lunes, 23 de octubre de 2017

Comentario a las lecturas del XXIX Domingo del Tiempo Ordinario 22 de octubre 2017

Comentario a las lecturas del XXIX Domingo del Tiempo Ordinario 22 de octubre 2017

Domund 2017Celebramos en este domingo la Jornada Mundial de la Propagación de la fe, día del Domund . Mientras en algunos continentes, la fe cristiana, sigue sosteniendo y sigue siendo referencia en el modo de vivir, pensar y regir de muchos pueblos, nos encontramos – severo contraste serio e incomprensible- con una Europa que intenta arrinconar a Dios al santuario de la privacidad de cada persona. ¿Es bueno? ¡Por supuesto que no! El mundo, la tierra, sus habitantes…todo es de Dios y, por lo tanto, con el Evangelio en la mano –como cristianos- nos hemos de comprometer a ofrecer y dar a Dios lo que es de Dios, lo que es creación suya.
Hoy, en este día del Domund, nuestros ojos no solamente observan y se conforman con la realidad en la que vivimos, creemos y expresamos nuestra fe; eso sería muy poco
Hoy, en esta Jornada Mundial de la Propagación de la fe, nos aventuramos con el Señor, porque no queremos arrodillarnos ante ningún “dios” sino, sólo y exclusivamente ante El
Hoy, como Pablo, conscientes de que hay muchísima gente que no conoce a Jesucristo, muerto y resucitado por la salvación de la humanidad, nos preguntaremos y reflexionaremos seriamente si estamos haciendo poco, mucho o nada por el Evangelio.

La primera lectura es del libro de Isaías ( Is 45, 1. 4-6). La lectura de este domingo es un fragmento literario del oráculo de Ciro (44. 24-45. 7; inclusión literaria con las expresiones: "Yo soy el Señor, creador de todo", 44. 24, y "Yo, el Señor, hago todo esto, 45. 7). Y en este oráculo podemos distinguir dos partes: 1)Un telón de fondo: 44. 24-28 y 45. 7. La forma es la de un autohimno pronunciado por el mismo Dios. Forma muy usada en la literatura babilónica.
Dios va siendo definido como el Señor del cosmos y de la historia. Frente a los ídolos (=nada, 44. 9-20), Dios es capaz de crear el cielo y la tierra sin esfuerzo alguno. Su palabra se realiza en la historia, y su soberanía se extiende sobre el poder cósmico (incluidas las tinieblas) y sobre la historia (también la desgracia) pasada (cumplimiento de la palabra profética) y presente (restauración del templo y de la ciudad). -En 44. 28 suena, por primera vez, el nombre de Ciro como liberador del pueblo. Así un pagano entra de lleno en los planes divinos, en la historia de la salvación querida por Dios.
2)Oráculo de investidura de Ciro: 45. 1-6.
Esta forma literaria es la única vez que aparece en Is II. Existía fuera de Israel y ha dejado sus vestigios en algunos relatos bíblicos.
Este oráculo recoge el momento profético de la esperanza. Y consta de:
a)Ritual: "Unción" (v. 1): se trata del acto de coronación del rey que le otorga habilidad para su oficio. "Ungido": no se refiere al futuro Mesías -"llevar de la mano" indica confirmarlo como rey- "darle un título" (v. 4): implica íntima relación con el Señor. "Poner la insignia" (v. 5): acto de investidura. Como puede verse, se trata del acto de investidura de un rey.
b)Oráculo que implica una misión: cumplir lo ordenado (44. 28), y una promesa: Dios le acompaña en persona y, como Soberano de la historia, le entrega reyes, ciudades y tesoros (1b, 2b, 3a; cf. Sal 2.;110.) Dios es el auténtico artífice de todas sus victorias.
La elección de Ciro está al servicio del pueblo de Israel (v. 4a). Su investidura aparece en el marco de la historia de Dios con su pueblo elegido (44. 24a: Dios aparece como el redentor y el que elige a Israel, lo salva y forma en el seno de su madre, cf. Jr 1. 5; Sal 139. 13 ss.).
Ciro era un rey persa, no judío, que no conocía al Dios de los judíos, sin embargo Dios hace de él su Ungido, hace de él un instrumento necesario para conseguir la restauración del templo judío, permitiendo que los desterrados judíos pudieran volver a Jerusalén. "Así dice el Señor a su Ungido, Ciro, a quien lleva de la mano…, te llamé por tu nombre, aunque no me conocías…, te pongo una insignia, aunque no me conoces, para que sepan de Oriente a Occidente que no hay otro fuera de mí. Yo soy el Señor y no hay otro".
