LOS QUE BUSCAN A DIOS
SON ENCONTRADOS POR DIOS.
La Epifanía es el otro nombre que
recibe la Navidad, el nombre que le dieron las iglesias orientales desde el
principio. Si la Navidad, fiesta de origen latino,
alude al nacimiento: "La Palabra se
hizo carne y acampó entre nosotros", Epifanía significa manifestación
y sugiere la idea de alumbramiento o de dar a luz: "y hemos visto su gloria, gloria propia del Hijo del Padre, lleno de
gracia y de verdad". Por consiguiente, la metáfora bíblica de esta
fiesta es la luz: "la gloria del
Señor que amanece sobre Jerusalén", "la revelación del misterio escondido", la estrella de los
magos que vienen de oriente.
Jesús nace en Belén para todos los hombres, para los de cerca y para los
de lejos, para los judíos y para los gentiles, para los pastores y para los
magos que vienen de oriente.
En la primera
lectura ( Isaias 60, 1-6 ) el profeta Isaías habla de una luz
de Dios que se posará sobre una Jerusalén triunfadora y radiante, luz que
llenará de orgullo y de alegría a un pueblo que ha sido guiado a la victoria
final por su Dios, por Yahveh “Los pueblos caminarán a su luz”.
Nosotros tenemos que aprender a ver la luz de Dios en la humildad de sus
criaturas, de manera especial en las personas humanas. Lo importante para
nosotros es aprender a ver la luz de Dios en el pobre, en el niño y en el
anciano, en una puesta de sol o en una relampagueante tormenta, en la ternura
de una flor o en la santidad del héroe o en el testimonio de quien da razón de
su fe. Tenemos, sobre todo, que aprender a ver a Dios en el interior de nuestro
corazón, como nos recuerda San Agustin “¡Tarde te
amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí
y
yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre
estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba
contigo. Reteníanme lejos de tí
aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y
clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi
ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y
ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que
procede de ti” .
Y el elemento simbólico de esta fiesta de la Epifania,
aparece ya en esta primera lectura, cuando esa manifestación se concreta en Jerusalén,
centro religioso universal: “¡Levántate,
brilla, Jerusalén, que llega tu luz!”. Esa luz que aparece en Jerusalén,
alcanzará a todas las naciones de la tierra.
En el Salmo
de hoy (Salmo 71), expresamos nuestra
actitud ante Dios y reconocemos obra de
Dios.
SE POSTRARÁN ANTE TI, SEÑOR, TODOS LOS REYES DE LA
TIERRA.
Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu
justicia al hijo de reyes:
para
que rija a tu pueblo con justicia,
a
tus humildes con rectitud.
Que en sus días florezca la justicia
y
la paz hasta que falte la luna;
que
domine de mar a mar,
del
Gran Río al confín de la tierra. R -
Que los reyes de Tarsis y de
las islas le paguen tributos
que
los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones,
que
se postren ante él todos los reyes,
y que todos los pueblos le sirvan. R.-
El librará
al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres. R –
Nos dice San Pablo
en la segunda lectura (Efesios, 3, 2-3a 5-6), que los gentiles "son coherederos, miembros del mismo cuerpo
y partícipes de la Promesa..." (Ef 3,6).Esa
es la gran revelación que hoy celebramos, la gran manifestación que en esta
festividad conmemoramos, la gran epifanía del amor y el poder de Dios: Todo
hombre, sea cual fuere su raza o condición, está llamado a participar de la
Promesa de salvación que los profetas habían anunciado desde antiguo, y que
muchos decían que se limitaba sólo a los descendientes de Abrahán, al pueblo
judío.
Así
la fiesta de la epifanía es la fiesta de
la catolicidad de la Iglesia de Cristo. Todos estamos llamados a formar parte
del rebaño del único pastor, Cristo Jesús. Los católicos sabemos que somos
hermanos de todas las personas del mundo, sin distinción de raza, ni de lengua,
ni de color, ni de posición social. Nosotros queremos ser hermanos hasta de los
que no quieran ser hermanos nuestros. Nuestras manos siempre estarán tendidas y
nuestras puertas abiertas para que entre todo el que, con sincero corazón, busque la verdad y el verdadero rostro de Dios. Ser discípulo
de Cristo es ser católico, es decir, ser universal, teniendo a Cristo como
nuestro verdadero camino, verdad y vida.
Añadir leyenda |
El
Evangelio de hoy (Mateo, 2, 1-12), nos describe el momento en el que el Niño
de Belén se muestra a unos magos de Oriente que se habían esforzado mucho para
poder encontrarle “Unos
Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén, preguntando: ¿Dónde está el Rey
de los judíos que ha nacido?”. Que el Dios de Israel se
apareciera a unas personas no judías tenía que parecer a muchos judíos, en
aquella época, algo raro y hasta escandaloso. El pueblo de la promesa era
Israel y ninguno más. Sólo a ellos, a sus profetas, a sus sacerdotes y a sus
reyes, les había hablado el Señor. Sólo al pueblo de Israel había prometido Yahveh su protección, su alianza y su continuo amor. Ni
Herodes, ni ninguno de los sabios de Jerusalén habían detectado el nacimiento
encarnado de Dios en un niño nacido en Belén. Es verdad que ellos no le habían
buscado, porque no necesitaban buscarle, porque ellos lo conocían ya, lo
adoraban como a su único Dios desde tiempos inmemoriales.
El hecho de que estos Magos de Oriente
acudieran a adorar al Niño Jesús le da un carácter de universalidad a su
nacimiento.
Es una manera de decir que Dios ama a todas las personas, de todas las naciones . Por eso el nombre que recibe esta fiesta de hoy
es “epifanía”, que significa “manifestación, aparición”. Dios se ha manifestado
a todos los pueblos, a todas las personas.
“La
estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a posarse
encima de donde estaba el niño”. Ante esa estrella distintos
personajes tienen actitudes distintas: Herodes y los pontífices y los letrados
del país no supieron ver la estrella que guiaba a los Magos porque tenían el
corazón lleno de orgullo y los ojos sombreados por la ambición. San Agustín decía que a los ojos
enfermos la luz les resultaba odiosa.
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