domingo, 8 de octubre de 2017

Comentario a las Lecturas del XXVII Domingo del Tiempo Ordinario 8 de octubre de 2017

Somos la viña del Señor y su plantel preferido. Él espera de nosotros una buena cosecha, para que corra la justicia como un río y los hombres puedan vivir en paz y en fraternidad.
En la primera lectura el profeta Isaías hace una amonestación a la gente de su tiempo, la cual, hoy, nos interpela a nosotros: son los frutos los que cuentan, son las obras las que tienen valor a los ojos de Dios. No sirve que seamos conocedores de todos los dogmas, ni de las verdades, ni de los poderes, si no producimos los frutos que el Reino quiere, el Señor se quedará triste al contemplar hoy su viña. Y los frutos del Reino son: verdad, justicia, paz, perdón, acogida a los despreciados... y todo esto hecho desde la vida.
 Hoy, el salmo 79, que proclamamos guarda una completa correspondencia con la primera lectura y con el Evangelio. Es una súplica para que el Señor Dios restaure el Reino de Salomón, el momento más glorioso de Israel. La viña es la alegoría de la familia del Señor, citada muchas veces en el Antiguo Testamento.
La segunda lectura, nos dice que hay que poner nuestra confianza en el Señor. San Pablo  nos apremia a que recuperemos la fe perdida; y él mismo nos dice como encontrarla: en la oración.
El Evangelio de San Mateo nos cuenta como se aperciben los jefes de los sacerdotes y los fariseos de que las palabras de Jesús, que narran la parábola de la viña y de sus arrendadores asesinos, se refieren a ellos. También hoy se refieren a nosotros, pero, ¿somos capaces de reconocer que se refieren a nosotros, a nuestros graves delitos? No, porque, normalmente, cuando oímos en boca de Jesús cosas que no nos gustan, siempre creemos que las dice por los demás o para personas que otras épocas. Jesús de Nazaret nos habla directamente a nosotros.

La primera lectura es del libro de Isaías (Is 5, 1-7). Este canto de la viña, compuesto por Isaías al principio de su ministerio y recitado, probablemente, con ocasión de la fiesta de la vendimia, es una de las piezas líricas más hermosas de toda la Biblia.
Esta alegoría de la viña inaugura el tema de las bodas de Yahvé con Israel, tema que será tocado repetidas veces en la literatura bíblica. En diversos pasajes de la Biblia, a Israel se le designa, unas veces, como una viña (Jr 2. 21; Ez 15. 1-8; 17. 3-10; 19. 10-14); otras, como la esposa mimada y después repudiada (Ez 16.; Dt 22. 2-14; 25. 1-13). En este pasaje de Isaías se entremezclan perfectamente ambas consideraciones.
En esta alegoría de la viña el profeta se compara al "amigo del esposo", encargado de proteger la virginidad de la prometida y acompañarla ante el esposo el día de sus nupcias.
La articulación de la perícopa es muy clara: introducción (v. 1a), tres estrofas centrales (vv. 1b-2; 3-4; 5-6) los vv. 3-5 invitan a la concurrencia a que se haga cargo de la determinación que se verá obligado a tomar, condenando a su esposa infiel a la esterilidad (v. 6).y una estrofa en forma de glosa, que sirve de conclusión nos da la clave de la alegoría. (v. 7).
-En la introducción, el profeta, amigo del esposo, se dispone a entonar un cántico. De forma intencionada, el autor no quiere decirnos quién es este amigo, lo deja a la intuición de los oyentes. Ellos serán los que lo descubran en el momento oportuno.
La intervención del profeta (v. 1) llama la atención sobre la misión del amigo del esposo. Las delicadas atenciones de que es objeto la viña (v. 2;) son las que Dios prodiga a su esposa (Ez 16. 1-14 o Ef 5. 25-33). El juicio que Dios emite sobre su viña se desarrolla públicamente (vv. 3-4), según lo prescribía la Ley en caso de adulterio.
