nuestra corona. Y que es --¿que ha sido?-- el Adviento para nosotros. Se define muy bien en el Libro del Apocalipsis, cuando Jesús dice: "Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y el conmigo". (
En la primera lectura del segundo libro de Samuel (7,1-5. 8b-12. 14a.16) ya se nos proclama que quien obra es Dios,
el Señor Todopoderoso
Retomando
la historia de David que no era más que un muchacho, el menor de sus hermanos, que
acompañaba a los pastores de los rebaños de su padre. Cuando Samuel recibió la
orden de ungir a un nuevo rey, no se pudo imaginar que el elegido sería aquel
imberbe, cuya única arma era una honda. El Señor quiso demostrar una vez más
que él no mira a las apariencias sino al corazón, al interior del hombre. Por
otra parte, con esa elección inesperada nos enseña que en definitiva es él
quien vence y triunfa por medio de su elegido, mero instrumento en sus divinas
manos.
"Yo te saqué de los apriscos, de andar entre
las ovejas, para que fueras jefe de mi pueblo Israel..." (2 S 7, 8)
El
profeta Natán, después de muchos años, le recuerda al
rey David lo humilde de sus orígenes y que es a Dios a quien debía su poder.
Con ello previene al rey de Israel contra el orgullo y la soberbia, le exhorta
a no presumir de nada, pues todo lo que tiene lo ha recibido del Señor... Una
lección importante que cada uno de nosotros hemos de aprender y practicar.
"Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi
presencia..." (2 S 7, 16). Le recuerda a david una promesa de futuro. David, como
todos los reyes de la tierra, sabía que a su muerte el trono que ocupaba podría
ser ocupado por cualquiera. Él vio como la dinastía de Saúl desapareció al
morir éste. Lo mismo podría ocurrir, tarde o temprano, con su reinado. Pero
Dios le había mirado con una predilección particular. Del linaje David, por
designio divino, habría de nacer el Rey de Israel por antonomasia, el Ungido de
Yahvé, el Mesías, el Redentor y Salvador del mundo. Todo en la figura de un niño,
nacido en un portal.
El
salmo de hoy (salmo 88), es una bella acción de gracias.
"Cantaré eternamente las misericordias del
Señor..." (Sal 88, 2).
El
salmista bajo la luz de la inspiración divina ha intuido de tal modo la
misericordia infinita del Señor, que se siente pletórico de gozo y de
felicidad. Ese amor divino le da tema para una eterna canción, es motivo y
causa de una alegría sin fin.
Anunciaré
a todos tu fidelidad, dice a continuación el salmo interleccional
de hoy. Tu misericordia, Señor, es como un edificio eterno, está más firme que
los cielos, jamás se vendrá abajo, nunca se derrumbará...
Ante
nuestras miserias de siempre está la capacidad infinita de perdón que Dios
tiene. Basta con que le digamos, humildes y arrepentidos, perdóname, Dios mío,
para que él nos perdone. Pedir perdón y ser perdonados, es todo una sola cosa.
Por otro lado, pedir perdón es manifestar el dolor de haber desagradecidos al
Señor y desear acudir cuanto antes al sacramento de la Reconciliación.
"Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu
trono por todas las edades" (Sal 88, 2) Son las
palabras de la promesa hecha a David, según la cual llegaría el momento en que
un descendiente suyo se sentaría para siempre en su trono, tendría un reinado
sin fin. Se le anunciaba a él y a todo el pueblo que el Rey prometido no
moriría jamás, y que su soberanía se extendería por todo el universo y por toda
la eternidad.
San Pablo hoy en la
segunda lectura (Carta a los romanos 16,25-27)
nos recuerda los origenes de la promesa de salvación.
Al principio cuando Adán se rebeló
contra los planes de Dios, entonces ya se habló del Misterio de la Salvación:
Un descendiente de la mujer nacería sobre la tierra y con fortaleza sobrehumana
vencería al temible enemigo de todos los tiempos, la serpiente maligna que
sedujo a la desdichada Eva.
San Pablo en
su Carta a los Romanos (16,25-27),
describe breve pero profundamente, lo que los tiempos esperaban con la llegada
del Mesías. Contiene párrafos de una
enorme hondura: "revelación del
misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora en los
escritos proféticos, dado a conocer por decreto del Dios eterno, para traer a todas
las naciones a la obediencia de la fe". Eso es lo que esperamos y que
se cumplió con la llegada del Niño al mundo en Belén. Y que nos puede valer
como pauta de la Segunda Venida, de la Parusía.
El
recuerdo de la promesa de salvación seguiría en el mensaje esperanzado de los
profetas. En el horizonte de todos los paisajes humanos brillaría siempre, a
veces velada por la niebla del pecado, la luz del que había de venir para
salvar a todos los hombres.
Siglos
de espera, y muchos anhelos de que llegara el momento de cumplirse la promesa.
