Comentarios
a las lecturas del Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. 13 de abril de 2025.
El Domingo de Ramos es un día alegre
y, religiosamente, muy significativo.
Es el primer
día de la semana grande, de la Semana Santa, y en esta semana conmemoramos los
cristianos la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, a
quien nosotros consideramos como nuestro Salvador.
El evangelio que hoy inicia y acompaña a la bendición y procesión de ramos, nos presenta un relato, repetido por los otros evangelistas, que es sin duda uno de los más entrañables y alegres de la historia de Jesucristo. En él intervienen los apóstoles y discípulos, el pueblo llano que seguía entusiasmado a Cristo, los niños que tanto le querían y admiraban. El marco escénico también contribuye a dar encanto y ternura, sencillez y magnificencia a un tiempo a este suceso. El descenso desde Betfagé hasta Jerusalén, hacia la Puerta Dorada probablemente, era un camino de bajada y subida que muchas veces habían recorrido los peregrinos procedentes de Galilea. Descendía por el monte de los Olivos, atravesaba el torrente Cedrón en el valle de Josafat, zona de sepulcros y de muerte, para ascender casi en línea recta a la explanada del Templo por la parte oriental, entrando por la Puerta Dorada, llamada también Puerta de la Misericordia.
Del
evangelio proclamado en la bendición
comenta san Agustín: "No te
avergüences de ser jumento para el Señor. Llevarás a Cristo, no errarás la
marcha por el camino: sobre ti va sentado el Camino. ¿Os acordáis de aquel asno
presentado al Señor? Nadie sienta vergüenza: aquel asno somos nosotros. Vaya
sentado sobre nosotros el Señor y llámenos para llevarle a donde él quiera.
Somos su jumento y vamos a Jerusalén. Siendo él quien va sentado, no nos
sentimos oprimidos, sino elevados. Teniéndole a él por guía, no erramos: vamos
a él por él; no perecemos" . (San Agustín Sermón 189,4).
Toda
la escena tiene como trasfondo un pasaje
de Zacarías (Zac 9,9), a pesar de la inverosimilitud histórica. La
profecía de Zacarías -centro del relato- tuvo lugar entre los años 520 y
518 antes de Cristo. Era la época del retorno de los judíos de la
cautividad. El año 536 a.C. habían empezado los trabajos de
reconstrucción del templo; pero en forma tan modesta que los viejos, que
habían conocido el templo de Salomón, lloraban desconsolados. Zacarías y
su contemporáneo Ageo quieren presentar un Mesías sencillo, muy lejos de
la imagen que los judíos derrotados y humillados tenían de su soñado
jefe. Por eso Zacarías lo presenta sentado sobre un asno.
La
aclamación"¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!" está
tomada del salmo 118 (vv. 25-26), que se cantaba en algunas de las
fiestas más solemnes; un salmo que nos ayuda a captar el verdadero
sentido de aquel episodio, y que quizá recitaran completo. La aclamación
"Hosanna" -"Dios salva"- había perdido su sentido como
invocación para pedir la ayuda divina, y se había convertido en una
expresión de júbilo y entusiasmo, como nuestro "viva" o
"aleluya". La exclamación "Viva el Hijo de David" nos
indica la realeza que esperan de Jesús: que restaure la monarquía
davídica. De ahí la frase de Marcos: "Bendito el reino que llega, el
de nuestro padre David".
Ya introducidos en la celebración
vamos a seguir las lecturas.
La primera lectura del libro de Isaías (Is.50, 4-7)
es del tercer canto del Siervo. este aparece más como sabio que como profeta.
Asegura que el Señor le está introduciendo en su Sabiduría, para poder llevar
al abatido una palabra de aliento.
Mañana
tras mañana le espabila y le abre el oído; y la consecuencia de tener el oído
abierto a la Palabra, es que no se rebela ni se echa atrás; más bien afrontará
todos los sinsabores de su historia, sin histerismos ni timideces, a pecho
descubierto, sabiendo que el Señor le ayuda, y por tanto no quedará
avergonzado.
. La unidad de este tercer
canto del siervo (50, 4-9) está en las cuatro proposiciones que tiene al Señor
por sujeto ("mi Señor me...": vs. 4.5.7.9). La persona del ciervo,
así como su ministerio, son interpretados de forma profética: vocación o
misión, sufrimientos que conlleva su ministerio, así como su total confianza en
Dios.
El siervo escucha y predica el
mensaje divino, pero esta misión resulta imposible de llevarla a cabo a no ser
que el Señor le dé "lengua de iniciado" o le abra el oído para
entender (vs. 4-5, la misión siempre nace de una vocación).
El está convencido de que es
Dios el que ha obrado esta maravilla.
El mensaje que proclama de
parte del Señor es de esperanza, y es que su palabra se dirige a hombres
concretos con su problemática específica; la situación del pueblo - que
presupone el texto- es muy diversa ya que la larga duración del destierro ha
provocado la desesperación de la gente. Al abatido es necesario reanimarle,
dirigirle una palabra de consuelo, de esperanza en el Señor (v. 4a;).
