Comentarios a
las lecturas
del Domingo de Ramos 25 de marzo de 2018
La Semana
Santa es inaugurada por el Domingo de Ramos, en el que se celebran las dos
caras centrales del misterio pascual: la vida o el triunfo, mediante la
procesión de ramos en honor de Cristo Rey, y la muerte o el fracaso, con la
lectura de la Pasión correspondiente a los evangelios sinópticos (la de Juan se
lee el viernes). En este ciclo B
escuchamos la Pasión según San
Marcos que nos ofrece el testimonio claro de la voluntad salvadora universal de
Dios y de su amor representado en el sacrificio y posterior victoria de Cristo
Jesús.
Esta lectura
en conjunto emociona y deja nuestro espíritu perfectamente preparado para vivir
la Semana Santa de la que el Domingo de Ramos es pórtico.
Es difícil no
sobrecogerse con el relato de Marcos de la Pasión. Concreto, directo, certero y
muy claro. No es posible desviar la atención de lo que está ocurriendo. Y ese
drama de Jerusalén, aunque sepamos que trajo nuestra salvación, todavía duele y
aún resulta difícil admitir el sufrimiento de Cristo. Resuena el eco de ese
sufrimiento en toda la Historia universal. Y fue por nosotros. Jesús es paz,
Jesús es amor. Jesús supo vivir el dolor para que todos nosotros fuésemos más
felices.
Desde el siglo
V se celebraba en Jerusalén con una procesión la entrada de Jesús en la ciudad
santa, poco antes de ser crucificado. Debido a las dos caras que tiene este
día, se denomina «Domingo de Ramos» (cara victoriosa) o «Domingo de Pasión»
(cara dolorosa). Por esta razón, el Domingo de Ramos -pregón del misterio
pascual- comprende dos celebraciones: la procesión de ramos y la eucaristía. Lo
que importa en la primera parte no es el ramo bendito, sino la celebración del
triunfo de Jesús. El rito comienza con la bendición de los ramos, que deben ser
lo bastante grandes como para que el acto resulte vistoso y el pueblo pueda
percibirlo sin dificultad.
Hoy la primera
lectura, antes de la bendición de los
ramos e inicio de la Eucaristía (Marcos, 11, 1-10) nos sitúa en el camino que sube desde el
Cedrón hasta la puerta de Bethesda .
La cercanía de
Jerusalén determina el encargo de Jesús a dos de sus discípulos de traerle un
asno que encontrarán dispuesto al respecto. El autor destaca con fuerza la
soberanía de Jesús: es él quien en realidad lo dispone todo. Y todo, en efecto,
tiene el desarrollo por él previsto. Jesús es el Señor.
Jesús, envía a
sus discípulos, y de antemano les anuncia las cosas más mínimas que van a
encontrar. "Encontraréis un borrico
atado, que nadie... Y si alguno os pregunta..., contestadle: El Señor lo
necesita, y lo devolverá pronto. Fueron y encontraron... Algunos... se
preguntaron...; y se lo permitieron".
Para nuestro
autor, Jesús es más que un profeta. "El
Señor", dicen los discípulos refiriéndose a él, lo cual invita a
descubrir una dignidad supereminente.
El selecciona,
prevé. Y todo acontece puntualmente. Los dos discípulos traen el asno prefijado
y en el que nadie, antes, ha montado. El asno cumple así la condición necesaria
para poder ser utilizado en el ámbito religioso y cultual. Las acciones
siguientes adquieren el carácter festivo de una entronización; engalanamiento de la cabalgadura y del suelo, gritos de
saludo y de aclamación. La duración y el recorrido no han interesado al autor.
Sólo el hecho es lo importante.
Unos cuantos
versículos más arriba, se ensalzó ya a Jesús como "Hijo de David".
Ahora se le aclama como aquél por quien "llega el reino de nuestro padre
David", es decir, por quien se cumplen las promesas hechas a David, de un
sucesor privilegiado, rey de un reino venidero. Jesús, descendiente de David,
realiza por lo tanto las promesas hechas a su antepasado.
Jesús "viene en nombre del Señor". Con él
se realiza la salvación. Que se realice efectivamente esta salvación, dada
desde ahora en prenda con su presencia, suplican los numerosos testigos.
"Hosanna, da la salvación", gritan.
Se ha
advertido que el verbo "venir" tiene por sujeto al reino (v. 10) y a
Jesús (v. 9). Este notable paralelismo manifiesta que el reino está presente,
"viene" en el preciso momento en que Jesús está allí, adonde él mismo
"viene".
