nueva creación
inaugurada en el bautismo de Jesús.
La imagen del cielo abierto, nos habla de la plena comunión de
Jesús con la voluntad del Padre, y a ello se añade la presencia del Espíritu
Santo, las tres personas de la Santísima Trinidad.
San Gregorio
Nacianceno comentando este pasaje dice: " «Se abrió el cielo» (Lc
,).
Cristo se revela, dejémonos iluminar con él; Cristo se hace
bautizar, descendamos al mismo tiempo que él, para ascender con él… Juan está
bautizando, y Cristo se acerca; tal vez para santificar al mismo tiempo a aquel
por quien va a ser bautizado, y sin duda para sepultar en las aguas a todo el
viejo Adán. Santificando el Jordán antes de nosotros y por nuestra causa; y de
la misma manera que él mismo era espíritu y carne, para iniciarnos mediante el
Espíritu y el agua… Jesús por su parte asciende también de las aguas. En
efecto, lleva con él al mundo y le hace subir con él. «Ve como se rasgan los
cielos y se abren» (Mc 1,10) que Adán había hecho que se cerraran para sí y
para su posteridad, del mismo modo que se había cerrado el paraíso con la
espada de fuego.
También el Espíritu Santo da testimonio de la divinidad, acudiendo, por
cierto, a favor de quien es su semejante; y la voz desciende del cielo, pues se
encontraba allí precisamente Aquel de quien se había dado testimonio; del mismo
modo que la paloma, aparecida en forma visible, honra su cuerpo, ya que por
deificación era también Dios. Así también, muchos siglos antes, la paloma había
anunciado el fin del diluvio (Gn 8,11)… " ( San
Gregorio Nacianceno, obispo y doctor de la Iglesia- Homilía 39, para la fiesta de las Luces: PG 36, 349.
Para
nuestra vida.
Retomado la
primera lectura, el siervo de Yahveh, en este siglo
XXI, el actual discípulo de Jesús el Cristo, bautizado en su Espíritu, debe ser
una persona mansa y humilde, luchadora contra las injusticias de este mundo y
anunciadora de un reino de justicia, de amor y de paz. A ello nos invita esta
lectura.
Desde
el salmo se nos recuerda la obra de Dios. Dios
espera nuestra petición El Señor bendice a su pueblo con la paz. Pues recemos
hoy todos con el salmo 28 y pidamos fervientemente al Señor que Él nos bendiga
a todos con su paz, especialmente a los más la necesiten.
En la segunda
lectura tomada del Libro de los Hechos de los apóstoles San Pedro hace como un
resumen biográfico de Jesús ante los nuevos conversos, ante aquellos que ahora
quieren creer y que, sin embargo, le dieron la espalda en los días de la Pasión
y en dicho resumen va a decir lo más fundamental de lo que fue la misión de
Jesús: “Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del
Espíritu Santo, que paso haciendo el bien y curando a los oprimidos por el
diablo; porque Dios estaba con él” Haciendo el bien y curando a los oprimidos
es también nuestra misión y no debemos de olvidarlo, hoy, muchos hermanos
necesitan el bien que les podamos hacer y la curación de sus enfermedades de
cuerpo y Espíritu.
El evangelio
de hoy nos da una respuesta clara, una respuesta de fe, a la pregunta de quién
es Jesús: El
Padre manifestó su identidad: "Tú
eres mi Hijo amado, mi predilecto". Pero, al mismo tiempo, asume su
misión: pasar por el mundo haciendo el bien, abriendo los ojos de los ciegos,
sacar a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en
tinieblas. Es decir, se identifica con la misión del "Siervo de
Yahvé" del profeta Isaías. Será luz de las naciones e implantará la
justicia en todas las islas -todas las naciones de la tierra- Para nosotros,
sus discípulos, es un ejemplo y al mismo tiempo señala una meta y objetivo.
ojala de cada uno de nosotros se pudiera decir: "pasó por el mundo
haciendo el bien, porque Dios estaba con él".
Hoy
nos encontramos con la realidad del bautismo que configura nuestras vidas.
Jesús
fue bautizado con agua por Juan en el
Jordán
Nosotros hemos recibido el bautismo "en
el Espíritu Santo". ¿Somos conscientes de la gracia recibida, de nuestra
consagración como sacerdotes, profetas y reyes? Nuestra misión es ser fieles al
honor recibido, no traicionar el amor de Dios Padre. Nuestra misión es aspirar
a la santidad --somos sacerdotes todos--, luchar por un mundo donde reine la
justicia --nuestra misión profética-- y servir a los más necesitados con los
dones recibidos --somos ungidos como reyes--.
Los
cristianos somos personas bautizadas en el Espíritu de Jesús el Cristo. Como
Cristo inicia su vida pública, también nosotros estamos llamados en nuestra
condición de bautizados a vivir un estilo propio y peculiar de vida en el
Espíritu de Jesús el Cristo.
¿
Que significa vivir como personas bautizadas en el Espíritu de Jesús el
Cristo?.
Vivir,
en fin, como personas bautizadas, es intentar vivir como vivió nuestro Maestro
y Señor , movidas y dirigidas por el
Espíritu de Dios. .
Vivir
como personas bautizadas en el Espíritu de Jesús el Cristo es vivir como
discípulos del que quiso nacer y vivir como pobre, del que vivió luchando
contra unos poderes políticos y religiosos que querían hacer de la religión un
mercado y un negocio al servicio de los más ricos y poderosos.
Vivir
como personas bautizadas en el Espíritu de Jesús el Cristo es seguir al Cristo
que prefirió morir en una cruz, antes que callarse y claudicar ante jefes y
autoridades ambiciosas y corruptas.
Vivir
como personas bautizadas en el Espíritu de Jesús el Cristo es vivir como
personas llenas de Dios que, en medio de las intimas y personales debilidades, actúan movidas siempre por el
Espíritu.
Vivir
como personas bautizadas en el Espíritu de Jesús el Cristo es como personas llamadas
a evangelizar, empeñadas en construir en la tierra el reino de Dios.
Vivir
como personas bautizadas en el Espíritu de Jesús el Cristo es vivir predicando
el amor a Dios y al prójimo, vivir en la fraternidad universal, en la justicia
misericordiosa, sembrando paz y esperanza en este mundo lleno de egoísmos y
ambiciones, de guerras y discordias.
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