Comentarios a la lecturas en la
Solemnidad de la La Inmaculada Concepción de Santa María Virgen 8 de diciembre
de 2018
En este día
en el que aclamamos a María como Inmaculada y Virgen, nos sentimos llamados a
trabajar, redescubrir y llevar en todas nuestras líneas cristianas ese gran
amor que, porque de Dios viene, se ha de hace efectivo, afectivo y constante
allá donde nos encontramos. Podemos empezar hoy invocando a la Virgen
Inmaculada como Madre de ternura y Misericordia.
Sobre la misericordia dice el cardenal
Robert Sarah: " etimológicamente, la misericordia consiste en arrojar el
propio corazón dentro de la miseria del otro, en la mano al otro en el corazón
de su presencia. Pero, antes de inundarnos con su bondad, misericordia existe
verdad justicia y arrepentimiento. En Dios la misericordia se hace
"perdón". Nos hallamos pues en el centro del mensaje evangélico.
El perdón es el rasgo más marcado el
amor de Dios hacia el hombre. San Pedro pregunta a Jesús: "señor ¿cuántas
veces tengo que perdonar a mi hermano cuando pequé contra el? ¿Hasta siete?
Jesús le respondió: "no te digo que hasta siete veces, sino hasta 70 veces
siete " (Mt 18,21-22). Es decir incansablemente….
Tenemos que amar como Dios. Y seguido
Dios conoce las bajezas y las grandes debilidades del hombre, pero arroja su
corazón sobre nuestra miseria: se alegra de perdonar el perdón consiste en
volver a empezar a amar más tranquilidad y generosidad cuando el amor ha sido
maltratado.
....
Dios es perdón, amor y misericordia
aquí-de ningún otro sitio-reside la radical novedad del cristianismo. Los
hombres deben perdonar perdón a Dios, incansablemente. Hemos sido modelados por
el y hasta recordar para aceptar sin esfuerzo su voluntad, que nos pide ser perfectos
como nuestro Padre celestial es perfecto en la misericordia. El perdón permite
siempre una re-creación del hombre, porque se trata de una oportunidad vida del
cielo. (Robert Sarah, Dios o nada, pgs. 246. Madrid 2015).
El dogma de la Inmaculada Concepción fue
promulgado por el Papa Pío Nono, en su Bula Ineffabilis Deus, el papa declara
que la Virgen María fue preservada inmune de toda culpa original lo que
realmente está diciendo es que la Virgen María fue una criatura humana llena de
Gracia desde el momento mismo de su concepción hasta el momento mismo de su
muerte. No quiere decir que la Virgen María fuera concebida de manera
distinta a como somos concebidas las demás personas; lo que dice es que, en
previsión de los méritos de Cristo Jesús, la gracia de Dios hizo que en la
persona de María no habitara nunca el pecado. María, por sí misma, fue una
criatura humana limitada y frágil que tuvo que luchar contra las tentaciones e
invocar cada día la gracia de Dios para poder vencerlas. Fue la gracia de Dios
la que, derramándose totalmente y desde el primer momento en el ser de María,
hizo que María fuera una criatura inmaculada desde el momento mismo de su
concepción. Nosotros, mientras vivimos, podemos tratar de imitar a María,
pidiéndole a Dios que no nos falte nunca su gracia para superar las tentaciones
de cada día, como María las superó. Reconociendo nuestra debilidad y nuestra
natural inclinación al pecado le pediremos a Dios, con humildad, que mire
nuestra humillación y nos libre de todo pecado.
Las lecturas de hoy nos enfrentan a la actitud de Eva y de
María. Eva fue engañada por el Maligno e inauguró el imperio del pecado en el
género humano, que fue creado por Dios libre de culpa. El recuerdo del
fragmento del Libro del Génesis nos sitúa perfectamente la frustración humana
ante ese pecado y marca la nueva exigencia de Dios para Anda y Eva fuera del
Edén. Lo que iba a venir después se parece a nuestra vida de cada día, a las
obligaciones y realidades del género humano. Y claro está que dicho texto del
Génesis contrasta con el bellísimo pasaje de la Anunciación en el texto de
Lucas –uno de los fragmentos más bellos del Evangelio—donde, precisamente, se
anuncia la salvación de las criaturas predilectas de Dios –“los hiciste poco
inferior a los ángeles—que por su ambición imposible se apartaron del camino
trazado en principio por Dios.
La
primera lectura nos sitúa en los momentos iniciales de la humanidad (Gen 3, 9-15. 20 )Esta
primera lectura habla de la culpa que todos llevamos a nuestras espaldas.
"Después que Adán... el
Señor Dios lo llamó...": El hombre (Adán), comiendo el fruto del árbol ha
tomado una opción libre en la que Dios no ha intervenido; esta opción aparecerá
con toda su fuerza negativa: el encuentro con Dios la manifestará como
"pecado". Este encuentro nos es presentado con una narración
imaginativa y antropomórfica, que tiene el carácter de un juicio con
interrogatorio y sentencia: "¿Dónde estás?".
La relación hombre y Creador ha
sufrido con el pecado una perturbación profunda. "¿Es que has comido del
árbol...?" También se ha producido una perturbación en las relaciones en
el interior de la humanidad, y entre el hombre y las realidades creadas: el
hombre acusa a la mujer y la mujer a la serpiente.