La primera
lectura (Isaías, 50, 4-7). Iniciamos la
Semana Santa con la lectura del tercer canto del Siervo. Aparece más como sabio
que como profeta. Asegura que el Señor le está introduciendo en su Sabiduría,
para poder llevar al abatido una palabra de aliento. Mañana tras mañana le
espabila y le abre el oído; y la consecuencia de tener el oído abierto a la
Palabra, es que no se rebela ni se echa atrás; más bien afrontará todos los
sinsabores de su historia, sin histerismos ni timideces, a pecho descubierto,
sabiendo que el Señor le ayuda, y por tanto no quedará avergonzado.
La unidad de
este tercer canto del siervo (50, 4-9) está en las
cuatro proposiciones que tiene al Señor por sujeto ("mi Señor me...":
vs. 4.5.7.9). La persona del siervo, así como su
ministerio, son interpretados de forma profética: vocación o misión,
sufrimientos que conlleva su ministerio, así como su total confianza en Dios.
- Como el
profeta, el siervo escucha y predica el mensaje divino, pero esta misión
resulta imposible de llevarla a cabo a no ser que el Señor le dé "lengua
de iniciado" o le abra el oído para entender (vs. 4-5, la misión siempre
nace de una vocación).
El está
convencido de que es Dios el que ha obrado esta maravilla.
El mensaje que
proclama de parte del Señor no es de denuncia profética sino de esperanza, y es
que su palabra se dirige a hombres concretos con su problemática específica;
los profetas pre-exilicos anunciaron el castigo a
unos hombres sin conciencia que se enriquecieron a costa de los pobres, pero la
situación actual del pueblo es muy diversa ya que la larga duración del
destierro ha provocado la desesperación de la gente (40, 27). Al abatido es
necesario reanimarle, dirigirle una palabra de consuelo, de esperanza en el
Señor (v. 4a; cfr. 40, 28 ss).
- A la
vocación e invitación el siervo responde con prontitud (por contraposición a
Moisés y Jeremías que se rebelan: Ex. 3; Jr. 1..., la
vocación no conlleva la pérdida de la propia personalidad). Sabe que su tarea
es amarga y así lo confiesa en este relato que se asemeja a las confesiones de
Jeremías. Intenta suscitar esperanza en el pueblo y sólo recibe escepticismo
por la tardanza de la liberación. Como Ezequiel (2, 8) abre su boca para comer
el mensaje divino, pero éste no es dulce sino que le acarrea un gran
sufrimiento: le apalean, le mesan la barba (v. 6; en el A.T. son signos
inequívocos de ultraje y desprecio: II Sam. 10, 4ss).
Los ultrajes
el siervo los acepta y afronta con decisión, sin intentar vengarse; al insulto
responde con fría calma (v. 6) y es tan testarudo en hacer el bien como los
malvados en su maldad; está convencido de que su vida no es un camino de rosas,
pero sabe que este es su camino; cree con total firmeza que el Señor está a su
lado (le nombra insistentemente: vs. 4.5.7.7.9) y por eso espera contra toda
esperanza sabiendo que al final el triunfo es suyo.
- El que
"dice al abatido una palabra de consuelo" es un incomprendido, y en
consecuencia acepta su misión entregando su espalda a los que le flagelan. Esta
fue la suerte que corrió el siervo y también Jesús. Transmitió el mensaje de su
Padre (Jn. 8, 28.40), dio respiro, esperanza... a los agobiados y maltrechos
(Mt. 11, 28)... y acabó recibiendo ultrajes: le mesaron la barba, le
flagelaron... Y Jesús afrontó, sin vengarse, su pasión entregando sus espaldas
a los que le apaleaban (Mc. 15, 19). También él es sabedor de que su Padre le
hará justicia (Jn. 8, 29. 50).
El salmo responsorial Salmo 21 (Sal 21 , 8-9.
17-18a. 19-20. 23-24) describe el drama del Siervo de Yavé
y el drama de la Pasión de Jesús.
Este salmo
tiene, en el Antiguo Testamento, un paralelo impresionante, también muy
conocido del pueblo cristiano: el canto del Siervo de Yahvé, del profeta
Isaías (52,13—53,12). Son dos textos muy afines.
El texto de
Isaías es más bien una profecía mesiánica sobre lo que sufriría el Siervo de
Yahvé para la redención de los hombres. El profeta contempla al Mesías en su
aspecto doliente y redentor. El salmo 21, aun siendo también una profecía
mesiánica, expresa la realidad de un hombre justo, el salmista, que ha
vivido en carne propia las amargas experiencias que describe.