Ciro no conoce al Señor (vv 4b/5b), pero a pesar de ello va a ser el agente de la liberación divina. Afirmación jamás imaginada por la teología oficial de Jerusalén. Así se rompe la concepción raquítica y estrecha que tenía de la elección de Israel y de su ungido (el rey); el pueblo de Dios no es un grupo étnico o político (v. 6), la elección es don gratuito de Dios. Solo Él y no el pueblo, tiene un puesto exclusivo.
A Ciro se le llamó "ungido". Algo exclusivo de los reyes davídicos, peculiar del futuro rey de los tiempos mesiánicos y nombre propio de Jesús de Nazaret. ¿No es esto sorprendente? Sin duda que ello es debido a la misión que realiza. Todo lo cual es un claro testimonio de que no son las personas quienes en su perfección se proyectan hacia una misión, sino que es la misión divina o vocación carismática quien transforma a las personas en la medida en que la realizan actuando solidariamente con Dios y los hombres. Finalmente, esa repetición enfática "soy yo, Yahvé", que es como la síntesis de todo lo expuesto. Ya que no sólo implica una clara reafirmación del monoteísmo tradicional sino primordialmente el carácter secundario y dependiente que el hombre ocupa en el plan de Dios. A nosotros se nos ha enseñado doctrinalmente que Dios es Uno, Providente, Ordenador de la historia. Lo sabemos. Israel lo descubrió experimentalmente en su propia historia gracias al Espíritu de Dios, que movía a los profetas. Quienes vivimos los tiempos mesiánicos de efusión plena del Espíritu, deberíamos tener una perspicacia mucho más profunda que ellos para descubrir la acción de Dios hasta en los más pequeños pormenores de la evolución histórica de nuestras vidas y de la vida de nuestros pueblos.

El  responsorial es el salmo 95, ( Sal 95, 1 y 3. 4-5. 7-8. 9-10a y e ). Este salmo nos invita con insistencia a "cantar". La palabra se repite tres veces al comienzo de las tres primeras líneas. Más adelante, por tres veces, vuelve la insistencia: "Dad gloria al Señor"... "Dad gloria al Señor"... "¡Dad pues gloria al Señor!".
Así comentó San Juan Pablo II este salmo: " Dios, rey y juez del universo
1. "Decid a los pueblos:  "El Señor es rey"". Esta exhortación del salmo 95 (v. 10), que se acaba de proclamar, en cierto sentido ofrece la tonalidad en que se modula todo el himno. En efecto, se sitúa entre los "salmos del Señor rey", que abarcan los salmos 95-98, así como el 46 y el 92.
Ya hemos tenido anteriormente ocasión de presentar y comentar el salmo 92, y sabemos que en estos cánticos el centro está constituido por la figura grandiosa de Dios, que gobierna todo el universo y dirige la historia de la humanidad.
También el salmo 95 exalta tanto al Creador de los seres como al Salvador de los pueblos:  Dios "afianzó el orbe, y no se moverá; él gobierna a los pueblos rectamente" (v. 10). El verbo "gobernar" expresa la certeza de que no nos hallamos abandonados a las oscuras fuerzas del caos o de la casualidad, sino que desde siempre estamos en las manos de un Soberano justo y misericordioso.
2. El salmo 95 comienza con una invitación jubilosa a alabar a Dios, una invitación que abre inmediatamente una perspectiva universal:  "cantad al Señor, toda la tierra" (v. 1). Se invita a los fieles a "contar la gloria" de Dios "a los pueblos" y, luego, "a todas las naciones" para proclamar "sus maravillas" (v. 3). Es más, el salmista interpela directamente a las "familias de los pueblos" (v. 7) para invitarlas a glorificar al Señor. Por último, pide a los fieles que digan "a los pueblos:  el Señor es rey" (v. 10), y precisa que el Señor "gobierna a las naciones" (v. 10), "a los pueblos" (v. 13). Es muy significativa esta apertura universal de parte de un pequeño pueblo aplastado entre grandes imperios. Este pueblo sabe que su Señor es el Dios del universo y que "los dioses de los gentiles son apariencia" (v. 5).
El Salmo se halla sustancialmente constituido por dos cuadros. La primera parte (cf. vv. 1-9) comprende una solemne epifanía del Señor "en su santuario" (v. 6), es decir, en el templo de Sión. La preceden y la siguen cantos y ritos sacrificiales de la asamblea de los fieles. Fluye intensamente la alabanza ante la majestad divina:  "Cantad al Señor un cántico nuevo, (...) cantad (...), cantad (...), bendecid (...), proclamad su victoria (...), contad su gloria, sus maravillas (...), aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, entrad en sus atrios trayéndole ofrendas, postraos (...)" (vv. 1-3, 7-9).
