En este IV Domingo del tiempo pascual,
la Iglesia nos presenta la figura de Cristo, Buen Pastor, que nos lleva
al Padre, que da su vida por nosotros, que nos alimenta con su Palabra, su Cuerpo y su Sangre, que nos defiende del
lobo rapaz del demonio y de sus secuaces.
La figura evangélica del Buen Pastor.
Es una imagen bella y poética que penetró hondamente en los corazones de los
cristianos de Roma. En las catacumbas de Domitila, que se remontan al siglo I,
aparecen pinturas del Buen Pastor. Imagen oficial en lugar del crucificado; tal
vez por repugnancia.
En este domingo la Iglesia
celebra la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones: al sacerdocio y
ministerios, a la vida misionera, a la profesión de los consejos evangélicos en
la vida religiosa o en institutos seculares. Es tarea permanente, pero más que
nunca de este día, orar por las vocaciones consagradas: las que hay y las que
tendría que haber. Para que sean puerta que abren el acceso a Dios y buenos
pastores, como Jesús, para su pueblo.
La primera lectura del libro de
los hechos de los apóstoles (Hch 2, 14a. 36-41), constituye el final del
primer discurso de Pedro a un auditorio exclusivamente judío (v. 36) y de la
reacción provocada en el mismo (vs. 37-41). El v. 36 es una síntesis del mensaje pascual. Resume pues en
primer lugar la exposición anterior sobre el testimonio de culpabilidad que la
resurrección hace recaer sobre el pueblo de Israel: "al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido
Señor y Mesías".
La actuación quiere preparar el
camino de conversión. Dios ha actuado ratificando la mesianidad
de Jesús.
Destaca
dos hechos:
1.-La
crucifixión, simplemente constatada;
2.-la
resurrección, interpretada. La resurrección de Jesús es presentada como
entronización. Los títulos de Señor y Mesías representan en el pensamiento de
la iglesia primitiva los dos aspectos fundamentales de la realeza de Jesús
resucitado. Pero esta realeza, contrariamente a las aspiraciones judías, no es
concebida en clave política, sino en clave salvífica global.
Ambos
títulos tienen sabor apologético frente al judaísmo. El título de Mesías mira
hacia el pasado: Jesús lleva a cumplimiento las profecías mesiánicas: el de
Señor, hacia el futuro: Jesús volverá y su vuelta inaugurará la fase gloriosa
del Reino de Dios.
Dios en persona es testigo y
actor de excepción. Durante su caminar por Palestina, Jesús se había
manifestado de tal manera que denunciaba poseer rango divino. Tenía, pues, que
ser Dios mismo, en cuyo lugar se había puesto Jesús, quien aclarase si éste era
o no un impostor. La resurrección constituye precisamente la respuesta de Dios;
es la gran señal de que Dios aprueba la actitud prepascual
de Jesús. El es efectivamente el Hijo de Dios.
Reacción de los oyentes (vs.
27-41). Las últimas palabras de Pedro han sonado como una amarga queja. Los
contemporáneos de Jesús no supieron reconocerle durante su vida terrestre. Sólo
ahora caen en la cuenta del significado que Jesús tiene para sus vidas. Por eso
buscan adherirse a El. Pedro les urge a que
aprovechen el ofrecimiento de salvación. Si Jesús no le basta al hombre para su
conversión, el hombre ya no tiene remedio, porque no quedan más mesías que le
puedan convertir, dado que Jesús es el ofrecimiento último y definitivo de Dios
al hombre.
-"¿Qué tenemos que hacer, hermanos?": La reacción de los oyentes
es parecida a la de los que escuchaban la predicación de Juan Bautista (Lc 3, 10). Pero la respuesta de Pedro no hace ninguna
referencia a la conversión como un cambio moral, sino como una asimilación con
Cristo.
-Literalmente, la respuesta
formula dos condiciones: "Convertíos
y bautizaos" y dos promesas "para
que se os perdonen los pecados, y recibiréis el Espíritu Santo". Pero,
propiamente, condiciones y promesas constituyen un todo: el bautismo es
conversión y perdón, porque Jesús glorificado entra en relación personal con el
bautizado por el don del Espíritu.