- A la vocación e invitación el
siervo responde con prontitud . Sabe que su tarea es amarga y así lo confiesa
en este relato que se asemeja a las confesiones de Jeremías. Intenta suscitar
esperanza en el pueblo y sólo recibe escepticismo por la tardanza de la
liberación. Como Ezequiel (2, 8) abre su boca para comer el mensaje divino,
pero éste no es dulce sino que le acarrea un gran sufrimiento: le apalean, le
mesan la barba (v. 6).
Los
ultrajes el siervo los acepta y afronta con decisión, sin intentar vengarse; al
insulto responde con fría calma (v. 6); cree con total firmeza que el Señor
está a su lado (le nombra insistentemente: vs. 4.5.7.7.9) y por eso espera
contra toda esperanza sabiendo que al final el triunfo es suyo.
El,
que dice al abatido una palabra de consuelo, es un incomprendido, y en consecuencia acepta
su misión entregando su espalda a los que le flagelan.
Confía
plenamente en el éxito de su misión, no porque tenga fuerzas sobrehumanas, sino
porque «mi Señor me ayudaba».
El responsorial es el Salmo 21(Sal 21,8-9. 17-18a.
19-20. 23-24), en el expresivamente repetimos la estrofa:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has abandonado?
Hermoso
este salmo, con el cual Jesús oro, en uno de los momentos más impresionantes de
la pasión de Cristo, cuando pronuncia aquellas palabras: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?" Expresan todo el drama espiritual que sufre en
medio de los tormentos de la cruz. San Mateo nos han transmitido estas
palabras, incluso en la lengua original: "Eli, Eli, lama sabactani?" .
Si todos recuerdan fácilmente estas palabras que inspiran un hondo sentimiento
de admiración hacia el crucificado agonizante, no todos sabrán
seguramente que las palabras de Jesús son el inicio del salmo 21, y que
él probablemente lo continuaría rezando, siendo consuelo para su alma y
realización de una palabra profética sobre el Mesías. A la luz de este
salmo, la cruz no era un fracaso, no era una derrota de uno que se había
excedido en ilusiones mesiánicas: era el cumplimiento de un plan trazado por
Dios y desde antiguo anunciado a su pueblo de Israel. "El misterio
de la cruz, escándalo o locura, aparecía a la luz del salmo 21 como el
misterio de la fuerza de Dios" (Scheifler). Cristo en la cruz ora
con el salmo 21. Toda su vida ha orado, como buen israelita, con los
salmos de la Biblia. El los ha constituido en alimento de su alma. Los ha hecho
suyos, se ha identificado con ellos, les ha dado cumplimiento. Y así no
es de extrañar que en el momento de su agonía vengan, diríamos
espontáneamente, a su mente y a sus labios, las oraciones sálmicas más
apropiadas. Concretamente el salmo 21, que es uno de los más conmovedores
del salterio.
A pesar de la sensación de abandono y hasta
desesperación que refleja el salmo 21 --"¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?"-- implora la
ayuda de Dios y sabe de quien se ha fiado. Las últimas palabras de este salmo
son las que le dan su sentido esencial: aunque parezca paradójico, se
trata de un salmo de acción de gracias. El salmista canta la acción de
gracias de Israel resucitado a la vuelta del exilio. Lo que más llama la
atención, es que este poeta describe la liberaci6n de su pueblo, bajo el
«ropaje» de un «crucificado vuelto a la vida».
8-9 "Al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a
salvo, que lo libre si tanto lo quiere».
El suplicante es lo contrario
de los himnos de Israel. Pero, ¿cómo decir eso que está en contra de los
himnos, sino recurriendo también ahora a las palabras de los himnos,
tomadas al revés para que resulten una burla? «Nuestros padres esperaron y tú
los libraste», dicen los himnos. La burla dice hoy: «Acudió al Señor, que
lo ponga a salvo». ¿Para qué cambiar de palabras? Un salmista feliz decía
en el salmo 18: «Me libró porque me amaba» (v. 20). La burla de Sal 21,9
es casi una cita de esa acción de gracias!. De cara a Dios, las palabras se agotan
(v. 2) y, por lo que hace a los hombres, se vacían y caen inertes. La
muerte de las palabras anuncia la muerte del hombre. Las palabras que
acabamos de comentar están llenas de amenazas. La negativa a creer
desencadena inmediatamente un proceso de aceleración, que es el de la
muerte. Quien no cree en la vida exige pruebas y por ello mismo se ve
rápidamente abocado a aportar él mismo las pruebas de lo contrario. Quien
no cree en la vida trabaja afanosamente a favor de la muerte.
17 "Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de
malhechores, me taladran las manos y los pies", 18 "y puedo contar mis huesos. Ellos me miran
triunfantes, 19 se reparten mi ropa, se sortean mi túnica".
Es el momento de la inminencia.
