Comentario a las
lecturas
del Domingo despues de Pentecostés La Santísima
Trinidad 11 de junio de 2017
Se celebra
en este domingo de la festividad de la Santísima Trinidad, el Día
"Pro Orantibus", con el al lema: “Contemplad el mundo con la mirada de Dios”. Es una jornada de
oración en favor de los religiosos y religiosas de vida contemplativa,
como expresión de reconocimiento, estima y gratitud por lo que representan
en la vida de la Iglesia con su valioso legado espiritual.
La vida
consagrada contemplativa los monjes y monjas de clausura proporciona a
nuestro mundo, muchas veces centrado en lo material, los signos prioridad
de Dios sobre todas las cosas y anuncia, de una manera gráfica y
llamativa, que el Reino de Dios ya comienza despuntar. Ellos y ellas
mantienen una misteriosa comunión con todos los que trabajan para que la
Humanidad llegue a ser lo que Dios quiere.
La jornada
"Pro orantibus" se aprovecha por un lado
para dar a conocer la vocación específicamente contemplativa (la de
los monjes y monjas de clausura, muchas veces incomprendida, pero tan
necesaria en la Iglesia) y , por otra parte, las iniciativas pastorales
que están dirigidas a promover la vida de oración en las diócesis y
parroquias; dando ocasión así a los fieles, donde sea posible, para que
participen en las celebraciones litúrgicas de algún monasterio y se
aproximen con ello a la vida de estos lugares de paz y encuentro con Dios.
Se hace
hoy, además, un llamamiento a la generosidad de los fieles para que
ofrezcan donativos para ayudar a los monasterios de clausura necesitados.
Volviendo al a festividad
de hoy: la Santísima Trinidad, nos basta con creer lo que nos dice hoy San
Pablo: que Dios, nuestro Padre, es gracia, es amor, es comunión, es un Dios
familia. Nos basta con creer que la gracia, el amor y la comunión nos la da el
Padre a través de su hijo Jesucristo, enviándonos su Santo Espíritu. El Padre y
el Hijo están unidos en una comunión indisoluble a través del Espíritu, que es
Amor.
Los textos sagrados de la misa de hoy
son muy breves en su extensión, como puede comprobarse, pero no así en su
contenido profundo.
La primera lectura es del libro del Éxodo (Ex 34, 4b-6. 8-9), Todo
el capítulo 34 del Éxodo da la impresión de que, en su origen, era un texto que
relataba la experiencia de los israelitas en el Sinaí.
El pueblo, liberado de Egipto, ha
alcanzado su meta: el Sinaí. En el itinerario, la preocupación de Dios por
Israel ha sido continua y solícita. El texto nos narra uno de esos encuentros íntimos entre Yahvé y
Moisés.
En la teofanía se presenta como el
cumplimiento divino a la petición, hecha por Moisés, de ver la gloria del Señor
(33. 17ss). Dios pasa (v. 6) -ya que el hombre no puede ver su rostro (33. 20)-
y da a conocer su nombre: es el Señor "compasivo y clemente, paciente,
misericordioso y fiel..." (v. 6). Esta fórmula, muy frecuente en el AT
(cf. Nm 14. 18: intercesión de Moisés por el pueblo;
Sal 86. 15...), revela de forma muy clara cómo el pueblo ha entendido la
persona de Dios.
Moisés se
siente anonadado ante la infinita grandeza de Dios, ante ese misterio
indescifrable que es el amor divino. Ese amor que es fuerte y abrasador, grande
hasta los celos, ese amor siempre vivo, esa bondad que no conoce la traición ni
el olvido, ese cariño que permanece eternamente el mismo, siempre fiel y leal,
misericordia que se repite de generación en generación.
Moisés ha subido al Sinaí y el «Señor bajó en la nube y se quedó con él allí».
El santo pronuncia el nombre de Dios. La respuesta es admirable: «Señor, Señor, Dios compasivo y
misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad». El Dios Uno
y Trino es de esta manera. Pronta fue la respuesta de Moisés, «Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya
con nosotros, aunque es un pueblo de dura cerviz; perdona nuestras culpas y
pecados y tómanos como heredad tuya».
Animado por esa
extraordinaria grandeza del amor divino, Moisés se
atreve a interceder por su pueblo, a pesar de que ese pueblo es terco y
contumaz, recalcitrante en su actitud de pecado, en su desobediencia a Dios.