Finalmente la condenación de la viña a la esterilidad (v. 6) es la maldición prometida a la esposa infiel, y la decisión de derribar el muro y la cerca (v. 5) recuerdan la orden de exponer a la mujer adúltera a la vergüenza pública antes de proceder a su muerte por lapidación (Ez 16. 35-43; Os 2. 4-15).
Desde que el amor de Dios al hombre se hace patente, aparece revestido de un acusado matiz dramático. La justificación de este amor no es otra que él mismo, siendo el sujeto que lo recibe un ser indigno de tal prerrogativa.
La paciencia de Dios afrontará, a todo lo largo de los siglos, la debilidad e inconsistencia del hombre, hasta que un buen día, en el corazón de la humanidad, surja una viña, fiel y capaz de dar abundantes frutos de vida divina; esta nueva viña no es otro que Jesucristo (cf. Jn 15.)

El responsorial  es el salmo79 (Sal 79, 9 y 12. 13-14. 15-16. 19-20) El salmo 79 es la oración de Israel ante una gran desgracia. El enemigo ha invadido el territorio nacional y ha destruido la ciudad y el templo, y Dios parece mostrarse indiferente y callado ante tamaña desgracia:«Señor Dios de los Ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve».
La vid, los pámpanos, las montañas, la cerca. Destrucción y ruina; y el hombre a quien escogiste y fortaleciste. Términos de ayer para realidades de hoy.
VV. 9-12: Con la situación presente contrasta la historia en la que Dios fue protagonista. Dios no debe interrumpir la obra comenzada. La imagen de la viña es frecuente para representar al pueblo de Dios: salida de Egipto, ocupación de la tierra prometida, expansión de su soberanía bajo David.
VV. 13-14: Comienza la serie de súplicas, con preguntas y llamadas, sin abandonar la imagen de la viña.
VV. 15-16: Dios debe actuar, pues se trata de «tu viña que tu diestra plantó, que hiciste vigorosa».
V. 19-20: Aleccionado por el castigo, el pueblo promete la enmienda, es decir, la fidelidad a Dios, para convivir con Él e invocar exclusivamente su nombre y no el de otros dioses.
Acaba con una súplica: “Señor, Dios del universo, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”.
San Juan Pablo II comenta así este salmo: "1. El salmo que se acaba de proclamar tiene el tono de una lamentación y de una súplica de todo el pueblo de Israel. La primera parte utiliza un célebre símbolo bíblico, el del pastor y su rebaño. El Señor es invocado como "pastor de Israel", el que "guía a José como un rebaño" (Sal 79, 2). Desde lo alto del arca de la alianza, sentado sobre los querubines, el Señor guía a su rebaño, es decir, a su pueblo, y lo protege en los peligros.
Así lo había hecho cuando Israel atravesó el desierto. Sin embargo, ahora parece ausente, como adormilado o indiferente. Al rebaño que debía guiar y alimentar (cf. Sal 22) le da de comer llanto (cf. Sal 79, 6). Los enemigos se burlan de este pueblo humillado y ofendido; y, a pesar de ello, Dios no parece interesado, no "despierta" (v. 3), ni muestra su poder en defensa de las víctimas de la violencia y de la opresión. La invocación que se repite en forma de antífona (cf. vv. 4. 8) trata de sacar a Dios de su actitud indiferente, procurando que vuelva a ser pastor y defensa de su pueblo.
2.En la segunda parte de la oración, llena de preocupación y a la vez de confianza, encontramos otro símbolo muy frecuente en la Biblia, el de la viña. Es una imagen fácil de comprender, porque pertenece al panorama de la tierra prometida y es signo de fecundidad y de alegría.
Como enseña el profeta Isaías en una de sus más elevadas páginas poéticas (cf. Is 5, 1-7), la viña encarna a Israel. Ilustra dos dimensiones fundamentales:  por una parte, dado que ha sido plantada por Dios (cf. Is 5, 2; Sal 79, 9-10), la viña representa el don, la gracia, el amor de Dios; por otra, exige el trabajo diario del campesino, gracias al cual produce uvas que pueden dar vino y, por consiguiente, simboliza la respuesta humana, el compromiso personal y el fruto de obras justas.
