En la llamada que Jesús hace a sus discípulos
para que le sigan podemos distinguir los siguientes elementos
característicos:
1. La llamada parte de la iniciativa de
Jesús
La llamada al seguimiento parte siempre de una
iniciativa de Jesús. Si alguno lo pretende seguir por propia iniciativa es
invitado a tomar otro camino (cf. Mc 5,18-20). De este modo Jesús podrá decir
más tarde: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino yo a vosotros» (Jn 15,16)
(4). El sujeto original de la vocación al seguimiento es siempre Jesús. Nadie se
hace a sí mismo discípulo. Es Jesús el que hace discípulos. El hombre puede
ponerse en camino hacia Jesús sólo después que Jesús se ha puesto a caminar por
los senderos del hombre. El seguimiento no es conquista, sino un ser
conquistado. Así lo experimentó Pablo y así lo experimentaron los discípulos de
todos los tiempos: sentir la llamada al seguimiento es sentirse «escogido,
alcanzado y ganado por el Señor Jesús» (Fil 3,8-12). Por esta misma razón, la
vocación al seguimiento culmina con la transformación existencial que da lugar a
un nuevo yo: «No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20). El
seguimiento tiene como fuente el mismo Jesús y como término su misma
persona.
Esta iniciativa por parte de Jesús es indicada en
los Evangelios con tres verbos. Dos de ellos se refieren a lo que él hace:
«pasa» al lado de los que luego le seguirán y los «ve». El otro
verbo se refiere a la llamada explícita: Jesús les dijo: «Venid conmigo»,
o simplemente, «sígueme».
Jesús «pasa junto a» y «ve». Estos verbos
aparecen tanto en los sinópticos como en Juan cuando nos hablan de la vocación
de los primeros discípulos: «Pasando a lo largo del lago de Galilea
vio a Simón...» (Mc 1,16; cf. Mt 4,18), «Al día siguiente... Juan fijó la
vista en Jesús que pasaba...» y «Jesús viendo que lo seguían...»
(Jn 1,35.36.38).
«Pasando». En el Evangelio,
particularmente en el de Marcos, Jesús se presenta casi siempre en camino. El
Jesús en movimiento es también el Jesús que pone en movimiento. Como ya dijimos,
en las narraciones vocacionales es Jesús quien siempre toma la iniciativa de
acercarse a aquellos a los que llamará a que le sigan. No espera a que vengan a
él. Va a su encuentro y lo hace en los lugares donde éstos desarrollan sus
actividades normales: a los primeros discípulos, como pescadores que eran, los
encontrará en el lago de Tiberíades (cf. Mc 1,16), a Mateo en su lugar de
trabajo, como recaudador de impuestos (cf. Mt 9,9-17). La llamada al seguimiento
no se sitúa en un espacio sagrado, en un momento religioso, sino en un cuadro
profano. La llamada se realiza siempre en el contexto histórico de la persona
que es llamada.
Otra constante estructural de los relatos de
vocación es la mirada de Jesús. «Pasando Jesús vio» a Simón y a Andrés (cf. Mc
1,16), a Santiago y a Juan (cf. Mc 1,19), a Mateo (cf. Mc 2,14), a Natanael (cf.
Jn 1,47-48), al joven rico (cf. Mc 10,21). El «ver» de Jesús no es un ver
cualquiera, en abstracto, sino una mirada que penetra en el interior de las
personas (cf. Mc 3,5; 6,34; 12,34), a las que elige, escoge y «saca fuera» del
resto de la gente para que le sigan (5). El ver de Jesús es el primer momento
del encuentro entre Jesús que llama y el hombre que responde, e indica ya una
comunión profunda entre Jesús y la persona «vista» por él (6). Después de esta
mirada, las cosas no quedan nunca como estaban. Las situaciones cambian y las
personas también. La vocación es una llamada personalizada.
A un determinado momento, la mirada se torna
llamada explícita, que es también un mandato: «Venid conmigo» (Mc 1,17; Jn
1,39), «sígueme» (Mc 2,14; Lc 9,59; 18,22) (7). Estas expresiones, aunque
directamente recuerdan la vocación de Eliseo (cf. 1 Re 19,20), sin embargo
también son frecuentes en el Antiguo Testamento para indicar la elección de
Israel por parte de Yahvé. Como la prometida sigue a su prometido (cf. Jr 2,2),
como el rebaño sigue al pastor (cf. Sal 80,2), como el pueblo sigue a su rey
(cf. 2 Sam 15,13; 17,9), así Israel debe seguir a su Señor.
A la luz de los textos anteriores, las
expresiones evangélicas «venid conmigo» y «sígueme» indican la relación de
cercanía y la intimidad con Jesús que deben caracterizar la vida del discípulo.
Cercanía e intimidad cuya iniciativa parte siempre de Jesús que pasa,
ve-conoce-ama y llama.