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4. Pero pasemos al segundo cuadro, el que se abre con la proclamación de la realeza del Señor (cf. vv. 10-13). Quien canta aquí es el universo, incluso en sus elementos más misteriosos y oscuros, como el mar, según la antigua concepción bíblica:  "Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra" (vv. 11-13).
Como dirá san Pablo, también la naturaleza, juntamente con el hombre, "espera vivamente (...) ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios" (Rm 8, 19. 21).
Aquí quisiéramos dejar espacio a la relectura cristiana de este salmo que hicieron los Padres de la Iglesia, los cuales vieron en él una prefiguración de la Encarnación y de la crucifixión, signo de la paradójica realeza de Cristo.
5. Así, san Gregorio Nacianceno, al inicio del discurso pronunciado en Constantinopla en la Navidad del año 379 o del 380, recoge algunas expresiones del salmo 95:  "Cristo nace:  glorificadlo. Cristo baja del cielo:  salid a su encuentro. Cristo está en la tierra:  levantaos. "Cantad al Señor, toda la tierra" (v. 1); y, para unir a la vez los dos conceptos, "alégrese el cielo, goce la tierra" (v. 11) a causa de aquel que es celeste pero que luego se hizo terrestre" (Omelie sulla natività, Discurso 38, 1, Roma 1983, p. 44).
De este modo, el misterio de la realeza divina se manifiesta en la Encarnación. Más aún, el que reina "hecho terrestre", reina precisamente en la humillación de la cruz. Es significativo que muchos antiguos leyeran el versículo 10 de este salmo con una sugestiva integración cristológica:  "El Señor reina desde el árbol de la cruz".
Por esto, ya la Carta a Bernabé enseñaba que "el reino de Jesús está en el árbol de la cruz" (VIII, 5:  I Padri apostolici, Roma 1984, p. 198) y el mártir san Justino, citando casi íntegramente el Salmo en su Primera Apología, concluía invitando a todos los pueblos a alegrarse porque "el Señor reinó desde el árbol de la cruz" (Gli apologeti greci, Roma 1986, p. 121).
En esta tierra floreció el himno del poeta cristiano Venancio Fortunato, Vexilla regis, en el que se exalta a Cristo que reina desde la altura de la cruz, trono de amor y no de dominio:  Regnavit a ligno Deus. En efecto, Jesús, ya durante su existencia terrena, había afirmado:  "El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10, 43-45). (San Juan Pablo II.  Audiencia general del miércoles, 18 de septiembre de 2002 ).

La segunda lectura es de la primera carta del apóstol San Pablo a los tesalonicenses 1, 1-5b. Esta primera carta de San Pablo a los fieles de Tesalónica es probablemente el escrito más antiguo de cuantos componen el Nuevo Testamento. La fecha en que fue redactada data del año cincuenta. Y ya entonces encontramos estos saludos en los que se desea la gracia y la paz. Hoy, cuando han pasado tantos siglos, la Iglesia, a través de sus ministros y en nombre de Dios, sigue deseando a los hombres la gracia y la paz.
Se trata de una carta colectiva. Escriben Pablo, Silvano y Timoteo, colegialmente. Además, el destinatario es toda la comunidad cristiana de Tesalónica, la iglesia local.
Después de un breve saludo, la carta comienza dando gracias a Dios y recordando en esa acción de gracias a los fieles tesalonicenses. Es como un "memento" y un "communicantes". Este recuerdo y esta oración se hace por todos y por cada uno. Se describe concisamente el estado en el que se halla la comunidad de Tesalónica. Es una comunidad fundada en las tres virtudes teologales: en una fe que fructifica en obras, en un amor sincero que va más allá del sentimiento y llega al compromiso y en una esperanza capaz de aguantar todo lo que le echen. El centro de esa comunidad es Jesucristo.
El trabajo de Pablo y de su equipo no fue en vano en Tesalónica. Porque no fue pura palabrería, sino "manifestación del poder del Espíritu" (1 Co 2. 13).
Ellos mismos pudieron comprobar entonces lo que más tarde diría Pablo a los romanos: que "el evangelio es fuerza de Dios para salvar a los creyentes" (1. 16). Y si ahora siguen fieles es porque tuvieron la experiencia inolvidable de la fuerza de Dios en la predicación apostólica.