Leemos en
Isaías: "No tenía apariencia ni presencia; le vimos y no tenía aspecto
que pudiéramos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de
dolores y conocedor de todos los quebrantos, como uno ante quien se vuelve
el rostro, menospreciado, no le tuvimos en cuenta. Y con todo eran
nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que
soportaba. Nosotros le tuvimos por azotado, herido por Dios y humillado.
El ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras
culpas" (/Is/53/02-05). El salmo 21 se
expresa en primera persona. Es el mismo hombre que sufre el que describe
su dolor. Su descripción es algo vivencial, que sufre en carne viva. Algo
existencial que afecta a todo su ser.
Y lo primero
que manifiesta es el sentimiento de ser abandonado de Dios. El silencio
de Dios: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? A pesar de
mis gritos, mi oración no te alcanza. Dios mío, de día te grito, y no
respondes".
El salmista se
siente desamparado, como olvidado de Dios. Y esto le hunde en un abismo
de tristeza y de angustia, pero también de esperanza. en esta situación
dolorosa y angustiosa, el salmista no ha perdido la confianza en Dios. El
Dios en el que él siempre había creído y en el que siempre había
esperado, continúa siendo el Dios de su vida. A pesar de las tinieblas,
espera la luz; a pesar de que todo parece perdido, él confía en
Dios. :
" Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven
corriendo a ayudarme ".
Experimenta la
lejanía de Dios, el trauma de la separación de aquel Dios que tanto había
amado, el desengaño de no ser escuchado por aquél que siempre lo había
socorrido, como antes había ayudado a su pueblo. ¿Por qué él será
distinto? ¿Por qué Dios no le atiende?
Juntamente con
la angustia del corazón viene la aflicción moral, la humillación
psicológica, los desprecios y las burlas de sus enemigos que le zahieren
cínicamente con sarcasmos. El se considera tan humillado, se siente tan
hundido que se tiene como un gusano despreciable, como nada.
Y por si fuera
poco, el mal físico. Un mal intenso y extendido por todo su cuerpo
consumido por la fiebre, abrasado de sed, con los huesos descoyuntados; se
siente como ajusticiado, con las manos y los pies ligados (o taladrados).
En una palabra, se siente perdido, anonadado. Se ve en las puertas de la
muerte. El realismo más expresivo ha llenado esta descripción, fiel
reflejo de un dolor total, abrumador. Así sufría el salmista. Así sufrió
el Siervo de Yahvé, el Mesías.
La segunda
lectura es de la carta a los Filipenses (Fil 2, 6-11) Himno a la Kenosis
y la glorificación del Señor de origen probablemente pre paulino; tres estrofas
-que a veces se reducen a dos- lo componen:
-Versículos 6
y 7a: dos menciones de Dios: contraposición entre la condición de Dios y la
condición de esclavo, y el tema "se anonadó a Sí mismo".
La
preexistencia de Cristo. Quiere indicar que la existencia total de Jesús no
comienza con su aparición en el mundo, sino tiene una "prehistoria".
Dicho de otro modo: la preexistencia es una forma de expresar la trascendencia
en términos temporales. Cristo-Jesús es el Hijo de Dios desde siempre, igual al
Padre.
-Versículos
7bc y 8: dos menciones del hombre, y el tema "se rebajó a Sí mismo". El
vaciamiento, se trata de insistir en su solidaridad con el hombre, compartiendo
el destino de ésta aun en sus lados más oscuros y negativos. Indica una actitud
contrastante con la de Adán, que quiso ser lo que no podía. El Hijo, en cambio,
no vive como podía, sino como nosotros, haciendo una suerte de milagro por puro
amor gratuito.
-Versículos
9-11: contraposición entre esclavo y Señor, entre obediente y exaltado. A la
exaltación y a la asignación del nombre corresponden, en el v. 9 como en los
vv. 10-11, la genuflexión y la confesión. Jesús muere, pero muere tal muerte,
la de cruz . Lleva a cabo su misión de predicar el Reino asumiendo las
consecuencias de su vida, de su acción concreta de predicar la justicia y el
amor en un mundo donde ello a menudo no se admite. Con ello corre el riesgo, al
ser pobre, desamparado y pacífico, de morir injustamente. Ello sucede de hecho.
El conjunto
del himno se asemeja a los discursos familiares de Pablo sobre la caridad
cristiana, que es olvido de sí mismo, a la manera del Señor (2 Cor. 8, 9; Rom. 15, 1-3).
El
evangelio hoy es el relato de la Pasión. (Marcos, 14, 1-15, 47).El texto es más breve que los relatos paralelos,
el Evangelio de la Pasión en San Marcos se limita a la estructura esencial de
los acontecimientos.
