miércoles, 23 de marzo de 2016

Comentario a las lecturas del Jueves Santo: Misa Vespertina de la Cena del Señor 24 de marzo de 2016

Con la celebración vespertina llamada “Misa en la Cena del Señor”, evocamos y hacemos presente la última cena de Jesús con sus discípulos antes de su Pasión. Así entramos en el corazón del año litúrgico, que es el gran Triduo Pascual.
Precisamente el triduo pascual se coloca en el centro del año litúrgico por su función de “memorial” de los eventos que caracterizan la Pascua “cristiana”.  Como la comunidad de Israel, también la Iglesia mantiene viva la memoria de la misericordia de Dios que “pasa” continuamente por su historia y refunda su existencia como “pueblo de Dios” con base en esta perenne voluntad de reconciliación.


El centro de este “memorial” es el Misterio Pascual, la muerte y resurrección de Jesús.  En la muerte de Jesús, Dios ha asumido la naturaleza humana hasta la muerte, “hasta la muerte de Cruz” (Filipenses 2,8). A través de ella, Jesús “se convirtió en causa de salvación eterna para todos aquellos que le obedecen” (Hebreos 5,9; idea importante del Viernes Santo).  De hecho, la cruz de Jesús no se puede separar de la resurrección, fundamento de nuestra esperanza. Y este es nuestro futuro: “Sepultados... en su muerte, para que también nosotros vivamos una vida nueva” (Romanos 6,4; idea central de la Vigilia Pascual).
Todo esto se recoge en la gran Eucaristía que se celebra entre hoy y el Domingo de Pascua. Hoy hacemos “memoria” de aquella primera Eucaristía que Jesús celebró y al mismo tiempo la actualizamos como recuerdo del pasado, como presencia en el hoy de nuestras comunidades, al mismo tiempo de esperanza y profecía para el futuro.
El cuerpo y la sangre eucarísticos de Jesús nos asegura su presencia a lo largo de la historia. Es Jesús mismo quien establece de manera concreta, en la Eucaristía, la permanencia visible y misteriosa de su muerte en la Cruz por nosotros, de su supremo amor por la humanidad, de su venida continua dentro de nosotros para salvarnos y santificarnos. Es así como en cada celebración su corazón, traspasado por la lanza, sea abre para derramar el Espíritu Santo sobre la Iglesia y el mundo.
Para profundizar en esto, se nos propone leer hoy el relato del “lavatorio de los pies” (Juan 13,1-15). Notemos que en la última cena, el evangelista Juan no habla de la institución de la Eucaristía (que se encuentra ampliamente tratada en el discurso del “Pan de Vida” en Jn 6).  Juan prefiere colocar aquí un gesto que indica el significado último de la Eucaristía, como acto de amor extremo de Jesús por los suyos, manifestación de un servicio pleno hacia los discípulos.
Dos realidades centran hoy la celebración:
* El Amor fraterno: Dia de la Caridad.
* Institución del sacerdocio.
Día del Amor Fraterno. Un amor que se expresa en el servicio humilde y gratuito. Jesús, en un día como éste, sabiendo cercana su muerte, quiso reunirse con sus amigos para celebrar la Pascua judía, y para mostrarnos, en esta cena, cómo ha de ser la vida de quienes queremos seguirle.
Jesús se ha despojado de su manto, como signo de entrega y del despojo de su misma dignidad, que se llevará a cabo en la Cruz, y lava los pies de sus discípulos. A partir de ese momento, celebrar la Eucaristía es apostar por el hombre, por el servicio y la fraternidad.
En esta misma Cena, Jesús instituye el Sacerdocio, para que cada vez que se coma de este pan y se beba de esta copa, se anuncie su muerte hasta que Él vuelva. Inmenso mensaje y hermosos motivos para vivir este día del Jueves Santo.

