domingo, 9 de abril de 2017

Comentarios a las lecturas del Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. 9 de abril de 2017

El Domingo de Ramos es un día alegre y, religiosamente, muy significativo. Es el primer día de la semana grande, de la Semana Santa, y en esta semana conmemoramos los cristianos la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, a quien nosotros consideramos como nuestro Salvador.
El evangelio que hoy, inicia y acompaña a la bendición y procesión de ramos, nos presenta un  relato, repetido por los otros evangelistas, que es uno de los más entrañables y alegres de la historia de Jesucristo. En él intervienen los apóstoles y discípulos, el pueblo llano que seguía entusiasmado a Cristo, los niños que tanto le querían y admiraban. El
marco escénico también contribuye a dar encanto y ternura, sencillez y magnificencia a un tiempo a este suceso. El descenso desde Betfagé hasta Jerusalén, hacia la Puerta Dorada probablemente, era un camino de bajada y subida que muchas veces habían recorrido los peregrinos procedentes de Galilea. Descendía por el monte de los Olivos, atravesaba el torrente Cedrón en el valle de Josafat, zona de sepulcros y de muerte, para ascender casi en línea recta a la explanada del Templo por la parte oriental, entrando por la Puerta Dorada, llamada también Puerta de la Misericordia.
Del evangelio  proclamado en la bendición comenta san Agustín: "No te avergüences de ser jumento para el Señor. Llevarás a Cristo, no errarás la marcha por el camino: sobre ti va sentado el Camino. ¿Os acordáis de aquel asno presentado al Señor? Nadie sienta vergüenza: aquel asno somos nosotros. Vaya sentado sobre nosotros el Señor y llámenos para llevarle a donde él quiera. Somos su jumento y vamos a Jerusalén. Siendo él quien va sentado, no nos sentimos oprimidos, sino elevados. Teniéndole a él por guía, no erramos: vamos a él por él; no perecemos" . (San Agustín Sermón 189,4).
Toda la escena tiene como trasfondo  un pasaje de  Zacarías (Zac 9,9), a pesar de la inverosimilitud histórica. La profecía de Zacarías -centro  del relato- tuvo lugar entre los años 520 y 518 antes de Cristo. Era la época del retorno de  los judíos de la cautividad. El año 536 a.C. habían empezado los trabajos de reconstrucción  del templo; pero en forma tan modesta que los viejos, que habían conocido el templo de  Salomón, lloraban desconsolados. Zacarías y su contemporáneo Ageo quieren presentar un  Mesías sencillo, muy lejos de la imagen que los judíos derrotados y humillados tenían de su  soñado jefe. Por eso Zacarías lo presenta sentado sobre un asno.
La aclamación"¡Bendito  el que viene en el nombre del Señor!" está tomada del salmo 118 (vv. 25-26), que se  cantaba en algunas de las fiestas más solemnes; un salmo que nos ayuda a captar el  verdadero sentido de aquel episodio, y que quizá recitaran completo. La aclamación  "Hosanna" -"Dios salva"- había perdido su sentido como invocación para pedir la ayuda  divina, y se había convertido en una expresión de júbilo y entusiasmo, como nuestro "viva"  o "aleluya". La exclamación "Viva el Hijo de David" nos indica la realeza que esperan de  Jesús: que restaure la monarquía davídica. De ahí la frase de Marcos: "Bendito el reino que  llega, el de nuestro padre David".

Ya introducidos en la celebración vamos a seguir las lecturas.
La primera lectura del libro de Isaías  (Is.50, 4-7) es del del tercer canto del Siervo. este aparece más como sabio que como profeta. Asegura que el Señor le está introduciendo en su Sabiduría, para poder llevar al abatido una palabra de aliento. Mañana tras mañana le espabila y le abre el oído; y la consecuencia de tener el oído abierto a la Palabra, es que no se rebela ni se echa atrás; más bien afrontará todos los sinsabores de su historia, sin histerismos ni timideces, a pecho descubierto, sabiendo que el Señor le ayuda, y por tanto no quedará avergonzado.
. La unidad de este tercer canto del siervo (50, 4-9) está en las cuatro proposiciones que tiene al Señor por sujeto ("mi Señor me...": vs. 4.5.7.9). La persona del siervo, así como su ministerio, son interpretados de forma profética: vocación o misión, sufrimientos que conlleva su ministerio, así como su total confianza en Dios.
El siervo escucha y predica el mensaje divino, pero esta misión resulta imposible de llevarla a cabo a no ser que el Señor le dé "lengua de iniciado" o le abra el oído para entender (vs. 4-5, la misión siempre nace de una vocación).
El está convencido de que es Dios el que ha obrado esta maravilla.
El mensaje que proclama de parte del Señor es de esperanza, y es que su palabra se dirige a hombres concretos con su problemática específica; la situación del pueblo - que presupone el texto- es muy diversa ya que la larga duración del destierro ha provocado la desesperación de la gente. Al abatido es necesario reanimarle, dirigirle una palabra de consuelo, de esperanza en el Señor (v. 4a;).
- A la vocación e invitación el siervo responde con prontitud . Sabe que su tarea es amarga y así lo confiesa en este relato que se asemeja a las confesiones de Jeremías. Intenta suscitar esperanza en el pueblo y sólo recibe escepticismo por la tardanza de la liberación. Como Ezequiel (2, 8) abre su boca para comer el mensaje divino, pero éste no es dulce sino que le acarrea un gran sufrimiento: le apalean, le mesan la barba (v. 6).