Eso no obstante, está compuesto por diversos elementos: puede distinguirse, en
efecto, una fuente no semítica (14, 1-2, 10-11, 17-21, 26-31, 43-46, 53; 15, 1,
3-5, 15a, 21-24, 26, 29-30, 34-37, 39, 42-46) y una fuente de inspiración
semítica y de origen probablemente petrino (14, 3-9,
12-16, 22-25, 32-42, 45-52; 15, 2, 6-14, 15b-20, 25, 27-28, 31-33, 38, 40-41).
Las preocupaciones doctrinales de estas dos fuentes afloran con mucha
frecuencia. La segunda, por ejemplo, refleja la preocupación por subrayar el
aislamiento de Cristo y las burlas y los sarcasmos a los que Cristo corresponde
con el silencio.
Tiene un
carácter netamente descriptivo en el que resalta la simplicidad y concreción de
la catequesis primitiva.
Es una
narración de una crudeza a veces desconcertante. No fue un interés biográfico,
histórico o edificante el que motivó este relato. Sin embargo Marcos aporta
gran cantidad de precisiones históricas. Para él la pasión y la muerte de Jesús
no son un mito. Han dejado su huella en la historia, en el tiempo y en un lugar
real: el joven que sigue a Jesús después del arresto en Getsemaní (14, 51-52);
José de Arimatea (15, 43); Pilato que manda comprobar la muerte de Jesús (15,
44-45).
Los hechos se
suceden en un estilo descarnado, se acentúa el carácter dramático y se detiene
en pormenores que los otros evangelistas o atenúan u omiten. Así en Getsemaní
el miedo, la angustia, la triple petición al Padre para que le libere, el
abandono en la cruz. La narración de Marcos extrema la emoción y la tensión.
Utiliza las palabras que indican el grado extremo de horror y sufrimiento. Pero
esto no le es obstáculo para que, al mismo tiempo, Jesús se dirija al Padre con
palabras de ternura y confianza incondicionales: Abbá, Padre.
En el relato
de Marcos hay una progresiva acentuación de los títulos mesiánicos: Hijo del
hombre, Mesías, Rey de los judíos.
Progresión que
culmina en la profesión de fe de un pagano, el centurión: "Realmente este
hombre era Hijo de Dios" (15, 19).
El evangelio
de Marcos se caracteriza por el secreto y el silencio acerca de Jesús Mesías.
Pide secreto e impone silencio a los demonios y a los enfermos curados. Este
silencio durante la vida, se convierta en la pasión en soledad total. Nadie le
acompaña. Todos le abandonan. Pero a medida que llega la muerte, el silencio y
la soledad terminan y es proclamado Hijo de Dios y Mesías.
Jesús, ante el
sanedrín, se proclama por primera vez Mesías (14, 62) y por ello es condenado a
muerte. Al morir se rasga el velo del templo. Es el judaísmo que, a su manera,
reconoce la divinidad de Jesús. La tradición sobre el velo que se rasga ve en
este hecho la execración del templo.
Esta imagen de
Jesús en su pasión que nos ofrece Marcos, quizá esté más cerca de la
sensibilidad y gusto del hombre de hoy. El libro de los Hechos y las Cartas
presentan la pasión y la resurrección con fórmulas fijas y esquematizadas. De
ellas deducen las enseñanzas soteriológicas y parenéticas. En cambio los
evangelios presentan los hechos como relatos biográficos variados y complejos
aunque en orden a una doctrina.
El relato de
la pasión según Marcos tiene una finalidad claramente teológica. Proclama el
acontecimiento central de la redención en orden a creer en la divinidad de
Cristo. Nos invita a reflexionar sobre los sentimientos y actitudes de los
actores del drama. La actitud de Jesús es de obediencia. Se siente como el
realizador de las expectativas mesiánicas mediante el sufrimiento y la muerte
como siervo de Yavhé. Esta realidad, tan difícil de
comprender para los discípulos durante la vida de Jesús, a la luz de la Pascua
pierde su oscuridad. La comunidad primitiva ve en ella el elemento central del
misterio de la salvación e hizo de ella, junto con la resurrección, el tema
central de la predicación. El relato de la pasión y resurrección que hoy figura
al final de las narraciones evangélicas, en realidad constituyó la base y el
punto de partida de la primera enseñanza apostólica.
La actitud de
los fariseos es una actitud de obstinación. A la auto presentación de Jesús,
como príncipes de paz, se contrapone la dureza extrema de los sacerdotes y
fariseos que no sólo no acogen al enviado sino que traman su muerte.