-"Me dio miedo y me
escondí".-Hoy la presencia de Dios pasa a segundo plano y decimos que
somos adultos, que asumimos nuestras responsabilidades, que hemos dejado a un
lado los miedos infantiles y religiosos. Quizás sí que hemos superado el miedo
al demonio, pero la vida de mucha gente está llena de miedos y desequilibrios,
y no parece que el gozo de vivir -transparente y puro como el agua que salta en
los ríos de las montañas o que, desde los lagos refleja los picos
resplandecientes de sol o blancos de nieve- sea un patrimonio compartido. La
ruptura interior, con los demás, e incluso con la naturaleza, son expresiones
del pecado, realidad tan vieja como la condición humana que no debemos atribuir
a ningún antepasado malo.
-"La mujer..., la
serpiente...".-La culpa es muy fea y nadie la quiere. Pero solamente
reconociéndola -y no ignorándola- vamos a recuperar la paz y la serenidad y
podremos mirar a Dios sin miedo.
Después del interrogatorio viene el desenlace
del juicio, del cual sólo leemos en esta lectura la parte de la sentencia
dirigida a la serpiente. La condena intenta explicar en primer lugar, la
constitución de la serpiente, arrastrándose por tierra como si comiera polvo, y
también su carácter de animal maldito, del cual huyen el hombre y, también, los
demás animales, un ser inquietante como el mal mismo. Por eso el paso es fácil:
entre el hombre y el mal habrá un combate sin fin. Propiamente el texto indica
un combate sin esperanza de solución. Pero la diferencia entre el ataque a la
cabeza y el ataque al talón fue leída, ya en la literatura targúmica y sobre
todo por la Iglesia antigua, como el anuncio velado de la victoria de la
descendencia de la mujer. Eva, madre del linaje humano en lucha constante con el
mal, es figura de la nueva Eva, madre del hombre nuevo, el Mesías, que triunfa
definitivamente sobre el mal, el pecado y su consecuencia: la muerte.
-"Ella te herirá en la
cabeza cuando tú la hieras en el talón".-La culpa, el pecado, no son la última
palabra sobre la vida humana. El hombre pecador es capaz de luchar contra el
pecado y, en esta lucha, aunque seamos heridos, saldremos victoriosos (el
talón/la cabeza). El universo interior del cristiano no es de miedos y
angustias, sino que está presidido por una mirada optimista -realísticamente
optimista- sobre su vida, la vida del linaje entero, y el desenlace de ambas.
Eva ha sido la madre de todos los que viven: no sólo de un linaje pecador;
también de una humanidad capaz de luchar contra el pecado.
El
interleccional de hoy (Sal 97 ) es una invitación a reconocer y cantar
las maravillas de Dios en sus criaturas
El salmista que compuso el salmo 97
hacía una invitación a todas las criaturas –a todas las gentes, judíos y
gentiles—para que alaben a Dios, Rey del Universo. La invitación del antiguo
poeta también nos sirve a nosotros: que debemos ensalzar y glorificar
constantemente al Señor Dios Nuestro Padre.
El Salmo 97, es uno de estos
cantos de alabanza a Yahvé, rey del mundo, cuya actuación no es sino una serie
de maravillas y portentos en favor del hombre y del pueblo de Israel. Está
influenciado, como todos los de su grupo (salmo 46, 92, 95-98), por el Segundo
Isaías en sus miras universalistas, en su concepción de las nuevas realidades
que se acercan para Israel, en su jubilosa visión del mundo como escena de la
actuación de Dios y eco de su alabanza.
Es un "salmo del
reino": una vez al año, en la fiesta de las Tiendas (que recordaban los 40
años del Éxodo de Israel, de peregrinación por el desierto), Jerusalén, en una
gran fiesta popular que se notaba no solamente en el Templo, lugar de culto,
sino en toda la ciudad, ya que se construían "tiendas" con ramajes
por todas partes... Jerusalén festejaba a "su rey". Y la originalidad
admirable de este pueblo, es que este "rey" no era un hombre (ya que
la dinastía Davídica había desaparecido hacía largo tiempo), sino Dios en
persona.
Este salmo es una invitación a
la fiesta que culminaba en una enorme "ovación" real: "¡Dios
reina!", "¡aclamad a vuestro rey, el Señor!" Imaginemos este
"Terouah", palabra intraducible, que significa: "grito"...
"ovación"... "aclamación".
Originalmente, grito de guerra
del tiempo en que Yahveh, al frente de los ejércitos de Israel, los conducía a
la victoria... Ahora, regocijo general, gritos de alegría, mientras resonaban
las trompetas, los roncos sonidos de los cuernos, y los aplausos de la
muchedumbre exaltada.
¿Por qué tanta alegría? Seis
verbos lo indican: ¡seis "acciones" de Dios! Cinco de ellas están en
"pasado" (o más exactamente en "acabado": porque el hebreo
no tiene sino dos tiempos de conjugación para los verbos, "el
acabado", y el "no acabado"). "El ha hecho
maravillas"... "Ha salvado con su mano derecha"... "Ha
hecho conocer y revelado su justicia"... "Se acordó de su
Hessed"... (Amor-fidelidad que llega a lo más profundo del ser); "El
vino-el viene"... Y para terminar, un verbo en tiempo, "no
acabado", que se traduce en futuro a falta de un tiempo mejor (ya que esta
última acción de Dios está solamente sin terminar aunque comenzada): "El
regirá el orbe con Justicia y los pueblos con rectitud"...
