Comentario a las lecturas del VI Domingo del
Tiempo Ordinario 12 de febrero de 2017
La fraternidad -solidaridad-
constituye lo más típico del culto cristiano. A los cristianos nuestra liturgia
nos invita a la solidaridad. No olvidemos que la palabra "liturgia"
se deriva de un verbo griego que significa "servir".
Este año Manos Unidas nos propone para
la Campaña Contra el Hambre el lema. "El
mundo no necesita más comida, necesita más gente comprometida"
Según Naciones Unidas, en el mundo 795 millones de personas no tienen alimentos
para saciar su hambre, mientras que tiramos a la basura la tercera parte de la
comida…
Esta campaña se enmarca en el trienio de
Lucha contra el Hambre (2016-2018) en el que Manos Unidas está trabajando para
dar respuesta a las causas y problemas que provoca en el mundo. Para Manos
Unidas, solucionar esta lacra pasa por acompañar a los más pobres, reforzar el
derecho a la alimentación de los pequeños productores, contribuir al cambio
hacia unos sistemas alimentarios más justos y educar para una vida solidaria y
sostenible. Durante todo el año 2017, Manos Unidas hará hincapié en tres
cuestiones esenciales y urgentes para acabar con la pobreza y el hambre en el
mundo como son el desperdicio de alimentos, la lucha contra la especulación
alimentaria y el compromiso con una agricultura respetuosa con el medio
ambiente que asegure el consumo local.
Las lecturas de este domingo nos iluminaran
y motivaran para vivir esta invitación de Manos Unidas.
Eclesiástico 15, 16-21:
"Ante ti, hombre, están puestos fuego y agua, echa mano a lo que
quieras. Delante del hombre están muerte y vida. Le darán lo que él
escoja..."
San Pablo. I Cor 2, 6-10: "Enseñamos una sabiduría divina,
misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para
nuestra gloria"
Ev. según
san Mateo 5, 15-37 : "A los antiguos se dijo: no matarás... Pero yo os
digo: todo el que esté peleado con su hermano será procesado"
La primera lectura (Eclo 15,15-20) del
Eclesiástico, libro también llamado también Sirácida
o Ben Sira, autor que vivió casi 200 años antes de Cristo, disputa en el
capítulo 15 de su libro con quienes pretenden atribuir a Dios el
"pecado" del hombre.
El autor borda el eterno problema
humano de la responsabilidad del pecador y expone la forma en que a su juicio
es posible resolverlo. Lo que no cabe es que el pecador haga responsable de sus
pecados al Señor y le eche la culpa. El buen sentido dice que «el Señor
aborrece la maldad y la blasfemia» (13). Por tanto, también han de aborrecerlas
quienes lo temen. El responsable de sus culpas es el hombre, al que «el Señor
creó y lo dejó en manos de su albedrío» (14). A partir de ese momento, es el
hombre, y sólo él, quien debe escoger entre lo que tiene delante: agua y fuego,
vida y muerte. Sin embargo, el Señor no lo pierde de vista, contempla qué hace
y advierte quiénes lo temen y quiénes no, sin intervenir para nada en las
decisiones humanas.
"Si quieres, guardarás sus mandatos": El contexto de esta
primera lectura viene centrado en la reafirmaci6n de la libertad del hombre a
la hora de elegir él mismo el camino de la sabiduría o el camino del pecado. El
bien y el mal aparecen ante el hombre para que éste realice su opción.
- "Es inmensa la sabiduría del Señor, es grande su poder y lo ve todo":
Al lado de la afirmaci6n sobre la libertad del hombre encontramos la afirmación
del poder de Dios. Un poder, pero, que no incapacita en absoluto al hombre para
ejercer su libertad. El mal y el pecado no proceden de Dios, sino de la libre
elección del hombre.
La enseñanza del libro del
Eclesiástico es pues bien clara: el mal no procede de Dios, sino que tiene su
causa en la libertad del hombre únicamente. Dios no quiere jamás el mal. Si
éste se da, lo castiga. Ante el hombre siempre está la posibilidad de la vida o
la muerte (pecado). El hombre, si quiere, puede optar por la primera, pero, si
elige el pecado, la responsabilidad es sólo suya. Libertad y responsabilidad
del hombre. " A nadie obligó a ser impío, y a nadie dio
permiso para pecar".
