sábado, 3 de diciembre de 2016

Comentario de las lecturas del II Domingo de Adviento. 4 de diciembre de 2016.

 
Desde evangelio de San Mateo  proclamado nos llega un claro mensaje de lo que puede y debe ser el adviento. Hay que convertirse, hay que hacer penitencia, para así mejorar nuestro camino hacia la conversión verdadera. Pero habremos de tener en cuentas las duras palabras que Juan Bautista dirige a fariseos y saduceos. ¿Nos la diría a nosotros también hoy?
Este segundo domingo de Adviento se nos invita a hacer realidad un propósito sincero de conversión. Conversión, es tiempo de preparar los caminos y enderezar las sendas para que se acerque el advenimiento del Reino.
La conversión es un cambio radical de mentalidad y de actitudes profundas, que luego se va manifestando en acciones nuevas, en una vida nueva.
El primer paso de la conversión es el sentirse juzgado por Dios. Lo que puede haber de decisión personal para cambiar, está movido por la acción previa de la iniciativa de Dios. Cuando se ha recibido el fuego de la acción juzgadora de Dios, entonces se recibe el Espíritu.
El juicio de Dios, que nos lleva a la conversión, es el inicio de nuestra justificación.
 
En la primera lectura (Is 11,1-10) La unidad literaria de Is. 10, 33; 11, 10, insertada dentro del "Libro del Emmanuel" (7-11), habla de juicio y de salvación divina. -El castigo divino nunca es, en la Biblia, su palabra última y definitiva.
El profeta Isaías sigue así iluminando nuestro peregrinar terrenal. Isaías profetiza un tiempo de paz y de amor insuperables que, evidentemente, todavía no ha llegado. La fraternidad entre un lobo y un cabrito, pastoreados ambos, por un niño, por un muchacho es un bien deseable. Pero para llegar a esa paz hay  convertir nuestros corazones a la paz del Señor a quien esperamos.
Así el árbol talado aún no está muerto sino que de su tocón va a brotar un tierno vástago; la raíz o tocón se refiere a la muy humilde familia de Jesé, padre de David, de la que brotará este nuevo vástago (v.1), un segundo David que, al igual que el primero, estará equipado para su trabajo con el don del Espíritu divino (v. 2, cfr. I Sam. 16, 1-13; 2 Sam 23, 2ss). Poseerá el espíritu de prudencia y el don de sabiduría para poder percatarse de la situación concreta y obrar en consecuencia (capacidad para saber juzgar), espíritu de consejo para poder prescindir de opiniones interesadas y egoístas (el futuro rey no necesita consejeros parciales), espíritu de valentía para llevar a cabo las sabias y valientes decisiones tomadas. Más aún, su actuar estará en perfecta consonancia con el querer de Dios: "espíritu de conocimiento y respeto del Señor".
-El vástago, equipado con estos dones tan preclaros, ejerce su oficio estableciendo un reino justo (vs. 3-5). Los jueces humanos sentencian de acuerdo con el testimonio que aportan los testigos que, con frecuencia, es falso; el nuevo juez nunca juzgará por apariencias sino por la realidad que conoce con todo detalle. Del juicio divino queda desterrada toda ambigüedad, todo lado oscuro del problema, toda ignorancia, el sentenciar atendiendo a la emoción del momento... El nuevo juez es siempre incorruptible: defiende al pobre y al oprimido, al desamparado (tema muy bíblico, cfr. Is. 9, 6; 32,1; Sal. 72,12 ss.; 101...) sin dejarse violentar por la sinrazón de la fuerza o del poder; su sentencia judicial es la vara que castiga y condena al malvado (I Rey. 8, 32), justicia y lealtad son el lema y la insignia de su reinado.
-En el v. 2, el autor  usa el símbolo de los vientos o espíritus que convergen en el tocón de Jesé, ahora (vs. 6-9) a través de un símbolo vegetal y animal intenta enseñarnos cómo debería ser una sociedad humana ideal: los animales salvajes cohabitan, sin temor, con los domesticados ya que la hierba ha sustituido a la matanza; tampoco se temen el hombre y los animales, todos pueden vivir en paz y armonía, como en el relato primigenio de la creación (Gn. 1, 29), rota por el pecado humano (Gn. 9, 2ss.). Comienza una nueva era paradisíaca en la que el hombre ni mata ni teme a ningún animal, la enemistad con la serpiente se da por terminada y al hombre se le concede la ciencia del Señor (cfr. Gn. 3).
"Y brotará un retoño del tronco de Jesé y retoñará de sus raíces un
vástago" (Is 11, 1).El retoñar de los árboles es un milagro que se repite cada primavera. Troncos aparentemente muertos que echan brotes verditiernos, raíces perdidas en el fondo de la tierra que asoman reverdecidas y pujantes. Con esa imagen Dios llama a la esperanza en este período del Adviento. Isaías se dirige a los hombres de su tiempo. No todo está perdido, les dice. De ese madero carcomido y viejo brotará un vástago, de ese pueblo deportado y dividido surgirá el Mesías que salve a la humanidad entera.
Y esto ¿como será posible?. " Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de prudencia y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor…"  La justicia será el cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas. Naturalmente que estas palabras del profeta Isaías son palabras utópicas, en el sentido literal de esta palabra, porque nunca se han realizado, ni se realizarán en ningún sitio de esta tierra, mientras el hombre sea lo es hoy: hombre pecador. Pero el mensaje que nos presentan estas palabras de la profecía sí es real y posible: que nos esforcemos todos en construir un camino hacia una fraternidad universal de toda la humanidad entre sí y de la humanidad con la naturaleza en la que vivimos y de la somos huéspedes temporales.
"En aquel día, el renuevo de la raíz de Jesé, se alzará como estandarte para los pueblos, y le buscarán las gentes, y será gloriosa su morada" (Is 11, 10). De este modo contempla el profeta en el horizonte de la historia a ese brote nuevo que se alzará como bandera de salvación. Todas las gentes le buscarán, pues sólo en Él está la libertad, el amor, la paz, la alegría... Nosotros también queremos caminar hacia ti, cambiar nuestras rutas perdidas y orientarlas con decisión hacia donde Tú estás.
Cambiar de ruta, día a día. Mirar tu luz y ponernos en camino, sin rodeos ni demora. Es necesario estar continuamente agarrado al volante, cosido al timón de nuestra nave. Tenemos, sin remedio, un defecto en el mecanismo de nuestra dirección, e insensiblemente nos inclinamos a uno o a otro lado. El Adviento es un período de conversión, de cambio de conducta... Hemos de entrar en este movimiento que la Iglesia alienta esperanzada. Hemos de pararnos a considerar cómo marcha nuestra vida, hemos de hacer una revisión a fondo en el motor de nuestro espíritu. Ponerlo a punto, con el deseo y la ilusión renovada de caminar hacia Cristo, de vivir siempre de cara a Dios.
 