Hoy se comienza la lectura de la primera carta a los cristianos de Tesalónica antigua capital de la Macedonia romana. Pablo había predicado allí, aunque con dificultades (Hch 17,1-10). Esta primera carta a los Tesalonicenses parece ser el escrito cristiano más antiguo de los que han llegado hasta nosotros. El saludo inicial es colectivo: Pablo, Silvano y Timoteo saludan a la Iglesia de los tesalonicenses (1,1).
La predicación del evangelio había dado fruto allí, constituyéndose una comunidad de creyentes. Los que remiten la carta dan ante todo gracias a Dios en sus plegarias, haciendo constantemente memoria de ellos por su fe, su caridad y su esperanza, demostradas en obras, fatigas y constancia (v 3).
El texto, nos coloca frente a un hecho singular: la sorprendente conciencia de sí mismos que manifiestan los predicadores de las primeras horas. Para ellos, anunciar el evangelio ha llegado a ser una urgencia inexcusable de la propia conciencia, ya que se sienten responsables ante Dios por ello (2,4). Por el evangelio, en efecto, están dispuestos a sufrimientos y contradicciones de toda ciase, como de hecho soportan (v 2). No les importa nada más: ni la benevolencia y simpatía de los hombres, ni el provecho material, ni quedar bien (v 5s).

aleluya flp 2, 15d. 16a "brilláis como lumbreras del mundo, manteniendo firme la palabra de la vida"
El evangelio es de  san Mateo (Mt 22, 15-21). Los evangelios de hoy y del próximo domingo son dos escenas de controversia, en las que los fariseos buscan el modo de comprometer a Jesús en sus palabras, con el fin de hallar un motivo para acusarlo. El episodio de hoy gira en torno al tributo al César, el del próximo domingo sobre el mandamiento más importante de la Ley, y entre ambos se encuentra la pregunta de los saduceos sobre la resurrección de los muertos.
Los fariseos iban estrechando el cerco contra Jesús. En esta ocasión se unieron a los herodianos, a los partidarios de la dinastía de Herodes, a quienes los fariseos, sin embargo, rechazaban. Se cumple así el salmo segundo que habla de cómo los poderosos de la tierra se amotinan, todos a una, contra el Mesías. También durante la Pasión, Pilato y Herodes enemistados entre sí, se reconciliaron a costa de Jesús.
En esta ocasión la emboscada urdida no podía ser más insidiosa. Cualquier respuesta era comprometida. Si decía que era lícito pagar el tributo al César, le acusarían de colaborar con el poder extranjero, y si contestaba negativamente podrían denunciarle por rebelde ante la autoridad romana. Astucia y malicia que denota el odio profundo que tenían contra Jesús. Pero no sabían ellos que de Dios nadie se burla y que Cristo es el Hijo de Dios. Por eso su respuesta deshizo de un golpe la trampa.
Este pasaje pertenece al relato de las "tentaciones" a las que escribas, fariseos y saduceos someten a Cristo. Los partidarios de Herodes formulan el primer ataque con la esperanza de que Jesús pronunciará alguna palabra que pueda ser atentatoria contra el César.
A la pregunta de los herodianos: "¿está permitido pagar el impuesto al César?", que no posee ningún derecho divino a reinar sobre el pueblo porque no es de la raza de David, Cristo responde con un argumento "ad hominem": puesto que los fariseos y sus discípulos aceptan la autoridad y los beneficios del imperio romano, que soporten también las prescripciones y las exigencias.
Lejos de pronunciarse sobre la legitimidad del poder, Jesús se limita a precisar que ha sido aceptado y, por consiguiente, merece obediencia.
Como los inquisidores se encuentran de esta forma no sólo reducidos al silencio, sino confirmados además en su celo pro-romano, Cristo añade: "y dad a Dios lo que es de Dios". La obediencia cívica no constituye un obstáculo para los deberes para con Dios. La enseñanza es doble: la autoridad civil tiene derecho a la obediencia, sobre todo de parte de quienes se aprovechan de las ventajas que lleva consigo (Rm 13. 1-8; Tt 3. 1-3; 1 P 2. 13-14).
Pero esta obediencia no puede ser un obstáculo a la obediencia que se debe a Dios.
Algunos están de tal forma ligados a un "César" que les es imposible reconocer al Señor; otros no pueden admitir un más allá para la vida presente; otros, finalmente, se envuelven, al igual que los fariseos, en una intransigencia de tal calibre y en una pureza tal que no pueden significar a la Iglesia de "todo el que llega". Mateo prepara así el capítulo 23 de su evangelio, en el que Cristo maldice a esos oponentes, y el cap. 24, en el que Jesús anuncia la nueva asamblea y la "bendición" de los nuevos congregados (Mt 23. 34), opuesta a la "maldición" de quienes han rechazado la invitación (Mt 23.), y la nomenclatura de los congregados (Mt 25.).