-"En nombre de Jesucristo": El bautismo recibido es una gracia
de Jesús glorificado y al mismo tiempo expresa una pertenencia; como Israel, en
la Antigua Alianza, era una propiedad de Dios. Ahora, después de Pascua, el
bautismo es la expresión de la llamada a seguir a Jesús y a pertenecer a su
comunidad de discípulos.
-"Escapad de esta generación perversa": El ofrecimiento de la
salvación lleva necesariamente a una separación: los que acogen el mensaje y
los que se obstinan en el rechazo de Jesús. El verdadero Israel se separa del
falso, que no ha descubierto que el día definitivo llamaba a sus puertas.
El responsorial es el Salmo 22 (Sm 22, 1-3a. 3b-4. 5.). El salmo comienza con
una afirmación atrevida: "El Señor
es mi pastor, nada me falta". Este creyente que se sabe guiado y
acompañado por la mano firme y protectora del pastor, proclama con tranquila
audacia su ausencia de ambiciones. Tiene todo lo que necesita: conducción,
seguridad, alimento, defensa, escolta, techo donde habitar...
El Señor es mi pastor, nada me
falta (v. 1).
El salmista se siente
acompañado y protegido «me guía por el
sendero justo» (v. 3). En verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia
fuentes tranquilas y repara mis fuerzas (v. 2-3).
Aunque camine por cañadas
oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo (v. 4).
Como quiera que sea el sendero
está allí y yo me voy por él. Pero cuando creo que me separa una gran distancia
del rebaño, cuando he perdido todo camino de vuelta, me encuentro junto a ti,
«tú vas conmigo» (v. 4).
No has estado en paz hasta que
no me has encontrado. Te sentías empobrecido de mí. De mí, la oveja de la
última fila.
Ningún reproche, sino gesto de
plena acogida festiva.
Preparas una mesa ante mí
enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa (v.
5).
El salmo 22 ha sido muy
frecuentemente comentado por los Padres. Es considerado como una síntesis de la
catequesis sacramental y ocupa un puesto importante en el rito de iniciación
cristiana que se hacía en la antigüedad.
Para San Cirilo de
Jerusalén es una profecía de la iniciación cristiana: "El
bienaventurado David te da a conocer la gracia del sacramento (de la
Eucaristía), cuando dice: "Has preparado una mesa delante de mis
ojos, frente a los que me persiguen. ¿Qué otra cosa puede significar con
esta expresión sino la Mesa del sacramento y del Espíritu que Dios nos ha
preparado? Has ungido mi cabeza con óleo. Sí. El ha ungido tu cabeza
sobre la frente con el sello de Dios que has recibido para que quedes grabado
con el sello, con la consagración a Dios. Y ves también que se habla del
cáliz; es aquél sobre el que Cristo dijo, después de dar gracias: Este es
el cáliz de mi sangre" (Cirilo de Jerusalén. Catequesis Mistagógicas IV.
PG 33, 1.101. 1.104).
San Ambrosio comenta el mismo
salmo y le da la misma explicación: "Escucha cuál es el sacramento
que has recibido, escucha a David que habla. También él preveía, en el
espíritu, estos misterios y exultaba y afirmaba "no carecer de nada".
¿Por qué? Porque quien ha recibido el Cuerpo de Cristo no tendrá jamás
hambre. ¡Cuántas veces has oído el salmo 22 sin entenderlo! Ahora ves qué
bien se ajusta a los sacramentos del cielo" (Ambrosio de Milán. Los
sacramentos, 5. 12-13).
La segunda lectura de la primera carta del apóstol San Pedro (1 Pe 2,
20-25),
presenta una reflexión sobre la actitud de los esclavos cristianos ante su
situación social. En la carta no hay ninguna intención de combatir la
esclavitud. Se considera como una realidad injusta, pero que no se puede rehuir
en el momento presente.
¡ El esclavo en la situación
que le toca vivir debe tomar ejemplo de Cristo que sufrió por los demás y
también injustamente: "dejándoos un ejemplo para que sigáis sus
huellas". Dos son los rasgos de la actitud de Jesús que parecen
impresionar más al autor de la carta: la paciencia y el silencio ante los
insultos en la cruz y los tormentos. Con el recurso a textos del Siervo
doliente de Is 53, nos hace ver cómo en la Pasión,
Cristo no hizo valer sus derechos, sino que se entregó en las manos de la
justicia de Dios que rehabilita al inocente. De igual modo el derecho del
esclavo que sufre injustamente está en las manos de la justicia de Dios.