El juez-Pilato
quiere salvar a Jesús desde una actitud política y sin comprometerse. No
consigue su propósito. El pueblo pide la muerte de Jesús. Barrabás queda libre
porque en su lugar se crucifica a Jesús. Se concede la vida a Barrabás porque
Jesús muere en su lugar. Así nosotros somos llamados a la vida por la muerte de
Cristo.
Para nuestra vida.
Estamos en los
días de pasión, días de recuerdo hondo que han de llenar nuestros corazones de
sentimiento agradecido ante Cristo,
Señor nuestro, que calla y sufre, que camina "Sin gracia ni belleza para
atraer la mirada, sin aspecto digno de complacencia".
Domingo de
Ramos, Jesús vuelve a pasar ante nosotros con aires de humildad y pobreza, el
Señor se nos hace presente en la Iglesia, tan humillada a veces... Ojalá
descubramos tras la humanidad de Cristo, su grandeza majestuosa y le aclamemos,
más que con palabras, con la vida misma.
Las lecturas nos han situado ante la realidad
del Mesías. ¿En este momento de la historia a qué Mesías esperamos nosotros? Nuestro
Misias es el que viene en nombre del Señor para invitarnos a una continuada
conversión del corazón y purificación de nuestras conductas. El que ha venido
para animarnos a trabajar en el Reino que él ya instauró: un reino de verdad y
de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz.
Este es el
Mesías al que nosotros, en este domingo de Ramos, aclamamos con entusiasmo.
La celebración de hoy nos abre la puerta al
Triduo Pascual, pero también espera de nosotros una respuesta que es la disponibilidad personal para
convertirnos en parte activa de la historia que se nos cuenta en estos días. Y
la mejor prueba de que, ciertamente, acompañamos a Jesús es que lo estemos
haciendo con nuestros hermanos, con los que más sufren y, también, con aquellos
que no buscan o no creen en Jesús. Si nosotros se lo mostramos, aún colgado de
la cruz, todos comenzarán a recibir una paz profunda en sus corazones: la Paz
de Cristo.
Antes de la bendición de lo
ramos e inicio de la Eucaristía leemos un texto de San Marcos (Mc, 11, 1-10) nos sitúa en el camino que sube desde el
Cedrón hasta la puerta de Bethesda . presenta un
ambiente festivo y un colorido y una animación grande. Los niños daban gritos
de júbilo ante el joven y entrañable Rabí de Nazaret que tanto cariño les había
demostrado, la gente del pueblo le sale a su encuentro y echa sus mantos sobre
el sendero, para que aquel Rey insólito avanzara sobre una vereda de alfombras."Se acercaban a Jerusalén,
por Betfagé y Betania..." Jesús
acompañado por sus discípulos, se acerca a Jerusalén. La emoción que siempre
implica el caminar hacia la Ciudad Santa, tenía en esos momentos unos acentos
más profundos. Aquella era la última vez que subirían al Templo en compañía del
Maestro. En aquella Pascua el verdadero Cordero pascual sería inmolado como
expiación suprema y definitiva por los pecados de todos los hombres.
El peligro era
cada vez mayor para Jesús y para los suyos. La oposición de las autoridades
judías contra ellos se hacía más intensa por momentos. Sin embargo, el Maestro
camina decidido y los suyos le siguen dispuestos a lo que sea, confiados en el
poder de Jesús, que se prepara a entrar en Jerusalén aclamado y no a escondidas
como un reo.
Así se cumplió
la profecía de Zacarías. La ciudad entera se conmovió ante aquel Rey que,
sereno y majestuoso, avanzaba cabalgando sobre un borrico, al estilo de los
antiguos reyes, aclamado con vítores mesiánicos, celebrado con palmas y ramos
de olivo.
El camino que sube desde el Cedrón hasta la puerta de Bethesda
presentaba un colorido y una animación nunca vista. Los niños daban gritos de
júbilo ante el joven y entrañable Rabí de Nazaret que tanto cariño les había
demostrado, la gente del pueblo le sale a su encuentro y echa sus mantos sobre
el sendero, para que aquel Rey insólito avanzara sobre una vereda de alfombras.
En contraste los grandes, los escribas y los fariseos, se remuerden de
envidia y de celos. Ellos, los dirigentes de Israel, los que estaban tramando
la perdición de Jesús, tienen que contemplar su triunfo, oír los clamores de
aquella gente inculta que confiesan sin pudor que aquel era el Hijo de David,
el que venía en el nombre del Señor. Di que esos se callen, se atreven a decir.
Si esos callaran -responde Jesús- las piedras me aclamarían.
