martes, 4 de agosto de 2015

Comentarios a las lecturas del XVIII Domingo del Tiempo Ordinario 2 de agosto de 2015

En la primera lectura del libro del Éxodo ( Ex 16, 2-4,12-15), vemos que el pueblo que salió de la esclavitud de Egipto empieza ahora a cansarse de la libertad, ahora que tropieza con las primeras dificultades. Este pueblo tiene hambre y el hambre es mala consejera.
Las narraciones épicas el Éxodo no esconden la realidad de que el camino hacia la conquista de la libertad y la entrada en la tierra prometida es largo y dificultoso. Forma parte de la historia de la salvación. La aceptación del plan de Dios conllevó mucha oposición. En realidad no era fácil la tarea. Pero la libertad tiene siempre un precio.

En medio del pueblo se levanta la sospecha, la crítica y la murmuración contra Moisés y Aarón: "Nos habéis sacado a este desierto para matarnos de hambre...". La murmuración de este pueblo hambriento alcanza también al mismo Dios y no sólo a sus representantes. Es Dios el que responde a las quejas de Israel; el mismo que lo sacó de
Egipto es ahora el que sacará de apuros en el desierto, enviando el "pan del cielo" o "maná". Se trata de una especie de gotitas, como el rocío, que se forman en las hojas del tamarisco, producidas por la secreción de unas cochinillas, y caen después y se endurecen a causa del frío de la noche. Pero los israelitas, que no conocían el maná, se llenaron de asombro al encontrarlo, y vieron en él un alimento providencial. Se preguntaron: "¿Qué es esto?". Lo llamaron, en consecuencia, "maná", esto, según la etimología popular que recoge la Biblia. El carácter milagroso de este fenómeno, de suyo natural, depende sobre todo de las circunstancias en que se hallaban los israelitas. No cabe duda que para ellos se trató de un alimento providencial. La providencia de Dios actúa valiéndose de las cosas naturales.
Dios sabe muy bien a donde quiere conducir a su pueblo y para qué. Por eso su proyecto se realizará en contra de todas las oposiciones. Aunque el relato recuerda cómo Dios condesciende una y otra vez ante la rudeza de su pueblo. Dios no impone, sino más bien exhorta, amonesta, solicita. Quiere y espera del hombre una respuesta libre y amorosa. Más tarde se hizo del desierto un lugar preferido porque en él se experimentó la cercanía de Dios y en él se estipuló la Alianza. Por eso el signo del maná es presentado por el autor del Libro del Éxodo como una prueba. Dios quiere de su pueblo algo mucho más importante, como es el establecer con él una alianza definitiva (tema de los capítulos 19 y siguientes). Pero todo esto lleva un riesgo que el pueblo no está dispuesto a aceptar. Tiene una visión demasiado concreta y materialista de la vida. Entender la fe como encuentro personal con el Dios providente y solícito no era tarea fácil. El camino de la fe está sembrado de pruebas y debates. Es necesario abrirse totalmente al Dios que sólo busca, en su encuentro con el hombre, humanizar y abrir caminos de esperanza para el hombre mismo.

Hoy en el Salmo ( Sl 27, 3-4,23-24,25.54 ), recordamos y actualizamos la obra portentosa de Dios, que nos recuerdan las lecturas.
El Señor les dio pan del cielo.
Cuanto hemos escuchado y conocemos del poder del Señor y de su gloria, cuanto nos han narrado nuestros padres, nuestros hijos lo oirán de nuestra boca.
El Señor les dio pan del cielo.
A las nubes mandó desde lo alto que abrieran las compuertas de los cielos; hizo llover maná sobre su pueblo, trigo celeste envió como alimento.
El Señor les dio pan del cielo.
Así el hombre comió pan de los ángeles; Dios le dio de comer en abundancia y luego los condujo hasta la tierra y el monte que su diestra conquistara.
El Señor les dio pan del cielo.