No hay lugar para una concepción
fatalista de los acontecimientos. "Dios hizo al hombre desde el
principio y le dejó en manos de su albedrío". Esa es su grandeza, ser
libre. Si no se accede a ello, no se es hombre.
Hay que enfrentarse, por tanto,
a la bella realidad que somos: "si tú quieres, puedes guardar los
mandamientos", y "es de sabios hacer su voluntad"; pero si no
quieres, caes en tus propias manos, sentimientos, juicios y caprichos...
En el responsorial de hoy, el salmo 118 (Sal 118,1-2.4-5.17-18.33-34)
una
idea central
domina:
la Ley, cuyas excelencias proclama.
Este amor a la Ley de Dios, es decir a su Palabra, a su designio, a su voluntad
soberana, es tan acendrado, que el texto abraza en sí casi todos los géneros
literarios. El autor agrupa, bajo cada una de las letras del alefato hebreo,
ocho versículos (7+1, como expresión de una perfección consumada) y en cada
estrofa suele mencionar ocho sinónimos de la Ley: leyes, decretos, palabras,
promesa, mandamientos, preceptos...166
El texto representa, pues, el
deseo -que en el salmista es vehemente- de que la Ley sea el principio
conductor de la propia vida. La Ley de Dios, es también la "Ley
interna" del hombre. La Ley, para un hebreo, no era este código jurídico,
rígido, de "permitido y prohibido", transmitido por la herencia
romana. La Ley era el más bello regalo
de Dios, el don de Dios al pueblo que El amaba, con el que había hecho Alianza.
El hombre sin Ley, es un hombre abandonado a sí mismo, que no sabe cómo
comportarse, que no conoce las normas de su propio ser. La Biblia, a menudo,
establece una relación entre las leyes del universo y las leyes morales, siendo
las primeras garantías de las segundas. En efecto, el desarrollo de las
ciencias, en estos tiempos modernos, nos ha enseñado hasta qué punto los seres
están construidos según estructuras delicadas y complejas que no se pueden
violar impunemente. Quien no respeta las leyes de la naturaleza, las leyes
internas que rigen su vida... se destruye inexorablemente. La Ley de Dios es
"vital", es una regla de vida.
Bendecido responsorial el de hoy
que nos ha hecho repetir ” Dichoso el que camina en
la ley del señor”.
La
segunda lectura de hoy (1 Cor 2,6-10) es parte del tema de los
primeros capítulos de esta carta, en ellos San Pablo comienza a desarrollar el
punto de la revelación de Dios.
El contexto del fragmento es la exposición de la Sabiduría de Dios y su
contraste con la del mundo. En este contexto destacan los gnósticos que se
envanecían en una sabiduría que decían alcanzar los "perfectos"
después de ser iniciados gradualmente en los "misterios". Frente a
esta sabiduría (gnosis) de las religiones, San Pablo opone la verdadera
sabiduría que no es de este mundo y que Dios concede a todos los que llegan,
purificados en el bautismo e iluminados por el Espíritu Santo, a participar de
la misma vida divina. Esta sabiduría, como experiencia de la salvación
cristiana es la que se esconde en la voluntad divina de salvar a los hombres y
se manifiesta ya en los creyentes, aunque ha de llegar aún a revelarse
plenamente al fin de los tiempos.
La sabiduría de Dios es Cristo.
Es importante esta identificación. El plan de Dios, fruto de su sabiduría, es
realizado y aún concebido por y en Cristo. Ya se sabe
que además las distinciones entre las personas divinas en cuanto a su acción
hacia afuera son siempre imperfectas y aproximadas. En todo caso queda claro
que esa acción de Dios está totalmente vinculada con Cristo y con el Espíritu
(2,10).