Después en el
relato de la Pasión, escucharemos al pueblo que grita muy enfurecido:
¡Crucifícalo! ¿Qué había pasado para que este pueblo que unos días antes había
aclamado a Cristo como Mesías, pidiera ahora su crucifixión? El pueblo se había
dejado manipular por las autoridades judías que veían en Jesús a un enemigo
declarado de sus hipocresías y ambiciones. Cabe también que muchas de estas
personas se sintieran defraudadas porque Jesús de Nazaret no les había
resuelto, de manera definitiva, los muchos problemas que les acuciaban a ellos
cada día. Habían esperado de aquel profeta al que ellos le habían aclamado como
Mesías, que les liberara, con la fuerza de Dios, de todos sus males físicos y
materiales y de todos los enemigos del pueblo judío. En cambio, Jesús de
Nazaret se había limitado a predicar paz, misericordia y conversión. ¡Amar
hasta a los enemigos!
En el Domingo de Ramos, Jesús vuelve a pasar ante nosotros con aires de
humildad y pobreza, el Señor se nos hace presente en la Iglesia, tan humillada
a veces... Ojalá descubramos tras la humanidad de Cristo, su grandeza
majestuosa y le aclamemos, más que con palabras, con la vida misma.
Nosotros, hoy,
también aclamamos a Jesús con entusiasmo. Queremos que su camino, su
estilo, su manera de hacer, sea también la nuestra. Reconocemos -aunque a veces
nos olvidamos demasiado de ello- que su camino, su estilo, su manera de
ser y de vivir, es lo único que vale la pena.
Nosotros, hoy,
sabemos que el camino de Jesús acabará con la muerte en la cruz. Sabemos
que su libertad, su amor, su entrega a los pobres y a los débiles no serán
bien recibidas por los poderes de este mundo, y que le condenarán a
muerte, a una muerte terrible. Nosotros, hoy, al iniciar la Semana Santa,
decimos con nuestros ramos y nuestras palmas que le agradecemos este amor
suyo, que creemos en su camino, que creemos en él, que queremos seguirle.
Y, con fe, con
toda la fe, afirmamos que de su cruz, de su amor fiel hasta la muerte,
nacerá vida por siempre, vida para todos, vida capaz de transformarnos a todos:
estos días en que contemplamos la muerte de Jesús terminan con la Pascua,
con la fiesta gozosa de su resurrección. Porque su amor es más fuerte que
la muerte, que el mal, que el pecado. Con mucha fe, y con muchas ganas de
seguir su camino, aclamemos, pues, hoy, a nuestro Señor Jesús.
En la primera
lectura se nos sitúa ante el SIERVO DE
YAHVEH.- "Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado para saber decir al
abatido una palabra de aliento" (Is 50, 4). "El
Señor, Yahveh, me ha abierto el oído, y yo no he resistido, no me he echado
atrás". El profeta contempla absorto la figura del siervo
paciente de Yahveh. Sus palabras le atraviesan de parte a parte, su figura extraña
y grandiosa le emociona profundamente.
"Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la
mejilla a los que mesaban mi barba " (Is
50, 6). El profeta sigue desgranando su largo lamento: "Despreciado,
desecho de la humanidad, varón de dolores, avezado al sufrimiento, como uno
ante el cual se oculta el rostro, era despreciado y desestimado. Con todo, eran
nuestros sufrimientos los que llevaba, nuestros dolores los que le pesaban...
Ha sido traspasado por nuestros pecados, deshecho por nuestras iniquidades; el
castigo, el precio de nuestra paz, cae sobre él y a causa de sus llagas hemos
sido curados".
"Era
maltratado y se doblegaba, y no abría su boca; como cordero llevado al
matadero, como ante sus esquiladores una oveja muda y sin abrir la
boca...". Pero esto no es más que el primer paso hacia el triunfo final,
es la batalla sangrienta que hará posible la victoria y la paz luminosa del
futuro
La segunda lectura nos describe la
cruda realidad por la que atravesó Jesús.
"Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo
alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la
condición de esclavo, pasando por uno de tantos". Cristo posee
la naturaleza divina con todas sus prerrogativas. Pero esta realidad
trascendente no se interpreta y vive con vistas al poder, a la grandeza y al
dominio. Cristo no usa su igualdad con Dios, su dignidad gloriosa y su poder
como instrumento de triunfo, signo de distancia y expresión de supremacía
aplastante (cf. v. 6). Al contrario, él «se despojó», se vació a sí mismo,
sumergiéndose sin reservas en la miserable y débil condición humana. La forma (morphe)
divina se oculta en Cristo bajo la «forma» (morphe)
humana, es decir, bajo nuestra realidad marcada por el sufrimiento, la pobreza,
el límite y la muerte (cf. v. 7).