La irrupción de los animales significa que ha pasado la hora de la
palabra. Se abren las fauces para atemorizar y devorar. Es la hora del
miedo, pues la víctima es la presa de una cacería a la inversa, en que
las grandes fieras utilizan a los perros contra el hombre, cuando lo
habitual es que el hombre se sirva de los perros contra las fieras. Pero
no es eso todo: los «perros» son en realidad los agentes humanos del mal.
Son hombres, como lo demuestra el paralelismo mastines/malhechores en el v.
17
20 "Pues tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a
auxiliarme; «¡Rápido! ». Se lanza el grito hacia «mi Dios»". 23 "¡Tú me respondiste!. Y yo proclamo tu nombre
ante mis hermanos, en medio de la asamblea te alabo."
Al igual que la muerte
significaba abandono, soledad, separación, la vida aparece como comunión,
y el que ha sido salvado se vuelve hacia los demás. Tan rápido como el
recién nacido se vuelve hacia su madre, el que ha sido salvado se vuelve
hacia sus hermanos para «proclamar» el nombre de su salvador. El
suplicante hablaba a Dios de sus enemigos. El hombre que canta un himno
habla de Dios a sus hermanos.
El salmista se encontraba hasta
ahora solitario; nadie había visto a los hermanos. Apenas salvado, entona
su canto dirigido a ellos y se convierte en el centro de una asamblea
convocada para entonar una alabanza. El que no era reconocido por el grupo
es el que convoca al grupo.
24 "Fieles del Señor, alabadlo; linaje de Jacob, glorificadlo;
respetadlo, linaje de Israel";
La palabra que reúne a los
grupos es un himno en toda regla. Pero el himno tiene una forma que hace
pensar en el Evangelio: el pueblo es invitado («alabad», «glorificad»,
«respetad» ) a escuchar una buena noticia. Pero esta buena noticia, bien
conocida por nosotros, es que Dios se acerca al pobre y escucha su queja.
¿Por qué cambiar de palabras? Mirado en otro tiempo como una «vergüenza»
(v. 7) ante la que se esconde el rostro, el salmista anuncia a todos que
Dios, por su parte, no ha sentido ese horror, que no se ha «velado el
rostro». El Evangelio de los salmos es que Dios escucha a los pobres, a
los desdichados.
La segunda
lectura de la carta del apóstol San Pablo a los filipenses (Fil 2, 6-11), nos acerca a la actitud radical de Jesús, su vaciamiento
hasta la muerte. Este himno cristológico refleja la
entrega de Jesús, hasta vaciarse por nosotros. Este despojo lleva un nombre
técnico en teología: es la "kenosis" de Cristo. Kenosis viene del
griego "kenos", que significa precisamente "vacío". Se
concretizó en una obediencia total a su misión, que era la voluntad del Padre. Y
no sólo aceptó esta obediencia, sino que escogió también el vivirla hasta el
final, "hasta la muerte y la muerte en la cruz", esta muerte que era
reservada a los malhechores o a los esclavos. En este sentido, Jesús dio
libremente su vida.
San Pablo, encarcelado
y juzgado por ser cristiano (Fil. 1, 13), probablemente en Éfeso , ya ha
comparecido ante el tribunal, pero la sentencia está todavía pendiente.
Desde allí
escribe a los filipenses. Pablo puede pedir con coherencia y autoridad a los
miembros de la comunidad de Filipos que den a su vez testimonio cristiano. ¿Qué
tipo de testimonio? El de la concordia y el amor. En efecto, el egoísmo, la
envidia y la presunción habían empezado a causar estragos en la comunidad; ésta
se estaba convirtiendo en un anti signo escandaloso. Dada esta situación. Pablo
pide a los cristianos de Filipos que tengan la grandeza de ánimo suficiente
para superar el propio interés y abrirse con sencillez a los demás (Flp 2,
3-4). Al pedir esto, Pablo no se basa en una simple pedagogía humana, sino en
el caso concreto de Cristo Jesús, que siendo Dios se hace hombre. Para ello,
Pablo se sirve de un himno litúrgico, que él incorpora a su carta. Este himno
describe la dinámica existencial de Cristo Jesús.
Este fragmento
con toda probabilidad no fue compuesto por San Pablo, sino que parece ser un
himno, quizás litúrgico, que fue introducido por el Apóstol en esta sección de
la carta porque le convenía para apoyar su exhortación a la humildad y
sencillez, a la renuncia a creerse superior... cosas todas que quería inculcar
a los cristianos de Filipos.
El texto
manifiesta la unión que hay entre la exhortación moral de san Pablo a los Flp
para que evitaran las disensiones y la motivación cristológica de tal exhortación.
¿Por qué han de amarse los filipenses ¿Por qué han de conservar la unidad? ¿Por
qué han de respetarse unos a otros? La suprema motivación que el Apóstol da a
los filipenses para que eviten las disensiones que amenazan la vida de toda la
comunidad es "porque Dios nos ha amado" Y, ¿cómo sabemos esto? Porque
Cristo, siendo de condición divina, descendió a nuestra condición humana, se
humilló, abandonó el poder y entró por este camino del amor humilde, del amor
solidario, y se hizo obediente hasta la muerte.