En la primera lectura del Libro del Exodo (Ex 12,1-8.11-14 ), se nos presenta un relato que tiene una significación especial en la historia del pueblo de Israel. El texto de esta lectura pertenece a la obra denominada "Sacerdotal", redactada después del regreso del destierro babilónico. Relaciona estrechamente los ritos antiquísimos de la celebración de la Pascua con la salida de Egipto.
Es el relato de la última cena del pueblo elegido en tierra de Egipto y antes de su liberación. Esta celebración está cargada de ritualismo y de esperanza. De ahí que Israel lo celebra cada año, haciendo memoria de aquel acontecimiento de sus orígenes, y es que ahí descubre y vive la presencia de un Dios que salva.
Al parecer, la pascua fue originalmente una fiesta de pastores celebrada en primavera: en ella se ofrecían a Dios los primeros corderillos del rebaño. Posteriormente (fusión de las dos culturas) se añadió a ella la fiesta de los agricultores, en la que éstos también ofrecían sus primeros frutos. Pero la pascua recibe su sentido más profundo y definitivo cuando se empieza a relacionar con la salida de los hebreos de Egipto. Entonces se convierte en la fiesta de la liberación. Esto comenzó así un año en que los egipcios no permitieron a los hebreos salir de sus dominios a celebrar la fiesta, y es cuando Dios da instrucciones a Moisés para que la comunidad realice el sacrificio de pascua: al atardecer se matará un cordero o cabrito de un año, macho y sin defecto; se rociará con su sangre las jambas y el dintel de la puerta de sus casas; de noche se comerá la cena de la liberación: cordero y pan ácimo (los pies calzados, ceñida la cintura y un bastón en la mano, en plan de marcha desde aquella tierra de esclavitud hacia otro país de libertad).
Más tarde, el Señor, que herirá de muerte a los primogénitos de los egipcios, pasará de largo o se saltará las puertas de los hebreos, marcadas con la sangre del cordero.
Volvemos a escuchar aquel relato y su mensaje.

El responsorial es el salmo 115  (Sal 115,12-18 ) salmo  de acción de gracias.
Versículo 12: “¿Cómo podre pagar al Señor todo el bien que me ha hecho?”  El bien del que se habla es la liberación de los israelitas del poder del Faraón. El israelita que escribe este salmo no ve como le puede pagar al Señor lo hecho ya que para él esta liberación es un hecho cumbre.
Versículo 13: “Levantare la copa de la salvación e invocare su nombre”   La copa posiblemente se refiera a la de vino que se servía en la festividad de la pascua. El invocar al Señor es una costumbre israelita ante un hecho maravilloso.
Versículo 14: “Cumpliré mis promesas al Señor  en presencia de todo el pueblo.”  Sin duda el escritor habla de alguna promesa que hizo a Dios si lo liberaba de su problema en su recuerdo de la esclavitud de Egipto. Otra cosa que debemos observar  que cumplirá su promesa delante de todo el pueblo, sin ninguna vergüenza.
 Versículo 15: “Mucho le cuesta al Señor ver morir a los que le aman” El salmista nos muestra los sentimientos de Dios hacia sus fieles. La vida humana vale más que nada en el mundo.
Versículo 16: “Oh Señor, yo soy tu siervo. Yo soy el hijo de tu sierva. Tú has roto los lazos que me ataban.” Para entender este versículo debemos ver el significado de siervo/a. El siervo es aquel que sirve a un amo. Pero esta servidumbre no es obligada de Dios al hombre sino más bien es una escogencia libre del hombre de hacer de Dios su Señor.
Versículo 17: “En gratitud, te ofreceré sacrificios, e invocare, Señor, tu nombre.” La actitud de todo ser humano ante Dios debe de ser una Acción de Gracias por todo lo que ha hecho.