3. A través de la imagen de la viña, el Salmo evoca de nuevo las etapas principales de la historia judía:  sus raíces, la experiencia del éxodo de Egipto y el ingreso en la tierra prometida. La viña había alcanzado su máxima extensión en toda la región palestina, y más allá, con el reino de Salomón. En efecto, se extendía desde los montes septentrionales del Líbano, con sus cedros, hasta el mar Mediterráneo y casi hasta el gran río Éufrates (cf. vv. 11-12).
Pero el esplendor de este florecimiento había pasado ya. El Salmo nos recuerda que sobre la viña de Dios se abatió la tempestad, es decir, que Israel sufrió una dura prueba, una cruel invasión que devastó la tierra prometida. Dios mismo derribó, como si fuera un invasor, la cerca que protegía la viña, permitiendo así que la saquearan los viandantes, representados por los jabalíes, animales considerados violentos e impuros, según las antiguas costumbres. A la fuerza del jabalí se asocian todas las alimañas, símbolo de una horda enemiga que lo devasta todo (cf. vv. 13-14).
4. Entonces se dirige a Dios una súplica apremiante para que vuelva a defender a las víctimas, rompiendo su silencio: "Dios de los Ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña" (v. 15). Dios seguirá siendo el protector del tronco vital de esta viña sobre la que se ha abatido una tempestad tan violenta, arrojando fuera a todos los que habían intentado talarla y quemarla (cf. vv. 16-17).
En este punto el Salmo se abre a una esperanza con colores mesiánicos. En efecto, en el versículo 18 reza así: "Que tu mano proteja a tu escogido, al hijo del hombre que tú fortaleciste". Tal vez el pensamiento se dirige, ante todo, al rey davídico que, con la ayuda del Señor, encabezará la revuelta para reconquistar la libertad. Sin embargo, está implícita la confianza en el futuro Mesías, el "hijo del hombre" que cantará el profeta Daniel (cf. Dn 7, 13-14) y que Jesús escogerá como título predilecto para definir su obra y su persona mesiánica. Más aún, los Padres de la Iglesia afirmarán de forma unánime que la viña evocada por el Salmo es una prefiguración profética de Cristo, "la verdadera vid" (Jn 15, 1) y de la Iglesia.
5. Ciertamente, para que el rostro del Señor brille nuevamente, es necesario que Israel se convierta, con la fidelidad y la oración,volviendo a Dios salvador. Es lo que el salmista expresa, al afirmar: "No nos alejaremos de ti" (Sal 79, 19).
Así pues, el salmo 79 es un canto marcado fuertemente por el sufrimiento, pero también por una confianza inquebrantable. Dios siempre está dispuesto a "volver" hacia su pueblo, pero es necesario que también su pueblo "vuelva" a él con la fidelidad. Si nosotros nos convertimos del pecado, el Señor se "convertirá" de su intención de castigar: esta es la convicción del salmista, que encuentra eco también en nuestro corazón, abriéndolo a la esperanza. "  (San Juan Pablo II, en la audiencia general del miércoles, 10 de abril 2002)

La segunda lectura es de la carta del apóstol san Pablo a los filipenses (Fil 4, 6-9). El texto es parte del último capítulo de la carta, a los filipenses en ella da unos consejos. En primer lugar, hace una invitación a la alegría (4. 4). La causa de esta alegría es la próxima venida del Señor (v. 5). Es cierto que dicha venida ha de ser también motivo de vigilancia y que no podemos vivir "alegremente", pero debemos descansar de todas nuestras preocupaciones en el Señor. Por eso Pablo añade: "Nada os preocupe". Es una llamada a la serenidad de ánimo que nace de la confianza en Dios y que nos libera de la inquietud propia de cuantos no tienen en quien confiar.
