La liturgia de
este domingo nos da una respuesta a la
pregunta de Jesús, que enmarca la Palabra de hoy ¿Quién dice la gente que soy yo?”.. Cuando la primera lectura, del
Libro de Isaías, nos ofrece el texto del Varón de Dolores, la profecía que
narra con gran exactitud, va a definir, también con toda exactitud, como iba a
ser la misión del Mesías: “El Hijo del
Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los senadores,
sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días”.
Así lo expresa claramente Jesús a sus discípulos, aunque ellos no lo
entendieran, porque no concebían a un Mesías derrotado y humillado
-La primera lectura tomada del
libro de Isaías (Is. 50, 5-9a) nos presenta al
Siervo de Yavé, que a pesar de todas las dificultades
confía en que “el Señor me ayuda”. El pueblo exiliado en Babilonia no
cree ya en su liberación; piensa que Dios le ha abandonado como el esposo que
repudia a su mujer o como un mal padre que vende a su hijo como esclavo. Pero
lo que ha ocurrido es muy distinto: han sido los hijos de Israel los que han
abandonado a Yahvé; por lo cual han caído bajo el poder de Babilonia y padecen
ahora el exilio y la esclavitud. El Siervo de Yahvé, que ha recibido buenos
oídos para escuchar la palabra de Dios no ha dejado de predicar la salvación de
este pueblo cerril. En este ambiente hostil, la fidelidad del Siervo de Yahvé y
el valor con que cumple su misión despierta el enojo y la violencia de sus
propios paisanos. Pero él lo aguanta todo, hasta los golpes y las acciones más
débiles con que el populacho se ensaña contra su persona. El Siervo de Yahvé no
se vuelve atrás ni cejará en su empeño. Contra todos los ataques tiene el mejor
defensor; contra todas las falsas acusaciones, el mejor abogado. El Siervo de Yahvé
confía salir victorioso de todos sus enemigos, porque Dios está con él. "Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba
confundido, por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré
avergonzado" (Is 50, 7). La fuerza de Dios.
Ahí está el secreto de ese vigor extraordinario, de ese cambio imprevisto.
R.- CAMINARÉ EN PRESENCIA
DEL SEÑOR, EN EL PAIS DE LA VIDA
Este es un salmo de consuelo y aliento. La frase que se canta como respuesta: Caminaré en presencia del Señor, podría ser un hermoso lema para cada día. No es lo mismo vivir ignorando a Dios, inmersos en las preocupaciones de la vida cotidiana, que ser consciente de que cada paso que damos, cada segundo de nuestra vida que se desliza, transcurre ante la mirada de Alguien que nos contempla con amor.
Este es un salmo de consuelo y aliento. La frase que se canta como respuesta: Caminaré en presencia del Señor, podría ser un hermoso lema para cada día. No es lo mismo vivir ignorando a Dios, inmersos en las preocupaciones de la vida cotidiana, que ser consciente de que cada paso que damos, cada segundo de nuestra vida que se desliza, transcurre ante la mirada de Alguien que nos contempla con amor.
El salmo relata una
serie de circunstancias adversas. Ya sea por acontecimientos externos, o porque
dentro de nosotros mismos descubrimos abismos tenebrosos, ¿quién no se ha
sentido atrapado, angustiado, caído y envuelto “en redes de muerte”?
El salmo 114 es una
llamada a la esperanza y a confiar en Dios, teniéndolo siempre presente en
nuestra vida. Vivir conscientes de la presencia del Señor ha sido una constante
en la vida de muchos santos. Y ese “país de la vida” es una hermosa expresión
que no significa otra cosa que una existencia densa y llena de sentido, porque
sabemos que Dios la ha querido y la ama.
Hoy la segunda lectura tomada de la carta de Santiago
(Sant. 2, 14-18) trata
de mostrar la íntima y necesaria vinculación entre la fe autentica y las obras.