En la segunda lectura de la Primera carta a los corintios (1 Cor. 11,23-26),  el apóstol Pablo, que ha tenido una experiencia personal y singular de Jesús, su Maestro y Señor, sintetiza -en este pasaje- el sentido de la Cena del Señor: además de ser una tradición recibida y que procede del mismo Jesús, es la expresión de su vida entregada por la salvación de la humanidad.
Este fragmento es célebre e históricamente importante porque se traslada al año 50, cuando ya existía un relato oficial, con estilizaciones litúrgicas y autentificación apostólica, de la última cena de Jesús. Nos hallamos, pues, ante la más antigua narración literaria de la Eucaristía, anterior incluso al texto de los Sinópticos. Este de Pablo presenta evidentes analogías con el texto del evangelio de Lucas, lo que nos remontaría a una tradición común procedente de la comunidad de Antioquía, de la cual dependerían tanto Pablo como Lucas.
Este texto recoge el sentido de la nueva Pascua y el gesto que hizo el Señor para recordarla, para que nos sirviera de memorial.
Ahora el Paso de Yahveh se realiza por medio de Jesucristo, que pasó haciendo el bien, que pasó de la muerte a la vida en entrega de amor, que pasó para liberar a su pueblo de todas las esclavitudes. Ya no se sacrifican corderos, porque se inmoló por todos el Cordero de Dios. Pero ahora Dios no sólo pasa, sino que se queda.
Y esta inmolación del Cordero es lo que se recuerda y actualiza con los signos del pan partido y del vino ofrecido. Recordamos y renovamos todo el amor de Cristo, que deja romper su cuerpo y derrama su sangre para nuestra definitiva liberación. Hay también en el gesto una añoranza de presencia, una súplica para que vuelva. El banquete eucarístico es también un anticipo del banquete del Reino.
La Comunidad Cristiana vuelva a celebrar y revivir cuanto en este gesto se nos ofrece.

