Comentarios a las lecturas
del XXIX Domingo del Tiempo Ordinario 18 de octubre de 2015
Estamos
a punto de comenzar el “Año de la misericordia”. Tener misericordia es poner el
corazón en la miseria humana.
Hoy celebramos el día del Domund 2015.
"Misioneros de la misericordia" lema de la Jornada
“MISIONEROS...
Son aquellos que en la Iglesia “en salida” saben adelantarse sin miedo y salir
al encuentro de todos para mostrarles al Dios cercano, providente y santo. Con
su vida de entrega al Señor, sirviendo a los hombres y anunciándoles la alegría
del perdón, revelan el misterio del amor divino en plenitud. Por medio de
ellos, la misericordia de Dios alcanza la mente y el corazón de cada persona.
DE LA MISERICORDIA” La misericordia es la identidad de Dios, que se
vuelca para ofrecernos la salvación. Es también la identidad de la Iglesia,
hogar donde cada persona puede sentirse acogida, amada y alentada a vivir la
vida buena del Evangelio. Y es, por ello, la identidad del misionero, que acompaña
con amor y paciencia el crecimiento integral de las personas, compartiendo su
día a día.
Los misioneros
anuncian la Buena Noticia del evangelio y la hacen realidad con sus vidas. Son
servidores de la humanidad, como Jesús. Son aquellos que en la Iglesia “en
salida” saben adelantarse sin miedo y salir al encuentro de todos para
mostrarles al Dios cercano, providente y santo.
Con este marco misionero pasamos a reflexionar sobre las lecturas. de hoy.
El texto de Isaías afirma que los
sufrimientos del Siervo de Yahvé obedecen a los designios de la divina
misericordia. El Siervo entrega su vida como un sacrificio de expiación, padece
en lugar de otros y en favor de otros. Gracias a los padecimientos del Siervo
del Señor se cumplen los planes del Señor y "muchos" alcanzan
justicia y salvación por la muerte de "uno". Dios restituye la fama a
su Siervo y lo devuelve a la vida, que se prolongará en la tierra con una larga
descendencia. Jesús que vino al mundo a servir y a dar su vida por todos los
hombres, como dice el evangelio de hoy, se identifica con la misteriosa figura
del Siervo de Yahvé.
"El Señor quiso triturarlo por el sufrimiento. Cuando entregue su vida
como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años; lo que el Señor
quiere prosperará por sus manos" (Is 53, 10).
"A causa de los trabajos
de su alma, verá y se hartará; con lo que ha aprendido mi Siervo justificará a
muchos, cargando con los crímenes de ellos" (Is
53, 11).
Precisamente por esa humillación, Dios lo ensalzó. De ahí que diga San Pablo:
"Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús, quien, existiendo en la
forma de Dios, no reputó codiciable tesoro mantenerse igual a Dios, ante se
anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres, y en
la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de
Cruz, por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para
que al nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en cielo, en la tierra y en
los abismos, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor para gloria de
Dios Padre.
" El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento… Mi siervo justificará a
muchos, porque cargó con los crímenes de ellos". Los cristianos siempre hemos aplicado a Jesús, este cuarto canto del siervo de Yahvé. Porque, evidentemente, Jesús nos salvó del
pecado a través del sufrimiento, del bautismo de la muerte. Gracias a la
pasión, muerte y resurrección de Jesús la humanidad entera quedó redimida de
sus pecados.
El salmo como la semana anterior nos habla de la
presencia de la misericordia del Señor en nuestra vida (Sal 32 ).
R.- QUE TU MISERICORDIA, SEÑOR VENGA SOBRE NOSOTROS,
COMO LO ESPERAMOS DE TI.
Las tres estrofas del salmo se centran en:
* La Alabanza por la palabra del Señor
* Mirada del Señor
* Donde está centrada nuestra esperanza.
