Decir Iglesia no es lo mismo que decir Reino de Dios. No son dos realidades exactamente iguales, pero están íntimamente ligadas entre sí, pues la Iglesia tiene que anunciar y hacer presente el Reino de Dios entre los hombres. Según palabras del Concilio Vaticano II, ella "constituye en la tierra el germen y el principio del Reino" (L.G. 5). "Este Reino, sin ser una realidad desligable de la Iglesia, trasciende sus límites visibles, porque se da en cierto modo dondequiera que Dios esté reinando mediante su gracia y su amor" (Puebla 226).
Para comprender, pues, lo que es la Iglesia, es necesario haber comprendido previamente lo que es el Reino de Dios. La Iglesia tiene que acomodarse al Reino de Dios y hacerlo presente entre los hombres. Por lo tanto, la Iglesia es lo que tiene que ser en la medida en que ella misma vive la realidad del Reino y así lo hace presente en el mundo y en la sociedad. Y, por el contrario, una Iglesia que no viva el Reino de Dios no puede ser la verdadera Iglesia que Jesús quiso.
La misión de la Iglesia se realiza no sólo desde el Reino de Dios, sino más concretamente desde la cercanía de ese Reino. El único camino para aprender cómo se sirve históricamente a la cercanía del Reino es el seguimiento de Jesús, y no su mera imitación mecánica. De Jesús aprende la Iglesia que Dios es "mayor" que cualquier conflicto histórico de ella misma; y que Dios es también "menor", porque su rostro aparece en los más pequeños y oprimidos.
Siguiendo a Jesús aprende que el pecado tiene nombres concretos en la
historia, y se manifiesta no sólo en el individuo, sino en la sociedad también. Siguiendo a Jesús comprende la Iglesia que la praxis del amor es lo más importante que tiene que realizar; y que ese amor tiene que ser eficaz, realmente transformador, y por ello debe llegar no sólo a las personas, sino a la sociedad como tal, a las mayorías oprimidas; es decir, debe ser justicia. El seguimiento de Jesús es parcial hacia los pobres y oprimidos; y para poderlo realizar al estilo de Jesús hay que estar dispuesto a cambiar, a convertirse, a pasar por una ruptura, a dejar a Dios ser Dios. Hay que estar dispuesto a la entrega, al sacrificio, a la persecución, a dar la vida propia y no guardarla para sí.
Dentro de este cauce del seguimiento de Jesús la Iglesia va aprendiendo desde su interior, con riesgos y equivocaciones, qué mediaciones concretas acercan hoy más al Reino de Dios; qué sistemas sociales, económicos y políticos hacen más iluminadora la cercanía del Reino; dónde aletea el Espíritu de Jesús, si en los centros de poder o en el rostro de los oprimidos; dónde comprender el misterio de Dios, o desde lo que sea poder o desde lo que sea pobreza. Se trata de aprender de Jesús cómo vivir, cómo ser Iglesia en la fe de que el Reino se acerca; y en esa cercanía se debe transformar el hombre y la sociedad. Y la cercanía del Reino se entiende en la cercanía a Jesús, en su seguimiento.
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