El evangelio de San Juan (Jn 13,1-15 ), nos presenta en el  momento de la despedida de Jesús en la última Cena,  el relato del lavatorio de los pies por parte de Jesús a su comunidad. Este gesto es, desde su punto de vista, mucho más que un simple gesto de purificación ritual. Más bien, es un signo de servicio y de amor en favor de sus amigos. Para nosotros es una invitación a seguir el ejemplo y el estilo del mismo Jesús. Sigamos , con un corazón abierto, este conocido relato del evangelio.
La última parte del evangelio de Juan (13-21) se abre con una introducción solemne: “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (13,1).
El evangelista Juan nos ayuda a recorrer atentamente el último día de Jesús con sus discípulos. Así nos hace comprender que efectivamente ha llegado la “hora” tan esperada por Jesús, la “hora” ardientemente deseada, cuidadosamente preparada, frecuentemente anunciada (ver 12,27-28). Es la “hora” en que manifiesta su amor infinito entregándose a quien lo traiciona, en el don supremo de su libertad.
Dos aspectos se ponen de relieve:
- Esta es la hora en que Jesús regresa a la casa del Padre: “había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre”. Él conoce el camino y la meta.
- Esta es la hora en la que Jesús da la máxima prueba de su amor: “los amó hasta el extremo”.
Juan señala que el amor de Jesús viene de Dios y es, por lo tanto, un amor gratuito y total.  La cruz de Jesús será la manifestación de este amor divino, afecto supremo que ama hasta las últimas consecuencias, hasta el extremo de sus fuerzas.
El marco es el de la Pascua hebrea: “Antes de la fiesta de la Pascua”. En ella el pueblo de Israel celebra con gratitud los beneficios de Dios, quien lo liberó de la esclavitud y lo hizo su pueblo.  Jesús lleva a su cumplimiento esta liberación, arrancando al hombre de la esclavitud del pecado y de la muerte y dándole la comunión plena con Dios.
El gesto simbólico del lavatorio de los pies muestra la significación de la entrega de su vida y el valor ejemplar que ésta tiene para todo discípulo.
El episodio del lavatorio de los pies es un “signo” que revela un misterio mucho más grande que lo que una primera lectura inmediata puede sugerir.
El gesto contiene una catequesis bautismal y al mismo tiempo una enseñanza sobre la humildad, una ilustración eficaz del mandamiento del amor fraterno a la manera de Jesús: el amor que acepta morir para ser fecundo.
 Durante la cena” (13,2ª). En la cena, donde el vivir en comunión encuentra su mejor expresión, pesa la sombra de la traición que rompe la amistad. Pero mientras el traidor se mueve orientado por el diablo (13,2b), Jesús lo hace dejándose determinar por Dios (13,3). Lo que Jesús ha hecho y va a hacer proviene de su comunión con Dios. Ahí radica la libertad que hará que la muerte que le aguarda sea realmente un don de amor por los suyos y por los hijos de Dios dispersos.
 El Padre le había puesto todo en sus manos” (13,3ª). El amor del pastor (10,28-29) protegerá los discípulos de un mundo que quisiera poder arrancarlos de la comunión de vida con su Maestro.  Y aunque ellos lo traicionen, Jesús reforzará los vínculos con ellos y les ofrecerá un perdón pleno.  Por lo tanto, lavar los pies constituye una promesa de aquel perdón que el Crucificado le ofrecerá a los discípulos en la tarde del día de la resurrección (ver Jn 20,19ss).
 Y se puso a lavar los pies de los discípulos”. Notemos en el v.4 los movimientos de Jesús. Para demostrar su amor: (a) se levanta de la mesa, (b) se quita los vestidos (el manto), (c) se amarra una toalla alrededor de la cintura, (d) echa agua en un recipiente, (e) le lava los pies a los discípulos y (f) se los seca con la toalla que lleva en la cintura.
El lavatorio de los pies está enmarcado por el “quitarse” (13,4) y “volver a ponerse” los vestidos (13,12). Este movimiento nos reenvía al gesto del Buen Pastor de las ovejas, quien se despoja de su propia vida para dársela a sus ovejas.  De hecho, se puede notar que los verbos que se usan en el texto  son los mismos verbos que se utilizan en el capítulo del Buen Pastor, cuando se dice que “ofrece su propia vida” y “la retoma” (ver Jn 10,18). 
El despojo del manto y del amarrarse la toalla son, por lo tanto, una evocación del misterio de la Pasión y de la Resurrección, que el lavatorio de los pies hace presente de manera simbólica.  Jesús se comporta como un servidor (a la manera de un esclavo) de la mesa ya que su muerte es precisamente eso: un acto de servicio por la humanidad.
Así llegamos a entender que el lavatorio de los pies sustituye el de la institución de la Eucaristía precisamente porque explica precisamente lo que sucede en el Calvario.  En el lavatorio de los pies contemplamos la manifestación del Amor Trinitario en Jesús que se humilla, que se pone al alcance y a disposición de todo hombre, revelándonos así que Dios es humilde y manifiesta su omnipotencia y su suprema libertad en la aparente debilidad.
La reacción de Pedro no tarda.  En el evangelio de Juan, Pedro representa al discípulo que tiene dificultad para entender la lógica de amor de su Maestro y para dejarse conducir con docilidad por la voluntad de su Señor. 
Pedro no puede aceptar la humildad de su Maestro: se trata de un acto de servicio que, según él, no está a la altura de la dignidad de su Maestro (13,6). En la cultura antigua los pies representan el extremo de la impureza, por eso lavar los pies era una acción que solo podían realizar los esclavos.  Pedro se escandaliza de lo que Jesús está haciendo y dicho escándalo pone en evidencia la distancia entre su modo de ver las cosas y el modo como Jesús las ve.
Jesús entonces le explica a Pedro que él ahora no puede comprender lo que está haciendo por él, pero en sus palabras le hace una promesa: “¡Lo comprenderás más tarde!” (13,7).  A la luz de la Pascua no se escandalizará más por todo lo que el Señor hizo por él y por los otros discípulos.  Más bien, aquel gesto constituirá un comentario brillante al misterio de amor “purificador” de la Pasión: amor que los hace capaces de amor en la perfecta unión con Dios (13,8-11). De esta forma se podrá tomar parte en su propio destino.
Los vv. 12 a 15 hacen la aplicación del lavatorio de los pies a la vida de los discípulos, para sugerir el estilo de la comunidad de los verdaderos discípulos: cómo debemos comportarnos los unos con los otros (ver 13,12).
Precisamente aquél que es el “Señor y el Maestro” (13,13) se ha hecho siervo por nosotros y por tanto la comunidad de los discípulos está llamada a continuar esta praxis de humillación en los servicios –a veces despreciables a los ojos del mundo- para dar vida en abundancia a los humillados de la tierra.
Este estilo de vida estará marcado por la reciprocidad, irá siempre en doble dirección, ya que se trata de estar disponibles para hacerse siervos de los hermanos por amor, pero también para saber acoger con sencillez, gratitud y alegría los servicios que otros hacen por nosotros. 
Juan subraya que tal servicio será un “lavarse los pies unos a otros” (13,14); en otras palabras consistirá en aceptar los límites, los defectos, las ofensas del hermano y al mismo tiempo que se reconocen los propios límites y las ofensas a los hermanos.

Para nuestra vida.
La primera lectura nos sitúa en los orígenes de la liberación en la primera Pascua o Pascua judía. De esa Pascua nosotros también somos herederos. Pascua significa paso, pasar de largo, saltarse... Siempre, en adelante, se celebrará la pascua, año tras año, y cuando los hebreos, israelitas y judíos sean un pueblo asentado en su propia tierra, la que Dios les había prometido, acudirán a Jerusalén a celebrar la pascua y las familias se reunirán a comer el cordero y el pan ácimo. De esa primera Pascua nace un Pueblo liberado de la esclavitud. Nosotros celebramos una Pascua de liberación del pecado y la muerte que no hubiera sido posibles sin esta primera Pascua del pueblo elegido, al que pertenecía Jesús.

El salmo responsorial nos sitúa ante la actitud de acción de gracias Al igual que el salmista, nosotros nos hacemos la pregunta de ¿cómo dar gracias a Dios?, cuando Dios nos ayuda en alguna dificultad o sencillamente darles gracias por todo lo que nos ofrece cada día en nuestro peregrinar terrenal.

La segunda lectura es una clara invitación a revisar nuestras eucaristías.
Ante las divisiones y escándalos morales surgidos en la comunidad de Corinto, Pablo, poco después de transcurridos 20 años desde la muerte de Jesús, apela a la celebración central del cristianismo: la Eucaristía.
"Haced esto en memoria mía" es una expresión que nos acerca al memorial de que nos habla la primera lectura. El recuerdo de la última cena es sobre todo actualización del carácter salvífico de la entrega de Jesús en el pan y el vino.
"Hasta que vuelva" nos recuerda que la actitud del cristiano en la Eucaristía es esencialmente itinerante, supone saberse en camino, como israelita con bastón y sandalias la noche de la Pascua.

Del evangelio de hoy nos viene un enriquecedor mensaje. Quisiéramos postrarnos ante Él, él es nuestro Maestro y Señor y ha sido él quien se ha postrado ante nosotros. Ya lo dijo Carlos de Foucauld: “Jesús ocupó el último lugar y nadie podrá arrebatárselo”.
Abundan los verbos: se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Dios más que amor , es amar. Dios no es un sustantivo estático que podemos retenerlo, atraparlo, sino que es acción, que es dinamismo, del que todo viene al que todo vuelve “En él somos, nos movemos y existimos”.
 Para percibir que Dios es amar, hemos de dejar que él se muestre donde nosotros no sabemos ver. El lugar del siervo es el lugar del rey. La donación sustituye a la dominación. El gesto de Jesús implica la reciprocidad, el dar y el recibir, el amar y dejarse amar.
No es fácil admitir esto. Tampoco Pedro lo pudo.
No es fácil abrirse que lo máximo pasa por lo mínimo, por lo ínfimo, por lo pequeño.
“felices vosotros si hacéis lo mismo”
Es difícil lo que hoy nos muestra la palabra: es ponerse ante la libertad de servir renunciando a los propios derechos. El cambio es que todo es recibido.
Sólo perdiéndonos podremos encontrarnos en una manera de ser y de vivir que nos hace uno en Dios, que os revela a El en nosotros.

Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org


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