El responsorial es del libro
de Daniel (Dn 3, 52 - 56). Este canto no hace parte del libro de los Salmos
sino que está extractado del libro de Daniel. Fue compuesto hacia el año
164, en plena "persecución" de Antíoco Epífanes,
tres años después de la "profanación del Templo", el 7 de diciembre
del 167; este libro es la reacción del pueblo judío ante la tentativa de los
poderes políticos paganos de obligar a los creyentes a abandonar su fe.
El autor bíblico, que escribía
algunos siglos más tarde, evoca ese gesto heroico para estimular a sus
contemporáneos a mantener en alto el estandarte de la fe durante las
persecuciones de los reyes siro-helenísticos del siglo II a.C. Precisamente
entonces se produce la valiente reacción de los Macabeos,
que combatieron por la libertad de la fe y de la tradición judía.
El cántico está constituido por
la primera parte de un largo y hermoso himno que cantan tres jóvenes judíos
arrojados a un horno ardiente por haberse negado a adorar la estatua del rey
babilonio Nabucodonosor.
Como es sabido, el libro de
Daniel refleja las inquietudes, las esperanzas y también las expectativas
apocalípticas del pueblo elegido, el cual, en la época de los Macabeos (siglo II a. C.) luchaba para poder vivir
según la ley dada por Dios.
En el horno, los tres jóvenes,
milagrosamente preservados de las llamas, cantan un himno de bendición dirigido
a Dios.
El autor sitúa lo narrado en el marco histórico del
reino de Nabucodonosor, el terrible soberano babilonio que aniquiló la ciudad
santa de Jerusalén en el año 586 a.C. y deportó a los israelitas "junto a
los canales de Babilonia" (Sal 136, 1). En un momento de peligro
supremo, cuando ya las llamas lamían su cuerpo, encuentran la fuerza para
"alabar, glorificar y bendecir a Dios", con la certeza de que el
Señor del cosmos y de la historia no los abandonará a la muerte y a la nada.
Este himno se asemeja a una
letanía, repetitiva y a la vez nueva: sus invocaciones suben a Dios como
volutas de incienso, que ascienden en formas semejantes, pero nunca iguales. La
oración no teme la repetición, como el enamorado no duda en declarar infinitas
veces a la amada todo su afecto. Insistir en lo mismo es signo de
intensidad y de múltiples matices en los sentimientos, en los impulsos
interiores y en los afectos.
El texto es la introducción,
que precede al desfile de las criaturas implicadas en la alabanza. Una mirada
panorámica a todo el canto en su forma litánica nos
permite descubrir una sucesión de elementos que componen la trama de todo el
himno. Este comienza con seis invocaciones dirigidas expresamente a Dios; las
sigue una llamada universal a las "criaturas todas del Señor" para
que abran sus labios ideales a la bendición (cf. v. 57).
Sucesivamente el canto seguirá
convocando a todas las criaturas del cielo y de la tierra a alabar y ensalzar a
su Señor.
En la bendición que los tres
jóvenes elevan desde el crisol de su prueba al Señor todopoderoso se ven
implicadas todas las criaturas. Tejen una especie de tapiz multicolor, en el
que brillan los astros, se suceden las estaciones, se mueven los animales, se
asoman los ángeles y, sobre todo, cantan los "siervos del Señor", los
"santos" y los "humildes de corazón" (cf. Dn 3, 85. 87).
Dios está en los cielos, desde
donde "sondea los abismos" (cf. Dn
3, 55), pero también "en el templo de su santa gloria" de Sión (cf. Dn 3, 53). Se halla sentado "en el
trono de su reino" eterno e infinito (cf. Dn
3, 54), pero también "está sentado sobre querubines" (cf. Dn 3, 55), en el arca de la alianza colocada en el Santo
de los santos del templo de Jerusalén.
Un Dios por encima de nosotros,
capaz de salvarnos con su poder; pero también un Dios cercano a su pueblo, en
medio del cual ha querido habitar "en el templo de su santa gloria",
manifestando así su amor. Un amor que revelará en plenitud al hacer que su
Hijo, Jesucristo, "habitara entre nosotros, lleno de gracia y de
verdad" (cf. Jn 1, 14). Dios revelará plenamente su amor al mandar
a su Hijo en medio de nosotros a compartir en todo, menos en el pecado, nuestra
condición marcada por pruebas, opresiones, soledad y muerte.
