Comentario a las lecturas del III
Domingo de Adviento. 15 de diciembre de 2024
Celebramos en este tercer domingo la "alegre espera" porque el Señor está en medio de su pueblo y viene a salvarnos. Es el " domingo gaudete", porque nuestro Dios es un Dios que perdona y salva, porque es un Dios que nos ama. La alegría del cristiano no se basa en los méritos propios, sino en la gran misericordia del Dios que nos salva. Todos necesitamos reconocernos pecadores y saber pedir todos los días pedir perdón de nuestros pecados al Señor. La tristeza del alma por nuestro pecado y nuestra debilidad nunca debe anular la profunda y consoladora esperanza en la misericordia de Dios. El Señor nos ha concedido un año de gracia, un Año jubilar de Misericordia. El profeta Sofonías como San Pablo a los filipenses, nos animan hoy a vivir alegres.
El
primer domingo de Adviento se nos pedía una esperanza activa, estar despiertos.
En el segundo, despejar el camino de todo lo que nos estorba para que el Señor
pueda pasar. Hoy se nos pide conversión. El Señor viene, pero nosotros tenemos
que ir hacia Él. Esto exige un cambio de mente y de corazón. Es decir, requiere
volvernos a Dios.
-La alegría tendría que dar el
tono a la celebración de este domingo "Gaudete": la proximidad del
Señor (canto de entrada, primera y segunda lecturas) solamente puede despertar
alegría en los corazones de los creyentes. Alegría y paz, que significan gozo y
plenitud (2. lectura): tal es el Dios que hemos conocido. Una vez más se nos
invita a dejar atrás otras representaciones de Dios y a llenarnos del gozo de
la salvación.
-Esta alegría nace de dentro,
de una fuente inagotable: "El señor tu Dios, en medio de ti" (1.
lectura). Es un don que nadie podrá quitarnos (Jn 16, 22). No depende de las
situaciones fluctuantes de nuestra vida familiar o de nuestra historia
colectiva. Por eso nada puede inquietarnos (2. lectura), nada puede quitarnos
aquella paz que habita y llena la punta más fina de nuestro espíritu, allí
donde nos reconocemos creyentes. De ahí que la oración, que nos hace penetrar
en estas regiones que Dios habita, sea necesaria en toda ocasión, y, sean
cuales sean las circunstancias en que nos hallemos, vuelva a reconstruir este
tejido interior de equilibrio, de paz y de gozo (2. lectura).
El texto proclamado recoge casi
totalmente la última parte del libro de Sofonías. Anticipando la salvación
futura, el profeta entona un himno para celebrarla. El Señor reunirá a todos
los elegidos en un mismo pueblo, y ya no habrá más divisiones en Israel (cf. Jr
3, 18).
El libro del profeta Sofonías está motivado por una pregunta vital en un tiempo dramático: ¿Se interesa Dios por los hombres? ¿Tiene algo que ver con su historia? (cf. Sof 1, 12). La respuesta del profeta se desarrolla en el esquema clásico del hacer profético. Y así, tras el célebre tema del día del Señor, grande y terrible (1, 14-18), como advertencia a judíos y paganos, tras el rechazo de Jerusalén puesta a la misma altura que los extranjeros (3, 1-8), el profeta intuirá la persistencia de la fe en ese "resto" fiel a Dios (2, 1-3), los humildes de la tierra. Y por eso, al final (es nuestro texto), no puede contener un grito de triunfo futuro y de ardiente esperanza.
Sofonías,
uno de los doce profetas menores, es quien hoy nos habla. Vivió hacia los años
seiscientos cincuenta antes de Cristo, cuando estaba en el poder Josías, rey
creyente y piadoso que llevaría a cabo una gran reforma religiosa en su pueblo.
La idolatría había germinado como mala hierba en la tierra de Israel: cultos a
dioses extranjeros, que eran como una bofetada a Yahvé, un tremendo insulto al
Dios vivo, al Dios de Abrahán y de Jacob.
En forma de Himno, se invita a
Sión al gozo y a la alegría: "grita, lanza vítores, festeja
exultante" (v. 14).
Los vv 14-18 son un himno
jubiloso por la acción de Dios en su nuevo pueblo, el resto de Israel. En el AT
el resto es la comunidad formada por gente humilde y sencilla y que, por tanto,
confía en el «nombre de Yahvé» (12). Es el pueblo del Señor que de una manera u
otra ha pasado por el crisol del exilio o de la tribulación. Durante la prueba
o después de ella han visto que, a pesar de todo, Dios está en medio de su
pueblo; se han dado cuenta de que a la infidelidad de los hombres responde Dios
con una fidelidad siempre repetida, fruto de su amor; en el AT el amor y la
fidelidad de Dios van con frecuencia juntos, como dos caras de una misma
moneda.
Fidelidad, proximidad,
preocupación por los demás, son en Dios dimensiones o manifestaciones de un
mismo amor, único e inefable.