"Y así, actuando como un hombre cualquiera, se
rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz".
"Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió
el "Nombre-sobre-todo-nombre"; de modo que al nombre de Jesús toda
rodilla se doble --en el cielo, en la tierra, en el abismo--, y toda lengua
proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre."
Teodoreto, que fue
obispo de Ciro, en Siria, en el siglo V: «La encarnación de nuestro Salvador
representa la más elevada realización de la solicitud divina en favor de los
hombres. En efecto, ni el cielo ni la tierra, ni el mar ni el aire, ni el sol
ni la luna, ni los astros ni todo el universo visible e invisible, creado por
su palabra o más bien sacado a la luz por su palabra según su voluntad, indican
su inconmensurable bondad como el hecho de que el Hijo unigénito de Dios, el
que subsistía en la naturaleza de Dios (cf. Flp 2,6),
reflejo de su gloria, impronta de su ser (cf. Hb 1,3), que existía en el
principio, estaba en Dios y era Dios, por el cual fueron hechas todas las cosas
(cf. Jn 1,1-3), después de tomar la condición de esclavo, apareció en forma de
hombre, por su figura humana fue considerado hombre, se le vio en la tierra, se
relacionó con los hombres, cargó con nuestras debilidades y tomó sobre sí
nuestras enfermedades» (Discursos
sobre la divina Providencia, 10: Collana di testi
patristici, LXXV, Roma 1998, pp.
250-251).
Teodoreto de Ciro
prosigue su reflexión poniendo de relieve precisamente el estrecho vínculo, que
se destaca en el himno de la carta
a los Filipenses, entre la encarnación de Jesús y la redención de
los hombres. «El Creador, con sabiduría y justicia, actuó por nuestra
salvación, dado que no quiso servirse sólo de su poder para concedernos el don
de la libertad ni armar únicamente la misericordia contra aquel que ha sometido
al género humano, para que aquel no acusara a la misericordia de injusticia,
sino que inventó un camino rebosante de amor a los hombres y, a la vez, dotado
de justicia. En efecto, después de unir a sí la naturaleza del hombre ya
vencida, la lleva a la lucha y la prepara para reparar la derrota, para vencer
a aquel que un tiempo había logrado inicuamente la victoria, para librarse de
la tiranía de quien cruelmente la había hecho esclava y para recobrar la
libertad originaria» (ib.,
pp. 251-252). [San Juan Pablo II, Audiencia general Miércoles 1 de
junio de 2005]
En el
evangelio hoy se nos propone leer y meditar íntegra la Pasión de Jesús. El
relato de Marcos de la Pasión. es concreto, directo, certero y muy claro. No es
posible desviar la atención de lo que está ocurriendo. Y ese drama de
Jerusalén, aunque sepamos que trajo nuestra salvación, todavía duele y aún
resulta difícil admitir el sufrimiento de Cristo. Resuena el eco de ese sufrimiento
en toda la Historia universal. Y fue por nosotros. Jesús es paz, Jesús es amor.
Jesús supo vivir el dolor para que todos nosotros fuésemos más felices.
Y con esa
muestra de paz y de amor que Jesús nos muestra hoy preparémonos de la mejor
manera posible para vivir estos días importantes de la Pasión, Muerte y
Resurrección de Nuestro Señor Jesús. No perdamos el tiempo. No olvidemos la
necesidad de acompañar a Jesús en estas horas ya que decimos que somos buenos
amigos de Jesús.
"
La meditación de esta Pasión tiene que ponernos ante la exigencia fundamental
del evangelio: sólo se "sigue" a Jesús haciendo lo que Él pide.
Pasión de los abandonos y del terrible silencio de Jesús. Pero también Pasión de los tres gritos:
Pasión de los abandonos y del terrible silencio de Jesús. Pero también Pasión de los tres gritos:
-
1. "¿Eres tú el Mesías, el hijo del Bendito"? ¡"Lo soy!, grita
Jesús, rompiendo el secreto sobre su mesianidad y su gloria. Encadenado y
humillado, revela finalmente lo inaudito: "Vais a ver cómo el Hijo del
hombre toma asiento a la derecha del Todo poderoso, y cómo viene entre las
nubes del cielo".