-"Cargado con nuestros
pecados subió al leño": El árbol que manifiesta la condena del culpable,
según Dt 21, 22, es el lugar donde Jesús muere no a causa de los propios
pecados, sino de los nuestros. La cruz, presentada como el altar donde uno
aportaba la víctima de los sacrificios en el A.T, es donde Jesús ofrece el
sacrificio de su propio cuerpo. Desde ahora el cristiano vive como justo, en
virtud de una justicia que no nace de un esfuerzo moral, sino del amor de
Cristo.
Así comenta San Agustín esta
lectura." Veamos, pues, cómo se debe
seguir a Cristo, prescindiendo del derramamiento de la sangre y de la prueba
que es la pasión. Hablando del mismo Cristo, dice el Apóstol: Quien existiendo en la forma de Dios, no
consideró una rapiña el ser igual a Dios -¡sublime majestad!-; sino que se anonadó a sí mismo tomando la forma
de siervo, hecho a semejanza de los hombres y hallado como un hombre en el
porte exterior. ¡Qué humildad! Cristo se humilló: tienes, ¡oh
cristiano!, a qué agarrarte. Cristo se hizo obediente, ¿por qué te engríes?
¿Hasta dónde llegó la obediencia de Cristo? Hasta encarnarse la Palabra, hasta
participar de la mortalidad humana, hasta ser tentado tres veces, hasta ser el
objeto de las burlas del pueblo judío, hasta ser escupido y encadenado,
abofeteado y flagelado; y si esto es poco, hasta la muerte. Y si todavía hay
que añadir el género de muerte: la
muerte en cruz (Flp 2,6-8). Tal es nuestro
ejemplo de humildad, medicina para nuestra soberbia. ¿Por qué te hinchas? ¡Oh
hombre! ¿Por qué te extiendes pellejo muerto? Pus fétido, ¿por qué te hinchas?
Jadeas, te lamentas, te sofocas porque alguien te injurió. ¿En base a qué
reclamas venganza? ¿Por qué te quema la sed de las fauces, hasta el punto de
que sólo desistes de ir tras ella cuando te hayas vengado de quien te hirió?
Si
eres cristiano, contempla a tu rey; que se vengue antes Cristo, pues aún no se
ha vengado quien por ti padeció tantos males, a pesar de que su majestad es tal
que podía o no haber padecido nada o haberse vengado al instante. Pero en él la
medida de su poder fue también la medida de su paciencia, pues padeció por
nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas.
Sin
duda estáis viendo amadísimos, que hay muchas maneras de seguir a Cristo, aún dejando de lado el derramamiento de la sangre, las
cadenas y las cárceles, los azotes y los garfios. Pasada esta humildad y
derrotada la muerte, Cristo ascendió al cielo: sigámosle. Escuchemos al Apóstol
que dice: Si habéis resucitado con
Cristo, gustad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de
Dios, buscad las cosas de arriba, no las de la tierra (Col 3,1-2).
Vomitad cuanto de deleitable os haya inoculado el mundo de las cosas
temporales; aunque brame asperezas y cosas terribles, despreciadlo. Quien se
comporte así, no dude de que se asocia a las huellas de Cristo, hasta poder
decir, con razón, en compañía del apóstol Pablo: Nuestra vida está en los cielos (Flp
3,20) (San
Agustín. Sermón 304,2-3)
aleluya jn 10, 14
yo soy el
buen pastor, dice el señor, conozco a mis ovejas y las mías me conocen
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El evangelio continua siendo de San Juan (Jn 10, 1-10)-, en el encontramos
tres definiciones que hace Cristo de sí mismo: es puerta, pastor y aprisco.
En la Biblia se habla muchas
veces de la puerta de la ciudad, que, fortificada, garantiza la seguridad de
los ciudadanos. Franquear las puerta del templo significa a cercarse a Dios;
salvarse es penetrar por la puerta del cielo, que se abre a quien llama desde
la fe. Jesús es la puerta de acceso al Padre, la puerta que introduce en los
pastos donde se ofrecen libremente los bienes divinos. Los discípulos de Jesús
deben ser siempre "puerta" abierta para los demás, y no pared de
rebote o muro de choque. Y para que el cristiano aparezca ante el mundo como
una "puerta" de entrada; como oferta de salvación, cada creyente
tiene la responsabilidad de vaciarse de sí mismo para no ser un obstáculo.