Pablo contrapone este plan de
Dios con la actitud del hombre seguro de sí, cerrado sobre él mismo, confiado
en su estrecha visión de la realidad. Son los "príncipes de este
mundo", sometidos, a su pesar, a otros señores distintos de Dios. Es
evidente que los dirigentes de este mundo no han entendido todavía esta
sabiduría divina: los filósofos paganos no han sabido reconocer a Dios (tema de
Rm 1,19-20) y los escribas y doctores de la Ley, en
el judaísmo, no han reconocido a Jesús como el Mesías
esperado. La sabiduría de Dios ha permanecido "escondida" en la cruz,
escándalo para los judíos y necedad para los paganos.
"Hablamos, entre los
perfectos, una sabiduría que no es de este mundo...": La predicación de
Pablo se centra en la sabiduría de Dios manifestada en Cristo resucitado. Pero,
para comprenderla, es necesaria la fe. Por eso Pablo se dirige a aquellos que
teniendo una fe más madura pueden comprender más plenamente sus palabras. Ahora
bien, este misterio de la muerte y resurrección de Cristo queda todavía lejos
de una parte de la realidad, lo que llama "este mundo", sujeto a los
espíritus malignos y a la espera de ser transformada por Cristo.
- "... nunca hubieran
crucificado al Señor de la gloria...": la condena de Jesús por los
dirigentes de este mundo ha manifestado su ceguera. No sabían qué hacían. Pero
todavía podemos hacer una lectura mucho más crítica de esta frase "si
hubiesen conocido al que condenaban no lo habrían hecho porque su misma
actuación les ha llevado a la ruina. La muerte de Jesús ha significado la
destrucción del mundo de pecado y el hundimiento de los hombres de este mundo.
- "Y Dios nos lo ha
revelado por el Espíritu...": Los bautizados, o quizá mejor, aquellos que
han madurado más en la fe, son los que han conocido el misterio escondido en la
cruz, gracias a la revelación de Dios por medio del Espíritu.
El
evangelio de hoy (Mt 5,17-37) es continuación de los dos
domingos anteriores en cuanto que los destinatarios de las palabras de Jesús
son los mismos que hace dos domingos eran declarados bienaventurados y el
domingo pasado eran designados sal de la tierra y luz del mundo. Sin embargo,
el texto de hoy ya no va a tratar de ellos, de sus dificultades y funciones,
sino de Jesús y de sus relaciones con la Ley y los Profetas.
Jesús,
siguiendo con el Sermón del Monte, nos presente unas enseñanzas profundas y
actuales. Destacar dos aspectos:
*
la vigencia del Antiguo Testamento y
*la
fidelidad matrimonial como camino de estabilidad solidaria.
Hay
muchos cristianos que, casi, detestan la narración del Antiguo Testamento.
Otros no lo entienden. Y una mayoría creen que es una “servidumbre obligada”
pero no muy necesaria. Y ello contrasta con la firmeza y solemnidad con que
Jesús dice que no ha venido a abolir la ley y los profetas, sino a darle
cumplimiento. Y que aquel que se salte uno de los preceptos menos importantes
de la Ley, será ya él mismo el menos importante. Realmente, la ley de Moisés la
tenemos presente todos los días. Y ahí están los Diez Mandamientos de la Ley de
Dios, que son la base primera de nuestro comportamiento ético y moral. Jesús ha
venido a ampliar y modernizar toda esa ley, tal como ha dicho en el largo
recorrido de las frases que comienzan por “se dijo por los antiguos”, Y terminan
con “pero yo os digo…”
Así
San Mateo pone en frases de Jesús un repaso rápido de cuanto la Ley exigía a
sus contemporáneos. Y la advertencia de que El no ha venido a destruirla sino a
darle su cumplimiento. Pero hechas esas dos afirmaciones, Jesucristo se dirige
a los suyos, a los que con El estaban en aquel momento histórico y a los que a
través de los tiempos seguirían. Y pone ante sus ojos un reto. La Ley decía
esto y aquello, pero para vosotros la Ley, que hay que cumplirla, hay que
superarla.
De estas relaciones se habla a
dos niveles, por lo que podemos dividir el texto en dos partes.
