martes, 29 de marzo de 2016

Cometario a las lecturas del Viernes Santo: Celebración de la Pasión del Señor 25 de marzo de 2016 .

Cometario a las lecturas del Viernes Santo: Celebración de la Pasión del Señor 25 de marzo de 2016
Desde los primeros tiempos de la Iglesia no se celebra Eucaristía hoy, Viernes Santo, ni mañana, Sábado Santo. Y las normas y costumbres litúrgicas son iguales que desde hace siglos. Ayer, Jueves Santo, el Altar quedó desnudo, sin mantel, sin candelabros, sin cruz y el Cuerpo de Cristo se reservó en el “monumento”, sagrario especialmente adornado para el culto de los fieles. Esa desnudez del altar nos ha conmovido, sin duda. Es ya una imagen de soledad que no podemos obviar
La celebración de hoy nos sitúa ante la soledad de Jesús crucificado y ante nuestra soledad en las cruces de nuestra vida. y una tristeza enorme llena nuestra alma. No puede ser de otra forma.
Hoy recordamos como a  las tres de la tarde murió Jesús y desde esa hora –salvo por cambios por razones pastorales—los fieles de todo el mundo no unimos para dar los pasos junto a la cruz.
Nos reunimos y escuchamos la narración que nos recoge el evangelio de Juan de la Pasión del Señor. Escucharla fue la “cura paliativa” de tantos fieles que sufrían dolor. Todavía lo es para muchos.
Se comienza con la liturgia de la Palabra. El cuarto canto del Siervo de Yahvé que es la profecía que manera prodigiosa narra la Pasión de Jesús, su sufrimiento y sus efectos salvadores. Dicen que los antiguos judíos jamás repararon en estos cantos del Siervo de Yahvé y mucho menos le dieron aplicación mesiánica. Esperaban un triunfador. El Salmo 30 reproduce las palabras de Jesús al expirar. “Padre a tus manos encomiendo mi espíritu. Sin duda él rezaba este salmo en esos momentos, lo cual también puede enternecernos. La Carta a los Hebreos nos comunica la sublime obediencia de Cristo a la misión encargada por el Padre y de ahí nace nuestra salvación.

La primera lectura ( Is 52,13-53,12) es un  texto que está escrito, según parece, al final del exilio babilónico. El autor sagrado ve cómo declina la estrella babilónica ante el resplandor persa. El Deuteroisaías se presenta como un hombre reflexivo: toda la historia, también el destierro, tiene sentido y se orienta a la salvación de Israel. En cuanto a la figura histórica del Siervo ya hemos hecho mención de las posibles interpretaciones. Personalmente, en cierto sentido, no las considero excluyentes unas respecto a otras. La Iglesia desde el primer momento a mirado a Jesucristo como Siervo‑Mesías. Los cuatro evangelistas tenían presente la figura del Siervo y san Marcos narra la vida y pasión de Jesús como cumplimiento de lo descrito en los Cantos del Siervo.
La figura del Siervo tiene varias interpretaciones, que se pueden resumir en tres:
1) interpretación colectiva, que lo identifica con el Israel histórico –es una de las líneas de explicación más antiguas y una de las que goza con más adeptos en la actualidad‑;
2) una interpretación individual no mesiánica, han sido muchos los personajes del Antiguo Testamento que han sido relacionados con el Siervo sufriente, es una visión del Siervo vetusta que ha gozado actualmente nuevas adhesiones.
3) La tercera interpretación es la individual mesiánica: el Siervo es el Mesías anunciado por los profetas y esperado por el pueblo de Israel.
El alcance teológico del texto es riquísimo. El Siervo muere para dar vida; se humilla para salvar al género humano. Por el esfuerzo de su alma, el Padre le dará un nombre que es sobre todo nombre, lo ensalzará y le nombrará Juez Supremo(esta última faceta no aparece en el texto, por lo menos explícitamente, aunque puede vislumbrarse en la primera parte del texto [52, 15]). El Siervo padece por nosotros, nos sustituye a la hora del castigo: él padece por nosotros, pecadores. Padece por todos los hombres de todos los tiempos, su alcance es universal, beneficia desde el primer al último hombre, a la creación entera, que gime por la llegada de la exaltación del Hijo del Hombre.

El responsorial es el salmo 30 (: Sal 30,2.6.12-17.25) De este salmo 30 tomó Jesús en la cruz, su "última palabra" antes de morir: "En tus manos, Señor, encomiendo mi Espíritu" (Lucas 23,46). Pero todo el salmo se aplica perfectamente a Jesús crucificado. Para hacer esta aplicación personal, Jesús no tuvo necesidad de forzar el sentido. Efectivamente, el salmo, antes de que Jesús se lo apropiara en su oración personal, era ya una doble oración:
-El comienzo es la súplica de un acusado inocente, de un enfermo, de un moribundo, expuesto a la persecución: es un maldito, excluido de la comunidad, y "que produce miedo en sus amigos" porque se lo considera como embrujado por malos espíritus... Se huye de él como de un apestado.. . ¿Será su mal contagioso?
-Pero la parte final del salmo es la dulce oración de intimidad de un huésped de

Yahvé: a pesar de las acusaciones injustas de que es objeto este moribundo, continúa cantando la felicidad de su vida de intimidad con Dios: "Me confío en Ti, Señor... Mis días están en tus manos... Tu amor ha hecho para mí maravillas...
Fijemonos en las expresiones del salmo:
"Soy el hazmerreir de mis adversarios...". Fariseos, Escribas, bribones... se burlaban de El. No se contentaron con matarlo, se ensañaron y lo envilecieron, entregándolo a los ultrajes humillantes de la soldadesca... El motivo mismo de la condenación era una burla de desprecio, escrita en tres idiomas: "Jesús Nazareno, ¡Rey de los judíos!".
"Huyen de Mi... Mis amigos me tienen miedo...". A pocas horas de la Ultima Cena tomada con ellos, los apóstoles todos huyeron en el momento del arresto en Getsemaní...
"Oigo las burlas de la gente; se ponen de acuerdo para quitarme la vida...". Escuchamos a las multitudes excitadas por sus jefes pedir su muerte: "¡que lo crucifiquen! ¡Qué su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!". La muerte que deseamos para nuestros seres queridos, para nosotros mismos es la muerte apacible, rodeados por aquellos que nos aman. ¡Qué fortuna para un moribundo, cuyos últimos instantes transcurren mano sobre mano con la persona amada! Jesús, por el contrario, estuvo rodeado de rostros airados.
"Me han olvidado como a un muerto, como a un cacharro inútil...". Expresiones de una violencia inaudita. No, la muerte de Jesús no fue una muerte "natural"... Fue una muerte "de desprecio", la muerte de los esclavos y de los condenados, "como una cosa"... que se puede, si se quiere, "clavar". "Sin embargo, confío en Ti, Señor, y digo: ¡Tú eres mi Dios!". Hace bien pensar que Jesús tenía la costumbre de este ritmo de oración en dos tiempos, que estructuran tantos salmos: a la "lamentación" sigue "la acción de gracias". Volvemos a encontrar el ritmo del salmo 21, que comienza en la "derelección" y termina en la alegría de la "Eucaristía jubilosa".
"En tu mano está mi destino... En tus manos encomiendo mi espíritu". Estas palabras del salmo afloraron espontáneamente en sus labios... Antes de entrar en el "sueño de la muerte". Y la Iglesia en el oficio de "Completas", nos sugiere repetir cada tarde, antes de acostarnos: ponernos en las manos del Padre.
"Sálvame por tu amor... Bendito sea Dios, su amor ha hecho en mi maravillas...". En el texto hebreo, aparece la famosa palabra "Hessed", el amor. La resurrección está próxima, Jesús lo sabe. ¿Cómo podría olvidarlo en este instante?
"Sed fuertes y valientes de corazón todos cuantos esperáis en el Señor..." Jesús tenía conciencia de que no moriría para El solo. Se dirige a todos. El es "el icono" de todo hombre que muere: "ánimo", nos dice.

La segunda lectura : Heb 4,14-16; 5,7-9 Nos ayuda a penetrar profundamente en el papel de Cristo como víctima, altar y sacerdote. Es sabido que la carta a los Hebreos, en el conjunto de los escritos del NT, representa un hito único en la audacia interpretativa de la figura de Jesús. En efecto, lo presenta como sacerdote y sumo sacerdote cuando él era un laico y murió como un blasfemo.
El texto que nos ocupa nos presenta los dos aspectos de este "sumo sacerdote": es el "Hijo de Dios" misericordioso con nuestras debilidades, y es un hombre como nosotros, que, como todo hombre, ha sido tentado a lo largo de toda su vida, con la diferencia que nunca ha sucumbido en la tentación: ha sido obediente a Dios, es decir, ha vivido la humanidad en plenitud. Más aún, "a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer".
La característica de nuestro "sumo sacerdote" es que asume del todo la humanidad (es tentado, sufre, quiere ahorrarse la muerte) y confía plena- mente en Dios. Es uno de los nuestros y vive cerca de Dios. Realmente podemos acercar a él con confianza. Ah, y por él sabemos que la única manera de "atravesar el cielo", es decir, de llegar a Dios, es asumiendo a fondo la humanidad.

El evangelio  de hoy es la Pasión según San Juan  (Jn 18,1-19,42). En su liturgia se lee, según el ciclo (A, B y C) los textos evangélicos de Mateo, Marcos o Lucas, de los llamados sinópticos. Y si hoy leemos a Juan es porque expone la exaltación hacia la gloria total del Señor Jesús. Escrito el Evangelio de Juan muchos años después que los sinópticos ya ha habido tiempo para conocer los dones maravillosos de la Pasión salvadora de Cristo. Y por eso la Iglesia nos la ofrece, para que en esta tarde tan triste haya sitio para la esperanza.
El relato de la pasión según san Juan coincide en gran parte con los sinópticos, pero hay diferencias muy claras. La característica especial de Juan es el punto de vista teológico desde el que enfoca todo el evangelio: la revelación de la gloria de Jesús, la llegada de su exaltación. Para él también en la pasión se revela la gloria del Hijo de Dios. Juan no presenta la pasión y muerte de Jesús desde la reacción natural psicológica, sino que trata de dar el sentido espiritual de la misma. La muerte de Jesús es su glorificación.
El relato histórico y la forma literaria están en función de unos temas doctrinales que explican la originalidad y las diferencias de la narración de Juan en relación con los otros evangelios.
Presenta la pasión en cuatro cuadros: Getsemaní (18,1-11); ante Anás (18,16-27); ante Pilato (18,28-19,15); en el Calvario (19,19-37). En cada uno de estos cuadros hay un rasgo característico, un tema principal y una declaración importante.
Un tema clave es la libertad de Jesús ante la muerte. Jesús va a la muerte con pleno conocimiento de lo que le espera: conociendo todo lo que iba a acontecer (18,4), consciente de que todo está cumplido (19,28). Como pastor de las ovejas entrega su vida por ellas (10,17-18). Nadie le quita la vida. La da. Conoce la intención de Judas. Prohíbe a Pedro que le defienda. Se entrega cuando quiere.
En las escenas de la pasión aparece siempre dueño de sí mismo y de sus enemigos. El lleva la cruz y con ella se aparece como rey vencedor. Juan presenta la pasión como la epifanía de Cristo Rey.
Juan, como Lucas, ve en la pasión el combate con el poder de las tinieblas y subraya el carácter voluntario de la entrega de Jesús. En Juan, como en Mateo, Jesús es rechazado por Israel no sólo porque ha preferido a Barrabás, sino porque ha elegido al César. El poder de Jesús no es sólo afirmado, sino que se manifiesta en forma visible en el huerto de Getsemaní y se impone en los interrogatorios ante Anás y Pilato. Como en Marcos su relato conserva el carácter de testimonio vivido no por el joven que huye en la oscuridad, sino por el discípulo amado que testifica oficialmente los hechos (Jn 19,26.35).
La pasión según san Juan no es sólo una invitación a un acto de fe como en Marcos, o de adoración como en Mateo, o a la participación como en Lucas; sino que es sentirse comprometido en el camino que lleva a la cruz.

.Para nuestra vida.
La liturgia de la Iglesia nos ofrece hoy, Viernes Santo, la contemplación de Cristo que entrega su vida en la cruz por los pecados del mundo. El Verbo eterno, «siendo de condición divina se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres» (Flp 2, 6-7). Éste fue un primer abajamiento de su condición divina por amor a los hombres. Pero el Señor Jesús quiso sobreabundar en su amor. No solo se encarnó para asumir la naturaleza humana y rescatarla del pecado, sino que quiso ofrecer su vida en oblación de amor hasta el extremo: «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13, 1). La misericordia de Dios es infinita e inefable, y rompe nuestros pobres y raquíticos esquemas; su misericordia es sobreabundante y derrocha ternura. En la cruz, que hoy contemplamos, Cristo derrama toda su sangre hasta la última gota. Cuando el soldado le abrió el costado con la lanza, salió todo lo que le quedaba: sangre y agua (cf. Jn 19, 34). Ante tanta sobreabundancia de amor, se nos invita dar gracias a Dios y a romper nuestras actitudes egoístas y calculadoras. A veces parece que amamos “a cambio de”; nos falta entregarlo todo, sin reservas. Contrasta su gran e infinito amor con nuestra entrega limitada y racionada. Aprendamos de Él a no escatimar en nuestra entrega diaria.
Un simple cruce de dos maderos o troncos, sin imagen, dicen acertadamente las rúbricas. A continuación, cada uno a su manera, que la adore. Cada uno que comprenda que nuestra salvación depende de lo unidos que nos sintamos a ella. Victoria, tu reinarás, Oh Cruz, tu nos salvarás, dice el precioso himno francés, traducido a tantas lenguas. Hay que cantarlo arrodillado o postrado, mirando a la cruz elevada cuanto más se pueda, cual bandera o estandarte, el más insigne, que, sin duda, lo es.
Consecuentes con nuestro corazón que se ha ensanchado en la meditación y en la plegaria, para lograr continuar viviendo con sus exigencia, un poco presurosos, comulgamos. Es preciso salir y, en algunos sitios, mediante procesiones, o de otras maneras, comunicar el hallazgo que hemos hecho. Nunca continuar indiferentes.
Sobre ello nos advertía el Papa en el mensaje para la Cuaresma 2015,y  que titulaba: : «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8). En el texto advierte que “la indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos”. Hablaba de una globalización de la indiferencia. Nos invitaba a despertar al amor de Dios, ante un mundo que “tiende a cerrarse en sí mismo” y rechazar el mensaje de la Iglesia. “El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo” decía el Papa. Así aconsejaba que “para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia es necesario una conversión del corazón. “Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios”. Ante la Cuaresma pedía cuidar  un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro”. De ese modo, “tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.
Os sugerimos tres textos de meditación.
«Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26)
«¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9)
«Fortaleced sus corazones» (St 5,8) –
Ante tu cruz Señor ¿Qué pecados míos quiero yo que hoy se sepulten definitivamente con Cristo?
La liturgia de hoy nos sitúa ante el dolor, el sufrimiento. generalmente solemos huir del dolor por escandaloso e incómodo. Pero es inevitable cuando alguien hace de su vida una entrega por los demás, por pequeña que sea. El choque con las estructuras de pecado del mundo hacen difícil y costoso el camino.
Hoy desde la Fe, contemplamos a Jesús entregado según el designio de Dios: "La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica S. Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés: «fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios» (Hch 2,23.
– Muerto por nuestros pecados según las Escrituras:.
– La Muerte de Cristo es el sacrificio único y definitivo:.
Los hechos narrados y celebrados hoy, nos urgen a cumplir la voluntad de Dios: "Jesús dijo al entrar en el mundo: «He aquí que yo vengo, oh Dios, a hacer tu voluntad» (Hb 10,7; Sal 40,7). Sólo Jesús puede decir: «Yo hago siempre lo que le agrada a él» (Jn 8,29). En la oración de su agonía, acoge totalmente esta Voluntad: «No se haga mi voluntad sino la tuya» (Lc 22,42). He aquí por qué Jesús «se entregó a sí mismo por nuestros pecados según la voluntad de Dios» (Ga 1,4). «Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del Cuerpo de Jesucristo» (Hb 10,10)" .
En esto consiste el  testimonio cristiano. Un testimonio que emana del árbol de la cruz y desde el recibe fortaleza. «La Vida desciende para hacerse matar; el Pan desciende para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente desciende para sentir la sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir? (S. Agustín, serm. 78, 6)» (556). Aquel que «se sembró» en dolor para dar fruto ha arrebatado a la muerte la última palabra sobre el hombre. Aquel que se ha entregado en dolor y cruz nos invita a que apartemos de los hombros de nuestros hermanos la cruz y el dolor.
Nuestra vida cristiana es un “via crucis” si se acepta la invitación de Jesús de llevar la propia cruz detrás de Él cada día.
Podemos ser condenados al desprecio, podemos sentir el silencio que hiere y condena nuestra fidelidad cristiana. En nuestro “via crucis” hay también momentos de caída, de fragilidad y de cansancio, pero también nosotros tenemos una Madre (María) que nos acompaña en nuestro caminar como a Jesús.
 El camino de la cruz de Cristo y el nuestro son unas vías de salvación y de apostolado, porque hemos sido invitados a colaborar en la salvación de nuestros hermanos. Todos los cristianos somos responsables del destino eterno de quienes nos rodean. Cristo nos enseña con la cruz a salir de nosotros mismos, y a dar así un sentido apostólico a nuestra vida.
 Cuando contemplemos el crucifijo, cuando veamos la figura sufriente de Cristo en la cruz, pidamos la gracia de recordar que los dolores de Cristo crucificado son fruto del pecado. Evitemos, y pidamos la fortaleza a Dios para ello, cada una de las ocasiones de pecado que se nos presenten en nuestras vidas.
" Cantemos la nobleza de esta guerra / el triunfo de la sangre y del madero;/ y un Redentor que, en trance de Cordero,/ sacrificado en cruz, salvó la tierra./ Tú sólo entre los árboles crecido/ para tender a Cristo en tu regazo/ tú, el arca que nos salva; tú, el abrazo/ de Dios con los verdugos del Ungido..." (Liturgia de la Horas, Himno de Laudes del Viernes Santo).



Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org

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