Desde los
primeros tiempos de la Iglesia no se celebra Eucaristía hoy, Viernes Santo, ni
mañana, Sábado Santo. Y las normas y costumbres litúrgicas son iguales que
desde hace siglos. Ayer, Jueves Santo, el Altar quedó desnudo, sin mantel, sin
candelabros, sin cruz y el Cuerpo de Cristo se reservó en el “monumento”,
sagrario especialmente adornado para el culto de los fieles. Esa desnudez del
altar nos ha conmovido, sin duda. Es ya una imagen de soledad que no podemos
obviar
La celebración
de hoy nos sitúa ante la soledad de Jesús crucificado y ante nuestra soledad en
las cruces de nuestra vida. y una tristeza enorme llena nuestra alma. No puede
ser de otra forma.
Hoy recordamos
como a las tres de la tarde murió Jesús
y desde esa hora –salvo por cambios por razones pastorales—los fieles de todo
el mundo no unimos para dar los pasos junto a la cruz.
Nos reunimos y escuchamos la narración
que nos recoge el evangelio de Juan de la Pasión del Señor. Escucharla fue la
“cura paliativa” de tantos fieles que sufrían dolor. Todavía lo es para muchos.
Se comienza con
la liturgia de la Palabra. El cuarto canto del Siervo de Yahvé que es la
profecía que manera prodigiosa narra la Pasión de Jesús, su sufrimiento y sus
efectos salvadores. Dicen que los antiguos judíos jamás repararon en estos
cantos del Siervo de Yahvé y mucho menos le dieron aplicación mesiánica.
Esperaban un triunfador. El Salmo 30 reproduce las palabras de Jesús al
expirar. “Padre a tus manos encomiendo mi espíritu. Sin duda él rezaba este
salmo en esos momentos, lo cual también puede enternecernos. La Carta a los
Hebreos nos comunica la sublime obediencia de Cristo a la misión encargada por
el Padre y de ahí nace nuestra salvación.
La primera
lectura ( Is 52,13-53,12) es un texto que está escrito, según parece,
al final del exilio babilónico. El autor sagrado ve cómo declina la estrella
babilónica ante el resplandor persa. El Deuteroisaías
se presenta como un hombre reflexivo: toda la historia, también el destierro, tiene
sentido y se orienta a la salvación de Israel. En cuanto a la figura histórica
del Siervo ya hemos hecho mención de las posibles interpretaciones.
Personalmente, en cierto sentido, no las considero excluyentes unas respecto a
otras. La Iglesia desde el primer momento a mirado a Jesucristo como Siervo‑Mesías. Los cuatro evangelistas tenían
presente la figura del Siervo y san Marcos narra la vida y pasión de Jesús como
cumplimiento de lo descrito en los Cantos del Siervo.
La figura del
Siervo tiene varias interpretaciones, que se pueden resumir en tres:
1) interpretación colectiva,
que lo identifica con el Israel histórico –es una de las líneas de explicación
más antiguas y una de las que goza con más adeptos en la actualidad‑;
2) una interpretación
individual no mesiánica, han sido muchos los personajes del Antiguo
Testamento que han sido relacionados con el Siervo sufriente, es una visión del
Siervo vetusta que ha gozado actualmente nuevas adhesiones.
3) La tercera interpretación es la
individual mesiánica: el Siervo es el Mesías anunciado por los profetas y
esperado por el pueblo de Israel.
El alcance teológico del texto es
riquísimo. El Siervo muere para dar vida; se humilla para salvar al género
humano. Por el esfuerzo de su alma, el Padre le dará un nombre que es sobre
todo nombre, lo ensalzará y le nombrará Juez Supremo(esta última faceta no
aparece en el texto, por lo menos explícitamente, aunque puede vislumbrarse en
la primera parte del texto [52, 15]). El Siervo padece por nosotros, nos
sustituye a la hora del castigo: él padece por nosotros, pecadores. Padece por
todos los hombres de todos los tiempos, su alcance es universal, beneficia
desde el primer al último hombre, a la creación entera, que gime por la llegada
de la exaltación del Hijo del Hombre.
El responsorial es el salmo 30 (: Sal 30,2.6.12-17.25) De este salmo 30 tomó Jesús en
la cruz, su "última palabra" antes de morir: "En tus manos,
Señor, encomiendo mi Espíritu" (Lucas 23,46). Pero todo el salmo se aplica
perfectamente a Jesús crucificado. Para hacer esta aplicación personal, Jesús
no tuvo necesidad de forzar el sentido. Efectivamente, el salmo, antes de que
Jesús se lo apropiara en su oración personal, era ya una doble oración:
-El comienzo es la súplica de
un acusado inocente, de un enfermo, de un moribundo, expuesto a la persecución:
es un maldito, excluido de la comunidad, y "que produce miedo en sus
amigos" porque se lo considera como embrujado por malos espíritus... Se
huye de él como de un apestado.. . ¿Será su mal contagioso?
-Pero la parte final del salmo
es la dulce oración de intimidad de un huésped de
Yahvé: a pesar de las acusaciones injustas de que es objeto este moribundo, continúa cantando la felicidad de su vida de intimidad con Dios: "Me confío en Ti, Señor... Mis días están en tus manos... Tu amor ha hecho para mí maravillas...
Fijemonos en las expresiones del
salmo:
"Soy el hazmerreir de mis
adversarios...". Fariseos, Escribas, bribones... se burlaban de El. No se contentaron con matarlo, se ensañaron y lo
envilecieron, entregándolo a los ultrajes humillantes de la soldadesca... El
motivo mismo de la condenación era una burla de desprecio, escrita en tres
idiomas: "Jesús Nazareno, ¡Rey de los judíos!".
"Huyen de Mi... Mis amigos
me tienen miedo...". A pocas horas de la Ultima Cena tomada con ellos, los
apóstoles todos huyeron en el momento del arresto en Getsemaní...
"Oigo las burlas de la
gente; se ponen de acuerdo para quitarme la vida...". Escuchamos a las
multitudes excitadas por sus jefes pedir su muerte: "¡que lo crucifiquen!
¡Qué su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!". La muerte
que deseamos para nuestros seres queridos, para nosotros mismos es la muerte
apacible, rodeados por aquellos que nos aman. ¡Qué fortuna para un moribundo,
cuyos últimos instantes transcurren mano sobre mano con la persona amada! Jesús,
por el contrario, estuvo rodeado de rostros airados.
"Me han olvidado como a un
muerto, como a un cacharro inútil...". Expresiones de una violencia
inaudita. No, la muerte de Jesús no fue una muerte "natural"... Fue
una muerte "de desprecio", la muerte de los esclavos y de los
condenados, "como una cosa"... que se puede, si se quiere,
"clavar". "Sin embargo, confío en Ti, Señor, y digo: ¡Tú eres mi
Dios!". Hace bien pensar que Jesús tenía la costumbre de este ritmo de
oración en dos tiempos, que estructuran tantos salmos: a la
"lamentación" sigue "la acción de gracias". Volvemos a
encontrar el ritmo del salmo 21, que comienza en la "derelección"
y termina en la alegría de la "Eucaristía jubilosa".
"En tu mano está mi
destino... En tus manos encomiendo mi espíritu". Estas palabras del salmo
afloraron espontáneamente en sus labios... Antes de entrar en el "sueño de
la muerte". Y la Iglesia en el oficio de "Completas", nos
sugiere repetir cada tarde, antes de acostarnos: ponernos en las manos del
Padre.
"Sálvame por tu amor...
Bendito sea Dios, su amor ha hecho en mi maravillas...". En el texto
hebreo, aparece la famosa palabra "Hessed",
el amor. La resurrección está próxima, Jesús lo sabe. ¿Cómo podría olvidarlo en
este instante?
"Sed fuertes y valientes
de corazón todos cuantos esperáis en el Señor..." Jesús tenía conciencia
de que no moriría para El solo. Se dirige a todos. El es "el icono"
de todo hombre que muere: "ánimo", nos dice.
La segunda lectura : Heb 4,14-16;
5,7-9 Nos ayuda a penetrar profundamente en
el papel de Cristo como víctima, altar y sacerdote. Es sabido que la carta a los
Hebreos, en el conjunto de los escritos del NT, representa un hito único en la
audacia interpretativa de la figura de Jesús. En efecto, lo presenta como
sacerdote y sumo sacerdote cuando él era un laico y murió como un blasfemo.
El texto que nos ocupa nos
presenta los dos aspectos de este "sumo sacerdote": es el "Hijo
de Dios" misericordioso con nuestras debilidades, y es un hombre como
nosotros, que, como todo hombre, ha sido tentado a lo largo de toda su vida,
con la diferencia que nunca ha sucumbido en la tentación: ha sido obediente a
Dios, es decir, ha vivido la humanidad en plenitud. Más aún, "a pesar de
ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer".
La característica de nuestro
"sumo sacerdote" es que asume del todo la humanidad (es tentado,
sufre, quiere ahorrarse la muerte) y confía plena- mente en Dios. Es uno de los
nuestros y vive cerca de Dios. Realmente podemos acercar a él con confianza.
Ah, y por él sabemos que la única manera de "atravesar el cielo", es
decir, de llegar a Dios, es asumiendo a fondo la humanidad.
El evangelio de hoy es la Pasión según San Juan (Jn 18,1-19,42). En su liturgia se lee,
según el ciclo (A, B y C) los textos evangélicos de
Mateo, Marcos o Lucas, de los llamados sinópticos. Y si hoy leemos a Juan es
porque expone la exaltación hacia la gloria total del Señor Jesús. Escrito el
Evangelio de Juan muchos años después que los sinópticos ya ha habido tiempo
para conocer los dones maravillosos de la Pasión salvadora de Cristo. Y por eso
la Iglesia nos la ofrece, para que en esta tarde tan triste haya sitio para la
esperanza.
El relato de la pasión según
san Juan coincide en gran parte con los sinópticos, pero hay diferencias muy
claras. La característica especial de Juan es el punto de vista teológico desde
el que enfoca todo el evangelio: la revelación de la gloria de Jesús, la
llegada de su exaltación. Para él también en la pasión se revela la gloria del
Hijo de Dios. Juan no presenta la pasión y muerte de Jesús desde la reacción
natural psicológica, sino que trata de dar el sentido espiritual de la misma.
La muerte de Jesús es su glorificación.
El relato histórico y la forma
literaria están en función de unos temas doctrinales que explican la
originalidad y las diferencias de la narración de Juan en relación con los
otros evangelios.
Presenta la pasión en cuatro
cuadros: Getsemaní (18,1-11); ante Anás (18,16-27);
ante Pilato (18,28-19,15); en el Calvario (19,19-37). En cada uno de estos
cuadros hay un rasgo característico, un tema principal y una declaración
importante.
Un tema clave es la libertad de
Jesús ante la muerte. Jesús va a la muerte con pleno conocimiento de lo que le
espera: conociendo todo lo que iba a acontecer (18,4), consciente de que todo
está cumplido (19,28). Como pastor de las ovejas entrega su vida por ellas
(10,17-18). Nadie le quita la vida. La da. Conoce la intención de Judas.
Prohíbe a Pedro que le defienda. Se entrega cuando quiere.
En las escenas de la pasión
aparece siempre dueño de sí mismo y de sus enemigos. El lleva la cruz y con
ella se aparece como rey vencedor. Juan presenta la pasión como la epifanía de
Cristo Rey.
Juan, como Lucas, ve en la
pasión el combate con el poder de las tinieblas y subraya el carácter
voluntario de la entrega de Jesús. En Juan, como en Mateo, Jesús es rechazado
por Israel no sólo porque ha preferido a Barrabás, sino porque ha elegido al
César. El poder de Jesús no es sólo afirmado, sino que se manifiesta en forma
visible en el huerto de Getsemaní y se impone en los interrogatorios ante Anás y Pilato. Como en Marcos su relato conserva el
carácter de testimonio vivido no por el joven que huye en la oscuridad, sino
por el discípulo amado que testifica oficialmente los hechos (Jn 19,26.35).
La pasión según san Juan no es
sólo una invitación a un acto de fe como en Marcos, o de adoración como en
Mateo, o a la participación como en Lucas; sino que es sentirse comprometido en
el camino que lleva a la cruz.
.Para nuestra vida.
La liturgia de la Iglesia nos ofrece hoy,
Viernes Santo, la contemplación de Cristo que entrega su vida en la cruz por
los pecados del mundo. El Verbo eterno, «siendo de condición divina se despojó
de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres» (Flp 2, 6-7). Éste fue un primer abajamiento de su condición
divina por amor a los hombres. Pero el Señor Jesús quiso sobreabundar en su
amor. No solo se encarnó para asumir la naturaleza humana y rescatarla del
pecado, sino que quiso ofrecer su vida en oblación de amor hasta el extremo:
«habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo»
(Jn 13, 1). La misericordia de Dios es infinita e inefable, y rompe nuestros
pobres y raquíticos esquemas; su misericordia es sobreabundante y derrocha
ternura. En la cruz, que hoy contemplamos, Cristo derrama toda su sangre hasta
la última gota. Cuando el soldado le abrió el costado con la lanza, salió todo
lo que le quedaba: sangre y agua (cf. Jn 19, 34). Ante tanta sobreabundancia de
amor, se nos invita dar gracias a Dios y a romper nuestras actitudes egoístas y
calculadoras. A veces parece que amamos “a cambio de”; nos falta entregarlo
todo, sin reservas. Contrasta su gran e infinito amor con nuestra entrega
limitada y racionada. Aprendamos de Él a no escatimar en nuestra entrega
diaria.
Un simple cruce de dos maderos o troncos, sin imagen, dicen
acertadamente las rúbricas. A continuación, cada uno a su manera, que la adore.
Cada uno que comprenda que nuestra salvación depende de lo unidos que nos
sintamos a ella. Victoria, tu reinarás, Oh Cruz, tu nos salvarás, dice el
precioso himno francés, traducido a tantas lenguas. Hay que cantarlo
arrodillado o postrado, mirando a la cruz elevada cuanto más se pueda, cual
bandera o estandarte, el más insigne, que, sin duda, lo es.
Consecuentes con nuestro corazón que se ha ensanchado en la
meditación y en la plegaria, para lograr continuar viviendo con sus exigencia,
un poco presurosos, comulgamos. Es preciso salir y, en algunos sitios, mediante
procesiones, o de otras maneras, comunicar el hallazgo que hemos hecho. Nunca
continuar indiferentes.
Sobre ello nos advertía el Papa en el mensaje para
la Cuaresma 2015,y que titulaba: : «Fortalezcan
sus corazones» (St 5,8). En el texto advierte que
“la indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también
para los cristianos”. Hablaba de una globalización de la indiferencia.
Nos invitaba a despertar al amor de Dios, ante un mundo que “tiende a cerrarse
en sí mismo” y rechazar el mensaje de la Iglesia. “El pueblo de Dios, por
tanto, tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no
cerrarse en sí mismo” decía el Papa. Así aconsejaba que “para superar la
indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia es necesario una
conversión del corazón. “Tener un corazón misericordioso no significa tener
un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón
fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios”. Ante la Cuaresma
pedía cuidar “un corazón pobre, que
conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro”. De ese modo,
“tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se
deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la
indiferencia.
Os sugerimos tres textos de meditación.
«Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co
12,26)
«¿Dónde está tu hermano?» (Gn
4,9)
«Fortaleced sus corazones» (St
5,8) –
Ante tu cruz Señor ¿Qué pecados míos
quiero yo que hoy se sepulten definitivamente con Cristo?
La liturgia de hoy nos sitúa
ante el dolor, el sufrimiento. generalmente solemos huir del dolor por
escandaloso e incómodo. Pero es inevitable cuando alguien hace de su vida una
entrega por los demás, por pequeña que sea. El choque con las estructuras de
pecado del mundo hacen difícil y costoso el camino.
Hoy desde la Fe, contemplamos a
Jesús
entregado según el designio de Dios: "La muerte violenta de Jesús no fue
fruto del azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al
misterio del designio de Dios, como lo explica S. Pedro a los judíos de
Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés: «fue entregado según el
determinado designio y previo conocimiento de Dios» (Hch
2,23.
– Muerto por nuestros pecados
según las Escrituras:.
– La Muerte de Cristo es el
sacrificio único y definitivo:.
Los hechos narrados y
celebrados hoy, nos urgen a cumplir
la voluntad de Dios: "Jesús dijo al entrar en el mundo: «He aquí que yo
vengo, oh Dios, a hacer tu voluntad» (Hb 10,7; Sal 40,7). Sólo Jesús puede
decir: «Yo hago siempre lo que le agrada a él» (Jn 8,29). En la oración de su
agonía, acoge totalmente esta Voluntad: «No se haga mi voluntad sino la tuya» (Lc 22,42). He aquí por qué Jesús «se entregó a sí mismo por
nuestros pecados según la voluntad de Dios» (Ga 1,4). «Y en virtud de esta
voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del
Cuerpo de Jesucristo» (Hb 10,10)" .
En esto consiste el testimonio cristiano. Un testimonio que emana
del árbol de la cruz y desde el recibe fortaleza. «La
Vida desciende para hacerse matar; el Pan desciende para tener hambre; el
Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente desciende para sentir la
sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir? (S. Agustín, serm.
78, 6)» (556). Aquel que «se sembró» en dolor para dar fruto ha arrebatado a la
muerte la última palabra sobre el hombre. Aquel que se ha entregado en dolor y
cruz nos invita a que apartemos de los hombros de nuestros hermanos la cruz y
el dolor.
Nuestra vida cristiana es un “via crucis” si se acepta la invitación de Jesús de llevar
la propia cruz detrás de Él cada día.
Podemos ser condenados al
desprecio, podemos sentir el silencio que hiere y condena nuestra fidelidad
cristiana. En nuestro “via crucis” hay también
momentos de caída, de fragilidad y de cansancio, pero también nosotros tenemos
una Madre (María) que nos acompaña en nuestro caminar como a Jesús.
El camino de la cruz de Cristo y el nuestro
son unas vías de salvación y de apostolado, porque hemos sido invitados a
colaborar en la salvación de nuestros hermanos. Todos los cristianos somos
responsables del destino eterno de quienes nos rodean. Cristo nos enseña con la
cruz a salir de nosotros mismos, y a dar así un sentido apostólico a nuestra
vida.
Cuando contemplemos el crucifijo, cuando
veamos la figura sufriente de Cristo en la cruz, pidamos la gracia de recordar
que los dolores de Cristo crucificado son fruto del pecado. Evitemos, y pidamos
la fortaleza a Dios para ello, cada una de las ocasiones de pecado que se nos
presenten en nuestras vidas.
"
Cantemos la nobleza de esta guerra / el triunfo de la sangre y del madero;/ y
un Redentor que, en trance de Cordero,/ sacrificado en cruz, salvó la tierra./
Tú sólo entre los árboles crecido/ para tender a Cristo en tu regazo/ tú, el arca
que nos salva; tú, el abrazo/ de Dios con los verdugos del Ungido..." (Liturgia de la Horas, Himno de
Laudes del Viernes Santo).
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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