Lo podemos dividir en estas
secciones:
- vv. 1-3: cantan la victoria y
salvación de Yahvé
- vv. 4-6: la humanidad ensalza
a Yahvé
Ha hecho maravillas (w. 1-3)
La primera frase del salmo es
una invitación a la alabanza a Dios con un canto nuevo. Las maravillas de Dios
son tan grandes, tan inesperadas, que el pueblo no puede contentarse con las
alabanzas rituales conocidas: parece que requiere algo nuevo y grandioso. Dios es
el obrador de grandes cosas, y su victoria ha sido total. Su brazo, es decir,
su fuerza invencible, es quien ha actuado (no la fuerza del hombre).
El salmista piensa en la
restauración de Israel después del exilio de Babilonia, cuando tiene lugar un
nuevo inicio en la vida, en la religión, en la liturgia del templo. Este
período feliz vendrá después del retorno, y este solo pensamiento produce en el
salmista (igual que en Isaías) un potencial enorme de alegría y entusiasmo.
Dios realiza estas maravillas de salvación porque ama a su pueblo, porque nunca
lo ha olvidado y ha tenido siempre presentes su misericordia y su fidelidad. El
versículo 3:
"se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de
Israel"
ha inspirado muy de cerca el
Magníficat de María (Lc 1,54), cántico que se mueve en la misma sintonía de
alabanza al Dios que actúa en favor de su pueblo y de los humildes.
Suenen los instrumentos (v. 4)
(V 4) la salvación
(justicia-fidelidad-amor) de que ha sido objeto la Casa de Israel... está,
efectivamente destinada a "todas las naciones": ¡El Dios que aclama
como su único Rey, será un día el rey que gobernará la humanidad entera.
Entonces será poca la potencia de nuestros gritos! ¡Será poca toda la
naturaleza, el mar, los ríos, las montañas, para "cantar su alegría y
aplaudir"!
Las obras de Dios son
contempladas por todo el mundo:
"los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios".
Es una acción de Dios que
percibe (o percibirá) el mundo entero, que conocerán todos los pueblos y por
esto alabarán a Dios. La vuelta a Sión, que según el Segundo Isaías superará en
grandiosidad al mismo Exodo (Is 49), será el comienzo de esta justicia de Dios
y la celebrarán todos los pueblos porque en la nueva etapa Israel será algo
grande y su nombre se dejará sentir en todas partes.
Por esto ahora el salmista
invita a toda la tierra a cantar al Señor, a aclamar a Dios sonando toda clase
de instrumentos: ahora es la música quien acompaña esta sinfonía grandiosa de
alabanza: "tañed la cítara... suenen los instrumentos".
La
segunda lectura de la carta a los
Efesios (Ef 1, 3-6.
11-12.),
En
el texto se nos propone este himno neotestamentario muy conocido por el uso que
hace de él la Liturgia de las Horas. El texto contiene una gran riqueza teológica
que aparece de manera concentrada debido al lenguaje poético-hímnico que lo
compone. La primera frase (v. 3) es un resumen de todo lo que el Padre ha hecho
por nosotros por medio de Cristo y que se realiza en el Espíritu. Sigue una
primera estrofa (v. 4-6) en la que se presenta la nueva situación en que vive
el cristiano por la transformación que obra en él la fe en Cristo: ha resultado
predestinado y elegido por Dios a ser su hijo
El contenido del texto es una de las ideas más claras de San
Pablo que repite en varias ocasiones en sus escritos. Es la referencia
clarísima de que nosotros estamos elegidos por Dios, en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo. La sabiduría eterna de Dios –y, por tanto,
intemporal—supo ver la traición de sus criaturas, pero también preparó la
solución del problema. Desde antes de la creación se perfilaba la Redención con
la naturaleza humana, en todas sus consecuencias, del Hijo de Dios. Y en ese
plan, por supuesto, ya aparecía María. Asimismo estas palabras de Pablo de
Tarso forman parte de un himno litúrgico de extraordinaria belleza, que
repetimos en muchas ocasiones.
Los vs. 3-6 son la primera
estrofa del himno inicial de esta carta, en el que se presenta el plan de Dios
desde antes de la creación. Plan de Dios sobre y para el hombre. Todo ello en
un tono de reconocimiento, adoración y acción de gracias.
Inicialmente se presentan la
elección y destino del hombre según Dios. Destino que es la filiación y la
santidad. Esto último ha de entenderse no en un sentido meramente moral, o como
paso previo para ser hijos, sino como otra forma de describir este destino
fundamental. Sería preciso recuperar este sentido de "santidad" para
no desvirtuar la palabra o entenderla superficialmente. Santo es quien está unido
con Dios. Y una forma total de serlo es justamente el ser hijos.
Ese destino del hombre es
gloria y alabanza de Dios. No porque El lo necesite ni le añada ninguna
prerrogativa que no tenga. El mero hecho de cumplir el plan de Dios, de
realizarlo en cada uno, es beneficioso sobre todo para el propio hombre. Pero
ello va inevitablemente unido al reconocimiento de que Dios planea y obra esta
acción. Lo cual también puede llamarse alabanza.
El himno en esta primera
estrofa y en los vs. 11-12 subraya la iniciativa gratuita de Dios. Previamente
a cualquier acción o mérito humano -¡esto se ve claramente, pues el hombre
todavía no existe antes de que Dios piense en él. Dios hace todo esto
simplemente porque es bueno, porque eterno es su entrañable amor.