El
Misterio se ha revelado. De improviso la noche de la historia había roto su
silencio y las tinieblas habían sido invadidas por la más intensa y fuerte luz.
Dios mismo, un niño de pecho, había nacido de una Virgen.
"Al Dios, único Sabio, por Jesucristo, la
gloria por los siglos de los siglos. Amén" (Rm
16, 27)
Gloria
reconocida por las figuras de los relatos bíblicos de Navidad.
María,
la virgen silente, callada, adoraba llena de temor y de gozo a su pequeño que
era Dios mismo, humillado y escondido por salvar a los hombres. José de
Nazaret, aquel hombre sencillo y bueno, aquel hombre justo, miraba arrobado la
grandeza sublime y serena del momento más importante de la Historia.
Luego
serían los pastores. Ellos también rompieron el silencio de la noche con sus
villancicos de escarcha y romero. Y es que los sencillos, los de alma llana,
los humildes de corazón, los pobres de espíritu, sólo ellos pudieron participar
de la revelación gozosa del Misterio...
Los
Magos, ejemplo de quien busca en los signos y acontecimientos de la vida, también
reconocen en el misterio la grandiosidad de la manifestación de Dios.
También nosotros queremos cantar, como los
niños, las alegres coplas de la Navidad.
En este ciclo
B, el texto evangélico que leemos hoy es de San Lucas (Lc 1, 26- 38) nos narra la
escena de Anunciación. Es el mismo que proclamamos hace un par de semanas en la
Solemnidad de la Inmaculada. El Evangelio, pues, refleja la bella narración de
Lucas sobre el dialogo del Arcángel San Gabriel con María. Y en lo más profundo
de esa escena sobresale que la omnipotencia de Dios no desea limitar la
libertad del género humano y, así, un ángel del Señor llega a Nazaret a
solicitar la conformidad de la persona elegida para iniciar los pasos de la
Salvación. Es en el momento en que María dice que sí, cuando comienza todo.
Las
palabras de la primera lectura , con la promesa de la supervivencia de su
dinastía, resuenan en el mensaje evangélico del arcángel san Gabriel. En
efecto, en su embajada a María le anuncia que de sus entrañas nacerá el Hijo
del Altísimo, el cual se sentará sobre el trono de David su padre y su reinado
durará por siempre. Con ello se cumplen en Jesús las promesas, en él se realiza
la más preciosa esperanza de Israel, el anhelo más íntimo y recóndito de los
hombres, mantenido generación tras generación, la salvación de la Humanidad.
"A los seis meses, el ángel Gabriel fue
enviado por Dios…" (Lc 1, 26) Los hebreos
habían imaginado de muchas formas la llegada del Mesías. Algunos pensaron que
llegaría de modo apoteósico, descendiendo desde lo alto hasta el atrio del
Templo, ante la expectación y el asombro de todo el pueblo allí reunido. Nadie
había imaginado que su venida ocurriría en el silencio y en el anonimato. Mucho
menos pudieron pensar que nacería de una joven y humilde virgen de Nazaret.
Toda
la grandeza y el esplendor de la Encarnación permanecieron velados en el seno
inmaculado de María. Desde que ella dijo que sí a la embajada de San Gabriel,
el Verbo se hizo carne y comenzó a habitar entre nosotros, para gozo y
esperanza de la Humanidad. Fue uno de los momentos cruciales de la Historia, un
hecho que constituye una verdad fundamental de nuestra fe.
El
nuevo Pueblo de Dios, la gente sencilla y buena ha comprendido la trascendencia
de ese momento y lo ha plasmado en una devoción multisecular, que aún hoy sigue
vigente entre nosotros: el rezo del Ángelus. Un breve alto en el camino de cada
jornada, para recordar y agradecer vivamente que el Hijo de Dios se haya hecho
hombre y esté cerca de todos nosotros.
La
Virgen se llenó de temor al oír el saludo del arcángel, le resultaba dificil comprender, tanta era su humildad, que la hubiera
llamado la llena-de-gracia y bendita, además, entre todas las mujeres, la más
agraciada. Pero el mensajero de Dios la tranquiliza y le explica que ha sido
elegida para ser madre, sin dejar de ser virgen, del Hijo del Dios, al que
pondrá por nombre Jesús, que quiere decir Salvador.
En
Jesús de Nazaret se cumple la promesa. Él es el Mesías prometido. Él es el
anunciado por los profetas durante siglos y siglos. Él es el deseado de su
pueblo, el esperado por todos. Ante su llegada el orbe entero tiembla de gozo,
todo vibra de emoción, todo se llena de luz.
En
nuestra vida cristiana, también nosotros hemos de avivar en nuestro interior el
deseo de su venida, el anhelo de su llegada, la emoción de su cercanía. Y
prepararnos íntimamente mediante una auténtica conversión, una purificación
honda a través de una buena confesión. La cercanía del Señor nos invita a
dejarnos reconciliar con Él. Pedir perdón al Señor de nuestras faltas y
pecados.
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