sábado, 17 de octubre de 2015

Comentarios a las lecturas del XXIX Domingo del Tiempo Ordinario 18 de octubre de 2015.

Comentarios a las lecturas del XXIX Domingo del Tiempo Ordinario 18 de octubre de 2015

Estamos a punto de comenzar el “Año de la misericordia”. Tener misericordia es poner el corazón en la miseria humana.
Hoy celebramos el día del Domund 2015.
"Misioneros de la misericordia" lema de la Jornada
“MISIONEROS... Son aquellos que en la Iglesia “en salida” saben adelantarse sin miedo y salir al encuentro de todos para mostrarles al Dios cercano, providente y santo. Con su vida de entrega al Señor, sirviendo a los hombres y anunciándoles la alegría del perdón, revelan el misterio del amor divino en plenitud. Por medio de ellos, la misericordia de Dios alcanza la mente y el corazón de cada persona.
DE LA MISERICORDIA” La misericordia es la identidad de Dios, que se vuelca para ofrecernos la salvación. Es también la identidad de la Iglesia, hogar donde cada persona puede sentirse acogida, amada y alentada a vivir la vida buena del Evangelio. Y es, por ello, la identidad del misionero, que acompaña con amor y paciencia el crecimiento integral de las personas, compartiendo su día a día.
Los misioneros anuncian la Buena Noticia del evangelio y la hacen realidad con sus vidas. Son servidores de la humanidad, como Jesús. Son aquellos que en la Iglesia “en salida” saben adelantarse sin miedo y salir al encuentro de todos para mostrarles al Dios cercano, providente y santo.
Con este marco misionero pasamos a reflexionar sobre las lecturas. de hoy.

La primera lectura tomada de Isaías (Is 53, 10-11), nos sitúa ante el Siervo de Yahvé.
El texto de Isaías afirma que los sufrimientos del Siervo de Yahvé obedecen a los designios de la divina misericordia. El Siervo entrega su vida como un sacrificio de expiación, padece en lugar de otros y en favor de otros. Gracias a los padecimientos del Siervo del Señor se cumplen los planes del Señor y "muchos" alcanzan justicia y salvación por la muerte de "uno". Dios restituye la fama a su Siervo y lo devuelve a la vida, que se prolongará en la tierra con una larga descendencia. Jesús que vino al mundo a servir y a dar su vida por todos los hombres, como dice el evangelio de hoy, se identifica con la misteriosa figura del Siervo de Yahvé.
"El Señor quiso triturarlo por el sufrimiento. Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años; lo que el Señor quiere prosperará por sus manos" (Is 53, 10).
"A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará; con lo que ha aprendido mi Siervo justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos" (Is 53, 11). Precisamente por esa humillación, Dios lo ensalzó. De ahí que diga San Pablo: "Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús, quien, existiendo en la forma de Dios, no reputó codiciable tesoro mantenerse igual a Dios, ante se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres, y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz, por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre.
" El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento… Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos". Los cristianos siempre hemos aplicado a Jesús, este cuarto canto del siervo de Yahvé. Porque, evidentemente, Jesús nos salvó del pecado a través del sufrimiento, del bautismo de la muerte. Gracias a la pasión, muerte y resurrección de Jesús la humanidad entera quedó redimida de sus pecados.

El salmo como la semana anterior nos habla de la presencia de la misericordia del Señor en nuestra vida (Sal 32 ).
R.- QUE TU MISERICORDIA, SEÑOR VENGA SOBRE NOSOTROS, COMO LO ESPERAMOS DE TI.
Las tres estrofas del salmo se centran en:
* La Alabanza por la palabra del Señor
* Mirada del Señor
* Donde está centrada nuestra esperanza.

La segunda lectura de Hebreos ( Hb 4, 14-46)
En la Carta a los Hebreos después de haber anunciado que hemos sido salvados por la mediación sacerdotal de Jesucristo el autor pasa a exhortarnos a permanecer en la "confesión de la fe". Jesús es el Hijo de Dios, el único Hijo, y, por otra parte, uno de nosotros y solidario con todos los hombres. Es Mediador y nuestro y sumo sacerdote. Su sacerdocio es "grande" y superior al de los sacerdotes del Antiguo Testamento. Jesús es el verdadero pontífice que tiende el puente entre las dos orillas, entre Dios y los hombres. En él y por él hemos sido reconciliados con Dios. Pero esta grandeza y esta dignidad suprema de Jesús, como hijo de Dios y verdadero sumo sacerdote, no le impide conocer a los hombres. Pues Jesús, que es también un hombre, quiso hacerse solidario de todos nosotros y padecer nuestras propias debilidades. Aunque es verdad que no tuvo pecado, fue probado o tentado lo mismo que nosotros. Si en el Antiguo Testamento los hombres se acercaban a Dios con temor y temblor, en la Nueva Alianza inaugurada por la sangre de Cristo podemos acudir a Dios confiadamente. Pues tenemos un sumo sacerdote que nos comprende y se ha hecho solidario con nosotros, pero, que ha llegado también, de una vez por todas, a presencia de Dios para interceder por nosotros.
Confesamos y nos acercamos a quien fue "tentado en todo (menos en el pecado” (ν.15). La palabra "tentación" equivale aquí prácticamente a prueba, que al fin de cuentas eso es la tentación: algo que pone a prueba las fuerzas y virtud del hombre. Jesucristo, igual que nosotros, padeció las "tentaciones" o pruebas de cansancio, hambre, temor ante el sufrimiento,; incluso fue tentado por el diablo . Sin embargo, cuando se metía de por medio el pecado, hubo una gran diferencia: la de que El, no solamente no cometió pecado, sino que ni lo podía cometer, y las tentaciones en este sentido no podían provenir sino del exterior (cf. Mt 4:8-10), nunca de su interior, donde no existía esa lucha entre carne y espíritu que tantas veces a nosotros nos arrastra al pecado. Mas esa "impecabilidad," que le coloca aparte y por encima de nosotros, en nada disminuía su "compasión de nuestras flaquezas" (v.15); antes al contrario, más bien la hacía más elevada y pura, ya que jamás podía mezclarse ahí el egoísmo.

