viernes, 10 de agosto de 2018

Comentarios a las lecturas del XXI Domingo del Tiempo Ordinario 26 de agosto de 2018

Comentarios a las lecturas del XXI Domingo del Tiempo Ordinario 26 de agosto de 2018

 

La primera lectura Libro de Josué (jos 24, 1-2a. 15-17. 18b) El Libro de Josué es el primer libro de los Nevi'im segunda de las tres partes en que se divide el Tanaj y sexto libro del Antiguo Testamento. Se encuentra ubicado entre el Deuteronomio (último libro del Pentateuco), que termina con la muerte de Moisés a las puertas de Canaán y el Libro de los Jueces.
El libro narra la entrada de los israelitas a la Tierra Prometida bajo el liderazgo de Josué, y de servir a Dios en la tierra.2​ Toma su nombre a partir del hombre que sucedió a Moisés como líder de las tribus hebreas.
Junto con el Deuteronomio, Jueces, 1 Samuel, 2 Samuel, 1 Reyes y 2 Reyes, pertenece a una tradición de la historia y la ley judía, llamada deuteronómica, que se comenzó a escribir hacia el 550 a. C. durante el exilio babilónico.
El texto nos presenta la figura de Josué, anciano, ya se ha despedido de los suyos (cap. 23) porque va a emprender el camino de todo mortal. Un redactor final del libro que lleva su nombre añadió a la obra, en época posterior al destierrro, una serie de capítulos, entre los que se encuentra el 24, que dan una interpretación teológica de la ocupación de la tierra.
En este capitulo  24 Josue interpreta los momentos más importantes de la historia del pueblo elegido siguiendo el modelo literario de alianza de los pueblos orientales (cf. 8, 30-35, así como los textos de la alianza sinaítica en Ex. 19-20, 24, y de la renovación de la alianza por Moisés en Moab: Dt. 29-30).
Se abre el relato con un prólogo en el que Josué manda al pueblo congregarse para una celebración litúrgica (v. 1). El Señor que se reveló en el Sinaí va a convertirse, en Siquem, en el Dios de todas las tribus: de las que nunca salieron de Palestina y de las que emigraron a Egipto, tanto de las que volvieron a las órdenes de Josué como por su cuenta. Así el santuario de Siquem adquirió una gran importancia en la vida del pueblo (cfr. Gn 12, 6ss.; 33, 18 ss). Tras la presentación del gran soberano, Dios (v. 2a), se recuerdan las más importantes gestas históricas realizadas por el Señor en el pasado (vs. 2b-13). Mirando con detención a la historia se descubre la mano divina: todas las grandes obras narradas en el Génesis y en el Éxodo son puro don divino, no esfuerzo humano (v. 13; cfr; Dt. 6, 10 ss.). Y ante tanto beneficio divino la adecuada respuesta humana debe ser el servicio al Señor: el "pues bien" del v. 14 introduce el mandato-respuesta del servicio. En el diálogo entre Josué y el pueblo (vs. 15-24) éste se compromete libremente a servir de forma exclusiva al Señor (vs. 21, 14). Termina este relato con la puesta por escrito del documento y con la invocación de los testigos.
Toda la historia del pueblo ha sido puro don divino, por eso de gente agradecida es el saber corresponder con el servicio a Dios y no a las otras divinidades (el término "servir" suena 14 veces en el relato). No se trata de un servicio impuesto (=nueva esclavitud) sino de una libre, sincera y madura elección. Servir al Señor es tarea muy ardua ya que no quiere ser uno más sino el único, y Josué insiste machaconamente en esta dificultad. El pueblo, también de forma reiterativa, expresa su libre elección (vs. 16, 21, 24).

 

Salmo responsorial: Sal 33, 2-3.16-23: Gustad y ved qué bueno es el Señor.

Salmo alfabético. Cada versículo comienza con una letra del alfabeto hebreo. ¿De quién habla este salmo? ¿Qué categoría es invitada a dar gracias? Los "pobres", los "Anawim". "Oiganlo y alégrense hombres humildes". Sí, los "desgraciados", los "humildes", los "corazones que sufren", son proclamados "dichosos", ¡en tanto que los ricos son tildados de "desprovistos"!