No existe, pues, una verdadera oposición, basada en el Evangelio, entre lo que es del César y lo que es de Dios. En efecto, el Reino de Dios no se sitúa fuera de los reinos terrestres, puesto que éstos son asumidos por Dios en JC. Querer dar a Dios lo que le es debido implica, pues, que se dé al César lo que le pertenece. El Reino de Dios no es de este mundo en el sentido de que no es uno más de los reinos de acá abajo; pero sí está en el mundo en el sentido de que es extensible a todas las realezas terrestres. Por tanto, no se puede ser cristiano auténtico al margen de las realidades.
Hay que dar al César lo que es del César. Hay que cumplir con los deberes cívicos. Jesús mismo pagó el tributo, aunque por su condición soberana no tenía obligación de hacerlo. Más tarde San Pablo, siguiendo la enseñanza del Maestro, hablará también de la obediencia debida al poder legítimamente constituido, de la obligación de pagar los tributos impuestos por el Estado. La segunda parte de la respuesta de Jesucristo establece la independencia y separación de los dos poderes, el civil y el religioso. A Dios lo que es de Dios: la adoración rendida, la entrega generosa, la obediencia fiel a su Ley, el amor sobre todas las cosas.

Para nuestra vida.
Desde hace veinte siglos, la Iglesia está en camino para llevar a cabo la misión de Jesús que es hacer de todos los pueblos un solo pueblo, reconciliar a los hombres que andan divididos, congregar en unidad a los dispersos, hacer de todos los hombres hermanos, anunciando a Dios, Padre de Jesucristo y Padre nuestro, que nos llama a convertirnos a El, para que vivamos reconociéndole como “Padre único de todos”.
En Jesucristo, al revelarnos a Dios como Padre suyo y Padre nuestro, se ha iniciado un camino, que no tiene retorno, hacia el encuentro de todos los hombres, conduciendo a los hombres y a los pueblos por los caminos del amor y de la fraternidad. Jesucristo es quien puede conducirnos a una humanidad verdaderamente fraterna que reconoce a Dios como padre único y de todos. Anunciar a Jesucristo hasta los confines de la tierra y llamar a todos los pueblos y a todas gentes a que se conviertan a Jesucristo es la urgencia apremiante que la Iglesia vive desde siempre, particularmente avivada en nuestro tiempo ante el clamor que nos llega del mundo contemporáneo, de las naciones pobres y marginadas, pueblos en conflicto y desgarrados por el odio.
A ese mundo estamos llamados a evangelizar, pero primero dejándonos también nosotros evangelizar, siguiendo los pasos de Jesús.

En la primera lectura, el profeta Isaías nos muestra que Dios rompe, una vez más, nuestros esquemas. Elige a un "sin-Dios" para "ungirlo y que lleve a su pueblo la libertad. Ciertamente Israel no esperaba la libertad desde esa plataforma. Sin embargo esto demuestra que Dios es el Señor absoluto Él escoge sus instrumentos donde nadie se le hubiese ocurrido elegirlos; escogiendo personajes que nosotros hubiéramos rechazado, para decirnos que sólo podremos descubrir las acciones del Señor cuando abandonemos nuestros esquemas raquíticos y calculadores y nos entreguemos a Él sin condiciones.
A Ciro se le llamó "ungido". Algo exclusivo de los reyes davídicos, peculiar del futuro rey de los tiempos mesiánicos y nombre propio de Jesús de Nazaret. ¿No es esto sorprendente? Sin duda que ello es debido a la misión que realiza. Todo lo cual es un claro testimonio de que no son las personas quienes en su perfección se proyectan hacia una misión, sino que es la misión divina o vocación carismática quien transforma a las personas en la medida en que la realizan actuando solidariamente con Dios y los hombres. Finalmente, esa repetición enfática "soy yo, Yahvé", que es como la síntesis de todo lo expuesto. Ya que no sólo implica una clara reafirmación del monoteísmo tradicional sino primordialmente el carácter secundario y dependiente que el hombre ocupa en el plan de Dios. A nosotros se nos ha enseñado doctrinalmente que Dios es Uno, Providente, Ordenador de la historia. Lo sabemos. Israel lo descubrió experimentalmente en su propia historia gracias al Espíritu de Dios, que movía a los profetas. Quienes vivimos los tiempos mesiánicos de efusión plena del Espíritu, deberíamos tener una perspicacia mucho más profunda que ellos para descubrir la acción de Dios hasta en los más pequeños pormenores de la evolución histórica de nuestras vidas y de la vida de nuestros pueblos.