Jesús es el único y buen pastor
de la comunidad cristiana. Superando una idea bucólica o despectiva, hay que
entender al pastor como el hombre de coraje, de audacia y de prudencia, que
camina delante y conoce las ovejas. En lenguaje actualizado, el pastor es el
líder y el guía. Desde las catacumbas, los cristianos siempre han reconocido a
Jesús como el buen Pastor que da la vida por sus ovejas y muere como
"cordero de Dios" para hacerse alimento de su rebaño. Por eso su
ejemplo es camino para sus seguidores.
Jesús es también el aprisco del
rebaño. En él se encuentra la defensa, el abrigo y el descanso. Él es el Reino
de Dios, al que no se entra con astucia, como los ladrones, ni con violencia,
como los salteadores, sino en la fidelidad, en el servicio total, en la paz que
es plenitud de bien.
Versículos 1-6. El autor
califica estos versículos de comparación. Es decir, nos hallamos ante un símil
o semejanza entre dos situaciones. Para poder entenderlas habrá, pues, que
conocer las dos situaciones que se comparan. El desconocimiento de una de ellas
haría ininteligible la comparación.
Una de las situaciones es la
formulada por la misma comparación: un aprisco, la puerta de acceso, el
depredador, el pastor, la actividad del pastor, resaltando especialmente la
compenetración mutua entre ovejas y pastor.
El autor comenta que los
destinatarios<![if !supportFootnotes]>[1]<![endif]>
de la comparación no entendieron de qué les hablaba. Al desconocer la segunda
de las situaciones es lógico que no entiendan la comparación.
Versículos 7-10. Lo comparado
son la puerta del aprisco y Jesús. La comparación entre el pastor y Jesús no se
hace en estos versículos, sino a partir del v. 11.
El mensaje que el autor quiere
transmitir guarda relación con la ley, en la que los fariseo se hallan
instalados y que, sin embargo, constituye su pecado, pecado del que ellos ni
siquiera son conscientes. Por eso no pueden entender los fariseos el sentido de
la comparación. En ella, en definitiva, se afirma que el acceso al aprisco no
pasa por la Ley, sino por Jesús. No es un comportamiento inmoral lo que el
autor critica en los fariseos, sino algo mucho más hondo y complejo: una
estructura mental esclerótica, una actitud monolítica y cerrada. Este pecado es
de verdad un auténtico drama por su carga de ironía fatal, que destruye al
personaje cuanto más consciente, dueño y bueno éste se cree.
El texto de hoy es muy duro con
la Ley. El tono tajante de las afirmaciones en los vs. 8 y 10 así lo pone de
manifiesto. Sin demagogia ni palabrería, por supuesto, hay que mantener este
aspecto del mensaje que el autor parece querer transmitirnos.
En contraste con la anterior dureza está el
v.9 y la última afirmación del v. 10. Te recomiendo que cuando hayas terminado
de leer estos versículos, leas todo el capitulo 9. Y si no tienes demasiada
prisa, lee también 5, 1-9 (fíjate en la multitud de tullidos en la piscina de
cinco pórticos) y 8, 1-11. Estos textos explican los vs. 9-10 de hoy.
Dos detalles del texto a destacar:
Jesús camina delante y conoce a sus ovejas. Él es el camino verdadero y
viviente. Su vida y su muerte están patentes ante los ojos de todos. No dirige
su comunidad desde un despacho. Por otra parte, en la comunidad de Jesús no se
funciona como en una masa social en base a números de carnet o apellidos. El
conocimiento es personal. Él conoce el nombre de cada oveja, y ellas le conocen
a él. Nada parecido a un ejército o a una gran empresa. Rebaño y pastor son
uno. Jesús es la puerta de entrada de la comunidad cristiana más allá de las
herencias sociales en materia de religión. Una puerta siempre abierta es una
posibilidad que se ofrece y no es nunca un obstáculo. La comunidad y sus
pastores de cada momento habrán de cuidar para no estrechar ni agrandar su
dintel, modificando lo establecido por el único pastor. La fidelidad al Señor
es el alimento de su rebaño.
