Reconocer el
bien , venga de donde venga y lo haga quien lo haga.
"Los
fieles descubran con gozo y respeto las semillas del Verbo que se ocultan en
las tradiciones nacionales y religiosas de los países de misión" (AG II).
"El
Espíritu Santo, que llama a todos los hombres a Cristo por las semillas del
Verbo y por la predicación del Evangelio…" (AG 15).
Las lecturas de esta domingo rompen,
por un lado, cualquier sentido de lo exclusivo, de lo propio, del grupo, de
“ser de los nuestros” y de “no dejar pasar a los otros”. Y también claman
contra las injusticias, contra los abusos, contra el daño a los más pequeños, a
los más débiles.
Primera lectura tomada del Libro de los Números (Nm 11, 25-29), nos recuerda que no podemos, ni debemos monopolizar el Espíritu. El relato del Libro de los Números enseña que son muy diversas las actuaciones del Espíritu. Una de ellas es hablar en lenguas. Otra, más importante, es el haber recibido el encargo de dirigir y enseñar al pueblo de Dios. Desde Moisés, representante de Dios (que no hablaba en lenguas ni profetizaba con trances), el Espíritu se derrama sobre los inspirados. No siempre Dios comunica su espíritu por los canales oficiales. El Espíritu es soberano por encima de las instituciones. El carisma no debe ser rechazado por la autoridad. El presente pasaje de los Números confiere un carácter sagrado al origen de la institución de los ancianos, fundando así la importancia que tuvo siempre tanto religiosa como política.
"Habían quedado en el campamento dos del
grupo..." (Nm 11, 26). Aquellos dos hombres
no habían asistido a la reunión junto a la Tienda de Dios. A pesar de eso,
comenzaron a profetizar pues la fuerza de Yahvé también les había alcanzado. El
Señor, dando muestras de su liberalidad, no quiso supeditar su don a un lugar
determinado. Cuando le cuentan a Moisés lo ocurrido, Josué que le había ayudado
desde siempre siente celos. No le parece bien que profeticen quienes no habían
asistido a la asamblea, y pide a Moisés que se lo prohíba. Pero el caudillo del
desierto no se deja llevar por aquella celotipia. Él sabe que Dios es el que da
sus dones, sin mérito alguno por parte del que lo recibe. Por eso contesta
magnánimo: "Ojalá que todo el
pueblo recibiera el espíritu de Yahvé y profetizara".
El salmo de
hoy (Sal 18, 8.10
12-13. 14) nos recuerda la importancia de la
Ley."LOS MANDATOS DEL SEÑOR SON RECTOS Y ALEGRAN EL CORAZÓN"
Para los hebreos, los mandatos del
Señor son mucho más que cumplir una serie de normas y preceptos. La ley expresa
el designio divino para toda la humanidad. El cumplimiento de sus mandatos no
es una obligación estricta, sino un imperativo de carácter urgente y bueno, que
pide una respuesta por lo crucial y vital de su naturaleza. Por esto, para el
creyente judío un precepto de Dios es un anuncio gozoso, porque detrás de él
late el deseo inagotable del Creador que quiere la felicidad de su criatura.
El amor a Dios pasa por el amor a la Torah. El pueblo de Israel va tomando conciencia progresiva
de que Dios es justo, y su justicia está basada en el amor a su pueblo. En su
ley no hay falacia ni engaño: es verdadera porque nos ayuda a ampliar nuestros
horizontes como personas. Nuestra respuesta a su ley nos ayudará a vivir más
auténticamente. Dios nos lo pedirá todo, pero hasta donde nosotros podamos
responderle; él nos conoce bien y su justicia es infinita.
Esta ley orienta la vida del creyente
hacia Dios, le ayuda a vivir con rectitud y con plenitud. Una vida ordenada y
coherente lleva a una profunda paz interior y, como consecuencia, a un estado
vital de comunión en lo más profundo del corazón. Dios desea la calma, el
sosiego, la confianza, el descanso del espíritu. El desconocimiento de sus
leyes nos llevaría a caminar sin rumbo, vagando hacia el vacío.