La segunda
lectura de Hebreos ( Hb
4, 14-46)
En la Carta a
los Hebreos después de haber anunciado que hemos sido salvados por la mediación
sacerdotal de Jesucristo el autor pasa a exhortarnos a permanecer en la "confesión de la fe". Jesús es el
Hijo de Dios, el único Hijo, y, por otra parte, uno de nosotros y solidario con
todos los hombres. Es Mediador y nuestro y sumo sacerdote. Su sacerdocio es
"grande" y superior al de los sacerdotes del Antiguo Testamento.
Jesús es el verdadero pontífice que tiende el puente entre las dos orillas,
entre Dios y los hombres. En él y por él hemos sido reconciliados con Dios.
Pero esta grandeza y esta dignidad suprema de Jesús, como hijo de Dios y
verdadero sumo sacerdote, no le impide conocer a los hombres. Pues Jesús, que
es también un hombre, quiso hacerse solidario de todos nosotros y padecer
nuestras propias debilidades. Aunque es verdad que no tuvo pecado, fue probado
o tentado lo mismo que nosotros. Si en el Antiguo Testamento los hombres se
acercaban a Dios con temor y temblor, en la Nueva Alianza inaugurada por la
sangre de Cristo podemos acudir a Dios confiadamente. Pues tenemos un sumo
sacerdote que nos comprende y se ha hecho solidario con nosotros, pero, que ha
llegado también, de una vez por todas, a presencia de Dios para interceder por
nosotros.
Confesamos
y nos acercamos a quien fue "tentado en todo (menos en el pecado” (ν.15). La
palabra "tentación" equivale aquí prácticamente a prueba, que
al fin de cuentas eso es la tentación: algo que pone a prueba las fuerzas y virtud
del hombre. Jesucristo, igual que nosotros, padeció las "tentaciones"
o pruebas de cansancio, hambre, temor ante el sufrimiento,; incluso fue tentado
por el diablo . Sin embargo, cuando se metía de por medio el pecado, hubo una
gran diferencia: la de que El, no solamente no cometió pecado, sino que ni lo
podía cometer, y las tentaciones en este sentido no podían provenir sino del
exterior (cf. Mt 4:8-10), nunca de su interior, donde no existía esa lucha
entre carne y espíritu que tantas veces a nosotros nos arrastra al pecado. Mas
esa "impecabilidad," que le coloca aparte y por encima de nosotros,
en nada disminuía su "compasión de nuestras flaquezas" (v.15); antes
al contrario, más bien la hacía más elevada y pura, ya que jamás podía
mezclarse ahí el egoísmo.
En
el evangelio continuamos con Marcos, evangelista del ciclo B (Mc 10, 35-45). Cuando
Jesús llamó a los apóstoles, estos no sabían muy bien las condiciones de su
seguimiento. Decidieron estar con El movidos todavía por motivos humanos, de
búsqueda de prestigio y poder. Veían en Jesús un hombre especial que podía
sacarles de la miseria en que vivían. Por eso Santiago y Juan formulan su
petición a Jesús desde los modelos habituales del poder. Quieren destacar,
estar por encima de los demás. Jesús no les echa en cara propiamente su
ambición, sino su ignorancia, pues no comprenden que el único camino que lleva
a la gloria pasa por la cruz. "Beber el cáliz" es aceptar la voluntad
de Dios, empaparse de la voluntad de Dios, aunque ésta sea un "mal
trago" para los hombres. Con estas palabras alude Jesús al martirio que le
espera en Jerusalén y pregunta a los dos hermanos si van a ser capaces de
seguirle hasta ese extremo. La aspiración de sus discípulos no ha de ser el
poder sobre los demás, sino el servicio a los demás. A la "voluntad de
poder" Jesús opone la "voluntad de servicio". Cuando la iglesia
se aparta de una estructura fraternal y, adaptándose a las formas de este
mundo, se convierte en un instrumento de poder con rangos y escalafones. Se
aparta de la voluntad de Jesús, pues Él no ha venido al mundo para vivir como
un señor, sino para morir como un esclavo. Debemos ser servidores como lo fue
Jesús.
"Porque el
Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan..." (Mc 10, 45). Ante el estupor y la indignación de los demás apóstoles, "los hijos
del trueno" se atreven a pedir al Maestro los primeros puestos en el
Reino, ocupar como principales ministros del gran Rey los sitiales de la
derecha y el de la izquierda.
Jesús les recrimina
-, "No sabéis lo que pedís -¿sois capaces de beber el cáliz que Yo he de
beber?". Ellos contestaron sin vacilar: "¡Podemos!”. Jesús, como
siempre, les habla con claridad de las dificultades que supone el seguirle: "
el sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo; está ya
reservado".
La contestación
no les desanima en su afán de seguir a Jesucristo y continuarán cerca de él,
amándole y sirviéndole hasta el fin de sus vidas, abriendo y cerrando la serie
de los doce apóstoles que morirán en servicio del Evangelio. Así, Santiago el
Mayor será el primero en morir, mientras que Juan será el último del Colegio
Apostólico que morirá, dando testimonio de lo que vio hasta el momento final de
su vida, bebiendo día a día, sorbo a sorbo, aquel cáliz de gozo y de dolor que
el Señor les había prometido.
La atrevida
petición de los hijos de Zebedeo da pie al Maestro para enseñar a los Doce, y a
nosotros, que en el Reino de Dios no se puede buscar la gloria y el honor de la
misma forma a cómo se consigue en los reinos de acá abajo, en que los
ambiciosos o los malvados sin escrúpulos suelen escalar hasta la cima de los
primeros puestos, para aprovecharse luego de los demás y enriquecerse a costa
de unos y de otros. En el Reino de Dios para triunfar hay que humillarse antes,
para llegar a reinar con Cristo primero hay que pasarse la vida sirviendo.
"El que
quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero, que
sea el esclavo de todos". Esa es la
doctrina que marca la realidad de la vida cristiana. No hay otro camino ni otra
fórmula. Ese es el itinerario que Cristo, nuestro Dios y Señor ha marcado con
su misma vida. Él, siendo quien era, no consideró codiciable su propia grandeza
divina y se despojó de su rango hasta hacerse un hombre más. Incluso, dentro de
su condición humana, tomó la forma de siervo y se hizo obediente hasta la
muerte y muerte de Cruz. Su humillación fue suprema y única, un camino claro,
decidido y generoso para que nosotros lo recorramos con abnegación y con gozo.
Para nuestra vida.
Al
celebrar la Jornada del Domund caemos en la cuenta de
que, la Palabra del Señor, necesita voceros humanos, no de cualquier palabra, sino
de la Palabra que proclama la
misericordia. Pero, sobre todo, reflexionamos sobre un hecho del todo
importante: la misericordia de Dios no conoce límites. Por ello mismo no es de
extrañar que, donde los gobiernos no alcanzan, siempre un misionero es noticia
por su constancia, presencia y entrega apasionada. ¿Su secreto? Llevan a Cristo
en sus entrañas.
Esta
jornada del Domund nos empuja, allá donde estemos, a
vivir y ser misioneros de la misericordia. A estimar con nuestra oración
sincera y nuestra limosna generosa, la acción evangelizadora que en nombre de
Cristo desarrollan los misioneros .
El salmo nos invita a
vivir desde la misericordia. Enlaza con el lema del Domund,
"Misioneros de la misericordia"
El autor de la carta a los Hebreos nos anima a confiar plenamente en Jesús, nuestro sumo sacerdote, porque él
comprende nuestras debilidades e intercede continuamente por nosotros ante el
Padre. "No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de
nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como
nosotros, menos en el pecado. Jesús nos ha enseñado, sufriendo, a obedecer,
porque fue como nosotros en todo, menos en el pecado. Si la santidad
trascendente de Dios nuestro Padre nos parece demasiado alta e inalcanzable por medio de Cristo tenemos el privilegio de acercarnos a Dios para
recibir lo necesario en cualquier circunstancia. Él puede entender nuestros
problemas porque fue "tentado en todo".
