lunes, 3 de septiembre de 2012

Siguiendo las huellas de Jesús.

LA LLAMADA AL SEGUIMIENTO
En la llamada que Jesús hace a sus discípulos para que le sigan podemos distinguir los siguientes elementos característicos:

1. La llamada parte de la iniciativa de Jesús

La llamada al seguimiento parte siempre de una iniciativa de Jesús. Si alguno lo pretende seguir por propia iniciativa es invitado a tomar otro camino (cf. Mc 5,18-20). De este modo Jesús podrá decir más tarde: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino yo a vosotros» (Jn 15,16) (4). El sujeto original de la vocación al seguimiento es siempre Jesús. Nadie se hace a sí mismo discípulo. Es Jesús el que hace discípulos. El hombre puede ponerse en camino hacia Jesús sólo después que Jesús se ha puesto a caminar por los senderos del hombre. El seguimiento no es conquista, sino un ser conquistado. Así lo experimentó Pablo y así lo experimentaron los discípulos de todos los tiempos: sentir la llamada al seguimiento es sentirse «escogido, alcanzado y ganado por el Señor Jesús» (Fil 3,8-12). Por esta misma razón, la vocación al seguimiento culmina con la transformación existencial que da lugar a un nuevo yo: «No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20). El seguimiento tiene como fuente el mismo Jesús y como término su misma persona.

Esta iniciativa por parte de Jesús es indicada en los Evangelios con tres verbos. Dos de ellos se refieren a lo que él hace: «pasa» al lado de los que luego le seguirán y los «ve». El otro verbo se refiere a la llamada explícita: Jesús les dijo: «Venid conmigo», o simplemente, «sígueme».

Jesús «pasa junto a» y «ve». Estos verbos aparecen tanto en los sinópticos como en Juan cuando nos hablan de la vocación de los primeros discípulos: «Pasando a lo largo del lago de Galilea vio a Simón...» (Mc 1,16; cf. Mt 4,18), «Al día siguiente... Juan fijó la vista en Jesús que pasaba...» y «Jesús viendo que lo seguían...» (Jn 1,35.36.38).

«Pasando». En el Evangelio, particularmente en el de Marcos, Jesús se presenta casi siempre en camino. El Jesús en movimiento es también el Jesús que pone en movimiento. Como ya dijimos, en las narraciones vocacionales es Jesús quien siempre toma la iniciativa de acercarse a aquellos a los que llamará a que le sigan. No espera a que vengan a él. Va a su encuentro y lo hace en los lugares donde éstos desarrollan sus actividades normales: a los primeros discípulos, como pescadores que eran, los encontrará en el lago de Tiberíades (cf. Mc 1,16), a Mateo en su lugar de trabajo, como recaudador de impuestos (cf. Mt 9,9-17). La llamada al seguimiento no se sitúa en un espacio sagrado, en un momento religioso, sino en un cuadro profano. La llamada se realiza siempre en el contexto histórico de la persona que es llamada.

Otra constante estructural de los relatos de vocación es la mirada de Jesús. «Pasando Jesús vio» a Simón y a Andrés (cf. Mc 1,16), a Santiago y a Juan (cf. Mc 1,19), a Mateo (cf. Mc 2,14), a Natanael (cf. Jn 1,47-48), al joven rico (cf. Mc 10,21). El «ver» de Jesús no es un ver cualquiera, en abstracto, sino una mirada que penetra en el interior de las personas (cf. Mc 3,5; 6,34; 12,34), a las que elige, escoge y «saca fuera» del resto de la gente para que le sigan (5). El ver de Jesús es el primer momento del encuentro entre Jesús que llama y el hombre que responde, e indica ya una comunión profunda entre Jesús y la persona «vista» por él (6). Después de esta mirada, las cosas no quedan nunca como estaban. Las situaciones cambian y las personas también. La vocación es una llamada personalizada.

A un determinado momento, la mirada se torna llamada explícita, que es también un mandato: «Venid conmigo» (Mc 1,17; Jn 1,39), «sígueme» (Mc 2,14; Lc 9,59; 18,22) (7). Estas expresiones, aunque directamente recuerdan la vocación de Eliseo (cf. 1 Re 19,20), sin embargo también son frecuentes en el Antiguo Testamento para indicar la elección de Israel por parte de Yahvé. Como la prometida sigue a su prometido (cf. Jr 2,2), como el rebaño sigue al pastor (cf. Sal 80,2), como el pueblo sigue a su rey (cf. 2 Sam 15,13; 17,9), así Israel debe seguir a su Señor.

A la luz de los textos anteriores, las expresiones evangélicas «venid conmigo» y «sígueme» indican la relación de cercanía y la intimidad con Jesús que deben caracterizar la vida del discípulo. Cercanía e intimidad cuya iniciativa parte siempre de Jesús que pasa, ve-conoce-ama y llama.