Primera parte (vs 17-2O). El
v.17 de este capítulo (omitido en la lección breve) es una declaración de la
actitud fundamental de Jesús respecto a la "ley y los profetas", es
decir, al A.T. en su totalidad. Jesús reconoce el A.T. como palabra de Dios,
pero no como palabra definitiva, ya que para pronunciar precisamente esta
palabra definitiva vino él al mundo.
En consecuencia, Jesús no se
presenta como un revolucionario religioso que rompa drásticamente con la
herencia de Israel: "No creáis que he venido a abolir la ley y los
profetas; no he venido a abolir, sino a dar plenitud".
Ley y Profetas es la expresión
judía para designar el conjunto normativo al que todo judío debía ajustar su
vida.
Segunda parte (vs.21-37).
Cuatro ejemplos prácticos de la relación de Jesús con el conjunto normativo que
le tocó vivir.
En los cuatro se reproduce un
mismo esquema: Se ha dicho... yo os digo. Un esquema que avanza no por
abolición o supresión de lo dicho, sino por ahondamiento y enriquecimiento de
lo dicho. Es el esquema letra-espíritu de la letra.
Versos 21-26. No matarás (Ex.20,13; Deut.5,17). Por supuesto. Pero, ¿sólo se mata con las
armas? ¿Y las peleas? ¿Y los insultos? ¿Y los pleitos? Hay palabras y
actuaciones que matan. La reconciliación debe ser algo previo a todo tipo de
cumplimiento religioso.
La segunda sentencia del v.26,
que también se halla en /Lc/12/57-59), agudiza la
obligación de la reconciliación con el enemigo, y lo hace mediante el ejemplo
de la vida cotidiana. Quien con su enemigo de proceso se reconoce totalmente
culpable, cuando aún va de camino hacia el juez, obrará muy razonablemente, si
da por terminado el contencioso y se pone de acuerdo con él, antes de
encontrarse con la dureza del juicio. En la composición de Mateo, en lugar de
la relación a Dios, se encuentra como telón de fondo la relación al prójimo.
Versos 27-30. No cometerás
adulterio (Ex.20, 14;Deut. 5,18). Por supuesto. ¿Basta
sin embargo, con no acostarse con la mujer de otro? Hay que tener también un
corazón limpio y desinteresado. Intencionadamente digo corazón y no mirada,
porque hay que reconocer que se han dicho muchas tonterías y se han creado
muchos traumas debido a una miope y mezquina interpretación de la expresión
"mirar a una mujer".
Versos 31-32. El que se
divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio (/Dt/24/01).
El objetivo de esta ley era garantizar a la mujer repudiada un mínimo de
dignidad y de aceptación social, que por ser mujer y por haber sido repudiada
fácilmente se le negaban. El acta de repudio era un instrumento jurídico de
defensa mínima de la mujer. ¿Basta esta defensa mínima? ¿No sería mejor no
perjudicar a la mujer hasta el punto de obligarla a tener que buscar otro
hombre? Este tercer ejemplo hay que enmarcarlo en el contexto social, económico
y cultural de la época. En él no se trata de la indisolubilidad del matrimonio,
a la que, por cierto, se le reconoce una cláusula exceptiva, sino de
profundizar en el respeto y en el reconocimiento de la mujer.
Versos 33-37. No jurarás en
falso, cumplirás tus votos al Señor (Lv 19, 12; Nm 30, 2; Dt 23, 21). Por
supuesto que está mal jurar a sabiendas de que lo que se jura es falso o que no
se va a cumplir. Pero, ¿hay que estar poniendo siempre a Dios por testigo o
garante de que lo que se dice o promete se va a hacer? ¿Somos por nosotros
mismos incapaces de cumplir lo que decimos y prometemos? ¿Somos tan inmaduros
que necesitamos de la ayuda de Dios para que se nos crea? Interesante ejemplo
de desacralización.
Jesús pide a los suyos una
integridad a toda prueba. Un cristiano debía ser una especie de "fe
pública". En reiteradas ocasiones, Jesús advierte en el Evangelio a su discípulos que deben bastarles dos palabras para ir por
el mundo dando testimonio suyo. Son las dos palabras más importantes de la
vida: si y no. Sin más añadidos. Cuando un hombre sabe decir si a determinadas
situaciones y mantener ese sí, por encima de todo y, al propio tiempo, sabe
decir no ante otras situaciones determinadas y mantener ese no por encima de
todo, nos hemos topado con un hombre conforme a la voluntad de Jesús .
Para
nuestra vida.
La
primera lectura nos recuerda que tenemos ante nosotros, de forma continua, dos
caminos: uno que nos aleja de Dios, otro que nos acerca a Él.
Uno, es verdad, fácil de recorrer, cómodo de andar, atractivo a nuestros
intereses. El otro duro y estrecho, poco apetecible a nuestro espíritu cómodo.
Pero ya sabemos por la fe, y muchas veces
por la experiencia, que al término del camino ancho nos aguarda la
tristeza, el fracaso, la angustia, la muerte. En cambio, después de recorrer el
camino duro encontramos la paz, la alegría, la esperanza, la vida.
.- Si quieres, guardarás sus mandamientos, porque es
prudencia cumplir su voluntad… Ante ti están fuego y agua, echa
mano a lo que quieras. En este texto del libro del Eclesiástico aparece el
problema de la libertad humana. Dios quiere que le amemos y cumplamos sus
leyes, no a la fuerza, sino libremente. Sabemos que somos de barro, que somos
débiles, que nuestra voluntad es frágil y quebradiza, pero esto no nos impide
actuar con libertad. No es una libertad absoluta, porque ya nacemos fuertemente
inclinados al mal, pero, con la ayuda de Dios, podemos superar nuestras malas
inclinaciones y actuar de acuerdo con nuestra recta conciencia.
"Ante ti están
puestos fuego y agua, echa mano a lo que quieras; delante del hombre están
muerte y vida: le darán lo que él escoja". Dios ha prometido ayudarnos, venir a nuestro
lado cuando le llamemos con fe y confianza, ha prometido darnos su gracia, sin
dejar por eso de premiar el éxito final que con su ayuda y nuestro pobre
esfuerzo consigamos. Necesitamos la gracia de Dios para obrar el bien, pero
Dios no niega a nadie su gracia, si sabemos pedírsela con insistencia y
humildad.
Dios es inmensamente sabio, infinitamente poderoso. Él es
capaz de hacer libre al hombre, de darle una voluntad apta para la lucha, para
querer, para decidirse por una cosa o por otra. Querer, intentar, poner los
medios. Y es esa voluntariedad, esa intención lo que determina la bondad o la
maldad de nuestros actos. Tanto es así que si intentando, de buena fe, hacer algo
bueno, resulta algo malo, Dios mirará a lo que intentamos y no a lo que
hicimos.
En el salmo 118 se hace un elogio de la ley
compuesto por un judío piadoso. Al cantarlo hoy como salmo
responsorial en la Misa se proclamamos de nuevo que la verdadera felicidad nace
en la fidelidad a Dios, que manifiesta su voluntad por medio de la ley.
San Pablo nos habla de esta sabiduría de Dios, una
sabiduría que Dios nos da a través de su Espíritu.
"Hablamos,
entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mundo".
Los cristianos lo tenemos muy claro en la teoría: actuamos con sabiduría divina
siempre que actuamos con la sabiduría de Cristo. Actuar como cristiano es
actuar dirigidos por el espíritu de Cristo. Y como Dios es Amor, según nos dice
repetidamente san Juan, si actuamos dirigidos por el amor, actuamos dirigidos
por Cristo, es decir, actuamos con sabiduría divina. La ley de Cristo es el
amor de Cristo, un amor que se manifestó sobre todo en la cruz de Cristo.
Aceptemos las dificultades de la vida, aceptemos la cruz de la vida y hagamos
todo con amor y por amor y así Dios nos dará “lo que ha preparado para los que
le aman, algo que ni el ojo vio, ni el oído oyó”.
