Jueves Santo:
eucaristía, sacerdocio y amor fraterno.
Con
la celebración de la Cena del Señor entramos en el Triduo Pascual, en el cual
vamos a asistir al milagro de amor que es la muerte y la Resurrección de Jesús.
Esta celebración nos prepara para los acontecimientos decisivos de nuestra
salvación y que ocurrirán un poco después de la cena. Getsemaní aparece en el
horizonte y también la detención, la tortura y la falsa condena a muerte de un
hombre justo.
el
Jueves Santo, Día del Amor Fraterno. Un amor que se expresa en el
servicio humilde y gratuito. Jesús, en un día como éste, sabiendo
cercana su muerte, quiso reunirse con sus amigos para celebrar la Pascua judía,
y para mostrarnos, en esta cena, cómo ha de ser la vida de quienes
queremos seguirle.
Jesús
se ha despojado de su manto, como signo de entrega y del despojo de su misma
dignidad, que se llevará a cabo en la Cruz, y lava los pies de sus discípulos.
A partir de ese momento, celebrar la Eucaristía es apostar por el hombre,
por el servicio y la fraternidad.
En
esta misma Cena, Jesús instituye el Sacerdocio, para que cada vez que se
coma de este pan y se beba de esta copa, se anuncie su muerte hasta que Él
vuelva. Inmenso mensaje y hermosos motivos para vivir este día del Jueves
Santo.
La primera lectura
(Éxodo, 12,
1-8.11-14), es una detallada descripción de cómo todo fiel
israelita debía celebrar la Pascua. La pascua, paso, de la esclavitud de Egipto
a la libertad del desierto.
-"Este será un día memorable para
vosotros...", dice el libro del Éxodo al hablar de la Pascua (Ex 12,14). El
pueblo hebreo ha cumplido con fidelidad esta recomendación de conmemorar el día
en que Dios pasó por las calles de Egipto, respetando la vida de los
primogénitos hebreos, mientras que los de los egipcios perecían bajo la espada
inexorable del Ángel de Yahvé. Por otra parte, fue la intervención definitiva
que obligó al Faraón a dejar libres a los hijos de Israel, que pudieron al fin
ponerse en camino hacia la Tierra prometida. Por todo ello, la Pascua es una de
las grandes fiestas del calendario hebreo, con gran riqueza de cultos, con
ritos llenos de simbolismo.
Aparte
del sacrificio del cordero pascual, se comía pan ázimo, pan sin levadura, en
recuerdo de lo que ocurrió el día de la liberación. En los discursos de la
sinagoga de Cafarnaún, Jesús aprovecha el entorno
pascual para hablar de un pan distinto, mucho mejor que el que comieron los
padres en el desierto, el Pan de vida, el Pan bajado del cielo, el Pan vivo, su
carne y su sangre para la salvación del mundo. Es uno de los misterios que hoy,
también nosotros, conmemoramos en esta gran fiesta de hoy.
El salmo de
hoy (Salmo 115), nos s sitúa oracionalmente ante el cáliz y lo que significa.
EL CÁLIZ DE
LA BENDICIÓN ES LA COMUNIÓN CON LA SANGRE DE CRISTO
¿Cómo pagaré
al Señor
todo el bien
que me ha hecho?
Alzaré la
copa de la salvación,
invocando su
nombre.
Mucho le
cuesta al Señor
la muerte de
sus fieles.
Señor, yo
soy tu siervo,
hijo de tu
esclava;
rompiste mis
cadenas.
Te ofreceré
un sacrificio de alabanza,
invocando tu
nombre, Señor.
Cumpliré al
Señor mis votos,
en presencia
de todo el pueblo.
Meditémoslo.
La segunda lectura
(Primera carta a los Corintios, 11, 23-26), es el relato más antiguo conservado
de lo que fue la institución de la Eucaristía, acto al cual Pablo no asistió.
Escribía entre el 50-55, cuando algunos de los presentes todavía vivían.
San
Pablo, fiel a la tradición recibida, recuerda las palabras que Cristo pronunció
en la Última Cena, conforme al relato de la Institución de la Eucaristía que
nos presentan los tres
primeros evangelistas. Se trata, pues, de un pasaje
testificado por cuatro autores inspirados, los cuales coinciden hasta en las
palabras, aunque haya alguna diferencia de tipo secundario, que de alguna forma
vienen a corroborar la veracidad del relato.
Fundados
en esas palabras los Santos Padres y el Magisterio de la Iglesia han proclamado
la presencia real del Cuerpo, la Sangre, y la Divinidad de Jesús en el
Sacramento del Pan y del Vino, en la Eucaristía. La fe en esta verdad ha
motivado las normas que han de regir en la celebración de la Eucaristía, así
como el modo de tratar y venerar el Santísimo Sacramento, desde la necesidad de
un signo externo que recuerde la presencia del Señor en el Sagrario, como es la
lámpara siempre encendida, hasta el rito y las palabras de la ceremonia
litúrgica.
El evangelio
de San Juan ( Juan, 13, 1-15) , proclamado hoy nos relata la
actitud de humilde servicio de Jesús. No es casual, sino profundamente
significativo, que en el mismo momento y lugar en el que los tres evangelios
sinópticos nos hablan de la institución de la eucaristía Juan nos hable del
lavatorio de los pies. Que Juan conocía la enorme importancia que, para los
discípulos de Jesús, tenía el pan eucarístico nos lo había dejado ya bien claro
en el capítulo sexto de su evangelio, cuando nos relata el largo discurso de
Jesús sobre el “pan de vida”.