El texto repite los versículos 2-3 y continuando los versículos del domingo pasado nos presenta los versículos 16-23.
Así comenta San Agustín los versículos 2 y 3 de este salmo: “3. [v. 2] Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza está siempre en mi boca. Lo dice Cristo, dígalo también el cristiano, puesto que el cristiano forma parte del cuerpo de Cristo; y por eso Cristo se hizo hombre: para que el hombre pueda llegar a ser un ángel, que diga: Bendeciré al Señor. ¿Cuándo bendeciré al Señor? ¿Cuándo te ha hecho un beneficio? ¿Cuándo hay abundancia de bienes de este mundo? ¿Cuándo hay gran abundancia de aceite, vino, oro, plata, propiedades, ganado; cuando esta nuestra salud mortal permanece robusta e intacta; cuando todo lo que se emprende va prosperando, y nada perece por muerte prematura; cuando rebosa la casa en felicidad completa, y fluye a nuestro alrededor toda clase de bienes, es entonces cuando bendecirás al Señor? No; sino en todo tiempo. Por lo tanto ahora mismo, y también cuando estas cosas, según las circunstancias y los castigos de nuestro Dios y Señor quedan trastornadas, o nos son arrebatadas, o surgen más pobremente, o las ya nacidas se van disipando. Suceden estas cosas, y de ahí viene la escasez, la pobreza, la fatiga, el dolor y las pruebas. Pero tú, que has cantado: Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza está siempre en mi boca, cuando todo esto te lo da, bendícele; y cuando todo esto te lo quita, bendícele. Porque él es quien lo da, y él quien lo quita; sin embargo él mismo nunca se aleja de quien le bendice.
4. ¿Quién es el que bendice al Señor en todo tiempo, sino el humilde de corazón? Fue esta humildad la que nos enseñó con su cuerpo y con su sangre; porque al confiarnos su cuerpo y sangre, nos está recomendando su humildad, según lo escrito en esta historia acerca de aquella aparente locura de David, que hemos pasado por alto: y la baba le corría por su barba. Cuando era leído el Apóstol, habéis oído algo de estas salivas, que le corrían por la barba. Alguien dirá: ¿Qué salivas hemos oído? Acabamos de leer al Apóstol, cuando decía: Los judíos exigen signos, y los griegos buscan sabiduría. Y hemos leído hace un momento: Pero nosotros predicamos -dice- a Cristo crucificado (es entonces cuando tocaba el tambor), escándalo para los judíos, locura para los gentiles; en cambio para los llamados, tanto judíos como griegos, el Cristo de Dios, fuerza y sabiduría de Dios; porque la locura de Dios es más sabia que los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres4. La baba significa la demencia, significa la flaqueza. Pero si la locura de Dios es más sabia que lo hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres, no te escandalicen estas salivas, sino fíjate que corren sobre la barba. Porque así como la baba es señal de debilidad, así la barba es señal de fortaleza. Es que ocultó su fortaleza bajo un cuerpo débil: por fuera aparecía débil, como la saliva; pero por dentro la fortaleza divina estaba cubierta como la barba. Luego aquí se nos está inculcando la humildad. Sé humilde si quieres bendecir al señor en todo tiempo, y que su alabanza esté siempre en tu boca. Job, por ejemplo, no bendecía al Señor sólo cuando tenía abundancia de todo, cuando leemos que era rico y feliz por sus rebaños, su servidumbre, su casa; feliz por sus hijos y por todo. De repente todo le fue arrebatado, y lo que está escrito en este salmo, lo puso en práctica, cundo dijo: El Señor me lo dio, el señor me lo quitó; como al Señor le ha parecido bien, así ha sucedido; sea bendito el nombre del Señor5. Aquí tienes un modelo de alguien que bendice al Señor en todo tiempo.
5. [v. 3] ¿Y por qué bendice el hombre al Señor en todo tiempo? Porque es humilde. ¿Qué significa ser humilde? No querer alabanzas por sí mismo. El que desea ser alabado por sí mismo, es un soberbio. Quien no es soberbio es humilde. ¿Quieres no ser soberbio? Para poder ser humilde, di con el salmo: Mi alma se gloría en el Señor: que lo oigan los mansos y se alegren. Luego los que no desean gloriarse en el Señor, no son mansos; son feroces, ásperos, engreídos, soberbios. El Señor quiere tener jumentos mansos; sé tú un jumento del Señor, es decir, sé manso. Él cabalga sobre ti, él te gobierna; no tengas miedo de tropezar y caer en el precipicio. Tuya es la debilidad, sí, pero fíjate en quién te conduce. Eres una cría de asno, pero llevas a Cristo. Él también quiso entrar en la ciudad sobre un pollino, y fue manso el jumento. ¿Era tal vez elogiado el jumento aquel? ¿Era al borrico a quien se le decía: Hosanna, Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor?6 El pollino lo llevaba, pero los vítores de los que le precedían y lo seguían iban dirigidos al que lo montaba. El borrico a lo mejor iba diciendo: Mi alma se gloría en el Señor; que lo oigan los mansos y se alegren. No, nunca aquel asno dijo esto, hermanos; pero dígalo, sí, el pueblo que imita a aquel jumento, si quiere ser portador de su Señor. Quizá el pueblo se enoje por ser comparado con el asnillo en que se sentó el Señor; y me digan algunos soberbios y engreídos: Mira, éste nos ha hecho asnos. Que sea asno del Señor todo el que esto diga; no sea como el caballo y el mulo que no discurren. Ya conocéis aquella frase del salmo: No seáis como el caballo y el mulo, que son irracionales7. El caballo y el mulo levantan de vez en cuando la cerviz, y con su ferocidad arrojan de sí al caballero. Se los doma con el freno, el bocado y el látigo, hasta que aprendan a someterse y llevar a su dueño. Pero tú, antes que el freno te castigue las mandíbulas, sé manso y lleva a tu Señor; no busques la alabanza en ti mismo; que alaben al que va sentado sobre ti, así podrás decir: Mi alma se gloría en el Señor; que lo oigan los mansos y se alegren. Porque cuando los que no son mansos oyen estas palabras, no se alegran, sino que se encolerizan. Son éstos los que dicen que los tratamos como asnos. Pero los que son mansos, que tengan a bien oír y ser lo que oyen.” (San Agustín. Comentario al salmo 33. Comentario II. Sermón 2°).

