miércoles, 5 de agosto de 2015

Comentarios a las lecturas del XXI Domingo del Tiempo Ordinario 23 de agosto de 2015.


La primera lectura tomada del libro de Josué (Jo 24,1-2,15-17,18), nos recuerda como Josué reúne en Siquén las doce tribus del pueblo en asamblea general. Josué ha sido el sucesor de Moisés que, con brazo seguro y pie firme, ha entrado en la Tierra Prometida. Cuando Josué entró en la tierra de promisión se encontró con una población que adoraba ídolos falsos y temió que su pueblo, Israel, se contagiara de la idolatría. Por eso, Josué pregunta al pueblo si quieren seguir sirviendo al Señor de sus antepasados, Yahvé, o a los dioses de los amorreos.
Consciente de la misión que Yahvé, el Dios vivo, le ha encomendado, reúne a todo el pueblo de Israel: a los ancianos, a los jefes, a los jueces, a los magistrados. Y allí, invocando al Señor, les propone algo decisivo para la historia del pueblo: su entrega incondicional y su consagración a Dios. Josué propone a los suyos: "Si no os parece bien servir al Señor, escoged a quien servir: a los dioses a quienes sirvieron vuestros antepasados al este del Éufrates, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país habitáis". Son libres de volver a los ídolos que adoraron antes de conocer a Yahvé, o de postrarse ante los dioses de los amorreos.


El fragmento del salmo de hoy (Sl 33,2-3,16-17,18-19,20-21,22,23), se nos recuerda la cercanía del Señor, como presencia salvadora. Tanto en la estrofa como en los fragmentos elegidos del salmo.” GUSTAD Y VED QUÉ BUENO ES EL SEÑOR.
Bendigo al Señor en todo momento,
tu alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloria en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.
Los ojos del Señor miran a los justos;
sus oídos escuchan sus gritos;
pero el Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y los libra de sus angustias;
el Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.
Aunque el justo sufra muchos males,
de todos lo libra el Señor;
el cuida de todos los huesos,
y ni uno solo se quebrará.
La maldad da muerte al malvado,
y los que odian al justo serán castigados.
El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él”.

En la segunda lectura de la Carta a los Efesios (Ef 5,21-32), San Pablo vuelve su mirada a la familia, la comunidad doméstica, la más pequeña comunidad de vida social, delimitando para cada miembro de la misma cuál es su puesto y cuáles sus correspondientes obligaciones. El autor de esta carta a los Efesios habla de las relaciones entre marido y mujer, y lo hace teniendo en cuenta las normas y costumbres de su época, que no son precisamente las nuestras. El marido y la esposa tienen hoy los mismos derechos y obligaciones ante la ley, cosa que no ocurría en tiempos de san Pablo. Pero lo que era verdad antes y es verdad ahora es que el amor cristiano y el respeto cristiano son y deben seguir siendo la base del matrimonio cristiano. Porque un matrimonio que se fundamente en el amor cristiano será siempre un matrimonio cristiano.
Las obligaciones familiares deben estar cimentadas en el amor. No hay que ver en las palabras de Pablo connotaciones machistas, pues en lo que respecta a las obligaciones mutuas de la mujer y del hombre la parte más débil se pone siempre delante. No puede hablar el apóstol sin referirse a la esencia misma del matrimonio. Da por supuesto que el matrimonio fue instituido por Dios, y sus correspondientes obligaciones que de él se desprenden son expresiones de su voluntad. Pablo va aquí a lo profundo, estableciendo la unión entre cónyuges en paralelo a la unión de Cristo con su iglesia, su esposa mística.

Hoy el evangelio de san Juan (Jn 6,60-69), nos sitúa ante el final del discurso sobre el pan de vida. Las palabras de Jesús de que es necesario comer su carne y beber su sangre decepcionan y escandalizan a la mayoría de los oyentes. "Muchos discípulos de Jesús al oírlo, dijeron: Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?". Las palabras de Jesús plantean a los oyentes una grave exigencia. La fe es una decisión personal que incluye la aceptación de Jesús por parte del hombre. Jesús no priva a los oyentes de su decisión personal. "¿Esto os hace vacilar?" Pedro toma la palabra y manifiesta su confianza
absoluta en Jesús: “¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”. Esta respuesta constituye la versión del evangelio de Juan de la confesión de Pedro en los sinópticos. En los cuatro evangelios aparece Pedro como portavoz de la fe de la primera generación cristiana. La respuesta del apóstol recupera la expresión del mismo Jesús: "Las palabras que os he dicho son espíritu y vida", esto es, constituyen la única orientación que puede dar sentido pleno a una vida. Los discípulos aceptan la propuesta de Jesús, a pesar de las dificultades ambientales y a pesar de la paradoja del mismo mensaje. Su respuesta constituye una opción de fe en favor de Jesús: "Nosotros creemos y sabemos". Conocer a Jesús, reflexionar su mensaje, asimilar sus actitudes, conduce a una mayor madurez en nuestra fe.
Jesús les explica de alguna manera el sentido de sus palabras sobre la Eucaristía. Les hace comprender que lo que ha dicho tiene un sentido más profundo, del que parece a simple vista. Su carne y su sangre son ciertamente comida y bebida, pero no en un sentido meramente físico, como si se tratase de una forma de canibalismo. Se trata de algo muy distinto que, en definitiva, sólo por medio de la fe se puede aceptar y, en cierto modo, hasta entender.
A este fragmento del evangelio el padre Pio comenta: “Ten paciencia y persevera en la práctica de la meditación. Al principio conténtate con no adelantar sino a pasos pequeños. Más adelante tendrás piernas que no desearán sino correr, mejor aún, alas para volar.
Conténtate con obedecer. No es nunca fácil, pero es a Dios a quien hemos escogido. Acepta no ser sino una pequeña abeja en el nido de la colmena; muy pronto llegarás a ser una de estas grandes obreras hábiles para la fabricación de la miel. Permanece siempre delante de Dios y de los hombres, humilde en el amor.
Entonces el Señor te hablará en verdad y te enriquecerá con sus dones.
Ocurre a menudo que las abejas, al atravesar los prados, recorren grandes distancias antes de llegar a las flores que han escogido; seguidamente, fatigadas pero satisfechas y cargadas de polen, vuelven a entrar en la colmena para realizar allí la transformación silenciosa, pero fecunda, del néctar de las flores en néctar de vida. Haz tú lo mismo: después de escuchar la Palabra, medítala atentamente, examina los diversos elementos que contiene, busca su significado profundo.
Entonces se te hará clara y luminosa; tendrá el poder de transformar tus
inclinaciones naturales en una pura elevación del espíritu; y tu corazón estará cada vez más estrechamente unido al corazón de Cristo”. (San Pio de Pietrelcina (1887-1968), capuchino. Epistolario 3, 980; GF, 196s ).


