Comentario a las Lecturas del XXVI Domingo del Tiempo Ordinario 1 de octubre de 2017
En las lecturas de este
domingo se apela a la responsabilidad personal,, relacionada con la conversión
y la misericordia de Dios.
En el evangelio de hoy aparecen de nuevo la viña
y los primeros y los últimos, que toman la delantera. Como en el del domingo
anterior. Pero ahora no se trata del propietario y los jornaleros, sino de
"un hombre que tenía dos hijos", como aquel que encontramos en el
tercer evangelio, en la parábola del hijo pródigo. Y aparecen nuevos conceptos:
la oposición entre buenas palabras y buenas actuaciones; la reflexión, el
arrepentimiento, el cambio de actitud.
Lo que importa es aquello que se
hace. Si quien se considera justo obra mal, de nada le sirve la consideración
propia o de los demás. Y si quien se considera -o es considerado- pecador deja
de obrar el mal y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida.
La
respuesta responsable a Dios, nos lleva a la conversión, dice Ezequiel:
"Si el malvado recapacita y se convierte de los delitos cometidos,
ciertamente vivirá y no morirá".
Es la firme esperanza en el amor perdonador de Dios que JC nos enseña. Es lo
que confiere verdad al sacramento de la penitencia: confesar el pecado, es
decir, reconocerlo ante Dios, significa proponerse dejar el camino del mal para
seguir el camino de JC, el camino de justicia y bondad. O sea, vivir en comunión
con Dios.
Ya convertidos, el camino nos lo
mara Dios, así en el salmo leemos: "Señor,
enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador, y todo el día estoy esperando".
Esta debiera ser nuestra plegaria más frecuente, más honda. Conocer el camino
que el Señor espera de nosotros, su camino de verdad, que es camino de vida, de
amor, de justicia, de bondad. Un camino que hemos de buscar y por el que hemos
de avanzar confiando no en nuestras fuerzas sino esperando -"todo el
día"- en nuestro Dios y Salvador.
Responsabilidad y conversión nos
llevan a tener los sentimientos propios de una vida en Jesucristo Y esto enlaza
con una expresión de la carta de san pablo. Una expresión muy típica del apóstol:
"tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo
Jesús". A menudo nos hallamos en situaciones, con problemas, que no
sabemos cómo resolver. Ante una situación personal, familiar, de trabajo, de
problemas colectivos, ¿qué hacer? El evangelio no aporta soluciones
prefabricadas a nuestros problemas de aquí y de ahora, pero aporta una cierta
manera de vivirlos, algo que es característico del cristiano: procurar vivirlos
y meterse en ellos y resolverlos con "los sentimientos propios de una vida
en Cristo Jesús".
La primera lectura es de la profecía de ezequiel
( Ez 18,25-28)
El año 597 fue deportado Ezequiel a
Babilonia. Sin duda pertenecía a la clase alta de Jerusalén, pues era sacerdote
y cortesano del rey Joaquín, que fue también deportado con toda su familia, con
los nobles y artesanos y todos los hombres aptos para la guerra. Estos judíos
se instalaron en juderías, entre las que pronto se distinguió la de Tell Abib que estaba situada
junto al canal Kebar (1. 1 y 3) del río Eufrates. Fue allí donde los judíos tuvieron que soportar
las burlas de los babilonios que interpretaban la destrucción de Jerusalén (año
586) como una victoria de sus dioses sobre Yahvé (36. 20). Allí "junto a
los canales de Babilonia", los cautivos aprendieron a meditar sobre los
castigos de que eran objeto y a cantar su dolor con salmos llenos de añoranza
por la patria abandonada. Y en esa judería fue donde Ezequiel, cuyo nombre
significa "Dios fuerte", tomó la palabra para iluminar la situación
de sus paisanos y correligionarios.
Este capítulo de Ezequiel marca un
hito dentro de la teología del AT. El concepto de comunidad, de pueblo, era
como un "dogma" en la mentalidad semítica: la comunidad se salva, la
comunidad perece.