El miedo debe ser desterrado:
"no temas", "no te acobardes"(vs. 15-16). ¿Qué es lo que ha
ocurrido? Sofonías nos habla de una restauración, de una época dorada en
Jerusalén que anula la anterior de humillación y corrupción.
Jerusalén rebelde, manchada y
opresora (vs. 1-2) por la conducta denigrante de sus príncipes, jueces,
profetas y sacerdotes (vs. 3-4) queda purificada con la presencia de Dios como
rey y guerrero, garantía de prosperidad y eficaz protección para el pueblo.
La Jerusalén humillada por
tiranos (v. 15) y obligada a pagar tributo y rendir culto a los dioses
extranjeros será el centro del mundo: tendrá fama ante los otros pueblos (v.
20), quienes, purificados, invocarán y servirán al Dios de Israel (vs. 9-10).
Su nuevo amo será un rey y soldado victorioso: el Señor (vs. 15-16).
La restauración reúne a los
dispersos (v. 19) y deja un resto "que no cometerá crímenes ni dirá
mentiras..." (vs. 12 ss.). Es tiempo de alegría, de la que participa el
Señor (El "se goza y se alegra contigo", "se llena de
júbilo": v.17). Y esa alegría acarrea la paz y la tranquilidad: el resto
"pastarán y se tenderán sin que nadie les espante".
Jerusalén podrá volver a gritar
de júbilo. El futuro es un futuro liberado y sin temor. Las amenazas de los
imperios extranjeros que constantemente asedian Jerusalén llegará un día en que
desaparecerán. Y es que el pueblo habrá vuelto definitivamente a Dios, y Dios
estará en medio del pueblo, impidiendo cualquier desgracia.
de este domingo, nos invita a la alegría, una alegría que no se basa en nuestras propias fuerzas ni en nuestros merecimientos, sino en la fuerza y el poder del Señor que nos salva. Porque “nuestra fuerza y nuestro poder es el Señor”.
Gritad
jubilosos: “Qué grande es en medio de ti el santo de Israel”
Así comenta San Juan Pablo II este texto:
" El júbilo
del pueblo redimido
1. El
himno que se acaba de proclamar entra como canto de alegría en la Liturgia de las Laudes. Constituye
una especie de culminación de algunas páginas del libro de Isaías que se han
hecho célebres por su lectura mesiánica. Se trata de los capítulos 6-12,
que se suelen denominar "el libro del Emmanuel". En efecto, en el
centro de esos oráculos proféticos resalta la figura de un soberano que, aun
formando parte de la histórica dinastía davídica, tiene perfiles transfigurados
y recibe títulos gloriosos: "Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre
sempiterno, Príncipe de la paz" (Is
9, 5).
La
figura concreta del rey de Judá que Isaías promete como hijo y sucesor de Ajaz,
el soberano de entonces, que estaba muy lejos de los ideales davídicos, es el
signo de una promesa más elevada: la del rey Mesías que realizará en
plenitud el nombre de "Emmanuel", es decir, "Dios con
nosotros", convirtiéndose en la perfecta presencia divina en la historia
humana. Así pues, es fácilmente comprensible que el Nuevo Testamento y el
cristianismo hayan intuido en esa figura regia la fisonomía de Jesucristo, Hijo
de Dios hecho hombre solidario con nosotros.
2. Los
estudiosos consideran que el himno al que nos estamos refiriendo (cf. Is 12, 1-6), tanto por su
calidad literaria como por su tono general, es una composición posterior al
profeta Isaías, que vivió en el siglo VIII antes de Cristo. Casi es una cita,
un texto de estilo sálmico, tal vez para uso litúrgico, que se incrusta en este
punto para servir de conclusión del "libro del Emmanuel". En efecto,
evoca algunos temas referentes a él: la salvación, la confianza, la
alegría, la acción divina, la presencia entre el pueblo del "Santo de
Israel", expresión que indica tanto la trascendente "santidad"
de Dios como su cercanía amorosa y activa, con la que el pueblo de Israel puede
contar.
El
cantor es una persona que ha vivido una experiencia amarga, sentida como un
acto del juicio divino. Pero ahora la prueba ha pasado, la purificación ya se
ha producido; la cólera del Señor ha dado paso a la sonrisa y a la
disponibilidad para salvar y consolar.
3. Las
dos estrofas del himno marcan casi dos momentos. En el primero (cf. vv.
1-3), que comienza con la invitación a orar: "Dirás aquel día",
domina la palabra "salvación", repetida tres veces y aplicada al
Señor: "Dios es mi salvación... Él fue mi salvación... las fuentes
de la salvación". Recordemos, por lo demás, que el nombre de Isaías -como
el de Jesús- contiene la raíz del verbo hebreo ylsa", que alude a la
"salvación". Por eso, nuestro orante tiene la certeza inquebrantable
de que en la raíz de la liberación y de la esperanza está la gracia divina.
Es
significativo notar que hace referencia implícita al gran acontecimiento
salvífico del éxodo de la esclavitud de Egipto, porque cita las palabras del
canto de liberación entonado por Moisés: "Mi fuerza y mi canto es el
Señor" (Ex 15, 2).
