sábado, 26 de diciembre de 2015

Comentarios a las lecturas del día de la Sagrada Familia. 27 de diciembre de 2015.

Comentarios a las lecturas del día de la Sagrada Familia. 27 de diciembre de 2015.

La liturgia de este domingo y dentro de la octava navideña, se nos invita a celebrara la fiesta de la Sagrada Familia. Lo hacemos en el marco del año dedicado a la misericordia. Este año se convierte para toda la Iglesia en un gran eco de la Palabra de Dios que resuena fuerte y de­cidida como palabra y gesto de perdón, de soporte, de ayuda y de amor..
Hay que tener en cuenta algunas precisiones. lo primero que nos encontramos es que  la familia formada por José, María y el niño Jesús, es una familia atípica, que se sale del marco normal de lo que los judíos entendían por familia tradicional. También es distinta del modelo de familia que hoy seguimos entendiendo como familia tradicional. Pensemos, más bien, en familias como las de las que nos habla la Biblia con un solo hijo, concebido este de forma milagrosa y excepcional. Así fueron las familias formadas por Ana y Elcaná, con el niño Samuel, o Isabel y Zacarías, con el niño Juan. En la Sagrada familia, se da además la circunstancia de que el padre de Jesús, José, es solo un padre putativo y no padre natural. Todo esto debemos tenerlo en cuenta cuando queremos presentar a la Sagrada Familia, como familia modelo y prototipo de lo que debe ser hoy una familia cristiana. La Sagrada Familia debe ser, para nosotros, no tanto un modelo de familia estructural, al que debamos imitar, sino un modelo de comportamiento individual de cada uno de los miembros de la familia, dentro de la estructura de la familia actual.
Tanto la primera lectura como la segunda de este domingo son comunes en todos los ciclos litúrgicos.

La primera lectura , tomada del libro del Eclesiástico ( Eclo 3,2-6.12-14) nos presenta unos consejos para la armonía familiar. Ya el pueblo judío reconoció históricamente,  muy  la importancia de la familia. Los consejos que nos da este texto son perfectamente aplicables a nuestro tiempo y debemos de tenerlos muy en cuenta. Su autor es un tal Jesús Ben Sirá, de donde procede el otro nombre con el cual se conoce este libro: Sabiduría de Ben Sirá o Sirácida. El libro es uno de los mejores ejemplos de la literatura sapiencial judía y casi una síntesis de toda la teología del judaísmo en diálogo con una nueva sociedad más sensible a los valores laicos.
 El texto que leemos hoy es un comentario apasionado del cuarto mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre para que vivas muchos años en la tierra que el Señor tu Dios te va a dar” (Ex 20,12). Para Jesús Ben Sirá el amor y el respeto hacia los padres forman parte de las virtudes fundamentales de la sabiduría. El verbo central de todo el texto es el verbo “honrar” o “dar honor”, presente en el Decálogo y que indica amor, ayuda concreta y respeto, y cuya recompensa será la bendición divina.
Es importante comprender que a la raíz del cuarto mandamiento se encuentra el concepto de los padres como los primeros transmisores de los valores más altos de humanidad y religiosidad al interior de la tradición judía. Son los llamados, a través de su palabra y de su ejemplo, a introducir al hijo en la corriente de bendición de la religión de Yahvéh. Y esta es la primera razón por la cual el hijo israelita “honra” a sus padres. En otras palabras, los padres obtienen “honor” de parte de sus hijos siendo sacramentos vivos del amor de Dios, transmisores de la bendición y maestros de sabiduría. Por eso “honrar” a los padres, en el fondo, es “honrar” a Dios mismo y aceptar a través de ellos la bendición y la sabiduría que vienen del Altísimo. El “honrar a padre y madre” supone afecto y ayuda, respeto y amor hacia los propios progenitores, aun en el ocaso de la vida, durante la vejez, cuando las energías biológicas e intelectuales disminuyen. El padre y la madre serán siempre un signo vivo del amor y la vida de Dios en el mundo.