Para nuestra vida.

En la primera lectura Josué presenta una elección. También nosotros muchas veces tenemos que elegir. Tienen ante ellos al Señor de los cielos y tierra, al Señor que los ha librado de la esclavitud y los ha guiado por un duro desierto, interminable. A ese Dios que tiene derecho a la entrega sin condiciones del pueblo israelita que tanto, todo cuanto es, le debe. Pero el Señor quiere una decisión nacida del amor, una decisión libérrima. Por eso plantea la cuestión en tales términos. Al contemplar este modo tan atrayente de querernos, de pedirnos por amor lo que te debemos por justicia, te decimos que somos totalmente tuyos, que sólo a ti te vamos a servir, que sólo a ti te vamos a amar, en ti vamos a creer y a esperar.
Se trata de un asunto de capital importancia: asentado ya en tierras de Canaán, este pueblo ha de decidir ahora si quiere servir a Yahvé o prefiere someterse a los dioses falsos del territorio en el que ha de vivir en adelante. Su identidad como pueblo y su libertad futura depende ahora de que sigan fieles a Yahvé y no se sometan a los dioses de los amorreos. El pueblo responde ratificando la alianza del Sinaí: Yahvé, el que lo sacó de la esclavitud de Egipto, será su Dios. Elegir a Yahvé es también elegir un modo de existencia desarraigada, orientada hacia el futuro, en el que se cumplirán las promesas. Elegir a Yahvé es elegir al Dios vivo, al Dios que libera siempre de un mal pasado, a condición de vivir abiertos a los sorprendente gracia de un futuro mejor. Yahvé, el Dios siempre mayor, es el futuro y la verdadera Tierra Prometida hacia la que siempre se está en camino.
También a nosotros se nos pide una sí claro y sin medias tintas: "Nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios.
nos situa ante la pregunta de Pedro en el final del evangelio "Señor, ¿a quién vamos a acudir?". Muchos de los que seguían a Jesús consideraron muy radicales las palabras de comer y beber su cuerpo y su sangre. Y que los dos eran verdadera comida y bebida, tal como leíamos en el Evangelio del pasado domingo. Él mantiene esa posición y se produce la deserción de un buen número de discípulos. Y esa marcha debió ser tan numerosa que el Señor se vuelve a sus Doce y les pregunta lo mismo. La respuesta de Pedro: "Señor, ¿a quién vamos a acudir?"
Y así es: algunas veces nos ocurre a muchos de nosotros, a los seguidores de este tiempo. Surge un "Señor, a quien vamos a acudir" dicho con la mayor humildad. Lo mejor ante el desconcierto es preguntar al Señor cual es el camino y sin duda nos ayudará en la línea a que se refiere el Salmo 33 que hemos terminado de leer este domingo, Este salmo habla de nuestras angustias y de nuestros gritos al Señor y como nos escucha. Hay mucha angustia en la vida de nuestros días. La relación cotidiana – el trabajo, la convivencia social o familiar, la violencia, el odio generalizado-- con nuestros hermanos y el mundo produce esa angustia que puede ser amplificada por nuestra propia equivocación interior, por sospechar que los males que nos aquejan son peores de lo que en realidad son. Para esos tiempos de angustia y de miedo es ideal la lectura reposada y repetida del Salmo 33.
En el evangelio vemos como Jesús no se desdice de lo que ha dicho acerca de su presencia real en la Eucaristía, y sobre la inmolación de su cuerpo y su sangre en sacrificio redentor por todos los hombres. Por otra parte, es preciso subrayar que en ocasiones seguir a Cristo supone negarse a Sí mismo, dejar el propio criterio y abandonarse en la palabra y en las manos de Dios. Para eso hay que ser muy humildes y sinceros con nosotros mismos. En el fondo, humildad y sinceridad se identifican. Se trata, en una palabra, de reconocer la propia limitación de entendimiento y comprensión, aceptar que uno es muy poca cosa para captar bien lo referente a Dios. Fiarse del más sabio y del más fuerte, saberse pequeño y torpe, escuchar con sencillez al Señor.
Entonces sí "comprenderemos", entonces sí aceptaremos. Dios que siente debilidad por los humildes, nos iluminará la mente y nos encenderá el corazón, para que la dicha y la paz inunden nuestro espíritu, en ese acercamiento supremo entre Dios y el hombre, que se realiza en la Sagrada Eucaristía.
La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, no se conoce por los sentidos, dice S. Tomás, sino solo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios. “No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Señor, porque Él, que es la Verdad, no miente” (S. Cirilo)
No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas (pan y vino) se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros.
El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas” (S. Juan Crisóstomo).

Rafael Pla Calatayud
rafael@sacravirginitas.org

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