En la segunda lectura ( Ef 4, 17,20-24 ) el Apóstol nos invita a reconsiderar nuestra conducta
"Cristo os ha enseñado a abandonar el anterior modo de vivir, el hombre viejo corrompido por deseos de placer, a renovaros en la mente y el espíritu" (Ef 4, 21).. Comencemos por recordar que Jesús nos ha enseñado el camino que hemos de recorrer los cristianos, nos ha mostrado cuál ha de ser la manera de vivir honestamente. Sus palabras han perdurado a través de los siglos, han atravesado el espacio y el tiempo hasta llegar a cada uno de nosotros. Hoy, difícilmente hay un cristiano que no sepa qué es eso de vivir según el mensaje y la doctrina de Cristo.
Sin embargo, puede ocurrir que no lo pongamos en práctica, o que expresemos con claridad y en cada momento lo que supone ser cristiano. Pero, en el fondo, hay un sentimiento que mueve a comportarse correctamente, quizá de forma casi imperceptible... Lo malo es que muchas veces ese sentimiento, esa intuición, esa voz de nuestra conciencia la ahogamos con otros sentimientos e inclinaciones. Y en lugar de dar paso al hombre nuevo hecho según Dios, dejamos que se manifieste el hombre viejo y corrompido por las pasiones y el egoísmo.
"Dejad que el Espíritu renueve vuestra mentalidad, y vestíos de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas" (Ef 4, 24). Nos sigue diciendo el Apóstol y nos habla de una y estaba recién creado por el divino artífice. De alguna forma esa imagen nueva es infinitamente más perfecta que aquella imagen de la primera pareja, hecha por Dios. Nueva condición más próxima, en el parecido, al modelo inmensamente perfecto que es Dios; condición nueva del hombre justo y santo de verdad... Dejad que el Espíritu renueve vuestra mentalidad, dejad que su poder os trascienda, dejad que Dios actúe en vuestras vidas, dejad que su bondad os inunde, dejad las manos libres a Dios. Él sólo pide, para actuar en nosotros, que le secundemos con nuestro sí incondicional, con nuestro pobre esfuerzo, con la pequeña renuncia de cada momento. Y si dejamos el paso libre a Dios, el hombre viejo y podrido se oscurecerá, para que resurja el hombre nuevo, creado a imagen de Dios, en justicia y santidad verdaderas.

Hoy en el Evangelio tomado de San Juan ( 6:24-35
) seguimos leyendo el capítulo 6 cuyo tema general insiste en Jesús como el verdadero Pan vivificante. El trasfondo de la discusión que se entabla entre Jesús y los judíos es el maná de que habla la primera lectura. Esta primera parte del discurso entiende y desarrolla el tema de que Jesús es el Pan vivificante como Sabiduría y Palabra de Dios que se recibe mediante una adhesión personal.
Jesús no esconde la importancia que tiene la comida y quien la da. Dice, no exento de dureza argumental, que le han buscado porque asistieron a la entrega de pan, delicioso y gratis, y con él quedaron saciados. Sin duda, es como un adelanto de una vida feliz. Recostada la multitud sobre la hierba, en tiempo fresco, en el que el sol ardiente de Palestina no molestaba, comiendo sin parar y escuchando la Palabra de Jesús. ¿No es, casi, legítimo que intentaran repetir la escena muchas veces y así construir una vida de tranquilidad, ocio y paz? Sí, claro, pero Jesús les dio de comer el día de la multiplicación por un hecho real y contingente. No es que pretendiera embaucar con su poder, simplemente quiso alimentarles porque después de mucho tiempo de seguirle podrían caer de hambre y de cansancio.

El diálogo de Jesús con los que quieren otra vez el pan prodigioso demuestra una gran desconfianza ante el propio milagro de la multiplicación. No le encuentran sentido espiritual alguno, y sólo lo ven como un subsidio, como un seguro de desempleo, que permite vivir sin trabajar, aunque esté justificado. Y de ahí que se inicie ese otro planteamiento en el que el Rabí de Galilea les promete una vida completa. “El que viene a mí –dice el Señor—no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed”. Pero ellos muy pegados a lo material no saben ver ese otro mensaje de altura.

¿Quién es el autentico artífice de las obras de salvación?.

“Es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo”,

Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Acaban de recordar los interlocutores que los padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo. La respuesta de Jesús es presentada por el evangelista Juan en la forma de un midrás. es decir, una interpretación actualizante de la Escritura con aplicación al momento actual. Es conveniente transcribir el midrás completo para saborear su sentido, ya que en el texto actual está partido por un nuevo redactor que revisó el evangelio joánico. Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: “Les dio a comer pan del cielo”.
Jesús les replicó: Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo... Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivificante que ha bajado del cielo (vv. 31-33.48-51) Observemos la fuerza de la argumentación de Jesús: Moisés no os dio pan del cielo, es el Padre el que da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que da la vida al mundo. Obsérvese el tiempo de los verbos: cuando habla de Moisés se afirma “no dio” y cuando se habla del Padre “da” (ahora) en Jesús el “verdadero” pan del cielo. La continuación lógica de este texto está en los versículos 49-51 (continuación lógica del midrás): los padres comieron el maná pero murieron; el que come del pan ofrecido por Jesús, que es él mismo, vivirá para siempre. Está en juego el don más preciado del hombre que es la vida. El signo distintivo es la vida para siempre. Del cielo no puede bajar la muerte, porque en el cielo no hay muerte. Del cielo sólo baja la vida, porque en el cielo solo hay vida. Por tanto, sólo Jesús ha bajado del cielo porque El aporta la vida al mundo. El maná era sólo una imagen, una prefiguración, pero no procedía del cielo. Jesús-maná sí aporta la vida. Y lo hace en virtud de su cualidad de Sabiduría del Padre tal como aparece en la expresión genuinamente sapiencial “el que viene a mí no pasará hambre y el que cree en mí no pasará nunca sed”. Jesús-Sabiduría del Padre es la respuesta a los anhelos más profundos del hombre en su proyecto de vida.