El salmo :de hoy (Sal 127,1-2.3.4-5), es un salmo de alabanza. Hay en él una loanza doble: a Dios, que reparte sus bendiciones y que vela por nosotros “todos los días de nuestra vida”, y al justo que sigue los caminos del Señor. A través de imágenes sencillas y expresivas, el salmista nos muestra qué dones recibe el que “teme al Señor”. Son aquellos que todo hombre de aquella época podría considerar los mayores bienes: una esposa fecunda, un hogar próspero, hijos sanos y hermosos, salud y una descendencia numerosa. Hoy, tantos siglos después, también podríamos decir que este es el sueño de la mayoría de las personas: formar una familia, gozar de bienestar económico, y vivir una vida larga y pacífica, junto a los seres queridos.
Pero, ¿quién puede conseguir esta felicidad? ¿Quién es el que teme al Señor y sigue sus caminos? En lenguaje de hoy, no podemos comprender que debamos tener miedo de un Dios que es amor. Pero esa falta de temor tampoco nos ha de llevar al olvido y al descuido. Dios nos ama, pero también nos enseña. Nos muestra, a través de la Iglesia y especialmente a través de su Hijo, Jesús, cuál es el camino para alcanzar una vida digna, llena de bondad.
Lo que hemos de temer es olvidarnos de él, ignorarlo, vivir a sus espaldas. ¡Ay de nosotros si apartamos a Dios de nuestra vida! Caeremos en la oscuridad y en el desconcierto, y comenzaremos a vagar a la deriva. Perderemos la paz, la armonía familiar, y hasta los bienes materiales, tarde o temprano.
Por eso este salmo, además de alabanza, es un recordatorio. Dios cuida de nosotros siempre, cada día que pasa. Y nos muestra el camino hacia la “vida buena”, la que todos anhelamos en lo más profundo de nuestro ser, la que merece ser vivida.

En la segunda lectura, de la Carta de Pablo a los Colosenses (Col 3,12-21), encontramos consejos para conseguir la concordia entre los cristianos. Dichos consejos no "superaban" el ámbito familiar porque la vida de las primitivas iglesias era como la de una familia santa. Hace falta en nuestras comunidades una mayor hermandad, una vida de familia que hoy no existe.
Las recomendaciones de San Pablo incluyen en dicha "actividad familiar" la Liturgia con la alusión a la Acción de Gracias. Finalmente, da algunos consejos muy oportunos para estos tiempos, pero que, tal vez, son poco apreciados por las familias, las parejas o las mujeres de hoy. Dice Pablo: "Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos". Pablo tenía un sentido de la familia basada en la propia estructura de la Iglesia. Cristo era la cabeza de ella, lo mismo que el marido era la cabeza de la familia. No se trata de que la mujer no acceda a sus derechos de igualdad. El mensaje de hoy es que la familia necesita amor y armonía. Y esa armonía se consigue con un cierto orden. Haría falta, pues, un núcleo coherente en el interior de la familia que evitase cualquier dispersión. ¿A quién le toca hoy ser cabeza de familia?. Es importante no olvidar la complementariedad de hombre y mujer en el plan creador de Dios.

El Evangelio de hoy ( Lc 2,41-52),  nos introduce en los umbrales de la madurez incipiente de Jesús (Lc 2,41-51a). Todos los años, nos cuenta Lucas María y José solían dirigirse a Jerusalén para la fiesta de la pascua (v. 41). Al cumplir los doce años, también Jesús subió en esa misma ocasión de Nazaret a Jerusalén en compañía de sus padres (v. 42). Y durante su peregrinación inicial al templo dio lugar a su primera manifestación como Hijo de Dios (v. 49).
Es la escena evangélica con la que concluye el evangelio de la infancia según Lucas, constituye una especie de parábola de toda la existencia de Jesús. La vida de Jesús, centrada en el cumplimiento de la voluntad de Dios, se cristaliza en este relato lucano. Lo que el autor de Hebreos nos decía hace unas semanas: "Cuando Cristo entró en el mundo dijo: "Aquí estoy, ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad" (10, 5-7), Lucas lo presenta en forma narrativa en el evangelio de hoy.
El evangelista se entretiene presentándonos a Jesús sometido a la Ley del Señor en la tradición de su pueblo. Jesús aparentemente abandona a sus padres para encontrar a su Padre. Jesús ha encontrado a su Padre-Dios en la tradición de su pueblo, por ello permanece entre los doctores y dialoga con ellos, lo ha encontrado en el ambiente sagrado del antiguo Templo y por eso permanece allí como en su casa. Jesús se ha encarnado en la historia humana y en la tradición de su propio pueblo.
Este viaje puso al descubierto la inteligencia precoz de Jesús en sus respuestas a los interrogatorios de los doctores (v. 46-47), y pondrá de manifiesto, quizá por primera vez, la emancipación de Jesús de su esfera familiar a la vez mediante una fuga (v. 43) y mediante una contestación que decía mucho sobre su conciencia de una vocación particular (v. 49).
Sus padres están evidentemente demasiado angustiados (versículo 48) como para comprender a su Hijo (v. 50). Sin embargo, María conserva todos estos sucesos en su corazón (v.51) con el presentimiento materno de un futuro misterioso.
Al redactar este relato, unos cincuenta años después de este acontecimiento, Lucas sabe qué misión presagiaba este episodio, y su forma de escribir permite que el lector lo comprenda también: estos acontecimientos hay que leerlos a la luz de la muerte y de la resurrección del Señor.
Por eso señala Lucas que sus padres "no comprendieron" lo que sucedía (v.50).
El texto acaba destacando la actitud silente y confiada de María " Su madre conservaba todo esto en su corazón.". La última palabra misteriosa de Jesús (2, 50), pero también todas las demás que habían precedido y todos los acontecimientos que habían surgido de ella.