Lo que desea y lo que pide San Pablo
es que este amor «crezca en penetración y sensibilidad para apreciar los
valores», que crezca en cantidad y en intensidad, que no se reduzca a un amor
sentimental sino que sea dinámico y operativo, que se comprometa con la
justicia y con todos los valores, que crezca en todo, que crezca más y más y
más. Porque el amor, sabemos, no tiene límites. Es así como podremos llegar a ser
«limpios e irreprochables, cargados de frutos» de santidad. Es así como
podremos llegar a ser santos e inmaculados, como María, la Inmaculada, la Madre
del amor más grande y más hermoso.
El
evangelio de San Lucas (Lc 1, 26- 38) nos presenta el esplendido cuadro de la anunciación. La
Palabra entra en la vida.
La narración de la Anunciación
es un excelente ejemplo del modo como habla el Evangelio. Se trata de una enseñanza teológica de la cual Lucas
nos habla con la ayuda de un diálogo bien estructurado (es una "teología
alusiva", o explicación rabínica del estilo midráshico, llenas de citas
del AT, por la cual se extrae el sentido profundo de los acontecimientos dentro
del contexto de la historia de la salvación). Toda esta narración reposa en
definitiva sobre una experiencia religiosa de María, misteriosa pero de una
riqueza inefable y de una histórica realidad.
Tras un saludo (v. 28: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está
contigo") que evoca los saludos proféticos a la "Hija de
Sión", personificación misteriosa de la comunidad mesiánica, expone la cualidad davídica y mesiánica del
niño que va a nacer, en términos que se inspiran ampliamente en 2 Sm 7. 12ss.
Tras una pregunta de María (v. 34), el diálogo llega a una declaración que
marca el punto álgido (v. 35: "El
Espíritu Santo vendrá sobre ti... Hijo de Dios"): el Niño nacerá por
una intervención directa del espíritu creador, lo que valdrá ser
"Santo" y ser llamado "Hijo
de Dios".
El texto describe la experiencia
intima de María, fruto de una revelación nueva en la que se dio cuenta de que
en ella se realizaría de modo excepcionalmente real la antigua profecía de Is
7. 14: "tendrás un hijo y le pondrás un nombre". La comunidad
primitiva, la Iglesia, recibió este misterio y lo transmitió en las narraciones
catequéticas de la infancia de Jesús (Mt 1. 18-25; Lc 1. 26-38), escritas como
pórtico teológico que da el sentido pleno de lo que es Jesús creído a la luz de
la Pascua: de este modo se puede entender mejor todo el evangelio que sigue.
Por medio, pues, de un diálogo
claramente estructurado se nos ofrece la sustancia, revistiéndola de la forma
escriturística y teológica más apropiada para alimentar la fe. En definitiva,
se enseña que el hijo de María será el Hijo de David heredero de la
descendencia mesiánica, y que, concebido de modo excepcional, merece desde su
infancia el título de Hijo de Dios (título que Lucas no pone nunca en boca de
hombres: su percepción profunda es fruto de revelación: 22. 70). Filiación
humana, enraizada en la historia concreta de un pueblo mesiánico y perceptible
a la vista de cualquiera; filiación divina, fruto del favor extraordinario de
Dios, que se realiza en la filiación humana mesiánica llevada a fondo, pero que
no es perceptible ni se comprende ("¿Cómo será eso?") si no es por
don del Espíritu y por el poder del Altísimo que iluminan la última realidad de
aquel niño nacido de María en una actitud de radical pobreza: manifestada por
la `virginidad` (vv. 34-37) y por la obediencia de esclava (v. 38) a la Palabra
de Dios.
Siguiendo la costumbre judía,
San José no había tomado aún a su esposa en su propia casa. María, esposa de
José, era virgen. Aquí se dice expresamente que San José era de la estirpe de
David, detalle interesante para demostrar el cumplimiento de las profecías. En
cambio no se dice en ninguna parte de los evangelios y de una manera expresa
que María fuera de la estirpe de David, aunque esto se suponga repetidamente
(cfr. v. 32).
"Llena de gracia"
significa tanto como "llena del favor de Dios". La Inmaculada, la que
nunca estuvo sujeta a la esclavitud del pecado, fue objeto de todas las
complacencias divinas. Pero también fue la mujer más libre y responsable, sin
condicionamientos de un mal pasado, capaz de asumir una función especialísima
en la historia de nuestra salvación. Su maternidad fue efectivamente
responsable, fue madre porque quiso serlo. De no ser así y de no haberlo
querido así Dios, no tendría ningún sentido la embajada del ángel.
Son las palabras del ángel, y
no tanto su inesperada aparición, las que sorprenden y turban a María, nos hace
pensar en el Mesías deseado por todo el pueblo y soñado por todas las mujeres
de Israel. En esta virgen llega a su culminación la esperanza de todos los
hombres y la disponibilidad de todas las mujeres de Israel. Pero, ¿qué papel ha
de desempeñar María en todo esto? ¿por qué ella es saludada como la bendita de
las mujeres? La Virgen medita sobre este punto.
Ahora el ángel la anima y le
dice que ha sido elegida por Dios para que en ella se cumplan todas las
bendiciones y promesas de Israel. Por eso es "bendita". Las palabras
del ángel están llenas de resonancias bíblicas y nos recuerdan el lenguaje
frecuentemente usado al anunciar el nacimiento de un niño extraordinario (cfr.