Este puede ser un buen ejemplo para nosotros: debemos reconocer las virtudes cristianas de los que, sin profesar la religión cristiana, practican el mandamiento cristiano de amor a Dios y al prójimo. Hay personas no cristianas que, en su vida cotidiana, nos dan ejemplo de virtud cristiana. Debemos juzgar a las personas por lo que hacen, sin fijarnos tanto en la religión que profesan. Vivimos en mundo muy plural y nuestra religión depende mucho de las circunstancias espaciales y temporales en las que hemos nacido y nos han educado. Todo el que hace obras cristianas es, de algún modo, cristiano.

El salmo 95 expresa de manera clara, que para los judíos, Dios era Rey, un Rey total, con atribuciones incluso políticas y de Gobierno. Para nosotros, sin embargo, su majestad es más del Espíritu. Jesús de Nazaret nos enseñó que Dios es amor y en ese sentido lo aclamamos, sin olvidar que toda la gloria es suya y que todo el poder posible está en sus manos.
Asi comenta San Juan Pablo II: " El salmo 95 comienza con una invitación jubilosa a alabar a Dios, una invitación que abre inmediatamente una perspectiva universal:  "cantad al Señor, toda la tierra" (v. 1). Se invita a los fieles a "contar la gloria" de Dios "a los pueblos" y, luego, "a todas las naciones" para proclamar "sus maravillas" (v. 3). Es más, el salmista interpela directamente a las "familias de los pueblos" (v. 7) para invitarlas a glorificar al Señor. Por último, pide a los fieles que digan "a los pueblos:  el Señor es rey" (v. 10), y precisa que el Señor "gobierna a las naciones" (v. 10), "a los pueblos" (v. 13). Es muy significativa esta apertura universal de parte de un pequeño pueblo aplastado entre grandes imperios. Este pueblo sabe que su Señor es el Dios del universo y que "los dioses de los gentiles son apariencia" (v. 5).
El Salmo se halla sustancialmente constituido por dos cuadros. La primera parte (cf. vv. 1-9) comprende una solemne epifanía del Señor "en su santuario" (v. 6), es decir, en el templo de Sión. La preceden y la siguen cantos y ritos sacrificiales de la asamblea de los fieles. Fluye intensamente la alabanza ante la majestad divina:  "Cantad al Señor un cántico nuevo, (...) cantad (...), cantad (...), bendecid (...), proclamad su victoria (...), contad su gloria, sus maravillas (...), aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, entrad en sus atrios trayéndole ofrendas, postraos (...)" (vv. 1-3, 7-9).
Así pues, el gesto fundamental ante el Señor rey, que manifiesta su gloria en la historia de la salvación, es el canto de adoración, alabanza y bendición. Estas actitudes deberían estar presentes también en nuestra liturgia diaria y en nuestra oración personal.
3. En el centro de este canto coral encontramos una declaración contra los ídolos. Así, la plegaria se manifiesta como un camino para conseguir la pureza de la fe, según la conocida máxima:  lex orandi, lex credendi, o sea, la norma de la oración verdadera es también norma de fe, es lección sobre la verdad divina. En efecto, esta se puede descubrir precisamente a través de la íntima comunión con Dios realizada en la oración.
El salmista proclama:  "Es grande el Señor, y muy digno de alabanza, más temible que todos los dioses. Pues los dioses de los gentiles son apariencia, mientras que el Señor ha hecho el cielo" (vv. 4-5). A través de la liturgia y la oración la fe se purifica de toda degeneración, se abandonan los ídolos a los que se sacrifica fácilmente algo de nosotros durante la vida diaria, se pasa del miedo ante la justicia trascedente de Dios a la experiencia viva de su amor.
4. Pero pasemos al segundo cuadro, el que se abre con la proclamación de la realeza del Señor (cf. vv. 10-13). Quien canta aquí es el universo, incluso en sus elementos más misteriosos y oscuros, como el mar, según la antigua concepción bíblica" (San Juan Pablo II.  Audiencia general del miércoles, 18 de septiembre de 2002 ).

San Pablo, en el comienzo de la Carta a los Tesalonicenses –que es nuestra segunda lectura de hoy-- nos recuerda que una comunidad tiene que estar siempre regida por la fuerza del Espíritu. No importa el número de miembros, ni las pruebas que se presenten, ni el ambiente en que se desarrolle; lo importante es la fidelidad a Dios, la vivencia evangélica, y que los miembros hayan sido "tocados" por el mensaje de Cristo. Así lo llevaremos "acuñado" en nuestra manera de vivir y la gente sabrá de quien somos, al ver que nuestra relación con Dios brota del amor. Durante las próximas semanas seguiremos leyendo esta carta a los Tesalonicenses.