Fundamentales
para nuestra vida cristiana son las enseñanzas
del evangelio de hoy. " El que quiera ser primero, sea esclavo de
todos". Desde que nacemos, queremos ser los primeros y que los demás
estén pendientes de nosotros y vivan para nosotros. Así lo querían los discípulos
de Jesús Santiago y Juan, y podemos deducir por el contexto, que así lo querían
también todos los discípulos de Jesús. Jesús, el Maestro, les dice, ya en
cristiano, tres cosas: primero, que si quieren ser los primeros tienen que
estar dispuestos a sufrir mucho, a beber el cáliz del martirio; segundo, que
deben querer ser los primeros, no en el mandar, sino en el servir; tercero, que
lo de sentarse a la derecha o a su izquierda es cosa de Dios. Trasladando todo
esto a nuestra situación personal y concreta, debemos ahora preguntarnos cada
uno de nosotros también tres cosas:
*¿queremos
nosotros, de verdad, ser los primeros para servir y no para mandar?;
*¿estamos
dispuestos a sufrir todo lo que haga falta para conseguir ser los primeros
servidores de los demás?;
* ¿somos
capaces de aceptar con humildad que sea Dios el que juzgue, premie o castigue,
nuestro comportamiento?.
Hagamos un sincero examen de conciencia sobre
estos tres puntos, dentro de la propia familia, en el trabajo, en nuestras
relaciones sociales, en el secreto más interior de nuestro corazón, de nuestra
conciencia.
Los hijos del Zebedeo resultaron ser
osados y muy atrevidos. Primeros puestos en el Reino de los Cielos. Y no menos
certera y a punto la respuesta de Cristo: “Eso
a mí no me toca concederlo”. Y es que, el cáliz de Cristo, no es el que
nosotros solemos apurar (brillante, ajustado a nuestra vida,). Imposible
pretender primeros sitios ni aquí, ni en
la eternidad si, tal vez en la tierra, buscamos los más apartados a la hora de
servir. Una frase nos puede resultar iluminadora en este día: no salva el poder
sino el servir. El cáliz del Señor es, tal como el Domund
nos anuncia, una misericordia que se ofrece y se transmite a través de nuestra
entrega incondicional a los más necesitados, porque llevamos el ardor de Cristo
dentro, así nos identificarnos más con Jesús y así manifestamos nuestra condición
de cristianos.
No olvidemos que, ni Santiago ni Juan, se
echaron atrás al recibir la respuesta-reproche de Jesús: uno fue el primero en
dar testimonio de su fe con su sangre y, el otro, paso a ser –en la tierra y no
en el cielo- amigo de primera línea del mismo Jesucristo. Sintieron, como tantos
misioneros, religiosos, religiosas, Papas, obispos, laicos y sacerdotes
sentimos que, el creer, nos lleva a una conclusión: para triunfar a los ojos de
Dios hay que humillarse ante los ojos de los humanos. Cuesta rebajarse en la
tierra para pensar que, sólo así, seremos elevados en el cielo. Una cosa es pensarlo, otra cosa diferente
predicarlo y otra muy distinta vivirlo. Pero en ese sendero está la luz que nos
lleva a Dios. Para suerte nuestra Jesús es la misericordia de Dios, el tuvo la
grandeza: de ser misericordioso eligiendo. Pudiendo haberse rodeado de
elocuencias, prefirió la sencillez de Pedro, la bondad de Juan, la mediocridad
de Judas o las dudas de Tomás. Esa actitud de misericordia continua siendo una
realidad para suerte nuestra.
Rafael
Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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