El texto nos presenta el proceso de la
Encarnación, abajamiento, exaltación y Resurrección de Jesucristo.
El primer tema del himno
-aunque no el más importante en su estructura- es la preexistencia de Cristo.
Describe su condición divina (v. 6). No se describe en sí misma, sino como
punto de arranque de una actuación que inicia su marcha en el insondable mundo
de Dios.
Quiere indicar que la
existencia total de Jesús no comienza con su aparición en el mundo, sino tiene
una "prehistoria". Dicho de otro modo: la preexistencia es una forma
de expresar la trascendencia en términos temporales. Cristo-Jesús es el Hijo de
Dios desde siempre, igual al Padre.
Condición humana (vs. 7-8).
Antitética de la anterior. Fruto de una decisión puramente libre. Está
presentada polarmente: momento inicial y final de la existencia humana de
Jesús. Así el segundo punto es el vaciamiento. No se trata de afirmaciones
ontológicas sobre un imposible abandono de la naturaleza divina por parte del
Hijo, sino de insistir en su solidaridad con el hombre, compartiendo el destino
de ésta aun en sus lados más oscuros y negativos. Indica una actitud
contrastante con la de Adán, que quiso ser lo que no podía. El Hijo, en cambio,
no vive como podía, sino como nosotros, haciendo una suerte de milagro por puro
amor gratuito.
Jesús es hombre. Muere en la de
cruz -probablemente retoque personal paulino del himno original-. Lleva a cabo
su misión de predicar el Reino asumiendo las consecuencias de su vida, de su
acción concreta de predicar la justicia y el amor en un mundo donde ello a
menudo no se admite. Con ello corre el riesgo, al ser pobre, desamparado y
pacífico, de morir injustamente. Ello sucede de hecho.
El proceso termina en la
exaltación, como indica la segunda parte del himno. Condición glorificada (vs.
9-11). Entra en escena Dios, a quien la condición humana de Jesús ha puesto en
entredicho. Se trata de Jesús en su destino final y definitivo gloriosos, de su
proclamación como Señor de todo, o sea, de reconocimiento de cuanto era de
hecho, pero disimulado a lo largo de su vida mortal. Comenzado todo ello en su
Resurrección.
El evangelio de este día nos ofrece el
relato de la Pasión según San Lucas (Lc 22, 14-23, 56).
San Lucas orienta el relato de
la pasión hacia el descubrimiento del amor del Padre hacia su Hijo y hacia los
hombres. La cruz es así, para el tercer evangelista, el sacramento de la
misericordia divina.
Por eso San Lucas no recoge
generalmente los cargos que pesan sobre los judíos y sobre los discípulos:
¿para qué buscar responsabilidades cuando la sangre de Cristo lava toda falta? San
Lucas no recoge el hecho de que por tres veces Jesús encuentra a sus discípulos
dormidos (Mt. 26, 40-47); no dice, como los demás evangelistas, que los
discípulos huyeron en Getsemaní (Mt. 26, 56), y no menciona las imprecaciones
de Pedro contra los servidores del sumo sacerdote (Mt. 26, 74). Incluso los
enemigos de Jesús aparecen en la redacción de San Lucas con colores menos cargados que en otros
lugares. No se dice que los judíos escupieron a Jesús (Lc. 22, 63; cf. Mt. 26,
Lc. 67 y 27, 27-31), ni que le ataron para llevarle a Pilato (Lc. 23; cf. Mt.
27, 2).
Incluso en lo que se refiere a
Judas, San Lucas trata por desvirtuar al máximo la tradición (no dice nada del
convenio aludido por Mt. 27, 3-10). Finalmente, al contrario que los demás
evangelistas, no nos presenta a Jesús aislado en el Calvario; por eso no cita a
Zac. 13, 7 (sobre la dispersión del rebaño) y menciona la presencia de los
amigos y conocidos (Lc. 23, 49), contrariamente a Mt. 27, 55-56 y Mc. 15, 40-41.
San Lucas lava a casi todo el
mundo. El mismo Pilato aparece por tres veces inocente (Lc. 23, 4, 13-15,
20-22, todos ellos textos exclusivos de San Lucas). Uno de los agresores de
Jesús es incluso beneficiario de una curación después que un apóstol le había
cortado una oreja (Lc. 22, 51). En el momento mismo de la traición, Jesús tiene
todavía tiempo para mirar a Pedro e inducirle al arrepentimiento (Lc. 22, 61).
Las palabras de desesperación que Mateo y Marcos ponen en boca de Jesús en la
cruz (Mt. 27, 46). San Lucas las sustituye por palabras de perdón para todos
los judíos (Lc. 23, 34). Es igualmente el único que habla del perdón concedido
al ladrón (Lc. 23, 39-43) y del arrepentimiento que se adueña del centurión
mismo (Lc. 23, 47). Hasta la caricatura de reconciliación entre Herodes y
Pilato (Lc. 23, 6-12) es fruto del perdón de la cruz.