La petición es la oración del pobre, del que todavía no ha llegado, del que todavía camina hacia la plenitud de Dios. Por eso es la oración de los cristianos que esperan la venida del Señor. Por otra parte, sabemos que Dios nos ama y se ha revelado en su Hijo, Jesucristo. Así que tenemos siempre motivos para dar gracias a Dios, y nuestras peticiones deben ir acompañadas incesantemente de la acción de gracias.

aleluya cf. jn 15, 16
Yo os he elegido del mundo - dice el señor -, para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.
El  evangelio es de san Mateo (Mt 21, 33-43). La lectura de este texto evangélico debe realizarse en relación con la imagen del canto de Isaías 5, 1-7. Aquí como allí hay un matiz polémico, contrastando los trabajos que el dueño ha realizado en la viña con el resultado que obtiene de los mismos.
Si bien en el texto de Isaías el protagonismo negativo recaía sobre la viña, aquí recae sobre los viñadores. Los viñadores son los judíos que no aceptan a los profetas y matan al Hijo fuera de la viña, fuera de Jerusalén. El pueblo nuevo al que se entrega la viña son los paganos. La alegoría denuncia la infidelidad de Israel y afirma la extensión del Reino a los paganos. A través de este mensaje, resalta la acción providente de Dios. Como en la historia de José, hay que ver y distinguir dos cosas: el mal que realizan los hombres desde la infidelidad, y el bien que hace Dios a pesar de ese mal, y, -lo que es más importante- a través de ese mal. Se subraya así la referencia a la actitud de los dirigentes de Israel hacia Jesús.
La "torre" es el caserón donde se vive durante la vendimia, con una abertura de observación en el techo. Sin embargo, está claro que en el centro del relato evangélico no está la conducta de la viña (o sea, de Israel), sino más bien de los campesinos. Por consiguiente, la alegoría se desarrolla no a nivel de pueblo, sino solamente de sus jefes.
 Dios aparece como un "extranjero" en medio del pueblo de Israel: Dios, el amo, no es, por así decirlo, "hebreo"; él viene solamente cuando se trata de alquilar la viña. He aquí, pues, un primer significado de la alegoría: Israel no es la patria de Dios. Dios está por otra parte y no está vinculada a las vicisitudes del pueblo elegido. Solamente les ha dado una tarea a los responsables de la viña israelita, y después se ha ido.
El contacto entre Dios-amo y la viña-Israel a veces se realiza a través de sus siervos, que claramente son los profetas. Los siervos-profetas son sucesivamente maltratados, golpeados e incluso matados. Entonces el Dios-amo decide enviar a su "hijo amadísimo": aquí el evangelista vuelve a tomar una expresión típica (1,11; 9,7), empleada en la descripción de los dos momentos teofánicos más solemnes de la vida de Jesús.
"Llegado el tiempo de la vendimia, envió a sus criados para percibir los frutos...": En el momento decisivo Dios pide cuentas a su pueblo. Los primeros enviados son los profetas. Estos sufren la violencia que está descrita en forma de lapidación, tradicional descripción de la persecución de los profetas en tiempos de Jesús e incluso en los primeros tiempos del cristianismo.
-"Por último, les mandó a su hijo...": Es la última oportunidad que tienen los labradores para la conversión. El término "hijo" tiene una referencia directa a Jesús. Aunque en el judaísmo del tiempo de Jesús el término "hijo" no tenía un sentido mesiánico, el evangelio de Mateo lo utiliza -más que los otros evangelistas- para referirse a la mesianidad de Jesús.
"Al ver al hijo se dijeron: Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia": el crimen de los labradores es cometido con plena responsabilidad, no por desconocimiento de la identidad del hijo. Así la parábola quiere subrayar la gravedad del rechazo de Jesús: es un rechazo de Dios en la persona de su enviado. Jesús ya ha manifestado suficientemente con sus obras que es el enviado de Dios.
"Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?": Así como el canto del profeta Isaías incluía un interrogante al oyente, a fin de que se convirtiera en juez de aquella situación, también ahora Jesús interpela a los dirigentes judíos para que juzguen. Será un juicio sobre su propia actuación. La respuesta implica las referencias del evangelista a la caída de Jerusalén, contemplada como un castigo por su negativa a creer en Jesús como el Mesías. San Mateo no pone nunca en duda la condición divina de Jesús: es el hijo de Dios.