San Pablo agradece a los primeros cristianos de Tesalónica su fe, su esperanza y su amor cristiano, en medio de las grandes dificultades sociales en las que vivían.: "Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor". En los tiempos difíciles es cuando tenemos que demostrar los cristianos la fuerza de nuestro espíritu cristiano y nuestra profunda convicción cristiana. No vivimos hoy en una sociedad que nos facilite el ejercicio de la fe, la esperanza y el amor cristiano, pero esto, en lugar de desanimarnos, lo que debe hacer es fortalecernos con la fuerza del Espíritu de Cristo.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, esto es, su benevolencia, su favor. Gracia, en el sentido que se usa aquí, es lo contrario a paga estipulada. Se obtiene una gracia cuando se recibe algo de forma gratuita. Por eso al desearnos la gracia de Dios, se nos desea su perdón y su amor, que son siempre fruto de su bondad, y nunca el resultado de un intercambio o una compraventa. De ahí que estar en gracia de Dios equivale a estar en estado de amistad con él. Amistad que siempre resulta de su benevolencia, y nunca de un derecho que el hombre tenga frente al Señor. Así, pues, al desearnos la Iglesia la gracia de nuestro Señor Jesucristo nos desea la amistad con Dios, lo mejor que podemos tener.
El Apóstol nos llama amados de Dios, sin que ninguno haya merecido ese amor, o se le haya adelantado tomando la iniciativa. ¡Amados de Dios!, si nos diéramos cuenta de lo que esto significa, si supiéramos valorar esa realidad divina, si conociéramos el don de Dios...
¡Tarde te amé --se lamentaba san Agustín--, oh belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Estabas dentro de mí y yo te buscaba fuera de mí, y andaba errante en todo lo bello que salió de tus manos. Todo eso me retenía lejos de ti, cuando todo eso si no fuera por ti no existiría. Llamaste, clamaste, rompiste mi sordera, me quemaste, resplandeciste y apagaste mi ceguera, me hiciste sentir tu fragancia y mi espíritu corrió tras de ti a quien tan sólo anhelo...”
Palabras encendidas de un corazón apasionado que, después de mucho buscar, encontró en Dios lo que buscaba. Nos hiciste para ti -dirá también -, e inquieto está nuestro corazón hasta que repose en ti. Ojalá que acabemos de apreciar el amor infinito que Dios nos tiene y nos decidamos seriamente a querer a Dios sobre todas las cosas, y amarle con todas nuestras fuerzas, con toda el alma.
Si cada uno de nosotros, como los primeros cristianos de Tesalónica, tiene una fe activa, un amor esforzado y una esperanza firme, siguiendo el ejemplo de Cristo, seguro que seremos un fermento activo de cristianismo en la sociedad en la que nos ha tocado vivir.
Hoy la Jornada Mundial por las Misiones, que celebramos : día del Domund, nos invita como a la comunidad de Tesalónica, a ser evangelizadores. De aquella comunidad que había acogido la Palabra con alegría en medio de tantas luchas y dificultades, esa misma Palabra del Señor se extendía por todas partes.
Ser cristiano es estar vuelto a Dios, es ser testigo de su amor. Y por eso mismo amarle por encima de todas las cosas. “Amarás al Señor, tu Dios”, este es el santo y seña de la identidad del cristiano. Enamorados de estas palabras, raíz y entraña de la Iglesia, estas palabras han de ser la razón suprema de la existencia, de toda existencia humana. Amar a Dios es plenitud del hombre. Dios, único y eterno centro de nuestra vida: “Con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. Totalidad de la persona; nada se escapa a este amor de Dios. Amar a Dios no es poesía de fácil sentimiento; incluye en sí la fidelidad, gratitud, adoración, sintonía en el pensar y querer de Dios; no como un peso que oprime al hombre desde fuera, sino como aliento que nace libre y espontáneo en lo más profundo de nuestro ser: porque allí está Dios, que es amor, nuestra fortaleza, nuestra roca, alcázar, refugio, escudo, salvador y misericordia infinita.

En el evangelio escuchamos el célebre relato del denario. San Mateo muestra el deseo de engaño de los fariseos y la sagacidad práctica de Jesús. La respuesta a la trampa está en la cara y en la cruz de un denario. Y es toda una catequesis permanente para entender mejor nuestra vida: hemos de separar los compromisos mundanos de los espirituales, no separándoles pero dando a cada uno su sitio. Hoy todavía a muchos les gustaría que Dios y el César fuesen una misma cosa.