4. La
salvación dada por Dios, capaz de suscitar la alegría y la confianza incluso en
el día oscuro de la prueba, se presenta con la imagen, clásica en la Biblia,
del agua: "Sacaréis agua con gozo de las fuentes de la
salvación" (Is 12, 3). El
pensamiento se dirige idealmente a la escena de la mujer samaritana, cuando
Jesús le ofrece la posibilidad de tener
en ella misma una " uente de agua
que salta para la vida eterna" (Jn 4, 14).
Al respecto,
san Cirilo de Alejandría comenta de modo sugestivo: "Jesús llama
agua viva al don vivificante del Espíritu, por medio del cual sólo la
humanidad, aunque abandonada completamente, como los troncos en los montes, y
seca, y privada por las insidias del diablo de toda especie de virtud, es
restituida a la antigua belleza de la naturaleza... El Salvador llama agua a la
gracia del Espíritu Santo, y si uno participa de él, tendrá en sí mismo la
fuente de las enseñanzas divinas, de forma que ya no tendrá necesidad de
consejos de los demás, y podrá exhortar a quienes tengan sed de la palabra de
Dios. Eso es lo que eran, mientras se encontraban en esta vida y en la tierra,
los santos profetas y los Apóstoles y sus sucesores en su ministerio. De ellos
está escrito: Sacaréis aguas con
gozo de las fuentes de la salvación" (Comentario al Evangelio de san Juan II, 4, Roma 1994, pp.
272. 75).
Por
desgracia, la humanidad con frecuencia abandona esta fuente que sacia a todo el
ser de la persona, como afirma con amargura el profeta Jeremías: "Me
abandonaron a mí, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas
agrietadas, que no retienen el agua" (Jr 2, 13). También Isaías, pocas páginas antes, había exaltado
"las aguas de Siloé, que corren mansamente", símbolo del Señor
presente en Sión, y había amenazado el castigo de la inundación de "las
aguas del río -es decir, el Éufrates- impetuosas y copiosas" (Is 8, 6-7), símbolo del poder militar
y económico, así como de la idolatría, aguas que fascinaban entonces a Judá,
pero que la anegarían.
5. La
segunda estrofa (cf. Is 12,
4-6) comienza con otra invitación -"Aquel día diréis"-, que es una
llamada continua a la alabanza gozosa en honor del Señor. Se multiplican los
imperativos para cantar: "dad gracias, invocad, contad, proclamad,
tañed, anunciad, gritad".
En el
centro de la alabanza hay una única profesión de fe en Dios salvador, que actúa
en la historia y está al lado de su criatura, compartiendo sus
vicisitudes: "El Señor hizo proezas... ¡Qué grande es en medio de ti
el Santo de Israel!" (vv. 5-6). Esta profesión de fe tiene también
una función misionera: "Contad a los pueblos sus hazañas...
Anunciadlas a toda la tierra" (vv. 4-5). La salvación obtenida debe ser
testimoniada al mundo, de forma que la humanidad entera acuda a esas fuentes de
paz, de alegría y de libertad." (San Juan Pablo II . Audiencia general .Miércoles
17 de abril de 2002 ).
"Estad
siempre alegres en el Señor". "El Señor está cerca".
El domingo pasado ya
comentábamos la buena relación de San Pablo con su comunidad de Filipos, y cómo
esto se refleja en la carta que les escribe. Hoy leemos otro fragmento, muy
conocido, cuyo inicio en latín ("Gaudete in Domino semper") daba
antes nombre a este domingo; este inicio hoy aparece también como antífona de
entrada.
El texto tiene un tono
exhortativo, homilético, como muchas segundas lecturas (estaría bien, por
ejemplo, releerlo después de la comunión), y cada una de las frases es una
llamada amable a la manera de vivir cristiana. El motivo de todo es que
"el Señor está cerca" y eso hace vivir interiormente con alegría,
confianza y paz, y hace que la relación con los demás transmita eso mismo (éste
es el sentido de la exhortación "que vuestra mesura la conozca todo el
mundo", aunque esta traducción no expresa muy bien todo este sentido:
otras biblias traducen "que todo el mundo note lo comprensivos que
sois", "que vuestra bondad sea conocida de todos", "que todos
os conozcan como personas bondadosas").
San Pablo retoma el tema de la
alegría, que era muy importante en el comienzo de la carta. Alegría, paz,
serenidad. Tales son los sentimientos que Pablo desea para sus cristianos.
"El
Señor está cerca". No sólo porque viene y está viniendo continuamente,
sino porque ya está aquí. Es cuestión de sentirlo y darse cuenta. Lo demás
vendrá por añadidura.