Gn. 16. 11; Jc 13, 3-5). El evangelista supo recordar especialmente las
palabras de Isaías 7, 14, pues seguidamente acentuará la virginidad de María.
El niño será grande en sentido
absoluto, y será llamado "Hijo del "Altísimo". Sin embargo,
estos títulos deben interpretarse aquí en el sentido del A. T. y no implican de
suyo el reconocimiento de la divinidad de Jesús.
La pregunta de María obedece a
una razón muy sencilla: se da cuenta de que Dios le pide, precisamente ahora,
ser madre del Mesías, pero no comprende cómo puede ser. Ella es todavía una
simple prometida y no conoce varón.
El ángel le dice cómo sucederá
todo, por la fuerza del Altísimo (que es el Espíritu Santo) y sin menoscabo de
su virginidad. El Espíritu de Dios "la cubrirá con su sombra" lo
mismo que la "nube" o "gloria de Yahvéh" cubría el arca de
la Alianza, y a semejanza del Espíritu de Dios que en principio se cernía sobre
las aguas. Se trata de un símbolo de la poderosa fecundidad de Dios y de su
presencia santificante.
María responde con un
"sí" humilde y obediente. María se convierte en el Arca de la Nueva
Alianza y en Madre del Hijo de Dios. Es comprensible que María, realizado ya
este misterio, conservara su virginidad y que José guardara una respetuosa
distancia ante el misterio.
Para
nuestra vida
Estamos celebrando esta fiesta de la
Inmaculada en tiempo de adviento. No es difícil en este tiempo imaginar a María
como una mujer alegre en la esperanza. María está alegre porque espera, con
esperanza activa, que Dios nazca en su vida y en la vida de todas las personas
que ama. Dios ha querido hacerse carne en su vientre y María está alegre porque
sabe que, por medio de ella, Dios quiere nacer y crecer en el corazón de todos
los creyentes. María está alegre porque sabe que la gracia de Dios le ha
permitido a ella ser colaboradora del Dios que, por amor, ha venido a salvarnos
y a redimirnos a todos. En este día mariano del adviento vamos a pedirle a Dios
que se encarne y crezca cada día un poco más dentro de nuestro corazón.
Aprovechemos este Año Jubilar de la Misericordia.
La Inmaculada, la que
nunca estuvo sujeta a la esclavitud del pecado, fue objeto de todas las
complacencias divinas. Pero también fue la mujer más libre y responsable, sin
condicionamientos de un mal pasado, capaz de asumir una función especialísima
en la historia de nuestra salvación. Su maternidad fue efectivamente
responsable, fue madre porque quiso serlo. María acogió al Mesías deseado por
todo el pueblo y soñado por todas las mujeres de Israel. En ella llega a su
culminación la esperanza de todos los hombres y mujeres del mundo.
María es la
"nueva Eva". Eva es seducida y engañada por
el orgullo y el ansia de dominio. Se dejó seducir por el pecado y fue sometida
al yugo de la violencia, del temor, de la tristeza, de la culpabilidad, de la
ignorancia y de la tiranía. María también es seducida, pero es por el Amor de
Dios. Por eso recibe del ángel este mensaje lleno de confianza: "no
temas". María". María, humilde y confiada, libre y obediente es el
prototipo de la mujer nueva, el principio de la nueva humanidad basada en el
amor y en la confianza en la voluntad de Dios. María quiere alimentarse de la
Palabra de Dios, no de otras cosas pasajeras o engañosas. María se contrapone a
Eva, salva a Eva, la rehabilita. Eva transmite dolor y esclavitud, María ofrece
liberación y gracia. La "llena de gracia" vence al mal y nos invita a
nosotros a asociarnos con ella en la lucha. Sabemos que el Señor "está con
nosotros". La fiesta de la Inmaculada, al comienzo de este tiempo es un
estímulo para nuestra "espera confiada".
En Santa María está el inicio de nuestra salvación, de ella
nace Jesucristo, el vencedor del Maligno. Ella fue la elegida por Dios para que
fuera su madre. En ella pensó desde la eternidad como pieza clave de la
Redención... Paro eso la colmó con su gracia, la hizo inmaculada desde el
momento de ser concebida, sin que la mancha del pecado original empañara el
brillo de su grandeza. Fue la excepción de la regla, según la cual todos los
descendientes de Adán participaban de su pecado.
El pueblo cristiano se pronunció por esta verdad antes de que
la Iglesia oficial , a través del Papa y los Obispos, se pronunciaran por esa
verdad que, aunque no está expresamente revelada en las Escrituras, sí se
contiene implícitamente en el relato de la promesa de redención por medio del
descendiente de la Mujer y en el saludo que el arcángel Gabriel, "Llena de
gracia", dirige a la Virgen... El recuerdo vivo de estos hechos nos llena
de paz y de alegría, y también de amor a nuestra Madre Inmaculada.
La fiesta de la Inmaculada
Concepción evoca en nosotros, por contraste, la ley de la manchada concepción.
Por experiencia y por revelación sabemos que el hombre es concebido y nace con
pecado, como quiera que esto se explique. La historia de la humanidad, tan
dramáticamente convulsionada, nos convence de que algo falla en nuestras
raíces.
Tratamos de explicarnos el
origen del sufrimiento y del mal. Sabemos, por principio, que no puede estar en
Dios, que no puede ser «un defecto de fábrica». La explicación que se nos
revela es la del pecado original, aunque vertida en unos moldes culturales
primitivos. Hoy se pide una formulación de este dogma que esté en consonancia
con los datos de la ciencia.