La segunda lectura es de la segunda carta del
apóstol san Pablo a los corintios (2 Cor13, 11-13), presenta la conclusión
de la carta, tiene muchas semejanzas con
las conclusiones de otras cartas. No obstante, en esta está muy presente la
situación de la comunidad de Corinto, marcada por las divisiones internas y el
cuestionamiento que algunos hacen del ministerio de Pablo.
La alegría, fruto de la fe en
Jesucristo, es un motivo presente en otros pasajes de las cartas paulinas.
También lo es la "paz", pero en este caso tiene un énfasis especial,
dada la situación de la comunidad. Si no viven en paz, ¿cómo podrá estar presente
en medio de ellos "el Dios del amor y de la paz"? El "beso
ritual", típico de las primeras comunidades es un gesto que hace visible
la comunión profunda entre los miembros de la comunidad. Pablo no descuida
expresar la comunión entre las diversas comunidades; por eso transmite el
saludo de" todos los santos".
La fórmula final (v. 13), que
hallamos en la conclusión o en el encabezamiento de otras cartas, es un deseo
de bendición en el que se atribuyen a Jesucristo, a Dios y al Espíritu los
bienes de la gracia, el amor y la comunión.
El aleluya es del Apocalipsis (Ap 1, 8 ) "gloria al padre, y al hijo, y al espíritu santo, al dios que es, que era y que viene".
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El evangelio
es de san Juan (Jn 3, 16-18). Es
parte del dialogo Jesús-Nicodemo, centrado en la necesidad de nacer de nuevo y
de arriba. Por
el desarrollo del diálogo se entrevé que el arriba tiene la altura de la cruz,
en la que se pondrá de manifiesto el espíritu que Jesús transmite. Por eso en
este mismo diálogo el nacer de arriba es sinónimo de nacer del espíritu.
Nicodemo, maestro de Israel,
representa la concepción religiosa que empezaba a ser la preponderante en
tiempos de Jesús. Según esta concepción, Dios se ha revelado de una vez por
todas en la Ley y sólo en la Ley. La relación del hombre con Dios pasa
necesariamente por la Ley. El hombre sólo puede encontrar a Dios en los
mandamientos de Dios. La revelación de Dios es, pues Ley y sólo Ley.
Frente al modo de concebir la
relación Dios-hombre propuesta por Nicodemo, Jesús propone otra muy distinta.
Dios no se revela al mundo(=a los hombres) a través de la Ley, sino a través de
su Hijo. Por consiguiente, no se revela como legislador que dicta lo que hay
que hacer, sino como Padre. El Hijo, en consecuencia, no es alguien que
enjuicia desde fuera (esto es propio de la Ley), sino alguien que comparte
desde dentro y por eso salva.
El v.16 presenta la afirmación
clara y terminante del amor de Dios como la causa verdadera, última y
determinante de la presencia de su Hijo en el mundo.
-La intención más clara y determinante
de Dios es que el mundo se salve.
-Jesús vino como salvador. Pero
quien no lo acepta como el Hijo de Dios, se condena a sí mismo al rechazar la
salvación que le ha sido ofrecida.
Para nuestra vida.
La vida cristiana comienza en el
nombre del Padre y del Hijo y del ES: en el nombre de la Santísima Trinidad
hemos sido bautizados. También la Eucaristía comienza en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo. Cuando el sacerdote o el presidente de la
asamblea saluda a los fieles, lo hace generalmente con una fórmula trinitaria;
por ejemplo, con la que hallamos en la 2a lectura bíblica de esta solemnidad:
"La gracia de N.S.JC, el amor del Padre y la comunión del ES esté siempre
con vosotros". Y cuando, terminada ya la Eucaristía, el sacerdoet despide a la asamblea, de nuevo invoca sobre los
asistentes el nombre del P. y del H y de ES. En la liturgia la Iglesia dirige
siempre sus oraciones al Padre, por el Hijo, en la unidad del ES. En el credo o
símbolo de nuestra fe ordenamos los artículos también de acuerdo con el mismo
esquema. Toda la vida cristiana y toda la vida de la Iglesia está señalada con
el nombre del P. y del H. y del ES. Así nos santiguamos, así oramos, así
confesamos nuestra fe, así bendecimos, así celebramos y recibimos el perdón.