El
secreto de ese perdón y de ese amor radica en la comunión particular de Jesús
con su Padre. San Lucas es el único que levanta en parte el velo de su
intimidad. En las distintas oraciones que San Lucas pone en labios de Jesús se
puede captar un tono mucho más personal que en los demás sinópticos. San Lucas
es el único que descubre la solicitud de
Dios que consuela y da ánimos a Cristo en medio de su angustia (Lc. 22, 43). Se
da incluso una especie de intuición de la divinidad de Jesús. La muerte de
Cristo deriva, para San Lucas, de la confesión oral (Lc. 22, 71) de su
divinidad.
En
el momento mismo en que "va a sufrir", Jesús vive en plena esperanza;
no comerá ya la Pascua, ni beberá más el vino de la fiesta; pero él sabe que la
Pascua terrestre tendrá su cumplimiento en los cielos y que él será su
comensal; sabe que el Reino de Dios vendrá ciertamente, y entonces volverá a
encontrar a sus discípulos en la fiesta. Más adelante, en los versículos 28 y
30, Jesús vuelve a hacer profesión de su esperanza, con fórmulas que le otorgan
un papel muy importante y muy activo en el establecimiento del reino, mientras
que en las expresiones que acabamos de leer, Jesús era solamente el
beneficiario de la venida del Reino. Ahora dice "mi reino", y afirma
que dispone de él en persona, tal como, explica, "el Padre ha
dispuesto" en su favor.
El
gesto eucarístico será un "memorial" de Jesús; con él los discípulos,
acordándose de él, guardarán igualmente el recuerdo de sus palabras, de sus
actos, del misterio del que él habrá sido el signo.
El
cuerpo es "dado por vosotros"...
"la sangre derramada por vosotros",.
San Lucas ve primeramente el don de Jesús hecho en beneficio de sus discípulos
y amigos. Queda muy subrayada la atmósfera familiar de la última cena; el
"discurso después de la Cena" que San Lucas propone, recoge la
invitación a los discípulos a comportarse unos con otros como siervos, y
recordando la fidelidad que estos discípulos han demostrado a Jesús durante
"sus pruebas", fidelidad que les valdrá participar en su triunfo.
Hasta
ahora, es Jesús el que ha sido "probado"; a partir de ahora les toca
a sus discípulos ser "tentados", "cribados por Satanás". Así
San Pedro permanece firme, para que sea un apoyo inquebrantable para los demás.
Antes, conocerá San Pedro la traición, consecuencia quizá de la presunción que
aparece en su declaración: porque existe una diferencia entre el "Yo he rogado por ti para que tu fe no
desfallezca", y el "yo
estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte".
El
episodio de Getsemaní es menos la tentación de Jesús que la de sus discípulos.
Son ellos los que deben "orar para
no entrar en tentación". Jesús ora, y su oración es el modelo de la
oración cristiana (ver la semejanza con el Padrenuestro); y el combate que
libra es el modelo de la lucha que debe entablar el cristiano: combate
penetrado de oración y sostenido con la ayuda de Dios.
El
arresto de Jesús se desarrolla muy rápidamente. Y en medio de este movimiento
rápido, el único que se hace notar por los lectores es Jesús: por la frase con
que acoge a Judas... y por la dulzura de que da pruebas con Malco. Resuena, su
voz, que atribuye el escenario en el que es la víctima, al temible poder de las
tinieblas.
Al
contar la traición de Pedro, San Lucas nota sobre todo la mirada que Jesús
dirige a Pedro. Esta mirada, dice cómo Jesús, en medio mismo de su drama, sabe
ser amigo.
La comparecencia de Jesús ante
el Sanedrín es referida brevemente. Hay una frase que reviste una particular
significación. "Desde ahora, afirma
Jesús, el Hijo del hombre está sentado...". Las decisivas palabras:
"desde ahora", van unidas a una cita que proclama el reino del Hijo
del hombre, sin mencionar su venida sobre las nubes. San Lucas llama, pues, la
atención sobre el presente, nuestro presente, que es ya el tiempo en que reina
el Hijo del hombre. No olvida el futuro, marcado por la última venida, subraya
la actualidad de una salvación que compromete nuestra comprensión de la vida,
de nuestra vida presente, diaria.
San Lucas no espera a la mañana
de Pascua para gritar al mundo ese "desde
ahora"; lo hace cuando Jesús es entregado por Judas, traicionado por
Pedro, ridiculizado por los criados, acusado por los jefes. Así relaciona humillación
y triunfo de una forma que resulta llamativa.
Acusado ante Pilato de
pretensiones políticas y de intrigas antiromanas, Jesús es, finalmente,
inocente; Pilato no "encuentra
ningún motivo de condena" en él: sorprendente afirmación del carácter
apolítico de la acción desarrollada por Jesús. San Lucas, es el único en
referir la comparecencia ante Herodes, la aprovecha para hacer ver el sentido
especial de la realeza de Jesús. "Tratado
con desprecio", convertido en objeto de un juego indigno, Jesús, sin
embargo, se halla revestido con una "vestidura
magnífica", que dice al creyente su verdadera dignidad.