- 2. Aquello no podía aceptarse, en aquel lugar y delante de aquellos sacerdotes, más que como una blasfemia. Pero... ¿y nosotros? ¿Con qué fe lo miramos nosotros, en este momento? Jesús grita en la cruz su confianza: "¡Dios mío, Dios mío!". Y lo hace luchando contra el senti miento más terrible de abandono: "¿Por qué me has abandonado?". Palabra preciosa que ofrece a los que bajan a esos abismos. Si no hubiera llegado hasta allá... ¿sería el 'Emmanuel' prometido, el Dios-con-nosotros? Jesús, contigo puedo gritar en medio del abandono, pero contigo quiero también decir: "¡Dios mío!" donde creía que ya no podía decirlo.
- 3. El tercer grito de esta Pasión es aquél al que nos conduce Marcos desde el comienzo de su evangelio. Decir: "¡Tú eres Dios!" no a aquel que electrizaba a la gente, al que fue transfigurado, sino al condenado en la cruz. Una muerte tal, que el centurión gritó: "Realmente este hombre era Hijo de Dios". Es el lector (o el oyente) del evangelio el que dice esto al final de esta Pasión. Pero, una vez más: es inútil decirlo, si esto no nos cambia…»" . (P. André Sève<![if !supportFootnotes]>[1]<![endif]>, La Pasión del Abandonado),
- 2. Aquello no podía aceptarse, en aquel lugar y delante de aquellos sacerdotes, más que como una blasfemia. Pero... ¿y nosotros? ¿Con qué fe lo miramos nosotros, en este momento? Jesús grita en la cruz su confianza: "¡Dios mío, Dios mío!". Y lo hace luchando contra el senti miento más terrible de abandono: "¿Por qué me has abandonado?". Palabra preciosa que ofrece a los que bajan a esos abismos. Si no hubiera llegado hasta allá... ¿sería el 'Emmanuel' prometido, el Dios-con-nosotros? Jesús, contigo puedo gritar en medio del abandono, pero contigo quiero también decir: "¡Dios mío!" donde creía que ya no podía decirlo.
- 3. El tercer grito de esta Pasión es aquél al que nos conduce Marcos desde el comienzo de su evangelio. Decir: "¡Tú eres Dios!" no a aquel que electrizaba a la gente, al que fue transfigurado, sino al condenado en la cruz. Una muerte tal, que el centurión gritó: "Realmente este hombre era Hijo de Dios". Es el lector (o el oyente) del evangelio el que dice esto al final de esta Pasión. Pero, una vez más: es inútil decirlo, si esto no nos cambia…»" . (P. André Sève<![if !supportFootnotes]>[1]<![endif]>, La Pasión del Abandonado),
No olvidemos que Jesús sigue contando con
nosotros.
"El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, cargue con su
cruz y me siga" (Mc 8,34). Nos sigue invitando a que no nos olvidemos de
nosotros mismos y nos centremos en intentar hacer felices a los demás, en que
caminemos por sus caminos y no por los nuestros, en dejar que se cumpla su plan
en nosotros. Sólo respondiendo a la llamada que nos hace a cada uno de nosotros
descubriremos el verdadero sentido de la muerte de Cristo e iremos preparando
el camino para que el Señor resucite en nuestro corazón hasta poder descubrir
que la Resurrección convierte el árbol muerto de la Cruz en símbolo de vida
para siempre. Solo al final del evangelio Marcos desvela el misterio de la
identidad de Jesús, cuando el centurión que estaba junto a la cruz exclama:
“Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”. En la muerte de Jesús en la Cruz
se nos muestra su fidelidad insobornable a Dios Padre. En la Cruz contemplamos
al testigo del amor y la misericordia de Dios. El crucificado es el que ha de
guiar nuestros pasos. Optemos por la Cruz de la vida. Optemos por ser
sarmientos de la vid verdadera. Olvidémonos de nosotros mismos. Carguemos con
nuestras pequeñas cruces…y sigamos su camino.
¡Feliz Semana Santa, hermanos! La vivamos con intensidad. Acompañemos al
Señor que, durante estos días, nos dejará impresionantes lecciones de amor (en
palabras y obras) y, sobre todo, preparémonos con alegría desbordante al fruto
de la Pascua: su resurrección.
¿Cómo
procuraremos que rinda durante el Triduo Sacro? ¿lo echaremos todo a perder
desaprovechando la ocasión y marchando a gozar de las vacaciones indiferentes
que la sociedad otorga, como disfruta cualquier persona alejada de la Fe?
No olvidemos (y así lo hagamos ver) que es Semana Santa para vivir
devociones y no para más vacaciones.
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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<![if !supportFootnotes]>[1]<![endif]>
.- Xacerdote asuncionista francés, el P. André Sève
(1913-2001)
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