Para nuestra vida
Después de haber contemplado los
domingos anteriores, diversos momentos de la experiencia pascual de los
discípulos del Señor, las lecturas de hoy nos ayudan a hacernos la pregunta
sobre quién es para nosotros este Cristo resucitado, de quien nos dice el libro
de los Hechos de los Apóstoles que "Dios lo ha constituido Mesías y
Señor": ¿es verdaderamente el Señor de nuestras vidas?
En
la primera lectura se presenta parte del discurso de
Pedro en el que ofrece una síntesis del mensaje cristiano: Jesús es el Cristo.
Aquellos que escuchan este anuncio deben dar un nuevo sentido a su vida y
actuar consecuentemente con su nueva visión de las cosas. Por el Bautismo
entramos a formar parte de la comunidad de discípulos y, en adelante, nuestra
existencia no estará movida por la Ley sino por el Espíritu Santo.
Todo ello supone un nuevo vivir, un
nuevo nacimiento, una “metanoia” o conversión.
Los que escuchaban a San Pedro y
nosotros estamos llamados a vivir como bautizados y convertidos, esto es vivir habitados y llenos del Espíritu Santo,
no siguiendo los consejos y las pautas de la generación perversa en la que nos
ha tocado vivir. Estas palabras del
apóstol Pedro que leemos en la primera lectura de este domingo, a todos los que
se habían congregado en Jerusalén en el día de Pentecostés, debemos hoy
aplicarlas a cada uno de nosotros. Si tenemos el Espíritu Santo, debemos dar
los frutos del Espíritu Santo, no los frutos de la carne
La comunidad primitiva cumple la
esencial función de evangelizar. Ni entonces ni hoy se trata de un mero
proselitismo para que aumente el número de miembros de la Iglesia, sino de
facilitar el encuentro con Cristo del hombre de nuestro tiempo, porque la
iglesia no es la luz sino testigo de la luz. Cuando alguien descubre un tesoro
debe intentar compartirlo con aquellos a quienes ama.
El
salmo 22, uno de los más bellos de toda la Biblia, comienza con una afirmación
sincera y atrevida: "El Señor es mi pastor, nada me falta".
El autor es un creyente que se sabe guiado y acompañado por la mano firme y
protectora del pastor. Proclama que quien sigue a Jesús tiene todo lo que
necesita: seguridad, alimento, protección techo donde habitar... Difícilmente
anidarán en su corazón la agresividad, la envidia, la rivalidad, todas esas
actitudes que amenazan siempre el convivir con los otros fraternalmente.
En los siguientes textos vemos
la preocupación pastoral que tenían los Padres.
San Gregorio Nisa escribe: "En
el salmo, David invita a ser oveja cuyo Pastor sea Cristo, y que no te falte
bien alguno a ti para quien el Buen Pastor se convierte a la vez en pasto, en
agua de reposo, en alimento, en tregua en la fatiga, en camino y guía,
distribuyendo sus gracias según tus necesidades. Así enseña a la Iglesia
que cada uno debe hacerse oveja de este Buen Pastor que conduce, mediante
la catequesis de salvación, a los prados y a las fuentes de la sagrada
doctrina" (Gregorio de Nisa. PG 46 692).
San Cirilo de Alejandría dice
de este salmo que es "el canto de los paganos convertidos,
transformados en discípulos de Dios, que alimentados y reanimados
espiritualmente, expresan a coro su reconocimiento por el alimento
salvador y aclaman al Pastor, pues han tenido por guía no un santo como
Israel tuvo a Moisés, sino al Príncipe de los pastores y al Señor de toda
doctrina en quien están todos los tesoros de la sabiduría y de la
ciencia" (Cirilo de Alejandría, PG 69, 840).
En
la segunda lectura San Pedro nos presenta a Jesús sufriente., modelo y
fortaleza de la vida cristiana. Si el cristiano
descubre el sentido del sufrimiento y, sin temor a los hombres, acepta la cruz
pacientemente, su dolor estará fortalecido con la esperanza que no defrauda;
imitará a Jesús Maestro que también
padeció injustamente, y alcanzará la vida. Jesús, que fue llevado a la muerte
como oveja al matadero, Jesús, por cuyas heridas hemos sido curados, vive, y
ahora es el pastor y guardián de nuestras vidas. Hay que seguir luchando por la
justicia, a pesar de las dificultades. La paciencia cristiana es la única
manera de resistir a la injusticia sin desesperaciones suicidas y sin
traiciones cobardes a la justicia.
