Comentarios a las lecturas del
XVIII Domingo del Tiempo Ordinario 2 de agosto de 2015
En la primera lectura del libro del Éxodo ( Ex 16, 2-4,12-15), vemos que el pueblo
que salió de la esclavitud de Egipto empieza ahora a cansarse de la libertad,
ahora que tropieza con las primeras dificultades. Este pueblo tiene hambre y el
hambre es mala consejera.
Las
narraciones épicas el Éxodo no esconden la realidad de que el camino hacia la
conquista de la libertad y la entrada en la tierra prometida es largo y
dificultoso. Forma parte de la historia de la salvación. La aceptación del plan
de Dios conllevó mucha oposición. En realidad no era fácil la tarea. Pero la
libertad tiene siempre un precio.
En medio del pueblo se levanta la
sospecha, la crítica y la murmuración contra Moisés y Aarón: "Nos habéis sacado a este desierto
para matarnos de hambre...". La murmuración de este pueblo hambriento
alcanza también al mismo Dios y no sólo a sus representantes. Es Dios el que
responde a las quejas de Israel; el mismo que lo sacó de
Dios sabe
muy bien a donde quiere conducir a su pueblo y para qué. Por eso su proyecto se
realizará en contra de todas las oposiciones. Aunque el relato recuerda cómo
Dios condesciende una y otra vez ante la rudeza de su pueblo. Dios no impone,
sino más bien exhorta, amonesta, solicita. Quiere y espera del hombre una
respuesta libre y amorosa. Más tarde se hizo del desierto un lugar preferido
porque en él se experimentó la cercanía de Dios y en él se estipuló la Alianza.
Por eso el signo del maná es presentado por el autor del Libro del Éxodo como
una prueba. Dios quiere de su pueblo algo mucho más importante, como es el
establecer con él una alianza definitiva (tema de los capítulos 19 y
siguientes). Pero todo esto lleva un riesgo que el pueblo no está dispuesto a
aceptar. Tiene una visión demasiado concreta y materialista de la vida.
Entender la fe como encuentro personal con el Dios providente y solícito no era
tarea fácil. El camino de la fe está sembrado de pruebas y debates. Es
necesario abrirse totalmente al Dios que sólo busca, en su encuentro con el
hombre, humanizar y abrir caminos de esperanza para el hombre mismo.
Hoy en el
Salmo ( Sl 27, 3-4,23-24,25.54 ),
recordamos y actualizamos la obra portentosa de Dios, que nos recuerdan las
lecturas.
El Señor les
dio pan del cielo.
Cuanto hemos escuchado y conocemos del poder del Señor y de su gloria, cuanto
nos han narrado nuestros padres, nuestros hijos lo oirán de nuestra boca.
El Señor les
dio pan del cielo.
A las nubes mandó desde lo alto que
abrieran las compuertas de los cielos; hizo llover maná sobre su pueblo, trigo
celeste envió como alimento.
El Señor les
dio pan del cielo.
Así el hombre comió pan de los ángeles;
Dios le dio de comer en abundancia y luego los condujo hasta la tierra y el
monte que su diestra conquistara.
El Señor les dio pan del cielo.
En la
segunda lectura ( Ef 4, 17,20-24 ) el Apóstol
nos invita a reconsiderar nuestra conducta
"Cristo os ha enseñado a abandonar el anterior modo de vivir, el hombre
viejo corrompido por deseos de placer, a renovaros en la mente y el
espíritu" (Ef 4, 21).. Comencemos
por recordar que Jesús nos ha enseñado el camino que hemos de recorrer los
cristianos, nos ha mostrado cuál ha de ser la manera de vivir honestamente. Sus
palabras han perdurado a través de los siglos, han atravesado el espacio y el
tiempo hasta llegar a cada uno de nosotros. Hoy, difícilmente hay un cristiano
que no sepa qué es eso de vivir según el mensaje y la doctrina de Cristo.