2. La llamada es la manifestación del amor gratuito de Jesús por el llamado

La vocación es una elección gratuita: «Antes que fueses formado, en el seno materno, yo te conocí; antes que salieses del seno de tu madre, yo te consagré y te hice profeta» (Jr 1,5). La misma «confesión» hace Isaías (cf. Is 49,1) y Pablo (cf. Gál 1,15-16). «Dios nos ha amado primero» (1 Jn 4,10), por eso la llamada, fruto del amor del Señor hacia el llamado, no se basa en los propios méritos, es un don gratuito. Jesús pasa, ama y llama a los que él quiere (cf. Mc 3,13), cuando él quiere y como él quiere, «no en virtud de nuestras obras, sino en virtud de su propósito y de la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos eternos» (2 Tm 1,9).

La elección por parte de Jesús es libre, depende únicamente de su voluntad; no se tienen en cuenta la capacidad del llamado, ni sus intereses e intenciones y ni siquiera su decisión. Todo es gracia. Pablo tendrá clara conciencia de ello cuando, haciendo «memoria» de su vocación, afirmará que ha sido llamado por pura gracia de aquel que le separó desde el seno de su madre (cf. Gál 1,15). El discípulo es amado y, porque es amado, es también llamado, cada uno desde su situación concreta y a su manera, a estar con Jesús (cf. Mc 3,13), a seguirle (cf. Mc 1,17), a estar donde está él (cf. Jn 12,26).

La relación de amor se traduce, por parte de Jesús, en la acogida del llamado tal como es, en su elección, en la confianza que deposita en él y en la amistad con que le honra: «Ya no os llamo siervos, sino amigos» (Jn 15,15). Todo discípulo es siempre «el discípulo al que ama Jesús» (cf. Jn 13,23), por el cual murió y se entregó (cf. Gál 2,20). Todo discípulo es su amigo y ha de sentirse incondicionalmente amado por él (cf. Rm 15,6-10). Llamado a seguirle y a compartir sus pruebas, es también llamado a compartir con él los secretos de su Padre (cf. Jn 15,15). Por este motivo, los vínculos que se crean entre el llamado y Jesús son tan estrechos como los que existen desde siempre entre Jesús y el Padre (cf. Jn 15,9).

3. La llamada es un acto imperioso e irresistible, que sin embargo respeta la libertad

La llamada es presentada siempre como una orden: «Vete», dirá el Señor a Abraham (cf. Gén 12,1), a Moisés (Ex 3,10), a Gedeón (cf. Jue 6,14), a Amós (cf. Am 7,15), a Isaías (cf. Is 6,9). «Venid», dirá Jesús a sus primeros discípulos (cf. Mc 1,17); «venid y ved», dirá a los discípulos de Juan (cf. Jn 1,39); «sígueme», dirá a Mateo (cf. Mt 9,9). Jesús, como Yahvé en el Antiguo Testamento, se presenta como alguien con autoridad.

Esta autoridad hace que la llamada sea irresistible. En el Antiguo Testamento el texto que tal vez mejor refleja esta concepción es la confesión de Amós: «Ruge el león, ¿quién no temblará?» (Am 3,8). En el Nuevo Testamento esta característica de la llamada se percibe en la pronta respuesta que dan los discípulos al imperativo del Señor: «Al instante» dejándolo todo le siguieron. La razón de esta prontitud en la respuesta la podemos entrever en la «memoria» que Jeremías hace de su propia experiencia vocacional: «Me has seducido, Yahvé, y yo me dejé seducir; me has agarrado y me has podido... Yo decía: “No volveré a recordarlo, ni hablaré más en su nombre”. Pero sentía en mi corazón algo así como un fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo luchaba por ahogarlo, no podía» (Jr 20,7 y 9). O también en las palabras de Pedro cuando muchos abandonan a Jesús después del discurso sobre el pan de vida: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68).

El carácter imperativo e irresistible de la llamada no anula, sin embargo, la libertad y, por tanto, la responsabilidad del llamado. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento nos ofrecen algunos ejemplos a través de los cuales se ve clara la posibilidad-libertad-responsabilidad que el llamado tiene de decir no a la «orden» dada por el Señor: Jonás (cf. Jon 1,3), un profeta anónimo enviado a profetizar contra el santuario de Betel (cf. 1 Re 13), el joven rico (cf. Mt 19,16ss), Judas. El Señor llama. El hombre es siempre libre de decir sí o no. El Señor puede insistir, como es en el caso de Moisés (cf. Ex 4,10-17), de Gedeón (cf. Jue 6,15-16) o de Jeremías (cf. Jr 1,6). Pero es el hombre el que debe aceptar la llamada. En la vocación se encuentran siempre dos libertades: la libertad del Señor que llama a quien quiere y la libertad del llamado que puede decir sí o no. «La vocación es realmente actividad de Dios, pero igualmente actividad del hombre: trabajo y penetración de Dios en el corazón de la libertad humana, pero también fatiga y lucha del hombre para ser libre y poder acoger el don» .

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