Parece ser que entre los posibles lectores había quienes se gloriaban mucho de
su ortodoxia y descuidaban, en cambio, la buena conducta. El autor de esta
carta no hace otra cosa que recordar las palabras de Jesús: "No todo el
que dice ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la
voluntad de mi Padre". La fe es un principio de vida. Cuando carece de
obras no da señales de vida; es una fe muerta. La fe no es simple adhesión
teórica a unas verdades prácticas. El que sólo cree con la cabeza, no cree. Las
obras son las únicas señales que acreditan la autenticad de la fe delante de
los hombres. Los cristianos no podemos permanecer pasivos ante la llegada a
nuestros países más ricos de oleadas de personas humanas huyendo del horror de
la guerra. Como alguien ha dicho hay que pasar de la compasión a la acción. En
Alemania hay familias que acogen en sus casas a estas personas. Esta es la fe
auténtica que se demuestra con las obras.
El evangelio
de Marcos (Mc. 8,
27-35) presenta la famosa “confesión de San Pedro” y la respuesta
de Jesús a tal confesión de fe. El suceso se sitúa en Cesarea de Filipo, región pagana en el antiguo territorio
de Palestina, como una previsión de que la misión de Pedro y los apóstoles no
se quedará limitada a su propio país. Deben estar dispuestos a alcanzar las
regiones paganas y seguir al Maestro donde quiera llevarles.
Vemos
a Jesús que recorre las regiones norteñas de Palestina. Aquellas caminatas eran
ocasión propicia para estar solos y hablar de las enseñanzas que el Maestro
quería transmitir a sus discípulos. Eran instantes de intimidad en los que
Jesús abría los tesoros de su corazón. A menudo les hace unas preguntas
intencionadas que despiertan la curiosidad de aquellos hombres sencillos. Jesús
comienza con una pregunta impersonal ¿Quién
dice la gente que soy yo?”. A esto responden los discípulos: “Unos dicen que Juan el Bautista, otros que
Elías, Jeremías o uno de los profetas.” Lo evidente es que la gente percibe
a Jesús como un hombre santo, en línea con los profetas. En este momento
crítico de la historia de la salvación judía, le ven como portavoz de Dios. La
pregunta de Jesús no quiere quedarse en una simple información- Se dirige
directamente sus discípulos: “Y vosotros ¿Quién decís que soy yo?”.
"Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios
vivo.” Así respondió Pedro, hablando por sí mismo y por los demás
apóstoles. Es una profesión de fe de más alcance que la expresada por la gente.
Jesús no es un mero profeta; es mucho más. Es el Mesías largamente esperado. ¿En
qué clase de Mesías creían los discípulos? . En un principio creían en un
Mesías triunfante y arrollador, que instauraría un reino de Dios en el que
ellos serían los primeros. Y cuando Jesús les dice que no va a ser así, sino
que el Mesías tendría que padecer mucho, ser condenado por los ancianos, sumos
sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días, Pedro le
increpa seriamente y trata de corregirle. Jesús responde a Pedro airadamente y
le increpa: “¡Quítate de mí vista,
Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios”! ¡“El que quiera venirse
conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”!
Para
nuestra vida.
Como
el profeta Isaías, también los cristianos debemos saber sufrir las adversidades
de esta vida con valentía y esperanza cristiana: el Señor nos ayudará. A Cristo
los cristianos le identificamos muchas veces con el siervo de Yahvé del Antiguo
Testamento: el que no se echó atrás ante el sufrimiento, sino que precisamente
el sufrimiento le ayudó a fortalecer más su fe en Dios. Muchos cristianos son
perseguidos hoy día por seguir a Jesucristo y dan su vida por él. Nosotros, que
nos venimos abajo ante la primera dificultad, tenemos en el Siervo de Yahvé,
que representa a Cristo ultrajado y condenado a muerte, el mejor ejemplo para
seguir adelante apoyados en nuestro “defensor”.
¡Dichosos nosotros si sabemos aceptar
el sufrimiento con la misma actitud y confianza del siervo
de Yahvé! Cristo así lo hizo y nosotros, si queremos de verdad seguir a Cristo,
así deberemos hacerlo.