Fijémonos lo qué nos dice sobre la demanda de Dios. Dice que vinieron a Jesús los fariseos y los herodianos, los primeros representando el poder religioso y los herodianos el poder político de la época. Estos dos poderes se confabularon para tentar a Jesús y como siempre, cuando la religión y la política se combinan nada bueno puede esperarse. Vinieron a Él, orgullosos de su condición y con palabras aduladoras: “Maestro, sabemos que eres amante de la verdad, y que enseñas con verdad el camino de Dios, y que no te cuidas de nadie, porque no miras la apariencia de los hombres”. Después de tanto serpentear, vino la pregunta, una pregunta capciosa: “¿Es lícito dar tributo a César, o no?”. Jesús reconoció la hipocresía y la malicia que había en sus corazones, sintió que los anillos de aquellas víboras se cerraban sobre Él, y exclamó como para liberarse: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Seguramente que se frotaban las manos –¡Ya es nuestro! Cualquier respuesta sería comprometida. Un “sí” le daría a los fariseos ocasión de acusarle como amigo del régimen romano, haciéndole perder autoridad ante el pueblo, y un “no” haría que los herodianos lo tacharan de secesionista, lo cual estaba penado con la muerte.
Pero Jesús no se amedrentó. Les inquiere: Mostradme la moneda del tributo. Aquellos presuntuosos, pensando que la presa estaba al caer, corrieron a presentarle un denario, la moneda de plata para el tributo.
¿De quién es esta imagen, y la inscripción? De repente, los interrogadores pasan de preguntar a ser ellos los cuestionados. La respuesta, de todos modos no era difícil, era evidente: De César, y en ese mismo instante, el cazador se vio cazado en su propia red. Sin que ellos lo notaran, Jesús aparece como el verdadero soberano de aquella situación. La respuesta ya se ha citado: Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios. Es la respuesta de uno que ama la verdad, y que enseña con verdad el camino de Dios, y que no se cuida de nadie, porque no mira la apariencia de los hombres.
Jesús pide su moneda como el César pide la suya.
En este relato Jesús pide que le prestemos atención a algo que los maliciosos inquisidores no tuvieron en cuenta: la imagen y la inscripción de la moneda.
En la Biblia, leemos: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”. (Gen 2:26), El hombre fue también creado por Dios para reinar, a Su imagen y conforme a Su semejanza. Llevaba grabado dentro de Él la imagen del Dios que hizo los cielos y la tierra, del Dios vivo.
Cuando Dios, el mayor orfebre de este universo, terminó de cincelar esta maravillosa obra maestra, no pudo menos que decir, con satisfacción: “y vió Dios, que era bueno” (Génesis 1:31).
Dios tenía una moneda en esta tierra con su imagen e inscripción, una moneda que le pertenecía y a la que amaba.
Conforme a esta doctrina no es admisible mezclar lo político con lo religioso. No se puede comprometer a la Iglesia en banderías humanas, no se la puede vincular a ningún partido. La misión de la Iglesia es espiritual y trascendente, no material ni meramente humana. Intentar otra cosa es traicionar a Cristo y destruir su Iglesia.
" 3. La misión de la Iglesia no es la propagación de una ideología religiosa, ni tampoco la propuesta de una ética sublime. Muchos movimientos del mundo saben proponer grandes ideales o expresiones éticas sublimes. A través de la misión de la Iglesia, Jesucristo sigue evangelizando y actuando; por eso, ella representa el kairos, el tiempo propicio de la salvación en la historia. A través del anuncio del Evangelio, Jesús se convierte de nuevo en contemporáneo nuestro, de modo que quienes lo acogen con fe y amor experimentan la fuerza transformadora de su Espíritu de Resucitado que fecunda lo humano y la creación, como la lluvia lo hace con la tierra. «Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 276).
4. Recordemos siempre que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est, 1). El Evangelio es una persona, que continuamente se ofrece y continuamente invita a los que la reciben con fe humilde y laboriosa a compartir su vida mediante la participación efectiva en su misterio pascual de muerte y resurrección. El Evangelio se convierte así, por medio del Bautismo, en fuente de vida nueva, libre del dominio del pecado, iluminada y transformada por el Espíritu Santo; por medio de la Confirmación, se hace unción fortalecedora que, gracias al mismo Espíritu, indica caminos y estrategias nuevas de testimonio y de proximidad; y por medio de la Eucaristía se convierte en el alimento del hombre nuevo, «medicina de inmortalidad» (Ignacio de Antioquía, Epístola ad Ephesios, 20,2)." (Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de las Misiones 2017).
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org



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