En el evangelio continuamos con Marcos, evangelista del ciclo B (Mc 10, 35-45). Cuando Jesús llamó a los apóstoles, estos no sabían muy bien las condiciones de su seguimiento. Decidieron estar con El movidos todavía por motivos humanos, de búsqueda de prestigio y poder. Veían en Jesús un hombre especial que podía sacarles de la miseria en que vivían. Por eso Santiago y Juan formulan su petición a Jesús desde los modelos habituales del poder. Quieren destacar, estar por encima de los demás. Jesús no les echa en cara propiamente su ambición, sino su ignorancia, pues no comprenden que el único camino que lleva a la gloria pasa por la cruz. "Beber el cáliz" es aceptar la voluntad de Dios, empaparse de la voluntad de Dios, aunque ésta sea un "mal trago" para los hombres. Con estas palabras alude Jesús al martirio que le espera en Jerusalén y pregunta a los dos hermanos si van a ser capaces de seguirle hasta ese extremo. La aspiración de sus discípulos no ha de ser el poder sobre los demás, sino el servicio a los demás. A la "voluntad de poder" Jesús opone la "voluntad de servicio". Cuando la iglesia se aparta de una estructura fraternal y, adaptándose a las formas de este mundo, se convierte en un instrumento de poder con rangos y escalafones. Se aparta de la voluntad de Jesús, pues Él no ha venido al mundo para vivir como un señor, sino para morir como un esclavo. Debemos ser servidores como lo fue Jesús.
"Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan..." (Mc 10, 45). Ante el estupor y la indignación de los demás apóstoles, "los hijos del trueno" se atreven a pedir al Maestro los primeros puestos en el Reino, ocupar como principales ministros del gran Rey los sitiales de la derecha y el de la izquierda.
Jesús les recrimina -, "No sabéis lo que pedís -¿sois capaces de beber el cáliz que Yo he de beber?". Ellos contestaron sin vacilar: "¡Podemos!”. Jesús, como siempre, les habla con claridad de las dificultades que supone el seguirle: " el sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo; está ya reservado".
La contestación no les desanima en su afán de seguir a Jesucristo y continuarán cerca de él, amándole y sirviéndole hasta el fin de sus vidas, abriendo y cerrando la serie de los doce apóstoles que morirán en servicio del Evangelio. Así, Santiago el Mayor será el primero en morir, mientras que Juan será el último del Colegio Apostólico que morirá, dando testimonio de lo que vio hasta el momento final de su vida, bebiendo día a día, sorbo a sorbo, aquel cáliz de gozo y de dolor que el Señor les había prometido.
La atrevida petición de los hijos de Zebedeo da pie al Maestro para enseñar a los Doce, y a nosotros, que en el Reino de Dios no se puede buscar la gloria y el honor de la misma forma a cómo se consigue en los reinos de acá abajo, en que los ambiciosos o los malvados sin escrúpulos suelen escalar hasta la cima de los primeros puestos, para aprovecharse luego de los demás y enriquecerse a costa de unos y de otros. En el Reino de Dios para triunfar hay que humillarse antes, para llegar a reinar con Cristo primero hay que pasarse la vida sirviendo.
"El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero, que sea el esclavo de todos". Esa es la doctrina que marca la realidad de la vida cristiana. No hay otro camino ni otra fórmula. Ese es el itinerario que Cristo, nuestro Dios y Señor ha marcado con su misma vida. Él, siendo quien era, no consideró codiciable su propia grandeza divina y se despojó de su rango hasta hacerse un hombre más. Incluso, dentro de su condición humana, tomó la forma de siervo y se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz. Su humillación fue suprema y única, un camino claro, decidido y generoso para que nosotros lo recorramos con abnegación y con gozo.