Lo individual se diluye en lo
colectivo con todas sus consecuencias: positivamente una fuerte conciencia de
pueblo, negativamente un esquivar el hombro en lo concerniente al progreso
individual en la fe. Pero en el profetismo tardío se inicia, sobre todo con
Jeremías (cf. 31. 30), una gran corriente de individualismo religioso. Ez
desarrolla ampliamente la nueva adquisición de la responsabilidad personal. Se
desolidariza al individuo del destino de la comunidad: él es el responsable de
su propio destino.
El profeta escucha los lamentos y
comentarios de los cautivos que se quejan de su suerte y de la justicia de
Dios. Pues, según una opinión generalizada y antigua (Ex 20. 5), Dios castigaba
en los hijos el pecado de los padres.
Ezequiel replica diciendo que no es cierto que Dios
castigue por los pecados ajenos, pues dice el Dt: "No morirán los padres
por culpa de los hijos, ni los hijos por culpa de los padres. Cada cual morirá
por su pecado" (24. 16). Ez interpreta la ley en el mismo sentido que el
Deuteronomio.
-"No es justo el proceder del
Señor".- He aquí una frase que quizás hemos estado tentados de pronunciar
más de una vez (¡si no la hemos pronunciado ya!). Significa que nosotros
sabemos de qué modo debe actuar y comportarse Dios; es decir, quien es Dios y
cómo es. Si esto es así, ya no tenemos que escuchar más ni tenemos que
convertirnos. Y nos convertimos en jueces de nuestra vida (y de la de los
demás); y, todavía, ¡en nombre de Dios!.
Cuando no cuadra con nuestras ideas,
condenamos al que intenta hablar en nombre de Dios: es un blasfemo. Así fueron
asesinados los profetas y así fue condenado el Hijo. Pero Dios nos interpela:
"¿o no es vuestro proceder el que es injusto?".
El responsorial es el salmo (Sal
24,4bc-5.6-7.8-9). El salmo respira
una ferviente piedad personal. El procedimiento adoptado para su composición es
el llamado alfabético. Es decir, que el autor para componer el salmo sigue la
sucesión de las letras del alfabeto. El primer versículo corresponde a la
primera letra. Y así sucesivamente..., respetando rigurosamente el orden.
El alfabeto es un don de Dios. Por
eso es usado para alabar a Yahvé: incluso en la sucesión de las letras. En
cierto sentido es restituido al Señor, elaborado por la inteligencia humana, lo
que él le ha regalado. Además no hemos de olvidar otro aspecto religioso del
alfabetismo: alabar a Dios con las mismas letras con que ha sido escrita la
ley. No te acuerdes de los pecados ni
de las maldades de mi juventud (v. 7).
Y también lo que debe recordar:
Recuerda, Señor, que tu ternura y tu
misericordia son eternas
(v. 6).
Y si te quieres acordar de mí no te
pares en mis imbecilidades:
Acuérdate de mí con misericordia (v. 7).
En otras palabras, recuerda cuánto
amor, cuánta paciencia y cuántos sufrimientos te he costado.
En definitiva, el autor de esta
oración elige el caer en la emboscada de la misericordia
Incluso quien se ha equivocado no es
abandonado a sí mismo:
El Señor es bueno y es recto, y
enseña el camino a los pecadores (v.
8).
Hace caminar a los humildes con
rectitud, enseña su camino a los humildes.(v. 9).
La
segunda lectura es de
la carta del apóstol san Pablo a los filipenses ( Fil 2,1-11) Continuando
la carta a los filipenses, leemos hoy un fragmento de las recomendaciones para
la vida dentro de la comunidad que se iniciaron en el último versículo de la
lectura del domingo anterior.