En lo más hondo de nuestro ser, todos
deseamos conectar con la bondad de Dios y vivir instalados en la certeza de que
somos amados por él. La ley del Señor manifiesta su lealtad y fidelidad al
hombre. Dios desea que el corazón humano se abra a él y que toda persona pueda
conocerle.
Conocer esta ley es conocer las mismas
entrañas de Dios. El corazón de Dios es pura esencia amorosa. Desde siempre y
para siempre, él desea estar a nuestro lado. Nada ni nadie puede apartarlo de
esta profunda convicción. Su deseo de permanencia en nosotros responde al pacto
de fidelidad que ha asumido para salvarnos.
En la segunda lectura de Santiago (San 5,1-6)
, se nos
recuerda algo que ya plantean algunos libros del Antiguo Testamento donde las riquezas se presentan como una señal de
las bendiciones divinas. Se valoran las riquezas como posibilidad de practicar
la "justicia" haciendo sacrificios a Dios. Pero la Biblia condena
unánimemente el abuso de los ricos, la ambición desmedida y la explotación de
los pobres. Además, los profetas han visto en la riqueza una fuente de
injusticia. Para los evangelistas la riqueza aparece como un serio obstáculo
que impide la entrada en el Reino de Dios.
Es tajante el posicionamiento de
Santiago en contra de las riquezas y de los ricos por su evidente obra de
opresión. Para él los ricos son un ejemplo del espíritu del mundo, hablan y
planean como si Dios no existiera con un afán inmoderado de dinero y bienes.
El rico cree que le ha tocado en la
vida el lado bueno pero, en realidad, “os ha tocado una desgracia”
que les tendría que hacer “llorar (dice “aullar”) y lamentarse”.
Están en la peor de las situaciones, aunque ellos se crean a salvo de todo. Les
amenaza la caída más grande y rápida, ya que la fuerza de las riquezas
encierra, con frecuencia, grandes debilidades.
Pero además, es connatural con toda
riqueza el que sus valores “están corrompidos… apolillados… herrumbrados”.
Tienen en su interior su propia destrucción. Esa “herrumbre” será el peor
testigo de cargo contra ellos en este “tiempo final”. Es decir, las riquezas y
su mundo es el peor agente de maldad en la historia humana, aquello que crea
desigualdad e injusticia, inhumanidad por tanto. Quienes se asientan en la
riqueza son la anti-humanidad y, por ello, lo anti-Dios, aquello que es lo más
opuesto a la propuesta de Jesús y su reino. Su acción inhumana no pasará
desapercibida al Dios que ama la justicia y la igualdad (según el parámetro
retributivo del judaísmo).
Y, peor aún, el “jornal defraudado”,
porque se ha pagado mal y tarde, porque se ha retenido injustamente, porque han
engullido sus beneficios los ricos que no han trabajado en el campo, toda esa
maldad “ha llegado hasta el oído del Señor”. Dios sigue escuchando el grito del
socialmente oprimido, desde los viejos tiempos del Éxodo (Ex 3,7) hasta
hoy (“sobornos, comisiones, regalos fuera de lo normal, es llevar pan sucio para
los hijos”: papa Francisco). Quizá no haya que poner el acento en la amenaza de
Dios, sino en la evidencia de que la riqueza amasada con injusticia es una
ruina hasta para la misma riqueza. Y que hay posibilidades de una
economía humanizadora, sensata, del bien
común, con ganancias razonables para todos lo muestran muchas
personas que caminan en otra dirección económica.
Suena el tono profético, al viejo
estilo de Amós, cuando dice que los ricos, por su comportamiento inhumano,
“están dechados para el día de la matanza”. Así es, la riqueza acumulada con la
que han “engordado” se volverá contra ellos, como muchas veces sucede. El
Evangelio propone un formidable mecanismo de corrección: desacumular
(Lc 12,13-21). Quien quiera entender los
planteamientos del Mensaje tendrá que sustituir el mecanismo de la acumulación
por el del compartir hasta frenar la acumulación y hacer que desaparezca. De lo
contrario, su vida caerá fuera de los parámetros del reino de Dios.
