"No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera".
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera".
La cruz por sí misma no salva; lo que nos salvó fue el amor con el que y por el que Cristo aceptó morir en la Cruz.
Contemplamos la cruz en la que murió Cristo porque Cristo, muriendo en la cruz, nos dio la más grande prueba de su amor: nadie ama tanto a sus amigos como el que da la vida por ellos.
En el famoso soneto a Cristo crucificado se dice que lo que mueve realmente al que contempla a Cristo en la cruz es el amor: muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera que aunque no hubiera cielo yo te amara, aunque no hubiera infierno te temiera.
La religión cristiana no es una religión del sufrimiento: no amamos el dolor por el dolor, no nos gusta sufrir; amamos el dolor que salva, no porque duele, sino porque salva.
Dios es amor y sólo por amor nos ha salvado: tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Cuando pedimos a Dios, todos los días, que por la señal de la santa cruz nos libre del mal, lo que realmente le pedimos es que sea su amor misericordioso el que nos guarde del mal. Dios quiere nuestro bien y que seamos felices, porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. Cruces no nos van a faltar a lo largo de nuestra vida y nosotros, con amor y por amor, debemos hacer de estas cruces instrumentos de salvación, porque las cruces, llevadas con amor nos salvan, pero, si nos falta el amor nos destruyen.
Contemplando la cruz, ensalcemos el amor de Dios que, para salvarnos, aceptó, con amor y por amor, morir en una cruz. La cruz cristiana es una cruz redentora porque es la expresión máxima del amor redentor y misericordioso de Dios, nuestro Padre.
Contemplamos la cruz en la que murió Cristo porque Cristo, muriendo en la cruz, nos dio la más grande prueba de su amor: nadie ama tanto a sus amigos como el que da la vida por ellos.
En el famoso soneto a Cristo crucificado se dice que lo que mueve realmente al que contempla a Cristo en la cruz es el amor: muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera que aunque no hubiera cielo yo te amara, aunque no hubiera infierno te temiera.
La religión cristiana no es una religión del sufrimiento: no amamos el dolor por el dolor, no nos gusta sufrir; amamos el dolor que salva, no porque duele, sino porque salva.
Dios es amor y sólo por amor nos ha salvado: tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Cuando pedimos a Dios, todos los días, que por la señal de la santa cruz nos libre del mal, lo que realmente le pedimos es que sea su amor misericordioso el que nos guarde del mal. Dios quiere nuestro bien y que seamos felices, porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. Cruces no nos van a faltar a lo largo de nuestra vida y nosotros, con amor y por amor, debemos hacer de estas cruces instrumentos de salvación, porque las cruces, llevadas con amor nos salvan, pero, si nos falta el amor nos destruyen.
Contemplando la cruz, ensalcemos el amor de Dios que, para salvarnos, aceptó, con amor y por amor, morir en una cruz. La cruz cristiana es una cruz redentora porque es la expresión máxima del amor redentor y misericordioso de Dios, nuestro Padre.
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