Al final de este tiempo en que hemos
seguido los misterios de Cristo Salvador y hemos recordado todo lo que el Dios
Trino ha hecho por nosotros, nos detenemos para volvernos hacia Aquél de quien
todo lo hemos recibido. En este sentido, la fiesta de la Santísima Trinidad
debería ser la gran fiesta de acción de gracias al Padre, al Hijo y al Espíritu
por todo lo que han hecho por nosotros.
Es el misterio central de nuestra fe.
La esencia trinitaria está en estos textos de la liturgia de hoy y sobre los
cuales nos conviene reflexionar.
Tres divinas
personas que se aman desde toda la eternidad. El Padre, que engendra al Hijo, y
el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo. Una sola naturaleza divina
y tres divinas personas, que no son tres dioses sino un solo Dios. Iguales en
todo, en la divinidad, en la gloria, en la majestad. Como es el Padre así es el
Hijo y así el Espíritu Santo: increado, inmenso, eterno, omnipotente. En la
Santísima Trinidad nada es anterior o posterior, nada mayor o menor, sino que
las tres personas son coeternas entre sí e iguales.
La Trinidad no es un misterio para
rompernos la cabeza, sino para salir cada cual de su egoísmo y componer entre
todos la imagen y semejanza de Dios. A medida que construyamos entre todos la
comunidad, seremos "nosotros" delante de Dios, delante del
"tú" de todos los hombres. Mientras tanto, no podemos saber qué es el
hombre, ni imaginarnos siquiera lo que Dios es para el hombre.
Esta
festividad es la puerta para comenzar la segunda parte del Tiempo Ordinario.
Ser cristiano significa creer y
vivir que Dios es un Padre que nos ama, que todo lo ha hecho por nosotros y que
jamás nos dejará.
Un Dios que entregó a su Hijo
único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida
eterna" (evang.); que en Jesús resucitado nos ha
abierto a una esperanza sin límites. Y, por el Espíritu, está siempre con
nosotros, como compañero de camino (1a.lectura), como Dios del amor y de la paz
(2a.lectura), un Dios, en definitiva que obra por amor salvador hacia la
humanidad (evan) "Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para
que el mundo se salve por él".
En
la primera lectura Moisés pronuncia el nombre del Señor.
Los israelitas no se atrevían a pronunciar el nombre de Dios, pero aquí muestra
su cercanía a Moisés y proclama que “Dios es compasivo y misericordioso, lento
a la ira y rico en clemencia y lealtad”.
El pueblo de Israel, tiene necesidad
de la cercanía de Yahvé; Dios le presta este servicio y le brinda su don. Es
necesario que el pueblo no se pierda por caminos imposibles y que, en el
momento de buscar la salvación, no trate de encontrarla en otros dioses ni en
ningún poder humano, religioso o profano. La idea del poder de Dios -terrible y
pavoroso- se cambia por la del amor de Dios. Porque el poder de Dios -como
debería ser cualquier poder humano- no es más que la fuerza de su amor, un amor
entrañable y plenamente eficaz, que toma a la persona amada y la dirige hasta
las cumbres más altas de su realización integral.
Moisés no ve a Dios, pero
siente su presencia gozosa; el pueblo tampoco lo ve con sus ojos; pero tanto el
uno como el otro, meditando en su historia, llegan a captar su persona, su modo
habitual de actuar. Y nosotros, hombres del siglo XXI, queremos prescindir de
esta presencia de Dios en nuestra historia, de esta forma de entender su
persona, y nos empeñamos en querer "verle" con los ojos de la razón.
Ante Dios, la única actitud
correcta del hombre es la adoración.
Es lo que hace Moisés. Y su
adoración se transforma en petición: Moisés, como tantas veces, pide la
presencia del Señor en medio de su pueblo a pesar de la infidelidad constante
de este pueblo. De hecho, Moisés está diciendo que sin la compasión y el amor
fiel es imposible la vida.
Encuentro del
hombre con Dios en el que la ínfima pequeñez de la naturaleza humana entra en
relación con la infinita grandeza del Altísimo. Misterio profundo de este Dios
nuestro, Uno y Trino, esencialmente amor, comunicación permanente de
benevolencia.
Dios no es desde ahora un Dios
distante, sino cercano al hombre.