Lo dicho a los discípulos de Filipos se repite hoy en la liturgia, por lo que a este tercer domingo de Adviento se le ha llamado tradicionalmente “domino gaudete”, domingo de la alegría. La razón principal que les da el apóstol a los filipenses es que “el Señor está cerca”, refiriéndose a la segunda venida del Señor Jesús. Nosotros referimos esta frase, en primer lugar, a la primera venida, al nacimiento de Jesús en Belén, a la Navidad. Pero, ¡ Dios está viniendo siempre a nuestras vidas, siempre, claro está, que nosotros queramos acogerle en nuestro corazón. Nuestra alegría es una alegría espiritual, principalmente interior, pero que se debe reflejar diariamente en nuestro comportamiento exterior. Nos lo dice claramente el apóstol: “que vuestra mesura la conozca todo el mundo”. Debemos ser personas tranquilas, equilibradas, pacíficas. Las palabras del apóstol son maravillosamente claras: “Y. así, la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. Nosotros, todos los cristianos, debemos hacer siempre alegres, y de una manera especial en este tiempo de Adviento. A ello nos exhortaba el Papa Francisco en la Evangelii gaudium (en español, La alegría del Evangelio) en su primera exhortación apostólica publicada el 26 de noviembre de 2013 tras el cierre del Año de la Fe.
La verdadera alegría se encuentra donde dijo S. Pablo: "En el Señor. Las demás cosas aparte de ser mudables, no nos proporcionan tanto gozo que puedan impedir la tristeza ocasionada por otros avatares en cambio, el temor de Dios la produce indeficiente porque quien teme a Dios como se debe a la vez que teme, confía en Él y adquiere la fuente del placer y el manantial de toda la alegría" (S. Juan Crisóstomo, PG. 27 179).
nos sitúa en las orillas del Jordán con el deseo de aprender
las enseñanzas del austero Juan el
Bautista para prepararnos nosotros también a su venida y salir a su encuentro
con el corazón encendido y limpio.
Es el único texto de los Evangelios donde tenemos una
noción más o menos aproximada de cuál fue la predicación concreta de Juan el
Bautista (independientemente de que Lucas no lo consigna por motivos
biográficos); sabemos que predicaba, y suponemos que su verbo encendía a los
oyentes. En este texto de Lucas del domingo de Gaudete asoma un Juan el
Bautista que no tiene nada que ver con los gruñidos de un tosco cavernícola, y
mucho con el auténtico Nuevo Elías: un verbo brillante, encendido, lleno de
esperanza y ya (anticipación que hace al anacronismo propio de un Evangelio y
no de una simple biografía) cargado de la manera cristiana de entender el
perdón: un nuevo comienzo, en adelante no peques.
Las
gentes van hasta el Bautista con ansias de saber qué es lo que hay que hacer
para cuando llegue el Mesías, tan cercano ya que de un momento a otro podrá
aparecer."Vinieron también a bautizarse unos
publicanos, y le preguntaron: Maestro, ¿qué hacemos nosotros?" (Lc 3, 12).
La pregunta es muy concreta. Juan estaba en el desierto de Judea
y mucha gente, atraída por su fama de santidad, acudía hasta allí para
preguntarle qué debían hacer para salvarse. Él les respondía que fueran
generosos y que compartieran lo que tenían con los que no tenían lo necesario
para vivir, que no fueran corruptos y que se conformaran con lo que ganaban
legalmente y, sobre todo, que esperaran al que había de venir, al Mesías, para
ser bautizados no sólo con agua, sino con Espíritu Santo y fuego.
En la primera parte San Lucas
ejemplifica de una manera concreta la clase de reforma de vida exigida por
Juan. Lo hace sirviéndose de la pregunta "que tenemos que hacer", que
a modo de estribillo articula toda la primera parte. La pregunta la formulan la
multitud anónima, unos publicanos y unos militares.
Por publicanos
se entiende los encargados de la recaudación tributaria. Se trataba por lo
general de judíos al servicio de Roma, potencia ocupante. Como había que pagar
por anticipado la cantidad estipulada por Roma, eso llevaba a los recaudadores
a resarcirse no sólo de la cantidad ya depositada, sino también de los gastos
causados en el desempeño de la función, más los intereses. Todo esto hacía que
el sistema de recaudación de tributos estuviera abierto a toda clase de abusos.
La profesión de recaudador de tributos era generalmente considerada como una
actividad más bien infamante y poco escrupulosa. Por militares no se entiende
miembros de las tropas romanas de ocupación, sino judíos enrolados al servicio
de Herodes Antipas.
A la multitud anónima el
profeta le pide la distribución compartida de los recursos fundamentales para
cubrir las necesidades primarias de la existencia, alimento y vestido (v. 11).
A los recaudadores les pide que cobren exactamente los tributos establecidos y
sus legítimas comisiones personales, sin caer en la tentación de la avaricia o
de la extorsión (v. 13). A los militares les pide la abolición del chantaje y
de cualquier medida intimidatoria (v. 14).
La segunda parte la forman los
v. 15-17, completados con un pequeño comentario del autor en el v. 18. En esta
parte sintetiza Lucas la relación de inferioridad de Juan respecto al Mesías.
Esta inferioridad está formulada por medio de tres tipos de imágenes: rituales,
jurídicas y apocalípticas. El conjunto de estas imágenes le sirve a Lucas para
caracterizar al Mesías como el más fuerte.