Al dar cuenta de la segunda
audiencia de Pilato, San Lucas insiste, por una parte, en el juicio que hace -Jesús
es inocente- y, por otra, en la unanimidad que reúne a "sumos sacerdotes, jefes y pueblo"
en la condena de Jesús, conseguida con su insistencia, varias veces renovada...
De esta manera, los paganos salvan, en parte al menos, su responsabilidad,
mientras que los judíos comprometen gravemente la suya.
La subida al Calvario permite
una oposición muy esclarecedora para los cristianos de todos los tiempos. Entre
Simón de Cirene, que va "detrás de
Jesús" "llevando la cruz",
o las mujeres que sólo saben llorar el destino de Jesús, ¿cuál es el discípulo
más fiel? Simón de Cirene, sin duda; las mujeres que lloran por Jesús se
equivocan. Si hay que llorar es por el destino de los responsables de la muerte
de Jesús.
Lo que Jesús espera de sus
verdaderos amigos es no que se conmuevan por su suerte, sino que vayan con él
llevando la cruz y que, una vez llegada la muerte, sepan dirigirle la oración
de ese otro personaje modelo. El buen ladrón: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas...". Pero, ¿por qué es
necesario que los modelos de los cristianos hayan sido tomados no entre los
discípulos formados por la enseñanza de Jesús, sino entre unos ladrones o entre
quienes parecían encontrar a Jesús por primera vez o de casualidad? ¿Será que
es entre ellos donde se encuentra la verdadera fidelidad?
De la crucifixión que pinta San
Lucas, hay que fijarse sobre todo en las dos palabras de Jesús: la petición de
perdón que dirige a su Padre, junto con el motivo que se da -"No saben lo que hacen" y la frase
confiada con la que Jesús marca su muerte. Nada recuerda aquí el trágico grito
que refieren Marcos y Mateo. Jesús, según San Lucas, expira en medio de un
sorprendente movimiento de abandono filial: " Padre, a tus manos encomiendo mi
espíritu"
"Desde ahora, afirmaba Jesús, el Hijo del hombre estará
sentado...". De hecho, es a partir del ahora de su crucifixión, más
aún, de su muerte, cuando "las hijas de Jerusalén", símbolos de la
ciudad incrédula, se interesan por él, cuando uno de los ladrones crucificados
con él le saluda con un acto de fe, cuando un centurión "glorifica a Dios" por la muerte de
este justo, cuando la gente se arrepiente de esto, y sus amigos vuelven a
aparecer. Entre ellos, José de Arimatea, hasta entonces desconocido, se
enfrenta a Pilato y coloca a Jesús en una tumba digna de él, mientras las
mujeres empiezan los preparativos cuya inutilidad podrán comprobar en el cuerpo
desaparecido y resucitado.
Para nuestra
vida
Jesús
hace su entrada en Jerusalén como Mesías en un humilde borrico, como había sido
profetizado muchos siglos antes (Zacarías 4, 4). Y los cantos
del pueblo son claramente mesiánicos; esta gente conocía bien las profecías y
se llena de júbilo. Jesús admite el homenaje. Su triunfo es sencillo, sobre un
pobre animal por trono. Jesús quiere también entrar hoy triunfante en la vida
de los hombres sobre una cabalgadura humilde: quiere que demos testimonio de
Él, en la sencillez de nuestro trabajo bien hecho, con nuestra alegría, con
nuestra serenidad, con nuestra sincera preocupación por los demás. Desde el
evangelio y meditando la reflexión de San Agustín podemos decir: Como un
borrico soy ante Ti, Señor..., como un borrico de carga, y siempre estaré
contigo.
En la primera lectura, vemos y
contemplamos al "Siervo de Yahvé" . Los judíos
veían representado en él al pueblo de Israel perseguido e incomprendido por los
otros pueblos. Los cristianos vemos en el "Siervo" la prefiguración
del Mesías sufriente, que en la cruz recibe insultos y salivazos, que ofrece la
espalda a los que le golpean. No es un loco ni un necio, sino alguien que se fía
de Dios y cumple su voluntad. Por eso, no se acobarda ni se echa atrás ante el
sufrimiento o la misma muerte. Sabe que el Señor le ayuda y que no quedará
avergonzado
Los
contenidos oracionales del salmo de hoy, se dan en Jesús hasta los más mínimos
detalles sugeridos por el salmista: la agonía, el carácter infamante del
suplicio, la sed causada por la deshidratación, los miembros dislocados,
la sangre que mana de pies y manos, el golpe de gracia con la lanza, las
vestiduras dadas a los verdugos según la costumbre, los insultos de los
acusadores... En esta primera parte del género «lamentación«, se expresa
un punzante sufrimiento, casi insoportable en su realismo, y en el cual
podemos admirar la belleza de este «hombre de dolores«: a diferencia de
las lamentaciones de Jeremías, no tiene rabia ni lanza maldiciones contra
sus verdugos... gime, sí... expresa su dolor en medio de una paz profunda
en que mezcla acentos de esperanza «Tú, sin embargo, eres santo... en Ti
esperaron nuestros padres... Tú me acogiste desde mi nacimiento... Tú eres mi
Dios...» Tampoco aparece ninguna preocupación filosófica sobre el
problema del mal: sufre, y ora con mayor intensidad.