El
fragmento habla de la unidad y armonía que debe reinar entre los creyentes, y
pone a la humildad como fundamento de esta concordia. Vale la pena notar que la
exhortación es vehemente, puesto que la introduce con una referencia a aquello
que es más importante para los lectores: la participación del consuelo de
Cristo y de los dones del Espíritu. Asimismo cabe señalar el tono de la
petición que es una súplica en la que se quiere traslucir todo el amor por
aquella comunidad y la ilusión que tiene de que llegue a funcionar bien.
San
Pablo está en la cárcel, probablemente en Éfeso. Cuando escribe a los
filipenses, ya ha comparecido ante el tribunal, pero la sentencia está todavía
pendiente y no es seguro si lo pondrán en libertad o lo condenarán a muerte.
Encarcelado y juzgado por ser cristiano, Pablo puede pedir con honradez u
autoridad a los miembros de la comunidad de Filipos
que den a su vez testimonio cristiano. ¿Qué tipo de testimonio? El de la
concordia y el amor.
Lo
dicho por San Pablo, induce a pensar que probablemente la iglesia de Filipos peligraba de caer en serias divisiones, provocadas
no por disensiones de fe o de comportamiento, sino por rivalidades personales.
El
egoísmo, la envidia y la presunción habían empezado a causar estragos en la
comunidad; ésta se estaba convirtiendo en un antisigno
escandaloso. En estas circunstancias, Pablo pide a los cristianos de Filipos que tengan la grandeza de ánimo suficiente para
superar el propio interés y abrirse con sencillez a los demás. San Pablo
insiste tanto en la humildad y en no anteponer los propios intereses al interés
común.
Al
pedir esto, Pablo no se basa en una simple pedagogía humana, sino en un caso
concreto: el de Cristo Jesús, que, siendo Dios, se hace hombre. Se trata de un
paso incomprensible, indecible; pero que Dios lo emprendió porque quería estar
abierto al hombre.
Buscar
el interés de los demás llevó a Cristo a despojarse de su rango. Esta dinámica
existencial de Cristo Jesús señala al cristiano la pauta de su propia dinámica.
El himno cristológico de la carta a los filipenses es uno de los textos fundamentales en la elaboración de la cristología. En este himno el centro en torno al cual gira la reflexión es la frase final: Jesucristo es Señor. "En la traducción griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre inefable con el cual Dios se reveló a Moisés (cf. Ex 3, 14), YHWH, es traducido por "Kyrios" ["Señor"]. Señor se convierte desde entonces en el nombre más habitual para designar la divinidad misma del Dios de Israel. El Nuevo Testamento utiliza en este sentido fuerte el título "Señor" para el Padre, pero lo emplea también, y aquí está la novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios (cf. 1 Co 2,8). (Cf. Catecismo de la Iglesia católica 446).
El himno de filipenses indica claramente la perfecta divinidad y la perfecta humanidad de Cristo. Pues bien, Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. En este himno no se habla de los discursos del Señor, de sus enseñanzas, sino de sus obras: se despojó, tomó la condición de esclavo, se sometió incluso a la muerte. El nos enseña el camino que debe seguir el cristiano: el camino de la obediencia a los planes divinos, el camino de la humildad, el camino del cumplimiento de la voluntad de Dios en las obras, no solo en las palabras. Aquí admiramos el poder de Cristo: un poder muy distinto del humano que desea imponer y hacer la propia voluntad. El poder de Cristo es el poder de la obediencia al Padre, es el poder el amor y de la verdad, es el poder del que sirve y da la vida por los amigos. Cristo es Señor. Él tiene el nombre sobre todo nombre, y ésta es nuestra esperanza. Podemos esperar en el poder de Dios. Un poder que actúa en este mundo, lo cambia por dentro. Un poder que no se ejerce despóticamente, sino amorosamente. ¡Cristo es nuestra esperanza!.
ALELUYA Jn 10, 27
Mis ovejas escuchan mi voz --dice el Señor--, y yo las conozco, y ellas me siguen.