El complot de los viñadores se basa en motivos claramente blasfemos. Ellos saben que el hijo, único heredero, es el solo que puede llevar adelante el proyecto salvífico del Dios-amo. Por esto quieren matar a Jesús, porque saben que él proclama una religión universal, y , por lo tanto, les quita el monopolio de Yahve, monopolio sobre el que se basa su poder económico. La acusación, bastante violenta, se inserta en el contexto inmediato de nuestro evangelio. El "monopolio" israelita está destinado a la destrucción total: "el amo vendrá y exterminará a los viñadores". Pero no se trata solamente de un exterminio, sino de una sustitución: el monopolio quedará suprimido, porque el amo alquilará la viña a otros. He aquí, pues, el punto central de la alegoría: Israel pierde su privilegio y esto no es más que la negativa de la buena noticia dirigida a todos.
"La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular": Cita del salmo 117 que sirve para explicar el trastorno de situaciones que provoca la persona de Jesús. Quien ahora es desechado, será el jefe de un nuevo pueblo que dará máximo fruto.
La alegoría se concluye en una forma clásica para el segundo evangelio: los jefes, al darse cuenta de que la parábola iba por ellos, en un primer momento piensan capturar a Jesús, pero tienen miedo de la gente. Y es que cuando la evangelización es realmente popular crea problemas muy serios a toda clase de poderes opresores.

Para nuestra vida
Tanto el profeta Isaías como el salmo responsorial, y el evangelio de Mateo utilizan la imagen de la viña para resaltar la relación de Dios con su pueblo. Una elación que construye una historia de amor y desamor, de gracia y desagradecimiento.

La primera lectura del profeta Isaías, diremos que este fervoroso y literariamente bello canto del profeta Isaías a la viña del Señor se refiere, evidentemente, al pueblo de Israel.
Isaías utiliza un motivo alegórico de gran tradición, el de la viña del Señor que es la casa de Israel (Os 10. 1; Jr 2. 21; 5. 10; 6. 9; 3. 14; 27. 2-5). Pero esta alegoría logra en el canto de Isaías su versión más brillante, en la que se inspirará la parábola de Jesús que vamos a escuchar en el evangelio de hoy. El profeta, el poeta (deberíamos escuchar con atención a los verdaderos poetas, pues la poesía auténtica es muchas veces latente profecía) pronuncia un canto inocente, adaptado a la situación festiva del momento.
El amor, el amigo del profeta, eligió para su viña la mejor tierra: un collado de tierra grasa. La cavó y la plantó con las mejores cepas. Con las piedras que sacó del campo construyó una tapia, y coronó esa tapia de espinos (v. 5). Después levantó en medio de la viña una torre de vigilancia y excavó una bodega en la roca. No podía hacerse más con esa viña. Pero la viña no le dio al amo lo que era de esperar, sino agrazones. Por eso se querella contra su viña. Los habitantes de Jerusalén escuchan estas quejas y son requeridos para sentenciar en el pleito. Tenemos aquí un caso análogo al de Natán cuando invita al rey David para que juzgue sobre un asunto que resultaría ser el suyo (2 S 12. 1 ss.). Pues los habitantes de Jerusalén son "la viña del Señor". ¿Qué podrán decir en su defensa? Nada, por eso no responden.
Y ante el silencio de la viña, de la casa de Israel, Yahvé pronuncia una sentencia sobre ella y contra ella. El amo derribará la tapia para que la coman los rebaños y la devasten, la dejará yerma para que crezcan de nuevo los cardos y mandará a las nubes para que pasen de largo. Dios abandonará a Israel a su propia suerte y lo entregará como fácil presa a los asirios. Pues esperaba uvas y le ha dado agrazones; quería que corriera el derecho y la justicia como un río y sólo corre la sangre inocente y los lamentos de los oprimidos.