Sin embargo, puede ocurrir que no lo pongamos
en práctica, o que expresemos con claridad y en cada momento lo que supone ser
cristiano. Pero, en el fondo, hay un sentimiento que mueve a comportarse
correctamente, quizá de forma casi imperceptible... Lo malo es que muchas veces
ese sentimiento, esa intuición, esa voz de nuestra conciencia la ahogamos con
otros sentimientos e inclinaciones. Y en lugar de dar paso al hombre nuevo
hecho según Dios, dejamos que se manifieste el hombre viejo y corrompido por
las pasiones y el egoísmo.
"Dejad que el Espíritu renueve vuestra
mentalidad, y vestíos de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios:
justicia y santidad verdaderas" (Ef 4, 24). Nos sigue
diciendo el Apóstol y nos habla de una y estaba recién creado por el divino
artífice. De alguna forma esa imagen nueva es infinitamente más perfecta que
aquella imagen de la primera pareja, hecha por Dios. Nueva condición más
próxima, en el parecido, al modelo inmensamente perfecto que es Dios; condición
nueva del hombre justo y santo de verdad... Dejad que el Espíritu renueve
vuestra mentalidad, dejad que su poder os trascienda, dejad que Dios actúe en
vuestras vidas, dejad que su bondad os inunde, dejad las manos libres a Dios.
Él sólo pide, para actuar en nosotros, que le secundemos con nuestro sí incondicional,
con nuestro pobre esfuerzo, con la pequeña renuncia de cada momento. Y si
dejamos el paso libre a Dios, el hombre viejo y podrido se oscurecerá, para que
resurja el hombre nuevo, creado a imagen de Dios, en justicia y santidad
verdaderas.
Hoy en el
Evangelio tomado de San Juan ( 6:24-35
)
seguimos leyendo el capítulo 6 cuyo tema general insiste en Jesús como el
verdadero Pan vivificante. El trasfondo de la
discusión que se entabla entre Jesús y los judíos es el maná de que habla la
primera lectura. Esta primera parte del discurso entiende y desarrolla el tema
de que Jesús es el Pan vivificante como Sabiduría y Palabra de Dios que se
recibe mediante una adhesión personal.
Jesús no esconde la importancia que
tiene la comida y quien la da. Dice, no exento de dureza argumental, que le han
buscado porque asistieron a la entrega de pan, delicioso y gratis, y con él
quedaron saciados. Sin duda, es como un adelanto de una vida feliz. Recostada
la multitud sobre la hierba, en tiempo fresco, en el que el sol ardiente de
Palestina no molestaba, comiendo sin parar y escuchando la Palabra de Jesús.
¿No es, casi, legítimo que intentaran repetir la escena muchas veces y así
construir una vida de tranquilidad, ocio y paz? Sí, claro, pero Jesús les dio
de comer el día de la multiplicación por un hecho real y contingente. No es que
pretendiera embaucar con su poder, simplemente quiso alimentarles porque
después de mucho tiempo de seguirle podrían caer de hambre y de cansancio.
El diálogo de Jesús con los que quieren
otra vez el pan prodigioso demuestra una gran desconfianza ante el propio
milagro de la multiplicación. No le encuentran sentido espiritual alguno, y
sólo lo ven como un subsidio, como un seguro de desempleo, que permite vivir
sin trabajar, aunque esté justificado. Y de ahí que se inicie ese otro
planteamiento en el que el Rabí de Galilea les promete una vida completa. “El
que viene a mí –dice el Señor—no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará
nunca sed”. Pero ellos muy pegados a lo material
no saben ver ese otro mensaje de altura.
¿Quién es el autentico artífice de
las obras de salvación?.
“Es mi Padre quien os da el verdadero
pan del cielo”,
Os aseguro que no fue Moisés quien os
dio pan del cielo, sino que es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo.