Pero lo más importante del
texto no es el pecado, sino la promesa. El mal será vencido, la cabeza de la
serpiente será quebrantada. En la misma raza humana -uno nacido de mujer- se
encontrará la medicina contra el veneno de la serpiente, pero por la gracia de
Dios. Dentro de la miseria del hombre campea siempre la misericordia de Dios.
El hombre podrá huir de Dios; pero Dios no se olvida nunca del hombre. Dios y
el hombre están condenados a entenderse.
La
primera lectura del Génesis forma parte del relato yavista acerca de la
Creación (2, 4b-3, 26), cuyo esquema descarnado reza así: creado el hombre en
una tierra desierta, es trasladado al jardín del Edén. Allí el Señor le impone un
mandato; si lo cumple, vivirá feliz en el jardín... Pero el hombre rompe el
pacto, y es expulsado del Edén.
El cap. 3 del Génesis -del que
hoy hacemos uso- describe la convicción de la fe de Israel de que la condición
humana es una consecuencia de una primitiva transgresión de la humanidad contra
Dios. Una existencia humana marcada por la fragilidad existencial y moral, en
forma de trabajo y esfuerzo contra la naturaleza, en forma de tensiones y
violencias, e incluso de luchas fratricidas, abocada a la muerte.
Desde su fe en el Dios salvador
del Éxodo, Israel afirma que no es éste el plan de Dios sobre la humanidad. Ha
sido la misma humanidad la que ha subvertido el ideal de Dios. La fiesta de
hoy, no obstante, no nos quiere retener en la contemplación del pecado, sino de
la gracia, la promesa de salvación que contiene el v. 15: "Establezco
hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en
la cabeza cuando tú la hieras en el talón" (este versículo ha inspirado la
imaginería mariana de los últimos siglos).
La humanidad tiene la promesa de la victoria
final sobre el mal que ella misma ha provocado. La serpiente como
representación simbólica del mal es común a las culturas del Medio Oriente.
Algunos exegetas ven en este texto una posible relectura exílica de Is 7,14 (la
virgen que da a luz un niño capaz de rechazar el mal y de elegir el bien); y
es, desde esta perspectiva, que el texto ha sido referido a la madre del
mesías-rey, que, con ojos cristianos, es María, la madre de aquel que, con su
muerte inocente y su resurrección, ha vencido el círculo vicioso del pecado, y
nos ha abierto el camino de la victoria final sobre el pecado de la humanidad.
El yahvista divide la historia
de la humanidad en dos cuadros: antes del pecado y después del pecado. Antes
del pecado la vida del hombre era maravillosa. Vivía feliz, desconocía el dolor
y la muerte, Dios era su confidente y toda la naturaleza estaba a su
disposición. Después del pecado el cuadro cambia radicalmente. Aparece el
dolor, el trabajo, la muerte, el egoísmo, la división. El hombre siempre se ha
preguntado por el origen del mal y ha procurado darse una respuesta. Esta
lectura que es un relato religioso, de estilo poético-místico, que no quiere
ser una investigación histórica sino una reflexión sobre el sufrimiento del
hombre, ha llegado a esta conclusión: la fuente moral del pecado es el hombre
que se ha equivocado al hacer la opción del valor fundamental de su vida.
Después del pecado, Dios viene
a pedir cuentas. Hoy leemos el fragmento final de esta escena inicial de la
Biblia, en el que se manifiesta tan claramente el drama de la humanidad: el
hombre y la mujer deseosos de hacer todo lo que les resulte atractivo, y
negándose a cualquier limitación... Pero para vivir la vida humana de forma
estimable, hay que ponerse límites; de lo contrario se cometen disparates (y
Dios quería mostrar estos límites). El pecado ha roto la doble relación de
unión y confianza: con Dios (antes el hombre estaba desnudo ante Dios y no
pasaba nada; ahora tiene miedo) y con los otros (la mujer, a quien el hombre
había saludado gozosamente como "hueso de mis huesos y carne de mi
carne", ahora es llamada, despectivamente y distanciadamente, "la
mujer que me diste"). Es de notar también que la serpiente no es
interrogada: no tiene entidad, no es más que la representaci6n de la fuerza del
mal.
Ante todo esto, Dios anuncia el
castigo pero también hay, en este mismo momento, el anuncio de la salvación: de
la misma descendencia de la mujer surgirá la victoria sobre la serpiente: la serpiente
conseguirá herir en el talón (una herida que puede curarse), pero ella será
herida en la cabeza (una herida mortal). El último versículo que leemos está
lleno de fuerza y de esperanza. El hombre (que no tiene nombre), pone el primer
nombre humano, Eva. Y este primer nombre humano tiene un significado lleno de
futuro, de fecundidad, de continuidad inacabable.
Llegará un tiempo en el que
Dios cambiará la situación y dará a la descendencia de Adán la posibilidad de
recuperar la posición perdida. La humanidad se levantará contra la serpiente y
uno de ellos le aplastará la cabeza. A su lado tendrá a la mujer. En la
tradición bíblica al lado del hombre encontramos siempre a la mujer implicada
en la obra de la salvación.
Las enemistades y la victoria
hay que interpretarlas en sentido mesiánico colectivo. La descendencia no es
exclusivamente el hijo de David, sino el Hijo del hombre como descendencia de
la mujer.