Dios había esperado de su pueblo derecho y justicia, pero su pueblo le respondió con asesinatos y lamentos. Aplicándonos nosotros este texto a nosotros mismos, debemos preguntarnos ahora si nosotros hemos respondido siempre con derecho y justicia, es decir, con fidelidad, a la oferta de salvación que el Señor nos ha hecho repetidamente a lo largo de nuestra vida.
Es verdad que Dios no se cansa de buscarnos.  Pero nosotros, nuestra sociedad, muchas veces y en muchos momentos y circunstancias no nos dejamos encontrar por Dios. Y es que, para salvarnos, no es suficiente con que Dios nos busque, es necesario que nosotros nos dejemos encontrar por Dios. Claro que la salvación, en estricta teología, siempre es gratuita, porque nuestra salvación es obra de la infinita misericordia de Dios. Pero Dios no fuerza a nadie a dejarse salvar por él. Sería tanto como negar el valor de la libertad humana y caer en un predestinacionismo absoluto que anula totalmente la libertad humana. No puede ser igual para Dios que nosotros respondamos a su oferta de salvación con obras buenas o con obras malas. No puede ser indiferente para Dios que sus criaturas hagan el bien o hagan el mal. Por eso, en este bello canto del profeta Isaías a la viña del Señor se nos dice que el Señor arrasará su viña, al pueblo de Israel, por no haber sido fiel a su amor. Seamos, pues, nosotros consecuentes con nosotros mismos: el Señor nos ofrece su salvación, pero si nosotros la rechazamos el Señor no podrá salvarnos.

“La viña del Señor es la casa de Israel". Frase del salmo 79, que repetimos en el salmo responsorial, resume  los textos de la primera lectura del profeta Isaías y el texto del evangelio según san Mateo.
El salmo también nos recuerda la obra de Dios en nosotros. , el Señor Dios nos restaurará, hará brillar su rostro sobre nosotros y nos salvará. Todo para que seamos buenos nosotros, y podamos  hacer el bien .
El salmo 79 es la oración de Israel ante una gran desgracia. El enemigo ha invadido el territorio nacional y ha destruido la ciudad y el templo, y Dios parece mostrarse indiferente y callado ante tamaña desgracia: «Dios del universo, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña.
Cuida la cepa que tu diestra plantó y al hijo del hombre que tú has fortalecido
Con este salmo podemos hoy pedir por la Iglesia y sus pastores. También la Iglesia,  el nuevo Israel sucumbe frecuentemente ante el enemigo, y le falta mucho para ser aquella vid frondosa que atrae las miradas de quienes tienen hambre de Dios: «Tú, Señor, elegiste a la Iglesia para que llevara fruto abundante, tú la quisiste universal, quisiste que su sombra cubriera las montañas, que extendiera sus sarmientos hasta el mar; y, fíjate, sus enemigos la están talando, su mensaje topa con dificultades, su Evangelio, con frecuencia, es adulterado; pon tus ojos sobre tu Iglesia.
«¡Oh Dios, restáuranos!», es la petición de nuestra inquieta comunidad. Él puede hacer brotar también en nosotros el ideal comunitario y misionero de los orígenes. Es preciso recordarle a Dios Padre su bondadosa presencia y eficacia de otros tiempos. «¡Ven a visitar tu viña!» «¡Danos vida para que invoquemos tu nombre!» «¡Que brille tu rostro y nos salve!»

En la segunda de la carta a los Filipense San Pablo, , se dirige a unos cristianos que vivían en una sociedad mayoritariamente pagana. Vivían en minoría y se sentían menospreciados y, a veces, perseguidos. San Pablo les dice que no se preocupen por ello, que mantengan siempre un comportamiento justo y ejemplar y que el Señor les dará la paz. La paz, en hebreo, shalom, es el mayor don que Dios podía dar a una persona, porque incluía el bienestar material y espiritual. Intentemos también nosotros vivir siempre en paz, en la paz de Dios, en medio de todas las dificultades materiales, sociales y espirituales en las que nos toque vivir." Nada os preocupe… y la paz de Dios custodiará vuestros corazones y vuestros pensamiento en Cristo Jesús… Todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta" .
La relación con Dios ha llenado a San Pablo de una gran paz consigo mismo y con el mundo, pero, a la vez, le ha llenado de energía para tratar de transformarlo y de inculcar a otros esa inquietud por hacer posible lo que hay dentro de nosotros y de las cosas para dar rienda suelta a la alegría y la felicidad. No con angustia ni con impaciencia sino con esperanza.
San Pablo esboza aquí para los cristianos de Filipos un estilo de moral, una forma de comportamiento que no tiene nada que ver con la moral pagana, sino que camina en otra línea. Señala varios puntos de apoyo que los creyentes harán bien en tomar. El primero es que el actuar cristiano se desarrolla en la oración, en un clima de ternura en Cristo Jesús. La prescripción de toda moral queda desplazada por una visión de amor y esto lo expresa el creyente en la acción de gracias. Algo que cada domingo toda comunidad cristiana se esfuerza por poner de manifiesto.
El creyente, dice también San Pablo, se caracteriza por una gran humanidad. Queda superada la concepción del que se aleja de los hombres porque le defraudan y “se refugia” en Dios. Ciertamente ese Dios no lo es tal, porque el Dios de Jesús pasa por el hombre Jesús. Por eso se podría definir al creyente como un apasionado por todo lo humano, por mejorar lo que se pueda mejorar dentro de la vida del hombre, por hacer al hombre más hombre. Y todo ello por exigencias de la fe. Este es el fruto que Dios espera del derroche de amor que ha hecho con el hombre (cf 1. lectura).
En su conjunto esta segunda lectura puede ser  hoy un  nuevo conmover nuestras conciencias, nuestra moral cristiana tradicional: "todo lo que es bueno, noble, bello, justo, verdadero, amable, laudable... tenedlo en cuenta". El cristianismo no se inventa una moral propia haciendo tabla rasa del sentido común y de la conciencia ética natural. Cierto que tiene aspectos propios, nuevos, peculiares, que da una nueva perspectiva a todo el conjunto. Pero no queda reducida a ser "otra cosa".
Escuchando este texto se nos invita a la tarea de redescubrir la moral cristiana, de ampliarla a sus verdaderas dimensiones. Porque Jesús no trajo una moral nueva, más sofisticada o perfeccionada. Jesús trajo el anuncio de un Reino nuevo, que tiene en cuenta todo lo que es bueno, noble, bello, justo, verdadero amable, laudable... El día que "tengamos en cuenta" todo esto ganará mucho prestigio la moral cristiana. Que sea pronto.
Este comportamiento va unido a la "paz de Dios" porque viene de Dios y no es la paz que el mundo puede dar. Esta es la paz que posee el que sabe conjugar en su vida la responsabilidad vigilante y la petición a Dios de lo que todavía espera, con la seguridad de una fe agradecida por lo que ya ha recibido en Xto Jesús. Pablo, que escribe desde la cárcel y a la vista de sus guardianes, compara esta paz de Dios a los guardianes que Dios pone ante las puertas del corazón y de la mente para que nada perturbe la serenidad interior.
Según el pensamiento de San Pablo (Cf Rom 5), la paz no es algo que se caracteriza exclusivamente por la ausencia de guerra, no es siquiera una virtud moral, sino es el saberse salvado por Jesús. Esta es la paz fundamental de la que dimana toda otra paz. Pues bien, el creyente tendrá que esforzarse, si quiere ser consecuente con el hecho de Jesús, por ser un hombre de paz. El cristiano es, por definición, un pacifista, un no violento nato, un antimilitarista profundo, porque cree que el mejor medio para llegar al entendimiento entre dos personas es el camino de la paz. Construir la paz es querer infundir serenidad y coraje, simpatía y ánimo.