Los ultrajes el siervo los acepta y afronta con decisión, sin intentar vengarse; al insulto responde con fría calma (v. 6); cree con total firmeza que el Señor está a su lado (le nombra insistentemente: vs. 4.5.7.7.9) y por eso espera contra toda esperanza sabiendo que al final el triunfo es suyo.
El, que dice al abatido una palabra de consuelo,  es un incomprendido, y en consecuencia acepta su misión entregando su espalda a los que le flagelan.
Confía plenamente en el éxito de su misión, no porque tenga fuerzas sobrehumanas, sino porque «mi Señor me ayudaba».

El responsorial es el Salmo 21, en el expresivamente repetimos la estrofa:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Hermoso este salmo, con el cual Jesús oro, en uno de los momentos más impresionantes de la pasión de Cristo, cuando pronuncia  aquellas palabras: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" Expresan todo el  drama espiritual que sufre en medio de los tormentos de la cruz. San Mateo  nos han transmitido estas palabras, incluso en la lengua original: "Eli, Eli, lama sabactani?" . Si todos recuerdan fácilmente estas palabras que inspiran un hondo sentimiento de  admiración hacia el crucificado agonizante, no todos sabrán seguramente que las palabras  de Jesús son el inicio del salmo 21, y que él probablemente lo continuaría rezando, siendo  consuelo para su alma y realización de una palabra profética sobre el Mesías.  A la luz de este salmo, la cruz no era un fracaso, no era una derrota de uno que se había  excedido en ilusiones mesiánicas: era el cumplimiento de un plan trazado por Dios y desde  antiguo anunciado a su pueblo de Israel. "El misterio de la cruz, escándalo o locura,  aparecía a la luz del salmo 21 como el misterio de la fuerza de Dios" (Scheifler).  Cristo en la cruz ora con el salmo 21. Toda su vida ha orado, como buen israelita, con  los salmos de la Biblia. El los ha constituido en alimento de su alma. Los ha hecho suyos,  se ha identificado con ellos, les ha dado cumplimiento. Y así no es de extrañar que en el  momento de su agonía vengan, diríamos espontáneamente, a su mente y a sus labios, las  oraciones sálmicas más apropiadas. Concretamente el salmo 21, que es uno de los más  conmovedores del salterio. 
 A pesar de la sensación de abandono y hasta desesperación que refleja el salmo 21 --¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?-- implora la ayuda de Dios y sabe de quien se ha fiado. Las últimas palabras de este salmo son las que le dan su sentido esencial: aunque  parezca paradójico, se trata de un salmo de acción de gracias. El salmista canta la acción  de gracias de Israel resucitado a la vuelta del exilio. Lo que más llama la atención, es que  este poeta describe la liberaci6n de su pueblo, bajo el «ropaje» de un «crucificado vuelto a  la vida». 
8-9 Al verme se burlan de mí,  hacen visajes, menean la cabeza:  «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo,  que lo libre si tanto lo quiere». 
El suplicante es lo contrario de los himnos de Israel. Pero, ¿cómo decir eso que está en  contra de los himnos, sino recurriendo también ahora a las palabras de los himnos,  tomadas al revés para que resulten una burla? «Nuestros padres esperaron y tú los  libraste», dicen los himnos. La burla dice hoy: «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo».  ¿Para qué cambiar de palabras? Un salmista feliz decía en el salmo 18: «Me libró porque  me amaba» (v. 20). La burla de Sal 21,9 es casi una cita de esa acción de gracias! De  cara a Dios, las palabras se agotan (v. 2) y, por lo que hace a los hombres, se vacían y  caen inertes. La muerte de las palabras anuncia la muerte del hombre. Las palabras que  acabamos de comentar están llenas de amenazas. La negativa a creer desencadena  inmediatamente un proceso de aceleración, que es el de la muerte. Quien no cree en la  vida exige pruebas y por ello mismo se ve rápidamente abocado a aportar él mismo las  pruebas de lo contrario. Quien no cree en la vida trabaja afanosamente a favor de la  muerte.
17 Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores, me taladran las manos y los pies,  18 y puedo contar mis huesos. Ellos me miran triunfantes, 19 se reparten mi ropa, se sortean mi túnica. 
Es el momento de la inminencia. La irrupción de los animales significa que ha pasado la  hora de la palabra. Se abren las fauces para atemorizar y devorar. Es la hora del miedo,  pues la víctima es la presa de una cacería a la inversa, en que las grandes fieras utilizan a  los perros contra el hombre, cuando lo habitual es que el hombre se sirva de los perros  contra las fieras. Pero no es eso todo: los «perros» son en realidad los agentes humanos  del mal. Son hombres, como lo demuestra el paralelismo mastines/malhechores en el v. 17 
20 Pues tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a auxiliarme;  «¡Rápido! ». Se lanza el grito hacia «mi Dios». 23 ¡Tú me respondiste!. Y yo proclamo tu nombre ante mis hermanos,  en medio de la asamblea te alabo. 
Al igual que la muerte significaba abandono, soledad, separación, la vida aparece como  comunión, y el que ha sido salvado se vuelve hacia los demás. Tan rápido como el recién  nacido se vuelve hacia su madre, el que ha sido salvado se vuelve hacia sus hermanos  para «proclamar» el nombre de su salvador. El suplicante hablaba a Dios de sus enemigos.  El hombre que canta un himno habla de Dios a sus hermanos.
El salmista se encontraba hasta ahora solitario; nadie había visto a los hermanos.  Apenas salvado, entona su canto dirigido a ellos y se convierte en el centro de una  asamblea convocada para entonar una alabanza. El que no era reconocido por el grupo es  el que convoca al grupo.
24 Fieles del Señor, alabadlo; linaje de Jacob, glorificadlo;  respetadlo, linaje de Israel; 
La palabra que reúne a los grupos es un himno en toda regla. Pero el himno tiene una  forma que hace pensar en el Evangelio: el pueblo es invitado («alabad», «glorificad»,  «respetad» ) a escuchar una buena noticia. Pero esta buena noticia, bien conocida por  nosotros, es que Dios se acerca al pobre y escucha su queja. ¿Por qué cambiar de  palabras? Mirado en otro tiempo como una «vergüenza» (v. 7) ante la que se esconde el  rostro, el salmista anuncia a todos que Dios, por su parte, no ha sentido ese horror, que no  se ha «velado el rostro». El Evangelio de los salmos es que Dios escucha a los pobres, a  los desdichados. 

La segunda lectura de la carta del apóstol San Pablo a los filipenses (Fil 2, 6-11), nos acerca a la actitud radical de Jesús, su Vaciamiento hasta la muerte. Este himno cristológico refleja la entrega de Jesús, hasta vaciarse por nosotros. Este despojo lleva un nombre técnico en teología: es la "kenosis" de Cristo. Kenosis viene del griego "kenos", que significa precisamente "vacío". Se concretizó en una obediencia total a su misión, que era la voluntad del Padre. Y no sólo aceptó esta obediencia, sino que escogió también el vivirla hasta el final, "hasta la muerte y la muerte en la cruz", esta muerte que era reservada a los malhechores o a los esclavos. En este sentido, Jesús dio libremente su vida.
San Pablo, encarcelado y juzgado por ser cristiano (Fil. 1, 13), probablemente en Éfeso , ya ha comparecido ante el tribunal, pero la sentencia está todavía pendiente.
Desde allí escribe a los filipenses. Pablo puede pedir con coherencia y autoridad a los miembros de la comunidad de Filipos que den a su vez testimonio cristiano. ¿Qué tipo de testimonio? El de la concordia y el amor. En efecto, el egoísmo, la envidia y la presunción habían empezado a causar estragos en la comunidad; ésta se estaba convirtiendo en un antisigno escandaloso. Dada esta situación. Pablo pide a los cristianos de Filipos que tengan la grandeza de ánimo suficiente para superar el propio interés y abrirse con sencillez a los demás (Flp 2, 3-4). Al pedir esto, Pablo no se basa en una simple pedagogía humana, sino en el caso concreto de Cristo Jesús, que siendo Dios se hace hombre. Para ello, Pablo se sirve de un himno litúrgico, que él incorpora a su carta. Este himno describe la dinámica existencial de Cristo Jesús.
Este fragmento con toda probabilidad no fue compuesto por San Pablo, sino que parece ser un himno, quizás litúrgico, que fue introducido por el Apóstol en esta sección de la carta porque le convenía para apoyar su exhortación a la humildad y sencillez, a la renuncia a creerse superior... cosas todas que quería inculcar a los cristianos de Filipos.
El texto manifiesta la unión que hay entre la exhortación moral de san Pablo a los Flp para que evitaran las disensiones y la motivación cristológica de tal exhortación. ¿Por qué han de amarse los Flp? ¿Por qué han de conservar la unidad? ¿Por qué han de respetarse unos a otros? La suprema motivación que el Apóstol da a los filipenses para que eviten las disensiones que amenazan la vida de toda la comunidad es "porque Dios nos ha amado" Y, ¿cómo sabemos esto? Porque Cristo, siendo de condición divina, descendió a nuestra condición humana, se humilló, abandonó el poder y entró por este camino del amor humilde, del amor solidario, y se hizo obediente hasta la muerte.
 El texto nos presenta el proceso de la Encarnación, abajamiento, exaltación y Resurrección de Jesucristo.
El primer tema del himno -aunque no el más importante en su estructura- es la preexistencia de Cristo. Describe su condición divina (v. 6). No se describe en sí misma, sino como punto de arranque de una actuación que inicia su marcha en el insondable mundo de Dios.
Quiere indicar que la existencia total de Jesús no comienza con su aparición en el mundo, sino tiene una "prehistoria". Dicho de otro modo: la preexistencia es una forma de expresar la trascendencia en términos temporales. Cristo-Jesús es el Hijo de Dios desde siempre, igual al Padre.
Condición humana (vs. 7-8). Antitética de la anterior. Fruto de una decisión puramente libre. Está presentada polarmente: momento inicial y final de la existencia humana de Jesús. Así el segundo punto es el vaciamiento. No se trata de afirmaciones ontológicas sobre un imposible abandono de la naturaleza divina por parte del Hijo, sino de insistir en su solidaridad con el hombre, compartiendo el destino de ésta aun en sus lados más oscuros y negativos. Indica una actitud contrastante con la de Adán, que quiso ser lo que no podía. El Hijo, en cambio, no vive como podía, sino como nosotros, haciendo una suerte de milagro por puro amor gratuito.
Jesús es hombre. Muere en la de cruz -probablemente retoque personal paulino del himno original-. Lleva a cabo su misión de predicar el Reino asumiendo las consecuencias de su vida, de su acción concreta de predicar la justicia y el amor en un mundo donde ello a menudo no se admite. Con ello corre el riesgo, al ser pobre, desamparado y pacífico, de morir injustamente. Ello sucede de hecho.
El proceso termina en la exaltación, como indica la segunda parte del himno. Condición glorificada (vs. 9-11). Entra en escena Dios, a quien la condición humana de Jesús ha puesto en entredicho. Se trata de Jesús en su destino final y definitivo gloriosos, de su proclamación como Señor de todo, o sea, de reconocimiento de cuanto era de hecho, pero disimulado a lo largo de su vida mortal. Comenzado todo ello en su Resurrección.

Los Evangelio de este día nos dan el relato de la Pasión según San Mateo. San Mateo destaca la importancia que tiene el tema del cumplimiento de las Escrituras. Mateo prueba a los judeo-cristianos, que esperaban un Mesías triunfador y glorioso, que los profetas anunciaron un Mesías paciente y que las Escrituras previeron el desarrollo de la pasión hasta en sus menores detalles.
Así, la agonía de Jesús en Getsemaní estaba prevista por el Sal 41/62, 6 (26, 38). Apenas detenido Jesús, Mateo precisa que era necesario que así sucediera para cumplir las Escrituras (26, 54, 56), rechazando con ello la opinión de quienes pudieran ser partidarios de una respuesta armada a la detención de Jesús. Y cuando se produce este suceso, Jesús hace alusión al procedimiento que le identifica con los maleantes (26, 55), actuación que él relaciona con la del Siervo paciente en Is. 53, 9, 12.
En el diálogo entre Cristo y el sumo sacerdote, Mateo subraya también el tema del Templo (26, 21), "cumplido" en la persona de Cristo, y cita (mejor que Lucas) el pasaje de Dan. 7, 13 sobre el Hijo del hombre (26, 64). El evangelista es también el único que descubre la muerte de Judas (27, 3-10), en la que ve de nuevo el cumplimiento de las Escrituras (cita de Zac. 11, 12-13).
Al contrario que Lucas y Juan, Mateo y Marcos insisten en el hecho de que Jesús no contesta nada a Pilatos. Reflejan así el silencio del Siervo paciente ante las injurias (Is. 53, 7). Mateo alude igualmente al gesto de Pilatos lavándose las manos (26, 24-25), duda porque en él ve un rito ejecutado en cumplimiento de la ley (Dt. 21, 6-9; Sal. 72/73, 13). La multitud responde también a Pilatos por medio de una expresión tradicional: "Que su sangre caiga..." (27, 25); quizá Mateo haya visto en ello una profecía de la decadencia del pueblo judío.
Mientras que los demás evangelistas no prestan gran atención al detalle, Mateo especifica que la bebida que se le ofrece a Cristo en la cruz era de hiel, con lo que verifica el texto del Sal. 68/69, 22 (Mt. 27, 34). Utiliza el mismo procedimiento a propósito del reparto de sus vestiduras, y del grito lanzado en la cruz, y otras aplicaciones, según él, del Sal. 21/22 (Mt. 27, 35). Mateo es igualmente el único que relaciona las burlas de los judíos contra Cristo en la cruz: "Ha salvado a otros...", con las burlas de los impíos respecto al Justo (cf. 27, 43).
Y también es el único autor que describe los episodios que se desarrollaron después de la muerte de Jesús: el velo del Templo que se rasga, las resurrecciones, los temblores de tierra son fenómenos anunciados por los profetas para el día de Yahvé (Am. 8, 9). Mateo es, finalmente, el único que menciona la riqueza de José de Arimatea (Marcos habla de su notoriedad y Lucas de su piedad), con el fin de verificar la profecía de Is. 53, 9: tendrá su sepulcro entre los ricos. No estará de más señalar que, en el pensamiento de Isaías, esta profecía quería significar que el Siervo sería confundido con los impíos.
Es evidente que Mateo siente la preocupación por explicar los hechos por la Palabra: palabra de las Escrituras cumplidas, palabra del mismo Jesús (mucho más pródigo en Mateo que en las demás versiones). No se trata, pues, de una simple visión de conjunto: en Mateo se elabora ya una teología que se centra preferentemente en torno a la idea de cumplimiento: los acontecimientos de la Pasión no tienen nada de accidental y forman parte del designio de Dios sobre el mundo.
Todo se desarrolla tan bien de la mano de Dios en los acontecimientos de la Pasión que Mateo puede hacer de ella el final de la era antigua y el comienzo de la era de la Iglesia. Más aún que los otros, el primer Evangelio subraya el alcance escatológico y eclesiológico de los acontecimientos. El velo desgarrado es señal de la caducidad de la economía antigua y el temblor de tierra señala la introducción de la nueva. La fe del centurión constituye las primicias de la conversión de las naciones. Al devolver a los "discípulos" el cuerpo de Cristo, los sumos sacerdotes abdican definitivamente sus prerrogativas y dejan a la Iglesia la tarea de ser signo de Cristo en el mundo.
Una de las características propias del relato de Mateo, bastante compleja por otro lado, es la mención de los guardias en la cruz (Mt. 27, 36 y 54) y sobre todo en el sepulcro (Mt. 27, 62-66), una mención que no hacen los demás evangelistas. La clave de esa mención nos la da el mismo Mateo en 28, 11-15.
Parece que Mateo, o la tradición que representa, compuso esta narración de la custodia con una finalidad apologética: contrarrestar la fábula judía de la sustracción del cuerpo. La fe de Mateo en Cristo es tan fuerte que llega incluso a componer un relato con el fin de anular radicalmente la mentira de los judíos. De hecho, si Mateo parece engañarnos, a nosotros y a nuestra mentalidad moderna, es fiel a una historia más verdadera, la de su fe, de la que sabe perfectamente que no descansa sobre la experiencia verificable de Jesús saliendo del sepulcro. (Maertens-Frisque nueva guia de la asamblea cristiana III marova Madrid 1969.Pág. 232-234)
El episodio de Jesús en Getsemaní posee gran importancia para comprender la pasión que sigue. Es una escena de revelación. Mientras que la transfiguración (17,1-9) revelaba por anticipado la gloria del Hijo del hombre, aunque encaminándose hacia la cruz, aquí se revela la profunda humanidad de Cristo, su "debilidad". Es una revelación que podemos resumir así: este hombre que siente "tristeza y angustia", cuya alma está triste hasta morir y que experimenta el peso de la "carne débil", es el portador de la revelación definitiva de Dios, ¡es el Hijo de Dios! Así pues, una profunda revelación del misterio de Cristo que el discípulo, como siempre, no comprende; en lugar de velar y acompañar, el discípulo se abandona al sueño. Efectivamente, se advierte un doble movimiento en el relato: por una parte, Jesús que se aleja, solo (es una manera de subrayar el carácter inaccesible del misterio encerrado en la oración de Jesús); por otra, Jesús que se acerca, que vuelve a los discípulos y les invita a acompañarlo (se subraya la cercanía del misterio de Jesús); pero el discípulo, aunque invitado, no comprende. Además de revelarnos la profunda humanidad de Jesús (por tanto, el relato que sigue se ha de leer tomando muy en serio la humanidad del Hijo de Dios), el relato nos manifiesta la reacción íntima de Jesús frente a los acontecimientos dolorosos inminentes. Los relatos que siguen (proceso, condena, insultos, crucifixión) son la superficie de la pasión, los hechos, la crónica; aquí se nos revela la reacción íntima de Jesús; allí lo que los hombres hicieron con Jesús; aquí cómo reaccionó en su ánimo. Por tanto, la escena de Getsemaní es, también desde este punto de vista, una clave indispensable para comprender en profundidad el resto de la narración.
El evangelista no pierde ocasión de subrayar que Jesús es inocente. La mujer de Pilatos lo llama "hombre justo" (27,19) y Pilatos, a su vez, reconoce públicamente su inocencia (27-24): "Yo soy inocente de la sangre de este justo. Allá vosotros". Jesús es condenado como inocente por su pueblo; una inocencia tan clara, que hasta los paganos la reconocen. Sin embargo, es condenado, a pesar de la afirmación de la inocencia por el mismo Pilatos. El procurador romano asume una actitud manifiestamente contradictoria. Abre el proceso con una clara intención de objetividad y se esfuerza en librar a Cristo de la condena. Mas apenas se ve comprometido personalmente ("Viendo que no conseguía nada y que aumentaba el alboroto": v.24), su objetividad desaparece; su deseo de objetividad no va más allá de un cierto precio. Hay una razón de estado que prevalece sobre la verdad y la justicia. Pilatos no está de ningún modo dispuesto a perderse a sí mismo.
Los  judíos deben elegir entre el Mesías y Barrabás (v.17); se ven forzados a elegir -ironía de la vida- entre el Mesías y un ladrón. La escena es altamente simbólica. No se puede rechazar a Cristo sin más; se lo cambia. Todo rechazo es una elección.
Mateo precisa que el rechazo es colectivo (v.20). Es todo el pueblo quien condena al Mesías, y no sólo los jefes: "Todo el pueblo respondió: Recaiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos". Los judíos habían entregado Jesús a Pilatos (v.27,2); ahora Pilatos lo entrega a los soldados para que lo crucifiquen (v.26).
Antes del viaje al Calvario, el evangelista relata una segunda escena de ultraje (vv. 27-31), paralela a la escena precedente, que seguía al proceso judío; allí se hacía burla de Jesús profeta; aquí, de Jesús rey. Es una escena importante; en cierto sentido ocupa el centro de toda la sección y enlaza los dos temas principales que el evangelista desarrolla, a saber, la revelación de la realeza de Jesús y su rechazo por parte del mundo. El juego cruel de los soldados es burla y rechazo; Jesús es revestido de las enseñas reales por burla. Sin embargo, y a despecho de todo, es proclamado "el rey de los judíos".
El tema más importante del texto proclamado  es la realeza de Jesús. San Mateo lo ha introducido desde el principio de su evangelio (2,2), desaparece por completo del relato evangélico y no reaparece hasta el relato de la pasión, precisamente en nuestra perícopa y en la escena de la crucifixión. Es ya un dato de suma importancia. La de Jesús es una realeza que únicamente en un contexto de pasión destaca en todo su verdadero esplendor y en su auténtico sentido; solamente a la sombra de la cruz se la puede entender sin equívocos. La escena de los ultrajes no expresa solamente hasta qué punto Jesús fue rechazado y en qué grado se humilló; pretende demostrar hasta dónde la realeza de Dios, manifestada en Jesús, es diversa de los esquemas comunes; lo es hasta el punto de parecer una burla.
Jesús moribundo es insultado por los transeúntes (vv. 39-40), que lanzan contra él nuevamente la acusación de los falsos testigos en el proceso: se glorió de poder destruir el templo y luego reconstruirlo; que se salve a sí mismo.
Le insultan los escribas, los fariseos y los ancianos, sus jueces: Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo; si realmente fuera el Mesías, Dios le bajaría de la cruz; si realmente fuera amigo de Dios, Dios lo libraría. Así pues, éstos ponen en duda la validez de sus milagros (ya los habían interpretado como provenientes de Satanás: 12/24), la verdad de sus pretensiones mesiánicas y la validez de su experiencia del Padre. Se niega la identidad más profunda de Jesús. También los dos malhechores crucificados con él le insultan del mismo modo.
El hombre corriente, las autoridades y los desheredados, todos están contra Jesús. Para comprender el significado profundo de estos insultos hemos de hacer una precisión. En la voz de los transeúntes, de los sacerdotes y de los dos malhechores resuena la misma voz de satanás que ya escuchamos en el relato de la tentación (/Mt/04/03): "Si eres el Hijo de Dios...". Si realmente eres el Hijo de Dios, debes usar el poder de que dispones para obtener credibilidad, para hacer triunfar la verdad. Los jueces tienen ahora la prueba de la verdad de su veredicto (una prueba, diríamos, ¡tomada de las Escrituras!): si no puede salvarse, si Dios no le salva, significa que hemos tenido razón al tomarlo por un falso mesías, por un impostor y un blasfemo. Así comprendemos la soledad de Jesús. Es la soledad del que se siente al final desmentido, abandonado de aquel mismo Dios en el que únicamente había confiado y por cuya obediencia ha emprendido su camino: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (/Mt/27/46).
Mateo, como buen catequeta, insiste más en algunos aspectos, al parecer secundarios, que en la misma crucifixión, que la narra, muy de pasada. Uno de estos tres motivos catequéticos (los otros dos serán el de la inscripción en la cabeza del leño y las burlas de los judíos) es el del reparto de la ropa (vv. 35-36). Es el despojo total de Jesús que se indica con el Sal 22 que es una súplica a Dios en un momento de abandono, ya que hasta Dios mismo parece que no escucha la oración del sufriente (Sal 22, 1). Es el despojo máximo de Jesús junto con la irrisión que lleva consigo.
La inscripción o título de la cruz era una tablilla que llevaba el condenado especificando la causa de la condena. Pilatos hizo escribir esto para burlarse de la religiosidad judía. Esta perícopa narra con claridad las objeciones que entonces, y ahora, se pueden hacer a una muerte tan calamitosa: ¿cómo puede ser rey nuestro un crucificado? (objeción judía o farisea): ¿cómo puede ser éste el Hijo de Dios? (objeción cristiana de los discípulos): ¿cómo va a poder este pobre salvar? (objeción de la sabiduría griega).
v. 41: Este es el tercer motivo catequético y en el que Mateo quiere hacer sobre todo hincapié. Si se tiene en cuenta los versículos del Sal 22 que se citan (vv. 2.8.9.19) nos damos cuenta de que las burlas no vienen a subrayar la maldad de los hombres o los sufrimientos morales de Jesús, sino el hecho irrisorio para el justo de que el mesías haya sido entregado a la muerte por Dios. Cristo abandonado por su Dios. Esto no lo puede comprender una mentalidad que esperaba un mesías libertador y potente. Jesús ha elegido un camino de salvación perfectamente incomprensible para judíos y griegos.
Este grito del v. 46 está en estrecha relación con el del v. 50. Son, evidentemente, dos gritos de aflicción. Pero hacemos notar en primer lugar, que estos gritos se dirigen a su Padre ("Dios mío"), es decir, que son gritos de fe. En segundo lugar que son el grito de un judío fiel (no en vano emplea el Sal 22, salmo oracional) que confía en Dios, de ahí que se trate de una aflicción tanto más real por cuanto no ha abandonado el plano de la fidelidad al Dios que salva. En él se realiza el juicio salvador de Dios (Rm 3, 21s). Lo trágico del desenlace de Jesús llega aquí a los más hondos niveles antropológicos y teológicos. No hay ficción, sino cruda realidad.
La reacción del centurión ante los raros fenómenos que acompañan a la muerte de Jesús es (típicamente pagana, por lo que se excluye una confesión de la divinidad de Jesús en boca del soldado. Incluso parece ser que esta expresión era corriente en labios de paganos para designar a personalidades extraordinarias.

Para nuestra vida
Jesús hace su entrada en Jerusalén como Mesías en un humilde borrico, como había sido profetizado muchos siglos antes (Zacarías 4, 4). Y los cantos del pueblo son claramente mesiánicos; esta gente conocía bien las profecías y se llena de júbilo. Jesús admite el homenaje. Su triunfo es sencillo, sobre un pobre animal por trono. Jesús quiere también entrar hoy triunfante en la vida de los hombres sobre una cabalgadura humilde: quiere que demos testimonio de Él, en la sencillez de nuestro trabajo bien hecho, con nuestra alegría, con nuestra serenidad, con nuestra sincera preocupación por los demás. Desde el evangelio y meditando la reflexión de San Agustín podemos decir: Como un borrico soy ante Ti, Señor..., como un borrico de carga, y siempre estaré contigo.

En la primera lectura, vemos y contemplamos al "Siervo de Yahvé" . Los judíos veían representado en él al pueblo de Israel perseguido e incomprendido por los otros pueblos. Los cristianos vemos en el "Siervo" la prefiguración del Mesías sufriente, que en la cruz recibe insultos y salivazos, que ofrece la espalda a los que le golpean. No es un loco ni un necio, sino alguien que se fía de Dios y cumple su voluntad. Por eso, no se acobarda ni se echa atrás ante el sufrimiento o la misma muerte. Sabe que el Señor le ayuda y que no quedará avergonzado
Los contenidos oracionales del salmo de hoy, se dan en Jesús hasta los más mínimos detalles sugeridos por el salmista: la  agonía, el carácter infamante del suplicio, la sed causada por la deshidratación, los  miembros dislocados, la sangre que mana de pies y manos, el golpe de gracia con la lanza,  las vestiduras dadas a los verdugos según la costumbre, los insultos de los acusadores...  En esta primera parte del género «lamentación«, se expresa un punzante sufrimiento,  casi insoportable en su realismo, y en el cual podemos admirar la belleza de este «hombre  de dolores«: a diferencia de las lamentaciones de Jeremías, no tiene rabia ni lanza  maldiciones contra sus verdugos... gime, sí... expresa su dolor en medio de una paz  profunda en que mezcla acentos de esperanza «Tú, sin embargo, eres santo... en Ti  esperaron nuestros padres... Tú me acogiste desde mi nacimiento... Tú eres mi Dios...»  Tampoco aparece ninguna preocupación filosófica sobre el problema del mal: sufre, y ora  con mayor intensidad. 

Hoy el ritmo del salmo nos permite llegar a lo profundo del alma de Jesús: «Tú estás  lejos... no permanezcas alejado... me has respondido...» La Resurrección, la gloria, la  alabanza, estaban en su corazón aun mientras permanecía en la cruz. Lee una vez más la  tercera parte de este salmo, poniéndola en labios de Jesús en la cruz: es una explosión de  acción de gracias (Eucaristía en griego). Ia víspera de su muerte, Jesús «mimó» su  sacrificio en la «acción de Gracias» de la comida Pascual. Era consciente de la enorme  fecundidad de su muerte; convidó a todos sus hermanos a tomar parte en la «comida de los  pobres» para asociarlos a la alabanza del Padre: «¡Esta es la obra del Señor!»
En la segunda lectura se nos recuerda que por la cruz se llega a la luz. El anonadamiento de Cristo es la puerta que conduce la glorificación. Sólo en la cruz se desvela el misterio. Ese Jesús crucificado es "verdaderamente el Hijo de Dios", es el Cristo, Mesías Exaltó a aquél que se había despojado en la muerte. Estamos acostumbrados a oír "al tercer día resucito de entre los muertos" que apenas nos hace mella el despojamiento de la cruz (Ver Cuadernos de Oración, núm. 75-1990: La locura de la cruz). Más allá de la vida nuevamente conseguida, estas palabras se refieren al puesto que ahora se confía a Jesús, el obediente.
"En el cielo, en la tierra, en el abismo". No se habla de hombres, sino de potestades. Se trata de aquellas potestades que hasta ahora esclavizaban el destino de los hombres y reducían la humanidad a esclavitud. Si doblan la rodilla ante Cristo, esto significa no sólo que le reconocen como más poderoso, sino también que el antiguo poder de ellos ha sido quebrantado. Se ha producido en el cosmos un cambio de dominio. "KYRIOS": el Jesús obediente ocupa ahora el puesto de Señor del universo.
El sentido del mundo no es ya la insensatez, la ceguera, el azar, sino JC. Él es la respuesta a las preguntas que turban a los hombres. En él recobra el mundo su sentido. Estas mismas líneas maestras de este precioso himno a Cristo Señor se encuentran también en el relato de la Pasión de este ciclo A. En la epístola a los Flp, JC "se despojó de su rango"; en el evangelio parece que no quiere que la gente descubra que Él es el Mesías: prohíbe hablar, manda callar.
Jesús se despojo y se hizo obediente en una doble vertiente. Obediente no sólo al Padre. También se hizo obediente a la condición humana que había tomado, a lo que exige la realidad de vivir como hombre. Esto quiere decir que Cristo, al hacerse hombre, no lo hizo con condiciones especiales. ¡Es que Él era Dios!, decimos.
Se sometió, "obediente hasta la muerte" a todo lo que comporta vivir como hombre: condicionamientos físicos y materiales (hambre, sed, calor, fatiga); condicionamientos económicos y culturales (los de la propia sociedad de su tiempo, cultura limitada, medios pobres, oportunidades concretas más o menos reducidas); y, sobre todo, condicionamientos sociales, que le implican en los intereses (legítimos o ilegítimos, puros o bastardos) de las gentes de su tiempo, que le aman y son amados por él, le aceptan, o le rechazan, o le utilizan... y finalmente le matan, porque no se acomodaba a lo que ellos ansiaban y esto les molesta.
Se hizo obediente a la realidad humana, promoviendo todo lo que era verdaderamente humano y rechazando todo lo que era contrario al hombre. Y así, de esta forma, obediente también al Padre, dando testimonio "hasta la muerte" de lo que el Padre quiere que sea la realidad humana.
Y es esto precisamente lo que san Pablo recomienda a los filipenses: "tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús"; la misma obediencia a la realidad humana y al Padre, aunque esto pueda costaros la vida, "hasta la muerte".
La vida de Jesús es asumir la situación de los otros y ver cómo desde dentro de esa situación se puede crear la relación filial con el Padre y fraternal con los hermanos. Miremos el ejemplo de Jesús: deja tu "condición divina" -porque todos nos creemos de condición divina, nos hacemos absolutos y nos creemos dioses- y ponte en la condición del otro y procura sentir desde dentro al otro y padecer desde su situación.

. ¿Con qué personaje de la pasión nos identificamos: con Pedro que le negó, con Judas que le traicionó, con el pueblo que no le acepta, o con Juan y las mujeres que le acompañaron? “Orad y contemplad la Pasión y la muerte de Cristo, es el mejor medio de acercarnos a la semana Santa. al Triduo pascual.
Jesús en este domingo de Ramos es aclamado por aquellos que después van a quitarle de en medio. Todo esto ocurre porque Jesús se mete en el mundo, asume el dolor de todos los hombres que hoy son "crucificados". Jesús se empeña en estar en todos los líos, se sitúa en las entrañas de la vida, allí donde se juega el futuro de la humanidad. No le va la muerte ni la marginación -siempre injusta- . Lucha por acabar con todo aquello que degrada al hombre, que le humilla y hunde en el abismo. Fue valiente, por eso le mataron tanto el poder político como el religioso. Pero Jesús sigue muriendo hoy día...
Nosotros seguimos crucificando a muchos "cristos" y gritando: "¡Crucifícalo!". Muchos hombres siguen viviendo su “pasión”: mujeres maltratadas, niños esclavizados, parados cansados de buscar trabajo, millones de personas que mueren de hambre… Que la entrega de Jesucristo por nosotros nos ayude a entregarnos a los hermanos y a ser más humanos cada día.
San Mateo ve en este acontecimiento la realización del vaticinio del profeta Zacarías, que anunciaba la llegada del Rey de Israel, avanzando hacia el monte Sión, lleno de mansedumbre y majestad, sentado sobre un borrico. La Iglesia repite cada año en todo el mundo, también en el camino que baja de Betfagé hacia Jerusalén, esa procesión de hombres y de mujeres, de niños con ramos de olivos y con palmas, que aclaman al Señor con júbilo y entusiasmo. Sólo los orgullosos sonríen con ironía o protestan indignados, los que no tienen fe, los que sólo miran con los ojos de la carne porque están ciegos en el alma. A ellos el Señor, cuando le piden que acalle a la multitud, les contesta: "Si éstos callaran, las piedras gritarían". Y es que las piedras son más blandas y sensibles que el corazón de los orgullosos y los soberbios...
Fijémonos en algunos aspectos del relato de la Pasión según san Mateo.
-Getsemaní. De Getsemaní emana una lección de vida para la comunidad cristiana. Como Cristo, por medio de la vigilancia y de la oración al Padre, superó victoriosamente el momento decisivo de la prueba, así el discípulo: "Vigilad y orad" es la invitación reiterada a la Iglesia. El episodio se convierte en un modelo para la existencia cristiana, en una ilustración de la advertencia que Mateo ha colocado como conclusión del discurso escatológico (24,42): "Velad, pues, porque no sabéis el día en que vendrá el Señor".
Cuando aparece en el texto la realeza de Cristo, vemos que hay una diferencia radical entre la realeza de Cristo y la del mundo, entre las manifestaciones de la primera y las manifestaciones de la segunda. No hay nada en común entre ambas; la realeza del mundo se manifiesta en el poder, en la imposición, en la salvación de sí mismo; la realeza de Cristo se manifiesta en el servicio, en el amor, en el rechazo del poder como medio de sustraerse a las contradicciones. Por eso el mundo rechaza la realeza de Cristo, no la comprende y hasta la considera una realeza de burla. Por eso los mismos discípulos se sienten con frecuencia tentados -¡incluso por amor al Maestro!- a modificar la realeza de Jesús, a hacerla semejante a la del mundo, en un intento, se diría, de hacerla más convincente y eficaz.
Hoy a nivel eclesial también , demasiadas veces queremos una Iglesia poderosa, de gran influencia social. Olvidamos que su razón de ser es el servicio.
Contemplando al Mesías abandonado que nos presenta San Mateo, nos damos cuenta de que la  petición de un milagro no solo es un razonamiento meramente humano; sino que esta basado en toda una literatura de martirio que asegura justamente que Dios interviene siempre, aunque sea en el último momento, para derrotar a los enemigos y hacer triunfar al justo. Así en Sal 34,8 y en Sal 1,9-12: "Teniendo a Yahvé por refugio, el Altísimo por tu asilo, no te llegará la calamidad ni se acercará la plaga a tu tienda, pues te encomendará a sus ángeles para que te guarden en todos sus caminos". Es la tentación en los momentos difíciles de nuestra fe, pedir e incluso exigir la intervención de Dios.
La inscripción o título de la cruz narra con claridad las objeciones que entonces, y ahora, se pueden hacer a una muerte tan calamitosa: ¿cómo puede ser rey nuestro un crucificado?. Parece imposible dar crédito a una persona en tal estado de fracaso. Ya lo decía Pablo con claridad: "para los judíos un escándalo, para los paganos una locura" (/1Co/01/23). Sin embargo éste es el Cristo de nuestra fe.
En nuestra realidad eclesial continua siendo , demasiadas veces incomprensible el escándalo de la cruz. Como en la época de Jesús -que lo parecía muerte se convertirá en vida de verdad- , continua siendo realidad. El camino del triunfo en la fe es el de saber valorar la cruz de ser hombre, con las limitaciones que esto conlleva.
Ya la primera comunidad cristiana vio en este relato del cinturión, una confesión de fe que ella misma se apropia. Como luego dirá en su reflexión teológica el evangelista Juan: Jesús jamás fue el Hijo único de Dios en tanto grado como en la humillación de la cruz. Todo este relato constituye un cúmulo de paradojas para el que no tiene fe: para el creyente es fuente de adoración y de actuación en la vida. Nos sirve a nosotros para ver y comprobar nuestra confesión de fe en los momentos duros y difíciles de testimonio cristiano.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org


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