La imagen jurídica es la
expresión "desatar la correa de las sandalias".
En el Antiguo Testamento este acto simboliza la privación de un derecho en
beneficio del desatante. La imagen no proviene, pues, del mundo de los
esclavos. Frente al Mesías, Juan se declara sencillamente sin derechos.
Las imágenes apocalípticas del
fuego y de la horca de aventar sugieren la idea de un tiempo último y
definitivo por un lado, y de un personaje clave y decisivo para los hombres por
otro. No tienen nada que ver con el infierno.
Para nuestra vida
Desde
la antífona de entrada hasta la poscomunión, toda la liturgia de este domingo
es una invitación a la alegría y a la fiesta. Este año se lee, además, el texto
paulino que contribuyó a dar colorido propio a este domingo gaudete.
La
alegría de la iglesia este domingo va acompañada de la petición insistente de
purificación del pecado y de invitación a la mesura. Es en el seno de la
comunidad, reunida en la asamblea litúrgica, donde se produce la purificación
interior que da paso a la alegría que permite reconocer la presencia del Señor
en medio de los suyos. Esta purificación, que se inscribe también en la
preparación de la Navidad, anticipa el juicio o bautismo en el Espíritu Santo y
el fuego para poder ser hallados como el trigo limpio destinado al granero.
Varias
veces aluden las oraciones de este domingo a la preparación de la Navidad. En
este aspecto coinciden con la orientación de las ferias de Adviento a partir
del 17 de diciembre, las cuales quieren traer el recuerdo de los hechos que
precedieron inmediatamente al nacimiento de Cristo, con el fin de intensificar
las actitudes ante la venida del Señor.
Hoy continúan teniendo actualidad las
palabras del profeta: “El Señor, tu Dios,
en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama
y se alegra con júbilo como en día de fiesta" (So 3, 15). Un fuerte
guerrero que decide la victoria en el campo de batalla. Dios, como un soldado
valiente que nos defiende del enemigo. Cuando todo está perdido, cuando el
cielo y la tierra parecen hundirse, Dios nos salva, nos libra de esa horrible y
negra esclavitud que nos amenaza en cada encrucijada: la esclavitud del pecado,
del egoísmo, de la pereza, de la carne, del dinero. Toda esclavitud envilece y
humilla, rompe las alas para el alto vuelo, degrada, angustia, enferma.
Los
nefastos presagios del profeta terminan con palabras de perdón: "Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel;
alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena;
ha expulsado a tus enemigos" (So 3, 14 s.).
Siempre
sucede lo mismo. Parece como si Dios fuera incapaz de castigar de modo
definitivo en esta vida. Y así, mientras vivimos, tenemos posibilidad de volver
nuestros ojos a Dios y pedir humildemente misericordia, convencidos plenamente
de su perdón, de la cancelación total de nuestra deuda... Adviento. Ahora es
época propicia para reformar nuestra vida. Tiempo de penitencia, de conversión,
de mirar confiados, quizá entre lágrimas de arrepentimiento, hacia nuestro buen
Padre Dios.
Fidelidad, proximidad,
preocupación por los demás, son en Dios dimensiones o manifestaciones de un
mismo amor, único e inefable. «Salvaré a la oveja coja y recogeré a la
extraviada» dice Dios, el Buen Pastor. Cuando en Mt 5,48 leemos que hemos de
ser imitadores del Padre del cielo, tendríamos que afrontar una exigente
revisión: ¿cuáles y cómo son nuestras fidelidades? ¿Y nuestras proximidades?
(Hemos de hacernos próximos, cercanos, como el buen samaritano).
Dios cambia nuestro miedo
irracional -y, si bien se mira, todo miedo es irracional- ("No temas,
Sión. No te acobardes", 16) por la audaz actitud característica de los
«pobres» de Dios. Pensemos, por ejemplo, en la de un Francisco de Asís, un
Carlos de Foucauld y tantos otros que forman el «resto» desde el Antiguo Testamento
hasta el Nuevo. Pero el resto definitivo del pueblo de Israel es solamente
Jesús de Nazaret. Sofonías pone como algo típico del resto la humildad y la
sencillez, que esperan en el nombre de Yahvé (12).
Es
verdad que Dios nos ha dado una luz que brilla en el fondo de nuestro ser, una
luz que nos va alumbrando, en ocasiones con un remordimiento, para que hagamos
en cada circunstancia lo que es mejor. Sin embargo, la propia conciencia no es
siempre la más apropiada para resolver de forma correcta una determinada
situación. Puede ocurrir que tengamos la conciencia deformada, o que haya en
ella ciertas limitaciones que la coaccionen. Hay que tener presente que la
conciencia es norma de conducta cuando es recta y libre, o cuando no le es
posible salir del error, o no puede librarse de esa coacción que la determina.