Esta paz de Dios, que nos custodia de falsos temores, nos libera por ello mismo para apreciar y aceptar sin recelo cuanto de bueno hay en el mundo. Los cristianos tienen que tener siempre abierto el corazón a todos los valores que, no siendo específicamente suyos, son sin embargo auténticos.

En el evangelio vemos como a Dios  no le quedó otro remedio que entregar su viña (su Reino) a otro pueblo que produzca frutos.
Jesús toma de la tradición literaria y religiosa de su pueblo el canto de la viña, original de Isaías, y lo aplica a los responsables de su pueblo, pero también a todos nosotros, porque todos ya somos responsables de comunicar, presentar y construir eso que Él llama Reino de Dios y que es vivir y entender la vida desde el Dios bueno que nos ha presentado. Es tan distinta y tan genial que privar de ella a otros es un desprecio a quien nos la ha confiado.  
La historia de la viña es la historia del pueblo de Israel, la historia de la humanidad. Ahora la viña del Señor es la Iglesia, llamada a ser sacramento universal de salvación. Su misión es, como señalaba la "Lumen Gentium", anunciar y establecer el Reino de Dios, cuyo germen se encuentra ya en este mundo.
Todos somos trabajadores activos en la viña del Señor. En nuestras comunidades parroquiales se anuncia estos días el plan del nuevo curso con multitud de grupos y actividades -pequeñas parcelas- en las que los miembros de la comunidad pueden colaborar. La pasividad y el pasotismo son nefastos para la Iglesia. Has recibido un carisma por parte de Dios, no lo entierres, sé generoso. Todos estamos llamados a dar testimonio en medio del mundo, que es el lugar donde se desenvuelve nuestra vida cotidiana. Dejemos que cada cual aporte su granito de arena en la construcción del Reino.
Todos los cristianos estamos invitados a tomar conciencia de nuestra responsabilidad en el trabajo de la viña, todos somos corresponsables. ¿Has escuchado la llamada que Dios te hace a trabajar en la viña?, ¿te has preguntado alguna vez cuál es la parcela de la viña de la que te encarga el Señor?
Así el evangelio nos presenta la viña como la casa de Israel. Yahvé la plantó, arregló y preparó con todo esmero para que diera fruto. Derrochó en ella todo su amor. Sólo esperaba de ella una cosa: que diera uvas, el fruto de la vid. En el pacto de la Alianza en el Sinaí quedó claro el compromiso de ambas partes: "vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios". El Señor fue fiel, pero el pueblo olvidó su juramento. Dios sólo deseaba que diera frutos de amor, por su propio bien, por su propia felicidad. A pesar de todo, envió a sus mensajeros los profetas (los criados de la parábola) para recordárselo, pero no sólo no les escucharon sino que les apedrearon o les mataron. ¿Qué más podía hacer por su viña que no haya hecho? Lo impensable: envió a su propio hijo. Pero los labradores acabaron con su vida para quedarse con la viña. Mateo, teniendo en cuenta los acontecimientos de la crucifixión de Jesús en el calvario, dice aquí que los arrendatarios, agarrando al heredero, "lo empujaron fuera de la viña y lo mataron".
Podemos concluir con esta oración de acción de gracias
Dios y Padre nuestro, hoy la Palabra invita a contemplarte como el propietario que con amor e ilusión planta la viña y hace cuanto puede para que las cepas puedan crecer y producir fruto. Te contemplamos como el Padre paciente que no se cansa de amar ni de esperar una respuesta positiva de nuestra parte, que a veces producimos agrazones o no sabemos reconocer que todo el bien que existe en la Iglesia y el mundo es fruto de tu amor, y que no somos sus dueños. Por eso te pedimos, Padre, que nos dejemos trabajar por ti, que tu rostro luminoso renueve nuestro modo de pensar y sentir para que no actuemos como propietarios de lo que no es nuestro, sino tuyo. Que aprendamos a colaborar contigo cuidando lo que ha plantado tu diestra amorosa: nuestra vida y la de nuestros hermanos, , el universo que nos has confiado para que sea el jardín de Dios

Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org


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