Los
salmos, entre otras muchas otras cosas, nos enseñan la actitud de la alabanza
gozosa, porque si el hombre alaba a Dios lo hace movido por un corazón admirado
y agradecido, inundado de alegría por sentirse amado, salvado y protegido por
su Dios.
El salmo 97 es un ejemplo de ello,
fruto de una experiencia gozosa, de una alegría que produce la actuación
salvadora de Dios: el salmista siente admiración, entusiasmo y gratitud por
este Dios tan providente, y por esto brota de su corazón la más sincera
alabanza. La fe en Dios lleva aneja la alabanza, y la alabanza proviene de la
alegría.
Así comenta San Juan Pablo II, este
salmo: " El Salmo 97 que acabamos de
proclamar pertenece a un género de himnos con el que ya nos hemos encontrado
durante el itinerario espiritual que estamos realizando a la luz del Salterio.
Se trata de un himno al Señor, rey del universo y de
la historia (Cf. versículo 6). Es definido como un «cántico nuevo» (v. 1), que
en el lenguaje bíblico significa un cántico perfecto, rebosante, solemne,
acompañado por música festiva.
...
Además, incesantemente resuena el nombre del «Señor»
(seis veces), invocado como «nuestro Dios» (versículo 3). Dios, por tanto, está
en el centro del escenario en toda su majestad, mientras realiza la salvación
en la historia y es esperado para «juzgar» al mundo y los pueblos (versículo
9). El verbo hebreo que indica el «juicio» significa también «gobernar»: hace
referencia por tanto a la acción eficaz del Soberano de toda la tierra, que
traerá paz y justicia.
2. El Salmo se abre con la proclamación de la
intervención divina dentro de la historia de Israel (Cf. versículos 1-3). Las
imágenes de la «diestra» y del «brazo santo» se refieren al Éxodo, a la
liberación de la esclavitud de Egipto (Cf. versículo 1). La alianza con el
pueblo de la elección es recordada a través de dos grandes perfecciones
divinas: «amor» y «fidelidad» (Cf. versículo 3).
Estos signos de salvación son revelados «a las
naciones» y a «los confines de la tierra» (versículos 2 y 3) para que toda la
humanidad sea atraída por Dios salvador y se abra a su palabra y a su obra
salvadora.
....
Esta es nuestra gran esperanza y nuestra invocación:
«¡Venga tu reino!», un reino de paz, de justicia y de serenidad, que restablezca
la armonía originaria de la creación.
4. En este Salmo, el apóstol Pablo reconoció con
profunda alegría una profecía de la obra del misterio de Cristo. Pablo se
sirvió del versículo 2 para expresar el tema de su gran carta a los Romanos: en
el Evangelio «la justicia de Dios se ha revelado» (Cf. Romanos 1, 17), «se ha
manifestado» (Cf. Romanos 3, 21).
La interpretación de Pablo confiere al Salmo una mayor
plenitud de sentido. Leído en la perspectiva del Antiguo Testamento, el Salmo
proclama que Dios salva a su pueblo y que todas las naciones, al verlo, quedan
admiradas. Sin embargo, en la perspectiva cristiana, Dios realiza la salvación
en Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo ven y son invitadas a
aprovecharse de esta salvación, dado que el Evangelio «es potencia de Dios para
la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego»,
es decir el pagano (Romanos 1,16).
Ahora «los confines de la tierra» no sólo «han
contemplado la victoria de nuestro Dios» (Salmo 97, 3), sino que la han
recibido.
5. En esta perspectiva, Orígenes, escritor cristiano
del siglo III, en un texto citado después por san Jerónimo, interpreta el
«cántico nuevo» del Salmo como una celebración anticipada dela novedad
cristiana del Redentor crucificado. Escuchemos entonces su comentario que
mezcla el canto del salmista con el anuncio evangélico.
«Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado
--algo que nunca antes se había escuchado--. A una nueva realidad le debe
corresponder un cántico nuevo. “Cantad al Señor un cántico nuevo». Quien sufrió
la pasión en realidad es un hombre; pero vosotros cantáis al Señor. Sufrió la
pasión como hombre, pero redimió como Dios”. Orígenes continúa: Cristo “hizo
milagros en medio de los judíos: curó a paralíticos, purificó a leprosos,
resucitó muertos. Pero también lo hicieron otros profetas. Multiplicó los panes
en gran número y dio de comer a un innumerable pueblo. Pero también lo hizo
Eliseo. Entonces, ¿qué es lo que hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo?
¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre para que los
hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado para elevarnos hasta
el cielo» («74 homilías sobre el libro de los Salmos» --«74 omelie sul libro
dei Salmi»--, Milán 1993, pp. 309-310)" . (San
Juan Pablo II. Audiencia del Miércoles 6 de noviembre 2002)
En la segunda lectura nos encontramos con una acción
de gracias por la obra salvadora de Dios, de la cual hoy leemos unos breves
fragmentos .
«Bendito sea Dios»: una página
exultante, llena de agradecimientos, alabanzas y bendiciones. Y es que el plan
de Dios se ha manifestado en la persona de Cristo como divinamente generoso. No
se puede pedir más: «bienes espirituales y celestiales», santidad, gracia,
filiación, participación divina, gloria. Es el triunfo del amor misericordioso
de Dios.