Seamos
sinceros y no nos dejemos llevar de una subjetividad exacerbada. Busquemos sin
miedo la verdad que nos hará libres, sigamos el camino recto y alcanzaremos la
paz y el gozo para nuestra vida y para la de los demás. Busquemos en este
tiempo de penitencia y de conversión para buscar momentos de silencio, hagamos
el propósito de llevar una dirección espiritual seria y constante. Es esta una
práctica que no puede estar sujeta a la moda del momento, un medio clásico y
eficiente, recomendado por la sana doctrina de la Iglesia, Sólo si nos
preocupamos de verdad por conocer cuál ha de ser nuestra actuación en cada
encrucijada, llegaremos a encontrarnos con el .
El responsorial de hoy es un texto de Isaías. El
nombre de Isaías («Dios-salva») simboliza y localiza la fuente salvadora de
Israel. Salvación que si en el pasado fue liberación de Egipto, en el presente
es confianza sin temor.
La iniquidad de Israel
consistió en haber abandonado a Dios, fuente inagotable de agua viva,
salvadora, y haber excavado cisternas agrietadas que no pueden retener el agua.
A pesar de todo, el mensaje de
Isaías se abre hacia el futuro al invitar a los sedientos a beber
gratuitamente. Quien sienta sed está predispuesto a adherirse a Jesús, la roca
de la que mana el agua, nuevo Templo y fuente abierta en Jerusalén. Quien bebe
en el costado del Traspasado recibe el Espíritu de la nueva Creación. Es un
hombre nacido de nuevo y de arriba; goza de la vida que caracteriza a la
creación terminada. Este hombre nuevo forma parte de la comitiva del Exodo
iniciado por Jesús,
La comunidad posexílica puede
proclamar ante el mundo cuanto Dios hizo por ella en el pasado. Corresponde a
la comunidad restaurada celebrar jubilosamente las proezas de Dios, contar sus
hazañas, proclamar la grandeza del "Santo de Israel", dar gracias a
Dios salvador.
Es la misma misión confiada a
la Iglesia: primero vive la salvación que brota de sus fuentes y después la
difunde por el mundo entero. Ser testigos del Resucitado en Jerusalén, en Judea
y Samaria y hasta los confines de la Tierra es el programa misionero de la
Iglesia.
La finalidad del testimonio es
llevar a otros hombres a la fe, a la adhesión personal a Jesús Mesías. Quienes
aceptan el testimonio eclesial poseen en sí mismos el testimonio de Jesús, que
es la Profecía de los tiempos nuevos. La sangre del Cordero y la Palabra del
Testimonio son armas eficaces para vencer los poderes de la Bestia.
En esta realidad de vivencia y
testimonio estamos inmersos nosotros, cristianos del siglo XXI.
En la segunda lectura, en este domingo
de la alegría, San Pablo da a los filipenses una razón para estar alegres y es
que “el Señor está cerca”,
¡El Señor está cerca! De estas
simples palabras irradia toda la gozosa intimidad del introito y toda la
alegría de la liturgia de hoy. El Señor está cerca; no tenemos que esperarle
durante miles de años, no tenemos que buscarle en el lejano cielo. Está aquí,
está en medio de nosotros. Nuestro Adviento no es la angustiosa espera de la
humanidad anterior a Cristo. El Mesías, el Dios Salvador esperado tanto por
judíos como paganos, ha venido ya. Dios ha redimido a su pueblo. Y no se ha
apartado de él; se halla en medio de su Iglesia.
De su fuerza y amor viven todos
los que en El creen. En cada uno de los que participamos de su presencia, crece
su vida ardiente e inmortal.
Todos sabemos, y en cada
momento lo experimentamos, que "en El vivimos, nos movemos y
existimos" (Hch 17, 28), que no podemos pronunciar una sola palabra buena,
ni concebir ningún pensamiento santo, ni alzar siquiera con fe los ojos al
Padre Celestial sin Él, el Cristo vivo y presente en nosotros.
Es cierto que, a la vez, es El
"el que viene". Se nos presenta cada día de nuevo en la palabra de su
Sagrada Escritura, en la exhortación de su Iglesia, en su sacrificio y sus
sacramentos y en las solemnidades de su año litúrgico. Pero todo esto es un
eterno presente. Está en nosotros y viene para estar cada vez más en nosotros.
La Iglesia se siente feliz en su presencia,
como se siente la esposa en la proximidad del amado. Sobre su ser derrama El
paz y suavidad, y ella no tiene que preocuparse de nada más, pues sabe que lo
tiene junto a sí y que escucha sus súplicas aun antes de formularlas. En el
primer domingo de Adviento le había ella suplicado: ¡Muéstranos tu amor! Este
amor que se compadece de las miserias y debilidades humanas. Hoy da las gracias
porque su súplica se ha visto atendida. El amor de Cristo se ha difundido en su
Iglesia, en las almas, y se pone de manifiesto al mundo en su plácida alegría,
en su agradecimiento para con Dios. El señor está cerca; bajo la forma del amor
y la modestia llena a su Iglesia.
Y por la misma razón de que le
tiene cerca, de que se siente llena de El, la iglesia tiene derecho a no
quedarse sola en su alegría; quiere alegrarse con sus hijos. ¡Alegraos... , el
Señor está cerca!. ¡Daos cuenta de la dicha de poder caminar ante El, de poder
vivir de El, de tenerle más cerca que nuestro propio cuerpo! Y porque el amor
de Cristo está en ella, piensa también en aquellos de quienes el Señor no está
cerca. Se compadece de ellos y quisiera poderles aportar la dicha de tal
proximidad. Por consiguiente, aconseja a sus hijos: "Que vuestra mesura la
conozca todo el mundo." Debemos procurar que la luz de Cristo penetre en
las tinieblas del mundo y las disipe. Quien nos vea deberá reconocer, en
nuestra despreocupación por las cosas temporales, la proximidad del Señor, de
Aquel que todo lo posee y que aleja de los suyos todo cuidado.
La razón de esta alegría es la
oración que será escuchada. No son los muchos rezos los que producirán este
sentimiento, sino el contacto íntimo y filial con Dios. Sentirse unido con
Dios, en sus manos, querido y protegido por El. Esa vivencia, sentida en la
oración, producirá una alegría que supera las reales dificultades que tenemos.
Este modo de alegrarse puede
parecer espiritualista. Pero si se experimenta, esa objeción desaparece sin
más. En una época de alegrías superficiales va siendo hora de vivir de verdad
contentos con un gozo que nadie puede quitar. Precisamente porque los
cristianos presentamos a menudo poca "cara de salvados" y damos más
impresión de tristes, preocupados, deprimidos, es conveniente que nos acordemos
y vivamos las profundas motivaciones que tenemos para estar de otra manera.
Los caminos que hay que
enderezar para encontrar al Señor que viene, son los caminos de la justicia, de
la caridad, del respeto a los otros. Ningún camino excepcional. Pero vuelve una
verdad fundamental: el camino hacia Dios pasa obligatoriamente a través del
prójimo. La guarda de los mandamientos de la segunda tabla presenta la
condición esencial para poderse encontrar frente al "Señor tu Dios, el
único" Juan no pretende que los demás se retiren del mundo y lo imiten en
su itinerario particularísimo. No les invita a dejar todo y a instalarse en el
desierto, como también hicieron los ascetas de Qumrán. Cada uno permanezca en
su puesto, continúe haciendo lo que ha hecho hasta hora. Pero de otra manera.
Vuelva en buena hora a su oficio. Pero ejercítelo de manera diversa.
Al Señor se le acoge en la vida
normal, no a través de cosas excepcionales. Más que los gestos extraordinarios,
cuenta la fidelidad en lo cotidiano.
Por más que pueda parecer
contradictorio, se trata de ir al encuentro de Cristo permaneciendo en el
propio puesto. El cambio no está en las cosas y en las situaciones exteriores,
sino que se realiza "dentro" .
Existe un modo diverso de ser y
de hacer que se concilia con las cosas de cada día. Así como hay una búsqueda
de lo extraordinario, que puede ser una forma de evasión, un sustraerse a los
duros compromisos concretos.
Nuestra
alegría es una alegría espiritual, principalmente interior, pero que se debe
reflejar diariamente en nuestro comportamiento exterior. Nos lo dice claramente
el apóstol: “que vuestra mesura la conozca todo el mundo”. Debemos ser personas
tranquilas, equilibradas, pacíficas. Las palabras del apóstol son
maravillosamente claras: “Y. así, la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio,
custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”.
Nosotros, todos los cristianos, debemos hacer siempre alegres, y de una manera
especial en este tiempo de Adviento. A ello nos exhortaba el Papa Francisco en
la Evangelii gaudium (en
español, La alegría del Evangelio) en su
primera exhortación apostólica publicada el 26 de noviembre de 2013 tras
el cierre del Año de la Fe.
Vivid
siempre alegres en el Señor. El Señor está cerca. La alegría tiene que ser una
de las actitudes cristianas fundamentales: debemos tener una mirada optimista
sobre las realidades del mundo y de la vida (que han sido
"desencantadas", arrancadas del poder del maligno), sobre el paso del
tiempo y el propio destino personal y colectivo (nos acercamos al día del
Señor, a aquel día en que Dios será todo en todos). La vida del creyente está
llena de gozo interior porque está llena de sentido: es la vida de un hijo del
Padre del cielo. ¿Cómo es que con tanta frecuencia no es ésta nuestra tónica
vital -la alegría de fondo y no la desmesura superficial- y cómo es que la
gente no nos reconoce como personas mesuradas?.
En el texto evangélico meditamos con
profundidad las palabras de Juan el Bautista, el Precursor del Mesías, que nos
invita a vivir con alegría en este tercer domingo de Adviento y toda nuestra
vida. Todo
lo que decía Juan a los judíos que acudían a él, podría decírnoslo también hoy
a nosotros, los cristianos de este siglo XXI. Ser compasivos y misericordiosos
con los necesitados, no ser corruptos y tramposos en nuestras cuentas y en
nuestra vida, vivir, en definitiva, según el espíritu de Jesús. Si, pues,
queremos vivir el Adviento y la Navidad en comunión con Cristo y con una
verdadera alegría cristiana, debemos eliminar de nuestras vidas, ya desde ahora
mismo, todo aquello que nos impide vivir alegres, como buenos discípulos de
Cristo.