Dios es
compasivo, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad, en amor y fidelidad,
en bondad y en verdad. Ante este profundo misterio de amor que es Dios Uno y
Trino, sólo nos queda postrarnos por tierra, en actitud de honda adoración.
En
el Salmo proclamamos un fragmento del himno de los tres jóvenes que se halla en
el texto griego de Daniel.
Es una letanía que canta la gloria de Dios, este Dios trascendente, pero que se
hace presente en la historia de los hombres: es el "Dios de nuestros
padres", está presente en "el templo de tu santa gloria", a la
vez que se sienta "sobre el trono de tu reino".
San
Pablo en la Segunda de la Carta a los Corintios nos ofrece la clara bendición Trinitaria, que
forma parte del contenido de la Misa. "La gracia de
nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté
siempre con vosotros" es el principio de todas las misas. La contribución
es importante también en contenido: Cristo es la gracia, el Padre es el amor y
el Espíritu la comunión, la interrelación entre las personas de la Trinidad
Santísima y con nosotros mismos.
La lectura es una de las oraciones
litúrgicas más notables de las que hacen referencia a la Trinidad y que definen
los dones de cada una de las personas divinas.
Así comenta San Agustín esta
fragmento : "Veamos, por tanto, si conseguimos encontrar algo en las
criaturas con que probemos que algún conjunto de tres cosas, que se manifiestan
separadas unas de otras, obra. inseparablemente. ¿A dónde hemos de dirigirnos?
¿Al cielo, para disputar acerca del sol, la luna y los astros? ¿O, acaso, a la
tierra para hablar, tal vez, de los frutales, de los demás árboles y de los
animales que la llenan? ¿O hemos de hablar del cielo mismo, o de la tierra, que
contienen todo cuanto hay en cielo y tierra? ¡Oh hombre!, ¿hasta cuándo vas a
estar dando vueltas en torno a la creación? Vuélvete a ti mismo, contémplate,
sondéate, examínate.
Si buscas en la criatura algún
conjunto de tres cosas que se manifiesten separadamente y que obren
inseparablemente, si lo buscas en la criatura -repito- búscalo antes en ti
mismo. ¿No eres también tú criatura? Buscas una semejanza. ¿Vas, acaso, a
buscarla en una bestia? Hablabas de Dios, cuando te vino la idea de buscar una
semejanza. Hablabas de la Trinidad, de la inefable Majestad; y como fracasaste
en las cosas divinas, confesaste con la debida humildad tu debilidad y te
volviste al hombre. Examínalo. ¿Encaminas tu búsqueda a la bestia, al sol o a
una estrella? ¿Qué cosa de éstas ha sido hecha a imagen de Dios? Tal cosa la
buscarás mejor en ti que te eres más conocido. En efecto, Dios hizo al hombre a
su imagen y semejanza.
Busca en ti mismo; posiblemente
la imagen de la Trinidad haya dejado algún vestigio de la Trinidad misma. ¿Qué
imagen? Una imagen creada que dista mucho del modelo; una semejanza y una
imagen que dista mucho del original. No es imagen como el Hijo, que es lo mismo
que el Padre. Una cosa es la imagen que se reproduce en un espejo, y otra la
que se reproduce en un hijo. Mucho dista la una de la otra. En tu hijo, tú
mismo eres tu imagen. Tu hijo es lo mismo que tú en cuanto a la naturaleza. Es
de tu misma sustancia, aunque es una persona diferente. El hombre no es, por
tanto, una imagen como lo es el Hijo unigénito, sino que fue hecho a cierta
imagen y cierta semejanza. Busque dentro de sí algo, por si puede encontrar un
conjunto de tres cosas que se pronuncien separadamente y actúen de forma
inseparable. Yo buscaré; buscad conmigo. No yo; en vosotros o vosotros en mí,
sino vosotros dentro de vosotros mismos, y yo dentro de mi.
Busquemos conjuntamente y exploremos nuestra común naturaleza y sustancia...
Vuelve, pues, la mirada a tu
hombre interior. Es allí sobre todo donde se ha de buscar la semejanza de tres
cosas que se manifiesten separadamente y que obren de forma inseparable. ¿Qué
tiene tu mente? Si me pongo a buscar, tal vez encuentre muchas cosas; pero hay
algo que salta a la vista y se comprende más fácilmente. ¿Qué tiene tu alma?