La segunda Lectura de la carta a los Efesios ( Ef 5,21-32, nos habla del matrimonio, resaltando: Este es un gran misterio y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.
Texto de carácter exhortativo. De tono claro y transparente. Con todo, la luz es nueva. El "Misterio" de Cristo lo ilumina, le da sentido, lo penetra. Aunque el tema inmediato sea el tema del matrimonio, éste, como cristiano, se engloba en el tema más amplio del "Misterio" de Cristo Cabeza de la Iglesia, tema importante de la carta. Le acompaña embelleciéndolo otra imagen, de recia ascendencia bíblica, que corre en la misma dirección y expresa la misma verdad misteriosa: Cristo Esposo - Iglesia Esposa.
El primer versículo, de carácter más general, sirve de paso a la exhorta­ción dirigida en particular al estado de matrimonio: Sumisión de unos a otros con respeto cristiano. Es la "nueva" comunidad, y las relaciones han de ser de todo punto "nuevas", cristianas. El ejemplo de Cristo, sumiso al Pa­dre, ha de ser continuado en la Comunidad que lleva su nombre. Unos, sier­vos de otros en respeto y caridad. Han de vivir el "Misterio" de Cristo, haciéndolo en su vida "misterio" cristiano.
El mismo "Misterio" ha de ser vivido en la institución estable del matri­monio. El matrimonio ha de ser reflejo del "Misterio" de Cristo. En otras pa­labras, el matrimonio, la vida matrimonial, ha de ser elevado a "cristiano". La actitud de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, respecto a su Señor debe ser vi­vida por la esposa en el matrimonio. Sin perder de vista "que han de some­terse unos a otros con respeto cristiano", la actitud sumisa de la mujer al varón ha de ser, en cuanto a ella respecta, la expresión "cristiana" de su es­tado. No se habla de esclavitud indecorosa ni de sumisión degradante, sino de una sumisión en la cual, en último término, el "señor" no es el marido, sino el Señor Jesús. La actitud de sumisión, de atención, de respeto, de delica­deza y de servicio, es en realidad la actitud querida por el Señor. En reali­dad se somete a Cristo. Su función queda, pues, elevada a reproducir en su conducta el Misterio de la Iglesia Cuerpo del Señor. La Iglesia recibe la sal­vación de Cristo Cabeza. La mujer "cristiana", sumisa, recibe en ello la sal­vación del mismo Señor. En lo que a ella toca, reproduce en su vida, como "cristiana", el Misterio de Cristo y la Iglesia: amor, respeto, sumisión… "Sed sumisos unos a otros…
La amonestación se vuelve, a continuación, a los esposos. La exigencia es la misma en el fondo aunque se empleen diversos términos. El marido debe amar a la esposa como Cristo amó a la suya, la Iglesia. La amó y se entregó por ella para que no le faltara nada; para tenerla adornada de toda gloria; para hacerla perfecta y santa, sin mancha ni arruga. El marido debe encar­nar, en su puesto de marido, el "Misterio" de Cristo Esposo. Amor, dedica­ción, entrega, respeto. Cristo mantiene y alimenta a la Iglesia, Cuerpo suyo. Así también el esposo "cristiano". En resumidas cuentas, todo ese volcar del corazón en atenciones auténticas a la esposa redunda en beneficio propio ¿No son ya, esposo y esposa, una sola carne? ¿No se extiende el amor de Cristo a todos nosotros, que somos su Cuerpo? Los miembros, que somos no­sotros, han de expresar un amor semejante a aquel que parte de la cabeza. La realidad de ser una sola carne, apuntada ya en el Génesis, se confirma en toda su amplitud, en el misterio de Cristo y la Iglesia.
El matrimonio humano, envuelto, no digo ya en la luz superior, sino en la realidad misma del Misterio de Cristo, se convierte él mismo en vehículo de salvación, es decir, se torna "misterio" cristiano, "misterio" de salvación. El esposo y la esposa realizan por su parte, como miembros de la Iglesia el gran "Misterio" revelador de Cristo y su Iglesia. Santa institución, sagrado estado. La dignidad y la responsabilidad de los esposos se agrandan y su­bliman, haciéndose carne viva del Misterio de Cristo. Cristo y su Iglesia son el gran Misterio de salvación.

El evangelio es de San Juan ( Jn 6, 61-70).  Con la lectura de hoy termina, en la liturgia, el discurso eucarístico de Jesús. El comienzo remite al contenido de los tres domingos últimos calificándolo de inaceptable. En esta ocasión la crítica proviene del propio campo de los discípulos de Jesús.
En su respuesta comienza Jesús previendo un nuevo escándalo, a añadir al ya producido por sus palabras: "Si esto os escandaliza, ¿qué será cuando veáis al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes?" (la traducción litúrgica ha evitado el verbo escandalizar). Si las afirmaciones de los domingos pasados escandalizaban, el ver al Hijo del Hombre volver a su lugar natural escandalizará todavía más.
En los vs. 63-65 aborda Jesús la cuestión de la raíz o causa de este escándalo. Como ya sucedía hace dos domingos, esa raíz la sitúa en un posicionamiento inadecuado: falta de sintonía con el Padre o, lo que es lo mismo, falta de fe. Al posicionamiento adecuado Jesús lo llama espíritu: al inadecuado, carne. Estos términos no expresan componentes de la persona, sino comportamientos o actitudes de la persona. Si ella está en sintonía con el Padre es espíritu; si no lo está es carne.
En el vs. 66 el autor da cuenta del abandono del seguimiento de Jesús por parte de muchos discípulos. Aunque la traducción litúrgica no lo refleja adecuadamente, este abandono está concebido como una vuelta a la observación de la Ley. En nombre del grupo, Pedro hace profesión de abandono de la ley y de adhesión a Jesús como fuente de bienestar, libertad y vida.
Jesús, en sus exigencias y pretensiones ha intentado llevar a los oyentes a una toma de posición radical respecto a su persona. Se acepta o no se acepta a Jesús; no hay término medio. No se trata de admirar o aplaudir sus obras. Se trata de aceptarlo o no como salvador. Si se le acepta como salvador, hay que seguirle a donde quiera que vaya. Va en ello la Vida. Si por el contrario no se le acepta, habrá que abandonarlo como a loco, por no decir como a blasfemo. Esto que llega a la gran masa de forma urgente, llega con más aguda urgencia al círculo que, con más o menos devoción lo venera como Maestro. Crisis de fe en el grupo más próximo a Jesús.
Muchos de los discípulos habían visto en Jesús una figura profética, no más. Hablaba con autoridad y realizaba portentos. Pero Jesús se procla­maba mucho más: Pan de vida. Sus pretensiones chocaban con la mente normal humana. Sus palabras habían sonado "nuevas" en un principio. Pero ahora sonaban ya a locura. Se hacían duras e insoportables: ¡Comer su carne y beber su sangre! Muchos de sus admiradores cierran los oídos, dan media vuelta y lo abandonan. Reconocen en su interior que no es este el que esperaban.
Jesús no está en disposición de ofrecer otro Signo que el propio cumpli­miento de su misión y de su palabra: su Exaltación Gloriosa, la Subida del hijo del hombre a donde antes estaba; su Muerte y su Resurrección. No hay otro Signo. La visión por parte de los discípulos de Jesús resucitado dará razón y sentido a sus pretensiones. Jesús se remite a ese acontecimiento su­premo.
Los discípulos podían haber sospechado algo así en las palabras del Ma­estro. Podían haber barruntado que en ellas se velaba un misterio cuya re­velación vendría más tarde. A poco que hubieran pensado, podrían haber visto que no es la carne la que da la vida sino el Espíritu. Todo el A. T. lo venía testificando: la carne se corrompe; el Espíritu da vida. No es la carne de Cristo sin más, sino el Espíritu de quién aquélla está llena, es el que da vida. La "carne" -humanidad- de Jesús es el vehículo del Espíritu. Como tal, la "carne" de Jesús da la vida. Sus palabras -ha repetido con frecuencia el Maestro- son "Espíritu y Vida": son una manifestación del Espíritu y dan vida.
Muchos se echaron atrás; no aceptaron a Jesús. No aceptaron a Jesús Salvador. Jesús contaba con esta defección. Así lo manifiestan sus palabras. La obra es de Dios. Y Dios se comporta de forma incomprensible para el hombre. Y la Salvación viene de él y no del hombre. Dios cambia su corazón y su mente. Pero el hombre se resiste con frecuencia. No ha habido en ese caso "atracción" del Padre.
La confesión de Pedro es la vertiente positiva de la crisis. Jesús no es un cualquiera; ni si quiera un profeta de gran tamaño tan sólo. Jesús es el Santo consagrado por Dios. Es alguien que toca lo divino y, como tal en po­der de dar la vida eterna. Pedro y los demás apóstoles tampoco han enten­dido, seguramente, las palabras del Señor. Para ellos resultaban tan miste­riosas como para los demás. Pero ellos veían que decía verdad. Se fiaron de él. Jesús había mostrado poseer palabras de vida eterna. ¿No lo gritaban sus signos y portentos? "Nosotros creemos" es la confesión apostólica. Tal adhesión tuvo su recompensa: todos ellos -fuera del "hijo de la perdición"- fueron testigos de la Resurrección gloriosa de Jesús y destinatarios del Es­píritu de lo alto. Así, con ellos, desde entonces, la confesión de la Iglesia. También ella espera ser agraciada con la visión del Señor Resucitado, pose­yendo ya en arras el don del Espíritu.

 

Para nuestra vida
Nuestra sociedad y particularmente sectores de la Iglesia, atraviesa una profunda crisis de   fe. Los valores y criterios humanos absorben de tal modo que en muchos pa­recen haber destruido  los más elementales sentimientos cristianos. El mundo clerical y religioso no parece encontrarse en mejor situación. Cri­sis de Fe, de fe viva. ¿A quién seguimos? .
Por el paralelo que tienen la primera lectura y el evangelio, se nota que el mensaje que hoy  escuchamos los cristianos de todo el mundo es la opción que hay que hacer ante Dios o ante la persona de Cristo.
Josué, el sucesor de Moisés, el que condujo al pueblo de Israel a la tierra prometida, les pone ante la gran disyuntiva: tienen que escoger entre servir a los dioses falsos de los pueblos vecinos -dioses más permisivos en cuanto a la vida moral, pero falsos y sin vida- o servir a Yahvé, el Dios vivo que les ha liberado de Egipto y con el que han pactado una alianza exigente. Todo el pueblo responde que servirán al Dios verdadero. Aunque luego serían con frecuencia infieles a su promesa.
En el evangelio, como reacción al discurso de Jesús sobre el pan de la vida, se dividen las posturas. Bastantes de los que hasta entonces le seguían le abandonan. No se sabe bien si por la primera afirmación (hay que creer en Jesús para tener vida) o por la segunda (hay que comer su Carne y beber su sangre): ambas, desde luego, sorprendentes y "escandalosas" para los judíos.

Fijémonos más detenidamente en la primera lectura. Antes de morir, osué quiere Jdejar firmemente asentada la unidad religiosa en Yahvé del pueblo israelita. Reúne en Siquén a todo el pueblo de Dios en sus representantes más conspicuos: Ancianos, Jueces, Magistrados… Renovación del Pacto.
Había pasado toda una generación desde que se realizara la Alianza, por primera vez, en el Sinaí. Había transcurrido mucho tiempo. Y con él habían cambiado las circunstancias y las personas. Al desierto inhóspito había su­cedido la tierra habitada; a la vida nómada, sin lugar fijo, la vida sedenta­ria; a la trashumancia, campos, tierras y viviendas. A una generación había sucedido otra. Muchos, la mayoría, de los que ahora entraban en posesión de la tierra no habían presenciado las "maravillas" de la salida de Egipto y de la "teofanía" del Sinaí.
El pueblo era otro. ¿Continuaría siendo pueblo de Dios? ¿No trocaría la religión yavista por la religión del país? El país de Canaán se les ofrecía abundante en cultos naturalistas, atractivos por tanto, con una civilización material superior a la de ellos. ¿Qué postura iban a tomar? Era un momento crucial.
Josué renueva el Pacto. Pero no a la fuerza. La elección ha de ser "libre", aunque razonable. Josué evoca las "maravillas" de Yavé en el llamado pró­logo histórico. Es en forma sucinta, la historia del pueblo. No cabe duda: Yavé es un Dios que ama a su pueblo, el Santo, el Terrible. Josué y su fami­lia se deciden resueltamente por el Dios que los ha llevado hasta allí. Es un acto de sensatez y de agradecimiento. El discurso parece que ha persuadido a los oyentes. Todos optan por Yavé el Dios de los padres, ante cuyo santua­rio se han concentrado. Lo juran ante el arca, símbolo de su presencia. La fe de Josué en Yavé es la fe del pueblo: Yavé nos sacó de Egipto; a él le servi­remos; él es nuestro Dios. ¿A qué otro van a ir que tenga palabras de vida? Elección libre, responsable, personal. Motivo: con él está la vida.

El responsorial es el salmo 33  el mismo salmo de domingos anteriores (XIX-XX), aunque con versículos diferentes. El estribillo sigue el mismo. Persiste la invitación de "gustar y ver qué bueno es el Se­ñor". Actitud de contemplación y de búsqueda. El tono aquí es: la bondad del Señor con sus fieles. "El Señor redime a sus fieles" lo resume en parte. Es un recuento de las obras de Dios para con los que le son fieles. Ese es el Dios de Israel. Esa es la fe del pueblo. Un Dios que salva y redime, en todas ocasio­nes, de todos los males. Nosotros lo contamos, lo celebramos, invitados por él , contemplamos las maravillas del Señor.
Así comenta San Agustín los versículos 16-23 de este salmo” 20. [v. 16] Los ojos del Señor miran a los justos. No tengas miedo, trabaja; sobre ti están los ojos del Señor. Y sus oídos escuchan sus ruegos. ¿Qué más quieres? Si el padre de familia de una casa grande no escuchase al siervo sus cuitas, podría quejarse y decir: ¡Cuánto tenemos que sufrir aquí, y nadie nos hace caso! ¿Dirás lo mismo de Dios: Qué mal lo estoy pasando, y nadie me escucha? Quizá digas: Si me escuchara, me libraría de este sufrimiento; estoy gritando dolorido. Sólo hace falta que te mantengas en su camino, y cuando sufras, él te escuchará. Sí, pero él es médico, y tienes no sé qué miembro infectado. Gritas, pero él sigue cortando, y no retira la mano hasta haber sajado todo lo conveniente. Sería cruel un médico que escuchase a alguien, no tocando la herida y la infección. ¿No ves cómo las madres frotan a sus hijos al bañarlos, para que se conserven sanos? ¿No gritan las criaturas entre sus manos? ¿Son crueles porque no escuchan sus lágrimas, y les evitan esa molestia? Y sin embargo los niños lloran y no se les hace caso. Así es nuestro Dios: lleno de amor. Y si da la impresión de no escucharnos, es para sanarnos y perdonarnos para siempre.
21. [v. 17] Los ojos del Señor miran a los justos, y sus oídos escuchan sus ruegos. Tal vez digan los malvados: Luego puedo hacer el mal tranquilamente, porque no están sobre mí los ojos del Señor; Dios mira a los justos, y no me ve a mí; así que todo lo que haga lo hago sin temor alguno. Pero el Espíritu Santo, intuyendo los pensamientos de los hombres, añadió inmediatamente: Los ojos del Señor miran a los justos, y sus oídos escuchan sus ruegos; pero el Señor vigila a los malhechores, para borrar de la tierra su memoria.

22. [v. 18] Los justos clamaron y el Señor los escuchó, y los libró de todas sus tribulaciones. Había tres jóvenes justos; clamaron al Señor desde la hoguera, y con sus alabanzas las llamas se enfriaron. La llama no pudo acercarse y abrasar a estos muchachos, inocentes y justos, que alababan a Dios, y él los libró de las llamas31. Alguien dirá: He ahí un ejemplo de los verdaderos justos que fueron escuchados, como está escrito: Los justos clamaron y el Señor los escuchó, y los libró de todas sus tribulaciones. Yo, en cambio, he gritado, y no me libró; o yo no soy justo, o no hago lo que me manda, o quizá es que él no me ve. No temas, simplemente haz lo que manda; si no te libra corporalmente, te librará espiritualmente. Porque el que libró de las llamas a los tres jóvenes, ¿libró acaso de ellas a los Macabeos? ¿No cantaban himnos entre las llamas, y entre las llamas morían?32 ¿El Dios de los tres jóvenes, no es el mismo que el de los Macabeos? A unos los libró y a los otros no; mejor, libró a unos y a otros; a los tres jóvenes los libró para confundir a gente carnal; en cambio a los Macabeos los dejó morir, para que sus perseguidores cayeran en mayores suplicios, pues sabían que torturaban a unos mártires de Dios. Libró a Pedro cuando el ángel llegó, estando él encadenado, y le dijo: Levántate y sal de aquí. Inmediatamente sus cadenas se le soltaron, siguió al ángel y así lo libró33. ¿Acaso Pedro había perdido su justicia cuando no lo libró de la cruz? ¿Es que entonces no lo libró? Sí, también entonces lo libró. ¿O es que vivió largo tiempo para hacerse malvado? Quizá lo escuchó mejor la segunda vez que la primera, porque en realidad lo libró de todas sus angustias. En efecto, cuando lo libró la primera vez, ¡cuánto tuvo que sufrir después! En cambio la segunda vez lo llevó adonde ya ningún mal podía padecer.
23. [vv. 19-20] Cerca está el Señor de los de corazón abatido, y salva a los de espíritu humilde. Altísimo es Dios, que el cristiano sea humilde. Si quiere que ese Dios alto se le acerque, debe humillarse. ¡Qué gran misterio, hermanos! Dios está sobre todo; si te levantas, no logras tocarlo; si te abajas, él desciende hasta ti. Muchos son los sufrimientos de los justos. ¿Acaso dice: Que los cristianos sean justos, que escuchen mi palabra, para que no sufran ningún mal? No, esto no lo promete, sino que dice: Muchos son los sufrimientos de los justos. Más aún, los malos tienen menos sufrimientos; si son justos, sufren mucho. Pero aquéllos, después de pocos sufrimientos, o quizá ninguno, llegarán a la eterna tribulación, de donde jamás saldrán; en cambio los justos, tras muchos sufrimientos, llegarán a la eterna paz, donde ya no sufrirán ningún mal. Muchos son los sufrimientos de los justos; y de todos los libra el Señor.
24. [v. 21] El Señor cuida de todos sus huesos, y ni uno sólo se quebrará. Tampoco esto, hermanos, lo interpretemos de una manera carnal. Los huesos son la seguridad de los fieles. Lo mismo que a nuestra carne los huesos le dan consistencia, así sucede en el corazón del cristiano: la fe es la que le da consistencia. La constancia, pues, que hay en la fe, son los huesos que van por dentro. Son ellos los que impiden las fracturas. El señor cuida de todos sus huesos, y ni uno solo se quebrará. Si de nuestro Dios y Señor Jesucristo hubiera dicho esto: El Señor cuida de todos los huesos de su Hijo, y ni uno solo se romperá; así como también en otro pasaje se profetiza figuradamente de él, cuando se dijo que el cordero debe ser sacrificado, y se añade: No le rompas ningún hueso34. Pues bien, eso se cumplió en el Señor, porque cuando pendía en la cruz, expiró antes de que llegaran quienes le tenían que romper las piernas, y no lo quisieron hacer, al encontrar ya el cuerpo sin vida, para que se cumpliera lo que estaba escrito35. Pero esto lo prometió también a los demás cristianos: El Señor cuida de todos sus huesos, y ni uno solo se quebrará. Entonces, hermanos, si viéramos a un santo pasar sufrimientos, o que el médico le tiene que sajar, o que un perseguidor lo asesina, rompiéndole los huesos, no digamos: Ése no era un hombre justo, puesto que el Señor prometió esto a sus justos, cuando dice: El Señor cuida de todos sus huesos, y ni uno solo se quebrará. ¿Quieres ver cómo se refiere a otros huesos, los que hemos dicho que son la firmeza de la fe, la paciencia y la tolerancia en todos los sufrimientos? Estos son los huesos que no se quiebran. Poned atención y ved cómo en la misma pasión del Señor se cumple lo que os estoy diciendo. El Señor estaba crucificado en medio, y a su lado estaban los dos ladrones: uno de ellos lo insultó, y el otro creyó; el uno fue condenado y el otro justificado; el uno tuvo su castigo, tanto aquí como en el más allá, y al otro le dijo Jesús: Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso36; pues bien, los soldados que se acercaron, no fracturaron los huesos del Señor, y sí los de los ladrones37; y fracturaron tanto los huesos del ladrón que blasfemó, como del que creyó. ¿Dónde queda lo de la Escritura: El Señor custodia todos sus huesos, y ni uno solo se quebrará? ¿Al que le dijo: Hoy estarás conmigo en el paraíso, no le podía haber custodiado todos sus huesos? El Señor te da la respuesta: Claro que sí, y de hecho se los he custodiado; porque la firmeza de la fe que él tenía no pudo ser resquebrajada por aquellos golpes que le fracturaron las piernas.
25. [v. 22] Horrorosa es la muerte de los pecadores. Poned atención, hermanos, a lo que íbamos diciendo. Realmente Dios es grande, y lo es su misericordia; él nos ha dado a comer verdaderamente su cuerpo, que tanto padeció, y a beber su sangre. Dios se fija en los que piensan mal y dicen: Ése murió mal, fue devorado por las fieras; ¿no es cierto que no era justo, pues si lo fuese no habría perecido de esta manera? ¿Así que es justo el que muere en su casa y en su lecho? Esto es, dices, lo que me extraña, que, conociendo yo sus pecados y sus crímenes, ha muerto en paz, en su casa, en su hogar, sin la menor persecución, ni siquiera en su edad avanzada. Escucha bien: Horrorosa es la muerte de los pecadores. Lo que a ti te parece una buena muerte, puede ser la peor, si miras su interior. Por fuera ves al que está acostado en su lecho; ¿pero ves lo que pasa en su interior: que ha sido arrastrado al infierno? Escuchad, hermanos, y aprended del Evangelio cómo es detestable la muerte del pecador. ¿No eran dos los hombres en este mundo, uno rico, que se vestía de púrpura y lino fino, y a diario banqueteaba espléndidamente; y el otro un pobre, tirado a su puerta, cubierto de llagas, que lamían los perros que por allí venían, y que estaba ansioso de saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico? Pues bien, sucedió que le llegó la muerte al pobre (él era el justo),y fue llevado al seno de Abrahán. Quien hubiera visto aquel cuerpo yacer en el umbral del rico, sin que nadie lo sepultara, ¡cuántas cosas diría! Ojalá muera así mi enemigo, y el que me persigue, que lo vean así mis ojos. Un cuerpo así se lo rechaza y se lo escupe, sus heridas son pestilentes; pero él descansa en el seno de Abrahán. Si somos cristianos, creamos; si no creemos, hermanos, nadie se finja cristiano. Es la fe la que nos guía. Las cosas son tal como las dijo el Señor. ¿Acaso por decírtelo el astrólogo ya es verdad, y si te lo dice Cristo es falso? ¿Con qué muerte murió el rico? ¿Qué muerte más lujosa, más pomposa que ésa, vestido de púrpura, de lino fino? ¿Qué clase de exequias funerarias no tuvieron lugar en tal ocasión? ¿Cuántos aromas no ungieron su cadáver para su sepultura? Y sin embargo, cuando estaba en el infierno en medio de sus tormentos, suspiraba por que del dedo de aquel pobre despreciado le cayera una gota de agua sobre su abrasada lengua, cosa que nunca consiguió38. Comprended ya lo que significa: Es horrible la muerte del pecador, y no envidiéis los lechos cubiertos con preciosos lienzos, el cuerpo envuelto en abundantes riquezas, con exhibición pomposa de lamentaciones, la familia gimiendo, multitudes respetuosas que preceden y siguen al féretro cuando es transportado, y un mausoleo con mármoles dorados en memoria suya; si preguntáis a todas esas cosas, os responderán con una mentira, y os dirán que la muerte de muchos no medianos pecadores, sino consumados criminales, es excelente, al haber merecido ser de esta forma llorados, embalsamados, amortajados, transportados y sepultados. Pero preguntad al Evangelio, y os responderá a vuestra fe que el alma del rico está ardiendo entre torturas, y cómo de nada le han servido las honras y los homenajes que la pomposidad de los vivientes le ha rendido a su cadáver.
26. [vv. 22-23] Pero hay muchas clases de pecadores, y no es fácil librarse de ser pecador, incluso podríamos decir que es imposible en esta vida. De ahí que enseguida añade qué clase de pecadores tendrá una muerte indeseable. Los que odian al justo, dice, serán castigados. ¿De qué justo se trata, sino del que justifica al impío?39 ¿De qué justo, sino del Señor Jesucristo, que hasta es propiciación por nuestros pecados?40 Los que odian a este justo tendrán la peor de las muertes, porque mueren en sus pecados, ya que por él no se han reconciliado con nuestro Dios. Porque el Señor redime las almas de sus siervos. Así que la muerte, sea la peor o la mejor, hay que entenderla referida al alma, no según los ultrajes o los honores visibles que los hombres tributan a los cuerpos. Y no serán castigados los que esperan en él. Así es como se desarrolla la bondad del hombre: progresar en lo posible durante esta vida mortal, y ya que sin pecado no puede mantenerse, que al menos no peque contra la esperanza en aquél que concede la remisión de los pecados. Amén.” (San Agustín. Comentario al salmo 33. Comentario II. Sermón 2°).

La segunda lectura pone de manifiesto el compromiso de la fe: la participación vital en el "Misterio" de Cristo. Seguimos a Cristo, y le seguimos se­gún su voluntad. Sumisos unos a otros con un amor y una dedicación cual la tuvo Cristo con nosotros. El gran Misterio de amor de Dios se convierte en nosotros en "Misterio" y "amor" cristianos. Es la expresión de la FE. La apli­cación al matrimonio es sumamente interesante. He ahí la vocación de los esposos: reproducir en su vida el Misterio del amor de Cristo a la Iglesia. Convendría insistir en ello cuando se habla a jóvenes que van a contraer matrimonio. ¡Realizan, los engloba, el Misterio de Cristo!
Pablo vuelve su mirada a la comunidad doméstica, la más pequeña comunidad de vida social, delimitando para cada miembro de la misma cuál es su puesto y cuáles sus correspondientes obligaciones. Así como en el siglo XVI se hicieron catálogos de las obligaciones de los miembros familiares, igualmente en contenido, aunque de manera mucho más breve, los tiene la antigüedad cristiana.
En lo que respecta a las obligaciones mutuas de mujer y hombre (la parte más débil se pone siempre delante) no puede hablar el apóstol sin referirse a la esencia misma del matrimonio. Da por supuesto tácitamente que el matrimonio fue instituido por Dios, y sus correspondientes obligaciones que de él se desprenden son expresiones de su voluntad (cf. 1 Cor 7). Pablo va aquí a lo profundo, estableciendo la unión entre cónyuges en paralelo a la unión de Cristo con su iglesia, su esposa mística.
En esta confrontación, Pablo habla más de Cristo y la iglesia -lo que constituye propiamente su tema- que del hombre y la mujer, pero sabe arrojar tanta luz desde ese alto punto de vista al tema del matrimonio, que sus palabras configuran la más sublime imagen que nunca se haya proyectado del matrimonio.
El matrimonio cristiano es también una opción radical e irrevocable, imagen de la opción de Cristo por su Iglesia. A primera vista, este texto paulino parece definir la superioridad del hombre sobre la mujer. Es evidente que la imagen no se puede llevar hasta el extremo de decir que el marido salva a la mujer en el mismo sentido que Cristo salva a la Iglesia y a sus miembros; el marido no es "cabeza" de su mujer en el mismo sentido en que Cristo lo es de la Iglesia.
Hay que tener en cuenta la evolución antropológica y social, tanto de las personas como de la familia. Hoy el matrimonio es entendido más bien en términos de complementariedad y corresponsabilidad. Pero en la sociedad en la que de hecho vivían los primeros cristianos, la superioridad del hombre era absoluta.
Teniendo en cuenta esta superioridad -que san Pablo no define, sino que constata- lo que este pasaje inculca es que la autoridad del marido debe ser un servicio de amor y de protección, imitación del de Jesucristo para con su Iglesia. Debe amarla hasta la muerte, y considerarla no como un objeto, sino como el propio cuerpo.

El evangelio nos ofrece varias reflexiones sobre la figura y actitud de  Pedro, queremos con­fesar nuestra Fe en Cristo de forma radical. Hemos ido siguiendo en los últimos domingos. el dramatismo que anima al cuarto evangelio. La revelación de Jesús se desarrolla en forma de drama. Jesús se revela a si mismo paulatinamente. Poco a poco, con palabras y en signos, va decla­rando Jesús el "misterio" -salvífico- de su persona. Las obras lo gritan, las palabras lo proclaman. A la actitud reveladora de Jesús responde la actitud de aceptación o de incredulidad de los oyentes. No existe la indiferencia en el cuarto evangelio. Los que no le aceptan, acabarán por condenarlo a muerte. Los que se fían de él, terminarán por seguirle en todas sus andanzas. Los primeros se cierran a la luz; los segundos se dejan iluminar por ella. De aquéllos se apoderan las tinieblas; éstos se convierten en hijos de la luz. Dramatismo, crisis: Jesús en la encrucijada de todo hombre.
La declara­ción de Jesús “Pan de Vida”, provoca una profunda crisis de fe en los discípulos. Y la "crisis" se re­suelve en dos posturas diametralmente opuestas: "Este modo de hablar es inaceptable" murmuran unos; "Tú tienes palabras de vida eterna" confiesan otros. La revelación de Jesús ha sido "alta", de algo que el hombre por sí mismo no puede comprender. La exigencia del Maestro extraordinaria: co­mer su carne y beber su sangre. Unos y otros han presenciado la multiplica­ción de los panes. Lo han admirado y lo han aplaudido: allí hay un profeta. Pero unos no han visto más que el milagro, y no han pasado de ahí. En el momento en que Jesús exige la aceptación de algo que supera la inteligencia y criterios humanos, se tiran atrás. Le niegan la fe. No entienden… No acep­tan. Los otros tampoco han entendido mucho. Pero han entrevisto el sentido del "signo". Allí hay un Alguien. Y, sin entender, se fían. Han creído. Esa es la FE.
La fe implica una forma nueva de ver las cosas. La crisis puede repetirse en cada uno de nosotros. Por una parte, los criterios humanos, aun religio­sos; por otro, las exigencias de Jesús, a quien asiste el Padre. Muchos eligen el primer camino. Otros muchos el segundo. ¿A qué grupo pertenecemos no­sotros y hasta qué punto? La aceptación formal de Jesús continúa en la aceptación Práctica de su doctrina. La FE es una postura de vida, no sólo de mente.
Con renovada actualidad resuenan también hoy, en cada Eucaristía, aquellas “duras” palabras y anuncio que fue ocasión para que muchos se alejaran del Señor: «el Pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo» (Jn 6, 51), «mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él» (Jn 6, 55-56).
¿No son “duras” también las palabras que todo sacerdote, en Nombre de Cristo y con su poder, pronuncia en la consagración del pan y el vino: «Esto es mi Cuerpo… esto es mi Sangre»? ¡Estas palabras son palabras que, como enseña la Iglesia, transforman verdaderamente ese pan en cuerpo de Cristo y el vino en su sangre! ¡Es Cristo que se hace realmente presente, todo Él, ofreciéndose a nosotros como verdadera comida y bebida! ¡Es Dios mismo, bajo la apariencia de un trozo de pan y un poco de vino! ¡Dios! ¡Dios infinito, aunque ante los sentidos no aparezca nada sino el pan y el vino! ¿No es tremenda esta enseñanza? ¿No es para muchos algo absolutamente absurdo?
Ante lo que a los ojos del mundo aparece como un disparate sin igual, es decir, que Cristo-Dios esté realmente presente en la Hostia consagrada, ¿no se nos exige también a nosotros una opción radical, una definición clara? O creo, o no creo.
Ahora bien, si decimos que creemos, ¿no tiene que reflejarse esa convicción en nuestra vida cotidiana? ¿No tiene que ser la Eucaristía lo más importante para nosotros? ¿No se nos exige abandonar toda actitud indolente e indiferente frente al Sacramento? ¿No tienen que expresar y demostrar nuestras palabras, nuestro comportamiento y obras, que somos de Cristo porque comulgamos su Cuerpo y Sangre? Si recibimos a Cristo, ¿cómo no comprometernos con Cristo para ser sus portadores, a transmitirlo a Él con nuestro apostolado y caridad?
Ante esta “locura” que afirma que el pan y el vino consagrados son verdaderamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo ningún cristiano puede permanecer impasible e indeciso. Por eso también hoy se dirigen a nosotros las palabras que Josué dirige al pueblo de Israel: Si no te parece bien servir al Señor, escoge hoy a quién quieres servir (ver Jos 24, 15). ¿Quieres tú servir al Señor, Dios único y verdadero? ¿O quieres servir a los falsos dioses, a los ídolos del poder, del placer, del tener? Estos ídolos, aunque deslumbran, aunque seducen, aunque producen seguridades y gozos pasajeros, no harán sino dejarte cada vez mas vacío, más triste, más solo. ¡Producen la muerte del espíritu! ¡Llevan a perder la vida verdadera! Sólo el Señor llena nuestros vacíos mas profundos, sólo Él es capaz de saciar nuestra sed de infinito, nuestra hambre de amor y comunión, porque sólo Él tiene y da la vida eterna!
¡Tú eliges! ¿A quien quieres servir? ¿En quien quieres poner tu confianza? ¿Cuál es tu respuesta? ¿Serás de quienes deciden abandonar al Señor —o lo han abandonado ya en la práctica— por sus “duras palabras”, porque afirma que tienes que comer su carne y beber su sangre para tener vida eterna? ¿O serás de los que confían en el Señor y creen en sus palabras aún cuando no entiendas “cómo puede ser esto”? ¡Ante el don de la Eucaristía se nos exige también hoy una opción clara, sin medias tintas, sin componendas! O le creo al Señor y lo sigo, o no le creo y me aparto. ¡Tú eres libre, pero haz buen uso de tu libertad! Por ello, ten en cuenta que al apartarte de Él, te apartas de aquel único que tiene “palabras de vida eterna”, te apartas de aquel que el Padre ha enviado para reconciliarte y darte la vida, su misma vida, por toda la eternidad.
Creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios; ¿A quién vamos a ir sino a ti que tienes palabras de vida eterna? Es la Fe de nuestros padres, la fe de veinte siglos de Iglesia. Queremos elegir, fiados por la Iglesia, ese camino. Y, como la Iglesia, esperamos ver al Hijo del Hombre sentado a la derecha de Dios, como afirmaron haber visto los apóstoles. Un día saldremos a su encuentro y estaremos siempre con el Señor. La primera lectura presenta una decisión semejante: con nuestro Dios vida. Dios ha sido y sigue siendo bueno (también el salmo); de él nos fiamos. Ahí están los signos de su amor: la creación, la historia de la Iglesia, los dones espirituales en Cristo. "Gustemos" y "veamos" qué Bueno es el Señor.
 La fe que profesamos nos lo hará gustar y ver.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com

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