Para nuestra vida.
La Sagrada Familia, era matrimonio y familia. El primer matrimonio y familia cristiano. El primero y el más insigne. De ellos hay que aprender. Con ellos hay que intimar. Sus riquezas espirituales debemos desear compartir. A todos nos está permitido participar de su amistad. La Iglesia al presentarnos litúrgicamente a la Sagrada familia, pretende incorporárnosla, enriquecernos. No os dejéis deslumbrar, mis queridos jóvenes lectores, por la fama de quienes atreviéndose tal vez a llamarse matrimonio y pasear como tal por la alfombra roja, viven su unión a su antojo, movidos por primitivos y sencillos sentimientos, puestos de acuerdo respecto a proyectos de vida en común, decisiones estas que cambian o suprimen más tarde.
 El matrimonio cristiano, las sagradas familias cristianas, así en minúscula, pero con todos los honores, son aquellos que se encuentran en la intimidad de Dios. Que si tal vez no son capaces de dialogar, cooperar y amarse tiernamente en algún momento, cuando en su intimidad se acercan a Dios, descubren a su consorte, que también está rezando y que en su encuentro con el Señor, están amparados por la Familia de Nazaret, que colabora con cada uno de ellos y para que sean uno en carne, espíritu y alma.

El salmo de hoy nos sitúa ante la actitud de la alabanza. Los antiguos ya indagaron sobre qué debía hacer el hombre que buscaba una vida sana, dichosa y en paz. Los filósofos clásicos llegaron a la conclusión de que ésta se podía alcanzar mediante la honradez y la práctica de las virtudes. También los israelitas creían que mediante el culto a Dios y el cumplimiento de sus mandatos, que no dejan de ser prácticas cívicas y virtuosas, podrían conseguirla. Los cristianos, hoy, tenemos un camino aún más claro y directo: Jesús. Ya no se trata de aprender leyes o de leer muchos libros, sino de conocer, amar e imitar al que amó generosamente, hasta el extremo, y aprender a amar como él lo hizo. Ese es nuestro auténtico camino.

El relato  del evangelio, nos presenta la etapa de crecimiento de Jesús en un doble contexto, familiar y divino. La familia como realidad de enraizamiento humano y el Padre como realidad de enraizamiento divino. No se trata de dos realidades antagónicas o mutuamente excluyentes; de hecho, en el relato de Lucas no lo son. Eso sí: ambas son necesarias en un modelo cristiano de crecimiento personal. La talla de un crecimiento en cristiano depende de las dos. Cualquiera de ellas que falte condicionará el crecimiento haciéndolo raquítico.En el umbral de la mayoría de edad de Jesús un incidente abre de par en par el horizonte de su persona. Todos los pormenores de la narración tienen su razón de ser en las palabras de Jesús del v. 49: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?" Son las primeras palabras pronunciadas por Jesús en el tercer evangelio. Testimonian, por una parte, el misterio de una persona, de quien no resulta exacto decir que hubiera estado perdida; por otra, ponen de manifiesto la espontánea dificultad humana para captar este misterio.
Misterio y dificultad de comprensión son, en efecto, los elementos narrativos predominantes. Por lo que se refiere al misterio. Lucas no da, por ejemplo, un sólo detalle sobre el modo de separación de Jesús de sus padres. Preguntarse, como se hace a menudo, por el modo es probablemente un desenfoque del relato. Por lo que se refiere a la dificultad de captación. Lucas la explícita en dos ocasiones: "sin que lo supieran sus padres" (v. 43); "no comprendieron lo que quería decir" (v. 50). Sin embargo, esta dificultad de comprensión inicial no está reñida con una subsiguiente actitud de reflexión buscando descubrir lo que Jesús es y significa. Como ya lo había hecho en 2, 19, Lucas vuelve a poner a María como modelo de esta actitud de búsqueda creyente.
Enraizado en el misterio, Jesús se hace, sin embargo, persona en un marco familiar humano. Es en este marco donde sitúa Lucas el crecimiento de Jesús y lo hace imitando al escritor del primer libro de Samuel, cuando escribe a propósito de éste que iba creciendo y lo apreciaban el Señor y los hombres (1 Sam 2, 26). Este aprecio de Dios y de los hombres es lo que significa la literal traducción litúrgica crecer en gracia ante Dios y los hombres.
Un tema importante que nos afecta a los cristianos también hoy, y que aflora a lo largo del relato: Lucas, es la búsqueda.
La búsqueda de Dios es un tema importante en la Escritura, porque Yahvé no es, como los ídolos, un Dios que se deja encontrar fácilmente. Esta búsqueda es, en primer lugar, la de los patriarcas nómadas que descubren el cumplimiento del plan de Dios en la historia. Es, después, de una forma más espiritual, la búsqueda de Dios en su ley (scrutare: Sal 118/119); pero el punto de vista es con frecuencia demasiado humano aún (Os 5, 6-7, 15), el destierro vendrá a rectificar la espera del pueblo, y hasta después del destierro no se pondrá el pueblo a buscar a Dios para encontrarle en la obediencia a su voluntad. Esta "búsqueda" de Yahvé se realiza especialmente en el Templo. Designa incluso la participación en su liturgia, con la expresión "buscar su rostro"; (2Sam 21, 1). En la liturgia del Templo era donde el pueblo exteriorizaba y reforzaba su búsqueda de Dios.
A partir de Cristo, la "búsqueda de Dios" se convertirá en la "búsqueda del Señor". Los padres de Jesús van a realizar en Sión su "búsqueda de Dios", pero su búsqueda es demasiado humana y el Templo no encierra la realidad de Dios. Buscándole después en el plano humano, en su familia (Lc 2, 44), se ven orientados a buscarle y a encontrarle, al fin, en los "negocios de su Padre" (Lc 2, 49).
Meditemos ante el cuadro que San Lucas nos presenta y las palabras del final: " Su madre conservaba todo esto en su corazón.". María es la mujer toda corazón. Esto significa que aunque en su mente no entendía muchas cosas, ama, espera y cree. Jesús le cambia los planes desde su concepción hasta su muerte. De niño le hizo retornar a Jerusalén, y ni siquiera entendía sus palabras. Pero al final calla y confía. María siempre aparece en el evangelio, como la mujer silente y revelando su "fiat", su "hágase", su total confianza y obediencia a los planes divinos. Otro aspecto mariano de este evangelio es la prontitud de María, en busca de Jesús. A donde quiera que tenga que ir Jesús allí va María, a Egipto, a Jerusalén, al Calvario. María sigue con prontitud a Jesús, se sacrifica y lo sigue hasta el final, hasta las últimas consecuencias, siempre y a lo largo de toda la vida. También María es la mujer que se deja sorprender por Jesús. Se sorprende ante sus hechos y palabras. Esto demuestra su fina sensibilidad. María invita a recuperar esa capacidad de sorpresa y de admiración. El Dios de María es un Dios sorprendente, admirable, desconcertante. Finalmente María revela esa dimensión profética de la pregunta: ¿Por qué? No permanece callada ante el misterio, ante los acontecimientos difíciles. Le preguntó al Ángel y le pregunta a su Hijo, y con su hijo se identificó cuando en la cruz Jesús también preguntó: ¿por qué? No se trata de mantener un silencio estéril, se trata de la inteligencia que limitada ante el misterio de la vida solicita una respuesta. De la pregunta humilde hecha oración viene la respuesta elocuente de un Dios que habla y se revela hasta en sus silencios.


Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org

No hay comentarios:

Publicar un comentario