«Me acuerdo». Considéralo. No pido que se me crea lo que voy a decir; no lo
aceptes, si no lo encuentras en ti. Centra tu mirada, pues. Pero antes
consideremos lo que se nos había pasado, a saber, si el hombre es imagen
solamente del Hijo, o del Padre y el Hijo y también, como consecuencia, del
Espíritu Santo. Dice el Génesis: Hagamos al hombre a nuestra imagen y
semejanza (Gn 1,26). No lo hace, pues, el Padre
sin el Hijo, ni el Hijo sin el Padre. Hagamos al hombre a nuestra imagen y
semejanza. Hagamos, no dijo: «Voy a hacer», o «Haz», o «Haga él», sino Hagamos
a imagen, no tuya o mía, sino nuestra. (San Agustín. Sermón 52,17-20).
En
el evangelio San Juan proclama que “tanto amó Dios al mundo que entregó a su
Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en El,
sino que tengan vida eterna”.
El texto está enmarcado en la historia
de Nicodemo, que sólo aparece en este evangelio, es presentado como un doctor
de la Ley, miembro fariseo del sanedrín. Es el prototipo del judío piadoso
preocupado por la cuestión de la salvación, en definitiva por el problema
central de todo hombre: el sentido.
San Juan , condensa la voluntad de
Dios, respecto a la Redención. Y en ello es similar a la acción relatada en la
primera lectura y en la que Moisés experimenta la intimidad de Dios, sus
consejos para mejor vivir en la Tierra. Juan explica que el amor de Dios nos
ofreció a su Hijo Único para que todos fuésemos felices y nos salváramos.
Padre e Hijo no son ni el super yo ni representan un tipo de misericordia
paternalista. Lo que cada uno seamos, nuestro enjuiciamiento, esto es obra
exclusiva nuestra, de la postura que adoptemos ante el Hijo. Queda, pues, excluido
todo enjuiciamiento externo y en base al cumplimiento de la Ley.
Cuando vino Jesús al mundo se presentó
como un nuevo Moisés, pero con la diferencia de que conocía a Dios como nadie
hasta ahora le había conocido. Define la misión encargada por el Padre al Hijo:
"Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el
mundo se salve por él".
El mundo es objeto del amor de
Dios. La voluntad de Dios es de salvación universal (no para unos cuantos) y no
de condenación (¡y hay quienes todavía no se han enterado!). Su amor por el
mundo es tan grande que "entregó a su Hijo único". En esta expresión
se esconde evidentemente una alusión a la cruz: de hecho el amor inmenso de
Dios se ha visto de una manera palpable en la donación hasta el final, hasta el
extremo, de Jesús. Por otro lado, también es clara la alusión al hijo único de Abrahan, Isaac.
Podemos resumir diciendo que la
Trinidad es misterio de amor y comunión. La Trinidad significa que nuestro Dios
no es un Dios solitario, sino que en Dios hay calor familiar. Dios no es único
a pesar de ser tres, sino que es único precisamente porque en él son tres que
comparten todo lo que son, hasta llegar a realizar aquello que para las
personas que se aman siempre será un sueño: sin dejar de ser ellos, ser una
misma cosa.
Porque Dios es amor y comunión,
crea comunión allí donde se hace presente. Y la comunión será siempre, sino una
realidad, sí una exigencia para los creyentes (2a.lectura)
Dios es amor y comunión, está
siempre con los hombres y establece con ellos una relación personal
(recuperación de la doctrina tradicional de la inhabitación de la Trinidad en
el alma del justo). La idea es clara en las tres lecturas. Y de un profundo
significado para la vida.
Dios es amor y bondad, es un
Dios que salva. Convendría aprovechar este texto de san Juan para clarificar
posibles equívocos, fruto de una formación defectuosa. Dios no nos ofrece una
alternativa: o salvación o condenación. Dios solamente salva. Lo que ocurre -y
ahí radica la seriedad de la libertad humana- es que nosotros podemos
autoexcluirnos de esta salvación. Dios no castiga a nadie: el castigo, tanto en
este mundo como en el otro, no es sino la consecuencia connatural e intrínseca
del pecado.
Queda abierta la posibilidad de
condenación, a pesar de la voluntad única de salvación de Dios. Uno puede
rechazar el amor de Dios, o cerrarse a él. Habría que recordar que en la obra joánica
creer y amar son sinónimos. Cuidado, pues, en no identificar rápidamente a
"los que creen" y "los que no creen".
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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