2. La llamada es la manifestación del amor
gratuito de Jesús por el llamado
La vocación es una elección gratuita: «Antes que
fueses formado, en el seno materno, yo te conocí; antes que salieses del seno de
tu madre, yo te consagré y te hice profeta» (Jr 1,5). La misma «confesión» hace
Isaías (cf. Is 49,1) y Pablo (cf. Gál 1,15-16). «Dios nos ha amado primero» (1
Jn 4,10), por eso la llamada, fruto del amor del Señor hacia el llamado, no se
basa en los propios méritos, es un don gratuito. Jesús pasa, ama y llama a los
que él quiere (cf. Mc 3,13), cuando él quiere y como él quiere, «no en virtud de
nuestras obras, sino en virtud de su propósito y de la gracia que nos fue dada
en Cristo Jesús antes de los tiempos eternos» (2 Tm 1,9).
La elección por parte de Jesús es libre, depende
únicamente de su voluntad; no se tienen en cuenta la capacidad del llamado, ni
sus intereses e intenciones y ni siquiera su decisión. Todo es gracia. Pablo
tendrá clara conciencia de ello cuando, haciendo «memoria» de su vocación,
afirmará que ha sido llamado por pura gracia de aquel que le separó desde
el seno de su madre (cf. Gál 1,15). El discípulo es amado y, porque es amado, es
también llamado, cada uno desde su situación concreta y a su manera, a estar con
Jesús (cf. Mc 3,13), a seguirle (cf. Mc 1,17), a estar donde está él (cf. Jn
12,26).
La relación de amor se traduce, por parte de
Jesús, en la acogida del llamado tal como es, en su elección, en la confianza
que deposita en él y en la amistad con que le honra: «Ya no os llamo siervos,
sino amigos» (Jn 15,15). Todo discípulo es siempre «el discípulo al que ama
Jesús» (cf. Jn 13,23), por el cual murió y se entregó (cf. Gál 2,20). Todo
discípulo es su amigo y ha de sentirse incondicionalmente amado por él (cf. Rm
15,6-10). Llamado a seguirle y a compartir sus pruebas, es también llamado a
compartir con él los secretos de su Padre (cf. Jn 15,15). Por este motivo, los
vínculos que se crean entre el llamado y Jesús son tan estrechos como los que
existen desde siempre entre Jesús y el Padre (cf. Jn 15,9).
3. La llamada es un acto imperioso e
irresistible, que sin embargo respeta la libertad
La llamada es presentada siempre como una orden:
«Vete», dirá el Señor a Abraham (cf. Gén 12,1), a Moisés (Ex 3,10), a Gedeón
(cf. Jue 6,14), a Amós (cf. Am 7,15), a Isaías (cf. Is 6,9). «Venid», dirá Jesús
a sus primeros discípulos (cf. Mc 1,17); «venid y ved», dirá a los discípulos de
Juan (cf. Jn 1,39); «sígueme», dirá a Mateo (cf. Mt 9,9). Jesús, como Yahvé en
el Antiguo Testamento, se presenta como alguien con autoridad.
Esta autoridad hace que la llamada sea
irresistible. En el Antiguo Testamento el texto que tal vez mejor refleja esta
concepción es la confesión de Amós: «Ruge el león, ¿quién no temblará?» (Am
3,8). En el Nuevo Testamento esta característica de la llamada se percibe en la
pronta respuesta que dan los discípulos al imperativo del Señor: «Al instante»
dejándolo todo le siguieron. La razón de esta prontitud en la respuesta la
podemos entrever en la «memoria» que Jeremías hace de su propia experiencia
vocacional: «Me has seducido, Yahvé, y yo me dejé seducir; me has agarrado y me
has podido... Yo decía: “No volveré a recordarlo, ni hablaré más en su nombre”.
Pero sentía en mi corazón algo así como un fuego ardiente, prendido en mis
huesos, y aunque yo luchaba por ahogarlo, no podía» (Jr 20,7 y 9). O también en
las palabras de Pedro cuando muchos abandonan a Jesús después del discurso sobre
el pan de vida: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn
6,68).
El carácter imperativo e irresistible de la
llamada no anula, sin embargo, la libertad y, por tanto, la responsabilidad del
llamado. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento nos ofrecen algunos ejemplos
a través de los cuales se ve clara la posibilidad-libertad-responsabilidad que
el llamado tiene de decir no a la «orden» dada por el Señor: Jonás (cf. Jon
1,3), un profeta anónimo enviado a profetizar contra el santuario de Betel (cf.
1 Re 13), el joven rico (cf. Mt 19,16ss), Judas. El Señor llama. El hombre es
siempre libre de decir sí o no. El Señor puede insistir, como es en el caso de
Moisés (cf. Ex 4,10-17), de Gedeón (cf. Jue 6,15-16) o de Jeremías (cf. Jr 1,6).
Pero es el hombre el que debe aceptar la llamada. En la vocación se encuentran
siempre dos libertades: la libertad del Señor que llama a quien quiere y la
libertad del llamado que puede decir sí o no. «La vocación es realmente
actividad de Dios, pero igualmente actividad del hombre: trabajo y penetración
de Dios en el corazón de la libertad humana, pero también fatiga y lucha del
hombre para ser libre y poder acoger el don» .
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