Para
celebrar la Pascua era necesario estar limpios, es decir, no tener ninguna
mancha de las que enumeraba la Ley. Se trataba de la pureza legal, en
conformidad con las tradiciones del pueblo hebreo. El Señor no las rechaza,
pero Él se refiere a una pureza más profunda, una limpieza interior,
espiritual. Es una realidad que San Pablo recuerda cuando dice que para recibir
el Cuerpo de Cristo hay que examinarse primero y ver si uno está limpio de
pecado, no sea que al comulgar el Cuerpo del Señor estemos comulgando nuestra
propia condenación.
Varios son los acontecimientos
que conmemoramos el Jueves Santo.
El más conocido es la institución de la Eucaristía.
Jesús, en la última cena con sus discípulos, bendice el pan y el vino,
convertidos en su cuerpo y sangre y establece una nueva alianza con el hombre.
Nos encarga conmemorar ese momento y nos brinda el mejor alimento para nuestra
fe. La comunión se convierte en el alimento necesario del cristiano.
Al encargar a sus discípulos
que recuerden ese momento en memoria suya, instituye el sacerdocio. Desde ese
instante, cada vez que en la eucaristía se consagran el pan y el vino, el
sacerdote se convierte en representante de Jesús ante la comunidad.
Por último, en el Jueves Santo
también se celebra el Día
del amor fraterno. La Iglesia quiere resaltar en este día el
simbolismo del lavado de pies que hiciera Jesús a sus apóstoles y que reflejó
el evangelista San Juan. Jesús muestra un amor basado en dos pilares: el
servicio y la solidaridad. Un amor radical, que va más allá de las palabras y
los gestos grandilocuentes. Un amor que busca servir y no ser servido. Un amor
que ofrece sin pedir.
No es casual que Juan en este momento
central de la vida de Jesús - su último encuentro con los discípulos-, nos
hable del lavatorio de los pies, en lugar de hablarnos de la institución de la
eucaristía, y tiene un significado especialmente grande. La Iglesia y la
comunidad cristiana comprendemos perfectamente la intención del evangelista
Juan, cuando a este día lo llamamos día del amor fraterno. En la última reunión
que Jesús tenía con sus discípulos, antes de irse al Padre, ha querido dejarles
muy claro cuál ha sido su preocupación y su enseñanza, a lo largo de su vida:
amar al prójimo y amarle activamente, sirviéndole, “tomando la condición de
esclavo, pasando por uno de tantos”. El adjetivo “fraterno” forma aquí una
unidad de sentido indivisible con el sustantivo “amor”. Se trata de un amor
activo, sacrificado, oblativo, hasta dar su vida por la salvación de sus
hermanos, los hombres. El amor que Jesús nos ha demostrado durante su vida y,
de manera especial, en su pasión y muerte no fue, en ningún caso, un amor
pasivo, ni preferentemente contemplativo. Este es el legado y el ejemplo
principal que Jesús quiere dar ahora a sus discípulos. Es decir, un amor que
busca a la oveja perdida, al enfermo, al pecador, al marginado, al pobre y
necesitado, un amor que se manifiesta siempre en obras de humilde servicio y de ayuda al prójimo.
Sólo este amor es, con propiedad, un verdadero amor cristiano, fraterno.
Agradezcamos estos dones del Señor an nuestra oración ante el monumento , en la hora santa de
hoy.
Nota sobre la hora santa.
"Llegaron
a una finca que se llama Getsemaní , y dijo a sus discípulos: sentaos aquí
mientras yo voy a orar. Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir
horror y angustia, y les dijo: me muero de tristeza: quedaos aquí y estad en
vela. Adelantándose un poco, cayó a tierra, pidiendo que si era posible se
alejase de él aquella hora."
(De la Biblia: Evangelio de san Marcos 14,
32-34).
Se trata de dedicar una hora a meditar
los misterios cuando Cristo se sintió sólo y débil, como nosotros, y pide al
Padre aparte el cáliz. Una hora para acompañarle, como
el Ángel del huerto, en cuanto podemos, místicamente, junto al sagrario. Es una
hora para volcar en su Sagrado Corazón todos nuestros afanes y sufrimientos, y
recibir su gracia para sobrellevarlos. Una hora en definitiva, para agradecer
su sacrificio y aprender de El.
ORIGEN DE LA HORA SANTA
En una de sus apariciones a Santa
Margarita María de Alacoque Jesús le dijo;
"Todas las noches del jueves al viernes te haré participar de la mortal
tristeza que quise padecer en el Huerto de los Olivos; tristeza que te reducirá
a una especie de agonía más difícil de soportar que la muerte. Y para
acompañarme en aquella humilde plegaria, que entonces presenté a mi Padre, te
postrarás con la faz en tierra, deseosa de aplacar la cólera divina y en
demanda de perdón por los pecadores".
Pío XI, al comienzo del año Santo,
exhortó al ejercicio de la Hora Santa como un "obligado y amoroso recuerdo
de las amargas penas que el Corazón de Jesús quiso soportar para la salvación
de los hombres". Ya antes, en su carta encíclica sobre la expiación que
todos deben al Sagrado Corazón de Jesús "Miserentissimus
Redemptor"(8-V-1928) señaló: el Corazón de Jesús
"para repararar las culpas recomendó esto,
especialmente grato para El: que usasen las súplicas
y preces durante una hora (que con verdad se llama Hora Santa), ejercicio de
piedad no sólo aprobado, sino enriquecido con abundantes gracias
espirituales". En otra ocasión explicó que "su fin principalísimo es
recordar a los fieles la pasión y muerte de Jesucristo, e impulsarles a la
meditación y veneración del ardiente amor por el cual instituyó la Eucaristía
(memorial de su pasión), para que purifiquen y expíen sus pecados y los de
todos los hombres". (21-III-1933).
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