Hoy el salmo nos permite llegar
a lo profundo del alma de Jesús: «Tú estás lejos... no permanezcas alejado...
me has respondido...» La Resurrección, la gloria, la alabanza, estaban en
su corazón aun mientras permanecía en la cruz. Leyamos una vez más la
tercera parte de este salmo, poniéndola en labios de Jesús en la cruz: es una
esplendida acción de gracias (Eucaristía en griego). Ia víspera de su muerte,
Jesús «mimó» su sacrificio en la «acción de Gracias» de la comida
Pascual. Era consciente de la enorme fecundidad de su muerte; convidó a
todos sus hermanos a tomar parte en la «comida de los pobres» para
asociarlos a la alabanza del Padre: «¡Esta es la obra del Señor!»
En la segunda lectura se nos
recuerda que por la cruz se llega a la luz.
El anonadamiento de Cristo es la puerta que conduce la glorificación. Sólo en
la cruz se desvela el misterio.
Ese Jesús crucificado es "verdaderamente el Hijo de Dios", es el
Cristo, Mesías Exaltó a aquél que se había despojado en la muerte. Estamos
acostumbrados a oír "al tercer día resucito de entre los muertos" que
apenas nos hace mella el despojamiento de la cruz (Ver Cuadernos de Oración,
núm. 75-1990: La locura de la cruz). Más allá de la vida nuevamente conseguida,
estas palabras se refieren al puesto que ahora se confía a Jesús, el obediente.
"En
el cielo, en la tierra, en el abismo". No se habla de hombres, sino de
potestades. Se trata de aquellas potestades que hasta ahora esclavizaban el
destino de los hombres y reducían la humanidad a esclavitud. Si doblan la
rodilla ante Cristo, esto significa no sólo que le reconocen como más poderoso,
sino también que el antiguo poder de ellos ha sido quebrantado. Se ha producido
en el cosmos un cambio de dominio. "KYRIOS": el
Jesús obediente ocupa ahora el puesto de Señor del universo.
El
sentido del mundo no es ya la insensatez, la ceguera, el azar, sino JC. Él es la
respuesta a las preguntas que turban a los hombres. En él recobra el mundo su
sentido. Estas mismas líneas maestras de este precioso himno a Cristo Señor se
encuentran también en el relato de la Pasión de este ciclo A. En la epístola a
los Flp, JC "se despojó de su rango"; en el evangelio parece que no
quiere que la gente descubra que Él es el Mesías: prohíbe hablar, manda callar.
Jesús
se despojo y se hizo obediente en una doble vertiente. Obediente no sólo al
Padre. También se hizo obediente a la condición humana que había tomado, a lo
que exige la realidad de vivir como hombre. Esto quiere decir que Cristo, al
hacerse hombre, no lo hizo con condiciones especiales. ¡Es que Él era Dios!,
decimos.
Se
sometió, "obediente hasta la muerte" a todo lo que comporta vivir
como hombre: condicionamientos físicos y materiales (hambre, sed, calor,
fatiga); condicionamientos económicos y culturales (los de la propia sociedad
de su tiempo, cultura limitada, medios pobres, oportunidades concretas más o
menos reducidas); y, sobre todo, condicionamientos sociales, que le implican en
los intereses (legítimos o ilegítimos, puros o bastardos) de las gentes de su
tiempo, que le aman y son amados por él, le aceptan, o le rechazan, o le
utilizan... y finalmente le matan, porque no se acomodaba a lo que ellos
ansiaban y esto les molesta.
Se
hizo obediente a la realidad humana, promoviendo todo lo que era verdaderamente
humano y rechazando todo lo que era contrario al hombre. Y así, de esta forma,
obediente también al Padre, dando testimonio "hasta la muerte" de lo
que el Padre quiere que sea la realidad humana.
Y
es esto precisamente lo que san Pablo recomienda a los filipenses: "tened
los mismos sentimientos de Cristo Jesús"; la misma obediencia a la
realidad humana y al Padre, aunque esto pueda costaros la vida, "hasta la
muerte".
La
vida de Jesús es asumir la situación de los otros y ver cómo desde dentro de
esa situación se puede crear la relación filial con el Padre y fraternal con
los hermanos. Miremos el ejemplo de Jesús: deja tu "condición divina"
-porque todos nos creemos de condición divina, nos hacemos absolutos y nos
creemos dioses- y ponte en la condición del otro y procura sentir desde dentro
al otro y padecer desde su situación.
