sábado, 3 de enero de 2015

Comentarios a las lecturas del Domingo segundo después de Navidad . 4 de enero de 2015

Domingo segundo después de Navidad . 4 de enero de 2015
Este domingo es como un reflejo de la fiesta de la Navidad. Y así muchos de los textos que se reflejan en la celebración de hoy son los mismos de la Natividad. Viene muy buena esta “segunda oportunidad” de meditar esta Palabra de Dios, por si hace unos días se nos pasaron algunas cosas de la celebración del Nacimiento de nuestro Salvador.
La primera lectura, (Eclesiastico 24, 1-4.12-16), es el “himno a la sabiduría”, a sabiduría que habita junto a Dios, es “Palabra” sabia, es veraz. Con esa “Palabra” de sabiduría Dios crea el mundo y lo “recrea” enviando a su hijo Jesús, su mejor Palabra. Y esa “Palabra” se ha hecho VIDA.
“La sabiduría en medio de su pueblo será ensalzada y admirada en la congregación plena de los santos”. La sabiduría, no la ciencia; la sabiduría es cosa de Dios, la ciencia es cosa de los hombres. Los cristianos amamos la ciencia, pero sólo para llegar con ella más fácilmente a Dios por el amor, es decir, para alcanzar la verdadera sabiduría. Nuestro mundo es bastante racional y científico, pero no es sabio, porque no tiene amor y porque usa la ciencia, en gran parte, para matar mejor y para agrandar el inmenso abismo que separa a unos hombres de otros. La Sabiduría , es el conocimiento y el amor de Dios y de todas las cosas en Dios y para Dios. Pidamos a Dios Padre que nos dé la sabiduría, que nos dé su gracia para que vivamos realmente como hijos adoptivos suyos, a imagen de su Hijo.

En el Salmo de hoy (SALMO 147),desgrana la obra de Dios y la une en la estrofa a la cercanía de la palabra encarnada.
R.- LA PALABRA SE HIZO CARNE Y ACAMPÓ ENTRE NOSOTROS
Glorifica al Señor, Jerusalén,
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. 
Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina;
él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz. 
Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así
ni les dio a conocer sus mandatos. 