En
el evangelio de hoy, se continúa el sermón del monte, iniciado hace dos
domingos. La designación de los discípulos como sal y luz del mundo puede ser
la razón por la que Mateo ha dado cabida a las afirmaciones de Jesús sobre la
Ley. Esta, en
efecto, era para los judíos la sal y la luz del mundo. ¿Cuál es su puesto y
razón de ser si ya no es ella la luz y la sal, sino los discípulos? No he venido
a abolir, sino a dar plenitud (v. 17). Mientras existan el cielo y la tierra,
la Ley no perderá punto ni coma de su valor (v. 18). En el original ambas
afirmaciones están en relación de efecto y causa, y por lo mismo la segunda
afirmación, enunciando la vigencia de la Ley, constituye el punto de partida.
Puesto que la Ley tiene validez y vigencia perpetuas, la Ley no puede ser
abolida. Los siguientes versículos 19-20 extraen la conclusión lógica: la Ley,
pues, debe ser enseñada y practicada en todos sus detalles por el discípulo de
Jesús, quien deberá descollar en ello más incluso que los que dentro del
judaísmo han hecho de la Ley la guía y norma de conducta.
Sin embargo, la primera
afirmación del v. 17 deja ya entrever que la no abolición de la Ley no significa
su mantenimiento mecánico y material. Dar plenitud es completar en línea de
sentido y de significado. El v. 17 enuncia que Jesús no ha venido a anular la
Ley de Moisés ni las enseñanzas de los profetas, sino a darles su verdadero
significado. El resto del texto recoge cuatro ejemplos concretos de esta
dinámica de plenitud.
Esta nueva manera de cumplir la
Ley en su plenitud nada tiene que ver con el legalismo de los escribas y
fariseos. No se trata de una hermenéutica más perfecta de la letra de la Ley,
sino de la interiorización de su espíritu. Si se encuentra la clave que todo lo
simplifica, no sólo se evitan las angustias y el miedo. Paradójicamente, sólo
cuando se abandona el legalismo está el creyente en condiciones de ser radical.
En ninguno de los cuatro casos
que se proponen -en las frases de Jesús- se fomenta manga ancha, se facilita la
Ley, se niega o simplifica la responsabilidad. Pero cobra tal relieve interior
la figura del hermano, de la mujer y de
uno mismo (¡la dignidad de "hijos" hace que nos debamos mostrar cómo
somos sin más juramentos!), que el respeto al hombre se hace radical. Se
convierte en raíz de todo nuestro comportamiento. Una raíz que reside en
nuestro interior, no en la pura exterioridad de unos actos públicos o visibles,
sino allí donde está el secreto de nuestra verdadera personalidad humana y
creyente.
Jesús
nos llama a ir más allá del legalismo: «Os
digo que si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el
Reino de los cielos».
La Ley de Moisés apunta al mínimo necesario para garantizar la convivencia,
pero el cristiano ha de procurar superar este mínimo para llegar al máximo
posible del amor. Lo que hoy nos enseña Jesús es a no creernos seguros por el
hecho de cumplir esforzadamente unos requisitos con los que podemos reclamar
méritos a Dios, como hacían los maestros de la ley y los fariseos. Más bien
debemos poner el énfasis en el amor a Dios y los hermanos, incluso a los
enemigos, amor que nos hará ir más allá de la fría ley y a reconocer
humildemente nuestras faltas en una conversión sincera.
El
Señor nos llama a ser personas consecuentes: “Deja tu ofrenda allí, delante del
altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano”, es decir, la fe que
profesamos cuando celebramos la Liturgia debería influir en nuestra vida
cotidiana y afectar a nuestra conducta. Por ello, Jesús nos pide que nos
reconciliemos con nuestros enemigos. Un primer paso en el camino hacia la
reconciliación es rogar ellos, como Jesús nos pide.
Jesús pide a quienes le sigan
que presten una extremada atención a la Escritura, y a toda la Escritura: a la
Ley y a los Profetas, porque la menor de sus afirmaciones adquiere una plenitud
nueva a partir del momento en que se la considera con la perspectiva del Reino.
Sin duda que Mateo no quiere afirmar que la totalidad de los preceptos de la
Ley o de las afirmaciones proféticas tengan su desarrollo en el Evangelio, pero
sí pretende que el conjunto de la Ley, el conjunto de los profetas constituyen
la base necesaria sobre la que se edifica la novedad traída por Jesús. Los
discípulos del Maestro no pueden plantear su vida sin conceder una gran
dedicación a "entender" (cf. 13, 51: "entender" antes de "enseñar"
a la manera del "escriba", v. 52), y después a "practicar"
y, dada la ocasión, a "enseñar" el conjunto de la Escritura, de la
Ley y de los Profetas.
Practicar, pero de forma
"acabada", que va más allá que su significado primero. De hecho, en
la continuación del discurso Jesús prolonga las exigencias antiguas. Para Él,
ya no se trata sólo de evitar el homicidio; hay que renunciar también a toda
palabra descomprometida, y emplearse lo más rápidamente que se pueda en las
actuaciones posibles de reconciliación (vv. 21-26).
No se trata ya
sólo de evitar el adulterio, sino que hay que evitar también la mirada impúdica
y el deseo que ésta hace nacer (vv. 27-30). Destacar como en este pasaje se da
una exigencia radical en la práctica de la virtud de la castidad. En la Ley se
mandaba no cometer adulterio. Jesús va más allá y advierte que quien miró con
malos ojos a una mujer, ya ha cometido adulterio en su interior. El interior
del hombre, lo que hay en su más recóndita intimidad, eso es lo que cuenta a
los ojos de Dios, la intención y el deseo consentido. Jesús que se nos entrega
del todo y nos promete el todo, también lo quiere todo y de verdad. No se
conforma con las apariencias, con un formalismo sin vida ni vibración.
Sin negar las
condenas anteriores, la Ley del Sinaí, referentes a la fidelidad matrimonial,
que ponían el acento y prueba en lo fisico, Jesús nos
dice que la semilla del adulterio está sembrada y germina en el corazón. Aquí
radica, fundamentalmente, la bondad o maldad y es una de las diferencias que
tenemos respecto a los animales. El adulterio no es solo un acto corporal,
limitado en el espacio-tiempo. Es una ofensa a otra persona y a Dios del
conjunto del ser humano. Está tiñendo espiritualmente a toda la persona. No por
ello niega las dañinas consecuencias familiares o sociales. Se trata de ser
íntegro, honesto, coherente, en la totalidad armónica de la persona.
Con respecto al divorcio, no se
trata ya de atenerse únicamente a respetar el procedimiento; es necesario
renunciar a toda separación de los cónyuges: fuera del caso de una "unión
ilícita" (v. 31 s).
No se trata ya sólo de evitar
el jurar en falso; no hay que jurar, y por lo tanto, hay que atenerse a la
verdad de la palabra, simplemente (vv. 33-37).
No se trata ya sólo de limitar
la pena del culpable a lo correspondiente a su falta: hay que responder
pacíficamente a la conducta del malo (vv. 38-42).
No se trata ya, en fin, de
limitarse al amor al prójimo; hay que ir hasta el amor a los enemigos (vv.
43-47).
Este último párrafo formula
algo más que una exigencia; explica el motivo de las novedades exigidas por
Jesús.
El discípulo de Jesús es
"hijo del Padre que está en los Cielos" (v. 45). Ahora bien, la
sociedad de aquel tiempo tenía una teoría simple de las relaciones entre hijo y
padre, una doctrina impuesta por el marco artesanal que regía aquella sociedad.
El aprendizaje se hacía en casa; el hijo "no hacía nada por sí mismo sin
que se lo viera hacer a su padre; y lo que el Padre hacía, debía hacerlo igual
el Hijo" Jn 5,19).
La misma relación debe existir
entre Dios-Padre y sus hijos; estos últimos no pueden mostrar su espíritu
filial más que aplicándose a imitar al Padre. La característica de este Padre
que está en los Cielos" es la "bondad" (20, 15), probada en el
bien que hace a los "buenos" lo mismo que a los "malos".
Por lo tanto, imitando este amor universal es como los discípulos se mostrarán
"hijos del Padre que está en los Cielos", y como serán
"perfectos como el Padre celestial es perfecto".
Rafael
Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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