sábado, 19 de septiembre de 2015

Comentarios a las lecturas del XXV Domingo del Tiempo Ordinario 20 de septiembre de 2015

"Ahora: si hay alguno que llamado por ti escuchó tu voz y pudo evitar los delitos que ahora recuerdo y confieso y que él puede leer aquí, no se burle de mí, que estando enfermo fui curado por el mismo médico a quien él le debe el no haberse enfermado; o por mejor decir, haberse enfermado menos que yo. Ese debe amarte tanto como yo, o más todavía; viendo que quien me libró a mí de tamañas dolencias de pecado es el mismo que lo ha librado a él de padecerlas". (San Agustín. Las Confesiones Libro II, capítulo 7.)
Vivir desde la bondad y la humildad en un mundo que busca la distinción, el éxito; que fuerza la competencia hasta situaciones de violencia real. Hoy, entra a colación, el duro texto de la Carta de Santiago perfectamente relacionado con el texto de Marcos. Habla incluso de asesinatos por pura ambición. Ese no es el camino. Cristo nos habla de paz, de amor, de mansedumbre. Ciertamente, de eso hay poco es nuestro entorno. Pero, ¿no es así el Reino de Dios? ¿No es nuestra obligación hacer lo posible por pacificar nuestras conciencias y nuestro ambiente? En el fondo de nuestros corazones anhelamos la paz, pero hacemos poco por instaurarla. La auténtica revolución que el mundo espera reside en cambiar el mundo pacíficamente para llenarlo de amor, de servicio a todos y de oración.
Vamos pues a encontrarnos con la Palabra que hoy se nos proclama.
En la primera lectura texto de la Sabiduría (Sb 2, 12.17-20), se refiere directamente a los judíos fieles que tienen que soportar la mofa y la persecución de los que no son fieles a Dios. Estos últimos son los que se han apartado de las tradiciones paternas y quebrantan sin escrúpulos la Ley. Por esta razón no aguantan la presencia de los justos, que sólo con su vida denuncian toda clase de impiedad. Los impíos quieren hacer un experimento con el justo y salir de dudas y ver si es tan bueno como parece y Dios está efectivamente con él, quieren someterlo a prueba. Se trata de tentar incluso al mismo Dios, de ver si realmente Dios puede salvar al justo. Aunque el "hijo de Dios" es aquí simplemente un título que se da al justo.
El autor del Salmo 53 nos recuerda que quienes nos consideramos hijos suyos, hemos de seguir el mismo ejemplo que Él nos dio, amando a nuestro prójimo y buscándolo para que vuelva al Señor. Porque El Señor está siempre a nuestro lado y nos sostiene.
EL SEÑOR SOSTIENE MI VIDA.
Oh Dios, sálvame por tu nombre,
sal por mi con tu poder.
Oh, Dios, escucha mi súplica,
atiende a mis palabras.
 
Porque unos insolentes se alzan contra mí,
y hombres violentos me persiguen a muerte
sin tener presente a Dios. 
 
Pero Dios es mi auxilio,
el Señor sostiene mi vida.
Te ofreceré un sacrificio voluntario
dando gracias a tu nombre que es bueno.
La segunda lectura de la Carta de Santiago (San.3,16-4,3),  denuncia que hay una falsa sabiduría de la vida que se opone a la sabiduría de Dios. Es la sabiduría de los "vivos" o de los que "saben vivir", de aquellos que no buscan otra cosa que su proyecto. Esta falsa sabiduría es el origen de todos los males, de las envidias y de las peleas que siembran el desorden y hacen imposible la convivencia. La auténtica sabiduría tiene otro origen, otras cualidades y, en consecuencia, produce otros frutos. La ambición y los deseos de placer dividen al hombre en su interior, al no poder alcanzar lo que desea; pero esta división interior produce la envidia y se proyecta al exterior, afecta a la vida comunitaria y da origen en ella a las discordias y a los conflictos.
Hoy en  el evangelio , siguiendo a san Marcos (Mc 9,30-37) contemplamos a Jesús camino de Jerusalén. Jesús sigue instruyendo a sus discípulos sobre el final que le espera. Insiste una vez más en que será entregado a los hombres y estos lo matarán, pero Dios lo resucitará. Marcos dice que "no le entendieron y les daba miedo preguntarle".
Al llegar a Cafarnaún, Jesús les pregunta: "¿De qué discutíais por el camino?". Los discípulos se callan. Están avergonzados. Marcos nos dice que, por el camino, habían discutido quién era el más importante. Ciertamente, es vergonzoso ver al Crucificado acompañado de cerca por un grupo de discípulos llenos de estúpidas ambiciones. los apóstoles discuten sobre quién de ellos ha de ser el primero. Era una cuestión en la que no se ponían de acuerdo. Cada uno soñaba en secreto con ser uno de los primeros, o incluso el cabecilla de todos los demás, de aquel Reino maravilloso que Jesús acabaría por implantar con el poderío de sus milagros y la fuerza de su palabra. Juan y Santiago se atrevieron a pedir, directamente y también a través de su madre, los primeros puestos en ese Reino. Es evidente que la ambición y el afán de figurar les dominaban. Como a ti y a mí tantas veces nos ocurre.
Pero el Jesús les hace comprender que ese no es el camino para triunfar en su Reino. Quien procede así, buscando su gloria personal y su propio provecho, ese no acertará a entrar nunca. "Jesús se sentó -nos dice el texto sagrado-, llamó a los Doce y les dijo: Quien quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos..." El Maestro, al sentarse según dice el texto, quiere dar cierta solemnidad a su doctrina, enseñar sin prisas algo fundamental para quienes deseen seguirle. Sobre todo para los Doce, para aquellos que tenían que hacer cabeza y dirigir a los demás.
Una vez en casa, Jesús se dispone a darles una enseñanza. La necesitan. Estas son sus primeras palabras: "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos". En el grupo que sigue a Jesús, el que quiera sobresalir y ser más que los demás, se ha de poner el último, detrás de todos; así podrá ver qué es lo que necesitan y podrá ser servidor de todos.
La verdadera grandeza consiste en servir. Para Jesús, el primero no es el que ocupa un cargo de importancia, sino quien vive sirviendo y ayudando a los demás.
Para él es tan importante que les va a poner un ejemplo gráfico.
Antes que nada, acerca un niño y lo pone en medio de todos para que fijen su atención en él. En el centro de la Iglesia apostólica ha de estar siempre ese niño, símbolo de las personas débiles y desvalidas, los necesitados de apoyo, defensa y acogida. No han de estar fuera, junto a la puerta. Han de ocupar el centro de nuestra atención.
Luego, Jesús abraza al niño. Quiere que los discípulos lo recuerden siempre así. Identificado con los débiles. Mientras tanto les dice: "El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí...acoge al que me ha enviado".
La enseñanza de Jesús es clara: el camino para acoger a Dios es acoger a su Hijo Jesús presente en los pequeños, los indefensos, los pobres y desvalidos. ¿Por qué lo olvidamos tan a menudo?
 
Para nuestra vida.
La segunda lectura denuncia un consumo desenfrenado que estimula al hombre a tener siempre más es hoy la raíz de muchas frustraciones que, a su vez, desatan la violencia y dan pábulo a la agresividad de todo tipo: "Codiciáis lo que no podéis tener, y acabáis asesinando". El autor piensa que el hombre permanece insatisfecho porque no pide a Dios lo que realmente necesita y, por lo tanto, no pide bien.
Decía San Agustín: " Hay muchos que piden lo que no deberían, por desconocer lo que les conviene. En consecuencia, quien invoca a Dios debe precaverse de dos cosas: de pedir lo que no debe y de pedirlo a quien no debe. Al diablo, a los ídolos y demonios no hay que pedirles nada de lo que se debe pedir. Si algo hay que pedir, hay que pedirlo al Señor nuestro Dios, el Señor Jesucristo; a Dios, padre de los profetas, apóstoles y mártires; al Padre de nuestro Señor Jesucristo, al Dios que hizo el cielo y la tierra y todo cuanto contienen5. Mas hemos de guardarnos también de pedirle a él lo que no debemos. Si la vida humana que debemos pedir la pides a ídolos mudos y sordos, ¿de qué te sirve? De igual manera, si pides a Dios Padre, que está en los cielos, la muerte de tus enemigos, ¿de qué te aprovecha? ¿No has oído o leído cómo, a propósito del traidor Judas, digno de condena, dice una profecía en el salmo que lo anuncia: Su oración le sea computada como pecado?6 Si, pues, te levantas por la mañana y comienzas a pedir males para tus enemigos, tu oración se convertirá en pecado." (San Agustín, Sermón 56).
Han pasado cientos de años, oyendo las palabras evangélicas. En este siglo XXI, ¿De qué discutimos en la Iglesia mientras decimos seguir a Jesús?.
Los primeros en la Iglesia no son los jerarcas sino esas personas sencillas que viven ayudando a quienes encuentran en su camino. No lo hemos de olvidar.
Para Jesús, su Iglesia debería ser un espacio donde todos piensan en los demás. Una comunidad donde estamos atentos a quien nos puede necesitar. No es sueño de Jesús. Una Iglesia en la que se quiera ser el último y servir con desinterés y generosidad. Ese es el camino para entrar en el Reino, para ser de los primeros. Allá arriba se invertirá el orden de aquí abajo: Los primeros serán los últimos y éstos los primeros. Los que brillaron y figuraron en el mundo, pueden quedar sepultados para siempre en las más profundas sombras.
Es constante la enseñanza de Jesús al respecto de la humildad en el servicio de los demás. Ser el servidor de todos, dice Él mismo en el evangelio de hoy. El ser servidor de todos es un objetivo muy repetido por Él. Muy pocos son –somos—capaces de entregarse al resto de sus hermanos. Buscamos éxito, singularidad, premios, distinciones. Como máximo, seremos comprensivos y cordiales. Y la mayoría de las veces, ni eso. La humildad es una vía, una pista. Comenzando por la humildad todo será más fácil. Si asumimos humildemente la dificultad del camino, es que, de hecho, hemos comenzado a recorrerlo. ¿Es, pues y de acuerdo con lo dicho al principio, una utopía el sistema de relaciones humanas que preconiza Cristo? Sin Él, sí. Sin contar con su ayuda, seguro. Jesús ayuda a quienes se le acercan con gran humildad en el mismo trato íntimo con Él. Y de ella, de la humildad, surge el deseo de servir al prójimo.
 
Rafael Pla Calatayud

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