Mis ovejas escuchan mi voz --dice el Señor--, y yo las conozco, y ellas me siguen.
El
evangelio es de San Mateo (Mt
21,28-32) Mateo
sitúa esta parábola después de la entrada de Jesús en Jerusalén, junto a otras
parábolas que suscitan la polémica con los jefes judíos en tomo a la autoridad
de Jesús. En el evangelio de hoy aparecen de nuevo la viña y los primeros y los
últimos, que toman la delantera. Como en el del domingo anterior. Pero ahora no
se trata del propietario y los jornaleros, sino de "un hombre que tenía
dos hijos", como aquel que encontramos en el tercer evangelio, en la
parábola del hijo pródigo. Y aparecen nuevos conceptos: la oposición entre
buenas palabras y buenas actuaciones; la reflexión, el arrepentimiento, el
cambio de actitud. Hoy y los dos próximos domingos vamos a leer tres parábolas
de Jesús dirigidas todas ellas "a los sumos sacerdotes y a los ancianos
del pueblo". Tienen en común el hecho de que Jesús se ve rechazado por los
notables del pueblo, aquellos que deberían haberlo aceptado desde el principio.
En estas notas al evangelio de hoy vamos a fijarnos en primer lugar en la
parábola y luego en sus aplicaciones.
Jesús contesta, preguntando, como
buen educador, procede a menudo con interrogaciones más que con afirmaciones, a
fin de provocar una reflexión personal. Invita a sus interlocutores a juzgar lo
que va a proponerles ("¿qué os parece?") y la interpelación se repite
de nuevo al final ("¿Quién de los dos...?"). Los dos hijos tipifican
los dos grupos en que se dividía el pueblo de Israel: los "justos" y
los "pecadores", pero ambos son considerados como hijos y son objeto
del amor del Padre, al tiempo que tienen también necesidad de perdón. La
parábola describe dos actitudes contrarias. La del que es considerado pecador:
su respuesta cortante ("no quiero"), que muestra la desobediencia al
deber más importante para con los padres, hace que los oyentes de Jesús lo
caractericen como tal; pero éste es capaz de arrepentirse y hacer la voluntad
de su padre. La segunda actitud -el segundo hijo tipifica aquellos que se creen "justos"-
sería la de los que dicen y no hacen; los que en el momento decisivo no
obedecen.
Toda la fuerza de la parábola está
en el hacer o el dejar de hacer, que es lo que en definitiva cuenta ante Dios. El mensaje de este texto es
obvio: entra en el reino el que hace, no meramente el que dice. El que
dice y no hace es fariseo, enemigo de Jesús.
Las palabras de Jesús ("os
aseguro...") se dirigen a los notables del pueblo diciéndoles que ellos
son los que dicen y no hacen, que externamente son piadosos pero que en
realidad no cumplen la voluntad de Dios. En cambio, "los publicanos y las
prostitutas", considerados como personas cuya conversión era imposible a
causa de su clase de vida, sustituyen a los primeros en el camino hacia el
Reino.
A esta aplicación de la parábola se
añade otra, aplicada a la predicación de Juan Bautista. Los que creyeron en él
y manifestaron con hechos concretos su conversión -como el primer hijo- se
encuentran ahora dispuestos para aceptar a Jesús. Los que no se tomaron
seriamente al Bautista van experimentando un endurecimiento que les impide
convertirse incluso después "de ver esto", es decir, el cambio que
con ocasión del Bautista y sobre todo de Jesús, experimentan los considerados
pecadores.
A lo largo de todo el texto, se dan continuas referencias en tono polémico
hacia aquellos que no quieren aceptar la predicación de Jesús y se escandalizan
del Evangelio.
Que lo importante sea el cumplimiento
de la voluntad del Padre no implica que las "formas" no tengan
ninguna importancia, al menos en este caso. El Padre hubiese quedado más
satisfecho si a las palabras educadas hubiese seguido un trabajo efectivo en la
viña. Las "formas" no son todo el "hacer" ni tienen sentido
sin él, pero también son "hacer" si conllevan compromiso activo.