Acaban de recordar los interlocutores que los padres comieron el maná en el
desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo. La respuesta de
Jesús es presentada por el evangelista Juan en la forma de un midrás. es decir,
una interpretación actualizante de la Escritura con aplicación al
momento actual. Es conveniente transcribir el midrás completo para saborear su sentido, ya
que en el texto actual está partido por un nuevo redactor que revisó el
evangelio joánico. Nuestros
padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: “Les dio a comer
pan del cielo”.
Jesús les replicó: Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo... Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivificante que ha bajado del cielo (vv. 31-33.48-51) Observemos la fuerza de la argumentación de Jesús: Moisés no os dio pan del cielo, es el Padre el que da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que da la vida al mundo. Obsérvese el tiempo de los verbos: cuando habla de Moisés se afirma “no dio” y cuando se habla del Padre “da” (ahora) en Jesús el “verdadero” pan del cielo. La continuación lógica de este texto está en los versículos 49-51 (continuación lógica del midrás): los padres comieron el maná pero murieron; el que come del pan ofrecido por Jesús, que es él mismo, vivirá para siempre. Está en juego el don más preciado del hombre que es la vida. El signo distintivo es la vida para siempre. Del cielo no puede bajar la muerte, porque en el cielo no hay muerte. Del cielo sólo baja la vida, porque en el cielo solo hay vida. Por tanto, sólo Jesús ha bajado del cielo porque El aporta la vida al mundo. El maná era sólo una imagen, una prefiguración, pero no procedía del cielo. Jesús-maná sí aporta la vida. Y lo hace en virtud de su cualidad de Sabiduría del Padre tal como aparece en la expresión genuinamente sapiencial “el que viene a mí no pasará hambre y el que cree en mí no pasará nunca sed”. Jesús-Sabiduría del Padre es la respuesta a los anhelos más profundos del hombre en su proyecto de vida.
Jesús les replicó: Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo... Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivificante que ha bajado del cielo (vv. 31-33.48-51) Observemos la fuerza de la argumentación de Jesús: Moisés no os dio pan del cielo, es el Padre el que da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que da la vida al mundo. Obsérvese el tiempo de los verbos: cuando habla de Moisés se afirma “no dio” y cuando se habla del Padre “da” (ahora) en Jesús el “verdadero” pan del cielo. La continuación lógica de este texto está en los versículos 49-51 (continuación lógica del midrás): los padres comieron el maná pero murieron; el que come del pan ofrecido por Jesús, que es él mismo, vivirá para siempre. Está en juego el don más preciado del hombre que es la vida. El signo distintivo es la vida para siempre. Del cielo no puede bajar la muerte, porque en el cielo no hay muerte. Del cielo sólo baja la vida, porque en el cielo solo hay vida. Por tanto, sólo Jesús ha bajado del cielo porque El aporta la vida al mundo. El maná era sólo una imagen, una prefiguración, pero no procedía del cielo. Jesús-maná sí aporta la vida. Y lo hace en virtud de su cualidad de Sabiduría del Padre tal como aparece en la expresión genuinamente sapiencial “el que viene a mí no pasará hambre y el que cree en mí no pasará nunca sed”. Jesús-Sabiduría del Padre es la respuesta a los anhelos más profundos del hombre en su proyecto de vida.
Para nuestra vida
En el libro del Éxodo se nos dice que
los judíos, cuando estaban en el desierto, murmuraban contra Moisés y Aarón
porque pasaban hambre y sed. Se acordaban de las ollas de carne que comían
cuando eran esclavos en Egipto. Algo parecido puede pasarnos también a nosotros
ante las dificultades que tenemos que sufrir muchas veces en el presente.
Fácilmente tendemos a pensar, con el poeta, que cualquier tiempo pasado fue
mejor. Pero esto muchas veces no es verdad; lo que debemos hacer es afrontar
con valentía y resolución las dificultades del momento, porque cada tiempo
tiene su afán propio y con quejarnos no arreglamos los problemas.