"Cristo, cargado con nuestros pecados subió al leño, para que, muertos al pecado,
vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado".
El sufrimiento de Cristo fue un sufrimiento
redentor, su sufrimiento nos curó, así nosotros también debemos soportar
nuestros sufrimientos y convertirlos en instrumentos de salvación. El dolor y
el sufrimiento son algo inherente a la condición humana, lo importante es, como
decimos, hacer de nuestros dolores y sufrimientos caminos de salvación. El
dolor es como el fuego, puede destruirnos, o purificarnos. De nosotros depende
elegir una cosa u otra. Lo que Cristo eligió ya lo sabemos, tal como hemos
leído hoy en estas palabras del apóstol Pedro. Seamos buenos discípulos y
seguidores del único Señor y Pastor al que queremos seguir. Y que nuestro dolor
sea provechoso y redentor no sólo para nosotros, sino también para los demás.
El evangelio nos presenta a Jesús
como puerta, como acceso al Padre. Hay que
"pasar" por El si se quiere llegar a los pastos que dan la vida en
plenitud, porque. El ha venido "para que tengamos vida abundante". En
el Antiguo Testamento el culto es la puerta que establece la comunicación entre
en mundo divino y el terrestre. Esto ha sido ya superado. Solo Jesús es nuestro
guía. Dos detalles del texto se pueden recordar: Jesús camina delante y conoce
a sus ovejas. Él es el camino verdadero y viviente. No dirige su comunidad
desde un despacho. En la comunidad de Jesús no se funciona como en una masa
social en base a números de carnet o apellidos. El conocimiento es personal. Él
conoce el nombre de cada oveja, y ellas le conocen a él. Nada parecido a un
ejército o a una gran empresa. Rebaño y pastor son uno. Jesús es la puerta de
entrada de la comunidad cristiana más allá de las herencias sociales en materia
de religión. Una puerta siempre abierta es una posibilidad que se ofrece y no
es nunca un obstáculo. La comunidad y sus pastores de cada momento habrán de
cuidar para no estrechar ni agrandar su dintel, modificando lo establecido por
el único pastor. La fidelidad al Señor es el alimento de su rebaño.
Es
importante que cada uno de nosotros revisemos nuestra adhesión a Cristo. Y que
lo hagamos ahora: después de haber vivido la Cuaresma, que -preparando la
Pascua- pretendía renovar nuestra "conversión"; y después de haber
renovado las promesas bautismales en la noche de Pascua. ¿Qué autoridad tiene
Jesús en mi vida? Y debemos plantearnos esa pregunta a partir de los hechos más
sencillos y cotidianos de la vida. Desde que nos levantamos por la mañana hasta
que nos acostamos, nada de lo que hacemos puede quedar al margen de nuestra "vocación":
Cristo os dejó "un ejemplo para que sigáis sus huellas", nos dice la
carta de san Pedro.
Rafael
Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
<![if !supportFootnotes]>
<![endif]>
<![endif]>
<![if !supportFootnotes]>[1]<![endif]> Los destinatarios
de la comparación son los fariseos, a quienes se les acaba de decir que si
fueran ciegos no tendrían pecado, pero que, como dicen ver, su pecado persiste
(ver Jn. 9, 41). Los fariseos están caracterizados en el cuarto Evangelio como
hombres de la Ley, guardianes y responsables de la misma. A Juan le han
preguntado por qué bautizaba siendo así que no podía hacerlo (ver Jn 1, 25). A
Jesús le han venido con una adúltera a la que la Ley prescribe lapidar (ver Jn.
8, 3-5). A Jesús le recuerdan que para que un testimonio tenga validez debe
estar avalado por dos testigos, a lo que Jesús responde que efectivamente
cuenta con dos testigos: él mismo y el Padre (ver Jn, 8, 13 y 8, 17-18). Al
ex-ciego le interrogan porque en su curación se ha lesionado la Ley del Sábado
(ver 9, 14).
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