¿Con qué personaje de la pasión nos identificamos:
con Pedro que le negó, con Judas que le traicionó, con el pueblo que no le
acepta, o con Juan y las mujeres que le acompañaron?. Contemplado y orando
desde la Pasión y la muerte de Cristo, es el mejor medio de acercarnos a la
semana Santa, al Triduo pascual.
La
pasión según san Lucas tiene muchos aspectos característicos. Desde un punto de
vista externo, por ejemplo, el interrogatorio de Pilato está dividido en dos
partes y entre las dos se incluye la comparecencia de Jesús ante Herodes (vv 6-12),
escena que sólo narra el tercer evangelista. San Lucas tiende a disminuir la
responsabilidad de Pilato: declara tres veces inocente a Jesús (21s) propone
castigarlo y soltarlo (22). Jesús no calla ante él, sino únicamente ante
Herodes. Se manifiesta así una clara voluntad de rebajar la responsabilidad de
los romanos en el proceso de Jesús.
Dejando
aparte estas particularidades, que desempeñan un papel importante en el momento
de establecer un orden cronológico en los acontecimientos, la narración de San
Lucas se caracteriza por la manera de subrayar aspectos que podríamos llamar
pastorales y que apuntan a una aplicación práctica en la vida de los
cristianos. Esta parece ser la intención de tres episodios de la historia de la
pasión: el lamento de las mujeres, el
diálogo con el buen ladrón y la reacción del pueblo ante la muerte de Jesús.
El
llanto de las mujeres (27-31) evoca la lamentación de Zac 12,10: «derramaré
sobre la casa de David un espíritu de compunción y de pedir perdón. En la
respuesta de Jesús (28-30) hay una alusión al juicio de Israel (cf. Lc 13,34-35).
Indirectamente exhorta San Lucas a sus lectores a aceptar el mensaje de Jesús,
camino de salvación.
La salvación que aporta Jesús
es explicitada también con la conversión del buen ladrón (39-43), ejemplo de
pecador convertido: en el momento de su muerte entrará ya en el paraíso.
La propia muerte de Jesús es
precedida de un gran grito de confianza
(v 46, cf. Sal 31,6) " Padre, a tus manos
encomiendo mi espíritu". La reacción de la gente ante
esta muerte (47-49) contiene el reconocimiento por parte del centurión de que
Jesús era un hombre justo (confesión primitiva de la fe). Los demás, por su
parte, se sienten interpelados por esta muerte: «se volvieron golpeándose el pecho» (48). La apertura y conversión
de la gente son también un ejemplo para la comunidad cristiana de cualquier
época.
La sepultura de Jesús cierra la
historia de la pasión y es a la vez un presupuesto necesario para las
narraciones del sepulcro vacío. Era costumbre de los romanos entregar el cuerpo
de los ejecutados, para enterrarlos, a los familiares o amigos que los
pidiesen. Desaparecidos los discípulos, un judío piadoso toma la iniciativa en
esta acción humanitaria. José de Arimatea, miembro del sanedrín (en desacuerdo
con la decisión de condenar a Jesús), tenía que sentir una gran simpatía por la
corriente mesiánica de Jesús, una gran piedad por el crucificado, para no
retroceder ante la impureza que conllevaba tocar un cadáver, en vigilias de la
gran fiesta judía. Como el anciano Simeón de los evangelios de la infancia,
"un hombre justo y piadoso que esperaba la consolación de Israel"
(2,25), José es caracterizado por su bondad y justicia y por su esperanza en el
reino de Dios (v 50). Sus cualidades morales se manifiestan en la acción que
lleva a término. Sin ser discípulo, ni galileo como la mayoría de ellos, José
debió de conocer a Jesús en la última etapa de su ministerio en Jerusalén.
Lucas insiste en que el
sepulcro, excavado en la roca, aún no había sido usado. Quizá José de Arimatea
no creía en que Jesús fuera el Mesías, pero esto no era obstáculo para que
trate su cuerpo con el máximo respeto. Sin duda, José se había abierto a la
predicación de Jesús sobre el reino de Dios.
Unas mujeres, que seguían a
Jesús desde la Galilea, ven dónde y cómo es sepultado Jesús. Son las mismas
mujeres que, pasado el sábado, muy de mañana, irán al sepulcro y recibirán el
primer anuncio de la resurrección. Entre ellas están María Magdalena y Juana
(24,10), que son citadas entre los seguidores de Jesús en Galilea (8,2-3). De
esta manera Lucas relaciona la narración de la pasión y de la pascua con el
ministerio galileo de Jesús.
Son las enseñanzas dadas allí
las que facilitarán la llave para interpretar la muerte de Jesús en Jerusalén y
para abrirse al mensaje de pascua. En estos momentos de silencio y de prueba,
los discípulos -hombres y mujeres- descubrirán el alcance y las exigencias de
la fe a la que les había llamado Jesús cuando estaban en la Galilea. La muerte
no tenía la última palabra. El crucificado, puesto en el sepulcro, les llamaba
en aquel momento de espera, como nos llama hoy a nosotros, a creer en su
mensaje de vida.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario