Hoy la Iglesia nos invita a celebrar el Día de las Migraciones, con un lema que encaja perfectamente con la
invitación a encontrarnos con Dios en los demás: “Salgamos al encuentro… abramos puertas”. ¿Qué nos estará queriendo
decir Dios con todo esto? Habrá que afinar el oído, escuchar su voz, y no confundirla
con voces humanas racistas y xenófobas, que nos impiden reconocer en estos
hermanos y hermanas una oportunidad de encuentro, de abrir puertas, de entablar
nuevas relaciones, de aprender unos de otros, de convivir en paz y armonía.
En la
primera lectura (Libro primero de Samuel, 3,
3b-10. 19 ), se nos proclama la bella historia de Samuel y nuestra necesidad de estar disponibles a la
llamada del Señor: "El
Señor llamó a Samuel y él respondió: Aquí estoy..." (1 S 3, 4). ¿Quien
era Samuel?. Samuel vivía
en el templo de Jerusalén. Su madre, Ana, era estéril y, a fuerza de oraciones
y lágrimas, había conseguido de Dios tener hijos. Y ella, agradecida, había
consagrado a Dios a Samuel, el primogénito... Y una noche Dios llamó a Samuel.
El niño despierta al oír su nombre y acude a la habitación de Helí, el sacerdote y le dice: "Aquí estoy, vengo porque me has llamado". "No te he llamado --responde el anciano--, vuelve a acostarte, hijo mío".
Pero Dios sigue llamando por segunda y tercera vez. Hasta ser escuchado. Y es que
Dios es un Padre providente y bueno que se preocupa de sus hijos, que tiene un
proyecto maravilloso para cada uno de nosotros. Y nos llama para que sigamos el
camino concreto que él ha soñado con cariño desde toda la eternidad.
La
voz de Dios resuena también en la noche y en las oscuridades de nuestra vida.
De mil maneras nos puede llegar la llamada del Señor. Un pensamiento que resuena en el alma, un acontecimiento que conmueve, unas palabras que afectan especialmente, un ejemplo que arrastra y suscita preguntas. Cualquier cosa
es buena para hacer vibrar en nuestro espíritu la voz de Dios. Llamará y seguirá
hablando al corazón, esperando nuestra respuesta.
Y
ante la llamada la respuesta: “¡Samuel,
Samuel! Él respondió: Habla, Señor, que tu siervo escucha" (1 S 3, 10). Dios
nos conoce por nuestro nombre propio. Para la sociedad, para el Estado, somos
unos números, una sigla que ocupa un lugar determinado en unos ficheros , a
veces incluso lo somos también en la misma Iglesia. Pero Dios, no. Él nos lleva
"escritos en sus manos", metidos en su corazón... Samuel, el pequeño
primogénito de la que fue estéril, responde:
"Habla, Señor, que tu siervo escucha". Actitud de entrega sin
condiciones, de docilidad y disponibilidad total. Consciente de que lo que Dios
diga, es, sin duda alguna, lo mejor.
Con
el salmista hoy (Salmo 39),
expresamos la espera confiada en el Señor. Ël
antes se ha inclinado hasta nosotros y
ha escuchado nuestro clamor, sacándonos
de la fosa mortal.
Es el Señor quien pone en nuestra boca
un cántico nuevo, un himno de gozo que canta la grandeza y el amor de Dios. En
agradecida respuesta nosotros le respondemos: ""Aquí estoy--como está escrito en mi
libro--para hacer tu voluntad" .
"Yo esperaba con ansia al Señor..." (Sal
39, 2).
Reflexión sobre esos momentos en los que uno entiende que sólo Dios es fuerte,
sólo él dice siempre la verdad, sólo él no nos puede fallar, sólo él hace más
cortas las palabras prometedoras que los beneficios concedidos.
¿Cuál
es nuestra actitud ante el Señor?. "Tú no quieres sacrificios ni
ofrendas..." (Sal 39, 7) Pero las palabras no bastan. Y
esos sentimientos de gratitud y de gozo, que nos embargan al contemplar la
grandeza de Dios, han de traducirse en obras concretas; nuestro agradecimiento
y nuestro gozo al sentirnos queridos de Dios, ha de cuajar en una vida concorde
con lo que el Señor nos indica como voluntad suya; conscientes de que, además,
el único que sale ganando es uno mismo, ya que Dios lo tiene todo y nada
necesita, mientras que tú y yo nada tenemos y todo lo necesitamos.
"Tú no quieres sacrificios ni
ofrendas, --dice el salmo--,y en cambio
me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio,:
entonces, yo digo: "Aquí estoy--como está
escrito en mi libro--para hacer tu voluntad. "Dios
mío, lo quiero y llevo tu ley en las entrañas...".
En
la segunda lectura de la primera
carta de San Pablo a los Corintios (6,13c-15a.17-20). Hasta el Domingo Sexto del Tiempo
Ordinario vamos a leer fragmentos de la Primera Carta de San Pablo a los
Corintios. Es una obra maravillosa que condensa de manera magistral el pensamiento
cristiano y que mantiene su actualidad. Pablo va a tratar de la enseñanza
positiva para mejor vivir el cristianismo. En el fragmento de hoy se resalta la actitud de alabanza al Señor
con nuestra comportamiento corporal, el cuerpo rescatado se señala como medio
privilegiado de alabanza al Señor.
"¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros del Cuerpo de
Cristo?" (1 Cor. 6, 15) El cuerpo es un don que Dios
nos ha entregado para poder vivir nuestra vida de hombres. El cuerpo humano no
es una cosa mala. Todo lo contrario, es algo bueno. San Pablo nos dice que ese
cuerpo nuestro es un miembro del Cuerpo Místico de Cristo. Y más adelante
afirmará categóricamente que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo.
Esa es la razón fundamental que
determina la visión cristiana del cuerpo humano. Visión que implica respeto,
cuidado, estima. Respeto para no utilizarlo como instrumento de pecado. Cuidado
para mantenerlo siempre en forma para la función que ha de cumplir. Estima para
no exponerlo sin un grave motivo a ningún riesgo que pueda mermar su fuerza.
"Glorificad, pues, a Dios en vuestros cuerpos
" (1 Co 6, 20) El cuerpo es el instrumento que Dios ha confiado
al hombre, para que pueda cumplir su misión en la tierra. Misión que, en último
término, se reduce a glorificar a Dios. Para eso tenemos los sentidos, para que
al oír, al ver, al tocar, al gustar todo lo bueno y lo bello que tiene la vida
nos mostremos agradecidos, felices de tener un Dios que ha sabido darnos un
cuerpo tan maravilloso.
Y
esto siempre. También cuando ese cuerpo falle, cuando no esté completo, cuando
nos duela. Porque siempre, mientras estemos con vida, nos quedará la
posibilidad de mirar -aun estando ciegos- con amor y esperanza a nuestro buen
Padre Dios.
El evangelio
nos relato la búsqueda y encuentro con Jesús (Juan, 1, 35-42) "Este es el
Apenas
aparece Jesús por las riberas del Jordán, el Bautista le señala sin titubeos: ·"Este es el Cordero de Dios". Ante
sus palabras algunos de sus discípulos van tras el nuevo Rabí. La impresión del
primer encuentro fue tan profunda, que dejan al antiguo Maestro y
siguen a
Jesús el Nazareno.
Juan
es intermediario para encontrar a Jesús. Es a lo que nos llama muchas veces el
Señor: presentarlo a los demás.
Juan
presenta a Jesús con el título de
Cordero de Dios, este es un título que en aquel tiempo tenía un sentido que
implicaba realeza y poderío.
Ese
título cristológico está bíblicamente relacionado con el cordero pascual con
cuya sangre, según el libro del Éxodo, fueron señalados los dinteles de las
casas israelitas, librando así de la muerte a sus moradores, cuando el ángel
exterminador pasó ejecutando el castigo de Yahvé. Esta figura deriva de los
poemas de Isaías sobre el Siervo paciente de Yahvé, que marcha al sacrificio
sin protestar, lo mismo que un cordero hacia el matadero. De esa forma aparece
el Siervo paciente de Yahvé, que con su muerte redime al pueblo y es
constituido como Rey de Israel y de todo el universo,
Resumiendo hoy las lecturas tienen tres núcleos: Llamada,
discernimiento y respuesta.
Llamada. La llamada es pura gracia, don que
Dios da. Él se fija en cada uno de nosotros
y nos llama por nuestro nombre
como a Samuel. Te está diciendo primero que te ama; después, que cuenta
contigo; al fin, pide tu colaboración para que trabajes por el Reino, que seas
instrumento de paz, que hagas de tu profesión un servicio, que proclames con tu
vida la Buena Noticia e incluso que lo dejes todo por El.
Dios
no llama sólo una vez en la vida. Su llamada se mantiene a lo largo de toda tu
vida. Te puede llamar también a través de las mediaciones que Dios utiliza para
darnos a conocer su voluntad. Como en el Evangelio después de la llamada está
el "Ven y verás". Ellos fueron y vieron donde vivía y se quedaron con
él. Otro paso en el camino de la intimidad con el Señor. Desde esa intimidad
iremos profundizando en el conocimiento de la voluntad del Señor.
Discernimiento. Tras la llamada hay
un discernimiento para aclarar mejor por dónde tenemos que ir. Como Samuel necesitamos
alguien que nos acompañe. Samuel fue a ver a Elí. Los dos discípulos acudieron
a Juan, que les mostró a Jesús "que pasaba". El paso de Jesús por
nuestra propia historia personal no es fácil de apreciar. Muchos como Herodes y
el joven rico también se cruzaron con él, pero no fueron capaces de escucharle
y de seguirle.
Dios
sigue llamando, pero no sabemos escucharle porque hay mucho ruido a nuestro
alrededor. No siempre percibimos la Palabra con claridad. En toda vida humana
hay mucho de búsqueda, pero en muchas ocasiones Dios nos da la luz a través de
experiencias y de personas que nos iluminan.
Respuesta. Una vez que sentimos con
cierta seguridad que Dios nos llama entra en juego la respuesta por parte nuestra.
Las respuestas de Samuel y de los dos discípulos fueron modélicas: "Habla,
Señor, que tu siervo escucha", "Fueron, vieron y se quedaron".
¿Cómo es nuestra respuesta?. ¿Cómo
hacemos nuestro descernimiento? ¿Que grado de fidelidad ponemos en nuestra respuesta?.
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