Paz, gozo, oración, no
significan pasividad ni evasión de responsabilidades. Nos lo recuerda el
bautista con un doble mensaje:
a) "¿Entonces, qué
hacemos?" Compartir y no abusar de la propia situación de superioridad.
Esta predicación del bautista contiene todo un mensaje ético e incluso social
que haríamos bien en aplicar a nuestros oyentes. Porque la
"conversión" de corazón que exige el anuncio de la Buena Noticia
tiene su traducción en la vida y el comportamiento;
b) Juan anuncia una
transformación de fondo: "Yo os bautizo con agua; pero viene el que os
bautizará con Espíritu Santo y fuego". Pues bien, éste que viene ya
"tiene en la mano la horca para aventar su parva". El evangelio
contiene una llamada exigente a responder sin excusas ni dilaciones a la oferta
de la salvación (véase, con todo, más adelante).
El
Señor viene, pero nosotros tenemos que ir hacia Él. Esto exige un cambio de
mente y de corazón. Es decir, requiere volvernos a Dios. El bautismo de Juan es
una preparación para la llegada de aquél que viene detrás "y yo no merezco
ni llevarle las sandalias". El bautismo de agua es sólo de penitencia. Hay
que empezar por ahí, es decir cambiando de rumbo y de actitud. Pero la
auténtica transformación viene del Bautismo con el Espíritu Santo que proclama
y ofrece Jesús. Como el fuego purifica y transforma, así también seremos
trasformados por el Espíritu si vivimos el Evangelio. A los publicanos, es
decir, a los cobradores de impuestos, Juan les dice que cobren según tarifa
justa y que no recurran a los apremios y sobrecargas para enriquecerse a costa
de los pobres. A los soldados, a la fuerza pública, el bautista exige que se
contenten con la soldada, que no denuncien falsamente y no utilicen la fuerza
en provecho propio. También nosotros tenemos que convertirnos ¿Qué te pide a ti
el Señor en tu situación concreta?.
En este texto se reúnen en un todo inseparable las dos
líneas que motivan la alegría , la del gaudete escatológico futuro: el Señor va
a venir de manera definitiva; y la del gaudete de la epifanía navideña: El
Señor que viene es el que trae una palabra que hace nuevo todo... y entonces ya
no hace falta esperar algo enteramente nuevo.
Los cristianos, los que hemos recibido el bautismo, no
el de conversión del Bautista sino el de resurrección de Jesús vivimos ya en
una alegría que va hacia adelante, al encuentro del Espíritu, pero empujado
desde atrás, por el propio Espíritu.
Resumiendo vemos en las lecturas de hoy tres caminos de
reflexión.
* El primer camino
la encontramos tanto en el profeta Sofonías como en la carta de Pablo a los
Filipenses y es la ALEGRÍA. Alegría porque Dios está con su pueblo (con
nosotros) y viene a librarnos de nuestra condena, viene a reinar en nuestras
vidas, viene en medio de nosotros como un guerrero que salva. Este sentimiento
ha de embargarnos en estos momentos de la historia, cuando se habla tanto del
final, del cumplimiento de las profecías mayas, etc., los cristianos hemos de
estar llenos de la alegría que procede de un Dios bueno, que nos ama y que
quiere nuestra salvación sin importar cuando llegue el fin; haciendo eco y caso
de las palabras de Pablo: que no acabe nuestra alegría y que todo el mundo
conozca de nuestra mesura.
* El segundo camino , que a la vez es una actitud y un
fruto del Espíritu, es la PAZ. Paz que solo llega a nuestros corazones por la
acción de Dios en nuestras vidas, paz que llega si perdonamos, si nos
perdonamos y podemos seguir caminando hacia el conocimiento pleno de Dios y
hacia el cumplimiento de su voluntad. Y, ¿de dónde procede esta paz?, de la
alegría que nos embarga como hijos de Dios, lejos de toda preocupación y
presentando a Dios nuestras súplicas en todo momento.
* Finalmente, estas dos actitudes nos conducen al
tercer camino : la CONVERSIÓN. Marcada ésta actitud en el mensaje, predicación
y testimonio de Juan el Bautista y reflejada fielmente en la pregunta que le
hacían cuantos se acercaban a Él: ¿Qué hacemos nosotros? Esta pregunta es,
paradójicamente, la respuesta a la invitación que Juan hacía en el desierto:
preparen el camino del Señor… Juan exhorta a sus oyentes a un cambio profundo
de vida, a una metanoía, a una conversión. Ésta actitud es, finalmente, a la
que estamos invitados a vivir en este Adviento del Año Jubilar de la
Misericordia.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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