Ante necesidades de la viña de
nuestro mundo podemos preguntarnos si los cristianos globalmente considerados,
hemos respondido con palabras huecas o con hechos. Nunca han faltado
individualidades que, desde la fe, han empujado la historia concreta hacia el
Reino; pero debería ser una cuestión inquietante para nosotros (se trata de la
fidelidad al Señor) porque como conjunto comunitario la respuesta efectiva no
se ha dado siempre. ¡Cuántos testimonios heroicos de cristianos quedan
devaluados al poder ser considerados como la excepción que confirma la regla!.
Viña que arar no falta: hambre, explotación, violencia, paro, droga,
indefensión... Nada de esto es voluntad del Padre. ¿Cómo ser conservadores de
un mundo así? Otros niegan a Dios, pero trabajan en la transformación de estas
negras realidades. Como conjunto parece que nos interesen más los documentos
doctrinales que el compromiso real.
Para nuestra vida
Las
lecturas hoy y especialmente el evangelio nos advierte de un peligro que acecha a los
mejores, a los que se esfuerzan lo mismo que los fariseos: creerse tan al lado
de Dios que no se piensa ya en convertirse, en cambiar.
Uno de los temas de fondo de este
domingo, es el de la conversión a Dios,
que nos llama. En efecto, el texto del profeta Ezequías hablándonos de la
responsabilidad personal, quiere mostrarnos que cada uno tiene el grave deber y
la hermosa responsabilidad de convertir su alma a Dios. La retribución de
nuestras obras es algo personal. Cada uno será premiado o castigado por sus
propias obras, en consecuencia, es necesario que cada uno oriente su vida hacia
Dios con amor y se arrepienta de sus pecados (1lectura). En el evangelio esta
enseñanza se profundiza ante la predicación del Bautista y ante la llegada del
Mesías, Cristo el Señor. No basta obedecer sólo de palabra los mandamientos de
Dios, es necesario que las obras acompañen nuestras palabras. Esto es verdadera
conversión. Por esta razón, como dice el evangelista, los publicanos y las
prostitutas precederán a los maestros de la ley en el Reino de los cielos.
Mientras los primeros dijeron "no" a la voluntad de Dios, pero
después se convirtieron de su mala conducta; los segundos, es decir, los maestros
de la ley, creyéndose justos, no sentían la necesidad de convertirse y de hacer
penitencia por sus pecados. Con sus palabras decían "sí" a Dios, pero
sus obras eran distintas. ¡Qué grande peligro el de sentirse justo y no
necesitado de arrepentimiento! (Evangelio). La carta a los filipenses, por su
parte, nos ofrece el modelo del cristiano: la humildad y el abajamiento de
Cristo el Señor que cumple en todo y fielmente la voluntad Padre. (2lectura).
La
primera lectura nos plantea la actitud de Dios.
Pero si Dios
es justo cuando castiga al culpable, lo es en abundancia cuando da ocasión para
la penitencia y perdona al pecador arrepentido. Porque Dios no busca la muerte
del pecador, y lo que quiere es que se convierta y viva (v. 32).
En pocos momentos habla Ez de la
conversión del que ha pecado. Para él no hay lugar ni siquiera a la conversión,
ya que Dios mismo va a imponer su gloria empeñada quiera que no el hombre
pecador. Sin embargo, también aparece la responsabilidad del hombre ante su
propia conducta. El don de Dios es de tal manera envolvente y maravilloso que
quien lo recibe no tiene más remedio que "sentir pena" de sí mismo,
ya que no puede hacer valer ningún mérito propio.
Y en cualquier caso Dios respeta la
libertad del hombre, mientras advierte a los justos para que no caigan y da a
los pecadores la oportunidad de convertirse y salvar sus vidas. Al creyente se
le exigirá esta actitud de conversión porque él mismo, y no otro, es el que ha
pecado. Es un camino cerrado el parapetarse en la hipocresía de los demás para
excusar nuestra propia maldad.