El evangelio
de este domingo de Marcos (Mc 9,38-43.45.47-48)
, en su relato es muy iluminador. como el pasado, nos presenta, algunos
defectos de los apóstoles. Defectos que con la ayuda divina fueron superando a
lo largo de su vida. Ejemplo y aliento para nuestra vida personal, tan llena
con frecuencia de pequeñas o grandes faltas. También nosotros las podremos
superar si luchamos y pedimos con humildad la ayuda del Señor.
Juan
fue, sin duda, un hombre apasionado. Por eso quizá era tan amigo de Pedro y tan
querido por el Maestro, que tanto aprecia la entrega total, y tanto abomina las
medias tintas. Llevado de su carácter apasionado, Juan quiso impedir a uno que
no era de los
suyos, que echase a los demonios en nombre de Jesús. Se creía tener la exclusiva, le molestaba que otro hiciera el bien sin ser de su grupo.
suyos, que echase a los demonios en nombre de Jesús. Se creía tener la exclusiva, le molestaba que otro hiciera el bien sin ser de su grupo.
Los discípulos informan a Jesús de un
hecho que los ha molestado mucho. Han visto a un desconocido «expulsando
demonios». Está actuando «en nombre de Jesús» y en su misma línea: se
dedica a liberar a las personas del mal que les impide vivir de manera humana y
en paz. Sin embargo, a los discípulos no les gusta su trabajo liberador. No
piensan en la alegría de los que son curados por aquel hombre. Su actuación les
parece una intrusión que hay que cortar.
Le exponen a Jesús su reacción: «Se lo
hemos querido impedir porque no es de los nuestros». Aquel extraño no debe
seguir curando porque no es miembro del grupo. No les preocupa la salud de la
gente, sino su prestigio de grupo. Pretenden monopolizar la acción salvadora de
Jesús: nadie debe curar en su nombre si no se adhiere al grupo.
Jesús reprueba la actitud de sus
discípulos y se coloca en una lógica radicalmente diferente. Él ve las cosas de
otra manera. Lo primero y más importante no es el crecimiento de aquel pequeño
grupo, sino que la salvación de Dios llegue a todo ser humano, incluso por
medio de personas que no pertenecen al grupo: «el que no está contra nosotros,
está a favor nuestro». El que hace presente en el mundo la fuerza curadora y
liberadora de Jesús está a favor de su grupo.
Jesús rechaza la postura sectaria y
excluyente de sus discípulos que solo piensan en su prestigio y crecimiento, y
adopta una actitud abierta e inclusiva donde lo primero es liberar al ser
humano de aquello que lo destruye y hace desdichado. Éste es el Espíritu que ha
de animar siempre a sus verdaderos seguidores.
Para
nuestra vida
En el libro de Los Números se nos dice
que el profeta Moisés actuó de un modo parecido a como actuó Jesús en el caso
que hemos comentado en el evangelio.
Los celos de
Josué anticipan la misma actitud de los discípulos de Jesús frente al exorcista
que arrojaba demonios sin ser de su grupo (evangelio de hoy). La gran tentación
de la autoridad religiosa ha sido siempre monopolizar el Espíritu, pero el
Espíritu se comunica a quien quiere y como quiere. Los que mandan no deberían
estar celosos de que el pueblo profetice alguna vez; más bien debiera tomar
nota de lo que dice Pablo a los obispos: "No apaguéis el Espíritu".
Lo importante
es que el Espíritu del Señor se infunda y se difunda por todo el pueblo, sin
distinción de clases sociales, o jerarquías religiosas. Nadie debe estar celoso
de sus privilegios, o facultades religiosas; todo el que habla en nombre de
Dios y dice la Verdad de Dios debe ser bienvenido. Hay personas ignorantes que
hablan sabiamente y personas muy doctas que hablan neciamente.