El salmo de hoy nos recuerda
como es en esos momentos cuando podemos rebelarnos contra Dios o bien pedir su
auxilio. El salmo dice que “el Señor guarda a los sencillos”. Ante las
dificultades de la vida, la persona orgullosa puede optar por afrontarlas sola,
o bien por renegar de un Dios que permite tanto mal. Pero el sencillo de
corazón, el que se siente pequeño y necesitado, pide ayuda. ¡Esa será su
salvación! Porque Dios nunca ignora una súplica sincera. ¿Cómo podemos pensar
que los males que azotan el mundo son voluntad suya? Es su ausencia la que
causa dolor y desgracia en el mundo. Allí donde Dios es rechazado, cunde el
dolor y la barbarie.
Fiarse de Dios y también como actuar
es a veces el dilema de nuestra vida. El ejemplo que pone hoy el apóstol Santiago es muy clarificador:
si un pobre que necesita de verdad mi ayuda me pide que le ayude, la única
respuesta verdaderamente cristiana es ayudarle. Cuando Pablo les decía a los
primeros cristianos que lo que les salvaba era la fe en Cristo y no las obras,
se refería, casi siempre, a las obras de la ley judía. Después de la vida,
pasión y resurrección de Cristo, lo que les salvaba, también a los judíos, no
eran ya las obras de la ley mosaica, sino la fe en Cristo. Pero la fe en Cristo
supone siempre el seguimiento de Cristo y Cristo fue siempre una persona
misericordiosa y que predicó las obras de misericordia. Así lo hizo él y así
quiere que lo hagamos sus seguidores.
¿En quién creemos?. La misma pregunta que
hace Jesús a lis discípulos, nos la hace Jesús a cada uno de nosotros: ¿Y tú,
quién dices que soy yo? No se trata de contestar con palabras bonitas
aprendidas del catecismo, se trata de responder con la vida. ¿En tu
comportamiento en el trabajo, en casa, en la vida pública, tienes presente lo
que Jesús espera de ti? ¿Estás dispuesto a seguir a Jesús? Si tienes este
propósito, no te equivocarás, pues aunque aparentemente pierdas tu vida,
encontrarás la vida de verdad, la que Él te ofrece. Entonces podrás
experimentar la grata seguridad de que "El Señor te ayuda", como Isaías
, teniendo la seguridad de que " escucha mi
voz suplicante; porque inclina su oído hacia mí, el día que lo invoco ",
como nos dice el autor del Salmo 114.
La experiencia equivocada del Mesías
la tuvieron los discípulos y también nosotros, en muchas ocasiones, tendemos a
pensar como Pedro: que Cristo está ahí para resolvernos los posibles problemas
que tengamos, sea la salud, o el trabajo, o la familia…etc. Esto es algo
bastante normal entre nosotros, pero debemos pensar en la respuesta que Cristo
dio a Pedro: “él quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue
con su cruz y que me siga”. Esto no quiere decir que Cristo no sepa premiar las
obras buenas de los que le siguen y que sólo prometa cruz y dolor. La religión
cristiana no puede ni debe ser una religión victimista;
también Cristo ha prometido a los que le siguen obtener en esta vida cien veces
más y, después, la vida eterna. Debemos saber que, como Cristo, también
nosotros tendremos en esta vida nuestra propia pasión, pero no debemos dudar
que el final será siempre la resurrección gloriosa.
Muchos
de nosotros, tras transcurrir más de dos mil años, tampoco entendemos bien ese
sufrimiento del Maestro, aunque lo admitamos y nos conmueva cada vez que lo
evoquemos. Pero, claro, estamos donde estaba Pedro y nos seguimos preguntado:
¿hubiera sido posible la Redención de otra manera? Es probable que, como en el
mismo caso de Pedro, la respuesta de Jesús a nosotros sería tan dura como la
que recibió el. Y, naturalmente, motivada por lo mismo: pensamos como hombres,
no como Dios. Y el intento humano de que Dios piense como nosotros es una
constante permanente. De hecho, el deseo de construirnos un Dios a la medida
permanece, a pesar de que Dios aprovecha cualquier circunstancia para decirnos
lo contrario.
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