Nos dice San Pablo en la segunda lectura (Efesios, 1, 3-6.15-18): “que el Padre de la gloria os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo”. La segunda lectura de hoy nos presenta una de esas doxologías que aparecen en los escritos paulinos. Momentos en los que el Apóstol se siente lleno de gratitud hacia Dios y exclama gozoso alabando la bondad y el poder divinos.
El Padre nos ha dado la “Palabra” para que podamos conocerle en profundidad. Necesitamos ese “espíritu de sabiduría y revelación” para poder reconocerle vivo y resucitado en medio de nuestro mundo. Necesitamos abrir nuestros oídos, nuestros ojos, todos nuestros sentidos, para recibirle en nuestras vidas en esta Navidad.
Dios nace cada vez que escuchamos su “Palabra” y la intentamos hacer vida. Dios es “Palabra viva”, no puede quedarse encerrado ni parado. La “Palabra” no es para quedárnosla, sino para compartirla, para hacerla testimonio, para que cale en otros y les lleve al encuentro con Dios.
Santos e irreprochables.- "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo en Cristo con toda clase de bendiciones..." (Ef 1,3) Bendice al Padre precisamente porque él nos ha bendecido con toda clase de bendiciones. Bendecir equivale a decir bien. Aplicado al hombre respecto de Dios viene a significar que el hombre habla bien de Dios, reconoce su dignidad divina y la proclama. Y lo mismo que una blasfemia ofende al Señor, una alabanza le honra. Si maldecir a Dios es un pecado gravísimo, alabarle y bendecirle es un modo de darle culto y ensalzarle.
Él nos eligió, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por amor”. Con absoluta claridad y rotundidad San Pablo les dice a los primeros cristianos de Éfeso y también a nosotros que estamos llamados a la santidad, es decir, a ser santos e irreprochables en la presencia de Dios, por amor. Para conseguir esta santidad por amor deberemos arrancar de los más oscuros rincones de nuestra conciencia los egoísmos, las tendencias pecaminosas, los orgullos y vanidades, en definitiva todos los pecados. Dios Padre nos ha elegido hijos adoptivos suyos, a imagen de su Hijo, Jesús, para que seamos en este mundo gloria y alabanza de su gloria. ¿Nuestra vida es gloria y alabanza de Dios ante nuestros hermanos? ¿Nos ven los demás realmente como gloria y alabanza de Dios? Son estas algunas de las preguntas que debemos meditar ahora y a las que deberemos responder los cristianos en este tiempo de Navidad.
El texto evangélico (Juan, 1,1-18), refiriéndose a la Palabra de Dios dice:"La Palabra era vida y la vida es la luz de los hombres". El evangelista se dirige a una comunidad de cultura griega, que conoce muy bien lo que significa en la filosofía el término "logos", palabra. Es el origen y culmen del universo, es lo que da sentido a todo. El logos es Jesús, que se encarna por nosotros. Pero vino a los suyos y los suyos no lo recibieron, prefirieron las tinieblas a la luz. Hoy día sigue viniendo a nosotros, ¿por qué no sabemos reconocerlo? Es verdad que celebramos la Navidad, pero más que Navidad son "navidades" en las que es muy difícil identificar la presencia del Niño-Dios. Porque las luces nos deslumbran y no descubrimos la auténtica "luz", porque estamos llenos de cosas que nos impiden profundizar en nuestro interior para descubrirle, porque nos hemos quedado en la envoltura y no hemos descubierto el tesoro que encierra.
 “Vino a su casa y los suyos no la recibieron”. la Palabra vino al mundo y el mundo no la conoció, la Palabra que estaba junto a Dios, Palabra que era Dios, que era el Verbo encarnad. San Juan nos dice que esta persona, Cristo, vino a su pueblo, al mundo judío, a Jerusalén, y que los judíos no le recibieron. La historia la conocemos no hace falta repetirla, o comentarla, otra vez.
Las lecturas de hoy nos dejan una pregunta que realmente nos interesa responder a nosotros, ¿nuestro mundo es mejor que el mundo judío del tiempo de Jesús?, es decir, si nosotros, nuestro mundo, nuestra casa, recibirían hoy a la Palabra mejor de lo que le recibieron los judíos. Si Cristo viniera ahora a nuestro mundo predicando el sermón de las bienaventuranzas, iba a tener muy pocos seguidores;incluso en la misma iglesia nos pondría con interrogantes a muxhos de nosotros. Nuestro mundo, el mundo en el que nosotros vivimos, no es el mundo de Dios; el reino de Dios está muy lejos de nuestro mundo. Esto, yo creo que todos los vemos bastante claro. Pero, a nivel familiar, o particular, ¿podemos decir que, mayoritariamente, el evangelio de Jesús es el que dirige y gobierna nuestras vidas? Pues, también aquí podemos decir que mayoritariamente no, aunque existan, ¡gracias a Dios!, muy honrosas excepciones. La Palabra continua viniendo a nosotros, por eso febemos ser cada uno de nosotros, en particular, los que debemos hacernos, con total seriedad, la pregunta del principio: cuando Cristo llama a mi puerta, ¿le abro y le recibo con todas las consecuencias que esto supone?
Pasado mañana,celebramos la Fiesta de la Epifanía que es la Manifestación de Dios a los hombres. Quedan pocas horas para ese momento. La Palabra está entre nosotros y debemos adorarla. Preparémonos, una vez más, para llegar el martes al Portal del Belén –acompañando a los Magos-, con nuestros mejores regalos, con nosotros mismos, con nuestra vida –con cosas buenas y malas-, para ofrecérsela a ese Niño que nos ha nacido.Niño que es la Palabra de Dios que viene a ser luz en nuestras oscuridades cotidianas.

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