Lo planteado por Santiago , hoy es una
realidad, los que viven bien deben su bienestar a que miles y miles de personas
viven en la miseria. La defensa de sus privilegios trae cada año como consecuencia
inevitable la muerte injusta de millones de personas por hambre, represión y
guerras. Los países ricos son incapaces de acoger en su tierra a los que huyen
de la miseria o de la guerra. El evangelio, que es Buena Noticia para los
pobres, se convierte en mala noticia para los ricos. Sin embargo, los ricos
siguen acaparando riquezas sin caer en la cuenta de que el juicio de Dios es
inminente. La retención del jornal es aquí sólo un botón de muestra de la
explotación y de la injusticia de los ricos. Claramente lo expone la Doctrina
Social de la Iglesia, la gran ignorada. Sarcásticamente, el autor dice a estos
ricos que son como los cerdos que se ceban para la matanza.
"Ahora
vosotros, los ricos, llorad y lamentaos por las desgracias que os han tocado.
Vuestra riqueza está corrompida… habéis vivido en este mundo con lujo y
entregados al placer… condenasteis y matasteis al justo; Él no os
resiste". Este
texto del apóstol Santiago contra los ricos inmisericordes es muy duro. Lo que
debemos hacer cada uno de nosotros es mirarnos a nosotros mismos, para ver si
realmente este texto también nos dice algo a nosotros. No debemos pensar que
sólo los muy ricos tienen que hacer misericordia y vivir con más austeridad;
muchos de nosotros, sin ser muy ricos, también tenemos y malgastamos bienes
superfluos, que serían muy necesarios para los pobres. Toda persona cristiana
debe ser sobria y caritativa, si quiere ser fiel a la doctrina y a la vida del
Maestro. La corrupción y la tacañería no son defectos exclusivos de los muy
ricos. Examinemos nuestra conducta.
Las palabras de Jesús en el evangelio van dirigidas
contra esa determinada concepción de la autoridad como control y monopolio exclusivo y excluyente. Hay aquí un
canto en favor de los "pequeños" que creen en Jesús. Poco estimados,
más ignorantes o débiles en la fe, jamás hay que hacerles tropezar
(escandalizar). Estos pequeños pueden ser en la comunidad los que necesiten ser
ayudados con cariño y paciencia para poder evolucionar sin desconcertar su fe.
Pero también los que sufren la tentación de abandonar la Iglesia por la
lentitud de ésta en renovarse. Todo el que se hace discípulo de Jesús y aún no
ha llegado a una fe adulta es "pequeñuelo". Y el que aparta de su
camino a uno de estos pequeñuelos es un homicida, ya que les impide llegar a la
verdadera vida. "Escándalo" es la piedra que nos hace tropezar, el
impedimento que se encuentra en el camino. La tentación nunca procede
exclusivamente de fuera; de ahí que el hombre deba procurar también no escandalizarse
a sí mismo. Y esto no es posible si uno no lucha contra sus propias
inclinaciones y no toma medidas negándose a sí mismo.
También en
nuestros días hay muchos hombres que luchan contra el mal y la injusticia de
nuestra sociedad y, con todo, no son expresamente cristianos, éstos son de los
nuestros aunque no sean "de los nuestros", pues es claro que no están
contra nosotros. Son personas solidarias e implicadas en organizaciones
humanitarias que luchan denodadamente contra la exclusión que sufren millones
de personas en nuestro mundo. Son hombres y mujeres que hacen el bien y viven
trabajando por una humanidad más digna, más justa y más liberada. En ellos está
vivo el Espíritu de Jesús.
Hemos de
sentirlos como amigos y aliados, nunca como adversarios. No están contra
nosotros pues están a favor del ser humano, como estaba Jesús.
No les
impidamos actuar, sumemos nuestras fuerzas a las suyas, nuestros proyectos a
los suyos, para hacer un mundo más humano. También ellos colaboran a la
extensión del Reino de Dios, la “civilización del amor”
Rafael Pla Calatayud
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