La vida que aquí se promete a los
justos y a los que se arrepienten no es aún la vida eterna, sino una larga vida
en la tierra y prosperidad temporal. Con todo, esta promesa es ya un punto de
partida para llegar al conocimiento de la vida eterna y de una mejor justicia.
Pues vemos que no siempre los justos llevan en este mundo la mejor parte.
Hoy, como ayer, es difícil ser
libre. Ante la diversidad de estímulos que actúan los hombres de nuestro
tiempo, la libertad invita a la toma de decisiones personales. Acontece, sin
embargo, con mucha frecuencia, que cada uno trata de buscar la propia
seguridad, descargando sobre tal o cual colectividad -un partido, una nación,
la misma Iglesia- la responsabilidad de determinadas situaciones.
Se llega incluso a juzgar
responsable de tales situaciones al propio Dios: "¡Si Dios fuera justo
-suele decirse-, no permitiría que sucedieran estas cosas!". Corresponde a
Ezequiel el mérito de haber orientado al hombre hacia sus responsabilidades y
su libertad, no sin antes haberles invitado a superar una prueba. Es un hecho
sobradamente comprobado que sólo a través de experiencias dramáticas, de la
angustia y de la inquietud, es como los hombres llegan a conocer, de un modo progresivo,
el valor auténtico de su libertad. Este descubrimiento de los valores que
entran en juego en la consecución y ejercicio de la libertad no vale de una vez
para siempre; es preciso actualizarlo continuamente si queremos escapar al
fatalismo o al infantilismo.
Cada uno es dueño de sus actos. Cada
uno debe dar su respuesta última a Dios él solo. Cada cual debe situarse ante
Dios tal cual es (cf. 3a.lectura). Con esta responsabilidad personal no se
destruye la comunidad. Esta favorece, ayuda, estimula y potencia la
posibilidades de esa respuesta personal. Pero la lucha del hombre con Dios es
una lucha en solitario. El profeta ha experimentado el fracaso total del exilio
a nivel de comunidad y a nivel personal. De ahí que la única salida, la
solución al problema de fe del israelita es simplemente aceptar agradecido el
don de poder cumplir la alianza. La única forma de salvar la vida es cumplir
los "preceptos y mandatos", o la "práctica de la justicia y el
derecho". Es decir, el signo de que se ha comprendido que, efectivamente,
uno lucha con Dios a causa de la salvación es la vivencia de la Palabra en la
vida diaria. Criterio de entonces y criterio de ahora.
La
segunda lectura es un modelo de la capacidad de Pablo de fundamentar toda
realidad y la solución de todo problema que sus lectores vivan en lo más básico
del ser cristiano. No
debían ir muy bien las cosas en la comunidad de Filipos,
cuando Pablo hace esta ferviente llamada a la unidad. Al parecer, la
convivencia estaba arruinada por las envidias y rivalidades, por el afán de
ostentación y la pugna de intereses privados.
Sería un modelo, por decirlo así, de
"revisión de vida total". Cuando uno contrasta su propia vida, lo que
le ocurre, o lo que ocurre a su alrededor, o lo que sucede en un determinado grupo
cristiano, con lo que JC vivió, entonces sí que los caminos a seguir quedan
claros, sin escapatorias, subterfugios o justificaciones posibles.
Sin duda en Filipos
habría problemas que justificarían perfectamente que los filipenses anduvieran
poco unánimes y concordes, hubiera envidias y poco espíritu de humildad, la
gente se encerrara en sus propios intereses. Pablo no se entretiene en analizar
esos problemas. Pablo pone por delante el único criterio cristiano válido: JC.
Y con JC por delante, ninguno de los problemas ni de las justificaciones se
sostienen.