Para nuestra vida.
Al celebrar la Jornada del Domund caemos en la cuenta de que, la Palabra del Señor, necesita voceros humanos, no de cualquier palabra, sino de la Palabra que proclama la misericordia. Pero, sobre todo, reflexionamos sobre un hecho del todo importante: la misericordia de Dios no conoce límites. Por ello mismo no es de extrañar que, donde los gobiernos no alcanzan, siempre un misionero es noticia por su constancia, presencia y entrega apasionada. ¿Su secreto? Llevan a Cristo en sus entrañas.
Esta jornada del Domund nos empuja, allá donde estemos, a vivir y ser misioneros de la misericordia. A estimar con nuestra oración sincera y nuestra limosna generosa, la acción evangelizadora que en nombre de Cristo desarrollan los misioneros .
El salmo nos invita a vivir desde la misericordia. Enlaza con el lema del Domund, "Misioneros de la misericordia"
El autor de la carta a los Hebreos nos anima a confiar plenamente en Jesús, nuestro sumo sacerdote, porque él comprende nuestras debilidades e intercede continuamente por nosotros ante el Padre. "No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Jesús nos ha enseñado, sufriendo, a obedecer, porque fue como nosotros en todo, menos en el pecado. Si la santidad trascendente de Dios nuestro Padre nos parece demasiado alta e inalcanzable por medio de Cristo tenemos el privilegio de acercarnos a Dios para recibir lo necesario en cualquier circunstancia. Él puede entender nuestros problemas porque fue "tentado en todo".
Fundamentales para nuestra vida cristiana son las enseñanzas del evangelio de hoy. " El que quiera ser primero, sea esclavo de todos". Desde que nacemos, queremos ser los primeros y que los demás estén pendientes de nosotros y vivan para nosotros. Así lo querían los discípulos de Jesús Santiago y Juan, y podemos deducir por el contexto, que así lo querían también todos los discípulos de Jesús. Jesús, el Maestro, les dice, ya en cristiano, tres cosas: primero, que si quieren ser los primeros tienen que estar dispuestos a sufrir mucho, a beber el cáliz del martirio; segundo, que deben querer ser los primeros, no en el mandar, sino en el servir; tercero, que lo de sentarse a la derecha o a su izquierda es cosa de Dios. Trasladando todo esto a nuestra situación personal y concreta, debemos ahora preguntarnos cada uno de nosotros también tres cosas:
*¿queremos nosotros, de verdad, ser los primeros para servir y no para mandar?;
*¿estamos dispuestos a sufrir todo lo que haga falta para conseguir ser los primeros servidores de los demás?;
* ¿somos capaces de aceptar con humildad que sea Dios el que juzgue, premie o castigue, nuestro comportamiento?.
Hagamos un sincero examen de conciencia sobre estos tres puntos, dentro de la propia familia, en el trabajo, en nuestras relaciones sociales, en el secreto más interior de nuestro corazón, de nuestra conciencia.
Los hijos del Zebedeo resultaron ser osados y muy atrevidos. Primeros puestos en el Reino de los Cielos. Y no menos certera y a punto la respuesta de Cristo: “Eso a mí no me toca concederlo”. Y es que, el cáliz de Cristo, no es el que nosotros solemos apurar (brillante, ajustado a nuestra vida,). Imposible pretender primeros sitios ni aquí, ni en la eternidad si, tal vez en la tierra, buscamos los más apartados a la hora de servir. Una frase nos puede resultar iluminadora en este día: no salva el poder sino el servir. El cáliz del Señor es, tal como el Domund nos anuncia, una misericordia que se ofrece y se transmite a través de nuestra entrega incondicional a los más necesitados, porque llevamos el ardor de Cristo dentro, así nos identificarnos más con Jesús y así manifestamos nuestra condición de cristianos.
No olvidemos que, ni Santiago ni Juan, se echaron atrás al recibir la respuesta-reproche de Jesús: uno fue el primero en dar testimonio de su fe con su sangre y, el otro, paso a ser –en la tierra y no en el cielo- amigo de primera línea del mismo Jesucristo. Sintieron, como tantos misioneros, religiosos, religiosas, Papas, obispos, laicos y sacerdotes sentimos que, el creer, nos lleva a una conclusión: para triunfar a los ojos de Dios hay que humillarse ante los ojos de los humanos. Cuesta rebajarse en la tierra para pensar que, sólo así, seremos elevados en el cielo. Una cosa es pensarlo, otra cosa diferente predicarlo y otra muy distinta vivirlo. Pero en ese sendero está la luz que nos lleva a Dios. Para suerte nuestra Jesús es la misericordia de Dios, el tuvo la grandeza: de ser misericordioso eligiendo. Pudiendo haberse rodeado de elocuencias, prefirió la sencillez de Pedro, la bondad de Juan, la mediocridad de Judas o las dudas de Tomás. Esa actitud de misericordia continua siendo una realidad para suerte nuestra.

Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org

No hay comentarios:

Publicar un comentario