El himno comienza desde el cielo y
desde antes del tiempo: todo proviene de Dios y es él quien lo ha realizado
todo, según su voluntad. Y sigue hablando de cuáles han sido las bendiciones de
Dios. Se puede destacar que este "destino a ser sus hijos" no se
refiere a la predestinaci6n individual, sino que tiene un sentido general,
referido al conjunto de los creyentes.
Señala un tema que se irá repitiendo a
lo largo de la carta: que las obras salvadoras de Dios son fuente de alabanza
de Dios mismo. El final de este fragmento se refiere o bien al pueblo judío o bien
a los judíos convertidos: el pueblo judío fue el primero en esperar el Mesías,
y los judíos convertidos son los primeros que creyeron en él.
Hay personas que han realizado
este plan de Dios de forma íntegra, de principio a fin de su vida. No tanto por
otra cosa sino por su apertura integral al mismo. En este proyecto, que se apoya
en Cristo, María es pieza clave. En su
Inmaculada Concepción el proyecto divino empieza a hacerse realidad. Colmada de
bendiciones, elegida en la persona de Cristo «para que fuésemos santos e
inmaculados ante él por el amor», hija y heredera, «alabanza de su gloria». Por
eso, esta fiesta de la Inmaculada es muy propia de Adviento, fiesta de
optimismo y esperanza. Esperanza de la que nosotros debemos dejarnos contagiar
y vivir desde ella.
En el
evangelio, San Lucas presenta a las personas y los lugares: de una virgen
llamada María, prometida a un hombre, llamado José,
de la casa de David. Nazaret, una pequeña ciudad en Galilea.
Galilea era periferia. El centro era Judea y Jerusalén. El ángel Gabriel
es el enviado de Dios para esta virgen que moraba en la periferia.
El nombre Gabriel significa Dios es fuerte. El nombre María
significa amada por Yavé o Yavé es mi Señor. La historia de la visita
de Dios a María comienza con una expresión: “En el sexto mes”. Se trata del “sexto
mes” de embarazo de Isabel, parienta de María, una mujer ya avanzada en edad,
precisando ayuda. La necesidad concreta de Isabel es el trasfondo de todo este
episodio. Se encuentra al comienzo (Lc 1,26) y al final (Lc 1,36.39).
La reacción de María.. La Palabra de Dios alcanza a María en el ambiente de vida de cada día.
El ángel dice: “¡Alégrate! ¡Llena de gracia! ¡El Señor está
contigo!” Palabras semejantes ya habían sido dichas a Moisés (Ex
3,12), a Jeremías (Jr 1,8), a Jedeón (Jz 6,12), a Ruth (Rt 2,4) y a muchos
otros. Abren el horizonte para la misión que estas personas del Antiguo
Testamento debían realizar al servicio del pueblo de Dios. Intrigada con el
saludo, María trata de conocer el significado. Es realista, usa la cabeza. Quiere
entender. No acepta cualquier aparición o inspiración.
La explicación del ángel. “No temas, María!” Este es siempre el
primer saludo de Dios al ser humano: ¡No temas! Enseguida, el ángel recuerda
las grandes promesas del pasado que se realizarán a través del hijo que va a
nacer en María. Ese hijo debe recibir el nombre de Jesús. Será llamado Hijo del
Altísimo, y en él se realizará, finalmente, el Reino de Dios prometido a David,
que todos estaban esperando ansiosamente. Esta es la explicación que el ángel
da a María para que no quede asustada.
Nueva pregunta de María. María tiene conciencia de la misión importante que está recibiendo, pero
permanece realista. No se deja embalar por la grandeza de la oferta y mira su
condición: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” Ella analiza
la oferta a partir de los criterios que nosotros, los seres humanos, tenemos a
nuestra disposición. Pues, humanamente hablando, no era posible que aquella
oferta de la Palabra de Dios se realizara en aquel momento.
Nueva explicación del ángel. "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder
del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y
se le llamará Hijo de Dios”. El Espíritu Santo, presente en la
Palabra de Dios desde el día de la Creación (Génesis 1,2), consigue realizar
cosas que parecen imposibles. Por esto, el Santo que va a nacer de María, será
llamado Hijo de Dios. Cuando hoy la Palabra de Dios es acogida por
los pobres, algo nuevo acontece ¡por la fuerza del Espíritu Santo! Algo tan nuevo
y tan sorprendente como que un hijo nace de una virgen o como que un hijo nace
a Isabel, una mujer avanzada en edad, de la que todo el mundo decía que no
podía tener hijos. Y el ángel añade: “Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un
hijo en su vejez y este es ya el sexto mes”.
La entrega de María. La respuesta del ángel aclara todo para María.
Ella se entrega a lo que Dios le está pidiendo: “He aquí la esclava del
Señor. Hágase en mí según tu Palabra”. Maria usa para sí el título
de Sierva, empleada del Señor. El título viene de Isaías, quien
presenta la misión del pueblo no como un privilegio, sino como un servicio
a los otros pueblos (Is 42,1-9; 49,3-6).
María representa en el momento
de la encarnación a los pobres de todos los lugares y tiempos, a la humanidad
toda: el Hijo de Dios se hizo hombre entre los hombres y pobre entre los
pobres. Ello permite examinarnos cada uno de nosotros como encarnación de Dios,
como portadores del Espíritu de Jesús.
Como cualquier gestación, no
puede ser una realidad que aceptemos de forma meramente pasiva, sino que nos
compromete a participar en su crecimiento dentro de nosotros y en la
exteriorización de aquello que llevamos "en vasos de barro".
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sbetaniajerusalen.com
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