Durante la peregrinación por el
desierto, Dios Padre les socorre con un alimento prodigioso, desconocido, que
nunca ha vuelto a repetirse, y sobre el cual los estudiosos han hecho muchas
conjeturas sobre su origen y composición. Tanto da. La cuestión es que el poder
de Dios Padre da comer a su pueblo hambriento. Y ello es, igualmente, parecido,
cuando Moisés, apaleando una roca, obtiene agua. Ya podemos nosotros “hinchar”
a palos a un pedrusco de esos de granito que abundan en la sierra de Madrid que
no sacaremos nada, salva romper el palo y hasta nuestra muñeca. Lo del maná es
un bello antecedente para el discurso de Cristo de hoy, pero realmente el
prodigio, total y enorme, es que el mismo Dios se quede en el pan para
acompañarnos durante toda nuestra vida.
Jesús habló para nosotros. Porque,
obviamente, nosotros sí sabemos de qué habla Jesús, aunque, aun entendiéndole,
no le hagamos caso. Hemos de reflexionar, con toda el alma, sobre la
Eucaristía, sobre la Comunión, sobre el alimento de altura que todos los días
está a nuestra disposición en la Santa Misa. No podemos buscar a Jesús para ser
importantes dentro de la Iglesia, o para que nos vean. Hemos de buscar el
alimento que nos transforma y nos mantiene. Sería una gran práctica de oración
y de piedad que copiáramos las frases que Jesús dice a sus interlocutores de
hace más de dos mil años y las repitiéramos como antecedente y consecuente de
nuestro momento de Comunión.
Y Pablo de Tarso acierta del todo
cuando dice en su Carta a los Efesios que nos renovemos por el Espíritu de
Jesús y que nos transformemos dentro de una nueva condición humana, a imagen de
Dios. La Eucaristía nos ayuda a ello. Es una primicia de eternidad. Es la
Comunión –la común unión—con Cristo. Es camino seguro de vida eterna. Por eso
os decía que debemos meditar hoy sobre el Sacramento del Altar, dedicarle todo
el tiempo que hayamos previsto para nuestra oración cotidiana. Sinceramente,
merece la pena, porque es el Pan de nuestra Libertad.
Para nosotros el presente es muy
importante. Toda la vida es paso, tránsito, desierto, y debemos pensar que el
momento presente es siempre el más importante para nosotros. La vida es una
sucesión ininterrumpida de momentos presentes. Debemos confiar en que Dios nos
va a dar en cada momento lo que más nos conviene. Hoy las lecturas nos
presentan la vida como una realidad global, donde se conjuga la importancia de
lo material y lo espiritual.
Las gentes y los discípulos buscan a
Jesús. El Señor se dirige en el fragmento de hoy a estos que le buscan. Me
buscáis porque os he dado comida, les comenta. Y no se corrige. Añade: lo
importante no es digerir alimentos, que satisfacen un rato, se expulsan
subproductos posteriormente. Comida que con seguridad se acabarán. Lo
primordial es encontrar nutrición que perdura, que conduce a la vida eterna.
Los discípulos comprenden que el
Maestro se ha situado en otra dimensión y sinceramente le preguntan ¿Cómo
debemos obrar para conseguirlo? Lo primero es confiar en Él. ¿Y qué prueba les
da, para que en Él confíen? Acude a una razón que, como judíos, tienen presente
en su mente. Sus ancestros recibieron el maná, bajado del cielo, eso creían
ellos. Del Cielo viene el verdadero pan, les dice, el que más que alimentar el
estómago da vida eterna.
Aunque algunas veces nos resulte
difícil entenderlo.
Concluimos con estas preguntas
personales.
- ¿Es capaz nuestra fe de descubrir
la presencia de Dios en los acontecimientos pequeños y grandes de nuestra
existencia?.
- Nuestro corazón busca la felicidad
pero ¿dónde solemos hacerlo: en las migajas pasajeras que ofrece el mundo o en
el pan de vida eterna?.
- ¿Soy de los que buscan más el pan
material que el pan que lleva a la eternidad?
Rafael Pla Calatayud
rafael@sacravirginitas.org
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