El actuar de San Pablo resulta un
importante grito de alerta a nuestros criterios de valoración tanto en la vida
personal como comunitaria. Jesucristo es el único criterio que tenemos derecho
a utilizar. Y si por los motivos que sea no somos capaces de seguir lo que este único
criterio válido nos indica, por lo menos seamos conscientes de que estamos
siguiendo criterios que son fruto de la debilidad humana y no pretendamos
justificarlos.
Para vivir en
cristiano, se requiere más que buenos propósitos. Esto lo sabemos todos los que
hemos experimentado cuán débiles somos y con cuánta facilidad quebrantamos
nuestras buenas resoluciones.
Cristo nos
anuncia y nos concede esa fuerza para no sólo reconocer lo que estuvo mal sino
para no sentir ya el mismo deseo de repetirlo. La acción de Cristo en nosotros
nos cambia el corazón, enseña el Evangelio.
Por eso San Pablo,
en la segunda lectura de hoy nos exhorta con estas palabras: "Tened los mismos sentimientos que tuvo
Cristo Jesús." Es muy difícil obrar como Cristo si uno no es Cristo.
Hay que ser uno con él para actuar y vivir como él. Y somos uno con él primero
por la fe, creyendo en su mensaje, y luego por el amor, adhiriéndonos a su
enseñanza, a su Iglesia y a su Espíritu Santo.
El evangelio de hoy es muy sencillo y no hace falta que nos
esforcemos mucho para comprenderlo. Jesús critica la conducta de los que sólo tienen buenas palabras,
y alaba en cambio la de aquellos, peor hablados, que terminan cumpliendo la
voluntad de Dios aunque sea a regañadientes. Comprueba que los santones de
Israel, los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo, van a la zaga en el
camino del reinado de Dios, mientras que los pecadores, publicanos y
prostitutas, les llevan la delantera.
Jesús distingue entre las buenas
obras y las buenas palabras, entre la ortopraxis y la
simple ortodoxia, y ve que no siempre se corresponden.
Creer no es saber mucho y mejor que
los otros, ni conocer en cada momento la voluntad de Dios, ni tener como
ciertas las verdades que la Iglesia nos propone... sino llevar una vida
coherente con el evangelio.
La historia, en boca de Jesús tiene
un destinatario claro, que es el pueblo de Israel: Israel es el pueblo que
oficialmente ha dicho que sí a Dios, pero que a la hora de la verdad no sigue
lo que Dios quiere, no sigue el Evangelio de Jesús. Israel no entiende que
trabajar en la viña significa tener como criterio el amor y el servicio a todo
hombre y sobre todo a los pobres y no la seguridad de la Ley.
Jesús se enfrenta con unas conductas
muy religiosas pero que son impenetrables al Evangelio y pone como ejemplares
otras conductas que pueden ser inmorales, pero son conductas que pueden ser
transformadas por el Evangelio.
Vemos como Jesús, quiere convencer a
todos los que se escandalizan de su predilección por los pecadores, de que
éstos están más cerca de la salvación, si hacen penitencia, que aquellos otros
de tan buena reputación que se creen justos (Mt 9. 10-13). Los pecadores, es
cierto, se han opuesto a la voluntad de Dios, pero se han arrepentido, como el
hijo pródigo, mientras que los que se consideran a sí mismos piadosos
servidores de Dios se olvidan de su obligación de amar a los hombres.
Esta parábola va dirigida, por
consiguiente, a los que se cierran a la Buena Nueva en nombre de la justicia.
En ella se pone de manifiesto el amor de Dios a los que, siendo objeto del
desprecio de todos, son capaces de hacer penitencia y de obedecer los mandatos
de Dios con más ardor y entusiasmo que los orgullosos y los que se bastan a sí
mismos. La parábola es, pues, una apología de la actitud de Cristo hacia los
pecadores. (...).