Para nuestra vida
En el libro del Éxodo se nos dice que los judíos, cuando estaban en el desierto, murmuraban contra Moisés y Aarón porque pasaban hambre y sed. Se acordaban de las ollas de carne que comían cuando eran esclavos en Egipto. Algo parecido puede pasarnos también a nosotros ante las dificultades que tenemos que sufrir muchas veces en el presente. Fácilmente tendemos a pensar, con el poeta, que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero esto muchas veces no es verdad; lo que debemos hacer es afrontar con valentía y resolución las dificultades del momento, porque cada tiempo tiene su afán propio y con quejarnos no arreglamos los problemas.

Durante la peregrinación por el desierto, Dios Padre les socorre con un alimento prodigioso, desconocido, que nunca ha vuelto a repetirse, y sobre el cual los estudiosos han hecho muchas conjeturas sobre su origen y composición. Tanto da. La cuestión es que el poder de Dios Padre da comer a su pueblo hambriento. Y ello es, igualmente, parecido, cuando Moisés, apaleando una roca, obtiene agua. Ya podemos nosotros “hinchar” a palos a un pedrusco de esos de granito que abundan en la sierra de Madrid que no sacaremos nada, salva romper el palo y hasta nuestra muñeca. Lo del maná es un bello antecedente para el discurso de Cristo de hoy, pero realmente el prodigio, total y enorme, es que el mismo Dios se quede en el pan para acompañarnos durante toda nuestra vida.

Jesús habló para nosotros. Porque, obviamente, nosotros sí sabemos de qué habla Jesús, aunque, aun entendiéndole, no le hagamos caso. Hemos de reflexionar, con toda el alma, sobre la Eucaristía, sobre la Comunión, sobre el alimento de altura que todos los días está a nuestra disposición en la Santa Misa. No podemos buscar a Jesús para ser importantes dentro de la Iglesia, o para que nos vean. Hemos de buscar el alimento que nos transforma y nos mantiene. Sería una gran práctica de oración y de piedad que copiáramos las frases que Jesús dice a sus interlocutores de hace más de dos mil años y las repitiéramos como antecedente y consecuente de nuestro momento de Comunión.

Y Pablo de Tarso acierta del todo cuando dice en su Carta a los Efesios que nos renovemos por el Espíritu de Jesús y que nos transformemos dentro de una nueva condición humana, a imagen de Dios. La Eucaristía nos ayuda a ello. Es una primicia de eternidad. Es la Comunión –la común unión—con Cristo. Es camino seguro de vida eterna. Por eso os decía que debemos meditar hoy sobre el Sacramento del Altar, dedicarle todo el tiempo que hayamos previsto para nuestra oración cotidiana. Sinceramente, merece la pena, porque es el Pan de nuestra Libertad.

Para nosotros el presente es muy importante. Toda la vida es paso, tránsito, desierto, y debemos pensar que el momento presente es siempre el más importante para nosotros. La vida es una sucesión ininterrumpida de momentos presentes. Debemos confiar en que Dios nos va a dar en cada momento lo que más nos conviene. Hoy las lecturas nos presentan la vida como una realidad global, donde se conjuga la importancia de lo material y lo espiritual.

Las gentes y los discípulos buscan a Jesús. El Señor se dirige en el fragmento de hoy a estos que le buscan. Me buscáis porque os he dado comida, les comenta. Y no se corrige. Añade: lo importante no es digerir alimentos, que satisfacen un rato, se expulsan subproductos posteriormente. Comida que con seguridad se acabarán. Lo primordial es encontrar nutrición que perdura, que conduce a la vida eterna.

Los discípulos comprenden que el Maestro se ha situado en otra dimensión y sinceramente le preguntan ¿Cómo debemos obrar para conseguirlo? Lo primero es confiar en Él. ¿Y qué prueba les da, para que en Él confíen? Acude a una razón que, como judíos, tienen presente en su mente. Sus ancestros recibieron el maná, bajado del cielo, eso creían ellos. Del Cielo viene el verdadero pan, les dice, el que más que alimentar el estómago da vida eterna.

Aunque algunas veces nos resulte difícil entenderlo.

Concluimos con estas preguntas personales.

- ¿Es capaz nuestra fe de descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos pequeños y grandes de nuestra existencia?.

- Nuestro corazón busca la felicidad pero ¿dónde solemos hacerlo: en las migajas pasajeras que ofrece el mundo o en el pan de vida eterna?.

- ¿Soy de los que buscan más el pan material que el pan que lleva a la eternidad?


Rafael Pla Calatayud

rafael@sacravirginitas.org


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