El responsorial es el salmo 71  (Sal 71,2.7-8.12-13.17). Este salmo  era para los judíos del tiempo de Jesús una plegaria de espera a la venida de Dios o de su Mesías.
El salmo está  escrito después del exilio, en una época en que ya la dinastía de David no estaba en el trono, se refiere directamente al "rey-Mesías", ¡al reino Mesiánico esperado como "universal' y "eterno"! Sólo Dios puede tener un reino eterno, "que dure tanto como el sol, hasta la consumación de los siglos". En vano un rey cualquiera puede pretender tal cosa. Como en los demás salmos, encontramos en éste, el procedimiento literario llamado de "revestimiento": se trata de un lenguaje florido, que utiliza el "estilo de las cortes reales de oriente", con sus hipérboles gloriosas y su ideología real, para expresar un "misterio", para "revestir" una revelación no sobre un sistema político sino sobre Dios mismo.
Comentando este salmo dice san Juan Pablo II: " ...Es de notar la particular insistencia con la que el salmista subraya el compromiso moral de regir al pueblo según la justicia y el derecho: «Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud... Que él defienda a los humildes del pueblo, socorra a los hijos del pobre y quebrante al explotador» (versículos 1-2.4).
Así como el Señor rige al mundo según la justicia (Cf. Salmo 35, 7), el rey que es su representante visible en la tierra --según la antigua concepción bíblica-- tiene que uniformarse con la acción de su Dios.
2. Si se violan los derechos de los pobres, no se cumple sólo un acto políticamente injusto y moralmente inicuo. Para la Biblia se perpetra también un acto contra Dios, un delito religioso, pues el Señor es el tutor y el defensor de los oprimidos, de las viudas, de los huérfanos (Cf. Salmo 67, 6), es decir, de quienes no tienen protectores humanos.
Es fácil intuir que la figura del rey davídico, con frecuencia decepcionante, fuera sustituida --ya a partir de la caída de la dinastía de Judá (siglo VI a.C.)-- por la fisonomía luminosa y gloriosa del Mesías, según la línea de la esperanza profética expresada por Isaías: «Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra» (11,4). O, según el anuncio de Jeremías, «Mirad que días vienen --dice el Señor-- en que suscitaré a David un germen justo: reinará un rey prudente, practicará el derecho y la justicia en la tierra» (23,5)." ( San Juan Pablo II. Dios es defensor de los oprimidos. Comentario a la primera parte del Salmo 71. ROMA, miércoles, 1 diciembre 2004).
 
En la segunda Lectura : Rom 15,4-9 San Pablo , habla a los fieles de Roma de las antiguas Escrituras y del tiempo del Reino de Jesús. Es perfectamente válida también para nosotros, porque en definitiva, Cristo esta viniendo para también salvarnos.
El v. 4 es una consideración sobre el valor de las Sagradas Escrituras, que naturalmente se refiere a lo que nosotros conocemos como A.T., supuesto que el Nuevo no estaba todavía escrito cuando se envía esta carta a la comunidad romana. Se destaca entre esas funciones la del consuelo y esperanza. No está escrita la revelación para opresión o angustia del género humano, sino para lo contrario. ¡Ojalá no desvirtuáramos ese carácter como normalmente, por desgracia, sucede! ¿Cuántos cristianos piensan en la Escritura -con mayor razón se puede decir esto del N.T.- como fuente de consuelo y esperanza?
Los vv. 5-6 son exhortación a la concordia y oración común de alabanza. Cuando uno está contento, cosa que debería ser lo normal en el cristiano, precisamente porque cree en lo que dice la Biblia, es más fácil orar y ayudarse, alabar y dar gracias.
Por último, (vv. 7-9) se nos pone delante el ejemplo de Cristo. Tenemos en él la realización de las promesas, de los compromisos de Dios con el Hombre. Ha puesto en marcha desde el comienzo del tiempo la historia de la salvación humana. No tratamos de algo futuro sin más, sino que, aun cuando haya proyecciones hacia adelante, ella se basa en lo acontecido, la intervención de Dios en Cristo a favor del hombre. Por eso nos ha de resultar más fácil la mutua entrega y solidaridad, cuyo ejemplo máximo es precisamente Cristo.
Pablo continúa describiendo la obra de la redención como un servicio, servicio hecho precisamente en favor de los hermanos, de los judeocristianos, que ahora son los débiles en la fe. Cristo, siervo del pueblo judío, ha libertado a los judíos, y con ellos, subraya el autor, a vosotros, a los paganos (vv 7-8). La libertad, si es cristiana, debe ser como la de Cristo, no debe estar al servicio del propio placer o deseo, sino al servicio de los otros, cuando así lo exige su fe. Que el carisma de nuestra libertad esté al servicio de los otros no implica ponerse a merced del capricho de unos eternos niños en la fe, sino contribuir constantemente a su crecimiento en la fe.
 
Evangelio : Mt 3,1-12. A diferencia de Marcos y de Lucas, Mateo introduce a Juan Bautista en acción y después lo presenta. De esta forma resalta más el mensaje transmitido (v.2) que la identidad del mensajero (vs. 3-4). Como los otros evangelistas, también Mateo resalta el impacto y acogida del mensaje (vs. 5-6), pero a partir del v. 7 tiene un punto de mira propio: fariseos y saduceos. Ellos, en exclusiva, son los destinatarios del desarrollo del mensaje. Fariseos y saduceos representaban las dos corrientes religiosas más representativas de la sociedad judía. Los fariseos, con sus haburot o fraternidades laicales, empeñadas en el más estricto cumplimiento de la Ley, interpretada ésta de acuerdo a una tradición que buscaba acomodar los principios a las situaciones siempre cambiantes; los saduceos, con su sacerdocio y su culto en el Templo y con su fundamentalismo religioso que sólo tenía en cuenta la Ley escrita, sin la dinámica de la tradición.
Fariseos y saduceos son objeto de crítica en su calidad de corrientes religiosas que apelaban a su pertenencia al Pueblo de Dios. No os hagáis ilusiones pensando que sois descendientes de Abrahán. A pesar de esa pertenencia se les acusa de no dar frutos adecuados de conversión y por eso se les amenaza con la llegada del día del Señor, una llegada en la que precisamente ellos tenían depositada la máxima esperanza. Se les dice que esa llegada es inminente en la persona del que tiene toda la fuerza y la autoridad de Dios para discernir los corazones.
En su identificación de Juan en los vs. 3-4, Mateo lo había presentado vestido a la usanza de Elías (ver 2 Reyes 1, 8). Para Mateo, Juan es el mensajero del día del Señor, el Elías esperado inmediatamente antes del final de los tiempos para preparar a los miembros del Pueblo de Dios a salir airosos ante la llegada del Mesías.
Juan Bautista , es el último profeta del Antiguo Testamento y marca la transición entre las dos etapas de la acción de Dios en el mundo. Juan tenía una vocación fuerte y un comportamiento austero que lindaba ya con lo infrahumano. Su sinceridad era evidente y esa sinceridad le costó la vida ante Herodes por no callar los pecados del rey. Juan, además, no se atribuyó jamás poder alguno y solo su capacidad anunciadora. El Evangelio hace referencia a la profecía de Isaías que marca el ámbito de la proclamación del Nuevo Camino en el desierto. Y en el desierto iba a formarse Juan a la espera de la Primera Venida.
"Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos..." (Mt 3, 2). La
ansiedad de salvación que todo hombre lleva dentro de sí, escondida quizá en lo más íntimo de su ser, es un sentimiento que se agudiza cuando crece el temor y la angustia, motivados quizá por circunstancias particularmente difíciles. Eso es lo que ocurría en los tiempos en que aparece el Bautista a orillas del Jordán. Israel estaba bajo el yugo de Roma, tiranizada además por los herodianos, los descendientes del cruel Herodes el Grande que dejó su reino entre los hijos que le quedaron, después de haber matado él mismo a aquellos que más derecho tenían a subir a su trono. Eran años de intrigas palaciegas que intentaban acabar con el viejo rey, que no acababa de morir y eliminaba fríamente a quienes intentaran algo contra él, aunque fuesen los hijos de su más querida esposa, o el primogénito. Días de violencia y de terrorismo en los que la sangre corría con frecuencia por las calles, en los que la tortura y el encarcelamiento estaban a la orden del día. Por otra parte la corrupción moral llegaba a límites inconcebibles en una degradación cada vez más profunda y extendida. Por todo ello el anhelo de un salvador, la esperanza de que llegara pronto el Mesías se hacía cada vez más intensa.
Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Juan Bautista sabía muy bien que él era sólo el precursor, el que venía a preparar el camino al Señor Jesús. A esto aspiramos nosotros en Adviento: a llenarnos del Espíritu Santo, a vivir como bautizados en el Espíritu del Señor Jesús. Este Espíritu Santo del Señor Jesús es el que nos describe, en la primera lectura, el profeta Isaías.
 
Para nuestra vida
En este Adviento tenemos la oportunidad de pararnos  y preguntarnos: ¿qué camino estamos siguiendo, el falso o el que conduce a la felicidad? Si vivimos obsesionados por el dinero, el placer, la vanagloria, el pensar sólo en ti mismo, nos estamos equivocando. Esto no puede traernos la felicidad. A lo largo de esta Adviento, tiempo de gracia y de conversión, tenemos la oportunidad de rectificar y allanar el camino. ¿Cómo podemos  preparar el camino que conduce a Jesús, qué piedras son las que te hacen tropezar, qué baches son los que te encuentras? Sólo si tienes ilusión y ganas por llegar a la meta, podrás llegar. No lo harás solo, pues hay otros muchos que te acompañan.
No olvides que otra Navidad es posible. Prepárate para la Navidad. No te dejes arrastrar por el desenfreno de las cenas, el gasto inútil, las prisas..... Sólo merecerá la pena esta Navidad si encuentras de nuevo tu camino interior y escuchas al Dios de la misericordia, que viene a consolarte y a regalarte la salvación. ¿Estarás atento a su voz?
 
La primera lectura del Profeta Isaías expone las  profecías sobre la llegada del Mesías.
El texto describe la era mesiánica con imágenes agrícolas y ganaderas, que vosotros, mis queridos jóvenes lectores, debéis traducir a realidades de hoy, a realidades vuestras, cotidianas. El león, la serpiente, el cabrito, el novillo, serán para vosotros imágenes lejanas, imaginarias tal vez. A mí no tanto. He tocado cabritos, serpientes y culebras, me ha picado un escorpión y nada me ha hecho. Los peligros que acechan hoy serán seguramente el alcohol, el malgastar inútil, la egoísta satisfacción sensorial, sensual y sexual. El dinero para presumir, el poder para avasallar, el atractivo personal para arrastrar y dominar.
Nosotros esperamos al Mesías salvador. El que esperamos será justo y dará paz a la tierra y los conflictos desaparecerán. No sólo los que el género humanos ha producido a lo largo de los siglos, si no también –y eso es muy interesante-- habrá paz en la misma naturaleza. La fraternidad llegará incluso a las especies animales que siempre están en conflicto por su propia supervivencia: “La vaca –dice el profeta-- pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey”. ¿No es especialmente hermoso? Nuestra esperanza es saber que todo el contenido de la Escritura, del Antiguo y del Nuevo Testamento, profetizado en torno al Mesías se cumplirá. No es una utopía o un bello texto de ficción lo que nos dice Isaías. Se cumplirá.
Le va a llegar a Israel la savia que fluye todavía de David el elegido, el mítico más bien, el que impulsó a su pueblo, protegió, defendió y enriqueció. El árbol de las promesas no se ha secado, todavía puede dar fruto, es capaz de vitalizar a su pueblo. Esto se le dice a Israel, el elegido. Esto se nos dice a nosotros, ya que la Iglesia es la realización de las antiguas promesas hechas a Abraham y a los profetas.
Promesas cumplidas en Jesús de Nazaret, el es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. Jesús mientras vivió en esta tierra manifestó el cumplimiento de las promesas.  Vivió en su propia vida, la fraternidad universal, amando a todos: a ricos y pobres, a santos y pecadores, a los amigos y hasta a los propios enemigos. Si dejamos que sobre nosotros se pose el espíritu de Señor también nosotros seremos personas fraternas, solidarias, amantes y nunca excluyentes. Que nunca juzguemos a los demás por apariencias, ni de oídas, sino siempre con justicia y rectitud, sobre todo a los que se encuentren más desamparados.
 
El salmo proclamado hoy es muy indicado para este Segundo Domingo de Adviento. Salmo marcadamente mesiánico, con la riqueza y la fuerza evocativa de sus imágenes proclama el reino universal de justicia y de prosperidad, de paz y abundancia de liberación y rehabilitación del rey-mesías, el esperado de Israel. De esta filigrana se destaca la figura ideal del descendiente de David, el verdadero ungido de Dios, dibujado con prerrogativas grandiosas; en efecto, él realizará cosas maravillosas y manifestará su gloria, que es la gloria misma de Dios. La lectura litúrgica ve aquí el sentido pleno de la bendición perenne realizada en Jesucristo.
 El canto de este salmo durante el adviento expresa igualmente la espera de Cristo, rey de paz, ayuda y defensor de los pequeños y de los pobres, de los débiles y de los oprimidos, en contra de toda violencia y de todo abuso.
 
En la segunda lectura San Pablo: se nos presenta una doctrina y enseñanza dirigidas  a la  comunidad de Roma que se hallaba dividida en dos grupos o facciones: los "débiles" y los "fuertes". Los primeros se abstenían de comer carne y de beber vino los días señalados, por motivos religiosos; los segundos no distinguían los alimentos, pensando que todas estas prácticas no son lo importante para la fe. Aunque Pablo reconoce en teoría el buen sentido de los "fuertes", invita a los dos grupos a que se respeten y se acojan los unos a los otros como hizo Cristo.
Una comunidad dividida en facciones intolerantes no puede unirse para tributar a Dios una misma alabanza. Por lo tanto, la asamblea eucarística presupone, al menos, la unidad de todos sus participantes en una misma esperanza y en una misma fe en Jesucristo. Pero esta unidad en Cristo, el verdadero punto de coincidencia y el único mediador, es un don de Dios.
Cristo nos ha dejado el mejor ejemplo de comprensión mutua: él se sometió a la "circuncisión", es decir, a la Ley, y aceptando la Ley y sirviendo a los judíos, dio pruebas de la fidelidad de Dios que cumple las promesas hechas a los patriarcas y al pueblo de Israel; pero no se olvidó de acoger también a los gentiles para manifestarles la misericordia de Dios y lo alaben por esa misericordia. De unos y otros, de judíos y gentiles, hizo Cristo un solo pueblo de Dios. De igual manera es preciso que los cristianos, superando todas las diferencias, lleguen a la unanimidad de una misma alabanza al Padre por Cristo y en Cristo.
San Pablo nos recuerda " Cristo salvó a todos los hombres". En los designios divinos Cristo, del que todos los hombres necesitan para ser salvados, es el gran Reconciliador. San Pablo llama al amor la «ley de Cristo» (Gál 6,2) o «la plenitud de la ley» (Rm 13,10; Gál 5,14). La importancia del amor cristiano es tal que no puede absolutamente ser llamado una virtud; sería como vaciar de su sentido verdadero al amor de Dios mismo o de su Hijo hacia nosotros.
Para San Pablo, el ejemplo de Cristo, que para salvarnos se hace obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Flp 2, 8), ha de ser estímulo y acicate para que nosotros hagamos lo mismo por la salvación de los hermanos.
 San Pablo  exhorta "En una palabra; acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios". Estas palabras que escribe a los primeros cristianos de Roma deben servirnos a nosotros para formular, un propósito de  conversión a Dios y a los hermanos, siguiendo siempre el ejemplo de Cristo que nos acogió a todos nosotros para gloria de Dios Padre. No es posible una verdadera conversión cristiana sin este propósito de amar a Dios y al prójimo, siguiendo siempre el ejemplo de nuestro Señor Jesús. Que en nuestras palabras y en nuestras obras se note siempre que estamos bautizados con el Espíritu Santo y con el fuego de nuestro Señor.
El Adviento, tiempo de espera, debe incitar a todos los cristianos a una profunda reflexión sobre nuestra responsabilidad en la salvación de los hombres alejados de Dios.
 
Todos los evangelistas cuentan con la actividad del Bautista como previa a la de Jesús. Cada uno lo presenta desde un punto de vista y los diversos aspectos de esta figura singular nos proporcionan otros tantos elementos para reconstruir su extraordinaria personalidad. Mateo acentúa el aspecto de predicador que lleva a cabo su quehacer al estilo profético. Los profetas antiguos se distinguían tanto por sus vestidos ásperos como por la austeridad de su vida (2 Re 1, 8). El Bautista entra en escena como un predicador penitencial.
El contenido esquematizado de su predicación coincide absolutamente con lo que después anunciaría Jesús (4, 17). Exige la conversión. Era tema y exigencia continua también entre los fariseos. La diferencia estaba en el modo de entenderla. La conversión "farisaica" significaba únicamente el "cambio de mente". La conversión exigida por el Bautista, y por Jesús, es mucho más: la exigencia de un cambio radical, total, en la relación con Dios y esta relación con Dios comprende no sólo el interior sino también lo externo, todo lo que es visible en la conducta humana (v. 8: dar frutos dignos de penitencia). La recta relación con Dios debe traducirse en la correspondiente ordenación y conducta recta de toda la vida. El ejemplo del árbol lo ilustra: si el árbol es bueno, produce buenos frutos, frutos dignos de sí. Quien se convierte a Dios es como una planta de su inmenso campo y sus frutos-obras deben ser buenos. Si el árbol no produce buenos frutos es señal evidente de que no es bueno.Entonces será cortado y arrojado al fuego.
La radicalidad en las exigencias del Bautista molestaban a los piadosos de la época: los "fariseos", movimiento de laicos instruidos y piadosos, que buscaban, con su conversión interna, la seguridad frente al juicio divino, y los "saduceos", la nobleza sacerdotal influyente.
El motivo de estas exigencias es la proximidad del reino de los cielos. Mateo, al estilo judío, evita en lo posible, por un exagerado respeto, pronunciar el nombre de Dios y recurre a sucedáneos, como "el cielo". El reino de los cielos y el reino de Dios -de que nos hablan Marcos y Lucas- son la misma realidad. El reino, o mejor, reinado de Dios, era la más alta aspiración y esperanza del Antiguo Testamento y del judaísmo. Algo que pertenecía al más allá y que Dios concedería en el momento oportuno. Sería como el nuevo cielo y la nueva tierra donde no habrá pecado, muerte ni dolor. El Bautista anuncia que todo esto, que los judíos esperaban para un futuro incalculable, se realiza en la persona de Jesús y a través de ella. Estamos ante la razón última de las exigencias de la conversión: el hombre debe volverse a Dios, porque Dios se ha vuelto a los hombres.
Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: “convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos”. Las palabras de Juan Bautista, predicando la conversión, siguen teniendo hoy valor total para todos nosotros. Porque todos los nacidos de mujer nacemos empecatados, es decir, con unas tendencias innatas al pecado.
Juan es el último profeta del Antiguo Testamento y el primero del Nuevo, es el precursor del salvador. Nos invita a la conversión, al cambio de mente y de corazón, de pensamiento y sentimiento. Nos invita a tomar postura, de ella depende la diferencia que separará a unos de otros. Nosotros preguntamos también: ¿entonces, qué hacemos? Él nos indica un camino: compartir nuestros bienes, servir al necesitado, no aprovecharse de los demás, dar de comer al hambriento...
Juan predicaba a unas personas inmersas en una sociedad de vilencia e injusticias. Sociedad dominada por Roma y gobernada por los fieles a Roma en lo civil y en lo religiosos por unos estamentos que generalmente olvidaban a Dios y presentaban los medios como lo que salvaba. Demasiadas veces parece que vivimos tiempos parecidos, o tal vez peor. sí Se puede afirmar que hay miedo en las calles, sobre todo a determinadas horas y por ciertos sectores de cualquier ciudad. Es verdad también que la sangre salta con demasiada frecuencia, y con excesiva cercanía, a las páginas de los rotativos. También podemos decir, sin exageraciones, que la degradación moral está destruyendo los cimientos de nuestro viejo mundo, que se rompe la familia, sin que haya formas adecuadas para recomponerla una vez rota. Se busca con demasiada frecuencia el placer y el confort por encima de todo y a costa de lo que sea. Sí, sin ponernos trágicos, hay que reconocer que cada día ocurren cosas de las que hemos de lamentarnos, o que hemos de temer.
Ante todo esto podemos pensar que el hombre de hoy anhela con ansiedad la salvación, ese nuevo Mesías que nos redima otra vez, sin considerar que ya estamos redimidos y que lo que hay que hacer es cooperar con Dios para hacer realidad sus planes de redención. Por ello las palabras del Bautista tienen plena vigencia. Sí, también nosotros tenemos que convertirnos, hacer penitencia y preparar nuestro espíritu para la llegada del Señor. Convertirnos y hacer penitencia. Volver a Dios, que eso es convertirse a Él. Dejar nuestra situación de pecado, o de tibieza que es peor quizá, por medio de una buena confesión de nuestras faltas. Dolernos en lo más hondo de haber pecado, proponernos sinceramente rectificar. Y luego hacer penitencia, mortificar nuestras pasiones y malas inclinaciones, prescindir de nuestra ansia de comodidad, huir del confort excesivo, contradecir alguna vez nuestro gusto o deseo. Conversión y penitencia. Sólo así haremos posible la salvación y recibiremos adecuadamente a nuestro.
 
El adviento, nos sugiere ser más un tiempo de esperanza, de alegría que de penitencia.
¿ No merece el Señor, que –aquello que desafina y no está atinado en nuestra forma de ser- sea cambiado para que su Nacimiento sea algo real y palpable en lo más hondo de nuestras entrañas?
El adviento, por ser tiempo de esperanza…también es época de poda. De cortar aquellas ramas que, en el tronco de nuestras personas, pesan o aparentan más de lo que son, sobran o no dan fruto, son frondosas por fuera...pero quién sabe si no están huecas por dentro.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
 

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