Dios no ha decidido, en un momento
determinado de la historia, rechazar a Israel y adoptar a los gentiles, ya que
su plan de salvación es, en todo momento, universal. Ni siquiera los escribas y
las autoridades judías son excluidas de la salvación, pero el comportamiento de
éstos con respecto al Mesías les ha hecho perder la función que hasta entonces
desempeñaban en el orden de la mediación. El modo de vivir su "sí" a
la Ley les ha hecho decir "no" al Evangelio.
Esto mismo puede aplicarse también a
nosotros, cristianos del siglo XXI. Un
"sí" pregonado a los cuatro vientos y que, en realidad, oculta alguna
negativa, encierra con frecuencia a los "otros" en un "no",
que ya no es lo mismo. Y los profesionales del "sí" dan la sensación
a veces de estar tan aferrados a su sistema, que los que dijeron "no"
no están dispuestos a cambiar de parecer. Sin embargo, el acceso al Reino sólo
es posible en la medida en que los que comenzaron diciendo "no", con
el tiempo llegan a descubrir que pueden decir "sí" sin necesidad de
renegar del todo de sus anteriores opiniones.
Lo que Dios nos pide no es dirigirle
oraciones, sino realizar su voluntad cuidando de su pueblo. Los hechos dan
contenido a las palabras (o en su caso a la oración); las palabras sin hechos
quedan convertidas en algo peor que simples sonidos: significan la negativa a
cumplir la voluntad del Padre.
Activismo frente a espiritualismo,
ortodoxia frente a ortopraxis y hasta horizontalidad
terrena frente a verticalidad trascendente son deducciones que no se pueden
sacar de las palabras de Jesús.
Fe y justicia o, si se quiere,
espiritualidad y justicia han de ir unidos por encima de cualquier dualismo
práctico. Para san Pablo el adjetivo "espiritual" viene a significar
simplemente "vida cristiana" (1 Co 2. 13-15; 9. 11; 14. 1), y
espiritualidad será, por tanto, vivir cristianamente.
El término "espiritual" no
se identifica hasta el s. XVI con la cara más subjetiva e intimista de la fe:
la relación personal con Dios, el centramiento en los
fenómenos de la conciencia, el distanciamiento del mundo y de la sociedad, una
actitud muy recelosa respecto al cuerpo y a las cosas materiales, etc.
Sin embargo, la vida espiritual
abarca toda la existencia del cristiano, es decir, todo el hombre y todas sus
actividades, mediante las cuales se corresponde a todas las mociones de Dios.
Y no consiste solamente en las
prácticas de piedad, sino que ha de informar y dirigir toda nuestra vida,
individual y comunitaria, y también todas nuestras relaciones con las demás
personas y realidades.
Arar la viña del Padre, aun cuando
parezca una actividad meramente social, es también una acción espiritual
(movida por el Espíritu). Desde la experiencia de Dios llegamos al compromiso
por la justicia en la historia. Siguiendo el camino de Jesús, el cristiano sólo
podrá ser espiritual en la medida en que se deje conducir por el Espíritu a la
creación de la historia de hoy como Jesús hizo con la de su tiempo. El camino será
conflictivo como lo fue para el Maestro. No se trabaja la viña sin sudor. La
cruz sale al encuentro en el curso del seguimiento. La viña del viejo Israel no
produjo frutos de justicia, sino uvas agrias de ritualismo y explotación.
Muchos profetas y el Hijo mismo dieron su vida al enfrentarse con los
administradores.
La espiritualidad de Jesús o mueve a
la justicia o no es cristiana. La existencia del discípulo se unifica buscando
el Reino de Dios y su justicia. Todo lo demás se nos da por añadidura. Frente a
la tentación de binomios y dicotomías el compromiso real, que tiende a la
eficacia y no se conforma con sentimientos, dará a nuestras vidas una unidad
totalizadora y trascendente.
No es suficiente cumplir con lo que
Dios quiere. Se trata de vivir la vida con alguna referencia práctica y real
con Aquél que es Señor del Reino que se busca. Contemplativos en la acción. El
Padre espera. La viña espera.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario